Vínculo en virtud del cual una
persona,
denominada deudor, se compromete a pagar a otra,
denominada acreedor, una suma determinada de dinero o
ciertos bienes y
servicios
específicos. Las deudas se originan normalmente cuando los
acreedores otorgan préstamos a los deudores, que
éstos entonces se comprometen a devolver en cierto plazo y
bajo determinadas condiciones. Entre estas últimas la
más corriente es la que fija la tasa de
interés que habrá de devengar el
préstamo.
Las economías modernas se basan en gran parte
sobre las deudas a corto o largo plazo que contraen los
particulares, las empresas y
el Estado.
Sólo las transacciones de menor cuantía suelen
pagarse en efectivo pues para casi todas las demás se
emplean diversas formas de crédito. Las deudas, por lo general, quedan
legalmente registradas mediante el uso de instrumentos
mercantiles específicos: pagarés, letras de
cambio,
bonos,
etc.
Deuda que contrae el gobierno de un
país. En ella normalmente se incluyen no sólo los
préstamos tomados por el gobierno central
sino también los que contraen organismos regionales o
municipales, institutos autónomos y empresas del
Estado, ya que
los mismos quedan formalmente garantizados por el gobierno
nacional. La deuda
pública suele dividirse en deuda a corto y a largo
plazo, así como en deuda
pública interna, contraída ante acreedores del
país, y deuda pública externa, contraída
ante prestamistas del extranjero.
Es una práctica ampliamente extendida en el mundo
moderno que los Estados gasten, en cada ejercicio, más
dinero que el
que recaudan, debido a los compromisos políticos y
sociales que asumen. Las políticas
keynesianas, por otra parte, que preconizaron presupuestos
deficitarios como medio para activar el crecimiento
económico, han contribuido también grandemente
al endeudamiento de los Estados modernos.
Debido al peso de la deudas contraídas con
anterioridad es frecuente que, entre los gastos del
Estado,
aparezca una considerable partida dedicada al pago de los
intereses y del capital de la
deuda asumida. La inelasticidad de variados gastos fiscales y
la imposibilidad de aumentar la presión
tributaria más allá de cierto punto, suelen llevar
a un círculo de creciente endeudamiento, puesto que a los
gobiernos les resulta imposible hacer frente a tales compromisos
y a los gastos corrientes por medio de los ingresos
ordinarios que perciben.
Los gobiernos buscan por lo general consolidar las
deudas a corto plazo convirtiéndolas en deudas de largo
plazo, más fáciles de gerenciar, pero, en todo
caso, cuando la deuda interna total sobrepasa cierto nivel, se
recurre muchas veces a emisiones suplementarias de moneda
nacional con el objeto de atender estos compromisos. Ello causa,
indudablemente, una presión de
tipo inflacionario, puesto que las nuevas emisiones se producen
sin un respaldo en divisas o en bienes
producidos por el país. En el caso de las deudas externas,
que deben pagarse en dólares o en otras divisas, resulta
imposible recurrir -salvo para los Estados Unidos,
por supuesto- a este conocido expediente. Por tal razón
los países Latinoamericanos -y de otras partes del mundo-
que acumularon en las últimas décadas crecientes
saldos negativos en sus transacciones externas, se vieron
obligados a realizar profundos ajustes en sus economías a
partir de los últimos años de la década de
los ochenta.
Deuda interna" es una parte de la "deuda
pública". La "deuda pública", en general, es la
plata que el Estado
costarricense debe. O sea, la suma de empréstitos o
préstamos que debe (interna o externamente). El Estado
pide plata prestada de distintas maneras. Algunas veces lo hace a
través de instrumentos formales, con bancos o
entidades internacionales o extranjeras, blandas o comerciales.
Otras veces emite bonos o valores, que
coloca en diversos mercados.
En la década de los años setenta,
nuestro Estado se abusó con la deuda externa. En
diversas administraciones se endeudó a más no
poder
(petrodólares, banca comercial y
mil cuestiones más). A finales de dicho decenio el
endeudamiento se hizo por la vía anormal del Banco Central, de
modo que no se conocía la operación en la Asamblea
Legislativa.
