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Inmigración y literatura: los vascos



    Inmigración y literatura: los
    vascos

    1. Memorias
    2. Novelas
    3. Cuentos
    4. Teatro
    5. Periodismo
    6. Notas

    En esta monografía
    me refiero a la inmigración vasca que llegó a
    América, vista por escritores de diversas
    nacionalidades.

    "Desde la época de Rosas se anota
    una constante pero limitada inmigración española, procedente del
    País Vasco, Galicia y las Islas Canarias" (1). "La salida
    de hidalgos segundones y gente acomodada cuando la
    emigración no era aún masiva, ha servido de apoyo a
    planteamientos como el que la emigración desde las
    provincias del norte de España
    excepto Galicia, no se debía a la falta de trabajo, ni a
    causa alguna física o
    económica, a diferencia de muchos levantinos que emigraban
    a causa de su miseria y que muchos emigrantes vascos,
    santanderinos y asturianos suelen llevar pequeños
    capitales y una formación cultural adecuada"
    (2).

    "Recién la última década del siglo
    será testigo de un desembarco masivo, especialmente de
    gallegos, vascos, asturianos y catalanes" (3).
    Refiriéndose a los años 1880-1900, afirma Guillermo
    Scarfo: "En el País Vasco, estas dos décadas son
    fruto de lo sucedido a nivel político en años
    anteriores, donde las luchas Carlistas habían arrasado con
    el Régimen foral. Los fueros son leyes que, en el
    caso de los vascos, son creadas y legitimadas por el que las goza
    con facultad libre y soberana, siendo códigos de la
    "Nación"
    Vasca, y de carácter
    "intangible", representando un cuerpo legal autónomo,
    aunque con influencia de antiguos derechos, tomados del
    contacto que tuvieron ellos con otros pueblos. Es lógico,
    por tanto, que el carácter
    centralista impuesto por la
    política
    dictada desde Madrid, implicaba no sólo un sojuzgamiento a
    nivel económico, ya que lo recaudado iba a parar a las
    arcas del Gobierno Central,
    sino también a nivel del habitante de estas tierras, ya
    que estas guerras
    señaladas más arriba implicaban que se reclutara
    por largos períodos a los jóvenes vascos, a los
    cuales la perspectiva de emigrar era la única forma de
    evitar cumplir con la conscripción".

    "Por otro lado –agrega-, se consolidó
    también el proceso de
    industrialización dado en décadas anteriores, algo
    que va a ser también factor de emigración de muchos
    pobladores del área rural hacia América, ya que los mismos se
    resistían a ser tomados como mano de obra en las industrias que
    comenzaban a emerger en ciudades vascas, y además, sus
    puestos empezaban a ser ocupados por habitantes venidos de
    diversos puntos de la Península".

    "Dentro de este marco, también conviene destacar
    el gran desarrollo
    alcanzado por el ferrocarril en el País Vasco, con
    líneas que recorrían en forma comercial o militar
    variadas regiones y valles de los territorios. Esto no
    sólo permitió una mayor circulación por el
    País, sino que permitió que hubiera un incremento
    en el contacto entre pueblos. En un comienzo, este hecho fue
    aprovechado por los agentes de inmigración (legales o
    clandestinos) para ‘reclutar’ a muchos vascos y
    vascas en la empresa de
    ‘hacerse la América’. Pero, luego
    potencializó la formación de redes de relaciones sociales
    que movilizaron a las cadenas migratorias" (4).

    "Generalmente los vascos casi no utilizaron el Hotel de
    Inmigrantes, del que se podía ser huésped por ocho
    días, ya que frecuentemente venían consignados,
    siendo muy jóvenes (12 o 14 años) a parientes o
    compadres que los estaban esperando" (5).

    "Los vascos, legendario y antiquísimo pueblo de
    Europa, se
    dedicaron a nuestro campo con empeño singular, como
    ganaderos, tamberos y fruticultores. La figura del vasco tambero
    integra nuestra más pura tradición nacional. (…)
    Arana, Aguirre, Irigoyen, Elortondo, Iraola, Anchorena, Urquiza,
    Alzaga, Atucha, Elizalde, Ezcurra, Gorostiaga, Casares,
    Uribelarrea, Azcuénaga, Udaondo, Olazábal,
    Madariaga, Guerrico, Anasagasti: son todos apellidos
    españoles de origen vasco, ligados a la historia del campo
    argentino" (6).

    ¿Cómo se los vio, de un lado y del otro
    del mar? Los escritores los evocan en memorias,
    obras literarias y artículos
    periodísticos.

    Memorias

    En el 80, en la Argentina, la
    autobiografìa surge como el "lugar donde se expresa lo
    particular, lo curioso, lo diferenciador, lo propio de un sector
    social" (7); este sector es el de la clase dirigente, grupo que se
    caracteriza por haber sido educado con una gran influencia de la
    cultura
    europea, particularmente francesa (8). Cobra gran importancia la
    evocaciòn de la vida "vulgar", calificativo que abarca
    tanto la vida cotidiana, real, como los comportamientos
    censurados por la moral
    corriente (9).

    La autobiografìa se caracteriza, en este
    perìodo, por asumir el aspecto de la charla social
    (causserie), de la anècdota, y por la frecuente
    utilizaciòn de citas que remiten a lecturas extranjeras.
    En las obras autobiogràficas de los hombres del 80 aparece
    como modelo el
    "hombre de
    mundo", que conjuga en sì mismo muy diversas facetas. Como
    consecuencia del impacto de la inmigraciòn, aparecen
    "evocaciones nostàlgicas de tiempos màs austeros" y
    "descripciones costumbristas con toques
    moralizantes".

    Susana Zanetti destaca que "la actitud de
    nostalgia, de reminiscencia, de regreso al pasado, es una
    constante del 80"; Juvenilia, de Miguel Cané, presenta -a
    su criterio- "un melancòlico contrapunto entre la adolescencia
    despreocupada de ayer y el hombre
    maduro de hoy. Aùn asì, la evocaciòn tiende
    generalmente a las anècdotas festivas, alegres". En la
    obra advierte ciertas semejanzas con David Copperfield, de
    Charles Dickens, pero la diferencia de la obra inglesa el hecho
    de no entrañar denuncia ni afàn
    testimonial.

    El tema del fracaso generacional està
    encarnado en la suerte corrida por los condiscìpulos;
    algunos han muerto, otros se encuentran empleados con sueldos de
    hambre, sòlo unos pocos se destacan. Esta actitud surge
    de lo que la ensayista denomina "doble melancolìa" frente
    al pasado y frente al povenir (10).

    Miguel Canè nos ha dejado en varias obras
    testimonio de su visiòn de los inmigrantes. En Juvenilia,
    a las figuras del grotesco enfermero italiano y los temibles
    quinteros vascos, contrapone la grandiosidad del profesor Amadeo
    Jacques, sìmbolo de la inmigraciòn anhelada por los
    hombres del 80.

    En sus memorias
    relata que los estudiantes encontraban diversas distracciones en
    la quinta de Colegiales; una de ellas, vinculada a unos
    inmigrantes. "En la Chacarita estudiàbamos poco, como era
    natural; podìamos leer novelas
    libremente, dormir la siesta, salir en busca de camuatìs y
    sobre todo, organizar con una estrategia
    cientìfica, las expediciones contra los
    ‘vascos’ ".

