- Introducción a la
teología política de Thomas
Müntzer. - Libertad de expresión,
parlamentarismo y otras patologías
políticas. - Explotación y trabajo
alienado. - La coma y el
precipitado.
1. Introducción a la teología política de Thomas
Müntzer
Thomas Müntzer (1.490 [aprox.]-1.525) es la figura
heroica rescatada por el pensamiento
marxista. Visto por Engels como un heraldo radical y prematuro de
la futura lucha de clases, no fue esta sin embargo su
autopercepción (alejada de todo materialismo
explicativo) en los tiempos de la Reforma. Müntzer se
consideraba un profeta como Elías o Daniel, un
mesías [enviado] cuya tarea no se diferenciaba de la de
los Evangelistas o de la del mismo Cristo. Nunca entendió
la Reforma al modo de Lutero, esto es, como una
re-instauración intelectual de la Iglesia Romana
con todos los vicios germinales que llevaron a ésta a
convertirse en una tiranía de las conciencias y en un
obstáculo para la fe. Sus caminos divergen esencialmente
en la cuestión hermenéutica de la
interpretación de las Escrituras, aunque, como se
verá, hay un claro trasfondo ideológico en cada
toma de partido.
La fe de Lutero consistía en un libre examen de
los textos sagrados mediante la "sola fides". El papel de la
gracia sería determinante y adoptaría la forma de
beneficio extrínseco de Dios a sus corderos, lo cual es
una imagen paralela
de la concepción política del de
Wittenberg. Para éste el orbe estaba escindido en dos
partes inmiscibles: el mundo pecador (la "massa damnata" de
San
Agustín) y el reino de los cielos, mediado por la
gracia divina, que libremente habría de recompensar las
buenas acciones de
los que se reconocieran esclavos de albedrío. Lutero
destinaba la primera esfera al cuidado de los príncipes
territoriales, garantes del orden temporal, reservando la
última para su propio estamento, el de los escribas y
exegetas bíblicos. El papel de la
prole en la reforma luterana, meramente pasivo, estaría
limitado a la carga de la cruz de la existencia y al recto
cumplimiento de los mandamientos.
En contraste con todo esto la innovación de Müntzer es
notabilísima, como se mostrará a
continuación. Instruido en la mística de Tauler
(cuyas nociones fundamentales, siguiendo a Eckhart, son la nada y
el vaciamiento) y discípulo rebelde de Lutero, está
muy lejos de sostener los planteamientos autoritarios y
conservadores de éste. Por el contrario, afirma que las
Escrituras han de interpretarse con la asistencia del
Espíritu Santo, sin el cual no son más que letra
muerta e insensible para el creyente. Tal penetración
(pneumatología) sólo se manifiesta en los elegidos,
es decir, en aquellos que por mediación del sufrimiento
han logrado una ascesis mística. El pueblo, los campesinos
depauperados, los que sólo conservan la esperanza
serían la clase privilegiada para la recepción del
Espíritu Santo según Müntzer. No es
extraño, pues, que se opusiera virulentamente a la elite
intelectual de Wittenberg, pues Lutero y sus secuaces
-según Müntzer- habrían despojado a las
escrituras del Espíritu Santo y a éste de
aquéllas, arrebatándoselas y reduciéndolas a
fetiche. El fervor religioso, otrora renovador del mundo,
devendría una tarea de escribas (cristología) que
ofrecerían sus servicios al
poder temporal
a cambio de
prebendas. Para contrarrestar lo que consideraba un brote
bastardo del levantamiento contra la Iglesia
católica, destinado a convertirse en lo mismo que
denigraba, Müntzer fundó la Liga de los Elegidos y la
extendió por ciudades como Allstedt o Muhlhausen. Todos
sus discursos
están impregnados del tono apocalíptico del fin de
los días: en el momento del juicio final, Dios
separará a los elegidos de los impíos, siendo
éstos derrotados por aquéllos en la batalla de
Armagedon (escenificación terrena de la lucha perpetua de
Dios contra el Diablo).
