4. El valor de la
utopía: del realismo
maquiavélico al pensamiento de
Popper
Como hemos visto en el anterior recorrido por el
pensamiento utópico, la utopía ha ido siempre
acompañada de un idealismo que,
contemplado desde un punto de vista crítico y cercano a la
realidad, ha contribuido a su devaluación entre los más
escépticos. Así, a lo largo de la historia, han sido muchos
los teóricos que, pese a no centrar su obra en la
utopía, han tratado este tema con cierta profundidad. Es
este el caso de dos grandes personajes que, pese a vivir en
épocas distintas y desarrollar sus doctrinas en contextos
históricos muy distintos, han marcado con sus teorías, muchas de las corrientes
filosóficas posteriores, valorando crítica y
severamente el pensamiento utópico: Karl Popper y
Niccoló Maquiavelo.
Niccoló Maquiavelo (1469-1527) nació en
Florencia, hijo de un hombre de
leyes. Su vida
transcurrió estrechamente ligada a la política y su obra
fue un continuo intento de recuperar el poder cuando
este parecía darle la espalda. Así, el pensamiento
de Maquiavelo está basado en la experiencia
práctica y su teoría
del estado no es fruto de una simple acción contemplativa,
sino de un estudio de la historia y sus consecuencias políticas
en la actualidad. Por ello, el adjetivo "maquiavélico" ha
sido sinónimo de negativas acepciones, porque este
teórico italiano no pretendió encontrar las
acciones
moralmente aceptables que un hombre debía hacer, sino
comprender los hechos que, dentro del mundo existente, son
posibles y efectivos para su organización. Esto le llevó a la
justificación de la violencia, del
engaño e incluso de la tiranía. Pero Maquiavelo no
realizó una teoría insustancial y vulgar. Como
todos los grandes teóricos, argumentó sus posturas
y logró que, pese a la polémica, sus doctrinas
fueran consideradas y estudiadas durante siglos. Así, la
siguiente afirmación muestra, con un
talante más conciliador, la voluntad del pensamiento
maquiavélico:
"Mi intención ha sido escribir cosas provechosas
para aquellos que podrían entenderlas y me pareció
más conveniente seguir la verdad efectiva que las
cosas".
Este enunciado muestra la base argumentativa de
Maquiavelo y en él podemos comprobar como la voluntad del
autor en sus escritos no es justificar el despotismo de los
gobernantes, sino explicar las acciones reales que permiten
ordenar la nación
y liberar al pueblo, aunque para lograrlo sea necesario olvidarse
de la ética y
la moral.
Este claro apoyo hacia una política oscura, es debido a la
negativa concepción que Maquiavelo tiene del ser humano.
Para él el hombre debe
presuponerse como un ser malo por naturaleza,
susceptible de mostrase de este modo cuando la situación
lo requiera. Un sujeto plagado de avaricia, vindicativo y
receloso que se muestra incapaz de dotar de un sentido racional y
concreto a sus
fines. Pero, aún así, los individuos no son malos o
buenos por completo, son más bien susceptibles e
influenciables y, por tanto, pueden integrarse sin dificultades
en un universo
político. Estas características unidas a un vasto
egoísmo, hacen de la concepción humana de
Maquiavelo un individuo para la sumisión, un hombre que
necesita de unas leyes que le gobiernen debido a su incapacidad
para autolimitarse.
Este hecho ocasiona un doble conflicto en
el hombre: uno consigo mismo y otro respecto al mundo que lo
envuelve. Por ello, Maquiavelo ni siquiera se ve capaz de
garantizar la efectividad de sus palabras, pues la relatividad de
los hechos desemboca en una continua contradicción que
anula todo atisbo de metodología política.
