Indice
1. I de
qué va la ética
2. Opinión
personal
3. Ordenes, costumbres y
caprichos
5. Date la buena vida
6. ¡Despierta,
baby!
7. Aparece pepito grillo
8. Ponte en su
lugar
9. Tanto Gusto
10. Elecciones
Generales
Hay ciencias que
se estudian por simple interés;
otras, para aprender una destreza; la mayoría, para
obtener un puesto de trabajo y ganarse con él la vida. Si
no sentimos curiosidad ni necesidad de realizar tales estudios
podemos prescindir tranquilamente de ellos. Abundan los
conocimientos muy interesantes pero sin los cuales uno se las
arregla bastante bien para vivir.
Ciertas cosas uno puede aprenderlas o no, a voluntad.
Como nadie es capaz de saberlo todo, no hay más remedio
que elegir y aceptar con humildad lo mucho que ignoramos. Ahora
bien, otras cosas hay que saberlas porque en ello, nos va la
vida. Es preciso estar enterado, por ejemplo de que saltar
desde el balcón de un sexto piso no es cosa buena para la
salud; o de que
una dieta de clavos y ácido prúsico no permite
llegar a viejo. Pequeñeces así son importantes. Se
puede vivir de muchos modos pero hay modos que no dejan
vivir.
En una palabra, entre todos los saberes posibles existe
al menos uno imprescindible: el de que ciertas cosas nos
convienen y otras no si queremos seguir viviendo. De modo que
ciertas cosas nos convienen y a lo que nos conviene solemos
llamarlo «bueno» porque nos sienta bien;
otras, en cambio, nos
sientan pero que muy mal y a todo eso lo llamamos
«malo». Saber lo que nos conviene, es decir:
distinguir entre lo bueno y lo malo, es un conocimiento
que todos intentamos adquirir .
En el terreno de las relaciones
humanas, estas ambigüedades se dan con aún mayor
frecuencia. La mentira es algo en general malo, porque destruye
la confianza en la palabra y enemista a las personas; pero a
veces parece que puede ser útil o beneficioso mentir para
obtener alguna ventajilla. O incluso para hacerle un favor a
alguien. Por otra parte, al que siempre dice la verdad –caiga
quien caiga– suele cogerle manía todo el mundo. Lo malo
parece a veces resultar más o menos bueno y lo bueno tiene
en ocasiones apariencias de malo.
Lo de saber vivir no resulta tan fácil porque hay
diversos criterios opuestos respecto a qué debemos hacer.
Algunos aseguran que lo más noble es vivir para los
demás y otros señalan que lo más útil
es lograr que los demás vivan para uno. .
En lo único que a primera vista todos estamos de
acuerdo es en que no estamos de acuerdo con todos. estas
opiniones distintas coinciden en otro punto: a saber, que lo que
vaya a ser nuestra vida es, al menos en parte, resultado de lo
que quiera cada cual. En su medio natural, cada animal parece
saber perfectamente lo que es bueno y lo que es malo para
él, sin discusiones ni dudas. No hay animales
malos ni buenos en la naturaleza,
aunque quizá la mosca considere mala a la rana
que tiende su trampa y se la come.
Y así llegamos a la palabra fundamental de todo
este embrollo: libertad. Los animales no
tienen más remedio que ser tal como son y hacer lo que
están programados naturalmente para hacer. No se les puede
reprochar que lo hagan ni aplaudirles por ello porque no
saben comportarse de otro modo. Tal disposición
obligatoria les ahorra sin duda muchos quebraderos de cabeza. En
cierta medida, los hombres también estamos programados por
la naturaleza. Y
de modo menos imperioso pero parecido, nuestro programa
cultural es determinante: nuestro pensamiento
viene condicionado por el lenguaje
que le da forma y somos educados en ciertas tradiciones,
hábitos, formas de comportamiento, leyendas…,
en una palabra, que se nos inculcan desde la cunita unas
fidelidades y no otras. Todo ello pesa mucho y hace que
seamos bastante previsibles.
Con los hombres nunca puede uno estar seguro del todo,
mientras que con los animales o con otros seres naturales
sí. Por mucha programación biológica o cultural
que tengamos, los hombres siempre podemos optar finalmente por
algo que no esté en el programa. Podemos
decir «sí» o «no», quiero o no
quiero. Por muy achuchados que nos veamos por las circunstancias,
nunca tenemos un solo camino a seguir sino varios.
Cuando te hablo de libertad es a esto a lo que
me refiero. es cierto que no estamos obligados a querer hacer una
sola cosa. Y aquí conviene señalar dos aclaraciones
respecto a la libertad:
Primera: No somos libres de elegir lo que
nos pasa sino libres para responder a lo que nos pasa de
tal o cual modo
Segunda: Ser libres para intentar algo no tiene
nada que ver con lograrlo indefectiblemente. No es lo
mismo la libertad (que
consiste en elegir dentro de lo posible) que la omnipotencia (que
sería conseguir siempre lo que uno quiere, aunque
pareciese imposible). Por ello, cuanta más
capacidad de acción tengamos, mejores resultados
podremos obtener de nuestra libertad.
En la realidad existen muchas fuerzas que
limitan nuestra libertad, desde terremotos o
enfermedades
hasta tiranos. Pero también nuestra libertad es una
fuerza en el
mundo, nuestra fuerza. En
cuanto te fijes un poco, verás que los que así
hablan parece que se están quejando pero en realidad se
encuentran muy satisfechos de saber que no son libres. Como no
somos libres, no podemos tener la culpa de nada de lo
que nos ocurra…» Uno puede considerar que optar
libremente por ciertas cosas en ciertas circunstancias es muy
difícil y que es mejor decir que no hay libertad
para no reconocer que libremente se prefiere lo más
fácil.
A diferencia de otros seres, vivos o inanimados, los
hombres podemos inventar y elegir en parte
nuestra forma de vida. Podemos optar por lo que nos parece bueno,
es decir, conveniente para nosotros, frente a lo que nos parece
malo e inconveniente. Y como podemos inventar y elegir, podemos
equivocarnos, que es algo que a los castores, las abejas
y las termitas no suele pasarles. De modo que parece prudente
fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto
saber vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o
arte de vivir
si prefieres, es a lo que llaman ética.
En este capítulo el autor nos habla de lo que
puede ser lo bueno y lo malo, a partir de lo que nos conviene, en
esta parte no habla de que lo que nos conviene es lo que para
nosotros es bueno, pero para poder
desarrollar esto que nos conviene tenemos una serie de
obstáculos, los cuales considero que son lo que a los
otros les convienen, pero esta conveniencia no es la que nosotros
consideramos como buena sino como mala, por lo que es aquí
donde surgen los obstáculos ; pero tenemos que saber
que hay cosas que están hechas solamente para hacer algo
lo cual también puede significar un obstáculo, pero
a partir del ejemplo de las abejas y castores, nos damos cuenta
que es prácticamente imposible realizar actividades que
están dentro de lo que considero como una posible
fantasía o algo parecido.
En este capítulo el autor hace una
comparación de el hombre con
los animales en donde menciona a las termitas y a Héctor
(personaje que forma parte de la Ilíada
obra de Homero) quien es
un guerrero al igual que una parte de las termitas que forman el
"reino", creo que en esta parte del capítulo el autor nos
trata de enseñar o dar a entender que el hombre tiene
el privilegio de ser libre, ya que el humano tiene la capacidad
de decidir lo que quiera y en este caso las termitas no pueden
cambiar lo que tiene que hacer ya que pienso que no tiene el
raciocinio suficiente para saber que es lo que les conviene.
Aunque el autor nos dice que no podemos hacer lo que queramos
creo que si lo podemos hacer pero el acto realizado puede traer
consecuencias no muy agradables, pero también es cierto
que de cierta manera tenemos una libertad un poco limitada ya que
hay cosas que nos suceden y que no son producto del
actuar de otra persona, que no
nos benefician, sino que nos perjudican en algo, o simplemente
son cosas en las que no podemos tomar parte alguna. Cuando nos
plantea la voluntad, creo que es algo muy parecido a lo que he
estado
mencionando anteriormente ya que aunque si existen diferencias,
esta nos va a llevar a realizar una actividad de bien o
mal ; con todo esto en conjunto y llevándolo por el
buen camino, desde mi punto de vista después de haber
visto la reflexión del autor, creo que no va a crear lo
que para nosotros podría ser la felicidad.
3. Ordenes, costumbres y
caprichos
Queda claro que hay cosas que nos convienen para vivir y
otras no, pero no siempre está claro qué cosas son
las que nos convienen. Aunque no podamos elegir lo que nos pasa,
podemos en cambio elegir
lo que hacer frente a lo que nos pasa. Cuando vamos a hacer algo,
lo hacemos porque preferimos hacer eso a hacer otra
cosa, o porque preferimos hacerlo a no hacerlo. A veces las
circunstancias nos imponen elegir entre dos opciones que no hemos
elegido: hay ocasiones en que elegimos aunque
preferiríamos no tener que elegir.
Casi siempre que reflexionamos en situaciones
difíciles o importantes sobre lo que vamos a hacer nos
encontramos en una situación difícil . Pero claro,
no siempre las cosas se ponen tan feas. A veces las
circunstancias son menos tormentosas.
Por lo general, uno no se pasa la vida dando vueltas a
lo que nos conviene o no nos conviene hacer. Si vamos a ser
sinceros, tendremos que reconocer que la mayoría de
nuestros actos los hacemos casi automáticamente, sin darle
demasiadas vueltas al asunto has actuado de manera casi
instintiva, sin plantearte muchos problemas. En
el fondo resulta lo más cómodo y lo más
eficaz. A veces darle demasiadas vueltas a lo que uno va a hacer
nos paraliza. .
Vamos a detallar entonces la serie de diferentes motivos
que tienes para tus comportamientos matutinos. Ya sabes lo que es
un «motivo»: es la razón que tienes o al menos
crees tener para hacer algo, la explicación más
aceptable de tu conducta cuando
reflexionas un poco sobre ella. En una palabra: la mejor
respuesta que se te ocurre a la pregunta «¿por
qué hago eso?». Pues bien, uno de los tipos de
motivación
que reconoces es el de que yo te mando que hagas tal o cual cosa.
A estos motivos les llamaremos órdenes. En otras
ocasiones el motivo es que sueles hacer siempre ese mismo gesto y
ya lo repites casi sin pensar, o también el ver que a tu
alrededor todo el mundo se comporta así habitualmente:
llamaremos costumbres a este juego de
motivos. En otros casos el motivo parece ser la ausencia de
motivo, el que te apetece sin más, la pura gana.
¿Estás de acuerdo en que llamemos
caprichos al por qué de estos comportamientos?
Dejo de lado los motivos más crudamente
funcionales, es decir los que te inducen a aquellos
gestos que haces como puro y directo instrumento para conseguir
algo: bajar la escalera para llegar a la calle en lugar de saltar
por la ventana, coger el autobús para ir al cole, utilizar
una taza para tomar tu café
con leche,
etc.
