Indice
1.
Prólogo
2.
Introducción
3. Evolución histórica de
la literatura utopista
4. El valor de la
utopía: del realismo maquiavélico al pensamiento de
Popper
5. Conclusión
final
6.
Bibliografía
Cierra los ojos y verás un mundo mejor,
Un edén sin injusticia, Que
sólo se halla en tu interior.
Quien no ha soñado alguna vez con vivir en un mundo
perfecto, un paraíso perdido donde ser felices sin
esfuerzo, donde gozar de toda libertad para
realizarnos como personas, un jardín idílico exento
de autoridad y
opresión, con un orden perfecto e infalible que haga de
nuestra vida un fantasía perpetua. Sin duda, este deseo
brota de todo mortal porque forma parte de su ser. La vida sin
sueños no tendría sentido, y como sueños que
son, las utopías aportan ese sentido a nuestra existencia
cuando la realidad se muestra
insuficiente.
No obstante, la historia nos ha
enseñado que, pese a lo inocente de su apariencia, los
sueños tienen un precio. Un
coste demasiado elevado que la humanidad ha tenido que pagar por
errores que nunca debieron cometerse. Se trata pues de una
fantasía peligrosa, una ilusión demasiado
comprometedora, capaz de proyectarse mas allá de la mera
intelectualidad individual e implicar al mundo en toda su
universalidad. Por ello, siempre ha existido una cuerda
sensación de prudencia frente a esta cuestión.
Porque la utopía, además de necesaria es
inevitable, pero, sobretodo, porque su poder
trasciende más allá del sueño que la origina
y nos somete sin apenas darnos cuenta.
Así pues, el pensamiento utópico, con su
idealismo
político, sus profecías y, sobre todo, con su fe en
el cambio y la
evolución social, nos concierne mucho
más de lo que a menudo juzgamos, porque además de
una esperanza, constituye una finalidad en sí mismo y,
como tal, forma parte de nosotros, de cada ser humano,
floreciendo cuando más se necesita e impulsándonos
en nuestro camino hacia el clímax social.
Con todo esto, parece obvio que, desde el inicio de sus
días, el hombre ha
imaginado, ha conjeturado y ha fantaseado. Por ello, el
pensamiento utópico es y será siempre
contemporáneo a todas las generaciones. Porque si bien es
difícil dejar algún día de soñar,
más difícil será que la humanidad abandone
sus ansias de superación.
Definición del concepto
Para comprender y asimilar las implicaciones del concepto de
utopía, es necesario conocer la definición exacta.
De este modo, es conveniente evitar los matices subjetivos y las
posibles connotaciones emocionales que éste puede
suscitar, partiendo de su origen etimológico y analizando
su evolución a lo largo de la historia. Así pues,
la Real Academia Española recoge y define brevemente esta
noción, del siguiente modo:
Utopía o utopia. (Del gr. oὐ,
no, y τόπoς, lugar: Lugar que no
existe).
- f. Plan, proyecto,
doctrina o sistema
optimista que aparece como irrealizable en el momento de su
formulación.
Es decir, entiende la utopía como aquel plan,
proyecto, doctrina o sistema óptimo o conveniente, que
aparece como quimérico desde el punto de vista de las
condiciones existentes en el instante de su enunciación.
No obstante, realizando un recorrido más extenso y
detallado por sus connotaciones sociológicas, las
utopías, concebidas como proyectos de
ciudades ideales, visiones de fundamento ético o estados
de perfecto orden, son también, al mismo tiempo,
suscitadoras de ideologías activas, imágenes
estimulantes e inspiradoras de acciones
concretas, capaces de modificar la realidad existente. Por otro
lado, las utopías son, o por lo menos intentan serlo,
sistemas
racionales capaces de concebir nuevos modos de organización social. En cualquier caso,
implican siempre una voluntad de trascender lo existente y son, a
la vez, una evasión del presente y una crítica de
ese mismo al compararlo con lo que podría ser. Por eso
todas ellas pretenden encarnar, como dice M. Buber, "la
visión de lo justo en un tiempo perfecto".
Por otro lado, como se deduce del comentario
etimológico que encabeza la definición de la RAE,
la palabra utopía es un vocablo de raíces griegas.
Sin embargo, pese a lo arcaico de su origen, no se empezó
ha usar con el sentido que actualmente le otorgamos, hasta que
Tomas Moro la tomó como topónimo para mencionar a
la isla fantástica que imaginó en su célebre
novela, y en
cuyo contexto estableció su modelo de
estado ideal. A partir de aquí, y debido a la gran
importancia y difusión que esta obra tuvo entre los
intelectuales de la época, el término se
popularizó. Así, por una relación de
semejanza, pasó de ser, simplemente, algo que no se
encuentra en ningún lugar, a referirse a todas aquellas
organizaciones, intenciones, proyectos o
doctrinas, que por su excesivo idealismo o su aparente
irracionalidad, resultan impracticables o imposibles de implantar
en la realidad y el contexto histórico en que se formulan.
De este modo, con el tiempo, ha acabado surgiendo, por
contraposición al ya conocido concepto de utopía,
su opuesto: el de distopía o antiutopía (aún
no aceptado oficialmente, pero sí frecuentemente usado por
quienes conocen el tema), que pretende reseñarse en la
estructura
social idealista que, en lugar de aportar el súmum del
bienestar, la justicia y la
libertad, desemboca en el caos y la sinrazón, provocando
así la pérdida definitiva de los valores
morales y éticos imperantes hasta el
momento.
Aproximación a la utopía
social
Como se ha podido observar en el punto anterior, la
definición de utopía resulta quizá demasiado
amplia y abstracta para tomar el concepto en toda su
extensión. Por ello, para comprender el sentido del
trabajo, es conveniente reducirlo a su dimensión puramente
social. Así pues, es preciso decir que, desde que el
hombre es
hombre, y su capacidad de autocrítica le ha permitido
analizar su entorno, ha intentado encontrar el estado
ideal, justo, libre y seguro. Un estado
perfectamente organizado y fructífero, donde todos los
ciudadanos dispongan de medios
suficientes para cubrir sin dificultades las necesidades
biológicas e intelectuales que precisen. Nace así
el pensamiento utópico.
No obstante, en caso de ser viable, llegar a este
clímax social no parece tarea fácil. Y es que el
peso de la historia, cae con fuerza al
contemplar como tras un vasto repertorio de variados e
incomparables modelos, nunca
hemos sido capaces de establecer esta deseada comunidad. No hay
más que ver, por ejemplo, la variante práctica del
ideal comunista de Marx. Un ideal
que sirvió de excusa para que, países como la
antigua Unión Soviética, China o
Cuba entre
otros, desembocaran en regímenes socialistas totalitarios,
donde el poder del estado acabó militarizando la
cotidianeidad de una sociedad segura
pero ideológicamente reprimida; el absolutismo
monárquico de la edad media,
donde la implacable inflexibilidad de una voraz sociedad dividida
en estamentos, acabó sumiendo en la miseria a la inmensa
mayoría de la población. Una población que vio
como"el privilegio"del poder y la abundancia, se otorgaba a unos
pocos elegidos de la nobleza y el clero; o sin ir más
lejos, la actual sociedad capitalista, que más allá
de las evidentes desigualdades que oculta, y bajo el pretexto de
la democracia y
una ambigua libertad, parece haber olvidado que el hombre es un
ser social que necesita dar y recibir. Y es que, en una sociedad
donde priman los intereses particulares, es difícil velar
por el bien de la colectividad. De este modo, y tras contemplar
con resignada frustración los continuos fracasos en los
distintos modelos de organización social, han sido
numerosos los teóricos que han puesto su genio y lucidez
al servicio de la
humanidad para intentar cambiar con sus distintas propuestas el
rumbo de aquella sociedad en la que vivieron. No todas han
logrado llegar a ponerse en práctica y tampoco todas han
sido entendidas y aceptadas por la humanidad, pero por
descabelladas, atrevidas o incoherentes que hayan sido, comparten
una intención renovadora y progresista que en su momento
dio lugar al ideal utópico del que ahora nos hacemos
eco.
Estas inquietudes, como digo, han estado presentes desde
el inicio de nuestros días, ya que son consecuencia
directa de la vida en sociedad. Aun así, su importancia no
es verdaderamente relevante hasta que, por medio de la escritura, no
se plasman estos ideales de forma argumentada y detallada. Es por
ello que para realizar un estudio medianamente exhaustivo de
estas tendencias ideológicas y llegar a comprenderlas en
toda su extensión, es necesario tomar como base a la
literatura, ya
que ha sido ésta la que ha albergado, desde siempre, las
obras de los grandes teóricos de la historia. Así
pues, tomando modelos distintos tanto por su época como
por su contenido, son de vital importancia en el ideal
utópico La República de Platón,
Utopía de Thomas More, El manifiesto comunista de K. Marx
y F. Engels, así como diversas obras del fructífero
siglo XX, como El señor de las moscas de W. Golding o
antológicos modelos de antiutopía como Un mundo
feliz de A. Huxley o 1984 de G. Orwell.
3.
Evolución histórica de la literatura
utopista
Como hemos podido observar en anteriores apartados, la
literatura es una buena base para entender el proceso que ha
seguido el pensamiento utópico a lo largo de la historia.
Por ello, es preciso conocer el significado de algunos de los
clásicos que nos dejaron en herencia los
grandes ideólogos de la humanidad, para asimilar el rumbo
que ha ido tomando nuestra sociedad con el paso de los
años. Así, hay que partir de las culturas
grecorromanas que fundaron la filosofía, para poder
comprender los valores
que apuntalaron la moral del
medievo y, a su vez, advertir las lagunas y aciertos de estos
últimos, para juzgar con la mayor integridad, la
mentalidad que cambió el mundo de los siglos
posteriores.
Para lograr este propósito, son de vital
importancia las ideas que reflejó en sus diálogos
el que fue sin duda uno de los primeros y más grandes
filósofos de nuestra cultura.
Platón y su conocida obra "La República",
constituyen, probablemente, el punto de partida del pensamiento
utópico en su vertiente literaria. Posteriormente, y en
pleno auge del humanismo
renacentista, cabe destacar también, el genial pensamiento
que plasmó T. More en "Utopía", la república
dominada por la razón que ideó en su novela el
conocido autor para impugnar las desigualdades que generó
su sociedad. Y finalmente, en medio del creciente ideal
capitalista generado por la revolución
industrial, es necesario analizar también la
aparición del ideal socialista, expresado detalladamente
en el "Manifiesto Comunista" de K. Marx y F. Engels. Estas obras,
añadidas a algunas de las surgidas en el ya pasado s. XX,
como "1984" de George Orwell o "Un Mundo Feliz" de A. Huxley,
constituyen la columna vertebral de la literatura utopista a lo
largo de la historia y por este motivo, resulta interesante
detenerse brevemente en cada una de ellas y comprender su
significado dentro del contexto en que fueron presentadas ante la
humanidad.
Es obvio, sin embargo, (y sin ánimo de restarles
importancia), que las obras anteriores no son más que
buenos ejemplos de los muchos que nuestra cultura ha ido
generando desde el inicio de sus días, por ello, pasar por
alto la importancia de escritos como "La Ciudad de Dios"
(San
Agustín de Hipona, 413-427), "La Ciudad del Sol" (T.
Campanella, 1623), "Nueva Atlántida" (F. Bacon, 1627),
"Leviatán" (T. Hobbes, 1651),
y un largo etcétera de válidas propuestas que
podrían ilustrar sin problemas el
propósito que nos ocupa, parecería una insensatez.
No obstante, más allá de las repercusiones que
éstas puedan haber tenido, lo realmente importante es
saber que la esencia de todo pensamiento contemporáneo
tiene su origen en el pasado y por tanto, entender nuestro mundo
es entender el mundo de nuestros ancestros.
La utopía
clásica
En este período de nuestra historia (s. VI a.C.), se
origina, en la región este del continente europeo, el
nacimiento de la filosofía y el pensamiento occidental.
Concretamente en la ciudad jonia de Mileto y más adelante
en las principales polis de la antigua Grecia, se
produce el cambio ideológico que provoca la
transición del discurso
mítico al discurso racional. Esta renovación
conocida tradicionalmente como el paso del mito al logos,
supone sin duda el inicio de nuestra cultura y la fuente de saber
que nos ha servido a lo largo de generaciones, como axioma
precursor de todo pensamiento científico y moral. Es por
ello, que debemos partir de esta célebre etapa para
realizar el recorrido por la utopía literaria.
El trabajo de los primeros sofistas y la
evolución durante años de las teorías
y doctrinas formuladas en aquellos primeros siglos de conocimiento
racional unido a una época de bienestar y estabilidad
social, facilitó la consumación de grandes ciudades
estado (principalmente Atenas) que se autogobernaban bajo los
preceptos de la democracia. Así, en un entorno
relativamente favorable, fueron surgiendo los primeros grandes
pensadores y, con ellos, la aparición de los primeros
clásicos de la literatura universal. Cada vez más
preocupados por la vida en sociedad y la moral humana, fueron
perdiendo interés
por la observación de la naturaleza y se
implicaron cada vez más en los gobiernos de sus ciudades.
De este modo, en el 437 a.C. nace uno de los filósofos con
mayor peso de la antigüedad. Platón, discípulo
de Sócrates y
miembro de una familia bien
estante, elabora los primeros diálogos escritos y deja
para la historia la primera gran herencia del conocimiento
universal (cabe destacar "La República"), rebatiendo la
demagogia política y dudando de
la honestidad de la
democracia ateniense.
