Inmigración y literatura: los
vascos
En esta monografía
me refiero a la inmigración vasca que llegó a
América, vista por escritores de diversas
nacionalidades.
"Desde la época de Rosas se anota
una constante pero limitada inmigración española, procedente del
País Vasco, Galicia y las Islas Canarias" (1). "La salida
de hidalgos segundones y gente acomodada cuando la
emigración no era aún masiva, ha servido de apoyo a
planteamientos como el que la emigración desde las
provincias del norte de España
excepto Galicia, no se debía a la falta de trabajo, ni a
causa alguna física o
económica, a diferencia de muchos levantinos que emigraban
a causa de su miseria y que muchos emigrantes vascos,
santanderinos y asturianos suelen llevar pequeños
capitales y una formación cultural adecuada"
(2).
"Recién la última década del siglo
será testigo de un desembarco masivo, especialmente de
gallegos, vascos, asturianos y catalanes" (3).
Refiriéndose a los años 1880-1900, afirma Guillermo
Scarfo: "En el País Vasco, estas dos décadas son
fruto de lo sucedido a nivel político en años
anteriores, donde las luchas Carlistas habían arrasado con
el Régimen foral. Los fueros son leyes que, en el
caso de los vascos, son creadas y legitimadas por el que las goza
con facultad libre y soberana, siendo códigos de la
"Nación"
Vasca, y de carácter
"intangible", representando un cuerpo legal autónomo,
aunque con influencia de antiguos derechos, tomados del
contacto que tuvieron ellos con otros pueblos. Es lógico,
por tanto, que el carácter
centralista impuesto por la
política
dictada desde Madrid, implicaba no sólo un sojuzgamiento a
nivel económico, ya que lo recaudado iba a parar a las
arcas del Gobierno Central,
sino también a nivel del habitante de estas tierras, ya
que estas guerras
señaladas más arriba implicaban que se reclutara
por largos períodos a los jóvenes vascos, a los
cuales la perspectiva de emigrar era la única forma de
evitar cumplir con la conscripción".
"Por otro lado –agrega-, se consolidó
también el proceso de
industrialización dado en décadas anteriores, algo
que va a ser también factor de emigración de muchos
pobladores del área rural hacia América, ya que los mismos se
resistían a ser tomados como mano de obra en las industrias que
comenzaban a emerger en ciudades vascas, y además, sus
puestos empezaban a ser ocupados por habitantes venidos de
diversos puntos de la Península".
"Dentro de este marco, también conviene destacar
el gran desarrollo
alcanzado por el ferrocarril en el País Vasco, con
líneas que recorrían en forma comercial o militar
variadas regiones y valles de los territorios. Esto no
sólo permitió una mayor circulación por el
País, sino que permitió que hubiera un incremento
en el contacto entre pueblos. En un comienzo, este hecho fue
aprovechado por los agentes de inmigración (legales o
clandestinos) para ‘reclutar’ a muchos vascos y
vascas en la empresa de
‘hacerse la América’. Pero, luego
potencializó la formación de redes de relaciones sociales
que movilizaron a las cadenas migratorias" (4).
"Generalmente los vascos casi no utilizaron el Hotel de
Inmigrantes, del que se podía ser huésped por ocho
días, ya que frecuentemente venían consignados,
siendo muy jóvenes (12 o 14 años) a parientes o
compadres que los estaban esperando" (5).
"Los vascos, legendario y antiquísimo pueblo de
Europa, se
dedicaron a nuestro campo con empeño singular, como
ganaderos, tamberos y fruticultores. La figura del vasco tambero
integra nuestra más pura tradición nacional. (…)
Arana, Aguirre, Irigoyen, Elortondo, Iraola, Anchorena, Urquiza,
Alzaga, Atucha, Elizalde, Ezcurra, Gorostiaga, Casares,
Uribelarrea, Azcuénaga, Udaondo, Olazábal,
Madariaga, Guerrico, Anasagasti: son todos apellidos
españoles de origen vasco, ligados a la historia del campo
argentino" (6).
¿Cómo se los vio, de un lado y del otro
del mar? Los escritores los evocan en memorias,
obras literarias y artículos
periodísticos.
En el 80, en la Argentina, la
autobiografìa surge como el "lugar donde se expresa lo
particular, lo curioso, lo diferenciador, lo propio de un sector
social" (7); este sector es el de la clase dirigente, grupo que se
caracteriza por haber sido educado con una gran influencia de la
cultura
europea, particularmente francesa (8). Cobra gran importancia la
evocaciòn de la vida "vulgar", calificativo que abarca
tanto la vida cotidiana, real, como los comportamientos
censurados por la moral
corriente (9).
La autobiografìa se caracteriza, en este
perìodo, por asumir el aspecto de la charla social
(causserie), de la anècdota, y por la frecuente
utilizaciòn de citas que remiten a lecturas extranjeras.
En las obras autobiogràficas de los hombres del 80 aparece
como modelo el
"hombre de
mundo", que conjuga en sì mismo muy diversas facetas. Como
consecuencia del impacto de la inmigraciòn, aparecen
"evocaciones nostàlgicas de tiempos màs austeros" y
"descripciones costumbristas con toques
moralizantes".
Susana Zanetti destaca que "la actitud de
nostalgia, de reminiscencia, de regreso al pasado, es una
constante del 80"; Juvenilia, de Miguel Cané, presenta -a
su criterio- "un melancòlico contrapunto entre la adolescencia
despreocupada de ayer y el hombre
maduro de hoy. Aùn asì, la evocaciòn tiende
generalmente a las anècdotas festivas, alegres". En la
obra advierte ciertas semejanzas con David Copperfield, de
Charles Dickens, pero la diferencia de la obra inglesa el hecho
de no entrañar denuncia ni afàn
testimonial.
El tema del fracaso generacional està
encarnado en la suerte corrida por los condiscìpulos;
algunos han muerto, otros se encuentran empleados con sueldos de
hambre, sòlo unos pocos se destacan. Esta actitud surge
de lo que la ensayista denomina "doble melancolìa" frente
al pasado y frente al povenir (10).
Miguel Canè nos ha dejado en varias obras
testimonio de su visiòn de los inmigrantes. En Juvenilia,
a las figuras del grotesco enfermero italiano y los temibles
quinteros vascos, contrapone la grandiosidad del profesor Amadeo
Jacques, sìmbolo de la inmigraciòn anhelada por los
hombres del 80.