Nos limitaremos a examinar los tres meros tipos de
motivos, es decir las órdenes, las costumbres y los
caprichos. Cada uno de esos motivos inclina tu conducta en una
dirección u otra, explica más o
menos tu preferencia por hacer lo que haces frente a las
otras muchas cosas que podrías hacer. Levantarte para ir
al colegio es más obligatorio que lavarte los
dientes o ducharte y creo que bastante más que dar patadas
a la lata de coca-cola; en cambio, ponerte pantalones o al menos
calzoncillos por mucho calor que haga
es tan obligatorio como ir al cole, Lo que quiero decirte es que
cada tipo de motivos tiene su propio peso y te condiciona a su
modo. Las órdenes, por ejemplo, sacan su fuerza, en parte,
del miedo que puedes tener a las terribles represalias que
tomaré contra ti si no me obedeces; pero también,
supongo, al afecto y la confianza que me tienes
y que te lleva a pensar que lo que te mando es para protegerte y
mejorarte o, como suele decirse con expresión que te hace
torcer el gesto, por tu bien. También desde luego
porque esperas algún tipo de recompensa si cumples como es
debido: paga, regalos, etc. Las costumbres, en cambio, vienen
más bien de la comodidad de seguir la rutina en
ciertas ocasiones y también de tu interés de
no contrariar a los otros, es decir de la presión
de los demás. También en las costumbres hay algo
así como una obediencia a ciertos tipos de
órdenes.
Las órdenes y las costumbres tienen una cosa en
común: parece que vienen de fuera, que se te
imponen sin pedirte permiso. En cambio, los caprichos te salen de
dentro, brotan espontáneamente sin que nadie te
los mande ni a nadie en principio creas imitarlos. Yo supongo que
si te pregunto que cuándo te sientes más libre, al
cumplir órdenes, al seguir la costumbre o al hacer tu
capricho, me dirás que eres más libre al hacer tu
capricho, porque es una cosa más tuya y que no depende de
nadie más que de ti. Claro que vete a saber: a lo mejor
también el llamado capricho te apetece porque se lo imitas
a alguien o quizá brota de una orden pero al
revés, por ganas de llevar la contraria, unas ganas
que no se te hubieran despertado a ti solo sin el mandato previo
que desobedeces.
Y si en la situación en que está las
órdenes no le bastan, la costumbre todavía menos.
La costumbre sirve para lo corriente, para la rutina de todos los
días. Tú mismo te pones religiosamente pantalones y
calzoncillos todas las mañanas, pero si en caso de
incendio no te diera tiempo tampoco te
sentirías demasiado culpable. Cuando las cosas
están de veras serias hay que inventar y no
sencillamente limitarse a seguir la moda o el
hábito…
Tampoco parece que sea ocasión propicia para
entregarse a los caprichos. En momentos tempestuosos a la
persona sana
se le pasan casi todos los caprichitos y no le queda sino el
deseo intenso de acertar con la línea de conducta
más conveniente, o sea: más racional.
Opinión
En este capítulo el autor nos resalta lo que para
mi es la responsabilidad o nuestras ganas de vivir (a
partir de los ejemplos que nos plantea el libro). Pero
sigue sin dejar lo que es la libertad, la cual se sigue aplicando
ya que se tienen que seguir tomando decisiones, partiendo de los
problemas que
se nos vayan presentando en la vida como producto de
nuestro propio actuar ; en este capítulo, el autor
nos pone de ejemplo a un capitán de barco, el cual tiene
que decidir entre cumplir y no cumplir con el trabajo
ó podría ser entre la vida y la muerte de
el y el resto de la flota ; en este mismo capítulo
nos plantea las costumbres, las cuales son las actividades que
realiza el hombre
normalmente sin pensar en el porque realiza tal actividad como la
de levantarse, o ponerse ropa para salir a la calle, las
costumbres para mi son los aspectos que existen en la vida de
cada uno, los cuales si no existieran en la vida de alguien lo
podría considerar como a alguien que no esta bien
mentalmente hablando (esto refiriéndome a las actividades
de vestirse y otras actividades comunes en la sociedad
humana) ; los caprichos los veo como aspectos en la vida de
cada persona que según yo en su mayoría no nos
llevan a nada muy productivo que digamos, debido a que un
capricho es algo que solo le interesa a una persona la cual es la
que tiene tal capricho, y no a la sociedad en
general aunque este aspecto tratado en el capítulo, creo
que es el único que posee de la libertad casi
absoluta.
En cambio las ordenes y las costumbres no son acto
libres ya que no son pensamientos internos sino son algo que es
impuesto por
alguien.
Decíamos antes que la mayoría de las cosas
las hacemos porque nos las mandan , porque se acostumbra a
hacerlas así, porque son un medio para conseguir lo que
queremos o sencillamente porque nos da la ventolera o el capricho
de hacerlas, así, sin más ni más. Pero
resulta que en ocasiones importantes o cuando nos tomamos lo que
vamos a hacer verdaderamente en serio, todas estas motivaciones
corrientes resultan insatisfactorias: vamos, que saben a
poco, como suele decirse.
Esto tiene que ver con la cuestión de la
libertad, que es el asunto del que se ocupa propiamente
la ética
Libertad es poder decir
«sí» o «no»; lo hago o no lo hago,
digan lo que digan mis jefes o los demás; esto me conviene
y lo quiero, aquello no me conviene y por tanto no lo quiero.
Libertad es decidir, pero también, no lo olvides,
darte cuenta de que estás decidiendo. Lo
más opuesto a dejarse llevar, como podrás
comprender. Y para no dejarte llevar no tienes más remedio
que intentar pensar al menos dos veces lo que vas a hacer;
sí, dos veces, lo siento, aunque te duela la cabeza… La
primera vez que piensas el motivo de tu acción la
respuesta a la pregunta «¿por qué hago
esto?» lo hago por que me lo mandan, porque es costumbre
hacerlo, porque me da la gana. Pero si lo piensas por
segunda vez, la cosa ya varía. Esto lo hago
porque me lo mandan, pero… ¿por qué obedezco lo
que me mandan? ¿por miedo al castigo?, ¿por
esperanza de un premio?, ¿no estoy entonces como
esclavizado por quien me manda? Si obedezco porque quien
da las órdenes sabe más que yo, ¿no
sería aconsejable que procurara informarme lo suficiente
para decidir por mí mismo? ¿Y si me mandan cosas
que no me parecen convenientes, como cuando le ordenaron
al comandante nazi eliminar a los judíos del campo de
concentración? ¿Acaso no puede ser algo
«malo» –es decir, no conveniente para mí–
por mucho que me lo manden, o «bueno» y conveniente
aunque nadie me lo ordene?
Lo mismo sucede respecto a las costumbres. Si no pienso
lo que hago más que una vez, quizá me baste la
respuesta de que actúo así «porque es
costumbre». Y cuando me interrogo por segunda vez sobre mis
caprichos, el resultado es parecido. Muchas veces tengo ganas de
hacer cosas que en seguida se vuelven contra mí, de las
que me arrepiento luego. En asuntos sin importancia el capricho
puede ser aceptable, pero cuando se trata de cosas más
serias dejarme llevar por él, sin reflexionar si se trata
de un capricho conveniente o inconveniente, puede resultar muy
poco aconsejable, hasta peligroso: el capricho de cruzar siempre
los semáforos en rojo a lo mejor resulta una o dos veces
divertido pero llegaré a viejo si me empeño en
hacerlo día tras día?
En resumidas cuentas: puede
haber órdenes, costumbres y caprichos que sean motivos
adecuados para obrar, pero en otros casos no tiene por qué
ser así. Sería un poco idiota querer llevar la
contraria a todas las órdenes y a todas las costumbres,
como también a todos los caprichos porque a veces
resultarán convenientes o agradables. Pero nunca una
acción es buena sólo por ser una orden, una
costumbre o un capricho. Para saber si algo me resulta de
veras conveniente o no tendré que examinar lo que hago
más a fondo, razonando por mí mismo. Nadie puede
ser libre en mi lugar, es decir: nadie puede dispensarme de
elegir y de buscar por mí mismo. Cuando se es un
niño pequeño, inmaduro, con poco conocimiento
de la vida y de la realidad basta con la obediencia, la rutina o
el caprichito. Pero es porque todavía se está
dependiendo de alguien, en manos de otro que vela por nosotros.
Luego hay que hacerse adulto, es decir, capaz de
inventar en cierto modo la propia vida y no simplemente
de vivir la que otros han inventado para uno. Naturalmente, no
podemos inventarnos del todo porque no vivimos solos y muchas
cosas se nos imponen queramos o no Pero entre las órdenes
que se nos dan, entre las costumbres que nos rodean o nos
creamos, entre los caprichos que nos asaltan, tendremos que
aprender a elegir por nosotros mismos. No habrá más
remedio, para ser hombres y no borregos que pensar dos veces lo
que hacemos. Y si me apuras, hasta tres y cuatro veces en
ocasiones señaladas.
La palabra «moral»
etimológicamente tiene que ver con las costumbres, pues
eso precisamente es lo que significa la voz latina:
mores, y también con las órdenes, pues la
mayoría de los preceptos morales suenan así como
«debes hacer tal cosa» o «ni se te ocurra hacer
tal otra». Sin embargo, hay costumbres órdenes que
pueden ser malas, o sea «inmorales», por muy
ordenadas y acostumbradas que se nos presenten. Si queremos
profundizar en la moral de
verdad, si queremos aprender en serio cómo emplear bien la
libertad que tenemos, más vale dejarse de órdenes,
costumbres y caprichos. Lo primero que hay que dejar claro es que
la ética de un hombre libre
nada tiene que ver con los castigos ni los premios repartidos por
la autoridad que
sea, autoridad
humana o divina, para el caso es igual. El que no hace más
que huir del castigo y buscar la recompensa que dispensan otros,
según normas
establecidas por ellos, no es mejor que un pobre
esclavo.
«Moral»
es el conjunto de comportamientos y normas que
tú, yo y algunos de quienes nos rodean solemos aceptar
como válidos; «ética» es la
reflexión sobre por qué los consideramos
válidos y la comparación con otras
«morales»que tienen personas diferentes.
Te recuerdo que las palabras «bueno» y
«malo» no sólo se aplican a comportamientos
morales, ni siquiera sólo a personas.
Para unos, ser bueno significará ser resignado y
paciente, pero otros llamarán bueno a la persona
emprendedora, original, que no se acobarda a la hora de decir lo
que piensa aunque pueda molestar a alguien. Porque no sabemos
para qué sirven los seres humanos.
Se puede ser buen hombre de muchas maneras y las
opiniones que juzgan los comportamientos suelen variar
según las circunstancias. Admitimos así que hay
muchas formas de serlo y que la cuestión depende del
ámbito en que se mueve cada cual. De modo que ya ves que
desde fuera no es fácil determinar quién
es bueno y quién malo, quién hace lo conveniente y
quién no. Habría que estudiar no sólo todas
las circunstancias de cada caso, sino hasta las
intenciones que mueven a cada uno.
Ni órdenes, ni costumbres ni caprichos bastan
para guiarnos en esto de la ética y ahora resulta que no
hay un claro reglamento que enseñe a ser hombre bueno y a
funcionar siempre como tal, ¿cómo nos las
arreglaremos? «Haz lo que quieras.» ¡vaya, pues
sí que es moral la conclusión a la que
hemos llegado!, ¡la que se armaría si todo el mundo
hiciese sin más ni más lo que quisiera!.