"La República" de
Platón
Este clásico de la literatura antigua, es la obra que
refleja la concepción ideal del estado perfecto
según Platón. En "La
República", expone todas sus reflexiones entorno a la
política de su tiempo, y propone una organización
distinta que acabe con las injusticias y asegure la estabilidad
de la nación.
Debido a su nacimiento en la cultura que acunó la
filosofía y el arte del saber,
este diálogo ha
sido valorado y estudiado desde su aparición en el s. IV
a.C. por pensadores y estudiosos de todos los tiempos y, por
ello, puede considerarse como la semilla de muchas de las
tendencias políticas
que han ido surgiendo a lo largo de la historia. Esta
crítica constante de la obra, ha suscitado opiniones muy
diversas entorno a su autor, que ha sido acusado incluso, de
promover el totalitarismo y la tiranía de los gobernantes,
así como de justificar el social-comunismo o el
fascismo del
pasado siglo. Es indudable que su riqueza conceptual, hace de "La
República" un punto de partida para las ideologías
de la posteridad y seria erróneo dudar de las influencias
que haya podido tener en estas tendencias políticas, pero
antes de condenar o reprochar las afirmaciones que mantuvo
Platón en sus escritos, sería más prudente
conocer el contexto político y social que
condicionó sus ideas, así como algunos de los
rasgos más trascendentales de su vida, que a buen seguro
influyeron en su modo de entender el mundo y ayudarían,
sin duda, a advertir el significado que el célebre
filósofo pretendió otorgar a su obra.
Aristóteles de Atenas, apodado Platón
por la amplitud de sus espaldas, nació, como su mismo
nombre indica, en Atenas en el año 427 a.C., en el seno de
una noble familia que, capaz de proporcionarle los mejores
maestros, le orientó en sus aficiones hacia la literatura
y el estudio. A los veinte años conoció a
Sócrates y gracias a una larga convivencia, se
inició con él en la filosofía. Educado para
la política, desestimó esta opción al
contemplar como la democracia ateniense se alzaba sobre valores
distintos a los suyos y tras intentar con escaso éxito
organizar la política de otras polis (como Siracusa),
donde incluso llegó a ser vendido como esclavo.
Siguió la enseñanza de Sócrates, y tras su
muerte (-
399), viajó a Egipto y al
sur de Italia,
conociendo el pitagorismo y entablando amistad, en
Sicilia, con Dión, sobrino del tirano de Siracusa
Dionisio. A su regreso a Atenas fundó la Academia (- 387)
y posteriormente, volvió a Siracusa (- 367), intentando en
vano que el nuevo tirano aplicara en la ciudad su modelo
político.
El pensamiento de Platón abarca numerosas
dimensiones del conocimiento humano pero sus inquietudes abarcan
sobre todo la concepción del hombre y su relación
con el mundo y la sociedad. Así se apoya en la
afirmación socrática de que el hombre está
hecho para la ciencia. Es
decir, concibe la ciencia como
un conjunto de verdades universales e inmutables que el hombre
debe conocer para comprender el mundo en que vive. De ahí
se extrae la aparición de dos mundos. El de las ideas o
auténtico y el sensible, que es el que percibimos y supone
tan sólo una sombra confusa del primero. Así la
misión
de los filósofos, que conocen la existencia de este otro
mundo es captar las verdades que en él se albergan y
mostrarlas a los demás ciudadanos, rescatándolos de
la inocencia en que viven. Por otra parte, la concepción
que Platón tiene del hombre está en consonancia con
su visión de la naturaleza. De esta forma, piensa que el
hombre es un alma inmortal encerrada en un cuerpo que la recluye
y que esta alma de vida eterna, es la que proporciona el saber
científico al individuo, pues es ésta la
única que ha contemplado el mundo de las ideas y pese a
haberlas olvidado al unirse al cuerpo, es capaz de sugerir
ciertos recuerdos al contemplar la realidad del mundo sensible.
En cuanto a la sociedad, Platón mantiene que está
fundamentada en la naturaleza humana y no es sino una
prolongación del organismo humano individual. Así,
se estructura en tres estamentos básicos: los
filósofos (poseen la capacidad de dirigir y gobernar la
sociedad), los militares (tienen la misión de protegerla),
y los productores (deben trabajar para proporcionar los medios
necesarios para sostenerla).
Este pensamiento surge en medio de una crisis
política en Atenas, tras la democrática guerra del
Peloponeso y la democrática derrota frente a Esparta,
llegando a la democrática condena de Sócrates y la
también democrática pérdida de los valores
tradicionales. Quizá por este motivo y buscando
solución a estos problemas, Platón sale en defensa
de Sócrates, elabora su teoría
de las ideas, establece la justicia "en sí" como
fundamento del orden socio-político, eleva el eros a
categoría ideal, presenta la figura del filósofo
como modelo del ser humano capaz de regir la polis, y se afana
por hallar un prototipo de la misma.
Este conjunto de teorías y argumentos
extraíbles del pensamiento platónico, se ven
claramente reflejados en las numerosas obras que el
filósofo escribió a lo largo de su dilatada vida,
pero por encima de todas las demás destaca "La
República", donde recoge todas estas dilucidaciones para
mostrar su concepción del estado político ideal.
Nace así la utopía literaria.
Resumen de la obra
"La República" es una continua reflexión entre
personajes sobre la política y las relaciones entre los
gobernantes y ciudadanos que constituyen la nación. En
ella, Platón propone en boca de su maestro
Sócrates, y mediante el uso de sucesivas intervenciones
dialogadas con otros interlocutores, un modelo de estado
perfecto, que consolide la estabilidad de la nación y
garantice la seguridad y la
justicia de todos los ciudadanos. Esta extensa obra, que se
encuentra fragmentada en diez libros, es
como muchos dicen un tratado de política pero no seria
correcto, sin embargo, atribuirle sólo esta
definición, pues además de dilucidar sobre los
orígenes y consecuencias de las distintas formas de
estado, se pretende indagar en el hombre que las crea. De este
modo, cada libro abarca
temas distintos, pero con el único fin de diseñar
el gobierno perfecto
y mostrar las entrañas del Ser del hombre.
Las primeras cuatro fracciones del diálogo son un
esbozo de los problemas que surgen al tratar el concepto de
justicia y pretenden discernir los modos más eficaces de
lograrla y los seis restantes se centran en una compleja exposición
del pensamiento platónico en su más intenso nivel
de profundidad.
Libro I: Inicia la obra con un elogio a la ancianidad de
Céfalo a Sócrates. Se alaban las características más nobles del
hombre, la moderación, la sensatez, la cordura, y se da
comienzo a una reflexión sobre la importancia de la
justicia en la vida de los hombres y tras acordar su papel en el
seno del estado, se procede a una búsqueda de sus
características.
Libro II: Tras dar comienzo al tema de la justicia, dos
personajes más, Glaucón y Adimarco, alientan a
Sócrates a encontrar y exponer la verdadera naturaleza de
la justicia, alienando el concepto de cualquier valoración
u opinión popular. Para ello se intenta comprender los
motivos que la originan y las razones de su
perturbación.
Es en este libro donde se plantean las analogías entre las
nociones de hombre y estado. Paralelismo que fundamentará
el sentido de todo el diálogo. Se presenta, además,
una brillante disertación sobre la educación y su
importancia dentro de los deberes del estado, siendo ésta
la base que constituirá el futuro de las posteriores
generaciones encargadas de dirigirlo.
Libro III: Llegados a este punto, se genera una discusión
entorno a la concepción del estado justo. Se concluye
entonces, que sólo puede obtenerse mediante una estricta
distribución de labores y su pertinente
educación
desde la más tierna infancia para
evitar las sublevaciones que pudiera motivar la
incomprensión del individuo respecto al lugar que ocupa en
la sociedad. Una educación especializada y precisa que
aún discriminando oriente a cada miembro en función de
las aptitudes con que ha sido dotado.
Libro IV: En este libro, que pone fin a las cavilaciones que
motiva el concepto de justicia, se revelan las conclusiones
extraídas, y se promulgan los principios que
deben regir el estado justo. "Producir la justicia es establecer
en las partes del alma la subordinación que en ella ha
querido poner la naturaleza. La injusticia es dar a una parte
sobre las demás un imperio que va en contra de la propia
naturaleza". Este principio, según Platón, armoniza
las relaciones entre los hombres, pero su conocimiento tan
sólo está reservado a los intelectos más
capaces y, por ello, el gobernante debe extraerse de aquellos que
lo posean.
Libro V: En este libro, Platón vuele a hacer referencia a
la educación como punto de partida del estado ideal,
centrándose esta vez en los niños y
las mujeres ( a estas últimas les proporciona la
posibilidad de desempeñar roles distintos a los
tradicionalmente asignados, si demuestran capacidades para ello).
Así, una vez diseñado el estado perfecto, se baraja
la opción de ponerlo en práctica, y como el rumbo
de éste dependerá de la predisposición de
los ciudadanos a seguir el orden establecido, el poder de
orientarlos mediante el correcto uso de la pedagogía debe residir en los únicos
capaces de administrarlo racionalmente: los filósofos. Sin
embargo para entender el papel de estos sujetos en "La
República", es preciso saber que, para Platón, el
filósofo es aquel individuo cuya capacidad de
abstracción permite descubrir la idea del bien supremo y
llevarla a la realidad del estado ideal. Así la gestión
y la
organización del gobierno perfecto deben residir en la
razón y la justicia que sólo el filósofo
puede proporcionar.
Libro VI: En este punto, Platón reflexiona sobre la idea
del bien. Concepto que aporta sentido al mundo de las ideas, fin
en sí mismo de toda aspiración humana, y base del
conocimiento verdadero. Expone además su popular
teoría de las cuatro fases del conocimiento. Fases que
discurren desde las primeras impresiones sensitivas, hasta la
contemplación del Ser Supremo y que constituyen el proceso
que, según Platón, sigue todo saber desde que es
percibido mediante sensaciones, hasta que asimilado por el hombre
en su punto máximo.
Libro VII: Expuestos ya algunos de los principales cánones
de las tendencias platónicas, en este magnífico
libro, el filósofo escribe uno de los pasajes más
admirados de su obra. El mito de la caverna, es un paradigma de
las teorías previamente argumentadas, en el que
Platón simboliza el mundo real bajo la perspectiva de su
pensamiento. Propone dos mundos. El primero, una caverna donde
los hombres viven encadenados desde su nacimiento, contemplando
tan sólo las sombras que una hoguera situada en la entrada
proyecta del exterior y otro mundo al que ni pueden acceder ni
conocen los hombres y que abarca toda realidad ajena a la
caverna. Sin embargo, un día estos dos mundos
interaccionan cuando uno de los hombres logra escapar y, al
contemplar el exterior y entender el engaño en que
vivía, advierte que las sombras que antes veía y
que creía verdaderas, no eran sino el reflejo de las
figuras que discurrían ante la hoguera proyectando una
sombra distorsionada. Esta analogía de muestro mundo
ejemplifica, mediante un genial arquetipo, la teoría del
conocimiento (muestra el procedimiento que
sigue el saber en su recorrido desde las primeras percepciones
hasta la consecución de la verdad suprema) y explica la
relación entre los dos mundos que mantiene el autor en sus
tratados: el
sensible, encarnado por la caverna, y el de las ideas,
representado por el exterior.
Libro VIII: Este libro se centra en una comparación entre
el estado justo e ideal formulado y el resto de sistemas
políticos dominantes en la época. De ese modo, se
analizan los principios que les sustentan así como el
talante de los individuos que los crean. Concluye con una
reflexión acerca de los niveles de decadencia
política que abarca desde la Timocracia espartana, la
Oligarquía y la Democracia, culminando en la figura del
tirano. Llegados a este punto, finaliza el paralelismo
hombre-estado iniciado en el segundo libro del
diálogo.
Libros IX y X: Estos dos últimos volúmenes, se
ocupan de asentar más profundamente las conclusiones
alcanzadas por Sócrates y sus acompañantes.
Así, el libro IX se encarga de explicar las repercusiones
del estado perfecto en la vida individual de los hombres, es
decir, pretende conjeturar las consecuencias que su
instauración en el mundo real pudiera ocasionar sobre una
sociedad como la suya. De otro modo, el libro décimo
analiza las diferencia entre poesía
y filosofía, afirmando la primacía de esta
última en lo que a educación y adoctrinamiento se
refiere, asignando así al poeta un lugar más
humilde en el terreno de la creación
artística.
De esta forma se clausura una de las más grandes
obras del pensamiento filosófico que resulta,
además, de vital importancia para comprender el
pensamiento utópico. Con una espléndida belleza
narrativa, Platón concluye "La República" y sienta
para la posteridad algunas de las claves para entender los
entresijos de nuestra cultura y sus inquietudes
filosóficas.
Valoración
crítica
Una vez conocido el contexto, el autor y la obra, es el momento
de valorar su contenido y la importancia que esta ha tenido en
los siglos venideros. Hay que reiterar entonces, que "La
república" es, además de una utopía social,
un tratado de política y una reflexión sobre el ser
humano. Por ello encontramos en su interior una gran cantidad de
afirmaciones y principios de muy diversos ámbitos,
destinados todos ellos a un mismo propósito: encontrar la
perfecta organización social y el estado de cosas ideal
para la vida del hombre. En este sentido, hay que decir que
Platón no escribió su obra sin conocimiento de
causa, pues, como cuenta en su biografía, fue
educado desde la más temprana edad para participar
activamente en la política de su tiempo. Con esto, no es
de extrañar que algunas de sus conclusiones no fueran ni
sean todavía entendidas por la gente, ya que su
visión fue fundada desde la perspectiva del poder y no del
pueblo, provocando así una posición demasiado
autoritaria y rígida respecto a los ciudadanos. Por ese
motivo, han sido muchos los teóricos que han comparado la
república de Platón con un vasto cuartel, dominado
por un severo adoctrinamiento de los individuos en función
de los intereses del estado. No es extraño que así
haya sido, pues es cierto que este estado ideal se apuntalaba en
la educación de sus miembros, convirtiéndolos en
simples empleados de la nación, pero hay que entender que
Platón suprimió gran parte de las libertades por el
bien de la estabilidad y la justicia públicas.