En sus memorias
relata que los estudiantes encontraban diversas distracciones en
la quinta de Colegiales; una de ellas, vinculada a unos
inmigrantes. "En la Chacarita estudiàbamos poco, como era
natural; podìamos leer novelas
libremente, dormir la siesta, salir en busca de camuatìs y
sobre todo, organizar con una estrategia
cientìfica, las expediciones contra los
‘vascos’ ".
Describe el escenario y las virtudes de la fruta de
esos quinteros: "Los ‘vascos’ eran nuestros vecinos
hacia el norte, precisamente en la direcciòn en que los
dominios colegiales eran màs limitados. Separaba las
jurisdicciones respectivas un ancho foso, siempre lleno de
agua, y de
bordes cubiertos de una espesa planta baja y bravìa.
Pasada la zanja, se extendìa un alfalfar de una media
cuadra de ancho, pintorescamente manchado por dos o tres
pequeñas parvas de pasto seco. Màs allà
(…) en pasmosa abundancia, crecìan las sandìas,
robustas, enormes, (…) allì doraba el sol esos
melones de origen exòtico (…) No tenìan rivales
en la comarca, y es de esperar que nuestra autoridad sea
reconocida en esa materia. Las
excursiones a otras chacras nos habìan siempre producido
desengaños, la nostalgia de la fruta de los ’vascos
nos perseguìa a todo momento, y jamàs vibrò
en oìdo humano en sentido menos figurado, el famoso verso
de Garcilaso de la Vega".
Se refiere a la disposiciòn anìmica de
esos inmigrantes: "Pero debo confesar que los
‘vascos’ no eran lo que en el lenguaje
del mundo se llama personajes de trato agradable. Robustos los
tres, àgiles, vigorosos y de una musculatura capaz de
ablandar el coraje màs probado, eternamente armados con
sus horquillas de lucientes puntas, levantando una tonelada de
pasto en cada movimiento de
sus brazos ciclòpeos, aquellos hombres, como todos los
mortales, tenìan una debilidad suprema: ¡amaban sus
sandìas, adoraban sus melones!"
Dos veces hurtaron fruta los adolescentes
sin ser vistos. La tercera, "detràs de una parva, un vasco
horrible, inflamado, sale en mi direcciòn, mientras otro
pone la proa sobre mi compañero, armados ambos del
pastoril instrumento cuyo solo aspecto comunica la ingrata
impresiòn de encontrarse en los aires, sentado
incòmodamente sobre dos puntas aceradas que penetran…
(…) ¡cuàn veloz me parecìa aquel vasco,
cuyo respirar de fuelle de herrerìa creìa sentir
rozarme los cabellos! (…) aquel hombre
terrible meyado en su tridente, empezò a injuriarme de una
manera que revelaba su educaciòn sumamente descuidada.
(…) Me tendì en la cama y, mientras el cuerpo reposaba
con delicia, reflexionè profundamente en la velocidad
inicial que se adquiere cuando se tiene un vasco irritado a
retaguardia, armado de una horquilla" (11).
Baldomero Fernández Moreno incluyó en
Guía caprichosa de Buenos Aires la
página "El vasco lechero en el café",
en la que dice: "he aquí que al hilo del mostrador aparece
un vasco lechero, la cara rosada, con dos parches más
rojos pegados en las mejillas, la boina encasquetada, la blusa
rizada, que no todo ha de ser fortaleza y agresividad; las
piernas combadas, las alpargatas silenciosas, y el tarro en la
mano como si blandiera un arma o un guijarro listo para ser
proyectado en la cara lisa y cosmopolita del
‘barman’. Y con el vasco lechero entra también
el campo, un aire duro y
frío y un trébol. Un trébol precisamente que
se labra un espacio verde en el ambiente gris
y que yo veo con toda nitidez" (12).
Carlos Ibarguren describe, en La historia que he vivido, el
Buenos Aires
de su infancia, en
la década de 1880. En ese entonces, "en los barrios
residenciales veíanse de mañana a los lecheros,
casi todos vascos, que llevaban en los costados de su cabalgadura
sus clásicos tarros de latón, o a los que arriando
algunas vacas con sus mamones, al son tintineante de un cencerro,
ofrecían leche
recién ordeñada" (13).
"En 1911, cuando Pío Baroja no había
cumplido aún los cuarenta años, publicó El
árbol de la ciencia y
antes Las inquietudes de Shanti Andía: puede decirse que
estas dos obras corresponden a la fase más fuerte de su
capacidad inventiva", dice Julio Caro Baroja. A Las
inquietudes…, que inicia la trilogía denominada El mar,
le siguieron El laberinto de las sirenas (1923) y dos novelas que en
realidad debían formar sólo un volumen, Los
pilotos de altura (1929) y La estrella del Capitán
Chimista (1930).
"El mar fue, pues, para Pío Baroja, fuente de
inspiración primordial –agrega el
antropólogo-, cosa no muy común entre los
escritores de lengua
española o castellana, como en varias ocasiones se ha
hecho constar. (…) Pío Baroja tenía muchas
razones vitales para sentirse atraído por el mar, dejando
aparte alguna, casi metafísica, que no viene al caso analizar
ahora". "El haber nacido junto al mar me gusta
–escribió el novelista en sus Memorias-, me ha
parecido siempre como un augurio de libertad y de
cambio"
(14).
Al publicarse esta primera obra de tema marino,
escribió Azorín en El pueblo vasco, de San
Sebastián: "Las inquietudes de Shanti Andía,
último libro de
Baroja, es uno de los mejores que el ilustre novelista ha
publicado. Nada hay en nuestra lengua que
supere esas soberbias, maravillosas páginas en que
describe el mar y las costas vascas. Esa novela es el
libro del mar
y del pueblo vasco. Ni mejor guía
‘sentimental’ de Vasconia ni más hondo y
delicado canto en su honor" (15).
En esta novela,
protagonizada por un marino, presenta Baroja a varios indianos.
Se les llamaba así a quienes procedían de las
Indias Occidentales (América), pero especialmente a
aquellos que regresaban a España
enriquecidos luego de muchos años en el Nuevo Continente.
Los diversos pasajes en que describe a estos personajes nos
permiten notar que no sentía por ellos, ciertamente,
simpatía, en parte por su condición de
comerciantes, pero también por su ignorancia y
presunción. Remitámonos a los
fragmentos.