Opinión
En esta parte del libro se no
plantea una especie de decisión la cual nos puede hacer
culpables directos de algo o no, dependiendo de lo antecedentes
que existan a esta actividad, la cual puede haber sido realizada
voluntariamente o bajo ordenes de alguien. Aquí el autor
no plante como ejemplo todos los anteriormente mencionados, pero
el que habla sobre un comandante nazi y el que plantea el
racismo,
ejemplos que nos dicen que el hombre no siempre es el culpable de
lo que hace, a partir de que muchas veces este tiene su libertad
limitada, al tener que obedecer ordenes de alguien que sea
considerado mas importante dentro de la actividad que realiza la
persona. Pero estas ordenes pueden ser desobediencias ya que la
libertad de la persona no se afecta a la hora de realizar la
orden, orden que puede ser buena o mala, pero que va a ser
clasificada por medio de la conciencia ;
pero también puede existir el aspecto de la obediencia
absoluta al que de la orden, pero en estos hechos entra la moral la
cual nos dice si aceptamos o no el hacer lo que se nos ordena
hacer ; dentro de lo que es la clasificación de lo
bueno y malo no solo son esto sino que también estos dos
pueden servir para calificar lo que se realiza. Por lo que
así podemos calificar a las personas que nos rodean y a la
sociedad en general, dependiendo de esta última y de una
manera mas particular, a partir de nuestro criterio calificativo
a l respecto.
¿Qué pretendo decirte poniendo un
«haz lo que quieras» como lema fundamental de esa
ética hacia la que vamos tanteando? Pues sencillamente hay
que dejarse de órdenes y costumbres de premios y castigos,
en una palabra de cuanto quiere dirigirte desde fuera, y que
tienes que plantearte todo este asunto desde ti mismo, desde el
fuero interno de tu voluntad. No le preguntes a nadie qué
es lo que debes hacer con tu vida: Pregúntatelo a ti
mismo. Si deseas saber en qué puedes emplear mejor tu
libertad, no la pierdas poniéndote ya desde el principio
al servicio de
otro o de otros, por buenos, sabios y respetables que sean:
interroga sobre el uso de tu libertad… a la libertad
misma.
Si te digo «haz lo que quieras» parece que
te estoy dando de todas formas una orden, «haz eso y no lo
otro», aunque sea la orden de que actúes libremente.
Si la cumples, la desobedeces (porque no haces lo que eres, sino
lo que quiero yo que te lo mando), si la desobedeces, la cumples
(porque haces lo que tú quieres en lugar de lo que yo te
mando… ¡Pero eso es precisamente lo que te estoy
mandando!). : no se trata de pasar el tiempo, sino de
vivirlo bien. La aparente contradicción que
encierra ese «haz lo que quieras»no es sino un
reflejo del problema esencial de la libertad misma: a saber, que
no somos libres de no ser libres, que no tenemos más
remedio que serlo. Por eso un filósofo francés de
nuestro siglo, Jean-Paul Sartre, dijo
que «estamos condenados a la libertad». Para esa
condena no hay indulto que valga…
De modo que mi «haz lo que quieras» no es
más que una forma de decirte que te tomes en serio el
problema de tu libertad, lo de que nadie puede dispensarte de la
responsabilidad creadora de escoger tu
camino. No te preguntes con demasiado morbo si «merece la
pena» todo este jaleo de la libertad, porque quieras o no
eres libre, quieras o no tienes que querer. Aunque digas
que no quieres saber nada de estos asuntos tan fastidiosos y que
te deje en paz, también estarás queriendo no saber
nada, queriendo que te dejen en paz aun a costa de aborregarte un
poco o un mucho. Pero no confundamos este «haz lo que
quieras» con los caprichos de que hemos hablado
antes. Una cosa es que hagas «lo que quieras» y otra
bien distinta que hagas «lo primero que te venga en
gana». No digo que en ciertas ocasiones no pueda bastar la
pura y simple gana de algo.
La vida está hecha de tiempo, nuestro presente
está lleno de recuerdos y esperanzas. Si te digo que hagas
lo que quieras, lo primero que parece oportuno hacer es que
pienses con detenimiento y a fondo qué es lo que quieres.
Sin duda te apetecen muchas cosas, a menudo contradictorias, como
le pasa a todo el mundo: quieres tener una moto pero no quieres
romperte la crisma por la carretera, quieres tener amigos pero
sin perder tu independencia,
quieres tener dinero pero no
quieres avasallar al prójimo para conseguirlo, quieres
saber cosas y por ello comprendes que hay que estudiar pero
también quieres divertirte, quieres que yo no te dé
la lata y te deje vivir a tu aire pero
también que esté ahí para ayudarte cuando lo
necesites, etc. Eso mismito es lo que yo quería
aconsejarte: cuando te dije «haz lo que quieras» lo
que en el fondo pretendía recomendarte es que te
atrevieras a darte la buena vida. Y no hagas caso a los tristes
ni a los beatos, la ética no es más que el intento
racional de averiguar cómo vivir mejor. Si merece la pena
interesarse por la ética es porque nos gusta la buena
vida. Sólo quien ha nacido para esclavo o quien tiene
tanto miedo a la muerte que
cree que todo da igual se dedica a las lentejas y vive de
cualquier manera…
Quieres darte la buena vida: estupendo. Pero
también quieres que esa buena vida no sea la buena vida de
una coliflor o de un escarabajo, sino una buena vida
humana. Es lo que te corresponde, creo yo. Y estoy
seguro de que
a ello no renunciarías por nada del mundo. Ser humano,
consiste principalmente en tener relaciones con los otros seres
humanos. precisamente la gracia de todas esas cosas estriba en
que te permiten relacionarte más favorablemente con los
demás! Por medio del dinero se
espera poder deslumbrar o comprar a los otros; las ropas son para
gustarles o para que nos envidien, y lo mismo la buena casa, los
mejores vinos, etcétera. Muy pocas cosas conservan su
gracia en la soledad; y si la soledad es completa y definitiva,
todas las cosas se amargan irremediablemente. La buena vida
humana es buena vida entre seres humanos o de lo
contrario puede que ser vida pero no será ni buena ni
humana.
Las cosas pueden ser bonitas y útiles, los
animales resultan simpáticos, pero los hombres lo que
queremos ser es humanos, no herramientas
ni bichos. Y queremos también ser tratados como
humanos, porque eso de la humanidad depende en buena medida de
que los unos hacemos con los otros. el hombre no es solamente una
realidad natural sino también una realidad
cultural. No hay humanidad sin aprendizaje
cultural y para empezar sin la base de toda cultura, el
lenguaje. El mundo en el que vivimos los humanos es un
mundo lingüístico, una realidad de símbolos y
leyes sin la
cual no sólo seríamos incapaces de comunicarnos
entre nosotros sino también de captar la
significación de lo que nos rodea. Pero nadie
puede aprender a hablar por sí solo porque el lenguaje no es
una función
natural y biológica del hombre sino una creación
cultural que heredamos y aprendemos de otros hombres.
Por eso hablar a alguien y escucharle es tratarle como a
una persona, por lo menos empezar a darle un trato humano. Es
sólo un primer paso, desde luego, porque la cultura dentro
de la cual nos humanizamos unos a otros parte del lenguaje pero
no es simplemente lenguaje. Hay otras formas de demostrar que nos
reconocemos como humanos, es decir, estilos de respeto y de
miramientos humanizadores que tenemos unos para con otros. Todos
queremos que se nos trate así y si no, protestamos. Lo
más importante de todo esto: la humanización es un
proceso
recíproco . Para que los demás puedan
hacerme humano, tengo yo que hacerles humanos a ellos; si para
mí todos son como cosas o como bestias, yo no seré
mejor que una cosa o una bestia tampoco. Por eso darse la
buena vida no puede ser algo muy distinto a fin de cuentas de
dar la buena vida.
Opinión
En el capitulo actual el auto nos plantea el tratar de realizar
nuestros actos de una manera mas libre sin tomar mucho en cuenta
lo que loas demás personas tratan de influenciarnos. Pero
para la lograr lo que es la buena vida creo que aparte de se
felices creo que tenemos que hacer lo que nuestra conciencia nos
indique, aunque esta indicación no sea buena para la
sociedad en general, pero que para el que lleva acabo el acto es
lo que a el mas felicidad le causa a partir de lo que a el le
parezca. En este capítulo el autor nos dice que para vivir
felices hay que hacer lo mejor posible o estar lo mejor posible
de cualquier punto de vista ; como no lo plantea en el libro
a partir de la Biblia, en donde nos habla de la herencia para el
hijo primogénito que para estar feliz le da su herencia para que
el logre ser feliz por lo menos momentáneamente, momento
que al final puede no haber valido la pena, como lo plante el
libro ; a partir de esta decisión puede surgir lo que
es el arrepentimiento de haber hecho lo que se hizo
anteriormente, y todo esto por lograr una felicidad de muy corto
plazo. En esta parte del libro se nos plantea el aspecto
económico el cual creo que esta en todas partes, problemas
de la sociedad que creo que es la que nos esta comiendo a partir
de la gran variedad de problemas que surgen por este. Para lo
anterior esta el comerciante Kane, que a pesar de tener mucho
dinero y poder no era feliz debido a que para conseguir lo que
tenia, había tenido que crearse una gran cantidad de
enemistades, las cuales no le podían proporcionar el
cariño necesario para ser feliz, cariño que no
puede proporcionar ningún ser vivo a excepción del
humano.
Está bastante claro lo que queremos (darnos la
buena vida), pero no lo está tanto en que consiste eso de
«la buena vida». Y es que querer la buena vida no es
un querer cualquiera, como cuando uno quiere lentejas, cuadros,
electrodomésticos o dinero. Todos estos quereres son por
decirlo así simples, se fijan en un solo aspecto
de la realidad: no tienen perspectiva de conjunto. No hay nada
malo en querer lentejas cuando se tiene hambre, desde luego: pero
en el mundo hay otras cosas, otras relaciones, fidelidades
debidas al pasado y esperanzas suscitadas por lo venidero, no
sé, mucho más, todo lo que se te ocurra. En una
palabra, no sólo de lentejas vive el hombre. La muerte es
una gran simplificadora: cuando estás a punto de estirar
la pata importan muy pocas cosas. La vida, en cambio, siempre es
complejidad y casi siempre complicaciones. Si rehuyes
toda complicación y buscas la gran simpleza no creas que
quieres vivir más y mejor sino morirte de una vez. Y hemos
dicho que lo que realmente deseamos es la buena vida, no la
pronta muerte.
La verdad es que las cosas que tenemos nos tienen ellas
también a nosotros en contrapartida: lo que poseemos nos
posee. Lo que tenemos muy agarrado nos agarra también a su
modo… o sea que más vale tener cuidado con no
pasarse.
La mayor complejidad de la vida es precisamente
ésa, que las personas no son cosas. Al principio no
encontró dificultades: las cosas se compran y se venden.
Las cosas Se usan mientras sirven y luego se tiran.