Este ultimo término, la justicia, abarca casi
cuatro libros del total del diálogo, y es uno de los
pilares entorno los cuales se organiza el estado. Para
Platón, esta noción tan básica y presumible
en nuestro tiempo, era una de las más conflictivas y
complejas a las que debía enfrentarse el gobierno (tanto
es así que en algunos fragmentos del diálogo llega
a equiparar el estado perfecto con el estado justo). La justicia
distinguía al bueno del mal gobernante, al tirano del
filósofo, así pues, su consecución
debía estar por encima de cualquier otro obstáculo
y por ello, resultaba necesario conocer cuál era el
núcleo generador de toda arbitrariedad. Este núcleo
no era otro que la iniciativa individual, que de tener poder
suficiente, podía comprometer a todo el estado.
Así, el autor concluye que, para asegurar el acierto de la
nación, es necesario controlar los actos particulares,
suprimiendo si es necesario su libertad de actuación y,
para lograrlo, el único medio realmente efectivo y acorde
con las circunstancias, era el adoctrinamiento de las masas,
mediante una pedagogía discriminatoria y selectiva, que
dividiese y educase a cada miembro según su capacidad de
servicio a la comunidad.
Para justificar este pasaje, Platón idea una
curiosa metáfora capaz ejemplificar su afirmación.
Dice que cada ser humano, al nacer, se compone de un determinado
metal. Así, los más valiosos tienen oro y deben
encargarse de dirigir y gobernar a sus congéneres. Los de
plata, son también especiales y deben contribuir con sus
ayudas a comandar la nación. Finalmente los de cobre y
bronce, que no poseen por naturaleza el don de los anteriores,
deben trabajar para mantener el estado, ocupando un lugar
más humilde entre los ciudadanos. Con este paradigma, se
intenta argumentar la educación discriminatoria y la
desigualdad entre los individuos, pero se hace hincapié
también, en un elemento digno de
consideración.
Y es que, si bien es cierto que no hay igualdad de
oportunidades, no se fundamenta el clasismo, es decir, no por
pertenecer a un grupo social
determinado se otorga una educación u otra, sino que la
pedagogía se distribuye única y exclusivamente en
función de las aptitudes y las habilidades personales.
¿Acaso no es esto justicia? Probablemente no lo
sería si el encargado de tomar las decisiones de
índole pública fuera alguien incapaz de asumir
semejante responsabilidad, pero Platón, que no
acostumbraba a dejar cosas al azar, contempló
también esta posibilidad y tras discernir la complejidad
de la cuestión, concluyó que una labor de tan ardua
dificultad sólo podía ser asumida por los mejores
filósofos, entendidos claro está, como aquellos
seres capaces de encontrar la verdad entre la confusión y
descubrir la idea del bien supremo, desde la cual llevar a la
práctica la vida y el estado ideal.
Con estos elementos y otros derivados de los ya
expuestos, Platón creyó haber encontrado la
organización política perfecta superando los
sistemas que fracasaban en las regiones vecinas, pero pese a ser
una obra realmente admirable, no llegó a funcionar en los
lugares donde se intentó implantar. Probablemente por
motivos ajenos a la responsabilidad de Platón, pero sin
duda por uno en especial. Esta concepción de estado ideal,
era impracticable. No es posible encontrar la perfección
humana (por lo menos no hay constancia de ello), y el modelo
platónico exigía esta figura en la cumbre del
gobierno. Necesitaba una especie de divinidad que administrase
justicia sin el más mínimo margen de error y es
obvio que ni el más sabio y honrado de los
filósofos habría reunido tales
atribuciones.
Es aquí donde encontramos el talón de
Aquiles de la idealizada república de Platón.
Apostó por una justicia perfecta y consideró por
tanto que, de ser obtenida, los demás principios
debían estar a su servicio. Por ello, alienó a los
ciudadanos de gran parte de su autonomía y suprimió
algunos de sus derechos hacia el estado,
desestimó la capacidad de éstos de decidir y
escoger su propio gobierno (conocedor de las carencias de la
democracia) y, en definitiva, consideró al pueblo un
colectivo susceptible de la demagogia, incapaz de decidir
correctamente por sí sólo. Pero apostar por un
estado justo era una utopía, una idea que un personaje de
la talla de Platón sólo pudo contemplar confiando
plenamente en sus propias capacidades. Debió pensar que
él mismo podría repartir la supremacía del
bien entre los ciudadanos, y como él algunos de los
grandes sofistas que había conocido. Pero un rebaño
no puede confiar a ciegas en la bondad de su pastor, necesita
unas mínimas garantías de poder cambiar el rumbo de
su vida si lo estima necesario.
Por ello, "La República" promulga unos principios
inaceptables en el ámbito de las libertades. Porque lejos
de buscar un mundo donde cada cual campe a sus anchas, el hombre
es un ser que nace libre y, aunque es obvio que somos sumamente
influenciables, debería ser obvio también que
tenemos derecho a escoger nuestro futuro y decidir con
autonomía, aunque a costa de ello, nuestros errores
comprometan a nuestros semejantes. Sin embargo, esta
última afirmación, no debe ser tomada para alegar
contra Platón, pues fue algo parecido lo que le
obligó a adoptar en su obra una actitud tan
rigurosa.
La condena a muerte de su mentor, por un jurado popular
y bajo la aparente aprobación de un sistema
democrático, hizo ver a Platón que a veces es mejor
contener al pueblo para evitar que sus errores modifiquen el
destino de los inocentes, ya que su debilidad frente a los
poderes de la demagogia, la falacia y la retórica de los
gobernantes, hacen de él un colectivo demasiado
vulnerable. El problema está en decidir quien dirige a
este colectivo y quien establece la diferencia entre lo bueno y
lo malo. Platón lo sabía y por eso intento
minimizar al máximo estos conflictos
mediante el adoctrinamiento de los ciudadanos y la
instauración del filósofo como sabio administrador del
bien y la justicia. Así, es probable que cometiera
errores, pero no olvidemos que Platón argumentó
todas sus aserciones y, si bien resulta sencillo discrepar de
alguno de los principios expresados, no lo es en absoluto rebatir
congruentemente el modelo de estado que propuso en "La
República".
La utopía
renacentista
El renacimiento
fue un movimiento
cultural surgido en el s. XIV que se caracterizó por una
ferviente admiración del pensamiento clásico. Una
etapa de nuestra historia en la que los miembros ilustrados del
arte y la cultura, pretendieron una renovación completa en
todas las dimensiones del saber. Una renovación que
más que basada o inspirada en los modelos grecorromanos,
adoptó íntegramente su pensamiento imitando su arte
y su concepción del mundo, dando lugar al nacimiento del
humanismo. Así, se propició el retorno al idealismo
de lo bello, volvieron a la vida las proporciones, la serenidad y
el equilibrio
natural que habían definido en sus tratados algunos de los
más conocidos filósofos clásicos y, en
definitiva, se supeditó de nuevo la creación
espontánea, al orden y las leyes
estéticas marcadas por los antiguos. No obstante, en este
clima
renovador, surgen como es lógico, numerosos autores
descontentos con el rumbo de su sociedad. Eruditos personajes que
dedicaron su tiempo a intentar cambiar las cosas, ofreciendo a
sus semejantes nuevos modos de concebir el mundo. Así,
después de unos siglos de leve sequía cultural, y
en pleno imperio renacentista, se publicaron obras de vital
importancia que cambiaron el rumbo del conocimiento humano.
Algunas de estas obras fueron, por ejemplo, "La ciudad del sol"
de T. Campanella, publicada en 1623 o "La nueva
Atlántida", que escribió F. Bacon en 1627, pero
probablemente, la que tuvo mayor repercusión entre el
público de la época, fue la "Utopía" de
Thomas More, obra ilustre que vio la luz en
1517.
"Utopía" de Thomas
More
Este clásico de la literatura utopista, del mismo modo que
el anterior, adquiere pleno sentido en el contexto
histórico en que fue creado, pues no es igual la ideología de una mente
contemporánea, que la ideología de una mente del s.
XVI, pero aún así y salvando las diferencias entre
ambos períodos, ésta conserva aún toda su
vigencia en la actualidad. Tanto es así, que no es posible
analizar el pensamiento utópico en su recorrido por el
tiempo, sin conocer sus repercusiones, ya que, más
allá de las influencias que sin duda ejerció en
posteriores escritos y sin olvidar a los clásicos (entre
los que cabe destacar a Platón y en especial sus
diálogos entorno a "La República") que le sirvieron
de precedente, supuso sin duda, el nacimiento de la utopía
moderna.
Por todo esto, y para comprender con la mayor
precisión posible el sentido que More quiso dar a la que
fue sin duda su obra maestra, es necesario conocer cuáles
fueron los rasgos que pudieron marcar o influenciar su vida y
pensamiento.
Sir
Thomas More nació el 6 de febrero de 1478 en Cheapside
(Londres). De pequeño entro de paje del cardenal Morton
quien recomendó su ingreso en Oxford (donde estudió
literatura y filosofía) y más tarde, en 1501, fue
elegido miembro del parlamento, para ocupar posteriormente
importantes cargos en la
administración londinense. Aún así y
pese a sus responsabilidades públicas, More tuvo tiempo
para cultivar sus inquietudes religiosas y literarias, de este
modo, en 1516, escribió su novela más valorada:
"Utopía".
Entre tanto, en Inglaterra,
Enrique VIII sucedió a su padre, Enrique VII. El nuevo rey
fue coronado el 28 de ese mismo mes y consiguió que More
entrase a su servicio tras mediar con el cardenal Wolsey,
así, en 1517 fue nombrado miembro del Consejo del Rey,
teniendo que renunciar a sus otros cargos. En la Corte se
ganó el aprecio de los reyes, de los que obtuvo cada vez
más confianza. En 1529 sucedió como Canciller a
Wolsey, quien había sido destituido por oponerse al
propósito de Enrique VIII de anular su matrimonio con
Catalina para poderse casar con Ana Bolena. Thomas More
contestó claramente al rey su desacuerdo en la
cuestión del divorcio,
aunque como laico, creyó no deber entrometerse en un
asunto que estimó competencia de
las autoridades eclesiásticas. El Parlamento pronto se
doblegó al poder real y en 1533 sirvió como
instrumento para forzar al clero a presentar un acta de
sumisión por el que delegó en el rey la potestad
legislativa en materia
eclesiástica. Ante esta situación More
presentó su dimisión como Canciller, lo que le
supuso la pérdida de privilegios y cargos, además
de la incomprensión por parte de su familia. Ante la
declaración del Papa, el Parlamento aprobó el Acta
de Sucesión otorgando un poder total al rey sobre sus
súbditos. Así, a More se le pidió
presentarse a jurar el Acta el 13 de abril de 1534. Éste
aceptó los derechos de sucesión que fijaran el
Parlamento y el rey, pero se negó a aceptar algo que fuera
contra la autoridad papal, como era la unión del rey con
Ana Bolena. Durante cuatro días estuvo custodiado por el
abad de Westminster, obstinado en desoír los consejos y
amenazas de amigos y enemigos, para ser encarcelado en la Torre
de Londres. Allí estuvo quince meses, escribiendo varias
obras espirituales con las que se preparó para el
martirio. Sufrió además la incomprensión de
su familia, que vio cómo los obispos y doctores del reino
habían aceptado el matrimonio del rey. El 1 de julio de
1535 fue acusado de traidor por negarse a atribuir al rey su
"justo" título de jefe supremo de la Iglesia de
Inglaterra. En el juicio se hizo cargo de su propia defensa, pero
fue ejecutado el 6 de julio. Su cabeza se colocó a la
entrada del puente de Londres y tras ser recuperada por su hija
Margarita, fue sepultada en San Dunstand, hoy día iglesia
protestante. Su cuerpo primero fue enterrado en el recinto de la
Torre para luego ser arrojado a una fosa común donde fue
imposible localizarlo. Tras su muerte, Erasmo de Rótterdam
definió a More como el más santo de los hombres que
vivieron en Inglaterra. Tres siglos después, el 29 de
diciembre de 1886, el Papa León XIII le beatificó.
En el cuarto centenario de su muerte, se promovió un
proceso de canonización y finalmente el 9 de mayo de 1935
Pío XI le declaró santo.
More fue, por tanto, un concienciado luchador que se
opuso con el poder de las ideas y siempre desde el lado del
diálogo, a las injustas y despóticas leyes que
imperaban en su época, revelándose incluso contra
su propio rey y dando la vida por sus convicciones ante todo un
estado reprimido. Todo este conjunto de vivencias y sinrazones,
aportaron al pensamiento ya de por sí destacado de More,
una riqueza y una perspectiva de la realidad existente, lo
suficientemente amplia como para hacerle acreedor de las
carencias y virtudes del sistema político y la estructura
social en que vivió. Así, lejos de restar sumido y
ante la imposibilidad de alzar su voz para cambiar las cosas,
decidió plasmar sobre el papel su modelo de estado ideal,
en la que ha pasado a la historia como una de las obras cumbre
del pensamiento utópico.
Resumen de la obra
"Utopía"es un relato en prosa donde el autor, que alterna
las reflexiones personales con los diálogos entre
personajes, expone las experiencias de un curtido viajero (Rafael
Hitlodeo), que afirma haber visitado una isla cuya
población ha logrado poner en práctica una
república ideal dónde la justicia, la seguridad y
las libertades, son una realidad.