Cuenta Andía: "Venía en el barco un
indiano vascongado que se embarcó en Buenos Aires en mi
barco. En todo el viaje de América a Europa no se
atrevió a hablarme. Debía de ser un hombre muy
tímido. Luego, en el vapor que nos llevaba a Bayona, se
acercó a mí y hablamos. Había pasado
veinticinco años en las pampas hasta enriquecerse. No
tenía familia y no
sabía qué hacer ni donde fijar su
residencia".
No explica cómo había hecho su fortuna el
vascongado, mas sí lo hace en relación con otro
indiano, a quien desprecia: "Contaba una criada de mi casa, la
Iñure, que un indiano rico de su pueblo, ex negrero, que
estaba muy incomodado porque su hijo quería casarse con
una muchacha pobre, hizo a la chica esta advertencia: Yo, como
tú, no me casaría con mi hijo. Ten en cuenta que yo
he sido negrero y que en mi familia ha habido
personas que fueron ahorcadas. -Eso no importa
–contestó la muchacha-. Gracias a Dios, en mi
familia ha habido también muchos ahorcados. Realmente,
esta muchacha discurría muy bien".
Los indianos se reúnen en determinadas
poblaciones, y evidencian una manera original de ostentar sus
logros: "En todos los puertos de mar, constituidos casi siempre
por una población advenediza y aventurera, se forma
un espíritu aristocrático endiablado. En las
ciudades arcaicas y tradicionales los individuos que creen formar
parte de la aristocracia alegan los prestigios de la clase con
más o menos razón; en las ciudades modernas ya no
es la clase solamente lo que se defiende, sino el matiz.
Así sucede que Bilbao o Buenos Aires, Manila o Barcelona,
tienen más prejuicios de casta que Toledo, Burgos o
León. En Lúzaro, en pequeño, ocurre lo
propio desde que se ha llenado de indianos y de gente
forastera".
A Baroja, tan amante de lo vasco, le molestaba
profundamente la invasión de esta gente, que
ejercía una profesión para él detestable:
"El comerciante, que en general, procede de la parte más
turbia de la sociedad,
necesita, ya que no puede decir que sus abuelos estuvieron en la
conquista de Jerusalén, demostrar que su escritorio es
algo sagrado y que todos sus pequeños útiles y
procedimientos
de robo constituyen ejecutoria de nobleza".
Este grupo social
tiene, asimismo, un punto de reunión: "Me contaron el
proceso de
este conflicto
familiar entre Recalde y la Cashilda, en la relojería de
Zapiain, que era el mentidero de las personas pudientes del
pueblo. Mi tío, el viejo Irizar, fue el que me
llevó allí. Todavía no se había
fundado el casino de Lúzaro, que, después, de una
época de pedantería y de esplendor, quedó
reducido a una reunión soñolienta de indianos y de
marinos retirados" (16).
En 1910 aparece César o nada, primer volumen de la
trilogía Las ciudades, que integran asimismo El mundo es
ansí (1912) y La sensualidad pervertida (1920). En estas
novelas, como en tantas otras, se advierte una de las características de Baroja, señalada
por el hispanista Donald Shaw, quien destaca que el
académico sentía predilección "por saturar
sus historias de personajes menores, que atraviesan la escena,
animando la atmósfera con sus
comentarios, opiniones, y a veces, dramas, pero siempre
dándole vida con su mera presencia. Estos extras forman un
círculo exterior de humanidad en torno al
personaje principal y a sus compañeros inmediatos. Tomados
generalmente de la vida, pueden existir simplemente por su propio
interés
humano intrínseco. Normalmente personifican actitudes de
grupos
sociales a quienes Baroja quería atacar directamente,
o caricaturizar satíricamente. En el primer caso, los
presenta llanamente, como individuos despreciables y
desagradables. En este grupo están muchos de los parientes
y familiares de sus héroes y heroínas"
(17).
En César o nada aparece nuevamente su
aborrecimiento por los indianos, encarnado esta vez en un
personaje que "estudiaba en el colegio de Escolapios del pueblo y
después ingresaba en el seminario de
Tortosa". El alumno dejaba mucho que desear: "No se
distinguió allí por su inteligencia
ni por su buena conducta; pero a
fuerza de
tiempo y de
recomendaciones, pudo ordenarse y decir misa en
Villanueva".
Sin embargo, "La sangre inquieta
del padre bullía en él: era juerguista, brutal y
pendenciero. Como en el pueblo la vida le era difícil, se
marchó a América, dispuesto a ahorcar los
hábitos. No debió encontrar entre los seglares
grandes horizontes, porque unos meses después profesaba, y
diez o doce años más tarde volvía a
España, como superior de la Orden, a un convento de la
provincia de Castellón. Francisco Guillén
había cambiado de nombre, y se llamaba fray José de
Calasanz de Villanueva".
Traía del Nuevo Mundo un bagaje de inmoralidades:
"Fray José de Calasanz, al volver de América,
había aprendido, si no de cánones, algo más
de la vida que en sus primeros años de cura, y se
había hecho un hipócrita redomado. Sus pasiones
eran de una violencia
extraordinaria, y, a pesar de su habilidad para disimularlas, no
podía ocultar del todo su fondo de barbarie".
En otro pasaje de la novela, varios
personajes se alegran de que en el hotel en el que se hospedan se
sienten muy a gusto, pues no hay "americanos, ni alemanes, ni
demás bárbaros". Otro de los personajes afirma que
su mujer, americana,
"está cada día más europeizada, y ya no le
gusta la elegancia demasiado estrepitosa de sus paisanos". Sobre
esta misma mujer y otras
como ella, asevera el protagonista: "El peso de la
tradición será fatal para la industria y
para la vida moderna, pero es lo único que crea esa
espiritualidad de los países viejos. Estas americanas
tienen, ¿quien lo duda?, inteligencia,
belleza, energía, arranques simpáticos; pero les
falta esa cosa especial creada por los siglos: el
carácter" (18).
En La sensualidad pervertida también son las
mujeres el objeto de las críticas barojianas. El
protagonista visita a una familia que le causa muy mala
impresión: "Una casa donde me recibían amablemente
era la de un americano, condiscípulo de mi padre, de
niño, en Vergara. Este señor se llamaba Alpizcueta,
y era un pobre hombre, bueno, débil y sin ningún
carácter. Se hallaba dominado por su mujer, una americana
despótica y altanera; tenían un hijo y dos hijas.
