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Las víctimas del Golpe de Estado de 1976 en Argentina (página 2)




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TESTIMONIOS

En el legajo N° 3860, obra la denuncia de la
desaparición de Alberto Santiago Burnichon, en las
siguientes circunstancias:

«El 24 de marzo de 1976, a la 0.30 hs.,
penetraron por la fuerza en
nuestro domicilio de Villa Rivera Indarte, en la provincia de
Córdoba, personas uniformadas, con armas largas,
quienes se identificaron como del Ejército junto con
personas jóvenes vestidas con ropas deportivas. Nos
encañonaron y comenzaron a robar libros,
objetos de arte, vinos,
etc., que fueron llevados al exterior por los hombres
uniformados. No hablaban entre ellos sino que se conunicaban
mediante chasquidos de los dedos. El saqueo duró
más de dos horas; previamente se produjo un
apagón en las calles cercanas a nuestro domicilio. Mi
esposo, que era gremialista, mi hijo David y yo fuimos
secuestrados. Yo fui liberada al día siguiente, luego lo
fue mi hijo, quien estuvo detenido en el Campo "La Ribera".
Nuestra casa quedó totalmente destruída. El
cadáver de mi esposo fue hallado con siete impactos de
bala en la garganta.»

Lucio Ramón
Pérez
, Temperley – Pcia. de Buenos Aires
(Legajo N° 1919), relata del siguiente modo el secuestro de su
hermano:

«El 9 de noviembre de 1976 fue secuestrado mi
hermano. Estaba descansando en compañía de su
esposa y de su higo de 5 años, cuando a las 2 de la
madrugada fueron despertados por una fuerte explosión.
Mi hermano se levantó, abrió la puerta y vio a
cuatro sujetos que saltaban por el cerco.

Vestían de civil, uno con bigotes y turbante
(pullóver arrollado en la cabeza) y llevaban armas largas.
Tres de ellos entraron al departamento y obligaron a mi
cuñada a cubrirse los ojos y le dijeron al nene que
cerrara los ojos. Los vecinos dicen que mi hermano fue alzado
de los hombros por dos sujetos e introducido en un Ford Falcon.
Eso es lo último que supe de él. También
dicen que había varios coches y una camioneta; muchos
sujetos estaban detrás de los árboles con armas largas. Habían
interrumpido el tránsito y un helicóptero
sobrevolaba la casa.»

María Angélica Batallan, provincia
de Tucumán (Legajo N° 5794) relata del siguiente modo
el secuestro de
su hijo Juan de Dios Gómez:

«El 10 de agosto de 1976, a las 6 de la tarde un
grupo de
militares al mando del Tte. Flores que andaban en una
camioneta, detuvieron a mi hijo en el Ingenio Santa
Lucía, en la despensa donde trabajaba. Después me
lo trajeron para la casa, ahí nos amenazaron a mí
y al padre. Revisaron todo. Después se fueron con mi
hijo y no tuvimos más noticias de
él».

Adolfo T. Ocampo (Legajo N° 1104) relata del
siguiente modo el secuestro de su hija Selma Julia
Ocampo:

«A las 2 de la madrugada del 11 de agosto de
1976, penetraron en el edificio y derribaron la puerta del
departamento de mi hija y se introdujeron en éste. Otros
hombres se quedaron vigilando el departamento. Este episodio
fue presenciado desde el departamento de en frente por el
Capitán de Navío Guillermo Andrew quien merced a
un llamado telefónico logró que llegaran al lugar
dos camiones del Ejército. Los dos grupos se
trabaron en un intenso tiroteo (aún hoy pueden
apreciarse los impactos en el frente). El tiroteo se detuvo
cuando las fuerzas recién llegadas y a las
órdenes del Capitán ya citado pudieron oir a los
victimarios gritar: «TENEMOS ZONA LIBERADA», acorde
a esto, se retiraron las fuerzas, dejando actuar a los
victimarios, quienes después de destruir y robar, se
llevaron a Selma y a una amiga, Inés Nocetti, ambas
desaparecidas al día de la fecha…»

En la denuncia por la desaparición de
Simón Antonio Riquelo (Legajo N° 7143) la madre
relata del siguiente modo el secuestro de su hijo.

«El 13 de julio de 1976, entre las 23 y 23.30
horas, golpearon fuertemente la puerta de mi domicilio en el
Barrio de Belgrano, en esta Capital. En
ese momento me encontraba terminándole de dar el pecho a
mi hijo Simón. Forzaron la puerta y entraron entre 10 y
15 personas vestidas de civil, pero que se identificaron como
miembros del Ejército Argentino y del Ejército
Uruguayo. Uno de los oficiales se presentó como el mayor
Gavazzo, del Ejército Uruguayo. Encontraron material
escrito del cual surgió que yo trabajaba por la causa de
la libertad en
Uruguay;
entonces comenzaron a torturarme y a interrogarme. Cuando me
sacaron de la casa les pregunté qué iba a ocurrir
con el niño. Me responden que no debía
preocuparme, que el niño se iba a quedar con ellos, y
que esta guerra no es
contra los niños. Esa fue la última vez que
vi a Simón y que tengo noticias de
él.»

Tal lo que sucedió en el hogar de la familia
Barroca
, según el relato del jefe de familia (Legajo
N° 6256).

«El viernes 15 de julio de 1977 a las 22.15
horas encontrándonos en nuestra casa mi esposa, mi hija
Mirta Viviana y yo, escuchamos que desde afuera nos dicen por
un megáfono que sabían que yo era suboficial de
la Armada, y que debíamos salir con los brazos en alto,
ya que habían dinamitado la casa en su frente. Asi lo
hicimos, viendo que los "delincuentes" vestían de civil,
eran ocho y estaban fuertemente armados con armas
automáticas, típicas de las fuerzas
"paramilitares".

Luego dentro de la casa se dieron a la tarea de un
interrogatorio exhaustivo sobre las actividades de la familia.
Mi otra hija Graciela Mabel regresó a nuestra casa a las
23 horas procedente de la casa de una compañera donde
había ido a estudiar, ya que al día siguiente
tenía un examen en la Facultad de Ciencias
Exactas. La detuvieron en el pasillo de la casa y no sabemos
qué hicieron con ella ya que mi otra hija era
interrogada con los ojos vendados en el comedor y mi esposa con
los ojos también vendados estaba en el dormitorio. A la
una de la mañana del sabado 16 de julio de 1977 antes de
dar por concluído el operativo, el que parecía
oficiar de 2° jefe me manifestó que se llevaban a
Graciela para ser interrogada por un "capitán"; que no
le había encontrado nada, pero que había
pertenecido a la JUP Juventud
Universitaria Peronista) y nosotros sabíamos lo que eso
significaba. También indicó que rogaramos para
que Graciela no tuviese nada y que si así era,
sería liberada a los cinco o seis días. Cuando
hice la denuncia en la Comisaría de Villa Martelli, para
denunciar el secuestro de mi hija y el avasallamiento de mi
domicilio, se me expresó confidencialmente, que no
había tal secuestro porque la habían detenido
fuerzas del Ejército y de Superinteridencia
Federal.»

  El operativo que culminó con el secuestro
de Roque Nuñez (Legajo N° 3081) tuvo
connotaciones de pesadilla, como se desprende del testimonio de
su hija:

«El día 21 de abril de 1976 a las cuatro
de la mañana irrumpieron en mi domicilio varios hombres
vestidos de civil; venían fuertemente armados y se
identificaron como pertenecientes a la Marina y a la
Policía Federal y cuyo jefe decía ser el
Inspector Mayorga. Se llevan a mi papá, que tenía
en ese momento 65 años. Al día siguiente mi
hermano Miguel presentó un recurso de Habeas
Corpus ante el Juzgado de San Isidro. Ese mismo día
a las 21 volvieron a mi casa, llevándose detnida a mi
madre, la encapucharon y trasladaron por cinco días a un
lugar que no pudo identificar, donde la interrogaron con mucha
violencia.
Los integrantes de las Fuerzas Armadas permanecieron en la casa
a partir de esa detención. El día 23, al entrar
mi herrnano Miguel en el domicilio, también fue
secuestrado. Durante el operativo que duró cuatro horas
el día 21 y treinta y seis a partir del día 22,
los responsables no permitieron que nadie me auxiliara, ya que
soy cuadrapléjica (parálisis en los cuatro
miembros) y debí permanecer en la misma posición
sin comer ni ser atendida en mis neesidades
fisiológicas, amenazada de continuo para que llamara por
teléfono a mi hermana María del
Carmen. En esas circunstancias cayó el teléfono al suelo, siendo
cambiado por otro aparato, que aún esta en mi domicilio.
Al retirarse los responsables de esta operación, se
llevaron un auto Ford Falcon que yo había adquirido. Mi
madre fue puesta en libertad,
con los ojos vendados a dos cuadras de mi casa. Mi padre y mi
hermano, permanecen desaparecidos. Posteriormente fui informada
de que mi hermana María del Carmen Nuñez, su
esposo Jorge Lizaso y un hermano de éste, Miguel
Francisco Lizaso, fueron secuestrados, siendo su departamento
totalmente saqueado. Ellos también siguen en la
condición de desaparecidos.»

Carlos Alberto Campero (Legajo N° 1806)
regista este imborrable recuerdo:

«Mi madre fue llevada al negocio y bajo amenazas
de muerte la
golpearon utilizando métodos
que ni a los animales
salvajes se les puede aplicar. En el negocio teníamos un
turbo ventilador al cual le cortaron el cable y
enchufándolo lo utilizaban como picana, pero para que
esto tuviera más eficacia
destapaban botellas de agua mineral
para mojar a mi madre, la cual había sido atada con
anterioridad a una silla; mientras realizaban este acto de
salvajismo, otro le pegaba con un cinto hasta ensangrentarle el
cuerpo y desfigurarle la cara. Después de haber
transcurrido un rato bastante prolongado optaron por llevarnos
a todos, menos a Viviana, de seis meses de edad, que junto con
Griselda, mi hermana de 13 años, quedaron en el
domicilio».

(…………………………………………………………………………………………..)

«El 10 de junio me secuestran en mi domicilio en
Martín Coronado – declara Jorge César Casalli
Urrutia (Legajo N° 3889). Penetraron por la fuerza unas
10 personas y poniéndome un revólver en la
cabeza, procedieron a destrozar la casa buscando armas. En un
momento me tiraron al piso y con un cable de un artefacto
eléctrico, comenzaron a torturarme. Mientras tanto mi
esposa fue castigada y golpeada en otra habitación.
Después de una hora y media de estar en mi casa, me
vendaron los ojos y me pusieron en el piso de un coche, fueron
a buscar a un amigo.»