No obstante, este político italiano
escribió numerosas obras en las que dejó muestras
de un cuestionable pensamiento, en ocasiones más
próximo a la filosofía que a la mera ciencia
política. Obras en las que habló de las relaciones
entre los príncipes y el pueblo, resumiendo el papel que cada
uno debería desempeñar dentro del estado por y para
el buen funcionamiento de éste. De este modo, aparece el
complejo concepto de
"Virtú", con el que Maquiavelo resume cómo debe ser
un buen dirigente. Este calificativo evoca el carácter
sensato, enérgico, valeroso y altruista del gobernante,
pero reconoce a su vez, el temor preocupado, eso sí, de no
cometer injusticias vanas. Es la cualidad de mantener el orden,
de conducir a los súbditos hacia la estabilidad y, por
ello, no se mide por las propias acciones sino por la
relación con el pueblo y las repercusiones en la historia.
Sin embargo, esta característica no es esencial en todo
estado, pues hay naciones que, fruto de un contexto favorable, no
precisan de tales contribuciones. Por este motivo, Maquiavelo se
muestra más interesado por las épocas conflictivas
y los estados de reciente nacimiento, que por las naciones
estables y consolidadas.
Pese a todo, baraja factores de tan compleja
condición como la fortuna. Esa incierta noción que,
lejos de cambiar la naturaleza de los hombres, les conduce hacia
uno u otro destino poniendo aprueba la verdadera "Virtú"
que hay en los gobernantes. Así, "la Virtú es el
justo medio que permite ordenar el desorden de las pasiones
humanas, darles un marco formal, jurídico,
político, y una explotación pacífica". Una
Virtú basada en la ambición y capaz de alentar a
los hombres hacia el combate del poder, una Virtú
competente y en ocasiones cruel, apta para canalizar la violencia
hacia la restauración y no hacia la decadencia. Por ello
el
príncipe debe hacer gala de su imagen. Saber
disimular y aparentar lo que el pueblo necesite, aunque para ello
deba recurrir al engaño y la falacia. Sería algo
parecido a lo que Platón
promulgaba en "La República". La mentira piadosa que,
lejos de hacer mal a los súbditos, les adoctrina para
conducirles a un mejor estado. Es decir, el príncipe debe
ser capaz de alcanzar sus fines políticos consiguiendo el
aprecio de sus súbditos y, para lograrlo, ha de ser
razonablemente deshonesto. Por ello, su figura está fuera
de las normas y su
conducta no debe
responder a ningún tipo de sentimentalismo ético.
Simplemente debe ser capaz de actuar con prudencia y sentido
común. Estas afirmaciones de tan dudosa
justificación, están claramente representadas en la
obra maquiavélica, y han hecho de su pensamiento una clara
alegoría del cinismo político, pero nada más
lejos de la realidad. Maquiavelo afirma que: "Si se trata de
deliberar sobre la salvación de la República, un
ciudadano no debe detenerse en ninguna consideración de
justicia o
injusticia, humanidad o crueldad, ignominia o gloria",y es
evidente que no podemos estar plenamente de acuerdo con
él, pero la experiencia del autor en el seno del gobierno
florentino del siglo XVI, le hizo ver que, a menudo, la
conservación del orden imperante es más importante
que la garantía de una política moralista y
sentimental, pues sabía que, más allá de la
ética debía permanecer la estabilidad y un gobierno
así, jamás sería capaz de garantizarla. Pero
esta estabilidad, aún con la ayuda del engaño y la
amoralidad, no se encuentra ni mucho menos asegurada. Esto es
así porque, la naturaleza efímera del hombre, hace
que el estado
pueda sustentarse por el carisma de éste mientras viva,
pero no avala el destino que la nación pueda tomar a
posteriori. Por ello Maquiavelo no confía en el gobierno
individual, ni siquiera en el de varios hombres, sino que afirma
la necesidad de mantener unido al pueblo mediante vínculos
supragubernamentales, que confieran a la población unos lazos distintos capaces de
proporcionar un sentimiento colectivo de alianza y
coalición, adicional al simple patriotismo
político. Este sentimiento no es otro que la religión. Un concepto
que según Maquiavelo es estrictamente necesario en toda
organización estatal, ya que el temor y la fe, aunque se
constate su falsedad, es un valioso instrumento político
por su capacidad de transformar egoísmo individual en
interés
colectivo y, para un estado, no hay nada mejor que mantener un
pueblo unido por intereses comunes.