El hijo era negado, de lo más incomprensivo que pudiera
imaginarse, tonto, soberbio, caprichoso, rubio y con cara de
negro; las hijas habían salido como la madre: altas,
fuertes, guapas, voluntariosas y mandonas".
El joven "no simpatizaba ni con la madre ni con las
hijas. Ellas creían que habían traído toda
la sabiduría en su equipaje de América, y que el
conjunto de sus conocimientos acerca de la vida era tan grande
que no podían añadir una partícula
más. No notaban los valores
que hay en los países viejos. Para ellas, un museo, una
iglesia, un
libro, no eran nada al lado de unos rebaños de vacunos o
de algunas hectáreas de terreno". No obstante, a las
casaderas no les faltaban pretendientes: "Solían aparecer
varios jóvenes en la casa de Alpizcueta, porque las
americanas tenían fama de ricas" (19).
Cuando a Martín Zalacaín le aconsejaban ir
a la escuela,
él exclamaba: " -¿Yo a la escuela? Yo me
iré a América o me iré a la guerra" (20).
No se decidió por el primero de estos proyectos. De un
personaje dice en El árbol de la ciencia:
"estuvo de médico militar en Cuba, y se
acostumbró a beber de una manera terrible. Alguna vez le
he visto, y me ha dicho: ‘Mi ideal es llegar a la cirrosis
alcohólica y al generalato’ " (21). Son otros
personajes que tuvieron en sus mentes la aventura
trasatlántica. No la concretaron o volvieron derrotados.
Sin embargo, es por estos por quienes el novelista siente
aprecio, y no por los indianos a los que se ha referido
reiteradamente.
La aversión que siente por los indianos se
relaciona con la que siente por los hispanoamericanos. A criterio
de Eugenio Matus, "Aunque no manifestada con tanta frecuencia ni
de manera tan sistemática (…), es esta antipatía
lo suficientemente clara como para que merezca recordarse (…).
Dejando de lado os exabruptos, ¿qué es, en esencia,
lo que advierte en nosotros que le molesta? ‘lo que a
mí me irrita de los hispanoamericanos –dice en Las
horas solitarias- es lo mal que legitiman su modernidad. No
son capaces de crear una Universidad
espacializada ni de tener grandes industrias,
grandes inventores o grandes ingenieros, ni de lanzar una
utopía al mundo; son negociantes en pequeño, y
cuando quieren hacer algo espiritual hacen versos o transcriben
una sociología traducida del
francés’. Esto es lo que le molesta a Baroja: la
incapacidad que él cree advertir en nosotros para ser
realmente lo que somos, pueblos jóvenes; dicho de otro
modo, le molesta nuestra ‘inautenticidad’
".
"Baroja, hombre entusiasta del porvenir, que quisiera
ver a su patria libre de las tareas tradicionales que tiene como
país viejo y que son las que le impiden dar el gran salto
hacia el furturo, no comprende que hombres de un continente nuevo
carezcan del empuje que es natural suponer en ellos, y se
contenten con usufructuar perezosamente de la cultura de la
vieja Europa". (…) Conviene, en todo caso, señalar que
el origen de esta antipatía suya por los hispanoamericanos
hay que buscarlo más que en un conocimiento
cabal del fenómeno histórico que representa
Hispanoamérica, en el trato personal del
novelista con escritores y artistas hispanoamericanos de comienzo
de siglo, radicados en París o en Madrid, en los cuales
advirtió, casi sistemáticamente, características humanas y literarias
antagónicas a las suyas" (22).
En 1884, en el periòdico Sud
Amèrica se publica como folletìn La gran aldea,
obra que Lòpez dedica a Miguel Canè, su "amigo y
camarada". "El subtìtulo de La gran aldea, "Costumbres
bonaerenses", previene ya las caracterìsticas del realismo a que
recurrirà su autor, Lucio Vicente Lòpez
(1848-1894): una actitud crìtica, no disolvente sino
reformista, encaminada a registrar tipos y hàbitos de una
sociedad, y a
poner de relieve
algunos de entre ellos mediante el sarcasmo, la ironìa o
la simple caricatura. (…) la propuesta fundamental de La gran
aldea es la de demostrar que el Buenos Aires provinciano de 1860
pervive en el Buenos Aires cosmopolita de 1880, que la clase
social que manejaba sus destinos en la època de
Pavòn continuaba controlando los hilos de la
polìtica y de las finanzas y
dando el tono de la sociabilidad en la època del alumbrado
a gas y de los
tranvìas a caballo" (23).
"Aunque esperanzada con el potencial talento literario
del autor, ya en el momento de su publicaciòn la
crìtica fue en general adversa con la novela, pero
ùtil, segùn Lòpez, porque ‘ha
despertado la curiosidad y me ha favorecido la venta’. En
ella pesa màs la crònica que la densidad
literaria -Rojas la ve ‘inferior a su fama’-, y
asì parece haber sido desde que se publicò: en su
època influyeron tanto su calidad de
instrumento de lucha polìtica e ideològica como el
hecho de ser una novela en ‘clave’, por la que
desfilaban las figuras del dìa (Mitre, Sarmiento,
Avellaneda, etcètera); en nuestros dìas pesa el
valor
testimonial, intenciòn que ya proclama el autor desde el
subtìtulo (Costumbres bonaerenses), que permite rastrear
el pasaje de un Buenos Aires ‘patriota, semisencillo,
semitendero, semicurial y semialdea’, a la ciudad
‘con pretensiones europeas’ en diversos registros: en lo
urbano, con la transformaciòn de la ciudad que es
màs modernizaciòn que ampliaciòn, con la
incorporaciòn a la vida cotidiana del gas de alumbrado,
el tranvìa, las nuevas formas de la arquitectura y la
decoraciòn; en lo social, con el advenimiento de las
nuevas burguesìas, el gallego sirviente al lado del
mulaterìo, la desapariciòn del tendero criollo; en
lo polìtico, con la consolidaciòn del roquismo, que
impone la unificaciòn del paìs desde el poder central
–y desde la ciudad capitalizada- y las tensiones que eso
provoca; en lo econòmico, con el pasaje de los buenos
tiempos del Estado de
Buenos Aires al manejo financiero que culminarà con la
crisis de
1890; en lo religioso, con el progresivo avance del laicismo
estatal y la nueva religiòn de la burquesìa; en lo
literario, con el pasaje del Romanticismo al
Realismo y al
teatro ligero
francès…" (24).