Con el traslado del secuestrado al CCD finaliza el
primer eslabón de un tenebroso periplo. Amenazados y
maniatados, se los ubicaba en el piso del asiento posterior del
vehículo o en el baúl, sumando al pánico la
sensación de encierro y muerte. Se
procuraba así que el terror no se extendiera más
allá de la zona donde se desarrollaba el
operativo.

«A las 3 de la mañana del 3 de julio de
1976, fui trasladada por un grupo de 15
personas vestidas de civi – declara Mirta Caravelli de Mansilla
(Legajo N° 4073) fuertemente armadas. Me trasladaron
vendada y con un pullóver en la cara, amordazada y
esposada en un Renault 12, supuestamente a La Perla (por el
tiempo y por
recorrido que realizaron)»

Las víctimas no solamente fueron arrancadas de
sus hogares o lugares de trabajo, como ilustra la denuncia por la
desaparición de Juan Di Bernardo (Legajo N°
4500):

«Mi hijo estaba internado en el Hospital Alvear
a consecuencia de haber sido atropellado por un
automóvil. Tenía programada una
intervención quirúrgica para el 15-5-78. La noche
del día 12-5-78 se presentaron algunos sujetos con
guardapolvos blancos. Iban armados. Obligaron a los pacientes
internados en la sala 14 de traumatología a permanecer
en sus camas y taparse las caras con las sábanas. Estos
sujetos pasaron a Juan a una camilla, lo cubrieron y se lo
llevaron en una ambulancia».

«Estaba yo trabajando en la empresa
Pavón S.A. de Rosario, provincia de Santa Fe- declara
Marcelo Daniel Vilchez (Legajo N° 7001) cuando mi jefe, el
Sr. Miguel Pavan, me llamó a su oficina. Me
dirigí ahí, donde estaban dos personas vestidas
de civil que se identificaron como de la policía. Me
tomaron por el cuello y me sacaron afuera, donde había
un tercer hombre. Me
amenazan de muerte y me introducen a un Renautl 12 Break.
Dentro del automóvil me agachan la cabeza y me la tapan
con un pullóver. De allí me llevan a la Jefatura
donde, entre gritos y golpes, me sacan el pullóver y me
colocan una venda en los ojos…».

«Si al salir del cautiverio me hubieran
preguntado: ¿te torturaron mucho?, les habría
contestado: Sí, los tres meses sin
parar.»

«Si esa pregunta me la formulan hoy les puedo
decir que pronto cumplo siete años de tortura»
(Miguel D'Agostino – Legajo N° 3901).

El 5 de abril de 1978, aproximadamente a las 22 horas,
el Dr. Liwsky entraba a su casa en el barrio de Flores, en la
Capital
Federal:

«En cuanto empecé a introducir la llave
en la cerradura de mi departamento me di cuenta de lo que
estaba pasando, porque tiraron bruscamente de la puerta hacia
adentro y me hicieron trastabillar. Salté hacia
atrás, como para poder
empezar a escapar.

Dos balazos (uno en cada pierna) hicieron abortar mi
intento. Sin embargo todavía resistí,
violentamente y con todas mis fuerzas, para evitar ser esposado
y encapuchado, durante varios minutos. Al mismo tiempo gritaba
a voz en cuello que eso era un secuestro y exhortaba a mis
vecinos para que avisaran a mi familia. Y
también para que impidieran que me llevaran.

Ya reducido y tabicado, el que parecía actuar
como jefe me informó que mi esposa y mis dos hijas ya
habían sido capturadas y
«chupadas».

Cuando, llevado por las extremidades, porque no
podía desplazarme por las heridas en las piernas,
atravesaba la puerta de entrada del edificio, alcancé a
apreciar una luz roja
intermitente que venía de la calle. Por las voces y
órdenes y los ruidos de las puertas del coche, en medio
de los gritos de reclamo de mis vecinos, podría afirmar
que se trataba de un coche patrullero. Luego de unos minutos, y
a posteriori de una discusión acalorada, el patrullero
se retiró. Entonces me llevaron a la fuerza y me tiraron
en el piso de un auto, posiblemente un Ford Falcon, y
comenzó el viaje.

Me bajaron del coche en la misma forma en que me
habían subido, entre cuatro y, caminando un corto trecho
(4 ó 5 metros) por un espacio que, por el ruido, era
un patio de pedregullo, me arrojaron sobre una mesa. Me ataron
de pies y manos a los cuatro angulos.

Ya atado, la primera vez que oí fue la de
alguien que dijo ser médico y me informó de la
gravedad de las hemorragias en las piernas y que, por eso, no
intentara ninguna resistencia.

Luego se presentó otra voz. Dijo ser EL
CORONEL. Manifestó que ellos sabían que mi
actividad no se vinculaba con el terrorismo o
la guerrilla, pero que me iban a torturar por opositor. Porque:
«no había entendido que en el país no
existía espacio político para oponerse al
gobierno del
Proceso de
Reorganización Nacional». Luego agregó:
«¡Lo vas a pagar caro… !¡ Se acabaron los
padrecitos de los pobres!»

Todo fue vertiginoso. Desde que me bajaron del coche
hasta que comenzó la primera sesión de
«picana» pasó menos tiempo que el que estoy
tardando en contarlo. Durante días fui sometido a la
picana eléctrica aplicada en encías, tetillas,
genital, abdomen y oídos. Conseguí sin
proponérmelo, hacerlos enojar, porque, no sé por
qué causa, con la «picana», aunque me
hacían gritar, saltar y estremecerme, no consiguieron
que me desmayara. Comenzaron entonces un apaleamiento
sistemático y rítmico con varillas de madera en la
espalda, los gluteos, las pantorrillas y las plantas de
los pies. Al principio el dolor era intenso. Después se
hacía insoportable. Por fin se perdía la
sensación corporal y se insensibilizaba totalmente la
zona apaleada. El dolor, incontenible, reaparecía al
rato de cesar con el castigo. Y se acrecentaba al arrancarme la
camisa que se había pegado a las llagas, para llevarme a
una nueva «sesión». Esto continuaron
haciéndolo por varios días, alternándolo
con sesiones de picana. Algunas veces fue
simultaneo.

Esta combinación puede ser mortal porque,
mientras la «picana» produce contracciones
musculares, el apaleamiento provoca relajación (para
defenderse del golpe) del músculo. Y el corazón
no siempre resiste el tratamiento.

En los intervalos entre sesiones de tortura me dejaban
colgado por los brazos de ganchos fijos en la pared del
calabozo en que me tiraban. Algunas veces me arrojaron sobre la
mesa de tortura y me estiraron atando pies y manos a
algún instrumento que no puedo describir porque no lo vi
pero que me producía la sensación de que me iban
a arrancar cualquier parte del cuerpo. En algún momento
estando boca abajo en la mesa de tortura, sosteniéndome
la cabeza fijamente, me sacaron la venda de los ojos y me
mostraron un trapo manchado de sangre. Me
preguntaron si lo reconocía y, sin esperar mucho la
respuesta, que no tenía porque era irreconocible
(además de tener muy afectada la vista) me dijeron que
era una bombacha de mi mujer. Y
nada más. Como para que sufriera… Me volvieron a
vendar y siguieron apaleándome.

A los diez días del ingreso a ese
«chupadero» llevaron a mi mujer, Hilda
Nora Ereñú, donde yo estaba tirado. La vi muy
mal. Su estado
físico era deplorable. Sólo nos dejaron dos o
tres minutos juntos. En presencia de un torturador. Cuando se
la llevaron pensé (después supe que ambos
pensamos) que esa era la última vez que nos
veíamos. Que era el fin para ambos. A pesar de que me
informaron que había sido liberada junto con otras
personas, sólo volví a saber de ella cuando,
legalizado en la Comisaría de Gregorio de
Laferrère, se presentó en la primera visita junto
a mis hijas.

También me quemaron, en dos o tres
oportunidades, con algún instrumento metálico.
Tampoco lo vi, pero la sensación era de que me apoyaban
algo duro. No un cigarrillo que se aplasta, sino algo parecido
a un clavo calentado al rojo.

Un día me tiraron boca abajo sobre la mesa, me
ataron (como siempre) y con toda paciencia comenzaron a
despellejarme las plantas de
los pies. Supongo, no lo vi porque estaba
«tabicado», que lo hacían con una hojita de
afeitar o un bisturí. A veces sentía que rasgaban
como si tiraran de la piel (desde
el borde de la llaga) con .una pinza. Esa vez me
desmayé. Y de ahí en más fue muy
extraño porque el desmayo se convirtió en algo
que me ocurría con pasmosa facilidad. Incluso la vez
que, mostrándome otros trapos ensangrentados, me digeron
que eran las bombachitas de mis hijas. Y me preguntaron si
quería que las torturaran conmigo o separado.

Desde entonces empecé a sentir que
convivía con la muerte.
Cuando no estaba en sesión de tortura alucinaba con
ella. A veces despierto y otras en sueños.

Cuando me venían a buscar para una nueva
«sesión» lo hacían gritando y
entraban a la celda pateando la puerta y golpeando lo que
encontraran. Violentamente.

Por eso, antes de que se acercaran a mí, ya
sabía que me tocaba. Por eso, también,
vivía pendiente del momento en que se iban a acercar
para buscarme.

De todo ese tiempo, el recuerdo más vivido,
más aterrorizante, era ese de estar conviviendo con
la muerte.
Sentía que no podía pensar. Buscaba,
desesperadamente, un pensamiento
para poder darme
cuenta de que estaba vivo. De que no estaba loco. Y, al mismo
tiempo, deseaba con todas mis fuerzas que me mataran cuanto
antes.

La lucha en mi cerebro era
constante. Por un lado: «recobrar la lucidez y que no me
desestructuraran las ideas», y por el otro:
«Qué acabaran conmigo de una vez»

La sensación era la de que giraba hacia el
vacío en un gran cilindro viscoso por el cual me
deslizaba sin poder aferrarme a nada. Y que un pensamiento,
uno solo, sería algo sólido que me
permitiría afirmarme y detener la caída hacia la
nada.

El recuerdo de todo este tiempo es tan concreto y a
la vez tan íntimo que lo siento como si fuera una
víscera que existe realmente.