Todo
se inicia, cuando More (por entonces miembro del parlamento
inglés), es destinado a Brujas para
parlamentar e intentar obtener un acuerdo, con motivo de los
recientes conflictos que habían ocurrido entre el rey
Enrique VIII y Carlos, príncipe de Castilla. Durante su
estancia allí un buen amigo (Pedro), le aconseja recibir
en su casa a un marinero que según parece, no tiene igual
en cuestión de vivencias y mundologías. More que es
un hombre de sobrado interés por todo tipo de saberes, no
pone objeción alguna a la proposición de su amigo y
acepta recibir en compañía de éste, al
curioso aventurero. Así, una mañana se
reúnen en casa de More, y de forma dialogada, se inicia un
casi monólogo del invitado que de un modo
extraordinariamente razonado, preciso y plagado de sentido
común, expone algunos de sus viajes y
anécdotas con personajes de importancia en los gobiernos
del continente. En esta primera parte del diálogo, el
autor se muestra sorprendido por los pulcros razonamientos de su
interlocutor, y tras preguntarse porque una persona como
Rafael, con una mente de semejante capacidad intelectual y una
lógica
tan admirables no estaban todavía al servicio de
algún rey falto de buen consejo, se acaba concluyendo que
las lecciones no son de ayuda, cuando el que las precisa no
pretende acierto en sus decisiones sino beneficio en sus actos.
Así, tras comprobar con pesimismo la vaga importancia de
los hombres honrados e ilustrados en los gobiernos europeos de la
época y las numerosas injusticias que estos
cometían sobre su pueblo, Rafael certifica haber vivido en
un lugar donde todas las carencias de los estados del viejo
continente, habían sido subsanadas y corregidas desde la
mas absoluta y contundente racionalidad. Una república
perfecta, ubicada en una recóndita isla llamada
utopía, que por las vagas influencias recibidas a lo largo
del tiempo, había restado intacta desde que su fundador
(un sabio, amante de los libros y la cultura clásica),
instauró la perfecta organización política
que hasta el momento había mantenido en paz y perfecto
bienestar a todos sus habitantes. Es en este momento cuando se
procede, en boca del erudito Rafael, a describir con considerable
lujo de detalles, el funcionamiento de algunas de las instituciones
políticas y estructuras
sociales que rigen la república de utopía. Para
ello, el autor divide esta descripción en varias parcelas que, bien
delimitadas, contribuyen a una mejor comprensión del
texto:
Las ciudades y en especial Amurota: En este primer punto
se describen los rasgos más significativos de las
ciudades, centrándose en la más grande de todas
ellas, Amaurota. La perfecta organización de las ciudades
(planificadas por el fundador Utopo), es idéntica y
sólo se distinguen por las pequeñas modificaciones
que requiere el terreno. Así, por ejemplo, Amaurota esta
situada sobre la leve pendiente de una colina, regada por dos
ríos que enmiendan los problemas de abastecimiento de
agua. Posee
una estructura de murallas, fosos y torres de guardia que
garantizan la seguridad de los ciudadanos, y los edificios, de
igual tamaño y parecidas características, se
sitúan formando manzanas perfectamente alineadas, con
amplios patios ajardinados en su interior e idéntica
distancia entre fachadas. Las viviendas no constituyen una
propiedad
individual, por ello, cada cierto tiempo se intercambian entre
los vecinos para evitar desigualdades, incitando así a que
las amplias calles que la recorren, sean como los pasillos de una
gran casa comunitaria.
Los magistrados: Los gobernantes de cada ciudad son
elegidos democráticamente mediante una serie de
representantes rigurosamente clasificados según su rango
en una pirámide de poderes. De este modo en cada ciudad se
parte de la unidad familiar como el núcleo de poder
político más pequeño. Cada treinta familias
se elige un juez que será renovado cada año,
llamado Sifogrante o Filarca y estos, en grupos de diez,
escogen un Traniboro o Protofilarca que los presida en el senado.
Finalmente, cada uno de los cuatro distritos en que se divide la
ciudad, propone su candidato a príncipe y los doscientos
Sifograntes que componen el senado, tras la realización de
un estricto juramento, se reúnen para designar cual de
ellos será el próximo soberano de carácter
vitalicio. Una vez designado el cuerpo del gobierno, la ley establece que
todos los traniboros con la colaboración de dos
sifograntes invitados de forma sucesiva, deben celebrar, cada
tres días, un consejo bajo la presidencia del
príncipe, donde deliberar sobre los asuntos de
índole pública y proponer las soluciones y
normas
más convenientes para la población. Estos consejos,
pese a su frecuencia son muy respetados y se siguen todas las
normas necesarias para evitar la tiranía. Así, los
asuntos de mayor interés se debaten con tiempo y son
consultados con las familias mediante los Sifograntes antes de
ser decretados, pues la conspiración a espaldas del pueblo
es considerada un crimen capital.
Las relaciones
públicas entre los utopianos: En este apartado, se
explica el funcionamiento de la vida social de los utopianos, las
relaciones mutuas que se establecen entre ellos y las reglas de
distribución de los bienes de la
isla. Como se relata en puntos anteriores, la vida en
utopía se reduce a la organización familiar, de
este modo, entre los miembros se establecen relaciones de
subordinación. Las mujeres al alcanzar la edad
núbil son entregadas al marido mudándose a casa de
éste y los hijos y bisnietos permanecen en el seno
familiar bajo la tutela del más mayor de sus miembros. Los
miembros de cada familia son contabilizados (no se permite que el
número de adultos sobrepase los dieciséis
miembros), y el excedente se redistribuye en ciudades de menor
población o, en caso de una superpoblación global,
se funda una colonia con los sobrantes fuera de las fronteras de
la república. Por otro lado, los bienes materiales que
precisa cada familia, los recoge el patriarca de forma gratuita
en los mercados
comunitarios, donde cada familia expone el fruto de su trabajo.
Los alimentos, sin
embargo, son producidos por familias que sucesivamente se
desplazan a casas rurales para trabajar la tierra, se
sirven en comedores comunitarios distribuidos entre desayuno
comida y cena. En estos comedores los gobernantes y los ancianos
(que gozan del mayor de los respetos en Utopía), tienen un
trato prioritario. En la república, la generosidad es uno
de los principales valores, por eso, cuando hay excedente de
algún producto,
éste se presta a ciudades vecinas o incluso a naciones
cercanas. Otro tema interesante es el trato a los enfermos.
Éstos gozan de los cuidados más atentos, pero
cuando se estima que no tienen curación se les recomienda
morir del modo menos doloroso y molesto posible, procurando
así su propio bien y el de la comunidad, que no tiene que
mantener a un individuo sentenciado. Así pues, es evidente
que aceptan la eutanasia como
alternativa médica, pero no por ello asienten el suicidio
voluntario, que es considerado un acto ignominioso y se paga con
una vil despedida, arrojando el cuerpo a una
ciénaga.
Los viajes de los utopianos: En este aspecto, las leyes
son bastante estrictas y se regula escrupulosamente la
circulación de individuos por las ciudades. De este modo
es difícil alterar el orden establecido y resulta
más sencillo mantener la equitativa distribución de
los bienes. Pese a todo, los viajes están permitidos y
pueden realizarse pidiendo un salvoconducto que advierta a los
príncipes de las ciudades implicadas y delimite la
duración de la estada. Sin embargo, quebrantar estas
normas puede llegar a condenarse con la esclavitud. En
Utopía además, se suelen recibir visitas de
embajadores que acuden en representación de naciones
divinas. Embajadores que pese la diferencia de costumbres (suelen
ir engalanados con piezas de oro y otras piedras que en
utopía carecen de valor
material), son recibidos con cordialidad con el fin de mantener
buenas relaciones con sus respectivas naciones.
Los esclavos: Los utopianos contemplan la esclavitud
como un castigo ejemplar y a su vez provechoso para el bien
público. Aún así, no consideran esclavos
más que a convictos de un gran crimen en la propia
república o a los esclavos comprados a bajo precio en
países extranjeros (estos, no obstante, son tratados con
mayor humanidad). Esta clase de personas es sometida trabajos
más severos y no tiene los mismos derechos que los
demás ciudadanos. Los utopianos no se rigen por demasiadas
leyes, pues su organización no las requiere. Por ello no
es fácil caer en el crimen y llegar a la esclavitud, pero
las pocas normas que hay son llanas, muy claras y se siguen con
rigidez. Así, por ejemplo, se castiga a las parejas que se
entregan al amor fuera del
matrimonio, aunque si tras haberse casado, se argumenta que sus
caracteres son incompatibles, puede solicitarse el divorcio, que
será o no concedido según el parecer de los
magistrados. Éstos son sumamente justos y debido a lo
superfluo del dinero, es
imposible comprarlos, por tanto las garantías de su
imparcialidad son absolutas. Así, se estima que sus
condenas, que van desde simples amonestaciones hasta la muerte,
serán siempre equitativas y justas.
El arte de la guerra: Los conflictos bélicos no
son bien vistos por los ciudadanos, pero eso no impide que sean
adiestrados de vez en cuando para poder afrontarla si fuere
necesaria. Los motivos que pueden requerirla son la defensa de
sus fronteras, la expulsión de invasores en territorios
amigos y la liberación de pueblos dominados por la
opresión de la tiranía, aunque para lograr la
victoria en la guerra siempre anteponen el ingenio y el
engaño a la bestialidad de la sangre. Por
tanto, es frecuente la contratación de mercenarios y
pueblos guerreros, que son capaces de dar su vida a cambio del
baldío dinero de los salvaguardados utopianos. Aún
así si la situación lo requiere los propios
utopianos deben hacer la guerra, aunque generalmente, este acto
suele ser voluntario para aportar mayor valentía al
ejercito. Las batallas suelen desarrollarse fuera de las
fronteras de la república. Así, las ciudades no
sufren daños y resulta más sencillo derrotar a los
enemigos, que en caso de ser vencidos, no sufren saqueos ni
vejaciones, destinando todos los beneficios a las naciones
más desfavorecidas.
Las religiones de los utopianos:
Las creencias religiosas son libres en Utopía y por ello,
son diversas las que coexisten en la isla. Unos adoran a
determinados astros, otros veneran a célebres antepasados,
pero en general, la mayoría no aceptan nada de eso y
contemplan la existencia de una fuerza superior a la
comprensión humana. Una fuerza de cuyo poder se deriva
toda la creación, a la que se refieren con el nombre de
Padre atribuyéndole consideraciones divinas. Esta especie
de numen que es en sí mismo origen y fin de todas las
cosas, es por así decirlo, la base de la religión mayoritaria
entre los utopianos, pero se venera junto a los demás
dioses por considerar que todos son uno sólo (conocido
bajo el apelativo de Mitra), entendido desde puntos de vista
distintos. Así, se consigue una cierta unidad religiosa
que facilita el entendimiento entre los fieles. Sin embargo tras
la llegada de Rafael y sus compañeros a la isla, muchos de
los ciudadanos se convirtieron al catolicismo y, aunque esto
supuso la aparición de algún pequeño
conflicto, la
cautela y el respeto con las
demás creencias facilitó la convivencia con los
demás cultos, decretando que, quien sobrepasara los
limites marcados por la ley seria desterrado o sometido a la
esclavitud. La aparición del cristianismo
en la isla derivó en una iglesia parecida a la nuestra
pero con diferencias significativas respecto a la nuestra. Ajenos
a los poderes papales, los utopianos nombraron a sus propios
sacerdote y no encontraron objeción alguna en permitirles,
como al resto de ciudadanos, contraer matrimonio con las
jóvenes más selectas de la ciudad. Tampoco negaron
la participación de las mujeres en el sacerdocio, aunque
son pocas las que hay y sólo viudas o de avanzada
edad.
Con estos puntos y el contenido que más
ampliamente expone en ellos el autor, se llega al final de la
obra previa muestra de una breve conclusión final. En
ella, el autor en boca de Rafael Hitlodeo, da fin a la
descripción de su utopía política, valorando
las virtudes de sus instituciones y el acierto de algunas de sus
costumbres. Todo esto comparando el modelo definido en la obra,
con el de los "florecientes" estados de la Europa
renacentista. Finalmente, More Realiza una ligera
intervención para puntualizar su desacuerdo con alguno de
los acontecimientos relatados por el docto viajero, pero dejando
constancia de los aspectos positivos que en el relato se
habían expuesto.
Valoración
crítica
Como se puede deducir del resumen anterior, la obra no es sino la
representación escrita de un estado ideal imaginado por T.
