La ética del
neoliberalismo
No siempre los fenómenos sociales son del todo
evidentes. Muchas veces ellos sólo pueden ser percibidos
por indicios de diverso carácter, que se originan y desarrollan en
distintos ámbitos de la realidad social. Eso es lo que
pareciera estar ocurriendo en la realidad.
A fines de 1994, el dirigente del partido de derecha
Unión Demócrata Independiente (UDI), Jovino Novoa,
anunciaba el "nuevo proyecto" de
dicha colectividad política: la
ética del desarrollo.
Aspectos de esta propuesta fueron desarrollados posteriormente en
forma más extensa por Andrés Chadwick quien, en una
entrevista,
señaló que –de acuerdo a esa nueva
visión– "en el desarrollo
económico de un país, fundamentalmente centrado
en el crecimiento, hay una responsabilidad moral,
ética". La expresión moral del desarrollo
económico, para este dirigente de la UDI, se expresa
sintéticamente en la fórmula que sostiene que
mientras privatizar es moral, la acción
de estatizar es inmoral; más aún, Chadwick
señaló en ese entonces que deseaban llamar la
atención hacia el hecho de que las privatizaciones "tienen una dimensión
ética".
En otras geografías, a inicios de este
año, se realizó la transformación de
la
organización neofascista Movimiento
Social Italiano (MSI) en la "renovada" Alianza Nacional (AN). Su
principal dirigente, Gianfranco Fini, al proclamar los valores
que caracterizarían la nueva organización afirmó que AN es "una
derecha social que se plantea como principal objetivo la
afirmación del derecho al trabajo, una
auténtica igualdad y una
verdadera pacificación social; una derecha de valores que se
inspiran en la tradición cristiana de Italia; una
derecha de la familia, de
la persona y de la
vida".
Las señales
son múltiples pero, a pesar de su distancia temporal y
espacial, parecieran ser expresiones similares de un mismo
fenómeno, esto es, la construcción –por parte de los
sectores neoliberales– de una propuesta global,
ideológica y cultural, que sea coherente y a la vez
sustentadora –en esos planos de la realidad social–,
del sistema
económico y político neoliberal.
Las transformaciones económicas que se han
realizado en el mundo en las últimas décadas,
(estamos hablando del reemplazo del régimen de
acumulación capitalista de corte fordista-keynesiano, por
un régimen de acumulación flexible, con su
consecuente modificación en las percepciones de tiempo y
espacio), han generado correspondientes transformaciones en el
ámbito ideológico y cultural. Ante dichas
transformaciones, los neoliberales (como Bell, Novak, Kristol,
Berger o Lipset), según el análisis del salvadoreño Luis A.
González, "han valorado positivamente los logros de la
racionalidad tecnoeconómica del capitalismo y
se han propuesto dotar al sistema (…) de unos valores
religiosos judeo-cristianos que lo legitimen".
En su opinión, los neoliberales consideran que
el capitalismo está constituido por tres subsistemas
fundamentales: el tecnoecómico, el político y el
cultural Ahora bien, para que el sistema funciones sin
mayores fricciones, entre los tres subsistemas tiene que existir
una coherencia y complementariedad básicas. Sin embargo,
en la actualidad los neoliberales perciben que en muchos aspectos
se ha perdido esa coherencia y complementariedad, sobre todo por
parte del subsistema cultural. Es por ello que el sistema
capitalista habría sufrido la pérdida de su
"correctivo ético" y entrado consecuentemente en una
"crisis
espiritual".
La crisis se origina, entonces, cuando el subsistema
cultural entra en confrontación con los principios
rectores y con los elementos constituyentes de los otros dos
subsistemas: el económico y el político. Esta
tensión es la que se pretende resolver con la
asignación de nuevos valores al subsistema cultural, para
que éste posea una lógica
común a los ámbitos económico y
político, en otras palabras, una lógica
tecnoeconómica.
