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Escritos políticos




Enviado por irichc23



    1. Introducción a la
      teología política de Thomas
      Müntzer.
    2. Libertad de expresión,
      parlamentarismo y otras patologías
      políticas.
    3. Explotación y trabajo
      alienado.
    4. La coma y el
      precipitado.

    1. Introducción a la teología política de Thomas
    Müntzer

    Thomas Müntzer (1.490 [aprox.]-1.525) es la figura
    heroica rescatada por el pensamiento
    marxista. Visto por Engels como un heraldo radical y prematuro de
    la futura lucha de clases, no fue esta sin embargo su
    autopercepción (alejada de todo materialismo
    explicativo) en los tiempos de la Reforma. Müntzer se
    consideraba un profeta como Elías o Daniel, un
    mesías [enviado] cuya tarea no se diferenciaba de la de
    los Evangelistas o de la del mismo Cristo. Nunca entendió
    la Reforma al modo de Lutero, esto es, como una
    re-instauración intelectual de la Iglesia Romana
    con todos los vicios germinales que llevaron a ésta a
    convertirse en una tiranía de las conciencias y en un
    obstáculo para la fe. Sus caminos divergen esencialmente
    en la cuestión hermenéutica de la
    interpretación de las Escrituras, aunque, como se
    verá, hay un claro trasfondo ideológico en cada
    toma de partido.

    La fe de Lutero consistía en un libre examen de
    los textos sagrados mediante la "sola fides". El papel de la
    gracia sería determinante y adoptaría la forma de
    beneficio extrínseco de Dios a sus corderos, lo cual es
    una imagen paralela
    de la concepción política del de
    Wittenberg. Para éste el orbe estaba escindido en dos
    partes inmiscibles: el mundo pecador (la "massa damnata" de
    San
    Agustín) y el reino de los cielos, mediado por la
    gracia divina, que libremente habría de recompensar las
    buenas acciones de
    los que se reconocieran esclavos de albedrío. Lutero
    destinaba la primera esfera al cuidado de los príncipes
    territoriales, garantes del orden temporal, reservando la
    última para su propio estamento, el de los escribas y
    exegetas bíblicos. El papel de la
    prole en la reforma luterana, meramente pasivo, estaría
    limitado a la carga de la cruz de la existencia y al recto
    cumplimiento de los mandamientos.

    En contraste con todo esto la innovación de Müntzer es
    notabilísima, como se mostrará a
    continuación. Instruido en la mística de Tauler
    (cuyas nociones fundamentales, siguiendo a Eckhart, son la nada y
    el vaciamiento) y discípulo rebelde de Lutero, está
    muy lejos de sostener los planteamientos autoritarios y
    conservadores de éste. Por el contrario, afirma que las
    Escrituras han de interpretarse con la asistencia del
    Espíritu Santo, sin el cual no son más que letra
    muerta e insensible para el creyente. Tal penetración
    (pneumatología) sólo se manifiesta en los elegidos,
    es decir, en aquellos que por mediación del sufrimiento
    han logrado una ascesis mística. El pueblo, los campesinos
    depauperados, los que sólo conservan la esperanza
    serían la clase privilegiada para la recepción del
    Espíritu Santo según Müntzer. No es
    extraño, pues, que se opusiera virulentamente a la elite
    intelectual de Wittenberg, pues Lutero y sus secuaces
    -según Müntzer- habrían despojado a las
    escrituras del Espíritu Santo y a éste de
    aquéllas, arrebatándoselas y reduciéndolas a
    fetiche. El fervor religioso, otrora renovador del mundo,
    devendría una tarea de escribas (cristología) que
    ofrecerían sus servicios al
    poder temporal
    a cambio de
    prebendas. Para contrarrestar lo que consideraba un brote
    bastardo del levantamiento contra la Iglesia
    católica, destinado a convertirse en lo mismo que
    denigraba, Müntzer fundó la Liga de los Elegidos y la
    extendió por ciudades como Allstedt o Muhlhausen. Todos
    sus discursos
    están impregnados del tono apocalíptico del fin de
    los días: en el momento del juicio final, Dios
    separará a los elegidos de los impíos, siendo
    éstos derrotados por aquéllos en la batalla de
    Armagedon (escenificación terrena de la lucha perpetua de
    Dios contra el Diablo).