Sin embargo, el verdadero pilar que sustenta el estado
maquiavélico será la legislación. Ese
conjunto de normas que legitimarán el poder del
príncipe y, al contrario de los que muchos piensan,
constituirá las bases de la libertad
individual. Maquiavelo sabía que el estado debía
crecer con el crecimiento del pueblo y, por eso, éste
debía ser libre. Pero la libertad sólo es realmente
viable si está limitada por la ley y debe ser el
príncipe, en nombre de toda la nación, quien ponga
un marco jurídico capaz de abastecer las necesidades de su
pueblo.
Este seguido de afirmaciones, doctrinas y teorias
maquiavélicas han contribuido, como se indicaba al
comienzo de este punto, a devaluar la concepción de este
adjetivo tan comúnmente usado. Entendemos por
maquiavélico algo cínico y falaz, pero tambien algo
astuto y audaz. Quizá porque nuestro mundo sea muy
distinto al que envolvió la existencia del autor o,
probablemente porque nos resignamos a creer que el ser humano sea
realmente tan oscuro y malicioso como decía Maquiavelo.
Sin embargo, sea cual sea nuestra opinión respecto al
pensamiento de este escritor italiano, es innegable que su obra
representa un nuevo modo de entender la política y por
tanto el estado. Un estado que pese estar lejos de la
idealización utópica, merece especial
mención dentro de este campo. Maquiavelo contempló
la bajeza que puede llegar a mostrar el ser humano y así
lo reflejó en su obra, sustituyendo el idealismo
utópico por un candente realismo político. Su
estado no era una magnífica utopía, sino un estudio
de los comportamientos humanos y una muestra de las únicas
acciones realmente eficaces, para ordenar al pueblo en el
modelo de
estado más correcto posible. Es decir, el autor no
confía en un mundo perfecto como lo hicieron otros grandes
de la historia y, consciente de la escasa bondad del hombre,
plantea un orden político que, pese a no ser moralmente
honesto, permita organizar a los individuos del modo más
efectivo posible.
Esta concepción del estado y la naturaleza
humana, lejos de poner en duda el papel de la utopía en la
sociedad,
constituye un nuevo horizonte que nos permitirá observar
con más rigor la importancia de conservar el pensamiento
utópico. Observando algunos de los argumentos anteriores,
afloran en nuestra mente preguntas como ¿Es posible
pretender un mundo perfecto si somos incapaces de ponernos
límites
a nosotros mismos?, ¿Sería prudente iniciar el
camino hacia la utopía si no podemos confiar en la bondad
del prójimo?, probablemente no. Pero, antes de dejarnos
llevar por la desilusión, antes de resignarnos ante el
peso de la dura realidad, pensemos en un mundo como el pretendido
por Maquiavelo. Un mundo donde el pueblo es, antes que nada, una
masa de súbditos engañados y dirigidos desde el
poder, donde los líderes deciden qué es lo bueno y
que es lo que perjudica a la población. Si contemplamos
con frialdad el pensamiento maquiavélico, nos damos cuenta
de que sus afirmaciones, pese a ser interesantes,
constituían un modo demasiado negro de ver el mundo, una
forma de resignarse ante las limitaciones del ser humano e
intentar convivir con sus carencias de la mejor manera posible.
Esto debería llevarnos a concluir que, aunque en ciertos
momentos tuviera razón, Maquiavelo también se
ahogó en sus propios argumentos y su negra
concepción del mundo, debería servir no para
atentar contra el idealismo utópico, sino para comprender
más fríamente las consecuencias que una excesiva
inocencia podría comportar en este sentido. Sin embargo,
debería quedarnos claro que, la obra maquiavélica
no es un invención subjetiva (prueba de ello es la
dificultad de rebatir racionalmente algunos de sus principios), y
por ello, al igual que todos los escritos anteriormente
comentados, conserva su vigencia en nuestros días.