López relata cómo trataba a sus clientas
vascas uno de aquellos tenderos criollos: "Entre los
prìncipes del mostrador porteño, el màs
cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran
tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero
adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador.
No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo
el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de
madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la
piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos
Aires, a la piràmide misma le habrìa disputado ese
derecho".
Describe la estrategia del
tendero para dirigirse a su clientela: "Don Narciso subìa
o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la
parroquiana: dominaba toda la escala;
poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto
de la època y daba el do de pecho con una dama para dar el
sì con una cocinera".
"Los tratamientos variaban para èl segùn
las horas y las personas. Por la mañana se permitìa
tutear sin pudor a la parda o china criolla
que volvìa del mercado y entraba
en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba
llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si
èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana,
extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el
‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento
de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la
mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn
de francès que èl sabìa balbucir, era
irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban
entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y
madama, segùn la edad dela gringa, como èl la
llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes" (25).
Eduardo Belgrano Rawson evoca, en Noticias secretas de
América, a los inmigrantes vascos: "Cantabas un himno
más light, como regía desde principios de
siglo. Lo habían lijado un poco. ¿Qué otra
cosa podían hacer? Necesitaban cortarla con los insultos,
como explicó en su momento un operador del Ministro.
‘Tigres sedientos de sangre’ y
todo eso. Culpa del himno el embajador no pisaba la presidencia,
sobre todo los 9 de julio. A decir verdad, tampoco mostraban
mucho aspecto de tigres los vascos y los gallegos que
desembarcaban todos los días frente al Hotel de
Inmigrantes, pero ésta era otra cuestión"
(26).
Elizabide el Vagabundo "Había gastado casi
entero su escaso capital en sus
correrías por América, de periodista en un pueblo,
de negociante en otro, aquí vendiendo ganado, allá
comerciando en vinos. Estuvo muchas veces a punto de hacer
fortuna, lo que no consiguió por indiferencia. (…)
Ultimamente se había encontrado en una estancia del
Uruguay, y
como Elizabide era agradable en su trato y no muy desagradable en
su aspecto, aunque tenía ya sus treinta y ocho
años, el dueño de la estancia le ofreció la
mano de su hija, una muchacha bastante fea, que estaba en amores
con un mulato. Elizabide, a quien no le parecía mal la
vida salvaje de la estancia, aceptó, y ya estaba para
casarse cuando sintió la nostalgia de su pueblo, del olor
a heno de sus montes, del paisaje brumoso de la tierra
vascongada. Como en sus planes no entraban las explicaciones
bruscas, una mañana, al amanecer, advirtió a los
padres de su futura que iba a ir a Montevideo a comprar el regalo
de bodas; montó a caballo, y luego en el tren,
llegó a la capital, se
embarcó en un transatlántico, y después de
saludar cariñosamente la tierra
hospitalaria de América, se volvió a
España". Cuando volvió, lo recibieron con
desdén: "Cuando corrió por el pueblo la voz de que
no sólo no había hecho dinero en
América, sino que lo había perdido, todo el mundo
recordó que antes de salir de la aldea, ya tenía
fama de fatuo, de insustancial y de vagabundo"
(27).
En la provincia de Buenos Aires se afinca el
protagonista de un cuento de
Arturo M. García: "Don Javier Echegaray y Tarragona,
oriundo de San Sebastián en el país vasco y como su
nación,
fuerte de temperamento, férrea voluntad, constante en
el trabajo y
perseverante en sus ideas había llegado a la Argentina a los
doce años con unas ansias inconmensurables de hacerse la
América. Recaló en Buenos Aires, pero la ciudad que
crecía no le brindaba muchas ilusiones y esperanzas, eran
los resabios de la generación del 80 con su crisis
económica, financiera y social y Javier evocando las
praderas vascuences y las montañas pirenaicas, solo, se
exilió de nuevo. Viajaba como linyera en trenes de carga
hacia el Sur, comenzó a admirar las extensas pampas, se
asombraba contemplando la cantidad de ganado pastando a la vera
de los rieles del ferrocarril, asentándose por fin como
peón en las regiones de Pigüé, Coronel
Suárez y Saavedra. Trabajó mucho y fuerte,
ahorró dinero y junto
con las pocas pesetas que le mandaban los tíos desde la
patria, fue haciendo un capital que le permitió comprar
primero unas pocas hectáreas, luego más terrenos,
una granja después y por fin una estancia en la zona de
Tornquist" (28).
Leopoldo Lugones, en "la ‘Oda a los ganados y las
mieses’ muestra una
expansión jubilosa en la exaltación de la tierra, los
hombres y los frutos, sin rehuir prosaísmos certeros de
cordial resonancia. Desde el diálogo
pintoresco que sitúa con felicidad en su medio al criollo
o al extranjero hasta el cuadro familiar a veces íntimo y
conmovido de recuerdos, Lugones hace explícita una
convivencia con el mundo humano, animal o de humildad
biológica que sorprende por la extrema y sutil observación. Hay ternura y gracia en el
diminutivo y las imágenes
justas multiplican ante el lector la hirviente variedad de ese
vivo universo"
(29).
Canta al vasco: "¡Oh alegre vasco matinal, que
hacía/ Con su jamelgo hirsuto y con su boina/ La entrada
del suburbio adormecido/ Bajo la aguda escarcha de la aurora!:/
Repicaba en los tarros abollados/ Su eclógico
pregón de leche gorda,/
Y con su rizo de humo iba la pipa/ Temprana, bailándole en
la boca,/ Mezclada a la quejumbre del zorzico/ que gemía
una ausencia de zampoñas./ Su cuarta liberal tenía
llapa,/ Y su mano leal y generosa,/ Prorrogaba la cuenta de los
pobres/ Marcando tarjas en sus puertas toscas" (30).
Año 1872. "Tandil era una pequeña
ciudad al pie de la sierras ubicada cerca de un río con
muchas cascadas a la sombra de sauces y álamos y con una
cantidad de molinos harineros. (…) En las primeras horas del
Año Nuevo, cuando la ciudad todavía dormía,
entraron los rebeldes, no encontraron ni guardias ni
policías y rápidamente ocuparon y cercaron la plaza
principal. (…) En medio de gritos y alaridos, como una
‘horda de salvajes’, según palabras de un
observador, la banda de entre cuarenta y cinco y cincuenta
hombres abandonó la ciudad a caballo", para realizar la
masacre. "Después de abandonar la pulpería, los
atacantes se dirigieron a la estancia de Ramón
Santamarina, el acaudalado inmigrante vasco cuya ejecución
marcaría el momento culminante de la operación.