    Los textos que expondremos acto seguido, a saber, la
    parte final del Sermón a los príncipes de Sajonia y
    un fragmento de la Manifestación explícita, son una
    muestra
    característica de la teología
    muntzeriana. La interpretación del Nuevo Testamento (la
    promesa de resurrección) según el espíritu
    del Antiguo (el Temor de Dios, la fe probada) se condensa en una
    formulación teológico-política inaudita: sin
    la inmediatez de Dios que ostentan los elegidos toda ética no
    es más que una convención interesada, una impiedad
    secular que debe ser destruida por aquéllos. Dios es el
    juez supremo y divina es la justicia que
    se imparte en su nombre. Cuando el poder temporal
    deje de defender los preceptos del Evangelio, es decir, cuando se
    aparte de las necesidades de los pobres, el pueblo tendrá
    un derecho a la sedición en vistas a instaurar la Civitas
    Dei en la tierra.
    Así interpretaba Müntzer el capítulo 13 de la
    Epístola a los Romanos de San Pablo, lo que entra en
    colisión flagrante con las concepciones iuspositivistas
    del medioevo.

    Tras la batalla de Frankenhausen, en la que cien mil
    campesinos perdieron la vida aplastados por el poder de los
    Príncipes, Müntzer fue capturado, violentamente
    azotado y decapitado al día siguiente. Moría el
    revolucionario, la "paloma inmaculada", como él mismo se
    definió, al tiempo que la
    Reforma de Lutero extendía su magisterio por toda Europa.

    2. Libertad de
    expresión, parlamentarismo y otras patologías
    políticas

    I.Kierkegaard nos brinda esta observación:

    ¡Qué absurdos son los hombres! Nunca usan
    las libertades que tienen, y piden las que no tienen. Tienen
    libertad de
    pensamiento y
    piden libertad de
    expresión.

    Analicémosla:

    Los hombres van adquiriendo derechos sociales en la
    medida en que renuncian a su derecho
    natural. Así, el derecho a la propiedad
    privada se consolida y se generaliza con la prohibición de
    la autotutela del ciudadano, es decir, con el monopolio de
    la violencia por
    parte del Estado. Lo
    mismo puede decirse del derecho al pensamiento, que, siendo
    natural e inalienable en el hombre, es
    sustituido en la práctica social por la libertad de
    expresión, con sus límites
    intersubjetivos. Una tal libertad debe ser organizada por
    el Estado
    mediante los oportunos resortes de opinión, esto es, desde
    la esfera de la eticidad, que anula lo particular del individuo y
    se convierte en su telos objetivo
    (educación,
    mass media, mercado laboral, etc.).
    De ahí la critica de Kierkegaard, que observa cómo
    la renuncia a la autodeterminación del espíritu
    redunda en la individuación engañosa de un sujeto
    materialmente oprimido. Parafraseando a Stirner, en un sentido
    análogo: La libertad de conciencia es la
    libertad de la Conciencia, pero
    no Mi libertad; la libertad de expresión es la libertad de
    la Expresión, pero no Mi libertad. Los hombres reclaman la
    libertad de expresión antes de haber hecho un uso
    reflexivo y consciente de su libertad de pensamiento. Esas dos
    libertades, pues, no siempre cooperan entre sí, sino
    más bien todo lo contrario: la una parasita a la
    otra.

    II.