Los textos que expondremos acto seguido, a saber, la
parte final del Sermón a los príncipes de Sajonia y
un fragmento de la Manifestación explícita, son una
muestra
característica de la teología
muntzeriana. La interpretación del Nuevo Testamento (la
promesa de resurrección) según el espíritu
del Antiguo (el Temor de Dios, la fe probada) se condensa en una
formulación teológico-política inaudita: sin
la inmediatez de Dios que ostentan los elegidos toda ética no
es más que una convención interesada, una impiedad
secular que debe ser destruida por aquéllos. Dios es el
juez supremo y divina es la justicia que
se imparte en su nombre. Cuando el poder temporal
deje de defender los preceptos del Evangelio, es decir, cuando se
aparte de las necesidades de los pobres, el pueblo tendrá
un derecho a la sedición en vistas a instaurar la Civitas
Dei en la tierra.
Así interpretaba Müntzer el capítulo 13 de la
Epístola a los Romanos de San Pablo, lo que entra en
colisión flagrante con las concepciones iuspositivistas
del medioevo.
Tras la batalla de Frankenhausen, en la que cien mil
campesinos perdieron la vida aplastados por el poder de los
Príncipes, Müntzer fue capturado, violentamente
azotado y decapitado al día siguiente. Moría el
revolucionario, la "paloma inmaculada", como él mismo se
definió, al tiempo que la
Reforma de Lutero extendía su magisterio por toda Europa.
2. Libertad de
expresión, parlamentarismo y otras patologías
políticas
I.Kierkegaard nos brinda esta observación:
¡Qué absurdos son los hombres! Nunca usan
las libertades que tienen, y piden las que no tienen. Tienen
libertad de
pensamiento y
piden libertad de
expresión.
Analicémosla:
Los hombres van adquiriendo derechos sociales en la
medida en que renuncian a su derecho
natural. Así, el derecho a la propiedad
privada se consolida y se generaliza con la prohibición de
la autotutela del ciudadano, es decir, con el monopolio de
la violencia por
parte del Estado. Lo
mismo puede decirse del derecho al pensamiento, que, siendo
natural e inalienable en el hombre, es
sustituido en la práctica social por la libertad de
expresión, con sus límites
intersubjetivos. Una tal libertad debe ser organizada por
el Estado
mediante los oportunos resortes de opinión, esto es, desde
la esfera de la eticidad, que anula lo particular del individuo y
se convierte en su telos objetivo
(educación,
mass media, mercado laboral, etc.).
De ahí la critica de Kierkegaard, que observa cómo
la renuncia a la autodeterminación del espíritu
redunda en la individuación engañosa de un sujeto
materialmente oprimido. Parafraseando a Stirner, en un sentido
análogo: La libertad de conciencia es la
libertad de la Conciencia, pero
no Mi libertad; la libertad de expresión es la libertad de
la Expresión, pero no Mi libertad. Los hombres reclaman la
libertad de expresión antes de haber hecho un uso
reflexivo y consciente de su libertad de pensamiento. Esas dos
libertades, pues, no siempre cooperan entre sí, sino
más bien todo lo contrario: la una parasita a la
otra.
II.