Como no encontraron señales de su presa, hicieron una
pausa para tomar mate y cambiar los caballos. Dejaban a sus
espaldas un itinerario manchado con la sangre de treinta y seis
cuerpos: dieciséis franceses, diez españoles, tres
británicos, dos italianos y una cantidad de argentinos,
víctimas de una identificación
equivocada".
"A las cinco de la mañana, José Ciriaco
Gómez, comandante de la Guardia Nacional en Tandil,
encabezó una tropa de guardias y otros ciudadanos para
perseguir a los asesinos, siguiendo las huellas dejadas por los
cadáveres de cocheros y pulperos, británicos y
vascos. La partida alcanzó los cuarenta hombres con
refuerzos de la Guardia Nacional y a las diez de la mañana
encontraron a los asesinos, treinta y dos en ese momento, en la
estancia de Santamarina. (…) Entre los detenidos se encontraba
Solané; sin embargo, él no había participado
en la acción y negó tener algún conocimiento
sobre ella. (…) Cinco días más tarde, la noche
del 5 de enero, se lo encontró muerto de un balazo en la
celda en circunstancias misteriosas, después de permanecer
callado sobre todo el asunto" (31).
Este episodio ha sido llevado al teatro. Escribe
Angela Blanco Amores de Pagella: "Dentro de las piezas de
carácter popular, con personajes gauchescos, es necesario
considerar una obra larga, verdadero antecedente de la corriente
gauchesca de teatro que se afirma con Juan Moreira y su tema de
la injusta situación del gaucho en la sociedad de
entonces. Se trata de la obra titulada Solané, de
Francisco Fernández, escrita en 1872, el mismo año
de la aparición de Martín Fierro".
Sobre el desafortunado mestizo que da título
al drama, escribe: "El protagonista de esta obra es
Jerónimo Solané, un chileno hijo de una araucana y
un francés, que existió en la realidad y que
llegó a los pagos de Tandil con fama de curandero. El
asunto se refiere a un hecho real: el asesinato de un comerciante
de Tandil fue atribuido injustamente a Solané
(…)Solané fue preso, pero no se le pudo probar nada.
Entonces fue muerto a través de los hierros de la ventana
de la prisión".
A criterio de la ensayista, "lo que fundamentalmente
da importancia a esta obra no es el hecho episódico que en
ella se trata, sino las intenciones del autor que, según
lo escrito por él mismo, se propone revelar la causa de
la muerte de
Solané citando hechos y sobre todo analizando el medio
sociológico, histórico y político,
situación de la campaña ante el caudillismo y
anulación del sufragio libre" (32).
Luis Ordaz considera que el drama "posee un indudable
valor
documental, pero carece de verdadero mérito
escénico por la trama convencional y el desarrollo
efectista y plagado de parlamentos melodramáticos.
Francisco F. Fernández, personalidad
rebelde y sumamente interesante de la época, escribe la
obra y la retoca, pero no la estrena" (33).
De Nemesio Trejo, con música de Antonio
Reynoso, es el "sainete cómico-lírico en un acto y
tres cuadros, en prosa y verso" que se titula Los
políticos. En él, aparece un vasco que habla
dificultosamente castellano.
Cuando un almacenero gallego le pregunta por qué le
está cobrando cinco centavos más por litro, el
vasco responde: "Porque el Municipalidad hacerme comprar tapos de
lata. Si yo casas intendente verá que tapos poner;
¡gran siete!". Y canta "Agurneré biotreco/ amacho
maitiá/ laiste recorri conaiz/ consola saítea"
(34).
Muy distinto, por cierto, es el castellano que
habla un vasco creado por Carlos Mauricio Pacheco para su
"sainete lírico-dramático en un acto" titulado Los
disfrazados. El vasco dice, por ejemplo: "¿Y no manya ni
medio?", "No vaya a ser cosa que se retobe el grévano…"
y "Me han hecho ráir…qué infeliz el gringo
este…" (35).
"El 27 de diciembre de 1902, la
compañía Podestá hnos. estrena en el actual
Liceo Bohemia criolla", del uruguayo Enrique De María,
escritor que "integra junto con Trejo y Butaro el
triángulo que logra diferenciar en su primer momento, al
sainete criollo de la zarzuela chica" (36).
En esa pieza aparece un personaje con esta
indumentaria: "Román, sentado sobre un cajón, tiene
una libreta en la que figura escribir, viste gorra de vasco, un
saco viejo y un diario (La Prensa) colocado
como chiripá de mantilla, en vez de pantalones". En otra
escena, aparecen "Un gallego, un Vasco, un Andaluz, un Criollo y
Coro de hombres. Traen guitarra, acordeón, bandurria,
etc., etc."; el vasco canta: "¡Ay, ay, ay!
Mutilá…/ ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja!/
¡Qué lindo es lo que sigue/ en lengua es
h’aldurriá!/ ¡Ay!… ¡Ay… ay…
mutilá/ chapela gurriá!…" y finaliza gritando
"¡Aurrerá nescacha polita!" (37).
Un aviso publicado en la revista
teatral La Escena N° 99 anuncia que en la temporada 1920, en
el teatro Politeama, se presenta la compañía de
Roberto Casaux todos los días con extraordinario éxito.
Los actores interpretan El vasco de Olavarría, de Alberto
Novión (1881-1937), obra que la publicación
reproduce.
En el prólogo, don Joaquín de Vedia nos
habla sobre la
personalidad de Novión, de quien dice que "es uno de
los fuertes trabajadores del teatro argentino, porque es bueno,
porque es alegre, porque ni la envidia lo devora ni la vanidad lo
irrita". Acerca de la circunstancia en que el prologuista
conoció al dramaturgo, leemos: "Lo conozco desde los
primeros días de su carrera de autor: fue mi pobre y
grande amigo Florencio Sánchez quien me llamó la
atención hacia él, cuando el estreno
de La cantina, un modelo de
sainetes populares. Desde entonces, otras obras, de diversos
géneros y de diferentes proporciones han popularizado el
nombre y han afianzado los prestigios de Novión entre los
que siguen la marcha, más o menos difícil,
más o menos ocasionada a tropiezos y barquinazos, de este
pensamiento de
hacer un teatro nacional".
