Grandes cosas se pueden decir de Dulce María
Loynaz; pero nada altisonante ni abigarrado para quien fue tan
sencilla como el agua y tan
clara como su misma poesía.
Viajó a través del tiempo y del
espacio, fusionando lo visible e invisible, pasando en silencio y
en silencio fructificando.
Merecen homenaje todos los que constituyen modelos
lingüísticos o literarios, o ambos a la vez. Este
último caso es el de Dulce María Loynaz. Hay en
esta mujer una
poesía natural, innata, espontánea. Toda ella es
poesía y hay a su vez en ella una voluntad de estilo tan
extraordinaria que pocas veces se suele decir esto de un
escritor. Como Martí, era la primera crítica de su
obra.
A los jóvenes aconsejaba: "no se apresuren a publicar
antes de tiempo, dejen que
la fruta madure en la rama, porque si esto se adelanta nunca sale
bien, oigan esto, porque la juventud es
muy impaciente y se cree que no le va a alcanzar el tiempo […]
dejen madurar la fruta en el árbol, que así tiene
luego más sabor".
Para ella la poesía "es traslación, es movimiento,
debe estar dotada de impulso vertical: mientras más alto
crece menos se pierde en ramas. Debe tener instinto de altura,
nace de la tierra y de
la tierra debe
sentirse, pero no para rastrear en ella""
A la Loynaz no le gusta la poesía oscura. El poeta expresa
por necesidad –necesidad vital para él . Alguna vez
sentenció: "Un poeta es alguien que ve más
allá en el mundo circundante y, más adentro en el
mundo interior. Pero además debe unir a esas dos
condiciones una tercera y más difícil: hacer ver lo
que ve". Buscó incansablemente en la lengua
heredada de Cervantes para comunicarse de modo seguro y para
guiar a los demás hacia lo que no podían observar
por sí solos. Asimismo nos dejó escrito: El sabio
ve un mundo en una gota de agua; el poeta
ve un cielo. Los demás no ven más que la gota de
agua.
Tenía diez años cuando escribió sus
primeros versos… dieciocho cuando se publican sus poemas por
primera vez… veintiséis cuando escribe su novela
Jardín (escrita siete veces buscando la perfección)
y no la publica hasta 33 años más tarde.
Verdaderamente había madurado tanto en el árbol de
su creación que marcó todo un acontecimiento. De
Jardín, dijo Gabriela Mistral: "Para mí, leer
Jardín ha sido el mejor repaso de idioma español
que he hecho en mucho tiempo". No importa para Dulce María
el afán, el trabajo, el
taller que lleve un verso, pero que diga en lo hondo; tal vez a
esto se refería cuando escribió: Yo seré
como el río, que se despecha y choca, y salta y se
retuerce… ¡Pero llega al mar!
Su vida está en el verso y el verso en ella: forman unidad
indestructible: "En mi verso soy libre: él es mi mar. Mi
mar ancho y desnudo de horizontes… Ando en mi verso; respiro,
vivo, crezco en mi verso y en él tienen mis pies camino y
mi camino rumbo y mis manos qué sujetar y mi esperanza
qué esperar y mi vida su sentido".
Tuvo la feliz recompensa de una vida entregada al quehacer
literario y cultural, de llegar a 95 años bien cumplidos:
85 creando
para los demás y recreándose ella. Así llega
a constituir una figura muy valiosa dentro de la cultura
cubana, hispánica y universal (por qué no).
Trabajó sin descanso y sin interés de
nada. Como reza su verso: "Yo esperé un siglo sin esperar
nada…"
Entre sus obras: Bestiarium (conjunto de poemas),
Poemas sin nombre, Juegos de
agua, Jardín, Un verano en Tenerife (la considera su mejor
obra) y muchos artículos, ensayos,
conferencias y otros poemas sueltos publicados en revistas. Todos
juntos la convierten en la mujer que
empiezan a llenar de invitaciones a conferencias en España,
Estados
Unidos, es electa miembro de número de la Academia
Cubana de la Lengua (1959) y miembro correspondiente de la Real
Academia Española.
Es conocida internacionalmente. Su nombre está en las
más importantes publicaciones de Cuba, España,
Estados
Unidos, América. La mujer callada,
pero la poetisa de alta voz que hay en Dulce María se
muestra en que
recibe la Distinción por la Cultura
Nacional (1981), la medalla Alejo Carpentier (19983), Premio
Nacional de Literatura(1987), la Orden
Félix Varela de Primer Grado (1988), el Premio
Príncipe de Asturias, el título de Honoris Causa en
Letras de la Universidad de La
Habana, por citar sólo los más importantes lauros.
En 1984 la propia Real Academia la nomina candidata al Premio
Miguel de Cervantes, el cual le es conferido en 1992. Lo recibe
de manos del Rey Juan Carlos I. Allí también es
merecedora de la Orden Isabel la Católica y el Premio
Federico
García Lorca.