    Describe el escenario y las virtudes de la fruta de
    esos quinteros: "Los ‘vascos’ eran nuestros vecinos
    hacia el norte, precisamente en la direcciòn en que los
    dominios colegiales eran màs limitados. Separaba las
    jurisdicciones respectivas un ancho foso, siempre lleno de
    agua, y de
    bordes cubiertos de una espesa planta baja y bravìa.
    Pasada la zanja, se extendìa un alfalfar de una media
    cuadra de ancho, pintorescamente manchado por dos o tres
    pequeñas parvas de pasto seco. Màs allà
    (…) en pasmosa abundancia, crecìan las sandìas,
    robustas, enormes, (…) allì doraba el sol esos
    melones de origen exòtico (…) No tenìan rivales
    en la comarca, y es de esperar que nuestra autoridad sea
    reconocida en esa materia. Las
    excursiones a otras chacras nos habìan siempre producido
    desengaños, la nostalgia de la fruta de los ’vascos
    nos perseguìa a todo momento, y jamàs vibrò
    en oìdo humano en sentido menos figurado, el famoso verso
    de Garcilaso de la Vega".

    Se refiere a la disposiciòn anìmica de
    esos inmigrantes: "Pero debo confesar que los
    ‘vascos’ no eran lo que en el lenguaje
    del mundo se llama personajes de trato agradable. Robustos los
    tres, àgiles, vigorosos y de una musculatura capaz de
    ablandar el coraje màs probado, eternamente armados con
    sus horquillas de lucientes puntas, levantando una tonelada de
    pasto en cada movimiento de
    sus brazos ciclòpeos, aquellos hombres, como todos los
    mortales, tenìan una debilidad suprema: ¡amaban sus
    sandìas, adoraban sus melones!"

    Dos veces hurtaron fruta los adolescentes
    sin ser vistos. La tercera, "detràs de una parva, un vasco
    horrible, inflamado, sale en mi direcciòn, mientras otro
    pone la proa sobre mi compañero, armados ambos del
    pastoril instrumento cuyo solo aspecto comunica la ingrata
    impresiòn de encontrarse en los aires, sentado
    incòmodamente sobre dos puntas aceradas que penetran…
    (…) ¡cuàn veloz me parecìa aquel vasco,
    cuyo respirar de fuelle de herrerìa creìa sentir
    rozarme los cabellos! (…) aquel hombre
    terrible meyado en su tridente, empezò a injuriarme de una
    manera que revelaba su educaciòn sumamente descuidada.
    (…) Me tendì en la cama y, mientras el cuerpo reposaba
    con delicia, reflexionè profundamente en la velocidad
    inicial que se adquiere cuando se tiene un vasco irritado a
    retaguardia, armado de una horquilla" (11).

    Baldomero Fernández Moreno incluyó en
    Guía caprichosa de Buenos Aires la
    página "El vasco lechero en el café",
    en la que dice: "he aquí que al hilo del mostrador aparece
    un vasco lechero, la cara rosada, con dos parches más
    rojos pegados en las mejillas, la boina encasquetada, la blusa
    rizada, que no todo ha de ser fortaleza y agresividad; las
    piernas combadas, las alpargatas silenciosas, y el tarro en la
    mano como si blandiera un arma o un guijarro listo para ser
    proyectado en la cara lisa y cosmopolita del
    ‘barman’. Y con el vasco lechero entra también
    el campo, un aire duro y
    frío y un trébol. Un trébol precisamente que
    se labra un espacio verde en el ambiente gris
    y que yo veo con toda nitidez" (12).

    Carlos Ibarguren describe, en La historia que he vivido, el
    Buenos Aires
    de su infancia, en
    la década de 1880. En ese entonces, "en los barrios
    residenciales veíanse de mañana a los lecheros,
    casi todos vascos, que llevaban en los costados de su cabalgadura
    sus clásicos tarros de latón, o a los que arriando
    algunas vacas con sus mamones, al son tintineante de un cencerro,
    ofrecían leche
    recién ordeñada" (13).

    Novelas

    "En 1911, cuando Pío Baroja no había
    cumplido aún los cuarenta años, publicó El
    árbol de la ciencia y
    antes Las inquietudes de Shanti Andía: puede decirse que
    estas dos obras corresponden a la fase más fuerte de su
    capacidad inventiva", dice Julio Caro Baroja. A Las
    inquietudes…, que inicia la trilogía denominada El mar,
    le siguieron El laberinto de las sirenas (1923) y dos novelas que en
    realidad debían formar sólo un volumen, Los
    pilotos de altura (1929) y La estrella del Capitán
    Chimista (1930).

    "El mar fue, pues, para Pío Baroja, fuente de
    inspiración primordial –agrega el
    antropólogo-, cosa no muy común entre los
    escritores de lengua
    española o castellana, como en varias ocasiones se ha
    hecho constar. (…) Pío Baroja tenía muchas
    razones vitales para sentirse atraído por el mar, dejando
    aparte alguna, casi metafísica, que no viene al caso analizar
    ahora". "El haber nacido junto al mar me gusta
    –escribió el novelista en sus Memorias-, me ha
    parecido siempre como un augurio de libertad y de
    cambio"
    (14).

    Al publicarse esta primera obra de tema marino,
    escribió Azorín en El pueblo vasco, de San
    Sebastián: "Las inquietudes de Shanti Andía,
    último libro de
    Baroja, es uno de los mejores que el ilustre novelista ha
    publicado. Nada hay en nuestra lengua que
    supere esas soberbias, maravillosas páginas en que
    describe el mar y las costas vascas. Esa novela es el
    libro del mar
    y del pueblo vasco. Ni mejor guía
    ‘sentimental’ de Vasconia ni más hondo y
    delicado canto en su honor" (15).

    En esta novela,
    protagonizada por un marino, presenta Baroja a varios indianos.
    Se les llamaba así a quienes procedían de las
    Indias Occidentales (América), pero especialmente a
    aquellos que regresaban a España
    enriquecidos luego de muchos años en el Nuevo Continente.
    Los diversos pasajes en que describe a estos personajes nos
    permiten notar que no sentía por ellos, ciertamente,
    simpatía, en parte por su condición de
    comerciantes, pero también por su ignorancia y
    presunción. Remitámonos a los
    fragmentos.

    Cuenta Andía: "Venía en el barco un
    indiano vascongado que se embarcó en Buenos Aires en mi
    barco. En todo el viaje de América a Europa no se
    atrevió a hablarme. Debía de ser un hombre muy
    tímido. Luego, en el vapor que nos llevaba a Bayona, se
    acercó a mí y hablamos. Había pasado
    veinticinco años en las pampas hasta enriquecerse. No
    tenía familia y no
    sabía qué hacer ni donde fijar su
    residencia".

    No explica cómo había hecho su fortuna el
    vascongado, mas sí lo hace en relación con otro
    indiano, a quien desprecia: "Contaba una criada de mi casa, la
    Iñure, que un indiano rico de su pueblo, ex negrero, que
    estaba muy incomodado porque su hijo quería casarse con
    una muchacha pobre, hizo a la chica esta advertencia: Yo, como
    tú, no me casaría con mi hijo. Ten en cuenta que yo
    he sido negrero y que en mi familia ha habido
    personas que fueron ahorcadas. -Eso no importa
    –contestó la muchacha-. Gracias a Dios, en mi
    familia ha habido también muchos ahorcados. Realmente,
    esta muchacha discurría muy bien".

