La identidad
nacional en el contexto globalizador
"De unas tierras le piden que sea periódico exclusivamente literario.
Hermoso sería un periódico de este género; pero los tiempos son graves, y
acaso temibles, y ni un ápice menos críticos.
Se van levantando en el espacio, como inmensos y lentos
fantasmas, los problemas
vitales de América: piden los tiempos algo
más que fabricas de la imaginación y urdimbre
de la belleza. Se puede ver en todos los rostros , y en todos
los países, como símbolos de la época,
la civilización y la angustia. El mundo entero es hoy
una inmensa pregunta."
José Martí.
Platón en su carta VII
expresó "…las cosas son nada más las
sombras cuyos perfiles proyecta la luz de las
ideas eternas sobre el muro de la caverna en cuya penumbra
vivimos irremisiblemente." (1, pág. 177)
Nunca, como hasta hoy, tantas personas han estado y
están como en la caverna de la que habló Platón,
lo que ven son imágenes; justamente así se
presenta la
globalización: una imagen del
mundo en que el hombre
aparece como una diminuta partícula ante el gigante
tecnológico denominado cibernética. En tal medida esa imagen ha
cobrado vida propia que hoy corren ríos de tinta y se
alzan montañas de cuartillas para demostrar que ella, la
globalización, y su política
acompañante el neoliberalismo, constituyen la causa de los
males que nos agobian; pero si nos detenemos en el análisis y buscamos los elementos
esenciales nos damos cuenta de que en nada ellos son
responsables de las desigualdades y los malestares graves y
convulsos de nuestro mundo, al contrario, forman parte de ellos
como resultado del devenir de la humanidad hasta nuestros
días en que los cambios inducen de manera inminente a
saltos cualitativos hacia un orden social, político,
económico y ecológico más justo, acorde
con los sueños y las esperanzas de la gente.
La globalización se centra en el largo
proceso
multisecular de la internacionalización, que tiene
ondas
raíces en la época denominada de Renacimiento,
esa fecunda etapa de la humanidad en que las artes, el comercio, la
música,
la literatura y
las ciencias
florecen y con ellos pueblos y ciudades hasta el surgimiento de
la nación, que cambió el modo de
vida, las personas dejaron de vivir en comunidades, zonas o
regiones relativamente aisladas e independientes para formar
parte de un conjunto mayor de límites
geográficos precisos e identidad
signada por sus símbolos, por su idiosincrasia, por su
lengua
común y su psicología
común que los hace iguales y diferentes a los
demás.
Data de esa época la "Divina Comedia". Hacemos
referencia a esta, entre tantas de gran calado que han llegado
hasta nuestros días, por lo significativo de su mensaje
en ese viaje por el Infierno, el Purgatorio y finalmente el
Paraíso. El devenir de la humanidad, de nuestros
ancestros acá, se parece mucho a la obra de Dante
Aligieri; El milenio que termina mucho tiene que ver con el
paso por el Purgatorio y la llegada al Paraíso;
allí, en el Purgatorio, los castigos no son eternos hay
esperanzas de salvación, se puede alcanzar el
paraíso… la
globalización es el chivo expiatorio.
La globalización se nos ha venido encima como
un fantasma que no encuentra referente en ninguno de los
paradigmas
de nuestro tiempo, cada
quién la ha tomado y adaptado a sus necesidades e
intereses, en este sentido es en el campo económico
donde más éxito
ha tenido porque ha dado cobertura para implementar políticas y establecer modelos de
"desarrollo"
al servicio del
norte. Ella, la globalización, se convirtió en el
vehículo ideal para imponer su dominio, sin
resistencia
aparente, en el tercer mundo; bajo el pretexto de la
objetividad del proceso,
tratan de crear en las masas un estado de
abstinencia favorables para hacerles creer que la cultura y el
bienestar vienen de afuera, del norte, y contra eso no se debe
luchar. Por fortuna esta postura está generando en el
mundo, y particularmente en América
Latina, el efecto contrario. Los pueblos no han perdido las
esperanzas y desde sus raíces se enfrentan al mundo, no
lo desdeñan, lo asumen salvando su yo, contraponiendo su
identidad y
sus valores a
los del otro para enriquecer y enriquecerse, para formar la
gran urdimbre de la cultura
universal.