En medio de todo este terror, no sé bien
cuando, un día me llevaron al
«quirófano» y, nuevamente, como siempre,
después de atarme, empezaron a retorcerme los testículos. No sé si era
manualmente o por medio de algún aparato. Nunca
sentí un dolor semejante. Era como si me desgarraran
todo desde la garganta y el cerebro hacia
abajo. Como si garganta, cerebro, estómago y testículos estuvieran unidos por un hilo
de nylon y tiraran de él al mismo tiempo que aplastaban
todo.

El deseo era que consiguieran arrancarmelo todo y
quedar definitivamente vacío. Y me desmayaba. Y sin
saber cuándo ni cómo, recuperaba el
conocimiento y ya me estaban arrancando de nuevo. Y
nuevamente me estaba desmayando.

Para esta época, desde los 15 ó 18
días a partir de mi secuestro, sufría una
insuficiencía renal con retención de orina. Tres
meses y medio después, preso en el Penal de
Villa-Devoto, los médicos de la Cruz Roja Internacional
diagnostican una insuficiencia renal aguda grave de origen
traumático, que podríamos rastrear en las
palizas.

Aproximadamente 25 días después de mi
secuestro, por primera vez, después del más
absoluto aislamiento, me arrojan en un calabozo en que se
encuentra otra persona. Se
trataba de un amigo mío, comparñero de trabajo en
el Dispensario del Complejo Habitacional: el Dr. Francisco
García Fernandez. Yo estaba muy estropeado. El me hizo
las primeras y precarísimas curaciones, porque yo, en
todo este tiempo, no tenía ni noción ni capacidad
para procurarme ningún tipo de cuidado ni
limpieza.

Recién unos días después,
corriéndome el «tabique» de los ojos, pude
apreciar el daño que me habían causado. Antes me
había sido imposible, no porque no intentara
«destabicarme» y mirar, sino porque, hasta
entonces, tenía la vista muy deteriorada. Entonces pude
apreciarme los testículos… Recordé que, cuando
estudiaba medicina, en
el libro de
texto, el
famosísimo Housay, había una fotografla en la
cual un hombre, por
el enorme tamaño que habían adquirido sus
testículos, los llevaba cargados en una carretilla. El
tamaño de los míos era similar a aquel y su
color de un
azul negruzco intenso.

Otro día me llevaron y, a pesar del
tamaño de los testículos, me acostaron una vez
más boca abajo. Me ataron y, sin apuro,.desgarrando
conscientemente, me violaron introduciendome en el ano un
objeto metálico. Después me aplicaron electricidad
por medio de ese objeto, introducido como estaba. No sé
describir la sensación de cómo se me quemaba todo
por dentro. La inmersión en la tortura cedió.
Aisladamente, dos o tres veces por semana, me daban alguna
paliza. Pero ya no con instrumentos sino, generalmente,
puñetazos y patadas.

Con este nuevo régimen, comparativamente
terapéutico, empecé a recuperarme
físicamente. Había perdido más de 25 kilos
de peso y padecía la insuficiencía renal ya
mencionada.

Dos meses antes del secuestro, es decir, por febrero
de ese año, padecí un rebrote de una antigua
simonelosis (fiebre tifoidea).

Entre el 20 y 25 de mayo, es decir unos 45 ó 60
días después del secuestro, tuve una recidiva de
la salmonelosis asociada a mi quebrantamiento
físico.»

«El trato habitual de los torturadores y
guardias con nosotros era el de considerarnos menos que
siervos. Eramos como cosas. Además cosas
inútiles. Y molestas. Sus expresiones: «vos sos
bosta». Desde que te «chupamos» no sos nada.
«Además ya nadie se acuerda de vos».
«No existís». «Si alguien te buscara
(que no te busca) ¿vos crees que te iban a buscar
aquí?«»Nosotros somos todo para vos».
«La justicia
somos nosotros». «Somos Dios».

Esto dicho machaconamente. Por todos. Todo el tiempo,
muchas veces acompañado de un manotazo, zancadilla,
trompada o patada. O mojarnos la celda, el colchón y la
ropa a las 2 de la madrugada. Era invierno. Sin embargo, con el
correr de las semanas, había comenzado a identificar
voces, nombres (entre ellos: Tiburón, Víbora,
Rubio, Panza, Luz, Tete).
También movimientos que me fueron afirmando
(conjuntamente con la presunción previa por la ruta que
podría asegurar que recorrimos) en la opinión de
que el sitio de detención tenía las características de una dependencia
policial. Sumando los datos (a los
que podemos agregar la vecindad de una comisaría, una
escuela-se
oían cantos de niñas-también vecina, la
proximidad-campanas-de una iglesia) se
puede inferir que se trató de la Brigada de Investigaciones
de San Justo.

Entre las personas con las que comparti el cautiverio,
lo sé porque oí sus voces y me dijeron sus
nombres, aunque en calabozos separados estaban: Aureliano
Araujo, Olga Araujo, Abel de León, Amalía
Marrone, Atilio Barberan, Jorge Heuman, Raúl Petruch,
Norma Erenú.

El 1° de junio, día de comienzo del Mundial
de fûtbol, junto con otros seis cautivos
detenidos-desaparecidos, fui trsladado en un vehîculo
tipo camioneta (apilqdos como bolsas unos arriba de otros) con
los ojos vendados a lo que resultó ser la
Comisaría de Gregorio de Lafèrrere.

Actuó en el traslado uno de los más
activos
torturadores. También puedo afirrnar que fue el que me
disparó cuando me secuestraron. El trayecto y tiempo
empleado corrobora la hipótesis anterior con respecto al Centro
Clandestino.

Un dato previo, de suma importancia, después,
es el de mi participación profesional a partir de 1971,
en la Escuela
Piloto de Integración Social de Niños
Discapacitados, que había sido creada en 1963.
Funcionaba en Hurlingham, partido de Morón.

Después de permanecer dos meses en un calabozo
de esa Comisaría (una noche me hicieron firmar un
papel-con
los ojos vendados-que después utilizaron como primera
declaración ante el Consejo de Guerra
Estable 1/1) el 18 de agosto me llevaron al Regimiento de
Palermo, donde el Juez de Instrucción me hace conocer
los cargos. Entre ellos figuraba el mencionado anteriormente de
mi participación en la Escuela Piloto de
Hurlingham.

Allí denuncié todas las violaciones,
incluyendo las torturas, el saqueo de mi hogar y la firma del
escrito bajo apremio y sin conocerlo».

«La tortura psicológica de la "capucha"
es tanto o más terrible que la física, aunque sean
dos cosas que no se pueden comparar ya que una procura llegar a
los umbrales del dolor. La capucha procura la
desesperación, la angustia y la locura.

(…………………………..)

En "capucha" tomo plena conciencia
de que el contacto con el mundo exterior no existe. Nada te
protege, la soledad es total. Esa sesación de
desprotección, aislamiento y miedo es muy difícil
de describir. El solo hecho de no poder ver va socavando
la moral,
disminuyendo la resistencia.

(…………………………..)

… la "capucha" se me hacía insoportable,
tanto es asi que un miércoles de traslado pido a gritos
que se me traslade: "A mí.., a mí…, 571" (la
capucha había logrado su objetivo, ya
no era Lisandro Raúl Cubas, era un número)»
. Testimonio de Cubas, Lisandro Raúl (Legajo N°
6974).

No menos alucinante es el recuerdo de Liliana
Callizo
, quien, en la página 8 de su Legajo N°
4413, expresa:

«Es muy difícil contar el terror de los
minutos, horas, días, meses, años, vividos
ahí…

(…………………………..)

En el primer tiempo el secuestrado no tiene idea del
lugar que lo rodea. Unos lo habíamos imaginado redondo;
otros como una especie de estadio de fútbol, con la
guardia girando sobre las cabezas.

(…………………………..)

No sabíamos en qué sentido estaban
nuestros cuerpos, de qué lado estaba la cabeza y hacia
dónde los pies. Recuerdo haberme aferrado a la
colchoneta con todas mis fuerzas, para no caerme, a pesar de
que sabía que estaba en el suelo.

(…………………………..)

Sentíamos ruidos, pisadas, ruidos de armas, y
cuando abrían la reja nos preparábamos para el
fusilamiento. Las botas militares giraban y giraban alrededor
nuestro» .

El «tabicamiento» solía producir
lesiones oculares, dice Enrique Nuñez (Legajo N°
4846):

«…Me colocaron una venda sucia, sumamente
apretada, que me hundía la vista y me privaba de
circulación. Me dañó seriamente la
visión, quedándome ciego durante más de
treinta días después de que fui liberado del
Centro de Guerrero, Jujuy…»

«En Campo de Mayo, donde fui llevado el 28 de
abril de 1977 – dice el testimoniante del Legajo N° 2819 -,
el tratamiento consistía en mantener al prisionero todo
el tiempo de su permanencía encapuchado, sentado y sin
hablar ni moverse, alojado en grandes pabellones que
habían funcionado antes como caballerizas. Tal vez esta
frase no sirva para graficar lo que eso significaba en
realidad, porque se puede llegar a imaginar que cuando digo
"todo el tiempo sentado y encapuchado", esto es una forma de
decir. Pero no es así, a los prisioneros se nos obligaba
a permanecer sentados sin respaldo en el suelo, es decir sin
apoyarse en la pared, desde que nos levantábamos, a las
6 de la mañana, hasta que nos acostabamos, a las 20.
Pasábamos en esa posición 14 horas por
día. Y cuando digo "sio hablar y sin moverse" significa
exactamente eso. No podíamos pronunciar palabra alguna y
ni siquiera girar la cabeza. En una oportunidbd, un
compañero dejó de figurar en la lista de los
interrogadores, y quedó olvidado. Así pasaron
seis meses, y sólo se dieron cuenta porque a uno de los
custodios le pareció raro que no lo llamaran para nada y
siempre estuviera en la misma situación, sin ser
"trasladado". Lo comunicó a los interrogadores, y
éstos decidieron "trasladarlo" esa semana, porque ya no
poseía interés
para ellos. Este compañero estuvo sentado, encapuchado,
sin hablar y sin moverse durante seis meses, esperando la
muerte. Así permanecían, sujetos a una cadena por
un candado, la cual podía ser individual o colectiva. La
individual era una especie de grillete colocado en los pies, y
la colectiva consistía en una sola cadena, de unos 30
metros, lo suficientemente larga para que pudiera ser filada
por las puntas en las paredes anterior y posterior del
pabellón. Cada metro y medio, según las
necesidades, se encadenaba un prisionero, quedando de este modo
todos ligados entre sí. Este sistema era
permanente».