    Los indianos se reúnen en determinadas
    poblaciones, y evidencian una manera original de ostentar sus
    logros: "En todos los puertos de mar, constituidos casi siempre
    por una población advenediza y aventurera, se forma
    un espíritu aristocrático endiablado. En las
    ciudades arcaicas y tradicionales los individuos que creen formar
    parte de la aristocracia alegan los prestigios de la clase con
    más o menos razón; en las ciudades modernas ya no
    es la clase solamente lo que se defiende, sino el matiz.
    Así sucede que Bilbao o Buenos Aires, Manila o Barcelona,
    tienen más prejuicios de casta que Toledo, Burgos o
    León. En Lúzaro, en pequeño, ocurre lo
    propio desde que se ha llenado de indianos y de gente
    forastera".

    A Baroja, tan amante de lo vasco, le molestaba
    profundamente la invasión de esta gente, que
    ejercía una profesión para él detestable:
    "El comerciante, que en general, procede de la parte más
    turbia de la sociedad,
    necesita, ya que no puede decir que sus abuelos estuvieron en la
    conquista de Jerusalén, demostrar que su escritorio es
    algo sagrado y que todos sus pequeños útiles y
    procedimientos
    de robo constituyen ejecutoria de nobleza".

    Este grupo social
    tiene, asimismo, un punto de reunión: "Me contaron el
    proceso de
    este conflicto
    familiar entre Recalde y la Cashilda, en la relojería de
    Zapiain, que era el mentidero de las personas pudientes del
    pueblo. Mi tío, el viejo Irizar, fue el que me
    llevó allí. Todavía no se había
    fundado el casino de Lúzaro, que, después, de una
    época de pedantería y de esplendor, quedó
    reducido a una reunión soñolienta de indianos y de
    marinos retirados" (16).

    En 1910 aparece César o nada, primer volumen de la
    trilogía Las ciudades, que integran asimismo El mundo es
    ansí (1912) y La sensualidad pervertida (1920). En estas
    novelas, como en tantas otras, se advierte una de las características de Baroja, señalada
    por el hispanista Donald Shaw, quien destaca que el
    académico sentía predilección "por saturar
    sus historias de personajes menores, que atraviesan la escena,
    animando la atmósfera con sus
    comentarios, opiniones, y a veces, dramas, pero siempre
    dándole vida con su mera presencia. Estos extras forman un
    círculo exterior de humanidad en torno al
    personaje principal y a sus compañeros inmediatos. Tomados
    generalmente de la vida, pueden existir simplemente por su propio
    interés
    humano intrínseco. Normalmente personifican actitudes de
    grupos
    sociales a quienes Baroja quería atacar directamente,
    o caricaturizar satíricamente. En el primer caso, los
    presenta llanamente, como individuos despreciables y
    desagradables. En este grupo están muchos de los parientes
    y familiares de sus héroes y heroínas"
    (17).

    En César o nada aparece nuevamente su
    aborrecimiento por los indianos, encarnado esta vez en un
    personaje que "estudiaba en el colegio de Escolapios del pueblo y
    después ingresaba en el seminario de
    Tortosa". El alumno dejaba mucho que desear: "No se
    distinguió allí por su inteligencia
    ni por su buena conducta; pero a
    fuerza de
    tiempo y de
    recomendaciones, pudo ordenarse y decir misa en
    Villanueva".

    Sin embargo, "La sangre inquieta
    del padre bullía en él: era juerguista, brutal y
    pendenciero. Como en el pueblo la vida le era difícil, se
    marchó a América, dispuesto a ahorcar los
    hábitos. No debió encontrar entre los seglares
    grandes horizontes, porque unos meses después profesaba, y
    diez o doce años más tarde volvía a
    España, como superior de la Orden, a un convento de la
    provincia de Castellón. Francisco Guillén
    había cambiado de nombre, y se llamaba fray José de
    Calasanz de Villanueva".

    Traía del Nuevo Mundo un bagaje de inmoralidades:
    "Fray José de Calasanz, al volver de América,
    había aprendido, si no de cánones, algo más
    de la vida que en sus primeros años de cura, y se
    había hecho un hipócrita redomado. Sus pasiones
    eran de una violencia
    extraordinaria, y, a pesar de su habilidad para disimularlas, no
    podía ocultar del todo su fondo de barbarie".

    En otro pasaje de la novela, varios
    personajes se alegran de que en el hotel en el que se hospedan se
    sienten muy a gusto, pues no hay "americanos, ni alemanes, ni
    demás bárbaros". Otro de los personajes afirma que
    su mujer, americana,
    "está cada día más europeizada, y ya no le
    gusta la elegancia demasiado estrepitosa de sus paisanos". Sobre
    esta misma mujer y otras
    como ella, asevera el protagonista: "El peso de la
    tradición será fatal para la industria y
    para la vida moderna, pero es lo único que crea esa
    espiritualidad de los países viejos. Estas americanas
    tienen, ¿quien lo duda?, inteligencia,
    belleza, energía, arranques simpáticos; pero les
    falta esa cosa especial creada por los siglos: el
    carácter" (18).

    En La sensualidad pervertida también son las
    mujeres el objeto de las críticas barojianas. El
    protagonista visita a una familia que le causa muy mala
    impresión: "Una casa donde me recibían amablemente
    era la de un americano, condiscípulo de mi padre, de
    niño, en Vergara. Este señor se llamaba Alpizcueta,
    y era un pobre hombre, bueno, débil y sin ningún
    carácter. Se hallaba dominado por su mujer, una americana
    despótica y altanera; tenían un hijo y dos hijas.
    El hijo era negado, de lo más incomprensivo que pudiera
    imaginarse, tonto, soberbio, caprichoso, rubio y con cara de
    negro; las hijas habían salido como la madre: altas,
    fuertes, guapas, voluntariosas y mandonas".

    El joven "no simpatizaba ni con la madre ni con las
    hijas. Ellas creían que habían traído toda
    la sabiduría en su equipaje de América, y que el
    conjunto de sus conocimientos acerca de la vida era tan grande
    que no podían añadir una partícula
    más. No notaban los valores
    que hay en los países viejos. Para ellas, un museo, una
    iglesia, un
    libro, no eran nada al lado de unos rebaños de vacunos o
    de algunas hectáreas de terreno". No obstante, a las
    casaderas no les faltaban pretendientes: "Solían aparecer
    varios jóvenes en la casa de Alpizcueta, porque las
    americanas tenían fama de ricas" (19).

    Cuando a Martín Zalacaín le aconsejaban ir
    a la escuela,
    él exclamaba: " -¿Yo a la escuela? Yo me
    iré a América o me iré a la guerra" (20).
    No se decidió por el primero de estos proyectos. De un
    personaje dice en El árbol de la ciencia:
    "estuvo de médico militar en Cuba, y se
    acostumbró a beber de una manera terrible. Alguna vez le
    he visto, y me ha dicho: ‘Mi ideal es llegar a la cirrosis
    alcohólica y al generalato’ " (21). Son otros
    personajes que tuvieron en sus mentes la aventura
    trasatlántica. No la concretaron o volvieron derrotados.
    Sin embargo, es por estos por quienes el novelista siente
    aprecio, y no por los indianos a los que se ha referido
    reiteradamente.