Desengáñate: de una cosa sólo
pueden sacarse… cosas. Nadie es capaz de dar lo que no
tiene, ¿verdad?, ni mucho menos nada puede dar más
de lo que es. Si los hombres fuésemos simples cosas, con
lo que las cosas pueden darnos nos bastaría. Pero
ésa es la complicación de que te hablaba que
como no somos puras cosas, necesitamos «cosas» que
las cosas no tienen. Cuando tratamos a los demás como
cosas, lo que recibimos de ellos son también cosas: al
estrujarlos sueltan dinero, nos sirven, salen, entran, se frotan
contra nosotros o sonríen cuando apretamos el debido
botón… Pero de este modo nunca nos darán esos
dones más sutiles que sólo las personas pueden dar.
No conseguiremos así ni amistad, ni
respeto, ni mucho
menos amor. Ninguna
cosa puede brindarnos esa amistad, respeto,
amor… en
resumen, esa complicidad fundamental que sólo se
da entre iguales y que a ti o a mí que somos personas, no
nos pueden ofrecer más que otras personas a las que
tratemos como a tales. Lo del trato es importante, porque ya
hemos dicho que los humanos nos humanizamos unos a otros. Al
tratar a las personas como a personas y no como a cosas estoy
haciendo posible que me devuelvan lo que sólo una persona
puede darle a otra.
Pero al menos contamos con el respeto de una
persona, aunque no sea más que una: nosotros mismos. Al no
convertir a los otros en cosas defendemos por lo menos nuestro
derecho a no ser cosas para los otros. Intentamos que el
mundo de las personas sea.
¡Despierta de una vez, criatura! Los demás,
desde fuera, pueden envidiarle a uno y no saber que en ese mismo
momento nos estamos muriendo de cáncer. ¿Vas a
preferir darle gusto a los demás que satisfacerte a ti
mismo? Y yo te digo que dejes a la gente en paz y que sólo
pienses en ti mismo.
Precisamente la ética lo que intenta es averiguar
en qué consiste en el fondo, más
allá de lo que nos cuentan o de lo que vemos en los
anuncios de la tele, esa dichosa buena vida que nos
gustaría pegarnos. A estas alturas ya sabemos que ninguna
buena vida puede prescindir de las cosas pero aún menos
puede pasarse de personas. A las cosas hay que manejarlas como a
cosas y a las personas hay que tratarlas como personas: de este
modo las cosas nos ayudarán en muchos aspectos y las
personas en uno fundamental, que ninguna cosa puede suplir, el de
ser humanos. A lo mejor ser humanos no es cosa
importante porque queramos o no ya lo somos sin remedio…
¡Pero se puede ser humano-cosa o humano-humano, humano
simplemente preocupado en ganarse las cosas de la vida, todas las
cosas, cuanto más cosas, mejor y humano dedicado a
disfrutar de la humanidad vivida entre personas! Por
favor, no te rebajes; deja las rebajas para los grandes
almacenes, que
es lo suyo.
Se puede ser listo para los negocios o
para la política y un solemne borrico para cosas
más serias como lo de vivir bien o no.Te repito una
palabra que me parece crucial papa este asunto:
atención. No me refiero a la atención del búho, sino a la
disposición a reflexionar sobre lo que se hace y a
intentar precisar lo mejor posible el sentido de esa «buena
vida» que queremos vivir. Sin cómodas pero
peligrosas simplificaciones, procurando comprender toda la
complejidad del asunto este de vivir (me refiero a vivir
humanamente), que se las trae.
Yo creo que la primera e indispensable condición
ética es la de estar decididos a vivir de cualquier modo:
estar convencido de que no todo da igual aunque antes o
después vayamos a morirnos. Cuando se habla de
«moral» la gente suele referirse a esas
órdenes y costumbres que suelen respetarse por lo menos
aparentemente y a veces sin saber muy bien por qué. Pero
quizá el verdadero intríngulis no esté en
someterse a un código
o en llevar la contraria a lo establecido sino en intentar
comprender, por qué ciertos comportamientos nos
convienen y otros no, comprender de qué va la vida y
qué es lo que puede hacerla «buena» para
nosotros los humanos. Ante todo, nada de contentarse con ser
tenido por bueno, con quedar bien ante los
demás, con que nos den aprobado. Pero el esfuerzo
de tomar la decisión tiene que hacerlo cada cual en
solitario: nadie puede ser libre por ti.
En este capítulo el autor sigue no sigue tratando
de explicar para dejarnos una idea mas clara lo que es la buena
vida en donde nos empieza a explicar que las complicaciones que
se presentan en la vida tienen que ser tomadas de una manera mas
sencilla, para así poder superar estos problemas, pero
como que al plantear los ejemplos en este capítulo, por
medio de estos, creo que no nos da una idea clara de lo que esta
tratando de decir, nos habla un poco refiriéndose al
futuro como el posible factor para impedir que logremos nuestros
objetivos ; luego al plantear su ejemplo del
alumno y el maestro nos enseña que no es necesario tener
todo para ser felices, aspecto que creo nos a venido planteando
los últimos dos capítulos, en el ejemplo el
discípulo se dio cuenta de que al tener lo que mas
quería (dos cosas del cuarto de su maestro) no iba a ser
feliz ya que estaba ocupado de ambas manos al momento de tener
una necesidad que podría ser de carácter
personal,
necesidad que no es agradable si no se puede
solucionar.
¿Sabes cuál es la única
obligación que tenemos en esta vida? Pues no ser
imbéciles. La palabra «imbécil» es
más sustanciosa de lo que parece, no te vayas a creer.
Viene del latín baculus que significa
«bastón»: el imbécil es el que necesita
bastón para caminar. El imbécil puede ser todo lo
ágil que se quiera y dar brincos como una gacela
olímpica, no se trata de eso. Si el imbécil cojea
no es de los pies, sino del ánimo: es su espíritu
el debilucho y cojitranco, aunque su cuerpo pegue unas volteretas
de órdago. Hay imbéciles de varios modelos, a
elegir:
a) El que cree que no quiere nada, el que dice que todo le da
igual, el que vive en un perpetuo bostezo o en siesta permanente,
aunque tenga los ojos abiertos y no ronque.
b) El que cree que lo quiere todo, lo primero que se le presenta
y lo contrario de lo que se le presenta: marcharse y quedarse,
bailar y estar sentado, masticar ajos y dar besos sublimes, todo
a la vez.
c) El que no sabe lo que quiere ni se molesta en averiguarlo.
Imita los quereres de sus vecinos o les lleva la contraria porque
sí, todo lo que hace está dictado por la
opinión mayoritaria de los que le rodean: es conformista
sin reflexión o rebelde sin causa.
d) El que sabe que quiere y sabe lo que quiere y, más o
menos, sabe por qué lo quiere pero lo quiere flojito, con
miedo o con poca fuerza. A fin de cuentas, termina siempre
haciendo lo que no quiere y dejando lo que quiere para
mañana, a ver si entonces se encuentra más
entonado.
e) El que quiere con fuerza y ferocidad, en plan
bárbaro, pero se ha engañado a sí mismo
sobre lo que es la realidad, se despista enormemente y termina
confundiendo la buena vida con aquello que va a hacerle
polvo.
Todos estos tipos de imbecilidad necesitan bastón, es
decir, necesitan apoyarse en cosas de fuera, ajenas, que no
tienen nada que ver con la libertad y la reflexión
propias.
Conclusión: ¡alerta! ¡en guardia!,
¡la imbecilidad acecha y no perdona!
Uno puede ser imbécil para las matemáticas (¡mea culpa!) y
no serlo para la moral, es decir, para la buena vida. Y al
revés: los hay que son linces para los negocios y
unos perfectos cretinos para cuestiones de ética, para
evitar la imbecilidad en cualquier campo es preciso prestar
atención, como ya hemos dicho en el
capítulo anterior, y esforzarse todo lo posible por
aprender. En estos requisitos coinciden la física o la
arqueología la ética. Pero el negocio de vivir bien
no es lo mismo que el de saber cuánto son dos y dos. Saber
cuánto son dos y dos es cosa preciosa, sin duda, pero al
imbécil moral no es esa sabiduría la que puede
librarle del gran batacazo.
Lo contrario de ser moralmente imbécil es tener
conciencia. Pero la conciencia no es algo que le toque a
uno en una tómbola ni que nos caiga del cielo. Por
supuesto, hay que reconocer que ciertas personas tienen desde
pequeñas mejor «oído» ético que otras y un
«buen gusto» moral espontáneo, pero este,
«oído» y ese «buen gusto»
pueden afirmarse y desarrollarse con la
práctica
Bueno, admito que para lograr tener conciencia hacen
falta algunas cualidades innatas, como para apreciar la música o disfrutar
con el arte. Y supongo
que también serán favorables ciertos requisitos
sociales y económicos pues a quien se ha visto desde la
cuna privado de lo humanamente más necesario es
difícil exigirle la misma facilidad para comprender lo de
la buena vida que a los que tuvieron mejor suerte. Si nadie te
trata como humano, no es raro que vayas a lo bestia… Pero una
vez concedido ese mínimo, creo que el resto depende de la
atención y esfuerzo de cada cual. La conciencia esta
dentro de los siguientes rasgos:
a) Saber que no todo da igual porque queremos realmente vivir y
además vivir bien, humanamente bien.
b) Estar dispuestos a fijarnos en si lo que hacemos
corresponde a lo que de veras queremos o no.
c) A base de práctica, ir desarrollando el buen
gusto moral de tal modo que haya ciertas cosas que nos
repugne espontáneamente hacer.
d) Renunciar a buscar coartadas que disimulen que somos libres y
por tanto razonablemente responsables de las
consecuencias de nuestros actos.
Como verás, no invoco en estos rasgos
descriptivos motivo diferente para preferir lo de aquí a
lo de allá, la conciencia a la imbecilidad, que tu propio
provecho. Por qué está mal lo que llamamos
«malo»? Porque no le deja a uno vivir la buena vida
que queremos. Por lo general la palabra
«egoísmo» suele tener mala prensa: se llama
«egoísta» a quien sólo piensa en
sí mismo y no se preocupa por los demás, hasta el
punto de fastidiarles tranquilamente si con ello obtiene
algún beneficio.
Cuando se roba, ese algo (respeto, amistad, amor) pierde
todo su buen gusto y a la larga se convierte en veneno. Los
«egoístas» se parecen a esos concursantes del
Un, dos, tres o de El precio
justo que quieren conseguir el premio mayor pero se
equivocan y piden la calabaza que no vale nada…
Sólo deberíamos llamar egoísta
consecuente al que sabe de verdad lo que le conviene para vivir
bien y se esfuerza por conseguirlo. El que se harta de todo lo
que le sienta mal (odio, caprichos criminales, lentejas compradas
a precio de
lágrimas, etc.) en el fondo quisiera ser egoísta
pero no sabe. Pertenece al gremio de los
imbéciles y habría que recetarle un poco de
conciencia para que se amase mejor a sí mismo.