A propósito de la libertad de expresión,
sobre el parlamentarismo: no es que el parlamentarismo exista
porque hay una pluralidad de intereses sociales, sino que hay una
pluralidad de intereses sociales porque el parlamentarismo existe
(léase intereses contrapuestos, en clave de lucha de
clases). Ahora bien, ¿por qué la economía, a
diferencia del resto de ciencias,
está sujeta a la opinión del elector y no a la
simple autoridad del
especialista, del político? ¿No será porque
forma parte de la concepción económica liberal el
concebir a ésta como una perpetua lucha de clases o libre
concurrencia entre individuos? De modo que lo que se plantea como
una libertad, el sufragio universal, por ejemplo, no es
más que la cláusula de cierre del sistema, el
mecanismo que impide llegar a un consenso global sobre la
producción y la forma de
explotación. Se asume implícitamente la validez de
ésta en su forma actual (un hombre = una
propiedad = un
voto) al definir ámbitos de interés
irreconciliables como operando dialécticamente (derechas e
izquierdas). Reduciendo la problemática social a una
coyuntura programada de antemano por la Constitución, se anula el papel activo de
las clases
sociales en la historia. En su lugar,
mediante el parlamentarismo y la pluralidad de partidos, se
recurre a la escenificación de la lucha de clases en forma
de farsa tecnocrática, y, en última instancia, a su
ocultación y negación según el Estado de
Derecho: La ley como interés
general, válida para todos. ¿Cuál es la
principal libertad que nos brinda el sistema? La
libertad de ser engañados.
III.
Por último, una breve caracterización del
comunismo, el
liberalismo y
sus patologías: El comunismo valora
el trabajo por
encima de la propiedad, mientras que el liberalismo
valora la propiedad por encima del trabajo. Un comunismo perverso
exaltará el trabajo y
negará la propiedad, convirtiéndose en el trasunto
moderno del esclavismo
(estalinismo). Ahora bien, un liberalismo degenerado
exaltará la propiedad y negará el trabajo, con lo
que la clase dominante acabará empleando la fuerza bruta
para conservar sus privilegios y aplastar a la clase trabajadora,
perjudicada por el sistema (fascismo). Si el
comunismo no es capaz de desembarazarse del Estado, se
convertirá en estalinismo; si el liberalismo prescinde de
él, se transformará en fascismo.
3.
Explotación y trabajo alienado
Tomemos una cita de Marx:
Mientras más bienes
produzca, más barato se vuelve el obrero. La depreciación del mundo humano va de la mano
con la explotación del mundo objetivo.
Y ahora analicémosla:
1) Cuanto más productivo es el obrero, mayor es
la plusvalía que le aplica el empresario y más
barato resulta su trabajo. El asalariado cada vez trabaja por
menos dinero, con lo
cual el mismo contrato se hace
más y más beneficioso para el empresario a medida
que las necesidades del obrero (reales o ficticias) aumentan.
Como contrapartida, más trabajadores pueden ser
contratados y el coste del producto
disminuye.
2) Además, cuanto mayor es la producción, mayor puede llegar a ser la
demanda y, en
consecuencia, más barato puede vender el empresario su
producto. El
poder adquisitivo del trabajador aumenta, pero el descenso del
precio es lo
bastante bajo como para que ese aumento se pierda en el consumo y
retorne en parte al empresario. Así, el nivel de ahorro del
consumidor es
decreciente, lo que le impulsa a producir más para
consumir más. Sin embargo, los beneficios del empresario
son crecientes, con lo cual la reinversión y el
crecimiento empresarial resultan posibles.
3) A estas condiciones, claramente desfavorables para el
obrero, debemos añadir lo siguiente: a) que las demandas
no son absolutamente sensibles a la variación del precio,
dándose grados de flexibilidad al respecto; b) que ninguna
demanda es
infinita, ya que no todos los productos son
de primera necesidad y, en todo caso, se encuentran en
régimen de competencia; y c)
que las importaciones y
exportaciones
rompen el ciclo de producción-consumo,
convirtiendo el aumento de poder adquisitivo del obrero en una
ilusión.
4) A los que discrepen con las tesis
formuladas en los puntos 1) y 2) se les objeta que:
A) Si la plusvalía no fuera progresiva el
empresario no podría bajar el precio de sus productos, ya
que los costes se mantendrían constantes. Por
consiguiente, perdería competitividad
y espacio en el mercado.