    La aversión que siente por los indianos se
    relaciona con la que siente por los hispanoamericanos. A criterio
    de Eugenio Matus, "Aunque no manifestada con tanta frecuencia ni
    de manera tan sistemática (…), es esta antipatía
    lo suficientemente clara como para que merezca recordarse (…).
    Dejando de lado os exabruptos, ¿qué es, en esencia,
    lo que advierte en nosotros que le molesta? ‘lo que a
    mí me irrita de los hispanoamericanos –dice en Las
    horas solitarias- es lo mal que legitiman su modernidad. No
    son capaces de crear una Universidad
    espacializada ni de tener grandes industrias,
    grandes inventores o grandes ingenieros, ni de lanzar una
    utopía al mundo; son negociantes en pequeño, y
    cuando quieren hacer algo espiritual hacen versos o transcriben
    una sociología traducida del
    francés’. Esto es lo que le molesta a Baroja: la
    incapacidad que él cree advertir en nosotros para ser
    realmente lo que somos, pueblos jóvenes; dicho de otro
    modo, le molesta nuestra ‘inautenticidad’
    ".

    "Baroja, hombre entusiasta del porvenir, que quisiera
    ver a su patria libre de las tareas tradicionales que tiene como
    país viejo y que son las que le impiden dar el gran salto
    hacia el furturo, no comprende que hombres de un continente nuevo
    carezcan del empuje que es natural suponer en ellos, y se
    contenten con usufructuar perezosamente de la cultura de la
    vieja Europa". (…) Conviene, en todo caso, señalar que
    el origen de esta antipatía suya por los hispanoamericanos
    hay que buscarlo más que en un conocimiento
    cabal del fenómeno histórico que representa
    Hispanoamérica, en el trato personal del
    novelista con escritores y artistas hispanoamericanos de comienzo
    de siglo, radicados en París o en Madrid, en los cuales
    advirtió, casi sistemáticamente, características humanas y literarias
    antagónicas a las suyas" (22).

    En 1884, en el periòdico Sud
    Amèrica
    se publica como folletìn La gran aldea,
    obra que Lòpez dedica a Miguel Canè, su "amigo y
    camarada". "El subtìtulo de La gran aldea, "Costumbres
    bonaerenses", previene ya las caracterìsticas del realismo a que
    recurrirà su autor, Lucio Vicente Lòpez
    (1848-1894): una actitud crìtica, no disolvente sino
    reformista, encaminada a registrar tipos y hàbitos de una
    sociedad, y a
    poner de relieve
    algunos de entre ellos mediante el sarcasmo, la ironìa o
    la simple caricatura. (…) la propuesta fundamental de La gran
    aldea es la de demostrar que el Buenos Aires provinciano de 1860
    pervive en el Buenos Aires cosmopolita de 1880, que la clase
    social que manejaba sus destinos en la època de
    Pavòn continuaba controlando los hilos de la
    polìtica y de las finanzas y
    dando el tono de la sociabilidad en la època del alumbrado
    a gas y de los
    tranvìas a caballo" (23).

    "Aunque esperanzada con el potencial talento literario
    del autor, ya en el momento de su publicaciòn la
    crìtica fue en general adversa con la novela, pero
    ùtil, segùn Lòpez, porque ‘ha
    despertado la curiosidad y me ha favorecido la venta’. En
    ella pesa màs la crònica que la densidad
    literaria -Rojas la ve ‘inferior a su fama’-, y
    asì parece haber sido desde que se publicò: en su
    època influyeron tanto su calidad de
    instrumento de lucha polìtica e ideològica como el
    hecho de ser una novela en ‘clave’, por la que
    desfilaban las figuras del dìa (Mitre, Sarmiento,
    Avellaneda, etcètera); en nuestros dìas pesa el
    valor
    testimonial, intenciòn que ya proclama el autor desde el
    subtìtulo (Costumbres bonaerenses), que permite rastrear
    el pasaje de un Buenos Aires ‘patriota, semisencillo,
    semitendero, semicurial y semialdea’, a la ciudad
    ‘con pretensiones europeas’ en diversos registros: en lo
    urbano, con la transformaciòn de la ciudad que es
    màs modernizaciòn que ampliaciòn, con la
    incorporaciòn a la vida cotidiana del gas de alumbrado,
    el tranvìa, las nuevas formas de la arquitectura y la
    decoraciòn; en lo social, con el advenimiento de las
    nuevas burguesìas, el gallego sirviente al lado del
    mulaterìo, la desapariciòn del tendero criollo; en
    lo polìtico, con la consolidaciòn del roquismo, que
    impone la unificaciòn del paìs desde el poder central
    –y desde la ciudad capitalizada- y las tensiones que eso
    provoca; en lo econòmico, con el pasaje de los buenos
    tiempos del Estado de
    Buenos Aires al manejo financiero que culminarà con la
    crisis de
    1890; en lo religioso, con el progresivo avance del laicismo
    estatal y la nueva religiòn de la burquesìa; en lo
    literario, con el pasaje del Romanticismo al
    Realismo y al
    teatro ligero
    francès…" (24).

    López relata cómo trataba a sus clientas
    vascas uno de aquellos tenderos criollos: "Entre los
    prìncipes del mostrador porteño, el màs
    cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran
    tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero
    adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador.
    No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo
    el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de
    madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la
    piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos
    Aires, a la piràmide misma le habrìa disputado ese
    derecho".

    Describe la estrategia del
    tendero para dirigirse a su clientela: "Don Narciso subìa
    o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la
    parroquiana: dominaba toda la escala;
    poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto
    de la època y daba el do de pecho con una dama para dar el
    sì con una cocinera".

    "Los tratamientos variaban para èl segùn
    las horas y las personas. Por la mañana se permitìa
    tutear sin pudor a la parda o china criolla
    que volvìa del mercado y entraba
    en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba
    llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si
    èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana,
    extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el
    ‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento
    de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la
    mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn
    de francès que èl sabìa balbucir, era
    irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban
    entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y
    madama, segùn la edad dela gringa, como èl la
    llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes" (25).

    Eduardo Belgrano Rawson evoca, en Noticias secretas de
    América, a los inmigrantes vascos: "Cantabas un himno
    más light, como regía desde principios de
    siglo. Lo habían lijado un poco. ¿Qué otra
    cosa podían hacer? Necesitaban cortarla con los insultos,
    como explicó en su momento un operador del Ministro.
    ‘Tigres sedientos de sangre’ y
    todo eso. Culpa del himno el embajador no pisaba la presidencia,
    sobre todo los 9 de julio. A decir verdad, tampoco mostraban
    mucho aspecto de tigres los vascos y los gallegos que
    desembarcaban todos los días frente al Hotel de
    Inmigrantes, pero ésta era otra cuestión"
    (26).