More. Es decir, la descripción a grandes rasgos de una
utopía política, capaz de contestar a las
limitaciones y carencias de los sistemas absolutistas que
asolaban con su injusto reparto de privilegios, a las poblaciones
de la Europa medieval. No obstante, en ella, el autor parte de
una premisa que, en lugar de hacer más digna la
convivencia, actúa como una arma de doble filo. Intenta
racionalizar todos los actos efectuados por los ciudadanos,
alejándolos de todo sentimiento, emoción o
disturbio, que impida la consecución de un gobierno
dominado por una razón que el propio estado se encarga de
definir. Así, a diferencia del punto de partida de
platón en su república, la prioridad no es
garantizar la seguridad de la población a costa de reducir
sus libertades, sino dotar de sentido a todas sus acciones aunque
esto conlleve un control que
suprima en gran medida su autonomía como individuos. Es
posible que esta obsesión del autor por suprimir las
libertades individuales supeditándolas a la comunidad, sea
fruto de las injusticias que vivió durante su vida entre
las clases altas de la burguesía y la nobleza inglesa,
contemplando como las excentricidades de un rey más
preocupado por su propia existencia que por el bien de su
nación, hacían imposible controlar a las masas de
una país que caía, como sus vecinos, en la
tiranía del dinero. Por eso, es el dinero uno
de los factores que mejor definen la concepción de la
utopía de More. Éste desaparece, quedando relegado
a un papel secundario. Para ello, crea una especie de
república comunista donde se elimina la propiedad privada
y una estricta distribución de trabajos comunitarios
garantiza la producción de las materias primas. Es en
este punto donde la obra de More cojea levemente al no quedar
demasiado claro el modelo de organización laboral entre los
ciudadanos. El autor habla de una distribución equitativa
del trabajo en función de las capacidades de cada
individuo. Así, cada uno desarrolla su oficio u
ocupación según sus aptitudes y las necesidades del
estado. Hasta aquí todo parece correcto, pero si tenemos
en cuenta que Utopía es una nación de abundancia
donde el dinero no se usa como remuneración,
¿qué tipo de compensación reciben los
ciudadanos por las labores que desempeñan? Porqué
si tienen todo cuanto necesitan, seria fácil caer en la
inoperancia y no desempeñar el trabajo
pertinente. Así pues, desahuciado el sentimiento de
necesidad, este estado perfecto sólo sería posible
en un mundo de hombres reflexivos y racionales, que supieran
valorar sus ventajas a largo plazo resistiéndose a los
siempre tentadores placeres de la pereza y la comodidad. Un mundo
que por fortuna o por desgracia no es el nuestro, ni el que
inspiró en su día al autor. De todos modos, y pese
las contradicciones que aparecen a lo largo del relato (por
ejemplo en cuanto al número de habitantes de las
ciudades), Utopía aporta una nueva y genial forma de
concebir el mundo, sentando algunas de las bases del comunismo
(posteriormente desarrollado por Marx en el s. XIX), y sacando a
relucir algunos tabúes en materia eclesiástica como
la aceptación de la figura de la mujer en el
sacerdocio, la permisividad del matrimonio en los
clérigos, o el siempre controvertido asunto del divorcio.
Este último de especial interés, pues resulta
curioso que lo consienta en su utopía, cuando fue su
rotunda negativa de aceptar la separación entre el rey
Enrique VIII y su esposa, uno de los motivos que le costaran la
decapitación el 6 de julio de 1535. Además de la
importancia que posee la religión en la república,
aparecen también aspectos que pueden sorprender a un
lector de nuestro tiempo. Tales son, por ejemplo, los
relacionados con la esclavitud o sobre todo los de índole
médica. Entre estos últimos, cabe destacar por
encima de todos, los referidos a la eutanasia. More imagina un
estado en cuyos hospitales, la manutención de enfermos
cercados por la muerte resulta inaceptable o deshonesta. Es
decir, no se obliga a los moribundos a aceptar un final
inminente, ni siquiera se les trata peor por no hacerlo, pero se
considera honorable resignarse la muerte cuando la vida ya no
resulta digna, incitando de ese modo a morir, a todos aquellos
que ya no albergan esperanzas de curación. Este hecho,
según se relata en el libro, enaltece al enfermo y, a su
vez, reduce los gastos de la
hacienda pública recayendo así en el bien de la
propia comunidad.
Toda esta serie de elementos que aparecen en el texto
original y que, como es lógico, sería imposible de
reflejar en su totalidad sin extenderse demasiado, fueron
descritos por un filósofo del s. XVI y, como tal, es
necesario reiterar que su pensamiento es distinto al que impera
en nuestros días. Por ello algunos aspectos de la obra
como, por ejemplo, los relacionados con la mujer (siempre
subordinada a la tutela del padre o el marido), nos pueden llegar
a parecer machistas o insensatos, así como otros de muy
diversa índole, absurdos e infantiles, pero no debemos
olvidar que además de los importantes cambios
ideológicos sufridos, Utopía es una obra literaria
fruto de la genialidad y la ironía de un autor, y como
tal, no tiene porqué representar el ideal de
perfección pretendido por More (quizá solo quiso
mostrar las nefastas consecuencias de un estado gobernado por la
razón y desahuciado de todo sentimiento emocional).
Así se observa en el muestrario de nombres y
topónimos con que bautiza a algunos elementos del escrito
, o en la última página de su obra donde
irónicamente corta la intervención de Hitlodeo,
recomendándole un descanso antes de seguir profundizando
sobre las costumbres utopianas. Sin embargo, este distanciamiento
del autor respecto a su propia utopía queda posteriormente
matizado con una última afirmación:
"Entre tanto, y si bien no puedo asentir a todo lo que
expuso Rafael Hytlodeo, aunque él sea hombre de una
extraordinaria erudición, y gran conocedor de la
naturaleza humana, confesaré con sinceridad que en la
república de Utopía hay muchas cosas que deseo,
más que confío, ver en nuestras ciudades".
Estas argumentaciones aportan pruebas
suficientes para considerar a "Utopía" como una
sátira aguda y sutil de la sociedad de la época, e
incluso a riesgo de
equivocarnos, de su Inglaterra natal, pero ante todo manifiesta
una voluntad de trascender lo presente y alegar a favor de un
futuro mejor. Por lo tanto, es comprensible que difiramos de
ciertos contenidos y connotaciones subjetivas pero, por encima de
todo, no debemos olvidar que son precisamente algunos de esos
rasgos idealistas, los que han hecho de esta obra un
clásico universal de la literatura utopista.
La utopía
socialista
Sería imposible constatar el momento preciso en que
nació el ideal social-comunista, probablemente porque la
naturaleza de esta tendencia vaya ligada al pensamiento del
hombre desde el momento en que éste se constituye en
sociedad. Por ello, es necesario realizar un breve recorrido por
la historia y observar cuales han sido los precursores de las
teorías que en el s. XI, K. Marx y F. Engels llevaron a la
cumbre con sus publicaciones.
Tras siglos de desigualdades y explotaciones obreras, en la edad
media empezaron a tomar forma las vagas ideas de constituir
comunidades donde la propiedad privada y los intereses
individuales quedaran definitivamente abolidos. Así con la
llegada del renacimiento,
Thomas More deja caer (como hemos comentado en el apartado
anterior), en su obra más conocida, "Utopía", la
posibilidad de suplantar el sistema de intereses particulares,
por una sociedad "comunitarista" capaz de fomentar las relaciones
fraternales y acabar con las desigualdades que suscitaba el
dinero y la propiedad privada. Nacía así la
utopía moderna y se daba comienzo a una tendencia
política.
Más adelante, en el año 1764,
Césare Beccaria (un autor hoy prácticamente
olvidado), escribía un libro de gran repercusión en
la época, titulado "De los delitos y las
penas". Entre tanto, en pleno auge de la
ilustración, ya habían ido surgiendo autores
que contemplaban en sus escritos ideas similares a las descritas.
Así, por ejemplo, Morelly, además de criticar los
estados de su tiempo, teorizaba a favor de una sociedad en la que
los bienes estuvieran en común y aspiraba nada menos que a
la abolición de la idea misma de bien y mal. Así se
empezaba a vislumbrar la idea moderna social-comunista,
predicando al mismo tiempo la abolición de la propiedad
privada y la abolición de toda moral tradicional. Pero
Beccaria era más realista y pese a confiar en el estado
comunista, centró su obra en una cuestión de la que
hasta el momento, pocos se habían percatado. El derecho de
la sociedad a castigar a los ciudadanos. Partiendo de la premisa
que la justicia genera inevitablemente injusticias, dio la
palabra a los delincuentes y propuso sustituir la pena de muerte
y la tortura, por los trabajos forzados. Este hecho parece no
guardar demasiada relación con el tema concerniente, pero
fue el acontecimiento que motivó por primera vez, la
aparición de la palabra socialista en Europa, como un
calificativo peyorativo que definía, según las
figuras conservadoras de la época, la actitud de
Beccaria.
De esta forma y sentadas ya las bases del movimiento, la
necesidad de realizar un proyecto razonable acorde con las
circunstancias del momento, unido a la consternación
provocada por los vagos resultados obtenidos por la Revolución
Francesa (había declarado la igualdad entre los
hombres, pero no una mejora en la vida de las clases
trabajadoras), ocasionó la aparición del socialismo
utópico. Esta tendencia ideológica, fue encabezada
por autores como Saint-Simón (1760-1825), Charles Fourier
(1771-1837) y Robert Owen (1771-1858), que defendieron la idea de
constituir una sociedad emancipada, capaz de garantizar la
igualdad entre ciudadanos. Sin embargo, la iniciativa socialista
de estos personajes, que llegaron aplicar sus tesis en
pequeñas comunidades, fue tildada de utópica por
dos autores que pasarían, con el tiempo, a encabezar estas
teorías. Marx y Engels, años más tarde,
contestaron las propuestas del socialismo utópico,
considerándolo una simple fantasía de la sociedad
futura que, si bien eran útiles para amonestar las
penurias de la época, eran completamente irrealizables.
Así, lejos de contentarse con una crítica
infundada, elaboraron un programa conocido
con el nombre de "Manifiesto Comunista", que promulgaba la
teoría del socialismo científico en
sustitución del utópico.
Con todos estos avances en el pensamiento socialista, se
llegó a la culminación del ideal social-comunista,
pretendido no como una utopía irrealizable, sino como una
revolución
de los modos de
producción tradicionales, capaz de eliminar las
desigualdades que la propiedad privada y el capitalismo
habían ocasionado a lo largo de la
historia.
"El Manifiesto Comunista" de K. Marx y F. Engels
"Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo.
Contra este espectro se han conjurado en santa jauría
todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar,
Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes
alemanes.
No hay un solo partido de oposición a quien los
adversarios gobernantes no motejen de comunista, ni un solo
partido de oposición que no lance al rostro de las
oposiciones más avanzadas, lo mismo que a los enemigos
reaccionarios, la acusación estigmatizante de
comunismo.
De este hecho se desprenden dos consecuencias:
La primera es que el comunismo se halla ya reconocido como una
potencia por
todas las potencias europeas.
La segunda, que es ya hora de que los comunistas expresen a la
luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus
tendencias, sus aspiraciones, saliendo así al paso de esa
leyenda del espectro comunista con un manifiesto de su
partido.
Con este fin se han congregado en Londres los
representantes comunistas de diferentes países y redactado
el siguiente Manifiesto, que aparecerá en lengua
inglesa, francesa, alemana, italiana, flamenca y danesa."
Con esta contundente declaración, iniciaban Marx y Engels
el Manifiesto del partido Comunista. Declarando así,
definitivamente, la guerra al capitalismo y proponiendo al mundo
una alternativa distinta a la sociedad de clases.
Este revolucionario manifiesto, supuso entonces la
consumación de la utopía socialista que desde
hacía años se había intentado llevar a cabo.
No obstante, lo verdaderamente significativo del trabajo
desarrollado por estos dos teóricos, fue el hecho de creer
en la viabilidad de su ideal y elaborar un proyecto serio y
científico, capaz de superar las carencias del socialismo
utópico y convertirse en una alternativa política
factible.
Así en 1846, los gobiernos del viejo continente
advertían la consumación del comunismo y se
esforzaban por contener a los alentados ciudadanos que por fin
veían una salida a tantos años de
sublevación clasicista, mientras que Marx y Engels
seguían aunando esfuerzos para provocar un impacto
aún mayor en la Europa del capital.
Sin embargo, no sería hasta medio siglo después
cuando, por primera vez, una revolución social como las
pretendidas por Marx, acogió su ideal socialista fundando
la primera potencia comunista de la historia. Fueron los
bolcheviques, en 1917, quienes tras derrocar del poder a los
zares, instauraron en Rusia y bajo la dirección de Lenin, un sistema
político basado en las doctrinas marxistas. El cambio
social fue rotundo pero de nuevo la avaricia de un líder
sumió al país en una represión militarista
que marcaría el destino del siglo XX. Más tarde se
extendería este sistema por algunas naciones
asiáticas e iberoamericanas, de las que cabe destacar dos
de las que aún se mantienen en vigor, China y Cuba
respectivamente. No obstante estos proyectos políticos que
tantas esperanzas despertaron entre el proletariado de aquellos
años, no funcionaron y sólo sirvieron para
justificar las injusticias de líderes totalitarios que
acabaron arruinando la economía y la
libertad de aquellos estados.
Ante semejantes resultados, son muchos los que creen que
el fracaso se debió al carácter inviable del ideal,
pero es más probable que todo fuera debido a una mala
aplicación de sus principios. De todos modos, el
socialismo científico que pasó a manos de Marx
(pues ha sido éste su máximo representante a lo
largo de la historia), tras la publicación de su mejor
obra, "El Capital", seguirá siendo una utopía
mientras no llegue el momento de su instauración tal y
como lo quisieron sus creadores. Por ello, y para concluir esta
introducción del mismo modo en que se
inició, acabaremos con una de las afirmaciones que
dejó para la historia el célebre Karl Marx:
". . . no me cabe el mérito de haber descubierto la
existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre
ellas. . . Lo que yo he aportado de nuevo ha sido
demostrar:
Que la existencia de las clases
sólo va unida a determinadas fases
históricas de desarrollo de
la
producción;
Que la lucha de clases conduce,
necesariamente, a la dictadura
del
proletariado;
Que esta misma dictadura no es de
por sí más que el tránsito hacia la
abolición de todas las clases y
hacia una sociedad sin clases. . ."