Así pues, para finalizar, sería interesante hacer
una breve reflexión entorno a una pregunta que resume la
base del pensamiento maquiavélico:
¿El fin justifica los medios?
Ya que, si lográsemos encontrar una respuesta coherente a
esta pregunta, sabríamos si aceptar o no la propuesta
política que planteó en su día
Niccoló Maquiavelo.
El pensamiento utópico
según Popper
Del
mismo modo que Maquiavelo, hay un filósofo cuyo
pensamiento aporta un nuevo sentido al concepto de utopía.
Karl R. Popper, que nació en Viena en el año 1902,
ha sido considerado desde su juventud como
uno de los grandes filósofos de la ciencia. Su
teoría del falsacionismo modificó la
concepción de todos los métodos
científicos y su crítica del historicismo como
justificación de la sociedad cerrada, le hizo entrar de
lleno en el terreno del pensamiento utópico. Así
pues, Popper puede ser el mejor ejemplo para entender el
verdadero valor de la utopía en la actualidad, ya que su
inmejorable perspectiva histórica (después de haber
vivido dos guerras
mundiales entre otros grandes acontecimientos), unido a un
riguroso conocimiento
de la ciencia y la filosofía, hacen de su figura un
perfecto instrumento para la crítica del idealismo
político.
Para saber con exactitud en que medida estaba o no de
acuerdo con la utopía, debemos saber que Popper, plantea
la estructura del
estado político a partir de una única
bifurcación: el estado que camina hacia la democracia y
el que lo hace en dirección a la tiranía. Así,
sólo concibe la existencia de dos modelos
sociales: los que poseen instituciones
democráticas, capaces de destituir a los gobernantes sin
necesidad de recurrir a procesos
violentos, y los que no poseen estas instituciones y que, por lo
tanto, no hacen sino limitar la libertad de los ciudadanos y
oprimir su derecho a impulsar nuevas realidades.
Con este planteamiento, Popper inicia una profunda
disertación entorno a la sociedad abierta y su
antítesis, la
sociedad cerrada. La primera es el fruto de un estado
democrático capaz de aceptar los cambios solicitados y
habiente de instituciones lo suficientemente civilizadas como
para albergar la posibilidad de sustituir a los gobernantes
cuando el pueblo lo requiera y, lo que es mas importante, sin
necesidad de recurrir a violentas revoluciones o conflictos
internos. Sin embargo, la segunda, es la que carece de esas
instituciones, impidiendo así la posibilidad de modificar
la
organización existente, mediante un totalitarismo
tiránico.
Esta premisa es, según Popper, la base de la
incoherencia utópica, ya que si nos dejamos guiar por un
ideal político y lo llevamos a la realidad como un
proyecto
concreto basándonos en la creencia de su
perfección, nos encontramos con un estado estancado, un
sistema
inexorable que no puede evolucionar por el vago convencimiento de
que jamás alcanzaremos algo mejor. Por eso Popper no
confía en la utopía, porque ve en su síntesis
un respaldo de la sociedad cerrada y, de ese modo, una poderosa
justificación del totalitarismo. Esta tesis supone un duro
golpe para las utopía sociales, ya que, visto de ese modo,
es indudable que bajo un estado supuestamente ideal, la voluntad
progresista del pueblo quedaría completamente anulada por
el bien de la estabilidad colectiva y, así, aunque las
recompensas individuales fueran generosas, la libertad
sería un espejismo, oculto tras la religiosidad de una
creencia utópica.