    A propósito de la libertad de expresión,
    sobre el parlamentarismo: no es que el parlamentarismo exista
    porque hay una pluralidad de intereses sociales, sino que hay una
    pluralidad de intereses sociales porque el parlamentarismo existe
    (léase intereses contrapuestos, en clave de lucha de
    clases). Ahora bien, ¿por qué la economía, a
    diferencia del resto de ciencias,
    está sujeta a la opinión del elector y no a la
    simple autoridad del
    especialista, del político? ¿No será porque
    forma parte de la concepción económica liberal el
    concebir a ésta como una perpetua lucha de clases o libre
    concurrencia entre individuos? De modo que lo que se plantea como
    una libertad, el sufragio universal, por ejemplo, no es
    más que la cláusula de cierre del sistema, el
    mecanismo que impide llegar a un consenso global sobre la
    producción y la forma de
    explotación. Se asume implícitamente la validez de
    ésta en su forma actual (un hombre = una
    propiedad = un
    voto) al definir ámbitos de interés
    irreconciliables como operando dialécticamente (derechas e
    izquierdas). Reduciendo la problemática social a una
    coyuntura programada de antemano por la Constitución, se anula el papel activo de
    las clases
    sociales en la historia. En su lugar,
    mediante el parlamentarismo y la pluralidad de partidos, se
    recurre a la escenificación de la lucha de clases en forma
    de farsa tecnocrática, y, en última instancia, a su
    ocultación y negación según el Estado de
    Derecho: La ley como interés
    general, válida para todos. ¿Cuál es la
    principal libertad que nos brinda el sistema? La
    libertad de ser engañados.

    III.

    Por último, una breve caracterización del
    comunismo, el
    liberalismo y
    sus patologías: El comunismo valora
    el trabajo por
    encima de la propiedad, mientras que el liberalismo
    valora la propiedad por encima del trabajo. Un comunismo perverso
    exaltará el trabajo y
    negará la propiedad, convirtiéndose en el trasunto
    moderno del esclavismo
    (estalinismo). Ahora bien, un liberalismo degenerado
    exaltará la propiedad y negará el trabajo, con lo
    que la clase dominante acabará empleando la fuerza bruta
    para conservar sus privilegios y aplastar a la clase trabajadora,
    perjudicada por el sistema (fascismo). Si el
    comunismo no es capaz de desembarazarse del Estado, se
    convertirá en estalinismo; si el liberalismo prescinde de
    él, se transformará en fascismo.

    3.
    Explotación y trabajo alienado

    Tomemos una cita de Marx:

    Mientras más bienes
    produzca, más barato se vuelve el obrero. La depreciación del mundo humano va de la mano
    con la explotación del mundo objetivo.

    Y ahora analicémosla:

    1) Cuanto más productivo es el obrero, mayor es
    la plusvalía que le aplica el empresario y más
    barato resulta su trabajo. El asalariado cada vez trabaja por
    menos dinero, con lo
    cual el mismo contrato se hace
    más y más beneficioso para el empresario a medida
    que las necesidades del obrero (reales o ficticias) aumentan.
    Como contrapartida, más trabajadores pueden ser
    contratados y el coste del producto
    disminuye.

    2) Además, cuanto mayor es la producción, mayor puede llegar a ser la
    demanda y, en
    consecuencia, más barato puede vender el empresario su
    producto. El
    poder adquisitivo del trabajador aumenta, pero el descenso del
    precio es lo
    bastante bajo como para que ese aumento se pierda en el consumo y
    retorne en parte al empresario. Así, el nivel de ahorro del
    consumidor es
    decreciente, lo que le impulsa a producir más para
    consumir más. Sin embargo, los beneficios del empresario
    son crecientes, con lo cual la reinversión y el
    crecimiento empresarial resultan posibles.

    3) A estas condiciones, claramente desfavorables para el
    obrero, debemos añadir lo siguiente: a) que las demandas
    no son absolutamente sensibles a la variación del precio,
    dándose grados de flexibilidad al respecto; b) que ninguna
    demanda es
    infinita, ya que no todos los productos son
    de primera necesidad y, en todo caso, se encuentran en
    régimen de competencia; y c)
    que las importaciones y
    exportaciones
    rompen el ciclo de producción-consumo,
    convirtiendo el aumento de poder adquisitivo del obrero en una
    ilusión.

    4) A los que discrepen con las tesis
    formuladas en los puntos 1) y 2) se les objeta que:

    A) Si la plusvalía no fuera progresiva el
    empresario no podría bajar el precio de sus productos, ya
    que los costes se mantendrían constantes. Por
    consiguiente, perdería competitividad
    y espacio en el mercado.