K. Marx, 1818-1883
Marx
nació en Trier el 5 de mayo de 1818. Estudió en el
gimnasio jesuita de esta misma ciudad y luego, de 1835 a 1841,
estudió derecho, filosofía e historia en Bonn y
Berlín. En 1836 se comprometió con Jenny Von
Westphalen y se alejó de su familia. Intensificó
sus estudios de filosofía y en 1841 obtuvo el doctorado de
tal especialidad en la Universidad de
Jena.
Los estudios de filosofía, historia y ciencia
política que realizó en esa época le
llevaron a adoptar el pensamiento de Friedrich Hegel.
Así, Cuando Engels se reunió con él en la
capital francesa en 1844, ambos descubrieron que habían
llegado independientemente a las mismas conclusiones sobre la
naturaleza de los problemas revolucionarios. Comenzaron a
trabajar juntos en el análisis de los principios teóricos
del comunismo y en la organización de un movimiento
internacional de trabajadores dedicado a la difusión de
aquellos. De este modo, en 1847, Marx y Engels recibieron el
encargo de elaborar una declaración de principios que
sirviera para unificar todas estas asociaciones e integrarlas en
la Liga de los Justos (más tarde llamada Liga Comunista).
El programa que desarrollaron (conocido en todo el mundo como el
Manifiesto Comunista), fue redactado por Marx basándose
parcialmente en el trabajo preparado por Engels, y representaba
la primera sistematización de la doctrina del socialismo
moderno. Las proposiciones centrales del Manifiesto, aportadas
por Marx, constituyen la concepción del materialismo
histórico, concepción formulada más
adelante en la "Crítica de la economía
política" (1859), y concluyen que la clase capitalista
será derrocada y suprimida por una revolución
mundial de la clase obrera que culminará con el
establecimiento de una sociedad sin clases.
Poco después de la aparición del
Manifiesto, estallaron procesos
revolucionarios (las revoluciones de 1848) en Francia,
Alemania y el
Imperio Austriaco, por lo que el gobierno belga expulsó a
Marx temeroso de que la corriente revolucionaria se extendiera
también por el país. En 1849 fue arrestado y
juzgado bajo la acusación de incitar a la rebelión
armada. Aunque fue absuelto, se le expulsó de Alemania y
se cerró su revista. Pocos
meses después, las autoridades francesas también le
obligaron a abandonar el país y se trasladó a
Londres, donde permaneció el resto de sus
días.
Una vez instalado en Inglaterra, se dedicó a
profundizar en sus ideas, publicando nuevos escritos, y a alentar
la creación de un movimiento comunista internacional.
Durante ese período, elaboró varias obras que
fueron constituyendo la base doctrinal de la teoría
comunista. Entre ellas se encuentra su ensayo
más importante, "El capital" (volumen 1, 1867;
volúmenes 2 y 3, editados por Engels y publicados a
título póstumo en 1885 y 1894 respectivamente), que
constituye un análisis histórico y detallado de la
economía del sistema capitalista.
Los últimos ocho años de la vida del
filósofo estuvieron marcados por la miseria financiera y
por un envejecimiento prematuro a partir del cual vivió
cada vez más retraído de trabajar en sus obras
políticas y literarias. Los manuscritos y notas
encontrados en Londres después de su muerte, ocurrida el
14 de marzo de 1883, revelan que estaba preparando un cuarto
volumen de El capital que recogería la historia de las
doctrinas económicas; estos fragmentos fueron revisados
por el socialista alemán Karl Johann Kautsky y publicados
bajo el título de Teorías de la plusvalía (4
volúmenes, 1905-1910).
Resumen de la obra
"EL Manifiesto Comunista" formulado por K. Marx y F. Engels, fue
una declaración orientada a extender el ideal socialista
por todos los países del continente europeo. Por ello,
consta de varios prólogos o prefacios, que fueron enviados
junto al manifiesto, en función del país donde iban
a ser editados. Así consta que se elaboraron unos siete
prólogos que precisaban la intención del escrito en
el contexto en que iba a ser leído. Uno a la
edición alemana de 1872, otro a la rusa de 1882, uno
más a la edición alemana en 1883, cinco años
después, en 1888, se realizó un nuevo
prólogo para la edición inglesa, en 1890 otro para
la alemana, uno más para la edición polaca de 1892
y, finalmente, un último prefacio para la italiana de
1893.
Estas introducciones que acompañaban al escrito
en función del estado y el año en que se publicaba,
eran simples preludios de lo que se promulgaba en el cuerpo de la
declaración y como tales, compartían la misma
voluntad exhortativa, con las pequeñas fluctuaciones que
cada entorno exigía.
El documento original, titulado "Manifiesto del partido
comunista", constaba de cuatro puntos orientados a los distintos
ámbitos de la sociedad, y seguía el siguiente
esquema:
MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA
I -. BURGUESES Y PROLETARIOS
II-. PROLETARIOS Y COMUNISTAS
III-. LITERATURA SOCIALISTA Y COMUNISTA
1-.EL SOCIALISMO REACCIONARIO
a ) El socialismo feudal
b ) El socialismo pequeño
burgués
c ) El socialismo alemán o socialismo
"verdadero"
2-.EL SOCIALISMO CONSERVADOR O BURGUES
3-.EL SOCIALISMO Y EL COMUNISMO CRITICO-UTOPICOS
VI- ACTITUD DE LOS COMUNISTAS ANTE LOS DIFERENTES PARTIDOS DE
LA OPOSICIÓN
Resumir cada uno de los apartados llevaría a una
dilatación excesiva de este resumen, por ello es mejor
realizar un repaso por sus puntos principales destacando los
rasgos más significativos. Así pues, es importante
resaltar los cuatro que forman la columna vertebral del
documento.
I-. Burgueses y proletarios: Este primer capítulo que
encabeza el documento, realiza un estricto y extenso
análisis de la dirección que ha ido tomando la
sociedad con el paso del sistema feudal al capitalismo
burgués. Mediante la presentación del antagonismo
entre la clase burguesa y la obrera, se expone la tesis marxista
de que la eterna lucha entre clases que motivó el
alzamiento de la burguesía por encima de la nobleza,
provocará inevitablemente una revolución social que
alzará a la nueva clase oprimida, el proletariado, por
encima de una burguesía cuyas leyes acabarán
devorándola. En este apartado, además de elogiar el
poder de la burguesía para dominar con su mejor arma, el
capital, a la sociedad de la época, se critica duramente
la pérdida de valores que ésta motiva, y se resalta
la inexorable necesidad de provocar un cambio revolucionario que
será llevado a cabo por una mayoría social
incontenible: el proletariado.
"Sustituyó, para decirlo de una vez, un
régimen de explotación, velado por los cendales de
las ilusiones políticas y religiosas, por un
régimen franco, descarado, directo, escueto, de
explotación."
II-. Proletarios y comunistas: Concretado ya colectivo al que se
dirige básicamente el manifiesto y contestado el desalmado
poder opresor de la burguesía, esta segunda sección
se centra en definir las analogías entre el proletariado y
el partido comunista. Así, con una clara voluntad de
identificar al prometedor movimiento obrero con el ideal
promulgado en el documento, se inicia el discurso con una clara y
definidora pregunta:
"¿Qué relación guardan los
comunistas con los proletarios en general?"
Una vez contestada esta pregunta e identificados los obreros con
el partido comunista, el escrito vierte todo su interés en
una ferviente exhortación contra la burguesía. Se
objetan, mediante sólidas argumentaciones, todas las
acusaciones que este colectivo había ido volcando sobre el
comunismo y se promulga su triunfo político como la
única alternativa realmente justa al discriminatorio
sistema vigente.
Para finalizar, se reconoce que el modo de llegar a la
consumación del estado socialista es complejo y
fluctúa en función del momento histórico en
que es llevado a cabo, pero aún así presenta un
seguido de principios que bien podrían llevarlo a cabo.
Así se mencionan diez normas aplicables en cualquier
estado progresista:
1.a Expropiación de la propiedad inmueble y
aplicación de la renta del suelo a los
gastos públicos.
2.a Fuerte impuesto
progresivo.
3.a Abolición del derecho de herencia.
4.a Confiscación de la fortuna de los emigrados y
rebeldes.
5.a Centralización del crédito
en el Estado por medio de un Banco nacional
con capital del Estado y régimen de monopolio.
6.a Nacionalización de los transportes.
7.a Multiplicación de las fábricas nacionales y de
los medios de producción, roturación y mejora de
terrenos con arreglo a un plan colectivo.
8.a Proclamación del deber general de trabajar;
creación de ejércitos industriales, principalmente
en el campo.
9.a Articulación de las explotaciones agrícolas e
industriales; tendencia a ir borrando gradualmente las
diferencias entre el campo y la ciudad.
10.a Educación pública y gratuita de todos los
niños. Prohibición del trabajo
infantil en las fábricas bajo su forma actual.
Régimen combinado de la educación con la
producción material, etc.
Con este ejemplo de los principios que podrían aplicarse,
se clarifica todavía más el modelo de estado que
promovían Marx y Engels, concluyendo este capítulo
con un breve enunciado que afirma la utopía socialista
como un sistema ideal capaz de acabar con la lucha de clases y,
de ese modo, con la necesidad misma de establecer un gobierno que
las dirija.
III-. Literatura socialista y comunista: Esta parte del
manifiesto está encaminada a comentar la evolución
de la literatura socialista con el paso de los años. Se
inicia con el socialismo reaccionario del que destaca, junto a
otros dos, al feudal, mostrando como fueron los propios miembros
de la nobleza quienes lo usaron para arremeter contra el
creciente poder de la burguesía, aliándose con un
incrédulo proletariado que nunca llegó a
creérselo. Se hace referencia también al socialismo
clerical cuyos miembros, siempre ligados al feudalismo
medieval, apoyaron la desfachatez del aristócrata, para
mantener los bienes de que habían disfrutado hasta la
fecha. En segundo lugar se analiza también el socialismo
"pequeñobugués". Este movimiento literario, se
reconoce como un digno medio de crítica contra la nueva
burguesía, capaz de reprochar las contradicciones del
nuevo régimen de producción, y según
palabras del propio manifiesto, el motor que "Ha
desenmascarado las argucias hipócritas con que pretenden
justificarlas los economistas. Ha puesto de relieve de
modo irrefutable, los efectos aniquiladores del maquinismo y la
división del trabajo, la concentración de los
capitales y la propiedad inmueble, la superproducción, las
crisis, la inevitable desaparición de los pequeños
burgueses y labriegos, la miseria del proletariado, la
anarquía reinante en la producción, las
desigualdades irritantes que claman en la distribución de
la riqueza, la aniquiladora guerra industrial de unas naciones
contra otras, la disolución de las costumbres antiguas, de
la familia
tradicional, de las viejas nacionalidades." Pero, pese a su
incipiente labor en la denuncia del sistema burgués, se
critica duramente su cobardía a la hora de proponer
soluciones, pues su mayor logro sería volver al antiguo
sistema de producción feudal, en lugar de sugerir una
renovación en todos los ámbitos de la sociedad.
Para concluir, y como colofón final del socialismo
reaccionario, se menciona una última variante. El
socialismo alemán o "verdadero" socialismo. Esta corriente
literaria que llegó Alemania con las doctrinas de la
conflictiva sociedad francesa, fue tomada y estudiada por los
filósofos e intelectuales del país. Así, en
poco tiempo, su literatura ya había adoptado este
pensamiento socialista desde la visión del pueblo que no
padece el conflicto, es decir, desde una perspectiva
completamente imparcial e inocente ajena a la realidad. Pero
cuando la nación alemana y prusiana sintió en sus
carnes el empuje burgués y comprendió que el
sistema imperante se tambaleaba, los gobiernos vieron en aquellas
doctrinas socialistas el bálsamo idóneo para paliar
las embestidas del nuevo orden. Así, la literatura
socialista fue adoptada por los altos cargos gubernamentales,
perdiendo toda su inocencia para convertirse en una arma
más del poder político contra la temida
burguesía. De este modo, el ideal socialista, se vio de
nuevo sumido en la contradicción y en lugar de abanderar
la revolución proletaria, abrazó el conservadurismo
feudal de los poderes nobiliarios para contrarrestar el
capitalismo burgués.
Criticada ya literatura del socialismo reaccionario, se
abre un segundo punto destinado al socialismo burgués o
conservador. Este breve apartado, centra las miradas en un grupo
de la burguesía que, consciente del peligro que
entraña el descontento proletario, predica una serie de
medidas que apacigüen los ánimos y contribuyan a la
estabilidad de su sistema de producción. Para ello,
destapan una literatura demagoga, que pide leves reformas en
favor de una burguesía más conservadora que proteja
y ampare los intereses del proletariado. Así, lanzan
gritos como ¡Pedimos el librecambio en interés de la
clase obrera! o ¡En interés de la clase obrera
pedimos aranceles
protectores! Arengas retóricas y contradictorias que
desatan la burla de los autores del documento al contemplar la
hipocresía con que argumentan y amagan el único
interés de mantener el sistema capitalista. Así, al
final del fragmento, encontramos una irónica frase que
bien define la opinión de Marx y Engels sobre estos
escritos:
"Todo el socialismo de la burguesía se reduce, en
efecto, a una tesis y es que los burgueses lo son y deben seguir
siéndolo… en interés de la clase
trabajadora."