Enrique Cortelletti (Legajo N° 3523), que
permaneció en la ESMA, luego de ser secuestrado el 22 de
noviembre de 1976:

«Me colocaron una especie de grillete en los
tobillos, y durante todo el tiempo estuve esposado. Cuando me
llevaron al segundo piso, luego de un tiempo de pasar por la
"máquina", pude percibir que allí había
mucha gente. Me colocaron entre dos tabiques no muy altos.
Allí había una especie de colchoneta sobre la que
fui acostado. A causa de estar engrillado, se me infectó
el pie derecho, por lo que me cambiaron el grillete por otro,
atado al pie izquierdo y unido por el otro extremo a una bala
de cañón…»

se dice en el Legajo N° 2356:

«Ella se da cuenta en ese momento que los
llamaban por número, no llamaban por nombre y apellido.
Ella recuerda su número: 104. Recuerda que cuando la
llamaban a ella era que la tenían que torturar…»
(Testimonio de M. de M.).

son innumerables los casos como el de Jorge Berstrin
(Legajo N° 2803
) quien relata:

«…EI 1° de marzo de 1977 me encontraba en
la casa de una compañera de trabajo, en la ciudad de
General Roca, Río Negro, cuando un grupo de hombres
armados irrumpió, esposándonos a ambos,
encapuchándonos y trasladándonos en varios
automóviles hasta un centro de detención cercano
a la ciudad de Neuquén. Con posterioridad pude saber por
qué había sido detenido; la sobrina del jefe de
personal de la
planta donde yo trabajaba, que vivía en Bahía
Blanca, fue de visita a Roca y estuvo en el departamento en el
cual fuimos secuestrados, ya que en esos días le
había presentado a la dueña, mi compañera
de trabajo. La señora de Bahía Blanca, que
tenía en su libreta de direcciones la de este
departamento, fue detenida en esa ciudad, apareciendo poco
después "muerta en enfrentamiento". A los pocos
días de su detención nos secuestran a nosotros
dos, a mí por la casualidad de estar allí. Al
darse cuenta de la equivocación, fuimos liberados,
primero yo y luego de cinco días mi compañera de
trabajo. .» .

Relata las terribles condiciones en que ambos
permanecieron en el C.C.D., reconocido luego por éste como
«Pozo de Quilmes» , y las torturas que se aplicaban
en el lugar. Es liberado el 4 de octubre del mismo año al
advertir sus captores que no se trataba de Víctor Hugo
Romero, anterior morador de la vivienda del denunciante, y que
desafortunadamente tenía su mismo apellido.

Además del «ablande» y la
obtención de información, los cautivos en los C.C.D.
estaban expuestos a sufrir tormentos por razones fortuitas.
Carlos Enrique Ghezan (Legajo N° 4151)
denuncia:

«…Ante la mas mínima trasgresión
a ciertas reglas del campo de detención éramos
golpeados y torturados, algo que pude advertir en numerosas
oportunidades. Cualquier suceso relacionado con la
represión fuera del pozo, la muerte de algún
militar, algún enfrentamiento, hechos de
significación política, episodios
ocurridos en otras partes del mundo, como el avance de la
revolución sandinista, se
constituía en motivo o pretexto para que la
represión se hiciera más severa…»
.

En el Legajo N° 4152, Susana Leonor Caride
nos dice, después de relatarnos un secuestro habitual, que
fue detenida-secuestrada el 26 de julio de 1978 a las 23 horas,
en su domicilio, Fragata Presidente Sarmiento 551, de
Capital.

Simularon con ella un fusilamiento. Le hicieron escuchar
una grabación con voces de chicos afirmandole que su madre
y sus hijos estaban allí:

«…si no les decía dónde
vivía el Dr. Guillermo Díaz Lestrem
torturarían a mi hija, que en ese entonces tenía
diez años de edad, afirmándome que estaba "muy
buena para la máquina"….

(…………………………..)

Alrededor del mediodía les doy el
teléfono de Díaz Lestrem y, cuando llaman ya no
se encontraba, por lo que vuelven a golpearme nuevamente,
interrogándome sobre mis actividades y por nombres de
gente que yo no conocía.

(…………………………..)

Cuando llegué me dejaron tirada en un patio y
al rato me llevaron a la máquina nombre que se la da a
la picana eléctica en donde a continuaron
torturándeme, no recordando el tiempo transcurrido
teniendo en cuenta mi lamentable estado.
Nuevamente me volvieron a tirar en el patio,
permaneciéndo allí un tiempo hasta que me
llevaron a una habitación pequeña, donde un
represor, al que le decían el "Turco Julian",
comenzó a golpearme y darme cadenazos y luego con un
látigo, mientras gritaba y me insultaba,
arrojándome otra vez en el mismo patio.

(…………………………..)

Allí pude sentir que me ardía todo el
cuerpo y que me dolía, acentuándose esto porque
me tiraban agua con
sal.

(…………………………..)

No sé cuanto tiempo permanecí
allí tirada hasta que, en algún momento,
escuché que alguien preguntaba sobre el episodio
ocurrido en la División Planemiento de la Policía
Federal, donde habían puesto una bomba, mientras que
otra persona
contestaba que "había sido un hecho político".
Ante esa respuesta, el llamado "Turco Julian" comenzó a
gritar y a insultar y a "cadenear" a todos los que estabamos
allí. El hecho fue dantesco, ya que estábamos
esposados y con los ojos vendados, y no teníamos
noción de dónde venían los golpes. Nos
caíamos unos encima de los otros, escuchandose gritos de
dolor y de horror. Pude advertir que también otras
personas nos golpeaban y pateaban y nos levantaban de los pelos
cuando nos caíamos al suelo. Cuando quedó todo en
calma se oían gemidos y respiraciones entrecortadas. Al
rato, nuevamente alguien me arrojó agua con sal sobre mi
cuerpo, que estaba todo quemado y era una masa de carne,
escuchando que "Julian" decía que me llevaran, porque si
no me iba a matar» .

Otra circunstancia externa, no ya la producción de un atentado terrorista sino
la interposición de un recurso judicial, acarrearía
nuevas represalias contra la denunciante:

«…Alrededor de los últimos días
de julio o primeros de agosto, ya que allí había
perdido totalmente la noción del tiempo, fui retirada
violentamente de la celda y llevada al "quirófano",
donde me insultaron y me dijeron que el Dr. Díaz Lestrem
había presentado un hábeas
corpus por mí.

(…………………………..)

Me golpearon y, cuando me iban a llevar a la
"máquina", me golpeó uno muy fuerte en las
costilas, y me faltó la respiración, por lo que me dejaron.
(Saldo: dos costillas rotas.)»

«…Yo estuve secuestrado en el Pozo de Quilmes
a partir del 12 de noviembre de 1977. En cierta ocasión,
cuando no pudo llegar nuestra ración diaria como era
habitud, traída desde una entidad del Ejército
cercana, el cabo de guardia, al que apodaban "Chupete",
compró con su propio dinero
alimentos y
cocinó personalmente para nosotros. También el
cabo de guardia Juan Carlos, que parecía pertenecer al
Ejército, cuando mejoraron bs condiciones de
detención nos regalaba cigarrillos…» (Fernando
Schell, Legajo N° 2825).

En el Legajo N° 1277, testimonio del señor
Héctor Mariano Ballent, podemos leer:

«…EI tratamiento en el COT I Martínez
era brutal, no sólo física sino
también psíquicamente , ya que cuando uno
preguntaba qué hora es, le decían si
tenían que salir, si daban sopa era con plato playo y
con tenedor. Un día hubo guiso carrero, ese día
había dos que no se podían levantar, el guiso era
con choclos ya consumidos por ellos; la comida en general era
harina de maíz
hervida, mate cocido y un trozo de pan…» .

En el recuerdo de Antonio Horacio Miño
Retamozo (Legajo N° 3721),

«Los castigos no terminaban nunca, todo estaba
organizado cientificamente, desde los castigos hasta las
comidas. A la mañama traían mate cocido sin
azucar. De
vez en cuando, un trocito de pan duro, que nos tiraban por la
cabeza y a tientas nos desesperábamos buscándolo.
La comida no tenía carne ni gusto alguno, muy salada
algunas veces, sin sal otras. Un día traían
polenta, otros fideos y al siguiente garbanzos en un bol de
plástico, cada preso debía comer
un bocado y pasar al de al lado y ad hasta el final. Si
alcanzaba y sobraba volvía de nuevo…»
.

La atención médica, en muchos
casos,

«…fue realizada por detenidos con algún
conocimiento, cosa que no impidió que"
mucha gente se quedara en la tortura" » . Testimonio
de Villani, Mario, Legajo N° 6821).

N.B.B. (Legajo N° 1583), secuestrada en el
Banco junto
con su marido Jorge, fue violada repetidamente y eso le produjo
una hemorragia. Fue llevada a la enfermería
del pozo y liberada posteriormente:

«…a los dos días de ser internada me
revisó un médico llamado Víctor,
también secuestrado desde hacía un año,
quien tenía acento cordobés y trataba duramente a
los detenidos. Me prescribió tratamiento con
coagulantes. Supe de Víctor que, pese a su
condición de detenido, era trasiadado a distintos pozos
para la atención médica de los
secuestrados» .

Daniel Osvaldo Pina (Legajo N° 5186), secuestrado
en Mendoza, dice:

«En un momento que estaba durmiendo me
despertaron de una patada. Aclaro que dormíamos en el
suelo, acostados sobre la orina» .

El arquitecto Roberto Omar Ramírez
(Legajo N° 3524),
quien fuera secuestrato el 27 de junio
de 1978 en el cine Capitol
de Capital Federal, pasó por los C.C.D. el Banco, Olimpo y
ESMA, lo cual le permitió conocer muy bien la estructura y
funcionamiento de estos cuerpos y explica qué es el
«Consejo» o «Staff»

«…EI secuestrado, una vez ingresado al campo,
recibía inmediatamente la propuesta de
colaboración voluntaría. Para las fuerzas
represivas significa una posibilidad de ganar tiempo, porque
toda resistencia a la tortura viene a comprometer los planes
operativos. Mediante la acción psicológica basada
en el terror y el aislamiento, los secuestrados eran
permanentemente expuestos a la disyuntiva de mejorar las
condiciones de permanencia en el campo a cambio de un
cierto nivel de colaborac ión . Es un proceso que
en general se iniciaba a niveles muy sutiles -limpieza de
corredores y baños – pero en esencia apuntó a
producir en los secuestrados la pérdida de referencia
ideológica. Cuando la colaboración se
traducía en voluntad de desempeñar la función
de interrogar y hasta torturar a otros secuestrados, los
represores obtenían su victoria sobre personas
predispuestuas a encontrar una salida individual a la
situación límite a que habían sido
llevadas, al precio que
fuera. En general, los militares orientaban esta acción
psicológica sobre secuestrados de cierto nivel de
responsabilidad en una organización política. Una
metodología que registra antecedentes en
los campos de concentración del nazismo y en
todas las experiencias similares posteriores .