No obstante, si observamos fríamente los
razonamientos de Popper, nos damos cuenta de que quizás
intenta mostrarnos el único camino viable hacia el modelo
social ideal. Es decir, nos describe los peligros más
frecuentes de la idealización política, para
conducirnos a un estado social idóneo o, cuanto menos,
razonable. De esta forma, lo que hace realmente Popper en su obra
"La miseria del historicismo", no es, como parece a simple vista,
un atentado contra el ideal utópico, sino una
crítica de las teorías políticas que creen
hallar en el proceso
histórico una ley capaz de determinar el rumbo de las
futuras generaciones, encontrando así un falaz respaldo
para sus creencias. Este hecho se pone claramente de manifiesto
cuando el autor hace referencia a las teorías marxistas
que marcaron la historia del siglo XX. Así, Popper expone
una valoración negativa de la condición
determinista que la historia ejerce sobre la evolución de las sociedades,
pues no acepta la idea marxista del materialismo
histórico, pero, sin embargo, no duda en mostrar su
admiración personal hacia el
ideal proteccionista e igualitario que promulgaba Marx en su obra.
Con esto, el autor refleja no su oposición al ideal
utópico del socialismo, sino
su completo desacuerdo ante su justificación
teórica, basada en un profético determinismo
económico que se aproxima más a las tendencias
totalitarias del historicismo hegeliano que al respetable ideal
utópico de una sociedad ejemplar.
Por otro lado, Popper también presta especial
atención a la otra gran obra de la literatura utopista. "La
República" de Platón (así como las doctrinas
marxistas), es usada para mostrar negativamente los efectos que
conlleva el utopismo político sobre la mencionada sociedad
abierta que tan encarnizadamente defiende Popper. Pero,
así como los errores de Marx quedan considerablemente
atenuados por las influencias hegelianas, Platón es
considerado por el autor un judas que no hizo sino traicionar el
célebre pensamiento que Sócrates
le dejó en herencia.
Así, según la filosofía popperiana, el
estado formulado por Platón es una estructura estancada,
imperturbable, que bajo el dominio del
"filósofo-rey", anula toda voluntad democrática de
modificar el orden existente. Por lo tanto, al no contemplar
evolución alguna en el seno de su nación, sucumbe
ante el totalitarismo y acaba con todo atisbo de libertad
individual. Esta feroz crítica de la filosofía
política de Platón, responde, probablemente, a dos
concepciones muy distintas del concepto de perfección
social. Así, para Platón, el estado perfecto era
equiparable al estado justo, mientras que Popper, desde una
perspectiva más rica de la historia de la humanidad, no
dudó en supeditar la justicia a la noción de
libertad.
Con todo esto, podemos comprobar que el autor no
pretende acabar con el pensamiento utópico, es más,
se diría que incluso defiende una particular utopía
social. Un proyecto político basado no en una creencia
idealista, sino en un estado razonable y flexible, gobernado por
instituciones democráticas y dirigido desde la postura
responsable de individuos susceptibles de ser relevados sin
necesidad de cometer atrocidades. Así, según
Popper, la utopía no es viable, ni resulta conveniente por
los peligros que puede llegar a comportar, pero ante la
imposibilidad de alcanzar el estado perfecto y bajo la
protección de las resabidas instituciones
democráticas, sí será posible caminar hacia
una organización política razonable que, si bien no
dejará de ser un mal necesario, proporcionará a sus
ciudadanos la libertad que precisan, garantizándoles una
vida lo más placentera posible.
Tras este modesto repaso de las tendencias
ideológicas que han marcado el pensamiento utópico
de la historia de la humanidad, la única conclusión
realmente cierta a la que he podido llegar es que, la
filosofía política y los sueños del
idealismo social, son tan complejos y relativos que resulta
imposible deducir verdades axiomáticas de sus
entrañas. Con esto, no muestro mi oposición a estos
ideales, ni pretendo desengañar a todos aquellos que,
alguna vez, depositaron sus esperanzas en el sueño de una
sociedad mejor, simplemente expreso mi convencimiento ante la
imposibilidad práctica del pensamiento utópico,
creyéndome así en el deber de advertir sobre sus
peligros y vanidades.