    Cuentos

    Elizabide el Vagabundo "Había gastado casi
    entero su escaso capital en sus
    correrías por América, de periodista en un pueblo,
    de negociante en otro, aquí vendiendo ganado, allá
    comerciando en vinos. Estuvo muchas veces a punto de hacer
    fortuna, lo que no consiguió por indiferencia. (…)
    Ultimamente se había encontrado en una estancia del
    Uruguay, y
    como Elizabide era agradable en su trato y no muy desagradable en
    su aspecto, aunque tenía ya sus treinta y ocho
    años, el dueño de la estancia le ofreció la
    mano de su hija, una muchacha bastante fea, que estaba en amores
    con un mulato. Elizabide, a quien no le parecía mal la
    vida salvaje de la estancia, aceptó, y ya estaba para
    casarse cuando sintió la nostalgia de su pueblo, del olor
    a heno de sus montes, del paisaje brumoso de la tierra
    vascongada. Como en sus planes no entraban las explicaciones
    bruscas, una mañana, al amanecer, advirtió a los
    padres de su futura que iba a ir a Montevideo a comprar el regalo
    de bodas; montó a caballo, y luego en el tren,
    llegó a la capital, se
    embarcó en un transatlántico, y después de
    saludar cariñosamente la tierra
    hospitalaria de América, se volvió a
    España". Cuando volvió, lo recibieron con
    desdén: "Cuando corrió por el pueblo la voz de que
    no sólo no había hecho dinero en
    América, sino que lo había perdido, todo el mundo
    recordó que antes de salir de la aldea, ya tenía
    fama de fatuo, de insustancial y de vagabundo"
    (27).

    En la provincia de Buenos Aires se afinca el
    protagonista de un cuento de
    Arturo M. García: "Don Javier Echegaray y Tarragona,
    oriundo de San Sebastián en el país vasco y como su
    nación,
    fuerte de temperamento, férrea voluntad, constante en
    el trabajo y
    perseverante en sus ideas había llegado a la Argentina a los
    doce años con unas ansias inconmensurables de hacerse la
    América. Recaló en Buenos Aires, pero la ciudad que
    crecía no le brindaba muchas ilusiones y esperanzas, eran
    los resabios de la generación del 80 con su crisis
    económica, financiera y social y Javier evocando las
    praderas vascuences y las montañas pirenaicas, solo, se
    exilió de nuevo. Viajaba como linyera en trenes de carga
    hacia el Sur, comenzó a admirar las extensas pampas, se
    asombraba contemplando la cantidad de ganado pastando a la vera
    de los rieles del ferrocarril, asentándose por fin como
    peón en las regiones de Pigüé, Coronel
    Suárez y Saavedra. Trabajó mucho y fuerte,
    ahorró dinero y junto
    con las pocas pesetas que le mandaban los tíos desde la
    patria, fue haciendo un capital que le permitió comprar
    primero unas pocas hectáreas, luego más terrenos,
    una granja después y por fin una estancia en la zona de
    Tornquist" (28).

    Poesía

    Leopoldo Lugones, en "la ‘Oda a los ganados y las
    mieses’ muestra una
    expansión jubilosa en la exaltación de la tierra, los
    hombres y los frutos, sin rehuir prosaísmos certeros de
    cordial resonancia. Desde el diálogo
    pintoresco que sitúa con felicidad en su medio al criollo
    o al extranjero hasta el cuadro familiar a veces íntimo y
    conmovido de recuerdos, Lugones hace explícita una
    convivencia con el mundo humano, animal o de humildad
    biológica que sorprende por la extrema y sutil observación. Hay ternura y gracia en el
    diminutivo y las imágenes
    justas multiplican ante el lector la hirviente variedad de ese
    vivo universo"
    (29).

    Canta al vasco: "¡Oh alegre vasco matinal, que
    hacía/ Con su jamelgo hirsuto y con su boina/ La entrada
    del suburbio adormecido/ Bajo la aguda escarcha de la aurora!:/
    Repicaba en los tarros abollados/ Su eclógico
    pregón de leche gorda,/
    Y con su rizo de humo iba la pipa/ Temprana, bailándole en
    la boca,/ Mezclada a la quejumbre del zorzico/ que gemía
    una ausencia de zampoñas./ Su cuarta liberal tenía
    llapa,/ Y su mano leal y generosa,/ Prorrogaba la cuenta de los
    pobres/ Marcando tarjas en sus puertas toscas" (30).

    Teatro

    Año 1872. "Tandil era una pequeña
    ciudad al pie de la sierras ubicada cerca de un río con
    muchas cascadas a la sombra de sauces y álamos y con una
    cantidad de molinos harineros. (…) En las primeras horas del
    Año Nuevo, cuando la ciudad todavía dormía,
    entraron los rebeldes, no encontraron ni guardias ni
    policías y rápidamente ocuparon y cercaron la plaza
    principal. (…) En medio de gritos y alaridos, como una
    ‘horda de salvajes’, según palabras de un
    observador, la banda de entre cuarenta y cinco y cincuenta
    hombres abandonó la ciudad a caballo", para realizar la
    masacre. "Después de abandonar la pulpería, los
    atacantes se dirigieron a la estancia de Ramón
    Santamarina, el acaudalado inmigrante vasco cuya ejecución
    marcaría el momento culminante de la operación.
    Como no encontraron señales de su presa, hicieron una
    pausa para tomar mate y cambiar los caballos. Dejaban a sus
    espaldas un itinerario manchado con la sangre de treinta y seis
    cuerpos: dieciséis franceses, diez españoles, tres
    británicos, dos italianos y una cantidad de argentinos,
    víctimas de una identificación
    equivocada".

    "A las cinco de la mañana, José Ciriaco
    Gómez, comandante de la Guardia Nacional en Tandil,
    encabezó una tropa de guardias y otros ciudadanos para
    perseguir a los asesinos, siguiendo las huellas dejadas por los
    cadáveres de cocheros y pulperos, británicos y
    vascos. La partida alcanzó los cuarenta hombres con
    refuerzos de la Guardia Nacional y a las diez de la mañana
    encontraron a los asesinos, treinta y dos en ese momento, en la
    estancia de Santamarina. (…) Entre los detenidos se encontraba
    Solané; sin embargo, él no había participado
    en la acción y negó tener algún conocimiento
    sobre ella. (…) Cinco días más tarde, la noche
    del 5 de enero, se lo encontró muerto de un balazo en la
    celda en circunstancias misteriosas, después de permanecer
    callado sobre todo el asunto" (31).

    Este episodio ha sido llevado al teatro. Escribe
    Angela Blanco Amores de Pagella: "Dentro de las piezas de
    carácter popular, con personajes gauchescos, es necesario
    considerar una obra larga, verdadero antecedente de la corriente
    gauchesca de teatro que se afirma con Juan Moreira y su tema de
    la injusta situación del gaucho en la sociedad de
    entonces. Se trata de la obra titulada Solané, de
    Francisco Fernández, escrita en 1872, el mismo año
    de la aparición de Martín Fierro".

    Sobre el desafortunado mestizo que da título
    al drama, escribe: "El protagonista de esta obra es
    Jerónimo Solané, un chileno hijo de una araucana y
    un francés, que existió en la realidad y que
    llegó a los pagos de Tandil con fama de curandero. El
    asunto se refiere a un hecho real: el asesinato de un comerciante
    de Tandil fue atribuido injustamente a Solané
    (…)Solané fue preso, pero no se le pudo probar nada.
    Entonces fue muerto a través de los hierros de la ventana
    de la prisión".

    A criterio de la ensayista, "lo que fundamentalmente
    da importancia a esta obra no es el hecho episódico que en
    ella se trata, sino las intenciones del autor que, según
    lo escrito por él mismo, se propone revelar la causa de
    la muerte de
    Solané citando hechos y sobre todo analizando el medio
    sociológico, histórico y político,
    situación de la campaña ante el caudillismo y
    anulación del sufragio libre" (32).