«La disciplina
en los campos "El Banco" y "Olimpo", al estar las necesidades
de funcionamiento cubiertas por los mismos secuestrados
destinados a tareas de servicio y/o
inteligencia, se apoyó en
diferenciaciones. Todos aquellos secuestrados que debían
cubrir alguna tarea de manera estable (no eventuales, de
limpieza, reparación, etc.) constituían un grupo
denominado "Consejo". Este grupo estaba integrado por todos
aquellos secuestrados afectados por su capacidad, a hacer algo
especial (fotografía, dibujo,
mecánica, electrónica, «c.) o para cumplir
alguna función
(lavado, cocina, planchado, costura, lavado de autos, etc.)
El "Consejo" también estaba integrado por los
secuestrados incorporados a la "inteligencia
del campo" .

(…………………………..)

La composición del "Consejo" varió
después de cada traslado, si algún secuestrado
que lo integraba dejaba el campo por esa vía. Los
únicos estables eran los colaboradores integrantes de la
"inteligencia del campo" y los afectados a tareas de
médico y falsificación de documentación. Las otras funciones
sufrieron varias renovaciones.

(…………………………..)

Cuando los secuestrados Ilegaban a la situación
de realizar tareas, les mejoraban sustancialmente la comida y
gradualmente los lugares para dormir, con retiro progresivo de
la capucha.

(…………………………..)

Las Iibertades se otorgaban de manera muy gradual. En
primer lugar hubo un período de comunicación telefónica,
más tarde el secuestrado era Ilevado delante de su
familia, acompañado por personal del
campo. Pasado un tiempo, el secuestrado entraba en
períodos de "francos" para reunirse con su familia. En
algúin momento, sin previo aviso, era dejado en libertad
bajo vigilancia. El régimen del control
consistía en citas primero semanales, luego quincenales
y finalmente mensuales.

(…………………………..)

Algunos ex secuestrados fueron autorizados despues de
más de un año de este régimen de libertad
a radicarse en el exterior, en países previamese
aprobados por el mando militar. Hubo secuestrados que pasaron
más de tres años en esa situación de
"rehenes" del campo. Yo pasé dos años antes de
decidir correr el riesgo de
gestionar el exilio» .

Testimonio de Gustavo Adolfo Ernesto Contemponi y
Patricia Astelarra-Legajo N° 4452

«A los secuestrados, luego de ser fusilados, se
los tiraba a un pozo previamente cavado. Atados de pies y
manos, amordazados y vendados, eran sentados en el borde del
mismo y simultaneamente se les pegaba un tiro. Numerosos
prisioneros recibimos este testimonio de diversos militares e
incluso en ocasiones pudimos ver personas sacadas en estas
condiciones. Se los sacaba de La Perla generalmente a la hora
de la siesta; la cantidad y frecuencia de los traslados fue
variable. Eran retirados de la cuadra por la guardia de
gendarmería, a veces llamándolos por sus
números en voz alta, otras se acercaban el sentenciado
diciéndole algo en voz baja y lo llevaban. Todos
escuchábamos el ruido del
camión, así que cuando a lo largo de varias horas
sus colchonetas permanecían vacias teníamos la
certeza que habían sido llevados en el mismo. Durante el
76 y hasta principios del
77, a casi todos los secuestrados se nos informaba que nuestro
destino sería el «pozo» y eran habituales
las amenazas al respecto. Dos prisioneros pudimos observar
espiando por la ventana de una oficina ,
cómo era cargado al camión un grupo de conde
ados. Los detenidos, totalmente maniatados de pies y manos,
vendados y amordazados habían sido llevados horas antes
al galpon y luego pudimos observar como fueron cargados por los
interrogadores y numerosos uniformados en un camión
Mercedes Benz arrojándolos a la caja como bolsa de papa.
Presenciando esto estaba el Gral. Centeno y unos cinco
oficiales de alta graduación, que partieron tras el
camión en una camioneta Ford del
Ejército».

  Testimonio de ]osé Julián
Solanille-Legajo N° 1568

 «Como jornalero en actividades
agrícolas, después del golpe de marzo de 1976,
pasó a trabajar a un sitio contiguo el campo «La
Perla» denominado «Loma del Torito».
Aproximadamente en mayo del mismo año observó un
pozo de aproximadamente 4 metros por 4 y 2 metros de
profundidad. Un domingo, observó el ingreso de diez a
quince automóviles, entre ellos dos Ford Falcon de
color blanco en
uno de los cuales identificó como ocupante al Comandante
del III Cuerpo de Ejército, Generel Menéndez, a
quien reconoció por haberlo visto en numerosas ocasiones
anteriores; y dos camiones del Ejército con la caja
tapada, con lonas militares, uno con una cruz blanca pintada.
Momentos después, salió el campo arreando sus
animales
vacunos; y en el trayecto se encontró con un vecino
llamado Giuntoli, que explotaba un campo vecino, quien le dijo
que quería constatar si eran ciertos los comentarios que
había escuchado obre la existenda de fosas en el lugar,
donde se enterraba gente. Accedió a acompañarlo
cediéndole un caballo y montando él mismo otro,
ambos de su propiedad.
Al acercarse al lugar donde estaba esta fosa grande antes
descripta – aproximadamente a 100 metros de distancia –
observó que estaban los vehículos cuyo acceso
había presenciado previamente. Entonces advirtió
a su acompañante Giuntolo: "esperá, que puede
pasar algo feo", y por tal motivo se retiran, pero en ese mismo
instante comienzan a escuchar nutridos disparos de armas de
fuego. Hace notar que cuando vieron los autos junto
a la fosa a su borde había un numeroso grupo de personas
que parecían estar con las manos atadas a la espalda y
los ojos vendados o con anteojos con los cristales pintados de
negro. Al día siguiente retornó el lugar y
observó que el pozo estaba tapado, y sobraba abundante
tierra.
Estima que el número de personas que habrían sido
fusiladas en esa ocasión supera los
50».

 Procedimienro de excavación en
«Loma del Torito» – Legajo N° 1568

 Los tramos más relevantes del acta de
constatación son los siguientes:

«…comenzando las tareas motivo del presente, a
cuyo fin se practica la excavación en el sitio
señalado… llegándose aproximadamente a los dos
metros veinte centímetros de profundidad. Ante el
resultado negativo de la mencionada excavación,
Solanille expresa que no obstante su certeza, resulta
innecesario continuar en dicho lugar. Seguidamente se traslada
al lugar al que el testigo refiere como la "tumba chica" donde
habría restos humanos. Hecho lo cual se procede a cavar
en forma manual en el
sitio indicado. En la tarea participó voluntariamente el
testigo Solanille tras lo cual estimó que resultaba
innecesario cavar a mayor profundidad dado que a su criterio,
la tierra se
hallaba removida desde la oportunidad en que él
habría observado restos humanos».

  Testimonio de Julio César Pereyra –
Legajo N° 3801

 «…prestó el servicio
militar en la Compañía de Apoyos de Equipos
Aerotransportados No 4 – III Cuerpo de Ejército –
Provincia de Córdoba desde febrero de 1976 hasta el
5/9/77. Durante el mes de junio de 1976 estando con un
compañero an La Mezquita se dirigieron al Área
denominada «Loma del Torito», detectaron una fosa
por la tierra
removida y al excavar hallaron casi en la superficie restos
humanos (una mandíbula) y un sweater azul de lana que
también contenía restos
óseos….También hallaron cápsulas
percutadas de Itaka…».

  Testimonio de Ernesto Facundo Urien – Legajo
N° 4612

 «En el año 1978 se
desempeñaba como Jefe de la Compañía B del
Liceo Militar de General Paz. A raíz de que se
conocía el arribo de la Comisión Interamericana
de Derechos
Humanos, el Teniente de Caballería Gustavo Gelfi
recibió una orden sin que le sea transmitida a
través del dicente consistente en cumplir una actividad
ajena al Instituto donde estaba destinado. Posteriormente,
dicho oficial le confía al dicente en que
consistía la actividad que tenía que cumplir
manifestándole que era secreta. Dicha actividad
consistía en desenterrar cuerpos en una zona
perteneciente al campo de instrucción del Comando del
Tercer Cuerpo de Ejército, mediante máquinas
viales que ellos mismos debían operar. Dichos cuerpos ya
desenterrados (que evidenciaban muestras de no haber sido
enterrados ni en cajón ni en bolsa alguna, diseminados
por la zona, algunos con sus documentos)
eran introducidos en tambores, en algunos colocando cal viva
para luego ser trasladados con destino
incierto».

Testimonio de José María
Domínguez

 «En el año 1976 ingresé a la
Gendarmería Nacional; en noviembre o diciembre de ese
año me destinan a cubrir objetivos en
distintos lugares tales como la U.P. 1, La Perla, La Perla
Chica y La Ribera… En el lugar La Perla tuve oportunidad de
cubrir numerosos objetivos…
En dos oportunidades pude ver cómo en horas de la
madrugada entraban camiones del ejército y
procedían a cargar a alojados en la cuadra. Una vez
llevaron a 5 personas, mientras que en otra oportunidad fueron
once los trasladados. Los camiones no regresaban a la cuadra y
se comentaba que a las víctimas las llevaban para
fusilarlas en El Pozo …»

 Cuesta creerlo. Sin embargo hay numerosas
declaraciones que hacen mención a ello. Algunos por
haberlo oído,
otros por referencias directas de sus captores; y también
estan los cuerpos que las corrientes marinas arrojaron a la
costa. Cuesta creerlo, pero en el contexto general de esta
salvaje represión es lícito pensar que para sus
autores no fue otra cosa que un método
más de los tantos utilizados con la misma
finalidad.

En una presentación de tres liberadas de la
Escuela Superior de Mecánica de la Armada de la Argentina ante la
Asamblea Nacional Francesa, se expresa lo siguiente:

«El día del traslado reinaba un clima muy
tenso. No sabíamos si ese día nos iba a tocar o
no».

«…se comenzaba a llamar a los detenidos por el
número…»

«Eran llevados a la enfermería del sótano, donde los
esperaba el enfermero que les aplicaba una inyección
para adormecerlos, pero que no los mataba. Así, vivos
eran sacados por la puerta lateral del sótano e
introducidos en un camión. Bastante adormecidos eran
llevados al Aeroparque, introducidos en un avión que
volaba hacia el Sur, mar adentro, donde eran tirados
vivos».