B) Si el aumento del salario fuera
proporcional a la disminución del precio del producto, tal
disminución tendría que ser menor a medida que la
productividad
aumentara de forma decreciente, con lo que los beneficios del
empresario se estancarían y aumentaría su stock,
produciéndose la quiebra a
medio plazo (hipótesis no A: progresividad de la
plusvalía). Y si fuera regresivo, éste
disminuiría infinitamente, sin poder cubrir los costes e
incluso regalando la mercancía (hipótesis A: proporcionalidad de la
plusvalía). De este modo, el empresario más
competitivo sería el menos productivo, lo que es
absurdo.
Salud.
Permitidme explicaros una pequeña verdad de
cuño sólo en apariencia erudito que no ha mucho me
pasó por la cabeza. Si alguna vez habéis estudiado
gramática analítica sabréis
que en la descomposición morfológica de la
oración el artículo se caracteriza por ser aquella
partícula que presenta y actualiza al nombre, etc. Me he
preguntado qué sentido tiene la creación por parte
de los filólogos de un elemento superfluo como lo es hoy
el determinante artículo en todas las lenguas derivadas del
latín. Creo haber hallado la clave precisamente en el
signo de puntuación "coma" ( , ), que, por lo que
sé, fue introducido en algún momento de la Baja
Edad Media por
el monje franciscano o dominico que le dio nombre, Coma, que
desde Italia hasta los
confines de Europa, se dice,
anduvo predicando por las universidades la ganancia de su
invento, pasando por no sé que acusaciones de
herejía, etc., etc.
He de explicarme más. El latín
clásico no contaba con el recurso de la coma ni tampoco
con ningún tipo de "presentador" al estilo del
artículo, ya que las palabras se declinaban del mismo modo
en que actualmente declinamos los verbos en función
del sujeto. No obstante, algunos hablantes de los dialectos
vernáculos, caracterizados por una mayor flexibilidad en
la dicción, sintieron que el aparato sintáctico de
la lengua latina
daba lugar en esa contextura a múltiples ambigüedades
en la generación de oraciones subordinadas. De aquí
el progreso que supuso el hallazgo de Coma, a saber, una
más estricta regulación de la lengua a fin
de que su tendencial ductibilidad frente a los usos
lingüísticos populares no deviniese anarquizante.
Pero tal maniobra ha supuesto, como de rebote, que el
artículo pierda la primacía en la función
diferenciadora, por ejemplo, de una sucesión de nombres en
vez de una serie acumuladora de nombres y adjetivos. En efecto,
no es lo mismo decir en una lengua no declinada nominalmente
(cualquiera entre las romances) "burgués moralista y
burro" que, obsérvese el detalle, "burgués,
moralista y burro", como formando una tríada. Gracias a la
coma, en este caso, el susodicho burgués salva el honor de
su género
y puede hablarse de clases estratificadas en un mismo contexto
social sin que nadie se sienta particularmente vejado ni atacado
en su condición. Antes de que la coma entrara en escena la
solución de los gramaticólogos era similar, pero
harto más ortopédica y delatora de su
función clasificativa: "el burgués el moralista y
el burro", sentencia que algún pícaro
traduciría de la siguiente manera: "el burgués es
el moralista del mismo modo que el moralista es un burro", en
círculo cerrado y atribuyendo la asnalidad a quien, por
jerarquía y para no espantarse demasiado, prefiere ir
siempre delante.