Finalmente, el capítulo destinado a la literatura
socialista, concluye con una última mención del
socialismo y el comunismo crítico-utópico. Este
movimiento idealista es identificable con el socialismo
utópico mencionado en el punto 2.3 (la utopía
socialista). Así es la diana de duras críticas por
su excesivo contenido utópico. En el manifiesto se habla
de su aportación a las doctrinas socialistas, sobre todo
por el hecho de haber tenido la valentía de proponer un
sistema social con principios semejantes a los marxistas, pero se
arremete contra el modo en que autores como Owen, Fourier o
Saint-Simón, lo intentaron llevar a cabo. Y es que es en
este sentido, donde encontramos la principal diferencia entre el
socialismo utópico propuesto por estos autores y el
científico de Marx y Engels. Los primeros tenían
los ideales correctos, pero descuidaron el peso de la historia en
la sociedad e inventaron el proceso que esta debía seguir
hasta llegar a su doctrina, mientras que los segundos,
promovieron en sus escritos un estudio científico basado
en el materialismo
histórico, que, partiendo de un profundo conocimiento de
los procesos que motivan la evolución social, permitiera
llegar al conocimiento de los principios básicos que
motivarían este cambio. Es decir, tildaron de ilusorio y
fantástico el socialismo utópico por estar basado
en las creencias de sus ideólogos y, por ello, presentaron
en este manifiesto, un proyecto científico y contrastado
que, en su opinión, estaba más cerca de la realidad
que de la utopía.
IV-. Actitud de los comunistas ante los otros partidos de la
oposición: El manifiesto del partido comunista finaliza
con este último capítulo, la arenga que realiza no
sólo al proletariado sino a toda la sociedad. Así,
se constata el rumbo que tomarán los partidos comunistas
en los distintos estados europeos, alegando que estará
siempre del lado de las fuerzas políticas más
revolucionarias con el fin de derrocar siempre el sistema de
propiedad imperante en cada momento. Con esto se anticipa la
inevitable proximidad de una revuelta proletaria en Alemania,
más poderosa aún que las sucedidas en Francia o
Inglaterra. Una revolución comunista que alzará por
fin al proletariado en la cumbre del poder instaurando un sistema
de producción y propiedad que cambiará el mundo de
los años venideros. Muestra de todo ello es el
último fragmento del escrito que anticipa lo acontecible y
clama por la revolución:
"Los comunistas no tienen por qué guardar
encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran
que sus objetivos
sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo
el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases
gobernantes, ante la perspectiva de una revolución
comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que
perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un
mundo entero que ganar.
¡Proletarios de todos los Países, unios! ."
Valoración crítica
Como hemos visto en el resumen, el manifiesto fue una clara
declaración de principios del social-comunismo
científico ante la sociedad de un s. XIX que se
rendía a los pies del hegemónico poder
burgués. Este documento destinado a la exaltación
del proletariado y a la revolución de éste contra
los poderes del estado, sembró una profunda inquietud en
los gobiernos europeos de la época, que veían como
una tormenta comunista se abalanzaba sobre sus naciones. Tanto es
así que, aún hoy, su contenido permanece vigente y
es capaz de dibujar una sociedad que parece no haber cambiado
tanto como pensamos. Por ello, son tantos los pensadores que no
dudan en tildar de utópico y demagógico el discurso
que se promulga. Quizá porque sea cierto (pues la clara
voluntad persuasiva y la idealista sociedad que presenta, son
evidentes), pero por encima de todo esta reacción contra
su ideal de perfección, es motivo del conflicto de
intereses que ocasionaría su instauración en una
sociedad como la de su nacimiento.
Pero Marx, que había estudiado la
evolución social y los motivos de su cambio a lo largo de
la historia, conocía bien el rumbo que estaba tomando su
propuesta y anticipaba claramente en el manifiesto como se iba
producir la transición a su modelo comunista. Consciente
de las lacras capitalistas, vaticinó una revuelta
proletaria capaz de acabar con el imperio de la burguesía
y, sin vacilaciones, afirmó rotundamente que esta
revolución sería inevitable y no dependería
del curso de los acontecimientos, pues era una consecuencia
directa de los procesos históricos. Pero las cosas no
fueron como le hubiera gustado a Marx. Por un lado acertó,
pues no pasaría mucho tiempo hasta que los proletarios
bolcheviques se alzaran en el poder tras derrocar salvajemente a
los zares rusos, pero sus doctrinas no fueron llevadas a cabo y
el ideal comunista no fue más que una justificación
del estado militarista y totalitario que Lenin, y años
después Stalin, usaron para saciar sus ansias de dominar
el mundo. Este hecho, unido a la expansión capitalista de
América
y Europa, rezagó al prometedor comunismo de Marx y Engels
a un segundo plano, marginado por las nuevas formas de la
creciente economía y abatido por las derrotas que
sufrió el ideal tras la segunda guerra
mundial.
No obstante, la utopía socialista, abrió
los ojos de cuantos consideraban al capital como único
motor de la evolución social. Mostrando un nuevo horizonte
capaz de ofrecer modernas y esperanzadoras alternativas a la
más abundante y castigada clase: los asalariados. Por eso
su aportación a nuestra historia fue tan importante.
Porque defendió a los débiles criticando las
lagunas en que se ahogaba la burguesía y lo que es
más loable, ofreciendo una propuesta seria y sensata que,
pese a todo, muchos no supieron o no quisieron entender.
Aún así, Marx pecó de impetuoso y se
dejó llevar por un pensamiento demasiado radical.
Probablemente acicateado por la pasividad de predecesores como
Owen o Fourier, presentó la violencia revolucionaria como
única elección, confrontando su política con
los ordenes tradicionalmente establecidos y así, aunque
alió su partido con otras fuerzas gubernamentales, nunca
llegó a tener el apoyo de las clases bien estantes.
Además, algunos de sus principios eran demasiado atrevidos
y conducían a una política reformista que ninguna
de las sociedades de
la época hubiera podido asimilar. Por lo tanto, era
difícil conseguir el convencimiento absoluto de la
población respecto a sus ideas y la utopía de los
inicios, se convertía en una apuesta demasiado arriesgada
que ningún gobierno estable quería
asumir.
Todo esto ha llevado a una devaluación de los valores socialistas que,
como es natural, han sido considerados por los vencedores de la
historia, como una delicada utopía que sucumbió
ante sus propias quimeras. No es extraño que así
haya sido, incluso es lógico que el lugar que estas ideas
ocupan en nuestra sociedad no sea el más privilegiado
(pues no debemos olvidar que el mundo se mueve por intereses
económicos y éstos sólo obtienen
justificación dentro de un sistema capitalista), sin
embargo, el comunismo bien entendido es y será siempre la
voz del proletariado, y no debemos olvidar que la fuerza de la
mayoría es, por naturaleza, más poderosa que el
dinero de unos pocos. Por ello el manifiesto comunista que vio
por primera vez la luz en 1848, mantiene hoy, en contra de lo que
piensan muchos, toda su vigencia. Porque si el proletariado era
mayoría hace 150 años, más mayoría es
en nuestros días, y por que si el candente librecambio
burgués avivaba las desigualdades entonces, más las
aviva la globalización económica de nuestro
tiempo. Sin embargo, y por fortuna, la expansión
económica del siglo XX y sus repercusiones en el nuevo
siglo que acontece, nos ha aportado una estabilidad que aleja
considerablemente la sombra comunista del socialismo
científico, pero no por ello se ha resistido a
desaparecer, pues mientras haya lucha de clases (y no hay duda
que la habrá), seguirá planeando sobre nosotros la
alternativa que hace ya un siglo y medio, nos propusieron K. Marx
y F. Engels.
Con todo esto, parece obvio que las revoluciones
marxistas llegarán algún día a completarse y
sólo así, contemplando la marcha proletaria en su
camino por las desigualdades del capitalismo, comprobaremos si
los principios del "Manifiesto comunista" fueron o no una mera
utopía.
La utopía del siglo XX: la
antiutopía
Tras la abundancia de textos utópicos en el renacimiento y
los años posteriores, la llegada del siglo XX no fue sino
una sucesión de adaptaciones más o menos elaboradas
de las obras ya conocidas. Por ello, la utopía idealista y
esperanzadora que plasmaron sobre el papel More, Campanella o
Bacon, perdió interés y los autores modernos, que
empezaban a despertar del sueño, contemplaban horrorizados
las atrocidades que las guerras
mundiales y el peligroso rumbo del progreso, estaban causando en
las sociedades "civilizadas". En este conflictivo y
descorazonador contexto, la utopía parecía ya no
tener sentido y con ella el sentimiento de llegar a un mundo
perfecto, tan lejano que ni siquiera merecía la pena
soñar despiertos. Así, con la llegada de este
pesimismo generalizado, en Europa nacía una nueva
literatura que contestaba a las utopías de antaño:
la antiutopía. Estas obras, dominadas por una consternada
desilusión, no eran simples modelos de la antítesis
utópica, sino utopías como las ya conocidas
observadas desde una perspectiva distinta. Bajo este manto
ideológico que influía el pensamiento de todos los
escritores e intelectuales contemporáneos, surgieron obras
maestras de la literatura universal. Novelas
fantásticas que tras una aparente cercanía a la
ciencia ficción, constituyeron verdaderas profecías
de nuestro tiempo, con las que nos hemos sentido identificados
desde su publicación. Entre estos escritos, destacan por
sus acertadas visiones, dos de las más celebres
antiutopías de la historia de la literatura. "Un mundo
feliz" de Aldous Huxley y " 1984" de George Orwell, mostraron al
mundo las garras de una sociedad perfectamente desastrosa y
expusieron con fidelidad y cordura los peligros que
entrañaría vivir en un mundo ideal.
Sin embargo, para poder conocer con certeza el sentido
de estos escritos y poder discernir entre sus aspectos
sarcásticos y sus verdaderas intenciones, es necesario
conocer también la relación que existe entre la
utopía y su respuesta actual, la
antiutopía.
La antiutopía
Cuando la utopía resulta insuficiente para referirnos a
las distintas concepciones de estado ejemplar y, sobre todo, a
las repercusiones negativas que pudiera comportar la sociedad
perfecta, surge el termino de antiutopía (también
substituible por otros semejantes como distopía,
contrautopía o atopía), que aparece para contestar
los contraproducentes efectos que un mundo ideal y perfecto
podría acarrear sobre la humanidad. Buscar una
definición ecuménica y precisa de estas nociones no
es, en absoluto, tarea fácil, pues más allá
de su significado enciclopédico, poseen una riqueza
conceptual demasiado extensa. Por ello, establecer una
distinción entre utopía y antiutopía nos
remite a la ambigüedad de su significado. La utopía,
como muestra el primer punto (definición del concepto),
debe entenderse como un proyecto irrealizable e ideal, que
aplicado a la sociología o la política, se
entiende como el plan que pretende la consecución de una
sociedad o un estado perfectos. Pero cuando esta
perfección se torna en contra de los propios individuos
anulando sutil y eficazmente sus mecanismos de autonomía,
aparece una consecuencia contraria a la voluntad de la
utopía. Sin embargo, esta cara oscura del pensamiento
utópico, no es por definición su antónimo,
sino una perspectiva distinta del idealismo inocente con que
mirábamos inicialmente la utopía. Ésta es,
probablemente, la clave del antagonismo entre la utopía y
la antiutopía. Cada término responde a un punto de
vista distinto sobre un mismo objeto, la visión idealizada
de la sociedad perfecta. Esta sutil diferencia esta motivada por
el siempre relativo significado de la palabra
"perfección". Así, por ejemplo, para Platón
la perfección se fundamentaba en la infalibilidad de la
justicia, por lo tanto, para él, el estado perfecto era el
estado justo. No obstante, para Marx, la sociedad ideal pasaba
por la completa igualdad entre los ciudadanos, sin fronteras
económicas ni clasistas. De esto se deduce algo curioso, y
es que la utopía platónica, probablemente
suponía una antiutopía para la concepción
social marxista, y el socialismo científico que Marx y
Engels concibieron como única utopía real y viable,
a buen seguro, era para Platón una antiutopía con
nefastas consecuencias para el bien de la nación.
Así pues, el paralelismo entre utopía y
antiutopía durante la historia a sido tan sutil como
conflictivo, y su escaso carácter universal las ha
mantenido siempre cercanas al relativo subjetivismo
individual.
Sin embargo, pese a las analogías y peculiaridades de su
significado, la antiutopía fue de gran ayuda para acoger
las corrientes literarias que, invadidas por la
frustración y el desengaño generalizado, invadieron
el idealismo utópico con su oscura visión
futurista. Brotaban de ese modo las primeras obras de la
literatura antiutópica y la utopía romántica
quedaba rezagada a los ilustrados autores del renacimiento,
cediendo así terreno ante las nuevas ideas del siglo
XX.
Eric
Arthur Blair, nació en 1903 en Motihari (india), hijo
de una familia británica. Prestó sus servicios en
la Policía Imperial India destinado en Birmania, de 1922 a
1927, fecha en que regresó a Inglaterra. Enfermo y
luchando por abrirse camino como escritor, vivió durante
varios años en la pobreza,
primero en París y más tarde en Londres y a
raíz de esta etapa empezó a escribir algunos
escritos bajo el pseudónimo de George Orwell. Su agudo
sentido crítico y el feroz realismo con
que describió la sociedad de su tiempo, le lanzó a
la fama con prestigiosas novelas como "Homenaje a
Cataluña" (1938), "Rebelión en la granja" (1945) o
"1984" (1949) entre otras. Esta última de gran
interés por su inquietante y aterradora descripción
de un futuro permanentemente vigilado por el Gran
Hermano.