Un trono no concede automáticamente ni amor ni
respeto verdadero: sólo garantiza adulación temor y
servilismo. Sobre todo cuando se consigue por medio de
fechorías, como en el caso de Ricardo III. En vez de
compensar de algún modo su deformación física Gloucester se
deforma también por dentro. Ni de su joroba ni de
su cojera tenía él la culpa, por lo que no
había razón para avergonzarse de esas casualidades
infortunadas: los que se rieran de él o le despreciaran
por ellas son quienes hubieran debido avergonzarse. Por fuera los
demás le veían contrahecho, pero él por
dentro podía haberse sabido inteligente, generoso y digno
de afecto; si se hubiera amado de verdad a sí mismo,
debería haber intentado exteriorizar por medio de su
conducta ese interior limpio y recto, su verdadero yo. Por el
contrario, sus crímenes le convierten ante sus propios
ojos (cuando se mira a sí mismo por dentro, allí
donde nadie más que él es testigo) en un monstruo
más repugnante que cualquier contrahecho físico.
¿Por qué? Porque de sus jorobas y cojeras morales
es él mismo responsable, a diferencia de las otras que
eran azares de la naturaleza. La corona manchada de
traición y de sangre no le hace
más amable, ni mucho menos: ahora se sabe menos
digno de amor que nunca y ni él mismo se quiere
ya.
palabras como «culpa» o
«responsable». Suenan a lo que habitualmente se
relaciona con la conciencia,. No me ha faltado más que
mencionar el mas «feo» de esos títulos:
remordimiento. Sin duda lo que amarga la existencia a
Gloucester y no le deja disfrutar de su trono ni de su poder son
ante todo los remordimientos de su conciencia. Y ahora yo te
pregunto: ¿sabes de dónde vienen los
remordimientos? En algunos casos, me dirás, son reflejos
íntimos del miedo que sentimos ante el castigo
que puede merecer nuestro mal comportamiento. Fíjate: uno puede lamentar
haber obrado mal aunque esté razonablemente seguro de
que nada ni nadie va a tomar represalias contra él. Y
es que, al actuar mal y darnos cuenta de ello comprendemos que ya
estamos siendo castigados, que nos hemos estropeado a
nosotros mismos voluntariamente. No hay peor castigo que darse
cuenta de que uno está boicoteando con sus actos lo que en
realidad quiere ser…
¿Que de dónde vienen los remordimientos?
Para mí está muy claro: de nuestra
libertad. Si no fuésemos libres, no
podríamos sentirnos culpables (ni orgullosos, claro) de
nada y evitaríamos los remordimientos. Por eso cuando
sabemos que hemos hecho algo vergonzoso procuramos asegurar que
no tuvimos otro remedio que obrar así, que no pudimos
elegir: «yo cumplí órdenes de mis
superiores», «vi que todo el mundo hacía lo
mismo», «perdí la cabeza», «es
más fuerte que yo», «no me di cuenta de lo que
hacía», etcétera. Del mismo modo el
niño pequeño, cuando se cae al suelo y se rompe
el tarro de mermelada que intentaba coger de lo alto de la
estantería, grita lloroso: «¡Yo no he
sido!» Lo grita precisamente porque sabe que ha sido
él; si no fuera así, ni se molestaría
en decir nada y quizá hasta se riese y todo. En cambio, si
ha dibujado algo muy bonito en seguida proclamará:
«¡Lo he hecho yo solito, nadie me ha ayudado!»
Del mismo modo, ya mayores, queremos siempre ser libres para
atribuirnos el mérito de lo que logramos pero preferimos
confesarnos «esclavos de las circunstancias» cuando
nuestros actos no son precisamente gloriosos.
Y lo serio de la libertad es que tiene efectos
indudables, que no se pueden borrar a conveniencia una vez
producidos. Lo serio de la libertad es que cada acto libre que
hago limita mis posibilidades al elegir y realizar una de ellas.
Y no vale la trampa de esperar a ver si el resultado es bueno o
malo antes de asumir si soy o no su responsable. Quizá
pueda engañar al observador de fuera, como pretende el
niño que dice «¡yo no he sido!», pero a
mí mismo nunca me puedo engañar del
todo.
De modo que lo que llamamos «remordimiento»
no es más que el descontento que sentimos con nosotros
mismos cuando hemos empleado mal la libertad, es decir, cuando la
hemos utilizado en contradicción con lo que de veras
queremos como seres humanos. Y Ser responsable es saberse
auténticamente libre, para bien y para mal: apechugar con
las consecuencias de lo que hemos hecho, enmendar lo malo que
pueda enmendarse y aprovechar al máximo lo bueno. El mundo
que nos rodea, si te fijas, está lleno de ofrecimiento
para descargar al sujeto del peso de su responsabilidad. La culpa
de lo malo que sucede parece ser de las circunstancias, de la
sociedad en la que vivimos, del sistema
capitalista, del carácter
que tengo no me educaron bien, de los anuncios de la
tele, de las tentaciones que se ofrecen en los
escaparates, de los ejemplos irresistibles y perniciosos… Acabo
de usar la palabra clave de estas justificaciones:
irresistible. Todos los que quieren dimitir de su
responsabilidad creen en lo irresistible, aquello que avasalla
sin remedio, sea propaganda,
droga,
apetito, soborno, amenaza, forma de ser… lo que salte. Los
partidarios del autoritarismo creen firmemente en lo irresistible
y sostienen que es necesario prohibir todo lo que puede resultar
avasallador
Un gran poeta y narrador argentino, Jorge Luis
Borges, hace al principio de uno de sus cuentos la
siguiente reflexión sobre cierto antepasado suyo:
«Le tocaron, como a todos los hombres malos tiempos en que
vivir.» En efecto, nadie ha vivido nunca en
tiempos completamente favorables, en los que resulte sencillo ser
hombre y llevar una buena vida. Siempre ha habido violencia,
rapiña, cobardía, imbecilidad (moral y de la otra),
mentiras aceptadas como verdades porque son agradables de
oír… A nadie se le regala la buena vida humana
ni nadie consigue lo conveniente para él sin coraje y sin
esfuerzo: por eso virtud deriva etimológicamente
de vir, la fuerza viril del guerrero que se impone en el combate
contra la mayoría. amaciones.
El meollo de la responsabilidad, por si te interesa
saberlo, no consiste simplemente en tener la gallardía o
la honradez de asumir las propias meteduras de pata sin buscar
excusas a derecha e izquierda. El tipo responsable es; consciente
de lo real de su libertad. Y empleo
«real» en el doble sentido de
«auténtico» o «verdadero» pero
también de «propio de un rey»: el que toma
decisiones sin que nadie por encima suyo le dé
órdenes. Responsabilidad es saber que cada uno de mis
actos me va construyendo, me va definiendo, me va
inventando. Al elegir lo que quiero hacer voy
transformándome poco a poco. Todas mis decisiones
dejan huella en mí mismo antes de dejarla en el mundo que
me rodea.
Opinión
Aquí comienza tratándonos de dar a conocer el
objetivo de
nuestra vida el cual lo plantea como el de no ser imbécil,
tratándonos de decir que lo que tenemos que lograr es
tener un espíritu fuerte, creo que este espíritu
fuerte lo generaliza para que abarque todas las actividades
posibles a realizar por el hombre, pero a su vez da una
clasificación de las formas de vida, tomando como punto de
partida al imbécil ; primeramente esta el que esta en
una siesta permanente creyendo que no necesita nada, luego el que
no tiene seguridad en si
mismo para realizar lo que el quiere, luego esta el que no tiene
interés de superarse a pesar de saber que necesita este
factor de superación para se feliz en la vida ; luego
esta el que tiene decisión pero que no tiene la voluntad
para decidir lo que va a hacer y por último esta el
ambicioso ya que lo quiere todo pero de una forma excesiva,
aspecto por medio del cual no va a lograr la buena vida. Luego no
plantea la conciencia para saber que es lo que sabemos y que es
lo que necesitamos saber para así desarrollar nuestra
necesidad si se le puede llamar así, aunque mas bien creo
que las mayoría de las veces esto pudiera se solo un
capricho ; esta conciencia es la que nos va a ayudar a dejar
de tener lo que al autor plantea como imbecilidad moral a
través de no ser conformistas, aceptar nuestras cualidades
y saber tener un buen criterio de decisión. Luego el autor
creo que nos plantea las ambición, la cual creo que es
otro problema para lograr lo que es la buena vida para nosotros,
en donde nos habla de Ricardo III de Sahakespeare, en donde desde
mi punto de vista Ricardo no lograra nunca ser feliz ya que
creía que para ser feliz le bastaría con llegar al
trono, pero para esto tuvo que eliminar a toda la gente que
estaba primero que el, pero al matar a todas estas personas no
supo que también estaba matando su felicidad ya que se
estaba quedando solo, el ahora rey no lograra nunca ser feliz, al
menos mientras siga siendo rey ya que el remordimiento de sus
actos siempre va estar siendo recordado por su
conciencia.
Después habla de la diferencia de personalidades
entre el que es bueno y el que es malo.
La ética no se ocupa de cómo alimentarse
mejor o de cuál es la manera más recomendable de
protegerse del frío ni de qué hay que hacer para
vadear un río sin ahogarse, cuestiones todas ellas sin
duda muy importantes para sobrevivir en determinadas
circunstancias; lo que a la ética le interesa, lo que
constituye su especialidad, es cómo vivir bien la
vida humana, la vida que transcurre entre humanos. Si uno no sabe
cómo arreglárselas para sobrevivir en los peligros
naturales, pierde la vida, lo cual sin duda es un fastidio
grande; pero si uno no tiene ni idea de ética, lo que
pierde o malgasta es lo humano de su vida y eso no tiene ninguna
gracia, francamente, tampoco
por muy semejantes que sean los hombres no está
claro de antemano cuál sea la mejor manera de comportarse
respecto a ellos. Precisamente porque los otros hombres se me
parecen mucho pueden resultarme más peligrosos
que cualquier animal feroz o que un terremoto. No hay peor
enemigo que un enemigo inteligente, capaz de hacer planes
minuciosos, de tender trampas o de engañarme de mil
maneras. Quizá entonces lo mejor sea tomarles la delantera
y ser uno el primero en tratarles, por medio de violencia o
emboscadas, como si ya fuesen efectivamente esos
enemigos que pudieran llegar a ser… Sin embargo, esta
actitud no es
tan prudente como parece a primera vista: al comportarme ante mis
semejantes como enemigo, aumento sin duda las posibilidades de
que ellos se conviertan sin remedio en enemigos míos
también; y además pierdo la ocasión de
ganarme su amistad o de conservarla si en principio estuviesen
dispuestos a ofrecérmela.
«Al levantarte hoy, piensa que a lo largo del
día te encontrarás con algún mentiroso, con
algún ladrón, con algún adúltero, con
algún asesino. Y recuerda que has de tratarles como a
hombres, porque son tan humanos como tú y por tanto te
resultan tan imprescindibles como la mandíbula inferior lo
es para la superior.» Por malos que sean, su humanidad
coincide con la mía y la refuerza. Sin ellos, yo
podría quizá vivir pero no vivir
humanamente.
Y es que esa misma semejanza en la inteligencia,
en la capacidad de cálculo y
proyecto, en
las pasiones y los miedos, eso mismo que hace tan peligrosos a
los hombres para mí cuando quieren serlo, los hace
también supremamente útiles. Cuando un ser
humano me viene bien, nada puede venirme mejor.