La utopía es por definición irrealizable,
pues su instauración requiere de estructuras
perfectas y la perfección es sencillamente ilusoria. Es
por tanto una meta y no una realidad, una finalidad necesaria que
nos abre los ojos y aporta la energía necesaria para
impulsar el motor del
cambio social,
pero que no debería llegar en ningún caso
comprometer al mundo en que es alumbrada.
Sin embargo, la escasa dimensión práctica
de la noción no debería ser excusa para frenar su
curso. Estaría de acuerdo en relegarla del ámbito
político por los peligros que podría suscitar en el
seno de una sociedad huérfana de ideales razonables, pero
bajo ningún concepto respaldaría las opiniones de
quienes se han empeñado en hundirla con argumentos falaces
y demagogias baratas. Porque la utopía esta detrás
de todo aquel que no se conforma con las injusticias, de todos
los que se indignan cuando contemplan la represión de sus
libertades y, en definitiva, detrás de todo ser humano
consciente y comprometido con sus ideales, unos ideales en
constante cambio, que deberían moverse, como la
utopía, al mismo paso que avanza la humanidad.
Para comprender esto, no hay mas que echar una mirada
atrás y tratar de imaginar que habría sido de
nosotros si la utopía nunca hubiera existido. Si, por
ejemplo, los revolucionarios franceses se hubieran conformado con
el absolutismo
monárquico y el liberalismo
nunca hubiera llegado a extenderse o si la burguesía se
hubiera rendido ante los privilegios nobiliarios y el capitalismo
del que tanto nos quejamos ahora hubiera sido tan sólo un
espejismo, oculto tras la rigidez del sistema feudal. De haber
sido así, de habernos quedado estancados en el conformismo
y la comodidad, probablemente hoy no seriamos el pueblo
crítico, libre y cívico (hablando, claro esta, en
términos relativos, pues ni todo el mundo goza de nuestra
situación, ni ésta es la más idónea
para hablar de utopía), del que tanto nos
enorgullecemos.
Así pues, parece obvio que la utopía es
el único instrumento de la evolución social, una
herramienta sin la cual difícilmente seriamos lo que
somos, pero debo reiterar que no es ni mucho menos una arma
inofensiva. Al igual que lo fue la dinamita en su día o la
energía
nuclear más tarde, su poder constructivo es colosal,
pero la facilidad con que se vuelve en contra nuestra, provocando
situaciones antes inimaginables, es sencillamente sorprendente.
Que decir, sin ir más lejos, del nazismo, que
encontró en la utopía de una sociedad superior, la
excusa necesaria para suprimir y apartar de su camino a los miles
de ciudadanos que, simplemente, no eran lo que se esperaba de
ellos. ¿A caso no era el "Mein Kampf" la
justificación escrita de una utopía y el holocausto
nazi un mal necesario para preservar la integridad de una
sociedad perfecta?, Sería imposible rebatir estas
cuestiones si considerásemos la viabilidad de la
utopía en el terreno político, porque el mismo
derecho tenia Hitler a poner en
practica su proyecto político que, por ejemplo, Marx a
llevar a la realidad su utopía socialista. Empero, nos
indignamos ante la primera afirmación porque nos parece
obvio y acertado negarle el derecho a gobernar al ideólogo
del mayor genocidio de la humanidad, mientras que respetamos la
segunda porque nos parecen razonables algunos de sus principios.
Probablemente, las distancias sean tan evidentes como parece,
pero quizá, la única diferencia resida en hecho de
que uno, desgraciadamente lo mostró y, el otro, nunca
llegó a hacerlo. Estamos pues ante una de las más
complejas cuestiones del pensamiento utópico:
¿Debemos consentir la instauración de la
utopía política? Mi respuesta, aunque no exenta de
vacilaciones, es no. No, porque, como afirma Popper, se encuentra
demasiado próxima al totalitarismo y un denominador
común de todas sus variantes es la inmutabilidad de su
estructura, la imposibilidad de cambiar los aspectos con que no
estemos de acuerdo y, por consiguiente, de evolucionar. Popper se
dio cuenta y tras exponer su teoría sobre el historicismo,
explicó que la utopía implicaba la creación
de una sociedad cerrada y con ella, de un totalitarismo.Por todo
esto no puedo apoyar la vertiente práctica de la
utopía, pues considero una temeridad el hecho de
involucrar a toda la ciudadanía en un proyecto
político que impide los cambios sociales, por muy
razonable e idílico que parezca.