Podemos preguntarnos: ¿para qué el
artículo? La substitución de su función a
cargo de la coma supuso una utilización más
expeditiva del lenguaje,
menos retórica en el sentido fuerte y más sumisa al
inventariado de cosas "reales" o "tangibles", esto es, un
lenguaje
cósico y acrítico. Hasta me atrevería a
constatar no sin cierta ironía que la supresión del
artículo, útil para paliar la vaguedad
sintáctica y permitir el desarrollo
ulterior de las formas oracionales, nos ha conducido
fatidicamente hacia un interés exclusivo por el lenguaje
como inventario de
"artículos" o mercaderías, transitantes en un
comercio
mundial chatarrero de máxima fungibilidad. De aquí
que la gran proeza ilustrada de reunir a los "artículos"
como tales, en escaparates para "todas las palabras" y en un
sólo lanzamiento enciclopédico, como si de
mariposas disecadas se tratara -hazaña sólo
comparable a la invención de la pornografía como reducto icónico no
explorado por la "descriptio puellae"- fue sólo a medias
revolucionario, dado que con ello se excluyó para siempre
a las clases populares de la tarea de la creación de
lenguaje
más allá del mero argot embrutecedor. La lengua
pasaba a ser propiedad de los gramáticos y, en el mejor de
los casos, de los poetas, autoproclamados voceros del sentir del
pueblo. No es extraño que al XVIII se le haya llamado "el
siglo sin novela", como
tampoco lo es que la modernidad se
haya conformado desde Descartes con
una poesía
que no quiere ir más allá de las palabras ni
expandirse allende de su "significación inmanente".
Respondiendo a la pregunta que nos planteábamos al inicio
de este párrafo
me es lícito concluir sin sesgo que el artículo es
un simplificador de géneros (masculino y femenino) de
entre los muchos posibles, insigne antigualla de tiempos
misóginos que, por sobreextensión de su regla,
puede llegar a hacernos creer que la mesa y el botijo hacen buena
pareja.
Con todo esto he querido decir que la pérdida
histórica de las llamémosles instituciones
represivas del lenguaje (como en su día lo fue la forma
declinatoria para el latín) conlleva su
substitución más o menos diferida por parte de
otros dispositivos de control verbal.
La coma y sus subalternos son infiltrados separadores
intraoracionales -entre palabras, aislando contactos explosivos-
del mismo modo que los puntos lo son desde fuera de la
oración que ellos mismos definen. Gracias a ella se
producen elisiones sin referencia (la de los verbos copulativos:
el burgés es tal, etc. De este modo deja de serlo para
convertirse en mera forma) y se altera y precanaliza la
significación general de los textos. Éste es
el lenguaje de
los esclavos. El lenguaje de los amos, el de las órdenes,
basado precisamente en la vaguedad de las palabras, tiene una
naturaleza
ilocucional que supone la intimación prelocucional del
interlocutor a hacer "algo". Y es ésta y no otra la tarea
de un Foucault y de los
dadaistas mismos: la destrucción de la coma, la
desocultación genealógica de los elementos de
significación negativa, eclipsados por la encorsetada
positividad del lenguaje "estándar" o del hombre medio
(ver, en el mismo sentido, los surrealistas). Quizá
necesitemos al punto para respirar entre frase y frase, pero es
igualmente cierto que la coma obstaculiza todo proceso de
sincera inspiración -que es reacción entre palabras
y articulación inconsciente- y, con ello, también
cualquier revolución
transvaloradora. Colocar una coma en el justo centro del lenguaje
bien puede, y así lo ha hecho, dividir la humanidad en
"iguales" y "diferentes" respecto a un paradigma dado
(por ejemplo, la ley) y hacer a
los "iguales" parecer diferentes o individualizarlos y a los
"diferentes" iguales o marginarlos, etc. Tan falsa y manipulable
es la noción de felicidad burguesa como la de locura
extraciudadana, pero la una depende de la otra en el juego de
exclusiones y promociones de que el liberalismo se vale para
fomentar el valor
decadente de la jerarquía (y en este extremo me remito a
Andy Warhol y al serialismo de la cotidianidad). La norma,
gestora de toda racionalidad y violencia
abandonada por el hombre,
crea la asimetría entre individuos de una misma comunidad,
haciéndolos actuar como anticuerpos en una estrategia de
prolongación de la agresividad por razón de la
"clase".
Daniel Vicente.
irichc23[arroba]hotmail.com