Ningún bicho, por cariñoso que sea, puede darme
tanto como otro ser humano, incluso aunque sea un ser humano algo
antipático. Es muy cierto que a los hombres debo tratarlos
con cuidado, por si acaso. Pero ese
«cuidado» no puede consistir ante todo en recelo o
malicia, sino en el miramiento que se tiene al manejar las cosas
frágiles, las cosas más frágiles de todas…
porque no son simples cosas. Ya que el vínculo de
respeto y amistad con los otros humanos es lo más precioso
del mundo para mí, que también lo soy, cuando me
las vea con ellos debo tener principal interés en
resguardarlo y hasta mimarlo, si me apuras un poco. Pero
tenía bastante claras dos cosas que me parecen muy
importantes:
Primera: que quien roba, miente, traiciona,
viola, mata o abusa de cualquier modo de uno no por ello deja de
ser humano. Aquí el lenguaje es
engañoso, porque al acuñar el título de
infamia («ése es un ladrón»,
«aquélla una mentirosa», «tal otro un
criminal») nos hace olvidar un poco que se trata siempre de
seres humanos que, sin dejar de serlo, se comportan de manera
poco recomendable. Y quien «ha llegado» a ser algo
detestable como sigue siendo humano aún puede volver a
transformarse de nuevo en lo más conveniente para
nosotros, lo más imprescindible…
Segunda: Una de las características principales de todos los
humanos es nuestra capacidad de imitación. La
mayor parte de nuestro comportamiento y de nuestros gustos la
copiamos de los demás. Por eso somos tan educables y vamos
aprendiendo sin cesar los logros que conquistaron otras personas
en tiempos pasados o latitudes remotas. En todo lo que llamamos
« civilización», «cultura», etc.,
hay un poco de invención y muchísimo de
imitación. Si no fuésemos tan copiones,
constantemente cada hombre debería empezarlo todo desde
cero.
Ahora bien: si cuanto más feliz y alegre se
siente alguien menos ganas tendrá de ser malo. El que
colabora en la desdicha ajena o no hace nada para ponerle
remedio… se la está buscando. tratar a los semejantes
como enemigos (o como víctimas) puede parecer
ventajoso. El mundo está lleno de
«pillines» o de descarados canallas que se consideran
sumamente astutos cuando sacan provecho de la buena
intención de los demás y hasta de sus desventuras.
La mayor ventaja que podemos obtener de nuestros
semejantes no es la posesión de más cosas (o el
dominio sobre
más personas tratadas como cosas, como instrumentos)
sino la complicidad y afecto de más seres libres.
Es decir, la ampliación y refuerzo de mi
humanidad.
¿en qué consiste tratar a las personas
como a personas, es decir, humanamente? Respuesta: consiste en
que intentes ponerte en su lugar. Reconocer a alguien
como semejante implica sobre todo la posibilidad de comprenderle
desde dentro, de adoptar por un momento su propio punto
de vista. A fin de cuentas, siempre que hablamos con
alguien lo que hacemos es establecer un terreno en el que quien
ahora es «yo» sabe que se convertirá en
«tú» y viceversa.
Ponerse en el lugar de otro es algo más que el
comienzo de toda comunicación simbólica con
él: se trata de tomar en cuenta sus derechos. Y cuando los
derechos faltan, hay que comprender sus
razones. A que alguien intente ponerse en su lugar y
comprender lo que hace y lo que siente. Aunque sea para
condenarle en nombre de leyes que toda
sociedad debe admitir. En una palabra, ponerte en el lugar de
otro es tomarle en serio, considerarle tan plenamente
real como a ti mismo.
Cuando hablo de «relativizar» tu
interés quiero decir que ese interés no es algo
tuyo exclusivamente, como si vivieras solo en un mundo de
fantasmas, sino que te pone en contacto con otras realidades tan
«de verdad» como tú mismo. De modo que todos
los intereses que puedas tener son relativos (según otros
intereses, según las circunstancias, según leyes y
costumbres de la sociedad en que vives) salvo un interés,
el único interés absoluto: el
interés de ser humano entre los humanos, de dar y recibir
el trato de humanidad sin el que no puede haber «buena
vida». Se trata de sentir simpatía por el
otro (o si prefieres compasión, pues ambas voces
tienen etimologías semejantes, la una derivando del griego
y la otra del latín), es decir ser capaz de experimentar
en cierta manera al unísono con el otro, no dejarle del
todo solo ni en su pensar ni en su querer. Reconocer que estamos
hechos de la misma pasta, a la vez idea, pasión y
carne.
Tomarte al otro en serio, es decir, ser capaz de ponerte
en su lugar para aceptar prácticamente que es tan real
como tú mismo, no significa que siempre debas darle la
razón en lo que reclama o en lo que hace. Ni tampoco que,
como le tienes por tan real como tú mismo y semejante a ti
debas comportarte como si fueseis
idénticos.
La vida es demasiado compleja y sutil, las personas
somos demasiado distintas, las situaciones son demasiado
variadas, a menudo demasiado íntimas, como para
que todo quepa en los libros de
jurisprudencia. Lo mismo que nadie puede ser
libre en tu lugar, también es cierto que nadie
puede ser justo por ti si tú no te das cuenta de
que debes serlo para vivir bien. Para entender del todo lo que el
otro puede esperar de ti no hay más remedio que
amarle un poco, aunque no sea más que amarle
sólo porque también es humano… y ese
pequeño pero importantísimo amor ninguna ley instituida
puede imponerlo. Quien vive bien debe ser capaz de una justicia
simpática, o de una compasión justa.
Opinión:
En este capítulo el autor comienza con un ejemplo, sobre
la historia de
Robinson Crusoe, personaje que vive solo en una isla y que al ya
estar bien establecido en ella, encuentra que no esta solo,
hablando de que encontró pruebas para
poder decir que hay otros humanos en la isla, lo cual le causa un
problema, el cual esta lleno de dudas sobre lo que tendrá
que hacer. Lo único que este sabia es que por lo menos iba
a ser alguien parecido a el sin importar las demás
características del extraño,
entonces el autor comienza a hablar sobre el tipo de
relación que el esta pensando tener con el otro humano,
sin importar por el momento la forma de ser de este.
Después al avanzar me encuentro que para tratar con otro
humano se tiene que tratar a este como tal sin importar lo que
podría haber en su pasado, ya que el puede desarrollar y
hacer lo mismo que cualquier persona normal en este caso, pero al
existir la imitación, actividad que todos los humanos
desempeñan, es la característica que nos a venido
estableciendo la forma de vida del hombre a través de l
que considero como las costumbres, costumbre que no harán
buenos o malos, pero en otros ejemplos establece que el ser malo
no es un factor de estar viviendo una buena vida ya que la
persona que es mala a su vez es desgraciada, esto por diferentes
motivos, los cuales los considero personales. Pero al tener que
seguir tratando a estas personas como humanos, tenemos que
ponernos en su lugar, pienso yo que esto es para poder comprender
el porque esta clase de personas actúan así, viendo
que también tienen sus intereses, objetivos y el
que tienen que tomar decisiones a partir de lo anterior, como
para establecer que es lo que la demás gente debe de
esperar de esta clase de personas.
Cuando la gente habla de «moral» y sobre
todo de «inmoralidad», el ochenta por ciento de las
veces el sermón trata de algo referente al sexo.
Tanto que algunos creen que la moral se dedica ante todo a juzgar
lo que la gente hace con sus genitales. En el sexo, de por
sí, no hay nada más «inmoral» que en la
comida o en los paseos por el campo; claro que alguien puede
comportarse inmoralmente en el sexo
(utilizándolo para hacer daño a otra persona, por
ejemplo), lo mismo que hay quien se come el bocadillo del vecino
o aprovecha sus paseos para planear atentados terroristas. Y por
supuesto, como la relación sexual puede llegar a
establecer vínculos muy poderosos y complicaciones
afectivas muy delicadas entre la gente, es lógico que se
consideren especialmente los miramientos debidos a los
semejantes en tales casos. El que de veras esta
«malo» es quien cree que hay algo de malo en
disfrutar… No sólo es que «tenemos» en
cuerpo, como suele decirse (casi con resignación), sino
que somos un cuerpo, sin cuya satisfacción y
bienestar no hay vida buena que valga. El que se avergüenza
de las capacidades gozosas de su cuerpo es tan bobo como el que
se avergüenza de haberse aprendido la tabla de
multiplicar.
Desde luego, una de las funciones
indudablemente importantes del sexo es la
procreación. Y es una consecuencia que no puede
ser tomada a la ligera, pues impone obligaciones
ciertamente éticas: repasa, si no te acuerdas, lo que te
he contado antes sobre la responsabilidad como reverso
inevitable de la libertad. Pero la experiencia sexual no puede
limitarse simplemente a la función procreadora.
En los seres humanos, los dispositivos naturales para asegurar la
perpetuación de la especie tienen siempre otras
dimensiones que la biología no parece
haber previsto. Se les añaden símbolos y
refinamientos, invenciones preciosas de esa libertad sin la que
los hombres no seríamos hombres. Es paradójico que
sean los que ven algo de «malo» o al menos de
«turbio» en el sexo quienes dicen que dedicarse con
demasiado entusiasmo a él animaliza al hombre.
Cuanto más se separa el sexo de la simple
procreación, menos animal y más humano resulta.
Claro que de ello se derivan consecuencias buenas y malas, como
siempre que la libertad está en juego.
Lo que se agazapa en toda esa obsesión sobre la
«inmoralidad» sexual no es ni más ni menos que
uno de los más viejos temores sociales del hombre: el
miedo al placer. Y como el placer sexual destaca entre los
más intensos y vivos que pueden sentirse, por eso se ve
rodeado de tan enfáticos recelos cautelas. El placer nos
distrae a veces más de la cuenta, cosa que puede
resultarnos fatal. Por eso los placeres se han visto siempre
acosados por tabúes y restricciones, cuidadosamente
racionados, permitidos sólo en ciertas fechas, etc.: se
trata de precauciones sociales (que a veces perduran aun cuando
ya no hacen falta) para que nadie se distraiga demasiado del
peligro de vivir.
Por otro lado están quienes sólo disfrutan
no dejando disfrutar. Tienen tanto miedo a que el placer les
resulte irresistible, se angustian tanto pensando lo que les
puede pasar si un día le dan de verdad gusto al cuerpo,
que se convierten en calumniadores profesionales del
placer. Que si el sexo esto, que si la comida y la bebida lo
otro, que si el juego lo de más allá, que si basta
de risas y fiestas con lo triste que es el mundo, etc. Todo puede
llegar a sentar mal o servir para hacer el mal, pero nada es
malo sólo por el hecho de que le dé gusto
hacerlo. A los calumniadores profesionales del placer se les
llama «puritanos». El que asegura que la señal
de que algo es bueno consiste en que no nos gusta hacerlo. El que
sostiene que siempre tiene más mérito sufrir que
gozar (cuando en realidad puede ser más meritorio gozar
bien que sufrir mal). Y lo peor de todo: el puritano cree que
cuando uno vive bien tiene que pasarlo mal y que cuando uno lo
pasa mal es porque está viviendo bien. Por supuesto, los
puritanos se consideran la gente más «moral»
del mundo y además guardianes de la moralidad de sus
vecinos.