Siguiendo el análisis de González, la
solución a esta crisis ha de consistir en una
reconstitución de la cultura,
realizada a partir de la tradición judeo-cristiana. Se
trata, por consiguiente, de un proceso que
vuelve la vista hacia el pasado –hacia la tradición
religiosa– para legitimar y dotar de sentido las
prácticas humano-sociales del presente. Al decir de J. M.
Mardones, todo este proceso constituye una
"contrailustración neo-consevadora".
En resumen, la visión neoliberal admite que
existe una crisis en el sistema que ella avala, crisis a la cual
le asigna un carácter eminentemente cultural; por ello,
propone la construcción de un cuerpo valórico y
cultural que legitime el sistema que preconiza, valores y
productos
culturales que –como hemos visto– tienen que ser
coherentes con su dinámica
tecnoeconómica.
En nuestro país, por ejemplo, la
socióloga e investigadora de CIEPLAN, Cecilia Montero,
señaló a inicios de 1994, que "los consensos
alcanzados en lo económico no son tan evidentes en el
plano de la cultura y de los valores". Debido a esto, "en lo que
resta de la década de los 90 el poder
político deberá buscar una legitimación en el orden simbólico y
valórico, en la capacidad de ligar economía y
cultura".
Para ella, la función
que le compete a la cultura en nuestro país es la de
"legitimar el sistema económico y su orientación
cientificista y tecnócrata; por ejemplo, se busca la
legitimación en el orden simbólico y
valórico para que la población sienta ‘entusiasmo’
por temas tales como los impuestos, las
privatizaciones y el gasto social". Montero concluye
señalando que "la sociedad
chilena tiene que hacer honor, en sus formas de convivencia, a la
madurez que ha alcanzado su economía y su sistema
político".
Como podemos apreciar, lo que se propone no es sino
la consolidación última del sistema capitalista
neoliberal, en lo que se refiere a las distintas formas de la
conciencia
social; esto es, la consolidación del neoliberalismo
en la filosofía, las artes, la religión,
etc.
Por ello el discurso
neoliberal enfatiza ahora aspectos culturales y valóricos.
El propio Chadwick ha señalado que él es "un
ferviente partidario de la economía libre y del mercado, pero al
mismo tiempo soy ferviente partidario de los sentimientos y
cada vez más entendedor del significado de los
testimonios y el valor de los
símbolos".
Este mismo dirigente parece confirmar el
análisis propuesto por González, cuando sostiene
que "la UDI tiene una mezcla que le da identidad muy
clara; refleja, por una parte, una visión cristiana muy
arraigada y homogénea del mundo, de los valores y la
cultura; y, al mismo tiempo, una visión económica
liberal".
El escritor chileno Jaime Collyer, opinando en
torno al bullado
caso de la tarjeta postal que contenía una transgresora
representación de Simón Bolívar,
se refirió a "la vulgar ofensiva que los sectores
conservadores de nuestro país han iniciado ahora o
quizás estén culminando…". Ese es precisamente
uno de los aspectos interesantes de esta problemática: la
actitud
asumida por la intelectualidad neoliberal chilena ante cuestiones
tales como el divorcio,
el aborto o
una representación artística de Bolívar, no
puede ser interpretada como la reacción inmediata a una
circunstancia específica; es, por el contrario, parte de
una estrategia que
–como hemos visto– busca la validación del
sistema económico y político neoliberal, desde y en
los ámbitos cultural y valórico.
Esta ofensiva ideológica y cultural neoliberal
implica también, el nuevo protagonismo de concepciones
idealistas que proponen la existencia de valores, principios y
diversas concepciones teóricas, supuestamente poseedoras
de un carácter universal y extemporáneo,
parámetros en torno a los cuales existiría un
pretendido consenso al interior de nuestra sociedad. Pero ocurre
que el ‘consenso’, así entendido, no es sino
una construcción discursiva que pretende encubrir actitudes
uniformadoras, autoritarias, mediante las cuales los sectores
dominantes pretenden imponer su visión de mundo, y con
ella, su correspondiente manera de concebir y desarrollar las
estructuras y
dinámicas culturales. Es precisamente en ese sentido que
Collyer caracteriza esta ofensiva como "un eslabón
adicional en el esfuerzo reiterado que determinados sectores
desarrollan para imponer sus restrictivas opciones
valóricas y morales al resto de sus
conciudadanos".