Vedia reafirma lo anunciado en el aviso,
refiriéndose a las cincuenta noches que El vasco de
Olavarría lleva en escena, y define al protagonista en
relación con el autor que le dio vida: un ser "noblote,
bueno, sincero hasta en la contradicción, veraz hasta en
la pausa, todo sentimiento y comprensión del bien, como el
autor que lo ha arrojado, de boina, tricota, cinto y granaderas,
a la escena nacional, donde los vascos siembran tan eficazmente
como en la pampa" (38).
Luis Ordaz, en un trabajo sobre Florencio
Sánchez, nos habla del momento en que surge la obra
dramática de Alberto Novión, al que vemos vinculado
con otros prestigiosos dramaturgos: "Durante la que se nombra
como ‘época de oro’ (y abarca, idealmente,
desde la afirmación de la escena nativa por José J.
Podestá, hasta el fallecimiento de Florencio
Sánchez muy lejos, en Milán, a fines de 1910, van
apareciendo y se destacan autores que realizan aportes de gran
significación para el desarrollo coherente de nuestra
dramática, como Pedro E. Pico, José León
Pagano, Julio Sánchez Gardel, Alberto Ghiraldo,
José de Maturana, Alfredo Duhau, Vicente Martínez
Cuitiño, Alberto Novión, Enrique Buttaro, Carlos
Mauricio Pacheco, entre tantos otros" (39).
Los estudiosos Abel Posadas, Marta Speroni y Griselda
Vignolo diferencian, en un estudio sobre el sainete, el español,
el lírico criollo, el de indagación y
entretenimiento y el de divertimento y moraleja. A criterio de
los ensayistas, Alberto Novión cultivó algunas de
estas vertientes (40).
Alberto Novión, nacido en Francia, ha
creado varios personajes inmigrantes; recordemos a los italianos
en La cantina y Primeros fríos. Para lo comedia en tres
actos presentada en el Politeama, se inclinó por un vasco,
al que dota de muchas condiciones buenas y pocos
defectos.
La anécdota es escueta y sabrosa: un hombre
vive con su mujer y su hijo en Buenos Aires. Su hermana, a quien
hace veinte años que no ve, le anuncia que irá a
visitarlo. Viene del campo, de Olavarría, donde vive con
su marido vasco y sus dos hijos. La visita de los parientes causa
desagrado a la cuñada, quien espera lo peor de esta
familia, a la que supone grosera y rústica. Más
tarde, se dará cuenta de que estaba prejuzgando, y
tendrá que aceptar que su hijo, estudiante de
Abogacía con pretensiones de diplomático, se case
con la prima del campo.
La cuñada del vasco pregunta a su marido
cómo ha hecho este hombre para juntar tanto dinero. El
marido le responde: "como tantos otros, la mayoría de
nuestros vascos, trabajando honradamente. Este es de los buenos,
de los grandes y fuertes, porque sabe romper la tierra, tirar
el grano y mirar de frente al sol.".
Novión alude también al empecinamiento
del inmigrante, quien afirma: "cuando a un vasco se le pone algo
en la cabeza, no hay familia, razones, ni el demonio a cuatro,
que lo haga salir del camino que ha agarrao…". Quizás en
esta fortaleza de carácter radique su posibilidad de
prosperar en un país hospitalario. La mujer del
vasco coincide con él en que es empecinado, pero se lo
dice con un sentido reprobador: "los vascos, por más
macanas que hagan tienen razón". Es risueña la
imagen que
aporta el hijo de ambos, quien asevera que cuando "el viejo hace
una macana, aunque le peguen en el suelo no da su
brazo a torcer". El vasco está orgulloso de ser quien es
y, cuando lo desairan, dice que se lo han hecho a él, "al
vasco de Olavarría, que tiene nada más que pegar
una patada en el suelo y salen
todos disparando como en Cagancha".
Pero el vasco, así como es tenaz y arrogante,
es también un hombre sensible. Por boca de su hija sabemos
cuánto echa de menos su tierra de origen: "papá
-dice la joven-, a pesar de que ya está viejo y que ha
formado en esta tierra su hogar, su hogar, su fortuna, su
tranquilidad; viera Ud. cuántas veces lo he sorprendido
cantando bajito los aires de su tierra natal, y cuántos
suspiros, mensajeros de muchos besos, han ido desde sus labios
hasta sus montañas, para morir en los muros de su casa,
allá en la aldea de la falda" (41).
Novión nos brinda la posibilidad de conocer la
compleja relación que se dio entre nativos e inmigrantes
y, en esta pieza en particular, entre citadinos y campesinos,
pues en ella se advierten resonancias del "menosprecio de corte y
alabanza de aldea" que tantas páginas motivó en la
literatura de
diversas épocas.
Manuel Mujica Làinez realizò
innumerables viajes a lo
largo de su vida, por diferentes motivos. Siendo periodista de La
Naciòn, los viajes fueron
para èl parte de su trabajo. Poco antes de morir, Mujica
Làinez reuniò algunas de las crònicas que
escribiò para el diario capitalino, en dos
volùmenes que titulò Placeres y fatigas de los
viajes. Crònicas andariegas. En estos tomos agrupa
artìculos publicados entre 1935 –cuando viajò
en el Zeppelin- y 1977.
En España vivieron sus ancestros; uno de
ellos, hace siglos, se lanzò al mar, en busca de la
promesa americana. Este es el tema de una de las notas. "Cada uno
de nosotros es, en buena proporciòn, consecuencia de la
cadena ancestral que le dio vida –afirma-, y mis eslabones
hispanos, rotos hace casi dos centurias, siguen unidos
invisiblemente a mis eslabones de la Argentina. Hoy los siento
trèmulos, vibrantes, dentro de mì".
Este sentimiento alcanza su clìmax cuando el
poeta visita, en Villafranca de Oria, pueblo cercano a San
Sebastiàn, , la casa de sus mayores, en una
"peregrinaciòn a las fuentes": "Con
Armendàriz tornè a entrar en la iglesia. Me
enseñò, en los registros
parroquiales, las anotaciones que consignan los bautismos,
matrimonios y muertes, de gente remota vinculada a mì. Y,
saliendo del templo neblinoso, me mostrò junto a èl
la que fue casa de mis mayores y que, desde 1890, màs o
menos, està destinada a escuela, correo, dependencias
municipales y què sè yo què. Sobre la puerta
sigue intacto el blasòn, como en tantas y tantas casas de
Guipùzcoa".
