A lo largo de esta monografía, iremos viendo como el uso de
los silencios dentro de la obra crean momentos de tensión
y un ambiente
especial.
Perfectamente ubicados, el enigma que gira en torno a este
recurso se acrecienta con uso una y otra vez. Intentaremos
descubrirlos.
Antes de iniciarse la obra, el silencio es protagonista
desde el mismo momento en que los enemigos han colocado al
héroe en la terrible situación del destierro,
incluso, descubrir a estas personas será uno de los
enigmas que presiden la trama. Sin embargo, la identidad del
auténtico enemigo del Cid, que tiene el suficiente
poder para
obrar contra él y no se nos revelará hasta casi
llegados al final del Cantar cuando un García
Ordóñez al que hemos visto ya antes, de forma
dosificada y paulatina, hacer protestas sobre la legitimidad del
valor del Cid
ante el rey, se nos manifieste en las cortes, en ese combate
final con su famoso enemigo.
La ocultación del enemigo, cuya actuación
nefasta sobre el protagonista solo percibimos a través de
las desgracias que caen sobre los hombros del héroe,
convierte a este enemigo, al que sabemos que existe, pero al que
no vemos, en un enemigo tejido de la misma sustancia del terror
humano: el misterio.
Comenzando con los manuscritos de Per Abat, en los
primeros versos encontramos en primer silencio: la tristeza del
Cid cuando es desterrado del reino
"De los sos ojos tan fuertemientre llorando
llorando
tornaba la cabeV a i estávalos catando.
Vío puertas abiertas e uV os sin
cañados,
E sin falcones e sin adtores mudados.
Suspiró mio Cid bien e
tan mesurado:"
Este primer verso, narra el momento de partida del Cid,
el llanto, la mirada hacia atrás y el suspiro ayudan a
crean una atmósfera de angustia
hacia el lector, recién en ese entonces pronuncia sus
primeras palabras.
Las acotaciones también son excelentes
ejemplificadoras de los usos de los silencios, aunque más
no sea una breve aclaración. Martín Antolinez
visita a los judíos a pedido del Cid para preparar el
engaño de las arcas:
"¿Ó sodes, Raquel e Vidas, ios mios
amigos caros?
En poridad fablar querría con amos.
Non lo detardan, todos tres se apartaron."
Esta pequeña aclaración hace que el lector
quede expectante ante la respuesta de los judíos, y pasa
lo mismo en una segunda oportunidad mientras se espera el
resultado del pedido
"Raquel e Vidas seiénse consejando"
La despedida del Cid de su esposa y de sus hijas, con el
agregado de los silencios, potencia
exponencialmente los sentimientos escritos, son breves pausas que
permiten adentrarse aún más en la piel del
personaje:
"¿Dadnos consejo por amor de
santa María!
Enclinó las manos la barba vellida.
Llora de los ojos, tan fuertemientre
sospira:
Ya doña Ximena, la mi mugier tan
complida"
Esta breve pausa, no hace más que dar un breve
instante al lector para que imagine esa situación, lo hace
compenetrarse de manera total. Pero esto es sólo la
antesala a la separación, cuando una vez terminada la misa
y la oración final, el Cid se despide de su
esposa:
"La oraV
ión fecha, la misa acabada la an,
salieron de la iglesia, ya
quieren cabalgar.
El Cid a doña Ximena íbala
abraV
ar;
doña Ximena al Cid la mánol va
besar,
llorando de los ojos, que non sabe qué se
far.
E él a las niñas tornólas
catar:
A Dios vos acomiendo e al Padre spirital;"
La expectativa crece en momentos en que los infantes de
Carrión le piden al rey su consentimiento para que ellos
puedan casarse con las hijas del Cid:
"Merced vos pedimos commo a rey e a
señor;
con vuestro conssejo lo queremos fer nos,
que nos demandedes fijas del Campeador:
casar queremos con ellas a su ondra y a nuestra
pro.
Una grant ora el rey pensó e
comidió;
Yo eché de tierra al
buen Campeador"
Esta parte de la obra se ve doblemente beneficiado con
la breve intervención del silencio entre la propuesta de
los infantes y la respuesta del rey: sabemos que los infantes de
Carrión son acérrimos enemigos del Cid y
además el rey lo desterró injustamente, se
está poniendo en duda la decisión que tomó
en su debido momento. Asimismo, queda pensativo el Cid Campeador
cuando recibe la noticia:
"Quando lo oyó mio Cid el
buen Campeador,
una gran ora pensó e
comidió:"
El lector sabe de las reales intenciones de los
infantes, y el autor nos deja expectantes hasta escuchar la
respuesta del Cid, deducible por cierto.
El cantar tercero, La Afrenta de Corpes, nos presenta
una situación en la que deja ver el verdadero carácter
de los yernos del Mio Cid cuando se escapa un león de una
jaula. En una demostración del dominio que tiene
sobre las bestias, el Cid Campeador, ante la huída de sus
nuevos parientes, se incorpora y, sorpresivo y calmado, enfrenta
y calma al felino:
"¿Quês esto, mesnadas, o qué
queredes vos?
Ya señor ondrado, rebata nos dio el
león.
Mio Cid fincó el cobdo, en pie se
levantó,
El manto trae al cuello e adeliñó
pora´ león;
El leon quando vió, assí
avergonV
ó,
ante Mio Cid la cabeV a premió e el rostro
fincó."
Como hemos podido ver con estos pocos ejemplos, al autor
ha usado en más de una oportunidad de los que llamamos
"silencio", muchos podrán decir que esto es propiedad
incorporada del género
literario de la narración, pero la sabia administración de los silencios como rasgo
caracterizador de la madurez y profundidad de un cantar
épico como el de Mio Cid, hace añicos uno de los
principios
estructurales del género
épico tradicional: la ingenuidad y directez de sus
modelos. El
juego
técnico que se hace con los silencios, dotándolos
de igual o mayor poder comunicativo que lo contado o presentado
nos lo demuestra.
Dejamos como pregunta latente: "¿existía
en esa época un género literario llamado
narración?" "¿Fue el Mio Cid el primero de
ellos?"
Poema del Cid, Ramón
Menéndez Pidal, El Cantar del Mio Cid, 1938 editorial
Losada.
Juan Manuel Nieto
Instituto de Enseñanza Superior nro. 1
Alicia Moreau de Justo
Literatura Española I