«El Capitán Acosta prohibió al
principio toda referencia al tema "traslados". En momentos de
histeria hizo afirmaciones como la siguiente: "Aquí al
que moleste se le pone un Pentho-naval y se va para
arriba"». (Legajos Nros. 4442 y 5307).

La denuncia de Norma Susana Burgos (Legajo N°
1293)
corrobora lo afirmado anteriormente. Al igual que el
testimonio de Lisandro Cubas (Legajo N° 6974), quien
dice:

«En general en lo que concierne al destino de
los "traslados" los oficiales evitaban tocar el terna e incluso
prohibían expresamente hacerlo. Según nuestra
experiencia a partir de lo comentado por algunos oficiales del
G.T., a los detenidos "trasladados" se les aplicaba una
inyección de penthotal y luego de cargarlos dormidos en
un avión se los tiraba al mar. Decían que antes
los métodos
consistían en fusilamientos e incineración de los
cuerpos en los hornos de la ESMA o la inhumación en
fosas comunes de cementerios de la provincia de Buenos
Aires».

También el testimonio de Jorge Luis Eposto
(Legajo N° 6514),
entre otros, expone una metodología similar que era opinión
corriente en otra dependencia militar:

«Todas las noches salía un avión
de transporte
Hércules del campo de aterrizaje de la base de Campo de
Mayo; lo reconocí por ser un tipo de avión muy
conocido e inconfundible que se dirigía siempre para el
mismo rumbo sur-este. La hora de salida era entre las 23
ó 24 horas o más precisamente entre las 23:30 a
24 horas, regresando aproximadamente entre la 1:00 y 1:30 de la
madrugada en un vuelo que no excedía de una hora de
duración. El vuelo diario del avión, que
excepcionalmente dejaba de verse o escucharse, era objeto de
comentario entre el personal del Hospital de Campo de Mayo,
diciéndose que llevaba la gente que era tirada al
mar».

Todo lo cual, se enlaza con la información aparecida en el diario
«Clarín» de fecha 30 de diciembre del pasado
año, recogiendo la denuncia que efectuara la Intendencia
de General Lavalle, ante el Juzgado N° I del Departamento
Judicial de Dolores: «37 cadáveres N. N. fueron
descubiertos en el cementerio ubicado a 38 km al sudoeste de
Santa Teresita, Provincia de Buenos Aires». «Los
muertos habrían aparecido a partir de mediados de 1976, en
distintas playas. El mar, que en la zona del golfo tiene
corrientes muy irregulares, los fue arrojando a la arena muy
desfigurados. En algunos cuerpos se observaban inequívocas
señales de violencia;
el agua
salobre y la voracidad de los peces
habían desfigurado a casi todos. Los cadáveres eran
recogidos por los bomberos voluntarios de Santa Teresita, con
intervención dela Policía provincial. Un
médico municipal extendió los correspondientes
certificados de defunción, siempre a nombre de N.N. Todos
vinieron de mar afuera. Pudieron haberse caído de alguna
embarcación o fueron arrojados de aviones, opinó un
experto».

 La práctica de la quema de cuerpos:
¿qué habrá más diabólico y
más sencillo? No quedarían ni los huesos; luego en
cada lugar volvería a crecer la hierba y nadie
estaría en condiciones de decir que en tal o cual sitio se
habían hecho «capachas» y
«parrillas».

Dice el agente de policía provincial Juan
Carlos Urquiza (Legajo N° 7 19):

«Allí en San Justo – refiriéndose
a la antigua División de Cuatrerismo, que
funcionó como centro clandestino de detención con
el nombre de "El Banco" se hacían lo que llamaban
"capachas", que eran pozos rectangulares que tendrían 50
a 60 centímeros de profundidad por 2 metros de largo. Vi
esos pozos hechos al tamaño de una persona. De estas
mismas "capachas" había en Gendarmería que esta
camino a Ezeiza sobre la Avenida Ricchieri. Lo sé porque
una noche fui allí y vimos los fuegos. En el interior de
estos pozos metían cuerpos humanos, los rociaban con
gas oil que
traían de los tanques y calcinaban los
cuerpos».

 Pedro Augusto Goin (Legajo N° 4826)
confirma la implementación de esta forma de
eliminación de los cadáveres al relatar su paso por
el «Pozo de Arana», diciendo:

 «…Estuve sin venda allí
aproximadamette 30 días, vi que bajaban de camionetas
neumáticos usados. Ello me llamó la
atención. Lo mismo que los bidonea de nafta que vi
arrinconados en un lugar del patio. Allí no se
podía preguntar nada, pero después, por una
infidencia de uno de los custodios, casi el último
día de mi permanencia en Arana, supe que se usaban para
quemar cuerpos».

 Haciendo referencia también a Arana, el
agente de custodia Luis Vera (Legajo N° 1028)
testimonia:

«…en muchas oportunidades también
ingresaban detenidos-heridos o muertos en enfrentamientos
previos, los que al igual que algún torturado que
hubiera fallecido durante la aplicación de los
tormentos, eran enterrados en una fosa existente en los fondos
de la Brigada». «En lo que atañe al
enterramiento de los cuerpos de los detenidos-fallecidos, debo
decir que una vez colocados en la fosa, se les prendía
fuego al mismo tiempo que se disimulaba dicha inhumación
o cremación quemándose neumáticos; con
ello se disimulaba el olor y el humo característicos de una cremación.
Puedo afirmar por haberlo visto que en la fosa podían
observarse claros indicios, evidencias de cuerpos
calcinados».

 Alejandro Hugo Lopez (Legajo N° 2740)
expresa:

«En el mes de mayo de 1976 fui incorporado al
Servicio Militar, con tareas en la Escuela de Mecánica
de la Armada». «Ahí se hacían algunos
trabajos que llamaban "operativos" y se construyó lo que
llamaban "parrilla", que consistía en una batea de
acero con un
tubo para introducir gas oil donde
se ponían cuerpos para incinerarlos. Yo tenía
conocimiento
de esto por trabajar en la oficina de compras…
por las noches, solían venir a buscar un tanque con
combustible gas oil, que todo el mundo allí sabía
que era para la parrilla donde se incineraba gente, la que era
usada en el Campo de Deportes». «A
menudo también llegaba el helicóptero que
trasladaba cuerpos. Esas eran las dos formas en que
hacían desaparecer a los detenidos».

Segundo Fernando Aguilera (Legajo N° 5848) se
desempenaba como agente de la Policía de la
Provincía de Buenos Aires y, en tal carácter,
el 1° de agosto de 1978 pasa a revistar en la CRI (Centro de
Reunión de Inteligencia) del Regimiento 3 de La Tablada,
que dirigía la actividad relativa al centro de
detención llamado Vesubio. Declara la
siguiente:

«El dicente vio aplicar picana a detenidos; que
se les pegaba con un hierro "del
8" en las rodillas, el "submarino", aplicación de bolsa
de polietileno en la cabeza, cerrando a la altura del cuello,
para provocar asfixia. Le consta que murió un detenido,
sintiéndose el dicente horrorizado al ver que el cuerpo
fue depositado en un tanque de 200 litros para destruir toda
evidencia, para lo cual echaban goma de cubiertas o
cámaras, kerosene, procedimiento
que observó durante tres días, hasta que le
manifestaron que ya se había obtenido la
incineración total del cuerpo».

El señor Antonio Cruz (Legajo N° 4636)
fue miembro de la Gendarmería Nacional, habiendo prestado
servicio de custodia en sitios bajo control de las
fuerzas conjuntas en la Provincia de Tucumán. Relacionado
con su paso por el centro clandestino de detención ubicado
en el Arsenal N° 5 «Miguel de Azcuénaga»
refiere lo siguiente:

«Esa noche llegó un coche de civil y
sacaron de él a tres detenidos. Por lo que pude de oir,
dos de ellos eran padre e hijo. Los detenidos fueron
trasladados al borde del pozo y les dijeron que no gritaran
pues los largarían. Acto seguido se pararon
detrás de ellos y extrayendo sus revólveres
comenzaron a disparar a quemarropa. Los tres detenidos cayeron
dentro del pozo, dos murieron en el acto, pero el hombre
mayor quedo vivo. Cuando les estaban arrojando la leña
les diie que lo remataran por un act o de caridad ya que iban a
quemarlo vivo , pero no dándole importancia a la tarea
se continuó con la misma; se procedió de la misma
manera a lo anteriormente relatado y al rato fuimos a ver la
quemazón».

 CARTAS DE
ARREPENTIMIENTO

"El difícil y dramático mensaje que
deseo hacer llegar a la comunidad
argentina busca
iniciar un diálogo doloroso sobre el pasado, que
nunca fue sostenido y que se agita como un fantasma sobre la
conciencia
colectiva, volviendo, como en estos días,
irremediablemente de las sombras donde ocasionalmente se
esconde.

Nuestro país vivió una década, la
del '70, signada por la violencia, por el mesianismo y por la
ideología. Una violencia que se
inició con el terrorismo,
que no se detuvo siquiera en la democracia
que vivimos entre 1973 y 1976, y que desató una
represión que hoy estremece.

En la historia de todos los
pueblos, aun los más cultos, existen épocas
duras, oscuras, casi inexplicables. No fuimos ajenos a ese
destino, que tantas veces parece alejar a los pueblos de lo
digno, de lo justificable.

Ese pasado de lucha entre argentinos, de muerte
fratricida, nos trae a víctimas y victimarios desde el
ayer, intercambiando su rol en forma recurrente, según
la época, según la óptica, según la opinión
dolida de quienes quedaron con las manos vacías por la
ausencia irremediable, inexplicable.

Esta espiral de violencia creó una crisis sin
precedentes en nuestro joven país. Las Fuerzas Armadas,
dentro de ellas el Ejército, por quien tengo la responsabilidad de hablar, creyeron
erróneamente que el cuerpo social no tenía los
anticuerpos necesarios para enfrentar el flagelo y, con la
anuencia de muchos, tomó el poder, una vez más,
abandonando el camino de la legitimidad
constitucional.

El Ejército instruido y adiestrado para la
guerra clásica, no supo cómo enfrentar desde la
ley plena al
terrorismo demencias.

Este error llevó a privilegiar la
individualización del adversario, su ubicación
por encima de la dignidad, mediante la obtención, en
algunos casos, de esa información por métodos
ilegítimos, llegando incluso a la supresión de la
vida, confundiendo el camino que lleva a todo fin justo, y que
pasa por el empleo de
medios
justos. Una vez más reitero: el fin nunca justifica los
medios.