La diferencia entre el «uso» y el
«abuso» es precisamente ésa: cuando usas un
placer, enriqueces tu vida y no sólo el placer sino que la
vida misma te gusta cada vez más; es señal de que
estás abusando el notar que el placer te va empobreciendo
la vida y que ya no te interesa la vida sino sólo ese
particular placer. O sea que el placer ya no es un ingrediente
agradable de la plenitud de la vida, sino un refugio para
escapar de la vida, para esconderte de ella y
calumniarla mejor…
A veces decimos eso de «me muero de gusto».
Mientras se trate de lenguaje figurado no hay nada que objetar,
porque uno de los efectos benéficos del placer muy intenso
es disolver todas esas armaduras de rutina, miedo y trivialidad
que llevamos puestas y que a menudo nos amargan más de lo
que nos protegen; al perder esas corazas parecemos
«morir» respecto a lo que habitualmente somos, pero
para renacer luego más fuertes y animosos. Se trata de una
«muerte» para vivir más y mejor, que nos hace
más sensibles, más dulce o fieramente apasionados.
Sin embargo, en otros casos el gusto que obtenemos amenaza con
matarnos en el sentido más literal e irremediable de la
palabra. O mata nuestra salud y nuestro cuerpo, o
nos embrutece matando nuestra humanidad, nuestros miramientos
para con los demás y para con el resto de lo que
constituye nuestra vida. El «instinto de
conservación» a toda costa está muy bien pero
no es más que eso: un instinto. Y los humanos vivimos un
poco más allá de los instintos o si no la cosa
tiene poca gracia.
Todo cuanto lleva a la alegría tiene
justificación (al menos desde un punto de vista, aunque no
sea absoluto) y todo lo que nos aleja sin remedio de la
alegría es un camino equivocado. Un
«sí» espontáneo a la vida que nos brota
de dentro, a veces cuando menos lo esperamos. Un
«sí» a lo que somos, o mejor, a lo que
sentimos ser. Quien tiene alegría ya ha recibido el
premio máximo y no echa de menos nada; quien no tiene
alegría –por sabio guapo, sano, rico poderoso, santo,
etc., que sea– es un miserable que carece de lo más
importante. Pues bien, escucha: el placer es estupendo y deseable
cuando sabemos ponerlo al servicio de la
alegría, pero no cuando la enturbia o la compromete. El
límite negativo del placer no es el dolor, ni siquiera la
muerte, sino la alegría: en cuanto empezamos a perderla
por determinado deleite, seguro que estamos disfrutando con lo
que no nos conviene. Y es que la alegría, no sé si
vas a entenderme aunque no logro explicarme mejor, es Una
experiencia que abarca placer y dolor, muerte y vida; es la
experiencia que definitivamente acepta el placer y el
dolor, la muerte y la vida.
Al arte de poner el placer al servicio de la
alegría es decir, a la virtud que sabe no ir a caer del
gusto en el disgusto, se le suele llamar desde tiempos antiguos
templanza. Se trata de una habilidad fundamental del
hombre libre pero hoy no está muy de moda: se la
quiere substituir por la abstinencia radical o por la
prohibición policíaca. Antes que intentar
usar bien algo de lo que se puede usar mal (es decir, abusar),
los que han nacido para robots prefieren renunciar por completo a
ello y, si es posible que se lo prohíban desde fuera, para
que así su voluntad tenga que hacer menos ejercicio.
Desconfían de todo lo que les gusta; o, aún peor,
creen que les gusta todo aquello de lo que desconfían.
«¡Que no me dejen entrar en un bingo, porque me lo
jugaré todo! ¡Que no me consientan probar un
porro, porque me convertiré en un esclavo
babeante de la droga!»
Etc. Son como esa gente que compra una máquina que les da
masajes en la barriga para no tener que hacer flexiones con su
propio esfuerzo. Y claro, cuanto más se privan a la fuerza
de las cosas, más locamente les apetecen, más se
entregan a ellas con mala conciencia, dominados por el más
triste de todos los placeres: el placer de sentirse
culpables. Desengáñate: cuando a uno le
gusta sentirse «culpable», cuando uno cree que un
placer es más placer auténtico si resulta en cierto
modo «criminal», lo que se está pidiendo a
gritos es castigo… El mundo está lleno de
supuestos «rebeldes» que lo único que desean
en el fondo es que les castiguen por ser libres, que algún
poder superior de este mundo o de otro les impida quedarse a
solas con sus tentaciones.
En cambio, la templanza es amistad inteligente con lo
que nos hace disfrutar. A quien te diga que los placeres son
«egoístas» porque siempre hay alguien
sufriendo mientras tú gozas, le respondes que es bueno
ayudar al otro en lo posible a dejar de sufrir, pero que es
malsano sentir remordimientos por no estar en ese momento
sufriendo también o por estar disfrutando como el otro
quisiera poder disfrutar. Comprender el sufrimiento de quien
padece e intentar remediarlo no supone más que
interés porque el otro pueda gozar también, no
vergüenza porque tú estés gozando. Sólo
alguien con muchas ganas de amargarse la vida y
amargársela a los demás puede llegar a creer que
siempre se goza contra alguien. Y a quien veas que
considera «sucios» y «animales» todos los
placeres que no comparte o que no se atreve a permitirse, te doy
permiso para que le tengas por sucio y por bastante
animal.
Opinión:
En esta parte el autor nos habla, pienso de lo que es un poco la
inmadurez de realizar lo que se establece y supone que todos
debemos hacer para poder convivir en la sociedad en la que
tenemos que desarrollarnos, esto el autor lo define como
inmoralidad, concepto al cual
se le pueden dar otros significados como el que
típicamente se establece como el sexo que aparece en
películas, forma de utilizar el concepto que es
incorrecta ya que se a ido creando en las personas que su objeto
es el anteriormente dicho, pero la inmoral dentro del mismo tema
(sexo) podría establecerse como tal cuando se comete
alguna violación en contra de una mujer ; la
inmoral no solo puede se lo anterior sino que también
puede estar presente en la mesa a la hora de comer.
Pero también no dice que el sexo se considera
algo malo ya que la sociedad a través del tiempo a venido
haciendo que esta actividad que debería ser considerada
como de lo más común, se ha venido estableciendo
como algo que impide que el hombre pueda seguir haciendo lo que
hace en días normales (trabajo y otras actividades
diarias). Este placer no es el único que hay para se por
lo menos temporalmente feliz sino que existen otros los cuales
creo que pueden variar dependiendo de la forma de ser y pensar de
la persona frente a ciertas actividades que a esta le gustan
mucho, esta clase de placeres, bueno todos en general son los que
no hacen que tengamos mas ganas de vivir. Pero la mayor felicidad
o producto de desarrollar esta es lo que podemos definir como
alegría, conceptos que también son diferentes para
cada persona dependiendo del criterio y forma de vida de
esta.
Para lo único que sirve la ética es para
intentar mejorarse a uno mismo, no para reprender elocuentemente
al vecino; y lo único seguro que sabe la ética es
que el vecino, tú, yo y los demás estamos todos
hechos artesanalmente, de uno en uno, con amorosa diferencia. De
modo que a quien nos ruge al oído: «¡Todos
los… (políticos, negros, capitalistas, australianos,
bomberos, lo que se prefiera) son unos inmorales y no tienen ni
pizca de ética!», se le puede responder amablemente:
«Ocúpate de ti mismo, so capullo, que más te
vale», o cosa parecida.
Las sociedades
igualitarias, es decir, democráticas, son muy poco
caritativas con quienes escapan a la media por encima O por
abajo: al que sobresale, apetece apedrearle, al que se va al
fondo, se le pisa sin remordimiento. Por otra parte, los
políticos suelen estar dispuestos a hacer más
promesas de las que sabrían o querrían cumplir. Su
clientela se lo exige (quien no exagera las posibilidades del
futuro ante sus electores y no hace mayor énfasis en las
dificultades que en las ilusiones, pronto se queda solo. Jugamos
a creernos que los políticos tienen poderes sobrehumanos y
luego no les perdonamos la decepción inevitable que nos
causan. Si confiásemos menos en ellos desde el principio,
no tendríamos que aprender a desconfiar tanto de ellos
más tarde. Aunque a fin de cuentas siempre es mejor que
sean regulares, tontorrones y hasta algo «chorizos»,
como tú o como yo, mientras sea posible criticarles,
controlarles y cesarles cada cierto tiempo; lo malo es cuando son
«jefes» perfectos a los cuales, como se suponen a
sí mismos siempre en posesión de la verdad no hay
modo de mandarles a casa más que tiros…
La ética es el arte de elegir lo que más
nos conviene y vivir lo mejor posible; el objetivo de la
política
es el de organizar lo mejor posible la convivencia social, de
modo que cada cual pueda elegir lo que le conviene. Como nadie
vive aislado (ya te he hablado de que tratar a nuestros
semejantes humanamente es la base de la buena vida), cualquiera
que tenga la preocupación ética de vivir bien no
puede desentenderse olímpicamente de la política.
Sería como empeñarse en estar cómodo en una
casa pero sin querer saber nada de las goteras, las ratas, la
falta de calefacción y los cimientos carcomidos que pueden
hacer hundirse el edificio entero mientras dormimos…
Sin embargo, tampoco faltan las diferencias importantes
entre ética y política. Para empezar, la
ética se ocupa de lo que uno mismo (tú, yo
o cualquiera) hace con su libertad, mientras que la
política intenta coordinar de la manera más
provechosa para el conjunto lo que muchos hacen con sus
libertades. En la ética, lo importante es querer
bien, porque no se trata más que de lo que cada cual hace
porque quiere (no de lo que le pasa a uno quiera o no, ni de lo
que hace a la fuerza). Para la política, en cambio, lo que
cuentan son los resultados de las acciones, se
haga. por lo que se hagan, y el político intentará
presionar con los medios a su
alcance –incluida la fuerza– para obtener ciertos resultados y
evitar otros. Tomemos un caso trivial: el respeto a las
indicaciones de los semáforos. Desde el punto de vista
moral, lo positivo es querer respetar la luz roja
(comprendiendo su utilidad general,
poniéndose en el lugar de otras personas que pueden
resultar dañadas si yo infrinjo la norma, etc), pero si el
asunto se considera políticamente, lo que importa es que
nadie se salte los semáforos, aunque no sea más que
por miedo a la multa o a la cárcel. Para el
político, todos los que respetan la luz roja son
igualmente «buenos», lo hagan por miedo, por rutina,
por superstición o por convencimiento racional de que debe
ser respetada a la ética, en cambio, sólo le
merecen aprecio verdadero estos últimos, porque son los
que entienden mejor el uso de la libertad. En una palabra, hay
diferencia entre la pregunta ética que yo me hago a
mí mismo y la preocupación política por que
la mayoría funcione de la manera considerada
más recomendable y armónica.