Por otro lado, el periodista y cientista
político italiano Lucio Favri opina que en Chile se lleva
a cabo una redistribución del poder, más que una
contraofensiva del mismo. Para él, esta
redistribución se realiza "en la misma línea de los
reacomodos ocurridos durante las últimas décadas en
las sociedades
capitalistas – democráticas más desarrolladas de
Occidente".
Anteriormente ya hemos visto, en los análisis
de González y Mardones, algunas de las implicancias
ideológicas y culturales producidas por los últimos
‘reacomodos’ del sistema capitalista. Pero lo que
aporta el análisis de Favri es el identificar en Chile un
vértice del poder en el cual confluyen: a) ciertos
segmentos de la dirigencia política; b) los principales
grupos
empresariales que conducen el proceso de inversión y controlan la provisión
de empleos en la economía; c) los medios de
comunicación de masas que crean y orientan a la
opinión
pública; d) las elites culturales que se encargan de
la producción y transmisión de valores
y de asentar los límites
morales de la comunidad.
De estos componentes, los que Favri considera
fundamentales son: "i) los conglomerados económicos
privados que conducen el modelo de
acumulación y desarrollo y ii) las elites encargadas de
producir valores y orientaciones ético-sociales de mediano
y largo plazo".
En particular es la actividad de estas elites la que
nos debiera mover a interés,
porque, si es efectivo que ellas buscan "influir a mediano y
largo plazo sobre las costumbres y orientan la formación y
socialización de los valores privados y
comunitarios", serán ellos, en cuanto componentes del
poder dominante, las protagonistas de la ofensiva cultural y
valórica que desarrolla en este momento el neoliberalismo.
De hecho, analizando la relación existente entre estas
elites culturales y los medios de
comunicación de masas nacionales, Favri indica que en
Chile existiría "una suerte de complicidad entre la
industria de
medios y el
establishment conservador, lo cual permearía a los
medios de una afirmación inclinada por el orden en vez de
las libertades, hacia el monismo ético en vez del
pluralismo, y hacia una ‘cultura ascética’
(que afirma las bases religioso-morales del capitalismo de
acumulación, pautas exigentes de control social y
un direccionamiento restrictivo de la líbido hacia la
esfera del trabajo y el consumo)".
Ahora bien, si consideramos las declaraciones de
Chadwick –por ejemplo–, podemos sostener que el
monismo ético, la cultura ascética, la ideología neoliberal, son algunos de los
elementos integrantes de la "ética del desarrollo", y al
serlo, generan una paradoja, pues se propondría "una
suerte de neoliberalismo a nivel de los mercados (donde
se reclama máxima desregulación para las
transacciones) con un intenso autoritarismo moral (que supone
máxima regulación para las interacciones)". Para
decirlo brevemente, se nos propone ser liberales en lo
económico, pero conservadores en lo
cultural.
En definitiva, la preocupación por la moral y la
cultural, desde nuestra perspectiva, no pretende agotarse en
sí misma, ni tampoco caracterizarse por un academicismo
estéril. Por el contrario, esta inquietud está
relacionada con el interés de lograr una
comprensión más profunda sobre cuáles son
las fuerzas sociales que proponen cambiar las normas de
conducta, los
intereses culturales, en resumen, modificar el sentido
común de la sociedad nacional y en pos de qué
intereses. En otras palabras, nos ha preocupado el determinar
cuál es, verdaderamente, el ojo que existe tras ese
sonrojo hipócrita en las mejillas.
Ernesto Guajardo Oyarzo
Nacido en Santiago de Chile en 1967. Ha estudiado
Bibliotecología y Documentación, así como Periodismo y
Comunicación Social. Ha publicado los
libros de
poesía
Por la patria, Nosotros, los sobrevivientes, Las
memorias, El primogénito y el reportaje
periodístico: El fulgor insomne: la vida de Marcelo
Barrios.