Se refiere a su estado de
ànimo de ese momento: "Experimentè, como es
lògico, una especie de emociòn difìcil de
definir. Ella aumentò cuando, algo despuès, el
alcalde nos guiò al cònsul y a mì para que,
desde la altura del hospital, abarcàramos la vista del
pueblo. Cuatro hermanas de caridad, alegres, parloteantes,
sonoras de llaves y de rosarios (la màs àgil, Sor
Pastora), nos escoltaron a lo largo de vastas salas llenas de
camas vacìas –pues en Villafranca no hay màs
que trece asilados en el hospital, y la principal razòn de
ser de ese instituto monjil finca en su colegio- para que
asomàndonos a las ventanas del primer piso,
apreciàramos en su conjunto la hermosura del pueblo. Y
entonces, al verlo tan pequeño, tan esmirriado, con sus
tejas venerables, sus edificios hidalgos y sus muros pobrecitos,
sentì que algo se apretaba dentro de
mì".
Recordò entonces a "aquel Juan Bautista de
Mujica y Gorostizu, tan vasco, quizàs el tercero o el
cuarto hijo de una familia numerosa, de hacienda flaca, que un
dìa resolviò irse de Villafranca de Oria, de estas
montañas, de este rìo rumoroso, de estas casas
soñolientas, de estos pinos velados por la bruma, de esta
iglesia que guardaba la historia de los suyos". Se fue "allende
el mar, al extremo del mundo, porque –segùn se
referìa- se habìa abierto el puerto de Buenos Aires
al comercio, en
un nuevo virreinato, y acaso allì –pero eso
sì, desgarràndose de todo, como quien se cercena
una mano a sì mismo- habrìa posibilidades de
medrar, para un muchacho sin temor".
El escritor plasma en este artìculo la
emociòn que sintiò: "Ese pensamiento me
acercò a èl, por encima del tiempo,
màgicamente, y a la casa que acababa de ver junto a la
iglesia de Santa Marìa. Y al hacerlo comprendì que
no me estaba despidiendo de España sino, al contrario,
regresando a ella, a mi casa, y aunque me fuera lejos nunca me
irìa de aquì, donde las raìces se hunden
entre tumbas y el rìo Oria le repite a mi sangre, para
siempre, una vieja ronda familiar" (42).
En 1943, Conrado Nalé Roxlo da a conocer El
muerto profesional, firmado con su seudónimo Chamico.
Acerca de esas páginas escribirá más tarde:
"Carezco de vocación y aptitudes para el periodismo,
aunque es la galera en que he remado siempre y, tal como van las
cosas, seguiré inclinado sobre su borda hasta la hora del
último naufragio. No me quejo. Mucho le debo al periodismo,
donde tuve la suerte de encontrar amables e inteligentes
cómitres que me permitieron remar con mi propio remo.
Dicho en términos no tan dramáticos y
náuticos, los directores de los muchos diarios en que
trabajé me dejaron un rincón tranquilo, al margen
del comentario de actualidad y de las noticias, donde dejar volar
mis fantasías y soltar mis ocurrencias. Así
nacieron muchas páginas que después pasaron al
libro. Toda la obra humorística de mi alter ego Chamico,
por ejemplo, tiene ese origen, y muchas cosas más"
(43).
En "Una conversación interesante", texto incluido
en el volumen que mencionamos, uno de los personajes se refiere a
un turco que se va a casar, y afirma que un vasco piensa frustrar
ese matrimonio: "creo
que se le va a aguar la fiesta porque el vasco Indurrimendi se ha
enterado de que Flores es casado en Turquía y, como usted
sabe que tienen rivalidad por los negocios, ha
dado parte al comisario y al registro civil y
hasta creo que les ha mandado el pasaje a las esposas turcas del
turco para que se presenten el día del casamiento y armen
un escándalo. Si vienen todas va a ser divertido"
(44).
Mauricio Kartun, en "El siglo disfrazado", analiza la
relación del Carnaval con la inmigración: "Fue con
el vendaval inmigratorio de principio de siglo que la farra
desbordó todo orden institucional, la mascarita se
independizó, y el disfraz pasó a ser un atributo de
fenomenal creatividad
individual, un orgullo familiar en el que las mujeres de la casa
lucían su solvencia con el molde y la
aguja".
Una vez disfrazado el niño, debía
fotografiárselo, para enviar esa imagen al
país de origen: "Colas de una cuadra en Foto Bixio, o en
Pascale, bajo el sol calcinante
de febrero, ese que aseguraba con el resplandor de la primera
tarde los mejores contrastes en la vidriada galería de
pose del estudio. ¿Cómo testimoniar sino
allá en el terruño el prodigio de costura, las
costumbres, el crecimiento y la belleza de los chicos,
engalanados y maquillados?"
El afianzamiento de la inmigración hizo que
cambiaran los disfraces elegidos por las madres para sus hijos:
"Viejas fotos.
Sólo eso queda de aquella magnífica pasión
por el disfraz. De pierrot, sobre todo, hasta los años 20
en que las colectividades tomaron peso propio. De allí en
más predominaron los baturros, toreros y gaiteros
asturianos, las majas, las gitanas, y los vascos pelotaris con
sus paletas en miniatura, o su versión lechera con los
tarros también a escala"
(45).
…..
Así vieron a los vascos inmigrantes los
escritores de varias naciones. Como personajes literarios,
testimonian una sociedad y un momento
histórico.
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CEAL, 1980. - López, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres
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Autores: El teatro argentino. 6. El sainete. Buenos Aires,
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En La Escena Revista
Teatral N° 99. Buenos Aires, 1920. - Mujica Láinez, Manuel: Placeres y fatigas de
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citado por Jorge B. Rivera en el prólogo a Chamico: El
muerto profesional. Buenos Aires, CEAL, 1980. - Chamico (Conrado Nalé Roxlo): El muerto
profesional. Buenos Aires, CEAL, 1980. - Kartun, Mauricio: "El siglo disfrazado", en
Clarín Viva, 20 de febrero de 2000.
Trabajo enviado por
María González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional
Matriculada