    Luis Ordaz considera que el drama "posee un indudable
    valor
    documental, pero carece de verdadero mérito
    escénico por la trama convencional y el desarrollo
    efectista y plagado de parlamentos melodramáticos.
    Francisco F. Fernández, personalidad
    rebelde y sumamente interesante de la época, escribe la
    obra y la retoca, pero no la estrena" (33).

    De Nemesio Trejo, con música de Antonio
    Reynoso, es el "sainete cómico-lírico en un acto y
    tres cuadros, en prosa y verso" que se titula Los
    políticos. En él, aparece un vasco que habla
    dificultosamente castellano.
    Cuando un almacenero gallego le pregunta por qué le
    está cobrando cinco centavos más por litro, el
    vasco responde: "Porque el Municipalidad hacerme comprar tapos de
    lata. Si yo casas intendente verá que tapos poner;
    ¡gran siete!". Y canta "Agurneré biotreco/ amacho
    maitiá/ laiste recorri conaiz/ consola saítea"
    (34).

    Muy distinto, por cierto, es el castellano que
    habla un vasco creado por Carlos Mauricio Pacheco para su
    "sainete lírico-dramático en un acto" titulado Los
    disfrazados. El vasco dice, por ejemplo: "¿Y no manya ni
    medio?", "No vaya a ser cosa que se retobe el grévano…"
    y "Me han hecho ráir…qué infeliz el gringo
    este…" (35).

    "El 27 de diciembre de 1902, la
    compañía Podestá hnos. estrena en el actual
    Liceo Bohemia criolla", del uruguayo Enrique De María,
    escritor que "integra junto con Trejo y Butaro el
    triángulo que logra diferenciar en su primer momento, al
    sainete criollo de la zarzuela chica" (36).

    En esa pieza aparece un personaje con esta
    indumentaria: "Román, sentado sobre un cajón, tiene
    una libreta en la que figura escribir, viste gorra de vasco, un
    saco viejo y un diario (La Prensa) colocado
    como chiripá de mantilla, en vez de pantalones". En otra
    escena, aparecen "Un gallego, un Vasco, un Andaluz, un Criollo y
    Coro de hombres. Traen guitarra, acordeón, bandurria,
    etc., etc."; el vasco canta: "¡Ay, ay, ay!
    Mutilá…/ ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja!/
    ¡Qué lindo es lo que sigue/ en lengua es
    h’aldurriá!/ ¡Ay!… ¡Ay… ay…
    mutilá/ chapela gurriá!…" y finaliza gritando
    "¡Aurrerá nescacha polita!" (37).

    Un aviso publicado en la revista
    teatral La Escena N° 99 anuncia que en la temporada 1920, en
    el teatro Politeama, se presenta la compañía de
    Roberto Casaux todos los días con extraordinario éxito.
    Los actores interpretan El vasco de Olavarría, de Alberto
    Novión (1881-1937), obra que la publicación
    reproduce.

    En el prólogo, don Joaquín de Vedia nos
    habla sobre la
    personalidad de Novión, de quien dice que "es uno de
    los fuertes trabajadores del teatro argentino, porque es bueno,
    porque es alegre, porque ni la envidia lo devora ni la vanidad lo
    irrita". Acerca de la circunstancia en que el prologuista
    conoció al dramaturgo, leemos: "Lo conozco desde los
    primeros días de su carrera de autor: fue mi pobre y
    grande amigo Florencio Sánchez quien me llamó la
    atención hacia él, cuando el estreno
    de La cantina, un modelo de
    sainetes populares. Desde entonces, otras obras, de diversos
    géneros y de diferentes proporciones han popularizado el
    nombre y han afianzado los prestigios de Novión entre los
    que siguen la marcha, más o menos difícil,
    más o menos ocasionada a tropiezos y barquinazos, de este
    pensamiento de
    hacer un teatro nacional".

    Vedia reafirma lo anunciado en el aviso,
    refiriéndose a las cincuenta noches que El vasco de
    Olavarría lleva en escena, y define al protagonista en
    relación con el autor que le dio vida: un ser "noblote,
    bueno, sincero hasta en la contradicción, veraz hasta en
    la pausa, todo sentimiento y comprensión del bien, como el
    autor que lo ha arrojado, de boina, tricota, cinto y granaderas,
    a la escena nacional, donde los vascos siembran tan eficazmente
    como en la pampa" (38).

    Luis Ordaz, en un trabajo sobre Florencio
    Sánchez, nos habla del momento en que surge la obra
    dramática de Alberto Novión, al que vemos vinculado
    con otros prestigiosos dramaturgos: "Durante la que se nombra
    como ‘época de oro’ (y abarca, idealmente,
    desde la afirmación de la escena nativa por José J.
    Podestá, hasta el fallecimiento de Florencio
    Sánchez muy lejos, en Milán, a fines de 1910, van
    apareciendo y se destacan autores que realizan aportes de gran
    significación para el desarrollo coherente de nuestra
    dramática, como Pedro E. Pico, José León
    Pagano, Julio Sánchez Gardel, Alberto Ghiraldo,
    José de Maturana, Alfredo Duhau, Vicente Martínez
    Cuitiño, Alberto Novión, Enrique Buttaro, Carlos
    Mauricio Pacheco, entre tantos otros" (39).

    Los estudiosos Abel Posadas, Marta Speroni y Griselda
    Vignolo diferencian, en un estudio sobre el sainete, el español,
    el lírico criollo, el de indagación y
    entretenimiento y el de divertimento y moraleja. A criterio de
    los ensayistas, Alberto Novión cultivó algunas de
    estas vertientes (40).

    Alberto Novión, nacido en Francia, ha
    creado varios personajes inmigrantes; recordemos a los italianos
    en La cantina y Primeros fríos. Para lo comedia en tres
    actos presentada en el Politeama, se inclinó por un vasco,
    al que dota de muchas condiciones buenas y pocos
    defectos.

    La anécdota es escueta y sabrosa: un hombre
    vive con su mujer y su hijo en Buenos Aires. Su hermana, a quien
    hace veinte años que no ve, le anuncia que irá a
    visitarlo. Viene del campo, de Olavarría, donde vive con
    su marido vasco y sus dos hijos. La visita de los parientes causa
    desagrado a la cuñada, quien espera lo peor de esta
    familia, a la que supone grosera y rústica. Más
    tarde, se dará cuenta de que estaba prejuzgando, y
    tendrá que aceptar que su hijo, estudiante de
    Abogacía con pretensiones de diplomático, se case
    con la prima del campo.

    La cuñada del vasco pregunta a su marido
    cómo ha hecho este hombre para juntar tanto dinero. El
    marido le responde: "como tantos otros, la mayoría de
    nuestros vascos, trabajando honradamente. Este es de los buenos,
    de los grandes y fuertes, porque sabe romper la tierra, tirar
    el grano y mirar de frente al sol.".