La idea de lo nacional, en el contexto de la
globalización, debe reformularse; la persistencia del
imperialismo
y la dependencia no significa que nos movamos en el mismo
escenario de principios del
siglo XX ni siquiera en las décadas posteriores a la
segunda mitad de la centuria, significa que los viejos tipos de
vínculos (internacionales) se hallan subsumidos y
atravesados por nuevos (transnacionales):
"… no se dejan pensar desde las transferencias
de categorías y nociones como Estado, partido, sindicato,
movimiento
social, territorio, tradición … Las desigualdades
entre naciones, regiones y estados continúan e incluso
se agravan, pero no pueden ser ya pensadas al margen de la
aparición de redes y alianzas que
reorganizan y subsumen tanto las estructuras
estatales como los regímenes políticos y los
proyectos
nacionales".(4, pág. 65)
De esta misma manera, Milton Santos nos dice: "Por
falta de categorías analíticas y de historia presente seguimos
mentalmente anclados en el tiempo de las
relaciones
internacionales cuando lo que hoy estamos necesitando es
pensar el mundo", (4,pág.63) un mundo en que el poder de las
corporaciones transnacionales (CTN) trasciende las fronteras, y
las relaciones que entre ellas se establecen desdibujan los
límites de la nación y se nos presenta único,
bajo la égida de ese al que José Martí
llamó el norte revuelto y brutal que nos desprecia, pero
como sugiere Milton "… más que unir lo que busca una
globalización enferma es unificar y lo que hoy es
unificado a nivel mundial no es una voluntad de libertad
sino de dominio, no es
el deseo de cooperación sino de
competición…".(5. Pág. 64).
Esa globalización llamada enferma, es la
síntesis
contradictoria entre: fin – comienzo, entre nacimiento –
muerte. En
el desarrollo
del mundo de hoy, en que la ruptura es necesaria, a la
globalización hay que estirparle el lado enfermo para
lograr identificarnos a nosotros mismos, asumir nuestra
especificidad para avanzar en el reconocimiento del otro. Esto
constituye el fundamento de la creación y el
fortalecimiento de una auténtica sociedad global
en la que la repercusión de nuestra identidad y la
aceptación plena frente a otros, permitirá la
convivencia, dándole razón de ser al conocimiento
de la historia
particular de todas y cada una de las culturas conformadoras
del mundo global del nuevo milenio; en otras palabras, es
necesario estar abierto a todo, sin desdeñar ninguna
forma por arcaica o ultramoderna que nos parezca; la
identificación, tanto de nosotros como de los otros, nos
ayudará buscar y reforzar nuestro propio lugar en este
mundo que cada vez se hace más
pequeño.
De manera que, en los tiempos que corren solo nos
queda un elemento en común, algo así como la
tabla de salvación para el náufrago: la cultura
nacional, el yo.
El problema de la autenticidad de lo latinoamericano
está genialmente reflejado en la obra de José
Enrique Rodó "Ariel"; aquí el uruguayo califica
de NORDOMANÍA a la costumbre de copiar modelos
extraños, esta obra es la más contundente
argumentación de los peligros que representa para
América
Latina la tendencia a proyectar su futuro a imagen y
semejanza de los EEUU. El utilitarismo norteamericano no puede
ser el modelo a
generalizar. El cosmopolitismo que hemos de acotar como una
irresistible necesidad de nuestra formación, no excluye,
la fuerza
directriz y plasmante con que debe el genio de la raza
imponerse en la refundación de los elementos que
constituirán al americano definitivo del
futuro.
En América Latina el proceso de apertura
económica se distingue por dos tendencias
contradictorias:
La primera, se marca por la
desintegración social, política y nacional
que está socavando el reconocimiento de lo
latinoamericano en un movimiento
creciente de "neutralización y borramiento de las
señas de identidad
nacional y regional". (2, pág. 6)
La segunda, muy unida a la primera en algo
así como un acto de réplica, se caracteriza por
la reafirmación de nuestra identidad en esa incesante
lucha contra el invasor desde Colón hasta nuestros
días.
Es la equivalencia entre identidad y nación la
que estalla ante la multiculturalidad de la sociedad actual
latinoamericana, porque, por un lado la globalización
disminuye el peso de los territorios, desdibuja las
demarcaciones geopolíticas y los acontecimientos
fundadores que telurizaban y esencializaban lo nacional y, por
otro lado, toda la revaloración de lo local redefine la
idea misma de la nación; porque hoy mirando desde la
cultura mundo la cultura nacional aparece provinciana y cargada
de lastres estatistas y paternalistas; mirada desde la
diversidad de las culturas locales, lo nacional equivale a
homogeneización centralista y acortamiento oficialista.
De modo que es tanto la idea como la experiencia social de
identidad la que desborda los marcos del análisis tradicionalista.
La identidad no puede seguir siendo pensada como
expresión de una sola cultura homogénea; el
monolinguismo y la uniterritorialidad que la primera
modernización heredó de la colonia escondieron la
multiculturalidad de que está hecho lo
latinoamericano.
La identidad en América Latina, en el contexto
de la globalización, debe ser pensada desde la
transculturación que nos dejó Fernando
Ortíz: " Al fin… en todo un abrazo sucede lo que
en la cópula genética de los individuos: la criatura
siempre tiene algo de ambos progenitores, pero también
siempre es distinta de cada uno de los dos". (1, pág.
137)
La globalización ha venido a reafirmarnos, nos
hemos encontrado a nosotros mismos, punto a partir del cual nos
integramos al resto del mundo. Nuestra identidad forjada en la
incansable lucha contra el invasor conformó nuestra
cultura emergida hoy como el "escudo de la
nación".