Algunos, muy pocos, usaron las armas para su provecho
personal.

Sería sencillo encontrar las causas que
explicaron estos y otros errores de conducción, porque
siempre el responsable es quien conduce, pero creo con
sinceridad que ese momento ha pasado y es la hora de asumir las
responsabilidades que correspondan.

El que algunos de sus integrantes deshonraran un
uniforme que eran indignos de vestir no invalida el desempeño, abnegado y silencioso de los
hombres y las mujeres del Ejército de
entonces.

Han pasado casi veinte años de hechos tristes y
dolorosos; sin duda ha llegado la hora de empezar a mirarlos
con ambos ojos. Al hacerlo, reconoceremos no sólo lo
malo de quien fue nuestro adversario en el pasado sino
también nuestras propias fallas.

Siendo justos, miraremos y nos miraremos; siendo
justos reconoceremos sus errores y nuestros errores. Siendo
justos veremos que del enfrentamiento entre argentinos somos
casi todos culpables por acción u omisión, por
ausencia o por exceso, por anuencia o por consejo.

Cuando un cuerpo social se compromete seriamente,
llegando a sembrar la muerte entre compatriotas, es ingenuo
intentar encontrar un solo culpable, de uno u otro signo, ya
que la culpa en el fondo está en el inconsciente
colectivo de la Nación toda, aunque resulta fácil
depositarla entre unos pocos, para liberarnos de
ella.

Somos realistas y a pesar de los esfuerzos realizados
por la dirigencia política argentina creemos que
aún no ha llegado el ansiado momento de la
reconciliación. Lavar la sangre del
hijo, del padre, del esposo, de la madre, del amigo, es un duro
ejercicio de lágrimas, de desconsuelo, de vivir con la
mirada vacía, de preguntarse por qué… por
qué a mí… y así volver a empezar cada
día.

Quienes en este trance doloroso perdieron a los suyos,
en cualquier posición y bajo cualquier circunstancia,
necesitarán generaciones para aliviar la pérdida,
para encontrarle sentido a la reconciliación
sincera.

Para ellos no son estas palabras, porque no tengo
palabras, sólo puedo ofrecerles respeto,
silencio ante el dolor y el compromiso de todo mi esfuerzo para
un futuro que no repita el pasado.

Para el resto, para quienes tuvimos la suerte de no
perder lo más querido en la lucha entre argentinos es
que me dirijo pidiéndoles a todos y cada uno, en la
posición en que se encuentre ante este drama de toda la
sociedad,
responsabilidad y respeto.

Responsabilidad para no hacer del dolor la bandera
circunstancial de nadie. Responsabilidad para que asumamos las
culpas que nos toquen en el hacer o en el dejar de hacer de esa
hora.

Respeto por todos los muertos, dejar de
acompañarlos con los adjetivos que arrastraron, unos u
otros, durante tanto tiempo. Todos ellos, ya han rendido sus
cuentas,
donde sólo cuenta la verdad.

Las listas de desaparecidos no existen en la fuerza
que comando, si es verdad que existieron en el pasado no han
llegado a nuestros días.

Ninguna lista traerá a la mesa vacía de
cada familia el rostro querido, ninguna lista permitirá
enterrar a los muertos que no están ni ayudar a sus
deudos a encontrar un lugar donde rendirles un
homenaje.

Sin embargo, sin poder ordenar su
reconstrucción, por estar ante un hecho de conciencia
individual, si existiera en el Ejército alguien que
dispusiera de listados, o, a través de su memoria, la
capacidad de reconstruir el pasado, les aseguro,
públicamente, la reserva correspondiente y la
difusión de las mismas, bajo mi exclusiva
responsabilidad.

Este paso no tiene más pretensión que
iniciar un largo camino, es apenas un aporte menor de una obra
que solo puede ser construida entre todos. Una obra que
algún día culmine con la reconciliación
entre los argentinos.

Estas palabras las he meditado largamente y sé
que al pronunciarlas siempre dejaré a sectores
disconformes.

Asumo ese costo,
convencido que la obligación de la hora y el cargo que
tengo el honor de ostentar, me lo imponen.

Sin embargo, de poco serviría un mínimo
sinceramiento, si al empeñarnos en revisar el pasado no
aprendiéramos para no repetirlo en el futuro.

Sin buscar palabras innovadoras, sino apelando a los
viejos reglamentos militares, ordeno, una vez más, al
Ejército Argentino, en presencia de toda la sociedad
argentina, que:

Nadie está obligado a cumplir una orden inmoral
o que se aparte de las leyes y
reglamentos militares. Quien lo hiciera, incurre en una
inconducta viciosa, digna de la sanción que su gravedad
requiera.

Sin eufemismos digo claramente:

  • Delinque quien vulnera la Constitución Nacional.
  • Delinque quien imparte órdenes
    inmorales.
  • Delinque quien cumple órdenes
    inmorales.
  • Delinque quien, para cumplir un fin que cree Justo,
    emplea medios injustos, inmorales.

La comprensión de estos aspectos esenciales
hacen a la vida republicana de un Estado y cuando ese Estado
peligra, no es el Ejército la única reserva de la
Patria, palabras dichas a los oídos militares por
muchos, muchas veces.

Por el contrario las reservas que tiene una Nación nacen de los núcleos
dirigenciales de todas sus instituciones, de sus claustros universitarios,
de su cultura, de
su pueblo, de sus instituciones políticas, religiosas, sindicales,
empresarias y también de sus dirigentes
militares.

Comprender esto, abandonar definitivamente la
visión apocalíptica, la soberbia, aceptar el
disenso y respetar la voluntad soberana, es el primer paso que
estamos transitando desde hace años, para dejar
atrás el pasado, para ayudar a construir la Argentina
del futuro, una Argentina madurada en el dolor que pueda llegar
algún día al abrazo fraterno.

Si no logramos elaborar el duelo y cerrar las heridas,
no tendremos futuro; no debemos negar más el horror
vivido y así poder pensar en nuestra vida como sociedad
hacia adelante, superando la pena y el sufrimiento.

En estas horas cruciales para nuestra sociedad, quiero
decirles como Jefe del Ejército que, asegurando su
continuidad histórica como institución de la
Nación, asumo nuestra parte de la responsabilidad de los
errores de esta lucha entre argentinos que hoy nos vuelve a
conmover.

Soy consciente de los esfuerzos que realizamos todos
con vistas al futuro. Por ello agradezco a los hombres y
mujeres que tengo el orgullo de comandar. Ellos representan la
realidad de un Ejército que trabaja en condiciones muy
duras, respetuoso de las instituciones republicanas y poniendo
lo mejor de si al servicio de la sociedad.

Pido la ayuda de Dios, como yo entiendo o como lo
entienda cada uno, y pido la ayuda de todos los hombres y las
mujeres de nuestro amado país, para iniciar el
trámite del diálogo que restaure la concordia en la
herida familiar argentina."

Testimonio del teniente general
Martín Balza (jefe del ejercito)

"Formaciones de la tarde como la que hoy presidido han
sido el vehiculo utilizado por muchas generaciones de marinos
para renovar, formados con armas sobre las cubiertas de sus
buques, el compromiso de 'subordinación y valor' a su
comandante, y por muchos comandantes para hacer llegar a estos
sus mensajes trascendentes.

Es entonces el marco adecuado para trasmitir a los
hombres y mujeres de la Armad, algunas preci-siones que
considero imprescindibles sobre los he-chos de la historia reciente que
conmueven a la opinión
pública.

Hechos sobre los que hasta ahora la Armada, fiel a su
estilo, guardó un respetuoso silencio, mientras
ponía en ejecución los mecanismos necesarios para
evitar su repetición.

Las circunstancias parecen exigir que ese estilo sea
alterado: es mi decisión, pero es también el
asesoramiento del Consejo de Almirantes que acaba de concluir.
Diversos actores han puesto de manifiesto que el problema de la
acción antisubversiva abarcó a toda la sociedad,
que incluyó y excedió en mucho el campo de la
Marina, a la vez que mostró que las fuerzas contra las
que se luchó habían actuado organizada y
militarmente con sus propios criterios de combate.

Es difícil con la perspectiva de hoy comprender
y analizar el pasado y mucho más hablar de él con
verdadera ecuanimidad. Piensen que quienes estamos en los
puestos de alta responsabilidad teníamos la
jerarquía y la edad de la oficialidad joven y entonces
enfrentamos las tareas con el mismo ideal que ustedes, pero en
un clima social de
violencia, temor y desconfianza y en el marco de una extendida
incertidumbre política.

No puedo fijar un año o un hecho como iniciador
de la violencia, esta nos fue envolviendo progresivamente con
su manto de horror, pero algunos por su trascendencia, por ser
la demostración de un nuevo tipo de ajusticiamiento por
mano propia marcaron hitos en su espiral creciente, me refiero
a los asesinatos de Vandor, Aramburu, Sallustro, Mor Roig y
Rucci, de ahí en más todo fue posible y se
perdió la capacidad de asombro.

Enfrentemos por ello, derecha y sinceramente el pasado
para no sacar conclusiones y no repetir los errores vividos,
pero enfrentémoslo en su totalidad, no con la
visión parcial que es la que nos golpea
diariamente.

Como argentinos hemos vivido un largo periodo de
desencuentros y violencia y queremos, nosotros también
como todos, contribuir a cerrarlo definitivamente.

No podemos olvidar que esa violencia adquirió
una intensidad cualitativa muy distinta cuando las bandas
guerrilleras atacaron la sociedad argentina, no atacaron a las
Fuerzas Armadas cono enemigo directo, lo hicieron a la sociedad
y a cada uno de los sectores como un todo tratandosegún
se ha revivido últimamente en confesiones
públicas de cambiar la esencia de nuestra nación,
quizá como parte de las distintas cosmovisiones vigentes
en el mundo en ese momento, aquellas fueron atacadas en ese
contexto y como instituciones portadoras de la
obligación legal de defender a la comunidad.

En su accionar cayeron vidas de integrantes de todos
los sectores del quehacer nacional, no habla miramientos. Todo
fue un huracán de sangre y fuego para, ilusoriamente,
luego de hacer tabla rasa poder construir una nueva
sociedad.