    Novión alude también al empecinamiento
    del inmigrante, quien afirma: "cuando a un vasco se le pone algo
    en la cabeza, no hay familia, razones, ni el demonio a cuatro,
    que lo haga salir del camino que ha agarrao…". Quizás en
    esta fortaleza de carácter radique su posibilidad de
    prosperar en un país hospitalario. La mujer del
    vasco coincide con él en que es empecinado, pero se lo
    dice con un sentido reprobador: "los vascos, por más
    macanas que hagan tienen razón". Es risueña la
    imagen que
    aporta el hijo de ambos, quien asevera que cuando "el viejo hace
    una macana, aunque le peguen en el suelo no da su
    brazo a torcer". El vasco está orgulloso de ser quien es
    y, cuando lo desairan, dice que se lo han hecho a él, "al
    vasco de Olavarría, que tiene nada más que pegar
    una patada en el suelo y salen
    todos disparando como en Cagancha".

    Pero el vasco, así como es tenaz y arrogante,
    es también un hombre sensible. Por boca de su hija sabemos
    cuánto echa de menos su tierra de origen: "papá
    -dice la joven-, a pesar de que ya está viejo y que ha
    formado en esta tierra su hogar, su hogar, su fortuna, su
    tranquilidad; viera Ud. cuántas veces lo he sorprendido
    cantando bajito los aires de su tierra natal, y cuántos
    suspiros, mensajeros de muchos besos, han ido desde sus labios
    hasta sus montañas, para morir en los muros de su casa,
    allá en la aldea de la falda" (41).

    Novión nos brinda la posibilidad de conocer la
    compleja relación que se dio entre nativos e inmigrantes
    y, en esta pieza en particular, entre citadinos y campesinos,
    pues en ella se advierten resonancias del "menosprecio de corte y
    alabanza de aldea" que tantas páginas motivó en la
    literatura de
    diversas épocas.

    Periodismo

    Manuel Mujica Làinez realizò
    innumerables viajes a lo
    largo de su vida, por diferentes motivos. Siendo periodista de La
    Naciòn, los viajes fueron
    para èl parte de su trabajo. Poco antes de morir, Mujica
    Làinez reuniò algunas de las crònicas que
    escribiò para el diario capitalino, en dos
    volùmenes que titulò Placeres y fatigas de los
    viajes. Crònicas andariegas. En estos tomos agrupa
    artìculos publicados entre 1935 –cuando viajò
    en el Zeppelin- y 1977.

    En España vivieron sus ancestros; uno de
    ellos, hace siglos, se lanzò al mar, en busca de la
    promesa americana. Este es el tema de una de las notas. "Cada uno
    de nosotros es, en buena proporciòn, consecuencia de la
    cadena ancestral que le dio vida –afirma-, y mis eslabones
    hispanos, rotos hace casi dos centurias, siguen unidos
    invisiblemente a mis eslabones de la Argentina. Hoy los siento
    trèmulos, vibrantes, dentro de mì".

    Este sentimiento alcanza su clìmax cuando el
    poeta visita, en Villafranca de Oria, pueblo cercano a San
    Sebastiàn, , la casa de sus mayores, en una
    "peregrinaciòn a las fuentes": "Con
    Armendàriz tornè a entrar en la iglesia. Me
    enseñò, en los registros
    parroquiales, las anotaciones que consignan los bautismos,
    matrimonios y muertes, de gente remota vinculada a mì. Y,
    saliendo del templo neblinoso, me mostrò junto a èl
    la que fue casa de mis mayores y que, desde 1890, màs o
    menos, està destinada a escuela, correo, dependencias
    municipales y què sè yo què. Sobre la puerta
    sigue intacto el blasòn, como en tantas y tantas casas de
    Guipùzcoa".

    Se refiere a su estado de
    ànimo de ese momento: "Experimentè, como es
    lògico, una especie de emociòn difìcil de
    definir. Ella aumentò cuando, algo despuès, el
    alcalde nos guiò al cònsul y a mì para que,
    desde la altura del hospital, abarcàramos la vista del
    pueblo. Cuatro hermanas de caridad, alegres, parloteantes,
    sonoras de llaves y de rosarios (la màs àgil, Sor
    Pastora), nos escoltaron a lo largo de vastas salas llenas de
    camas vacìas –pues en Villafranca no hay màs
    que trece asilados en el hospital, y la principal razòn de
    ser de ese instituto monjil finca en su colegio- para que
    asomàndonos a las ventanas del primer piso,
    apreciàramos en su conjunto la hermosura del pueblo. Y
    entonces, al verlo tan pequeño, tan esmirriado, con sus
    tejas venerables, sus edificios hidalgos y sus muros pobrecitos,
    sentì que algo se apretaba dentro de
    mì".

    Recordò entonces a "aquel Juan Bautista de
    Mujica y Gorostizu, tan vasco, quizàs el tercero o el
    cuarto hijo de una familia numerosa, de hacienda flaca, que un
    dìa resolviò irse de Villafranca de Oria, de estas
    montañas, de este rìo rumoroso, de estas casas
    soñolientas, de estos pinos velados por la bruma, de esta
    iglesia que guardaba la historia de los suyos". Se fue "allende
    el mar, al extremo del mundo, porque –segùn se
    referìa- se habìa abierto el puerto de Buenos Aires
    al comercio, en
    un nuevo virreinato, y acaso allì –pero eso
    sì, desgarràndose de todo, como quien se cercena
    una mano a sì mismo- habrìa posibilidades de
    medrar, para un muchacho sin temor".

    El escritor plasma en este artìculo la
    emociòn que sintiò: "Ese pensamiento me
    acercò a èl, por encima del tiempo,
    màgicamente, y a la casa que acababa de ver junto a la
    iglesia de Santa Marìa. Y al hacerlo comprendì que
    no me estaba despidiendo de España sino, al contrario,
    regresando a ella, a mi casa, y aunque me fuera lejos nunca me
    irìa de aquì, donde las raìces se hunden
    entre tumbas y el rìo Oria le repite a mi sangre, para
    siempre, una vieja ronda familiar" (42).

    En 1943, Conrado Nalé Roxlo da a conocer El
    muerto profesional, firmado con su seudónimo Chamico.
    Acerca de esas páginas escribirá más tarde:
    "Carezco de vocación y aptitudes para el periodismo,
    aunque es la galera en que he remado siempre y, tal como van las
    cosas, seguiré inclinado sobre su borda hasta la hora del
    último naufragio. No me quejo. Mucho le debo al periodismo,
    donde tuve la suerte de encontrar amables e inteligentes
    cómitres que me permitieron remar con mi propio remo.
    Dicho en términos no tan dramáticos y
    náuticos, los directores de los muchos diarios en que
    trabajé me dejaron un rincón tranquilo, al margen
    del comentario de actualidad y de las noticias, donde dejar volar
    mis fantasías y soltar mis ocurrencias. Así
    nacieron muchas páginas que después pasaron al
    libro. Toda la obra humorística de mi alter ego Chamico,
    por ejemplo, tiene ese origen, y muchas cosas más"
    (43).

    En "Una conversación interesante", texto incluido
    en el volumen que mencionamos, uno de los personajes se refiere a
    un turco que se va a casar, y afirma que un vasco piensa frustrar
    ese matrimonio: "creo
    que se le va a aguar la fiesta porque el vasco Indurrimendi se ha
    enterado de que Flores es casado en Turquía y, como usted
    sabe que tienen rivalidad por los negocios, ha
    dado parte al comisario y al registro civil y
    hasta creo que les ha mandado el pasaje a las esposas turcas del
    turco para que se presenten el día del casamiento y armen
    un escándalo. Si vienen todas va a ser divertido"
    (44).