Hoy es Presidenta Perpetua de la Academia Cubana de la
Lengua. Su último homenaje en vida lo recibe en el mismo
portal de su casa por parte de la Embajada de España, un
mes antes de su partida. No por este hecho, sino por la lengua
que contribuye a enaltecer, Dulce María también era
embajadora de España en América, de Cuba y digna
representante de la lengua y de la cultura hispanas.
En el discurso de
entrega del Premio a nuestra poetisa, el rey Juan Carlos
expresó:
La obra de Dulce María Loynaz, cuya profunda
filiación hispánica se revela en su apellido de
raigambre vasca, constituye un ejemplo singular de esa
pasión por la lengua tan frecuente en los grandes
escritores de nuestro ámbito. Es, seguramente, su
obsesión por la precisión de las palabras, su
esfuerzo por lograr la exactitud en la expresión de los
sentimientos, lo que confiere a toda su obra esa sensación
de profunda transparencia en la que lo cotidiano aparece siempre
como algo dotado de sentido.
Desde sus primeros libros, en los
que la influencia de los grandes modernistas hispanoamericanos se
fecundaba con el
conocimiento de los clásicos de nuestra lengua, la
poesía de Dulce María Loynaz no ha dejado de
evolucionar hacia la difícil sencillez en la
expresión de lo más íntimo: la suya es, sin
duda, una poesía del pudor en la que se hace evidente el
deslumbramiento ante la belleza del mundo y la piedad hacia los
hombres y las mujeres que lo habitan…
La expresión y la pasión de Dulce María se
confundieron al agradecer tan alto galardón en el
Paraninfo de la Universidad de
Alcalá de Henares:
"Constituye para mí el más alto honor a que pudiera
aspirar en lo que me queda de vida, el que hoy me confieren
ustedes uniendo mi nombre, de algún modo, al del autor del
libro
inmortal.
Unir el nombre de Cervantes al mío, de la manera que sea,
es algo tan grande para mí que no sabría qué
hacer para merecerlo, ni qué decir para expresarlo".
Esta es la humildad que hay en la Loynaz, expresada en su
sencillez de siempre. Quizá por este motivo la humildad se
torna tema de sus versos como aquel de Poemas sin nombre:
El mundo entero me ha quedado vacío, dejado por los
hombres que se olvidaron de llevarme…
Sola estoy…
Y mañana, cuando les falte mi verso tímido, nadie
sabrá que alguna vez yo anduve entre ellos.
Hay en esa pose humilde un afán de pasar inadvertida, de
poca relevancia, pero con deseo de dialogar.
También le canta mucho al agua –algunos la han
llamado la poetisa del agua. Tal vez el agua porque
¿quién no la conoce, la utiliza, la valora? Es de
todos y al mismo tiempo tan aparentemente simple… Habría
que ver todas las connotaciones del agua en su poesía.
Y con el agua toma parentesco la isla; con la isla, la soledad.
Estos parentescos de temas y motivos se entrelazan con su vida
personal y su
condición de cubana. Estas son sus propias palabras en Un
verano en Tenerife:
Como yo soy criatura de islas, acontéceme que pienso mucho
en ellas. Creo auscultarles el corazón y
percibir el angustiado soplo de la víscera. Creo saber
más de su intimidad, de su naturaleza
singular, que aquellos que les miden cabos, montes o puertos.
Más de una vez he escrito sobre ellas, y seguiré
escribiendo si Dios quiere. La mía, sobre todo, la tengo
como un pájaro exquisito que nunca toco sin un miedo
oscuro de quebrarle las alas.
Entre Cuba y las Islas Canarias se sentía. La tierra
propia y la de su mejor compañero de la vida, el
periodista canario Pablo Álvarez Cañas. Los
excelentes poemas sobre islas que escribió tendrán
su referente en Cuba y las Islas Canarias. En uno de los
dedicados a la isla patria, están los conocidos versos en
que hace una petición para la eternidad:
Isla mía, isla fragante, flor de islas: tenme siempre,
méceme siempre, deshoja una por una todas mis fugas. Y
guárdame la última, bajo un poco de arena
soleada…¡A la orilla del golfo donde todos los
años hacen su misterioso nido los ciclones!
Sobre su cubanía habría mucho qué comentar.
Hoy no es posible extenderse y este aspecto sugiere tema para
otras reflexiones. Sin embargo, hay que decir que la anterior
expresión respira el amor a lo
suyo, a lo patrio, a lo nacional. Por hoy, ya solo queda decir
que no está ausente porque está su obra, que es
ella misma. No se podrían utilizar nuevamente sus versos
para referirnos a ella: "Las cosas que se mueren no se deben
tocar". Dulce María está viva y se sigue sintiendo
ahí, cerca de todos, en el agua, en la isla, en la
sencillez, en lo bello, en todo lo que se ama.
Autor:
Hidelisa Velázquez Pratts.ç