El país reaccionó, adecuándose
para ello. Se promulgaron leyes, y se
organizaron tribunales y las fuerzas de Seguridad y
las Fuerzas Armadas cumplieron con su cometido poniendo a
disposición de la Justicia
independiente los implicados en la violencia; pero luego se dio
un paso atrás de enormes consecuencias, no importa
aquí analizar las causas que llevaron
simultáneamente a liberar a los condenados y a
desmantelar el aparato jurídico que permití
eficazmente luchar contra el flagelo.

Pero ello ocurrió y fue el hecho que
desarmó a la sociedad en lo que es quizás el
último bastón de la ciudadanía agredida:
una justicia eficaz y segura en la que pueda confiar para
exigir la vigencia del orden constitucional.

A partir de ese momento rigió la justicia de la
mano propia, era matar o morir.

Se atacó entonces a un gobierno
constitucional y la violencia desbordó a las
instituciones, la vida humana perdió todo valor y los
bienes
personales quedaron a merced de la voluntad de distintos
señores de la guerra.

No se vivía en la Argentina, se
sobrevivía.

Nunca podía usarse el mismo camino, se
desconfiaba de todos y de todo.

La Nación fue atacada y se
defendió.

Las decisiones tendientes a cómo enfrentar la
guerra se tomaron en ese clima, en un cuadro de
situación nacional caótica, agravado por nuestro
gran error histórico: la destrucción del orden
constitucional vigente.
Repito:
La interrupción del orden Constitucional no es
justificable, ni aun por haber sido una constante cultural en
la historia previa, ni por las circunstancias de excepci6n que
se vivieron, lo que a su vez ilegitimó el accionar
antisubversivo de las Fuerzas.

Estamos a veinticinco años de aquellos
asesinatos, aveinte añosdel apogeo de la guerrilla y a
más de diez del juicio a quienes fueron conductores del
proceso político, tiempo que para todos ciertamente no
transcurrió en vano, ¿qué nos pide la
sociedad ahora?

Un reconocimiento, ¿qué es un
reconocimiento?, ¿es acaso la aceptación de una
humillación pública?, ¿es acaso la
aceptación de un sentimiento de culpabilidad que nos
abata para el futuro?, desde ya que no; lo que tenemos que
hacer y hacemos es reconocer la realidad, toda la realidad,
terminar la instalada guerra de mentiras" pues se acusó
a las Fuerzas Armadas de cumplir exclusivamente un plan de
exterminio de una mayoría de inocentes y nosotros los
militares respondimos que no hicimos otra cosa que combatir
según las leyes de la guerra.

La realidad es otra, existió un ataque masivo
contra la sociedad argentina y nosotros también
reaccionamos en forma y con una metodología que no
respetó el orden legal vigente y las leyes de la
guerra.

Reconocer la verdad de esta situación vivida,
compleja y sangrienta que involucró a hombres e
instituciones, instituciones que perduran en el tiempo aunque
sus hombres sean pasajeros, nos obliga a identificar la parte
de carga de cada uno.

A las instituciones debe imputárseles la
responsabilidad histórica y a los hombres las
culpas.

Ante ello, bcuál es la responsabilidad del jefe
de Estado Mayor? reconocer abiertamente que hubo métodos
equivocados que permitieron horrores inaceptables, aun en el
contexto de crueldad propio de la guerra. Por eso hoy los
rechazamos y los excluimos como posibilidad ante cualquier
acción futura.

Pero la acción la hacen los hombres, pues
fueron los hombres cuyos temores y euforias compartí los
que combatieron al enemigo, la mayoríade quienes, en
medio del odio y de la violencia de la guerra que se
vivía, cumplieron lealmente planes y órdenes
creyendo en la causa justa por la que se luchaba.

La guerrilla fue vencida.

No obstante la sociedad, después,
cuestionó el método y
la conducta de
muchos de los hombres de armas y estos lo aceptaron, y ese fue
el primer paso al reencuentro nacional.

Y la sociedad juzgo a esos hombres. A través de
sus representantes en el Congreso, estableció
las

leyes para dar un encuadramiento legal y
jurídico aplicable a lo que fue una situación
anómala por la violencia y el caos imperante.

El Congreso sancionó un cuerpo legal, el
Poder
Ejecutivo lo promulgó y los jueces de la Constitución juzgaron, absolvieron y
condenaron.

Esa fue la palabra de la sociedad argentina para
deslindar responsabilidades a quienes actuaron en situaciones
límites.

La justicia humana es imperfecta pues se basa en una
verdad incompleta. Sin embargo el fallo firme de la Corte
Suprema estableció la verdad jurídica a la que
nos atenemos, en ella se esclarecen los métodos
empleados y sus alcances; en su momento y hasta ahora negados,
pero que hoy en otro paso en el sentido del reencuentro
reconocemos.

Para los hombres que cumplieron con su deber, ya
finalizó el tiempo de rendición de cuentas ante
la ley. Ahora
continúa la etapa de rendición de cuentas ante la
propia conciencia.

Esto es la historia y nos queda el dolor humano de
esta tragedia, dolor de perder camaradas y amigos y que conozco
personalmente desde el seno de mi propia familia.

Tantas vidas perdidas; ni las palabras ni los hechos
podrán desandar el horror vivido, solamente podemos
ayudar a suavizar las cicatrices y contribuir en todo lo
humanamente posible a superar las heridas.

¿Qué compromiso asumimos a raíz
de tanto sufrimiento y dolor?

Que en el orden republicano recuperado la única
forma de defender nuestras instituciones, nuestra forma de vida
y los derechos
humanos es el estricto y total cumplimiento de la
Constitución y de las leyes, este procedimiento
que veta el recurso a la violencia y que vale para todos los
ciudadanos rige especialmente para nosotros las Fuerzas
Armadaspues teniendo el poder que nos dan las armas para la
defensa de la Nación, nos subordinamos al Gobierno que
tiene el supremo poder que le otorgan la Constitución y
las leyes.

Este principio orienta todo nuestro accionar y es el
compromiso definitivo de la Armada para el futuro, con
él estoy seguro que
serviremos a la Naci6n respetando a los hombres.

Mis expresiones anteriores son un breve resumen de una
historia cargada de violencia y la principal conclusión
del análisis de este periodo: la
Constitución y las leyes deben regir todos los actos de
nuestra institución; ahora ¿qué les queda
a ustedes? Dos cosas: el cumplimiento irrestricto de las leyes
y colaborar en la construcción de nuestro futuro con el
orgullo de ser marinos."
Las circunstancias parecen exigir que ese estilo sea alterado:
es mi decisión, pero es también el asesoramiento
del Consejo de Almirantes que acaba de concluir. Diversos
actores han puesto de manifiesto que el problema de la
acción antisubversiva abarcó a toda la sociedad,
que incluyó y excedió en mucho el campo de la
Marina, a la vez que mostró que las fuerzas contra las
que se luchó habían actuado organizada y
militarmente con sus propios criterios de combate.
Como argentinos hemos vivido un largo período de
desencuentros y violencia y queremos, nosotros también
como todos, contribuir a cerrarlo definitivamente.
El país reaccionó, adecuándose para ello.
Se promulgaron leyes, y se organizaron tribunales y las fuerzas
de Seguridad y
las Fuerzas Armadas cumpileron con su cometido poniendo a
disposición de la Justicia Independiente los empacados
en la Violencia; pero luego se dio un paso atrás de
enormes consecuenclas, no importa aquí analizar las
causas que llevaron simultáneamente a liberar a los
condenados y a desmantelar el aparato jurídico que
permitía eficazmente luchar contra el flagelo.
A partir de ese momento rigió la justicia de la mano
propia, era matar o morir.
Las decisiones tendientes a cómo enfrentar la guerra se
tomaron en ese clima, en un cuadro de situación na donas
caótica, agravado por nuestro gran error
histórico: la destrucción del orden
constitucional vigente.

Repito:

La interrupción del orden constitucional no es
justificable. ni aun por haber sido una constante cultural en
la historia previa, ni por las circunstancias de
excepción que se vivieron, lo que a su vez
ilegitimó el accionar antisubversivo de las Fuerzas.
La realidad es otra, existió un ataque masivo contra la
sociedad argentina y nosotros también reacclonamos en
forma y con una metodología que no respetó el
orden legal vigente y las leyes de la guerra.
Ante ello, ¿cuál es la responsabilidad del jefe
de Estado Mayor? reconocer abiertamente que hubo meto dos
equivocados que permitieron horrores inaceptables, aun en el
contexto de crueldad propio de la guerra. Por eso hoy los
rechazamos y los excluimos como posibilidad ante cualquier
acción futura.

Pero la acción la hacen los hombres, pues
fueron los hombres cuyos temores y euforias comparte los que
combatieron al enemigo, la mayoría de quienes, en medio
del odio y de la violencia de la guerra que se vivía,
cumpileron lealmente planes y órdenes creyendo en la
causa Justa por la que se luchaba.
La justicia humana es imperfecta pues se basa en una verdad
incompleta. Sin embargo el fallo firme de la Corte Suprema
estableció la verdad jurídica a la que nos
atenemos, en ella se esclarecen los métodos empleados y
sus alcances; en su momento y hasta ahora negados, pero que hoy
en otro paso en el sentido del reencuentro reconocemos.
Para los hombres que cumplieron con su deber, ya
finalizó el tiempo de rendición de cuentas ante
la ley. Ahora continúa la etapa de rendición de
cuentas ante la propia conciencia.

Testimonio del almirante Molina Pico (la
marina)

BIBLIOGRAFÍA

  • Alonso M. E. ,Vázquez E. C.- HISTORIA "La
    Argentina Contemporánea

1852-1999"-Buenos Aires , Aique , 2000 .

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    "El Gran Libro del
    Siglo". Clarín,

Buenos Aires, 1998.

  • CONADEP " Nunca mas". Editorial Universitaria de
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Buenos Aires, 1995.

  • De Privitellio Luciano, Luchilo Lucas J., Cattaruzza
    Alejandro, Paz Gstavo L., Rodríguez Claudia L. "Historia
    de la Argentina Contemporánea, desde la construcción del mercado,
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    Buenos Aires, 2000.
  • "Historia Visual de la Argentina
    Contemporánea". Fascículos 34, 36, 39, 42 y 45.
    Clarín, Buenos Aires, 2001.
  • Malamud Goti, Jaime. "Terror y Justicia en la
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    2000.
  • Vázquez de Fernández, Silvia. "El
    Mundo, América
    Latina, La Argentina – desde fines del siglo XIX hasta el
    presente -". Kapelusz, Buenos Aires, 1998.
  • www.desaparecidos.org/arg
  • www.nuncamas.org

PAMELA VICTORIA CABRERA

Partes: 1, 2
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