Detalle importante: la ética no puede
esperar a la política. No hagas caso de quienes
te digan que el mundo es políticamente invivible, que
está peor que nunca, que nadie puede pretender llevar una
buena vida (éticamente hablando) en una situación
tan injusta, violenta y aberrante como la que vivimos. Eso mismo
se ha asegurado en todas las épocas y con razón,
porque las sociedades
humanas nunca han sido nada «del otro mundo», como
suele decirse, siempre han sido cosa de este mundo y por tanto
llenas de defectos, de abusos, de crímenes. Pero en todas
las épocas ha habido personas capaces de vivir bien o por
lo menos empeñadas en intentar vivir bien. Cuando
podían, colaboraban en mejorar la sociedad en la que les
había tocado desenvolverse; si eso no les era posible, por
lo menos no la empeoraban, lo cual la mayoría de las veces
no es poco.
Desde un punto de vista ético, es decir, desde la
perspectiva de lo que conviene para la vida buena,
¿cómo será la
organización política preferible, aquella que
hay que esforzarse por conseguir y defender? Si repasas un poco
lo que hemos venido diciendo hasta aquí (temo, ay, que el
rollo vaya siendo demasiado largo para que le acuerdes de todo)
ciertos aspectos de ese ideal se te ocurrirán en cuanto
reflexiones con atención sobre el asunto:
a) Como todo el proyecto
ético parte de la libertad, sin la cual no hay
vida buena que valga, el sistema
político deseable tendrá que respetar al
máximo las facetas públicas de la libertad humana:
la libertad de reunirse o de separarse de otros, la de expresar
las opiniones y la de inventar belleza o ciencia, la de
trabajar de acuerdo con la propia vocación o
interés, la de intervenir en los asuntos públicos,
la de trasladarse o instalarse en un lugar, la libertad de elegir
los propios goces de cuerpo y de alma, etc. Abstenerse
dictaduras, sobre todo las que son «por nuestro
bien». Nuestro mayor bien es ser libres.
b) Principio básico de la vida buena, como ya
hemos visto, es tratar a las personas como a personas, es decir:
ser capaces de ponernos en el lugar de nuestros semejantes y de
relativizar nuestros intereses para armonizarlos con los suyos.
Si prefieres decirlo de otro modo, se trata de aprender a
considerar los intereses del otro como si fuesen tuyos y los
tuyos como si fuesen de otro. A esta virtud se le llama
justicia y no puede haber régimen político
decente que no pretenda, por medio de leyes e instituciones,
fomentar la justicia entre
los miembros de la sociedad. La única razón para
limitar la libertad de los individuos cuando sea indispensable
hacerlo es impedir, incluso por la fuerza si no hubiera otra
manera, que traten a sus semejantes como si no lo fueran, o sea
que los traten como a juguetes, a bestias de carga, a simples
herramientas,
a seres inferiores, etc. A la condición que puede exigir
cada humano de ser tratado como semejante a los demás, sea
cual fuere su sexo, color de piel ideas o
gustos, etc., se le llama dignidad. Fíjate
qué curioso: aunque la dignidad es lo que tenemos todos
los humanos en común, es precisamente lo que sirve para
reconocer a cada cual como único e irrepetible. Las cosas
pueden Ser «cambiadas» unas por otras, se las puede
«sustituir» por otras parecidas o mejores, en una
palabra: tienen su «precio» (el dinero
suele servir para facilitar estos intercambios,
midiéndolas todas por un mismo rasero). Dejemos de lado
por el momento que ciertas «cosas» estén tan
vinculadas a las condiciones de la existencia humana que resulten
insustituibles y por lo tanto «que no puedan ser compradas
ni por todo el oro del mundo», como pasa con ciertas obras
de arte o ciertos aspectos de la naturaleza. Pues bien,
todo ser humano tiene dignidad y no precio, es decir, no
puede ser sustituido ni se le debe maltratar con el fin
de beneficiar a otro. Cuando digo que no puede ser sustituido, no
me refiero a la función
que realiza (un carpintero puede sustituir en su trabajo a otro
carpintero) sino a su personalidad
propia, a lo que verdaderamente es; cuando hablo de
«maltratar» quiero decir que, ni siquiera si se le
castiga de acuerdo a la ley o se le tiene
políticamente como enemigo, deja de ser acreedor a unos
miramientos y a un respeto. Hasta en la guerra, que es
el mayor fracaso del intento de «buena vida» en
común de los hombres, hay comportamientos que suponen un
crimen mayor que el propio crimen organizado que la guerra
representa. Es la dignidad humana lo que nos hace a todos
semejantes justamente porque certifica que cada cual es
único, no intercambiable y con los mismos derechos al reconocimiento
social que cualquier otro.
c) La experiencia de la vida nos revela en carne propia,
incluso a los más afortunados, la realidad del
sufrimiento. Tomarse al otro en serio, poniéndonos en su
lugar, consiste no sólo en reconocer su dignidad de
semejante sino también en simpatizar con sus dolores, con
las desdichas que por error propio, accidente fortuito o
necesidad biológica le afligen, como antes o
después pueden afligirnos a todos. Enfermedades, vejez,
debilidad insuperable, abandono, trastorno emocional o mental,
pérdida de lo más querido o de lo más
imprescindible amenazas y agresiones violentas por parte de los
más fuertes o de los menos escrupulosos. Una comunidad
política deseable tiene que garantizar dentro de lo
posible la asistencia comunitaria a los que sufren y la
ayuda a los que por cualquier razón menos pueden ayudarse
a sí mismos. Lo difícil es lograr que esta
asistencia no se haga a costa de la libertad y la dignidad de la
persona. A veces el Estado, con
el pretexto de ayudar a los inválidos, termina por tratar
como si fuesen inválidos a toda la población. Las desdichas nos ponen en manos
de los demás y aumentan el poder colectivo sobre el
individuo: es muy importante esforzarse porque ese poder no se
emplee más que para remediar carencias y debilidades:, no
para perpetuarlas bajo anestesia en nombre de una
«compasión» autoritaria.
Quien desee la vida buena para sí mismo, de
acuerdo al proyecto ético, tiene también que desear
que la comunidad
política de los hombres se base en la libertad,
la justicia y la asistencia. La democracia
moderna ha intentado a lo largo de los dos últimos siglos
establecer (primero en la teoría
y poco a poco en la práctica) esas exigencias
mínimas que debe cumplir la sociedad política: son
los llamados derechos humanos cuya lista todavía
es hoy, para nuestra vergüenza colectiva, un catálogo
de buenos propósitos más que de logros efectivos.
Insistir en reivindicarlos al completo, en todas parles y para
todos, no unos cuantos y sólo para unos cuantos, sigue
siendo la única empresa
política de la que la ética no puede desentenderse.
Respecto a que la etiqueta que vayas a llevar en la solapa
mientras tanto haya de ser de «derechas», de
«izquierdas», de «centro» o de lo que
sea… bueno, tú verás, porque yo paso bastante de
esa nomenclatura algo
anticuada.
Lo que sí me parece evidente es que muchos de los
problemas que hoy se nos presentan a los cinco mil millones de
seres humanos que atiborramos el planeta (y el censo sigue, ay,
en aumento) no pueden ser resueltos, ni siquiera bien planteados,
más que de forma global para todo el mundo. Piensa en el
hambre, que hace morir todavía a tantísimos
millones de personas, o el subdesarrollo
económico y educativo de muchos países, o la
pervivencia de sistemas
políticos brutales que oprimen sin remilgos a su población y amenazan a sus vecinos, o el
derroche de dinero y ciencia en
armamentos, o la simple y llana miseria de demasiada gente
incluso en naciones ricas, etc. Creo que la actual
fragmentación política del mundo (de un mundo ya
unificado por la interdependencia económica y la
universalización de las comunicaciones) no hace más que perpetuar
estas lacras y entorpecer las soluciones que
se proponen. Otro ejemplo: el militarismo, la inversión frenética en armamento de
recursos que
podrían resolver la mayoría de las carencias que
hoy se padecen en el mundo, el cultivo de la guerra
agresiva (arte inmoral de suprimir al otro en lugar de
intentar ponerse en su lugar)… ¿Crees tú que hay
otro modo de acabar con esa locura que no sea el establecimiento
de una autoridad a escala mundial
con fuerza suficiente para disuadir a cualquier grupo de la
afición a jugar a batallitas? Por último, antes te
decía que algunas cosas no son sustituibles como lo son
otras: esta «cosa» en que vivimos, el planeta
Tierra, con su
equilibrio
vegetal y animal no parece que tenga sustituto a mano ni que sea
posible «comprarnos» otro mundo si por afán de
lucro o por estupidez destruimos éste.
A lo que voy: cuanto favorece la organización de los hombres de acuerdo con
su pertenencia a la humanidad y no por su pertenencia a tribus,
me parece en principio políticamente interesante. La
diversidad de formas de vida es algo esencial
(¡imagínate qué aburrimiento si faltase!)
pero siempre que haya unas pautas mínimas de tolerancia entre
ellas y que ciertas cuestiones reúnan los esfuerzos de
todos. Si no, lo que conseguiremos es una diversidad de
crímenes y no de culturas. Por ello te confieso que
aborrezco las doctrinas que enfrentan sin remedio a unos
hombres con otros: el racismo, que clasifica a las
personas en primera, segunda o tercera clase de acuerdo con
fantasías pseudocientíficas; los
nacionalismos feroces, que consideran que el individuo
no es nada y la identidad
colectiva lo es todo; las ideologías
fanáticas, religiosas o civiles, incapaces de respetar el
pacífico conflicto
entre opiniones, que exigen a todo el mundo creer y respetar lo
que ellas consideran la «verdad, y sólo eso,
etc.
Opinión:
En este capítulo el libro comienza hablándonos
sobre política, mas bien políticos si referir se a
uno en particular, sino que hace una referencia general ;
aquí se habla de la mala fama que tienen los
políticos, pero el autor al define como que es la fama que
tendría cualquier político y que es la
característica que tendía el pueblo en general sin
importar quien sea el que este desarrollando determinado puesto,
el autor nos dice que un político llega a ser
político por que es alguien muy parecido a la sociedad
(personas que componen a esta), ya que si esta fuera diferente,
pues simplemente a pesar de que esta lo intente sería muy
difícil de que ganara. Esto no s hace responsables de todo
lo que pasa con el gobierno ya que
dentro de la Etica, esto se lleva acabo a partir de una
elección la cual conlleva una decisión, por medio
de la cual esperamos obtener lo mejor para nosotros, o sea, un
bien.
La Etica y política las veo como "actividades"
que están relacionadas con la libertad, pero de una manera
diferente ya que la Etica plantea la libertad individualmente
pero a todos y la política establece la libertad pero de
una manera general y a través de actividades que son
necesarias para que la política funcione. Entonces se
establece que la política debe de respetar la libertad de
la sociedad incluyendo las características de esta como un
algo que hace que la civilización funcione, luego se
establece que tratemos a las personas como personas practicando
lo que podemos definir como justicia, la cual podría decir
que es la que nos limita un poco la libertad, por lo que
finalmente dice que la política establece parte de la
libertad (limita a esta) que se supone podría tener el
hombre.
Autor:
Hector Uriel Vázquez Martínez