En los noventas, en cambio, la
moda ha sido
la "deuda interna", compuesta por infinidad de colocaciones en el
mercado interno,
en forma de bonos o valores que
"reciben" los bancos
comerciales del Estado y que "aceptan" las instituciones
públicas.
Nuestro Estado, en vez de entrar en razón y
determinar qué puede hacer. Se ha encaprichado en hacer de
todo. Para seguir en tal loco afán, ha tenido que
endeudarse hasta las futuras generaciones.
De tal modo, más de una tercera parte del
presupuesto
nacional se dedica al "servicio de la
deuda". No obstante, prácticamente un 40% del presupuesto se
financia con nueva deuda. Es como si una culebra se empezara a
comer ella misma por la cola.
El asunto es que hace como cuatro años hubo
una campaña nacional para combatir la dichosa deuda
interna. Se habló de controlar el gasto
público, de hacer ingeniería financiera (dolarizar la deuda
para que bajaran un tanto los intereses) y de ordenar la casa,
para luego honrar las obligaciones
(impuestos y
venta de activos). El
hecho es que no hemos avanzado nada significativo. Lo que se ha
hecho es rebalancear la deuda pública aumentando la
externa (una especie de dolarización). A final de cuentas seguimos
gastando desordenadamente, endeudándonos y sacrificando el
presupuesto en el servicio de la
deuda.
Ahora el Presidente de la República vuelve al
supuesto dilema de antes: "se aumenta la carga tributaria o hay
venta de activos".
Sin embargo, hay que recordar que la deuda
pública (interna y externa) tiene un origen: el
déficit presupuestario. La causa es un déficit
fiscal
(Estado=Fisco). Si nuestro Estado no entra en razón, todo
se hundirá. Absolutamente todo. Las instituciones
públicas, los mercados
financieros, los fondos de pensiones, la infraestructura, los
servicios y
nuestra sociedad en
general. No seremos los primeros a quienes les pasa tal tragedia.
La historia
está llena de ejemplos. Lástima que parece que el
ser humano no escarmienta en cabeza ajena.
Aquella contraída con entidades o personas del
exterior y que generalmente está denominada en moneda
extranjera. Los pagos por capital e
intereses de las deudas externas implican una salida de divisas y
un aumento de la cuenta de los egresos de la balanza de pagos.
Se contraen deudas externas cuando se financian importaciones,
cuando los gobiernos contraen compromisos con bancos, organismos
internacionales u otros gobiernos, y cuando las empresas
-públicas o privadas- solicitan préstamos para
realizar inversiones o
para otras necesidades. En este último caso es frecuente
que las empresas cuenten con un aval gubernamental que garantiza
la devolución de sus préstamos ante los
acreedores.
Muchos países en desarrollo,
necesitados de capital, contrajeron grandes deudas externas
durante la década de los setenta; cuando a principios de la
década de los ochenta aumentaron bruscamente los intereses
en el mercado mundial
se produjo -en muchos de ellos- una crisis de
pagos, la llamada "crisis de la
deuda". Los grandes compromisos contraídos obligaron a
medidas de saneamiento fiscal, pues
gran parte de la deuda la habían contraído los
gobiernos y las empresas públicas, aplicándose los
fondos a proyectos de
escasa rentabilidad o
muy larga maduración. Hacia mediados de esa década
se comenzaron a aplicar diversos mecanismos para reestructurar la
cuantiosa deuda existente y buscar formas de garantizar su
pago.
Llámase así a la parte de la deuda
pública contraída a muy corto plazo mediante bonos
y letras del tesoro, y que se va renovando continuamente. La
deuda flotante está en general en manos de los bancos e
inversionistas nacionales o extranjeros. Los compromisos
contraídos a corto plazo presionan a los gobiernos a
emitir nuevos títulos, generando así un
círculo de endeudamiento que, cuando no existen ingresos de la
misma magnitud, lleva normalmente a la emisión de moneda
inorgánica y, por ende, a la
inflación.