    B) Si el aumento del salario fuera
    proporcional a la disminución del precio del producto, tal
    disminución tendría que ser menor a medida que la
    productividad
    aumentara de forma decreciente, con lo que los beneficios del
    empresario se estancarían y aumentaría su stock,
    produciéndose la quiebra a
    medio plazo (hipótesis no A: progresividad de la
    plusvalía). Y si fuera regresivo, éste
    disminuiría infinitamente, sin poder cubrir los costes e
    incluso regalando la mercancía (hipótesis A: proporcionalidad de la
    plusvalía). De este modo, el empresario más
    competitivo sería el menos productivo, lo que es
    absurdo.

    4. La coma y el
    precipitado

    Salud.

    Permitidme explicaros una pequeña verdad de
    cuño sólo en apariencia erudito que no ha mucho me
    pasó por la cabeza. Si alguna vez habéis estudiado
    gramática analítica sabréis
    que en la descomposición morfológica de la
    oración el artículo se caracteriza por ser aquella
    partícula que presenta y actualiza al nombre, etc. Me he
    preguntado qué sentido tiene la creación por parte
    de los filólogos de un elemento superfluo como lo es hoy
    el determinante artículo en todas las lenguas derivadas del
    latín. Creo haber hallado la clave precisamente en el
    signo de puntuación "coma" ( , ), que, por lo que
    sé, fue introducido en algún momento de la Baja
    Edad Media por
    el monje franciscano o dominico que le dio nombre, Coma, que
    desde Italia hasta los
    confines de Europa, se dice,
    anduvo predicando por las universidades la ganancia de su
    invento, pasando por no sé que acusaciones de
    herejía, etc., etc.

    He de explicarme más. El latín
    clásico no contaba con el recurso de la coma ni tampoco
    con ningún tipo de "presentador" al estilo del
    artículo, ya que las palabras se declinaban del mismo modo
    en que actualmente declinamos los verbos en función
    del sujeto. No obstante, algunos hablantes de los dialectos
    vernáculos, caracterizados por una mayor flexibilidad en
    la dicción, sintieron que el aparato sintáctico de
    la lengua latina
    daba lugar en esa contextura a múltiples ambigüedades
    en la generación de oraciones subordinadas. De aquí
    el progreso que supuso el hallazgo de Coma, a saber, una
    más estricta regulación de la lengua a fin
    de que su tendencial ductibilidad frente a los usos
    lingüísticos populares no deviniese anarquizante.
    Pero tal maniobra ha supuesto, como de rebote, que el
    artículo pierda la primacía en la función
    diferenciadora, por ejemplo, de una sucesión de nombres en
    vez de una serie acumuladora de nombres y adjetivos. En efecto,
    no es lo mismo decir en una lengua no declinada nominalmente
    (cualquiera entre las romances) "burgués moralista y
    burro" que, obsérvese el detalle, "burgués,
    moralista y burro", como formando una tríada. Gracias a la
    coma, en este caso, el susodicho burgués salva el honor de
    su género
    y puede hablarse de clases estratificadas en un mismo contexto
    social sin que nadie se sienta particularmente vejado ni atacado
    en su condición. Antes de que la coma entrara en escena la
    solución de los gramaticólogos era similar, pero
    harto más ortopédica y delatora de su
    función clasificativa: "el burgués el moralista y
    el burro", sentencia que algún pícaro
    traduciría de la siguiente manera: "el burgués es
    el moralista del mismo modo que el moralista es un burro", en
    círculo cerrado y atribuyendo la asnalidad a quien, por
    jerarquía y para no espantarse demasiado, prefiere ir
    siempre delante.