Para los cubanos la identidad, lo nacional es el
símbolo de rebeldía y de lucha que anima hoy el
espíritu de resistencia de
la nación frente al mundo; nuestra cultura es al alma de
la nación, ha dicho Carlos Martí,
salvándola salvamos nuestra manera de pensar y de ser,
pero no encerrados en una concha, si abiertos al mundo,
dialogando, interpretando, apropiándonos de lo
más valioso de la cultura universal para ganarnos el
derecho a pertenecer y a participar.
La globalización en Cuba no debe
asumirse como el medio para acabar con las diferencias, la
tradición, la memoria
propia, como tampoco debe asumirse desde la abstinencia frente
al futuro sino que hay que tomarla como el momento fecundo para
forjarnos el futuro común que va del individuo a la
colectividad y de la nación a la comunidad
internacional. Nuestro referente no puede ser el
individualismo y la fragmentación, tiene que ser el
humanismo y la
unidad en la diversidad; no dejemos abiertos nuestros
oídos a los cantos de sirenas de la globalización
enferma, conozcámonos a nosotros mismos, encontremos
nuestro lugar en el mundo del siglo XXI, sobre la base de la
unidad forjada en torno a la
diversidad, no se trata de repetir lo mismo sino de ir por
muchos enriquecedores caminos hacia un horizonte común
siempre renovado. Esa unidad exige para nosotros los
cubanos, fortalecer los vínculos intergeneracionales a
fin de vigorizar nuestros esfuerzos en la construcción de un futuro mejor.
Aspiramos a que los jóvenes sean portadores de los
contenidos trascendentes de ese pasado de gloria, y sin copia
ni calco, sino con pasión creativa y heroica asuman los
retos del futuro: Hay que salvar la tradición
antimperialista y patriótica, latinoamericanista y
universal que nos legó José Martí,
válido para hoy y para mañana y que es carne y
hueso de la nación cubana.
Hay que anteponer estos principios a la
globalización pues parece que sus seguidores
"creadores", no han tomado en cuenta que al globalizar la
economía, globalizan también sus
conflictos y
a ellos hay que anteponer la identidad de cada uno como parte
del mundo; identidad, civilización y universalidad,
constituyen el eje de la lucha entre explotados y explotadores.
Es preciso conformar una cultura que sin renunciar a la belleza
estética tenga una fuerte
inspiración de justicia
social y un compromiso ético – moral donde
prime el humanismo, la
defensa de la independencia y la soberanía nacional.
Nosotros, los latinoamericanos y los caribeños
somos pueblos, como se ve, que todavía no son pero que
van a ser. Un proceso civilizatorio declinante destruyó
nuestras matrices y
nos fundió en un inmenso bloque, por ahora, solo
importante por sus 400 millones de habitantes y por ser como un
campo de futbol para el
juego de las
CTN. Otro proceso civilizatorio, emergente, nos transfigura
para que sea mañana una provincia privilegiada de
la tierra,
porque América será libre, próspera y
solidaria ha dicho Darcy Ribeyro.
En este sentido vale recordar las palabras de Exilia
Saldaña en el epílogo a "El
Principito ".
"Un asteroide es nuestra casa, nuestro país.
¡Luchemos siempre porque los hombres de negocios,
los capitalistas, no nos conviertan las estrellas y los
sueños en simples cifras que engrosen sus cuentas
bancarias… preguntando, trabajando, soñando se
puede llegar a las estrellas".(3, pág. 122 –
124)
BIBLIOGRAFÍA
1.-Ortíz Fernando. Contrapunteo cubano del
azúcar y el tabaco.
Editorial de
ciencias sociales. La Habana. 1980.
2.- Ribeiro, Darcy. El dilema de América
Latina. Editorial Orbe. 1982.
3.- Saldaña, Exilia. Epílogo a "El
Principito". Editorial Gente Nueva. La
Habana. 1982.
4.- Calderón, J. Identidades culturales y
globalización. En Revista
"Umbral"
número 8 Abril 1998.Olmedo. España.
5.- Platón.
Carta VII.
En Enciclopedia "Barsa" tomo 12.
6.-Rodó, José Enrique. Ariel. En
Cuadernos de cultura latinoamericana ,
México,1978. No. 19.
7.- Milton Santos: "Espacio, mundo globalizado, pos-
modernidad",
Margen, No.2, Sao Pablo, 2002.
8.- Martí José. Obras Completas.
Editorial Pueblo y Educación. La Habana. 1992.
Autor:
Lic. Onelia Méndez
Jiménez
Profesora Auxiliar del Departamento de Ciencias
Sociales
Lic. Camilo Lovelle Jiménez
Lic. José M. Casado Tamayo
Lic. Eduardo Gutiérrez
Santisteban
Lic. Sabino Alba Martínez
Universidad Médica de Granma