    Mauricio Kartun, en "El siglo disfrazado", analiza la
    relación del Carnaval con la inmigración: "Fue con
    el vendaval inmigratorio de principio de siglo que la farra
    desbordó todo orden institucional, la mascarita se
    independizó, y el disfraz pasó a ser un atributo de
    fenomenal creatividad
    individual, un orgullo familiar en el que las mujeres de la casa
    lucían su solvencia con el molde y la
    aguja".

    Una vez disfrazado el niño, debía
    fotografiárselo, para enviar esa imagen al
    país de origen: "Colas de una cuadra en Foto Bixio, o en
    Pascale, bajo el sol calcinante
    de febrero, ese que aseguraba con el resplandor de la primera
    tarde los mejores contrastes en la vidriada galería de
    pose del estudio. ¿Cómo testimoniar sino
    allá en el terruño el prodigio de costura, las
    costumbres, el crecimiento y la belleza de los chicos,
    engalanados y maquillados?"

    El afianzamiento de la inmigración hizo que
    cambiaran los disfraces elegidos por las madres para sus hijos:
    "Viejas fotos.
    Sólo eso queda de aquella magnífica pasión
    por el disfraz. De pierrot, sobre todo, hasta los años 20
    en que las colectividades tomaron peso propio. De allí en
    más predominaron los baturros, toreros y gaiteros
    asturianos, las majas, las gitanas, y los vascos pelotaris con
    sus paletas en miniatura, o su versión lechera con los
    tarros también a escala"
    (45).

    …..

    Así vieron a los vascos inmigrantes los
    escritores de varias naciones. Como personajes literarios,
    testimonian una sociedad y un momento
    histórico.

    Notas

    1. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: A la mesa. Ritos y
      retos de la alimentación
      argentina. Buenos Aires, Grijalbo, 2000.
    2. Méndez Muslera, Luciano: "Asturias en la
      emigración", en
      indianos[arroba]telepolis.com.
    3. Alvarez, Marcelo y Pinoti, Luisa: op.
      cit.
    4. Scarfo; Guillermo Marcelo: "Las cadenas migratorias:
      el ejemplo de Ensenada", en www.monografias.com.
      1999.
    5. S/F: Características de la inmigración
      vasca en el Cono Sur.htm.
    6. S/F: "Para todos los hombres del mundo que quieran
      habitar suelo argentino". Buenos Aires,
      Clarín.
    7. Zanetti, Susana: "La ‘prosa ligera’ y la
      ironìa: Canè y Wilde", en Historia de la
      Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    8. Onega, Gladys S.: La inmigraciòn en la
      literatura argentina (1880-1910). Buenos Aires, CEAL,
      1982.
    9. Stratta, Isabel: Pròlogo a Juvenilia. Buenos
      Aires, CEAL, 1980.
    10. Prieto, Adolfo: La literatura autobiogràfica
      argentina. Buenos Aires, CEAL, 1982.
    11. Ara, Guillermo: Pròlogo a Wilde, Eduardo:
      Aguas abajo. Buenos Aires, Huemul,
    12. Fernández Moreno, Baldomero: Poesía y Prosa. Prólogo de Jorge
      Lafforgue, selección de Nora Dottori y Jorge
      Lafforgue. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    13. Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido. Buenos
      Aires, Dictio, 1977.
    14. Caro Baroja: "Prólogo" a Baroja, Pío:
      Las inquietudes de Shanti Andía. Madrid,
      Cátedra.
    15. Azorín: citado por Caro Baroja.
    16. Baroja, Pío: Las inquietudes de Shanti
      Andía. Madrid, Cátedra.
    17. Shaw, Donald: La generación del 98.
      Cátedra.
    18. Baroja, Pío: César o nada, en Las
      ciudades. Madrid, Alianza.
    19. Baroja, Pio: La sensualidad pervertida, en Las
      ciudades. Madrid, Alianza.
    20. Baroja, Pío: Zalacaín el aventurero.
      Losada.
    21. Baroja, Pío: El ´árbol de
      la ciencia.
      Madrid, Alianza, 1969.
    22. Matus, Eugenio: Introducción a Baroja. Santiago de
      Chile,
      Ediciones Universitarias de Valparaíso,
      1972.
    23. Prieto, Adolfo: "La generaciòn del 80. La
      imaginaciòn", en Historia de la Literatura Argentina.
      Buenos Aires, CEAL, 1980.
    24. Figueira, Ricardo: "Pròlogo" a Lòpez,
      Lucio V.: La gran aldea. Costumbres bonaerenses. Buenos Aires,
      CEAL, 1980.
    25. López, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres
      bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    26. Belgrano Rawson, Eduardo: Noticias secretas de
      América. Buenos Aires, Planeta, 1998.
    27. Baroja, Pío: "Elizabide el vagabundo", en
      Cuentos.
      Madrid, Alianza, 1982.
    28. García, Arturo: "El cóctel", en el
      grillo N° 22. Buenos Aires, 1999.
    29. Ara, Guillermo: "Leopoldo Lugones", en Historia de la
      literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    30. Lugones, Leopoldo: "Oda a los ganados y las mieses",
      en Antología poética. Buenos Aires, Espasa,
      1965.
    31. Lynch, John: Masacre en las pampas. La matanza de
      inmigrantes en Tandil, 1872. Buenos Aires, Emecé,
      2001.
    32. Blanco Amores de Pagella, Angela: Iniciadores del
      teatro argentino. Buenos Aires, Ediciones Culturales
      Argentinas, 1972.
    33. Ordaz, Luis: "De Caseros al zarzuelismo criollo. El
      teatro", en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires,
      CEAL, 1980.
    34. Trejo, Nemesio: Los políticos en Canillita y
      otras obras. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    35. Pacheco, Carlos Mauricio: Los disfrazados, en
      Canillita y otras obras. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    36. Speroni, Marta y Vignolo, Griselda: "Notas" a Varios
      Autores: El teatro argentino. 6. El sainete. Buenos Aires,
      CEAL, 1980.
    37. María, Enrique de: Bohemia criolla, en Varios
      Autores: El teatro argentino. 6. El sainete. Buenos Aires,
      CEAL, 1980.
    38. Vedia, Joaquín de: "Prólogo" a
      Novión, Alberto: El vasco de
      Olavarría.
    39. Ordaz, Luis: "Florencio Sánchez", en Historia
      de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL,
      1980.
    40. Posadas, Abel, Speroni, Marta y Vignolo, Griselda:
      "El sainete" en Historia de la literatura argentina. Buenos
      Aires, CEAL, 1980.
    41. Novión, Alberto: El vasco de Olavarría.
      En La Escena Revista
      Teatral N° 99. Buenos Aires, 1920.
    42. Mujica Láinez, Manuel: Placeres y fatigas de
      los viajes. Crónicas andariegas. Buenos Aires,
      Sudamericana, 1984.
    43. Nalé Roxlo, Conrado: "Borrador de memorias",
      citado por Jorge B. Rivera en el prólogo a Chamico: El
      muerto profesional. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    44. Chamico (Conrado Nalé Roxlo): El muerto
      profesional. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    45. Kartun, Mauricio: "El siglo disfrazado", en
      Clarín Viva, 20 de febrero de 2000.

    Trabajo enviado por

    María González Rouco

    Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional
    Matriculada

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