    Podemos preguntarnos: ¿para qué el
    artículo? La substitución de su función a
    cargo de la coma supuso una utilización más
    expeditiva del lenguaje,
    menos retórica en el sentido fuerte y más sumisa al
    inventariado de cosas "reales" o "tangibles", esto es, un
    lenguaje
    cósico y acrítico. Hasta me atrevería a
    constatar no sin cierta ironía que la supresión del
    artículo, útil para paliar la vaguedad
    sintáctica y permitir el desarrollo
    ulterior de las formas oracionales, nos ha conducido
    fatidicamente hacia un interés exclusivo por el lenguaje
    como inventario de
    "artículos" o mercaderías, transitantes en un
    comercio
    mundial chatarrero de máxima fungibilidad. De aquí
    que la gran proeza ilustrada de reunir a los "artículos"
    como tales, en escaparates para "todas las palabras" y en un
    sólo lanzamiento enciclopédico, como si de
    mariposas disecadas se tratara -hazaña sólo
    comparable a la invención de la pornografía como reducto icónico no
    explorado por la "descriptio puellae"- fue sólo a medias
    revolucionario, dado que con ello se excluyó para siempre
    a las clases populares de la tarea de la creación de
    lenguaje
    más allá del mero argot embrutecedor. La lengua
    pasaba a ser propiedad de los gramáticos y, en el mejor de
    los casos, de los poetas, autoproclamados voceros del sentir del
    pueblo. No es extraño que al XVIII se le haya llamado "el
    siglo sin novela", como
    tampoco lo es que la modernidad se
    haya conformado desde Descartes con
    una poesía
    que no quiere ir más allá de las palabras ni
    expandirse allende de su "significación inmanente".
    Respondiendo a la pregunta que nos planteábamos al inicio
    de este párrafo
    me es lícito concluir sin sesgo que el artículo es
    un simplificador de géneros (masculino y femenino) de
    entre los muchos posibles, insigne antigualla de tiempos
    misóginos que, por sobreextensión de su regla,
    puede llegar a hacernos creer que la mesa y el botijo hacen buena
    pareja.

    Con todo esto he querido decir que la pérdida
    histórica de las llamémosles instituciones
    represivas del lenguaje (como en su día lo fue la forma
    declinatoria para el latín) conlleva su
    substitución más o menos diferida por parte de
    otros dispositivos de control verbal.
    La coma y sus subalternos son infiltrados separadores
    intraoracionales -entre palabras, aislando contactos explosivos-
    del mismo modo que los puntos lo son desde fuera de la
    oración que ellos mismos definen. Gracias a ella se
    producen elisiones sin referencia (la de los verbos copulativos:
    el burgés es tal, etc. De este modo deja de serlo para
    convertirse en mera forma) y se altera y precanaliza la
    significación general de los textos. Éste es
    el lenguaje de
    los esclavos. El lenguaje de los amos, el de las órdenes,
    basado precisamente en la vaguedad de las palabras, tiene una
    naturaleza
    ilocucional que supone la intimación prelocucional del
    interlocutor a hacer "algo". Y es ésta y no otra la tarea
    de un Foucault y de los
    dadaistas mismos: la destrucción de la coma, la
    desocultación genealógica de los elementos de
    significación negativa, eclipsados por la encorsetada
    positividad del lenguaje "estándar" o del hombre medio
    (ver, en el mismo sentido, los surrealistas). Quizá
    necesitemos al punto para respirar entre frase y frase, pero es
    igualmente cierto que la coma obstaculiza todo proceso de
    sincera inspiración -que es reacción entre palabras
    y articulación inconsciente- y, con ello, también
    cualquier revolución
    transvaloradora. Colocar una coma en el justo centro del lenguaje
    bien puede, y así lo ha hecho, dividir la humanidad en
    "iguales" y "diferentes" respecto a un paradigma dado
    (por ejemplo, la ley) y hacer a
    los "iguales" parecer diferentes o individualizarlos y a los
    "diferentes" iguales o marginarlos, etc. Tan falsa y manipulable
    es la noción de felicidad burguesa como la de locura
    extraciudadana, pero la una depende de la otra en el juego de
    exclusiones y promociones de que el liberalismo se vale para
    fomentar el valor
    decadente de la jerarquía (y en este extremo me remito a
    Andy Warhol y al serialismo de la cotidianidad). La norma,
    gestora de toda racionalidad y violencia
    abandonada por el hombre,
    crea la asimetría entre individuos de una misma comunidad,
    haciéndolos actuar como anticuerpos en una estrategia de
    prolongación de la agresividad por razón de la
    "clase".

    Daniel Vicente.

    irichc23[arroba]hotmail.com

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