Pero Popper era demasiado escéptico. La crueldad
del mundo en que desarrolló su obra (primera mitad del s.
XX), le hizo ver que la mejor postura ante el idealismo
político era el realismo y la crítica de las
justificaciones historicistas. Así se opuso a la
utopía y se mostró reacio a consentir su ideología, pero a diferencia del realismo
maquiavélico que ni siquiera se molestó en
contemplar sus aportaciones en el terreno de la política,
Popper sí se mostró más transigente con su
voluntad reformadora.
Sin embargo, pese a las críticas, los continuos
mazazos de la historia y los frecuentes desengaños
sufridos, el pensamiento utópico nunca ha desaparecido de
nuestras vidas, siempre ha estado junto a nosotros, caminando
sereno y cuerdo, sin detenerse en los errores de sus mayores
abanderados. Así, aunque a menudo se mantuviera oculta
tras la censura o la temeridad, la utopía siempre ha
vuelto para conducirnos hacia un mundo mejor. Resulta
difícil saber porqué, pues lo más
lógico habría sido morir en el intento. Por ello,
pienso que, si el pensamiento utópico sigue presente (y es
evidente que sí) en la mente de la humanidad, es porque
forma parte de ella. Es por tanto un elemento básico del
progreso y su permanencia entre nosotros es, ha sido, y
será siempre, el mejor aval de la evolución social.
Así pues, cuando alguien se pregunte si la utopía
dejará algún día de tener sentido,
sólo debe pensar que ésta, es sencillamente un
sueño, y como soñar es inevitable, también
lo es especular entorno a un mundo mejor.
Así pues, por todo cuanto he expuesto en este
escrito y todo aquello que aunque me hubiera gustado, me ha sido
imposible mostrar, considero una obligación de todos el
hecho de conservar y perpetuar el pensamiento utópico. No
por su importancia en la dimensión real de nuestro mundo,
sino, más que nada, porque cuando la voz de la palabra y
el poder de las ideas sean el último recurso, la
utopía será nuestra única arma para alentar
de nuevo a los vencidos y cambiar el mundo que la vio
nacer.
Libros:
· CORTINA, Adela y otros. Filosofía. Barcelona:
Grup Promotor/Grupo
Santillana, 1998.
· Enciclopedia Salvat. Barcelona: Salvat Editores,
1997.
· HUXLEY, Aldous. Un món feliç. Badalona:
Hogar del libro,
1983.
· LLEDÓ, Emilio y otros. Historia de la
filosofía. Barcelona: Grup Promotor/Grupo
Santillana,1999.
· ORWELL, George. Mil nou-cents vuitanta-quatre.
Barcelona: Llibres a má, 1984.
· REALE, Giovanni y ANTISERI, Dario. Historia del
pensamiento filosófico y científico. Barcelona:
Editorial Herder, 1995.
Páginas
web:
· MORE, Thomas. Utopía.
http://www.inicia.es/de/diego_reina/moderna/revolcient/tmoro_utopia.htm
· MARX, Karl y ENGELS, Frederich. Manifiesto del Partido
Comunista.
http://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm
· http://www.inisoc.org/
· http://www.lainsignia.org/dialogos.html
·
http://www.universoe.com/social/resumenes/social.shtml
· http://etpclot.jesuitescat.edu/~37272647/utopies.htm
· http://www.lafacu.com/
·
http://www.geocities.com/Athens/Olympus/4723/Utopia.html
· http://www.artehistoria.com
· http://www.epdlp.com/literatura.html
Autor:
Sergio Bodas García
Puigcerdà, 22 enero de 2003
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