En 1984, Orwell realiza la descripción de un
tétrico y opresivo futuro con fecha concreta. Todo empieza
tras una gigantesca revolución que alza en el poder a un
curioso partido totalitario presidido por el Gran Hermano. Una
vez instaurado el sistema político a seguir, se inicia una
política opresora que acabe con la autonomía y las
libertades de conciencia y,
para ello, se establece un tiránico control sobre los
individuos desde cada uno de los cuatro ministerios que rigen el
gobierno. El ministerio de la verdad, encargado de adaptar la
historia, controlar las noticias y gestionar la educación
y el arte. El ministerio de la paz, responsable de los asuntos
bélicos, el ministerio del amor, responsable de mantener
la ley y el orden, y el ministerio de la opulencia, encargado de
administrar la economía. En esta sociedad controlada hasta
límites
insospechados, todos los ciudadanos que son considerados como
tales (no lo son los proles, a quienes se separa y margina para
no perturbar la conciencia colectiva), se encuentran bajo una
total anulación ideológica, que ha sido llevada a
cabo gracias a la creación de una "neolengua" y el
"bipensar", capaces de suprimir toda forma de contestación
hacia el estado y darle la razón en todo momento,
amparándose en la ambigüedad. Todos los ciudadanos
salvo uno. Winston Smith, que trabaja en el ministerio de la
verdad reconstruyendo la historia para adecuarla a la Verdad del
partido, ha sido capaz de conservar su autonomía y, a
raíz de algunas disidencias con el gobierno, empieza a
dudar de la sociedad y se rebela contra el partido ingresando en
un grupo opositor junto a la mujer que le ha conducido a la
desobediencia más allá del mero pensamiento, Julia.
En este instante de la obra, el autor nos da algunas pistas sobre
la situación general del mundo en que se desarrolla la
acción. Estamos en Londres, pero el Reino Unido ha
desaparecido y el Gran Hermano gobierna con su partido uno de los
tres estados que han surgido, Oceanía.
Los otros dos son Eurasia y Eastasia y se encuentran en guerra
constante dos contra uno, pero con la peculiaridad de que los
aliados pueden pasar al bando enemigo sin mayor trascendencia.
Sin embargo las victorias en la guerra no son demasiado
prioritarias, pues ésta es tan sólo un mecanismo de
control sobre los pueblos. Así, al final de la obra, se
llega al castigo del protagonista y finalmente a la
capitulación. Pero por encima de todo, Orwell nos deja con
una inquietante afirmación que, aunque hoy nos suene a
broma, debería incitarnos a una reflexión sobre la
sociedad en que vivimos:
"El Gran Hermano te vigila"
Cuando Orwell escribió esta obra maestra de la ciencia
ficción, fueron muchos los que no dudaron en acusarle de
atentar contra el comunismo soviético, arremetiendo contra
la política socialista y criticando desde una perspectiva
aliada la que podía llegar a ser la antiutopía
comunista del futuro. Pero no era ese el propósito de
Orwell. El autor no estaba en contra del socialismo, ni
pretendió en ningún momento arroyar su
ideología. Lo que intentó Orwell con sus escritos
fue mostrar al mundo los peligros que una política como la
llevada a cabo por Stalin, Hitler o Franco
tras la Segunda Guerra
Mundial podría suponer para nuestro mundo. Por ello,
en su novela, el autor realiza una serie de comentarios y toma
unas determinadas actitudes que
contribuyen a asociar su relato con algunos hechos vividos en la
Europa de mediados de siglos. Es obvio que Orwell, como ciudadano
británico, describe su visión del mundo desde la
perspectiva aliada, por ello su protagonista, Winston Smith, fue
bautizado con el nombre del líder ingles de la
época, Winston Churchill, unido a un apellido común
y luchaba contra el totalitarismo de un gobernante opresor y
déspota fácilmente identificable con la figura de
Stalin. Además, algunos fragmentos del libro, así
como ciertos procedimientos de
las autoridades, encuentran analogías en acontecimientos
reales que han pasado a la memoria de
la historia. Así, por ejemplo, el proceso de
reconstrucción del pasado para ajustarlo a la voluntad del
partido, no es más que una recreación
de lo que hicieron los estalinistas con Trotski cuando este
dejó de interesarles, retocando las imágenes en las
que aparecía junto a Lenin con el propósito de
borrarle de la conciencia colectiva, como si nunca hubiera
existido, o más sorprendente aún, la curiosa
rivalidad que se establece en la obra entre las tres naciones
existentes con un continuo cambio de identidad
entre aliados y enemigos, es, simplemente, la narración
simbólica de lo ocurrido tras la famosa firma entre Stalin
y Hitler (tanto nazis como comunistas no encontraron
objeción alguna en lo sucedido). Con todo esto parece
evidente que la intención del autor al escribir "Mil
novecientos ochenta y cuatro", no fue simplemente la de criticar
con alegorías interesadas la política socialista,
ni realizar una profecía catastrofista de nuestro tiempo
(pues las afirmaciones que realizó estaban ya presentes en
el seno de la Europa de la posguerra), sino mostrar su repulsa a
todas las formas de totalitarismo que por desgracia habían
conquistado la escena política europea del modo más
contundente posible. Mostrando las consecuencias que una sociedad
como aquella llegaría a infundir sobre las generaciones
más próximas y dejándonos como único
y valioso legado algunas reflexiones sobre nuestro mundo que
quizá todos debiéramos tener presentes para evitar
un futuro que podría echársenos encima:
"¿cómo sabemos que dos y dos son cuatro, que la
fuerza de la gravedad funciona, o que el pasado es inalterable?
Si tanto el pasado como el mundo externo existen sólo en
la mente, y la mente es controlable, ¿qué pasa si
eso es así?"
Si
"1984" fue, y sin duda es todavía, considerada una obra de
arte de la ciencia ficción, que menos se podría
decir de "Un mundo feliz" de A. Huxley. Esta genial novela que
surgió de la exasperada mente de un autor dominado por
la
drogadicción, fue inquietante en su tiempo por los
nefastos hechos que auguraba y sigue siéndolo hoy
día por la impotencia con que contemplamos su
proximidad.
Aldous Leonard Huxley nació el 26 de julio de
1894, en Godalmine, cerca de Londres, hijo de una familia ligada
al mundo del arte y la cultura y nieto del sabio inglés
Thomas Huxley. En 1916 editó The Burning Wheel, un
poemario que reunía lo mejor de su producción
adolescente y en el resto de su vida publicó más de
treinta libros, entre novelas, poesía, relatos, ensayos
filosóficos y literarios, de los que Contrapunto (1928)
fue su novela más difundida. Más tarde, sus
escritos serían recopilados y publicados en colaboraciones
periodísticas y tras mantener contacto con personalidades
de la época, sería iniciado espiritualmente por
Prabhavananda, líder de una orden hindú del que se
distanció por culpa de los continuos experimentos del
autor con dos drogas
psicodélicas: la mezcalina y el LSD. Finalmente,
sería esta última sustancia la que
envolvería su muerte, en 1963, el mismo día del
fallecimiento de J. F. Kennedy.
Sin embargo, de su vasta bibliografía cabe destacar
la novela que
mejor representa su aportación a la literatura de nuestro
tiempo. "Un mundo feliz", publicada en 1932, le
proyectaría años más tarde como gran el
profeta de la era tecnológica por su cuestionamiento de
las dudosas ventajas que el progreso y los avances
científicos tendrían sobre las nuevas
generaciones.
"Breave New World" (es este el título original de
la obra), es una genial novela que ejemplifica la demencia del
progreso en manos del estado. La historia se desarrolla en una
nación universal creada por una especie de dios mortal
conocido con el nombre de Henry Ford. Este mundo alienado del
pasado y los valores morales de nuestra sociedad, se sustenta en
tres grandes pilares que, a su vez, le dotan del falso sentido
que le ha sido arrebatado. Por una parte está la
adoración a este creador que "abrió" los ojos de la
humanidad instaurando su sistema perfecto. En segundo lugar
destaca el soma, la droga que les
ayuda a evadir las preocupaciones y les somete con su
efímera felicidad a la voluntad del estado y, por
último, el sexo, que una
vez exento de connotaciones impúdicas u obscenas, es
practicado desde la infancia para aliviar tensiones como un
juego
más, carente de prejuicios. Estos tres elementos que
conforman la estructura del estado, son como una religión
para los ciudadanos y unido a las demás imposiciones del
sistema contribuyen a la concepción de una nación
deshumanizada, una nación que debido a su carácter
universal se traduce la en degradación de un mundo
paradójicamente feliz.
Esta deshumanización generalizada es llevada a
cabo mediante un proceso que brillantemente advirtió
Huxley en su tiempo: el condicionamiento genético. Los
individuos son creados en serie y en laboratorios especializados
que, mediante un proceso bioquímico logran alumbrar seres
humanos divididos en cinco castas (alfa, beta, gamma, delta y
épsilon), moduladas, a su vez, en otras dos subdivisiones
(más y menos). De este modo los individuos alfa
más, son atractivos e inteligentes y su trabajo
está basado en el intelecto, mientras que los
épsilon menos, son feos y su intelecto sólo les
permite desempeñar labores con esfuerzo físico. Sin
embargo, con la llegada de la adolescencia
son sometidos a unas sesiones de hipnopedia que condicionan su
modo de pensar adecuándolo las características de
su casta y sometiéndolo a los requerimientos del estado y,
con ello, su vida posterior es feliz independientemente de la
clase a la que pertenezcan. En este adulterado entorno, es
difícil encontrar individuos con autonomía capaces
de contraponer sus ideas a las del estado, pero como en "1984",
un personaje de nombre curioso, Bernard Marx, salpica la trama
con su incertidumbre. Bernard es un ser creado por laboratorio,
pero con una característica que le hace sentir distinto.
Su condicionamiento es de alfa más, pero debido a un fallo
en el proceso, es más bajo y fuerte de lo normal. Este
hecho motiva en él un sentimiento de rechazo que le
impulsa a dudar de la sociedad y a viajar a la reserva, lugar
donde conocerá a Jhon (junto a Bernard el único
personaje importante que no toma soma) y se convertirá en
un "salvaje", popular por su rebeldía ante el estado.
Estos hechos le llevarán a reunirse con el máximo
dirigente de la nación y a conocer, de primera mano, la
verdad sobre el pasado oculto de su mundo (la existencia de la
religión, los clásicos de la literatura y un
seguido de conocimientos que habían sido amagados para no
perturbar la estabilidad social). Al final de la obra, Jhon se
suicida al no poder soportar la presión
que ejerce sobre él la sociedad y su entorno (recordemos
que no podía evadirse, puesto que no tomaba soma) y
Bernard, que es destinado a una isla alejada de la
civilización por sus desobediencias, descubrirá que
es feliz conviviendo con seres normales como
él.
Como hemos podido ver en este breve resumen, el mundo
feliz de Huxley es, en ocasiones, muy parecido a "1984" de
Orwell. Por ello, cuando pretendemos realizar la
valoración de una de estas obras surge, por doquier, la
otra. Esto es debido a las ineludibles semejanzas que encontramos
entre ambas y a las repercusiones que en nuestros días
están teniendo estos escritos. Así, si en "1984"
decíamos que Orwell debió pensar en el fatal
desenlace del totalitarismo de Stalin y sus falacias comunistas,
en "Un mundo feliz" encontramos un juego de palabras que nos
recuerda inevitablemente al socialismo marxista. Esto queda
reflejado, por ejemplo, en el nombre de dos personajes
básicos en la trama: el protagonista, Bernard Marx y su
superior, Sirojini Engels. No resulta sencillo averiguar con que
propósito bautizó Huxley a sus personajes de este
curioso modo, incluso es difícil saber si lo hizo con
alguna intención concreta, pero es evidente que, al
hacerlo, creó una correspondencia entre su
antiutopía y el social-comunismo marxista. Probablemente
porque, como Orwell, el autor era un ciudadano británico
que veía como el comunismo soviético (basado en las
doctrinas del socialismo científico), avanzaba en su
camino opresor por las libertades de una Europa devastada por la
guerra, convirtiéndose en una superpotencia y amenazando
al mundo con su política militarista e intransigente. Sin
embargo, pese a las críticas (interesadas o no) que
pudiera recibir este libro, es indudable que se trata de una obra
maestra y, si nos despojamos de prejuicios, nos daremos cuenta de
la lucidez con que Huxley vislumbró algunas de las
atrocidades de nuestro tiempo.
Y es que aunque resulte curioso, mas allá de la
historia y del mundo imaginado por Huxley, se esconde, a modo de
anticipo, un preciso retrato de nuestra sociedad. Organizada
desde una "élite" dudosamente preparada, estamos sometidos
a una injusta distribución clasista que nos divide
limitando nuestro poder de actuación y adquisición.
No obstante, y como se remarca en la genial novela, el
inconformismo y la insatisfacción no inquietan a los
ciudadanos, pues en el fondo, la creencia generalizada de una
falsa libertad y la permisividad de que disponemos para lograr
placeres efímeros y fugaces, disfraza las desigualdades y
logra acallar las voces de los pocos cuerdos cuyo inconformismo
no ha sumido ante las vagas recompensas que ofrece nuestra
comunidad. Así, las clases altas (poseedoras de la inmensa
mayoría del capital) son felices por que tienen el mando,
el poder para solventar sus necesidades y la capacidad de
satisfacer sus caprichos. Las medias están dispuestas a
ignorar su subordinación, a cambio de sentirse superiores
al sublevado vecino. Además, disponen de medios
suficientes para desatar sus ansias de consumo y
sosegar de ese modo, las pocas inquietudes que aún brotan
de su resignada voluntad y las bajas, por que consideran que
satisfechas sus necesidades básicas, pueden consolarse con
la idea de que siempre habrá alguien en peores
condiciones, y les basta con tener sus programas
favoritos para que, a modo de bálsamo y en peligrosa
combinación con su minante rutina, logren evadir la
monotonía, sin tiempo para pensar en soluciones milagrosas
o panaceas universales.
Es así un mundo también feliz el que nos
rodea. Con ciudadanos a su vez convencidos de su bienestar y
satisfechos con la vida que quizá el destino, y no el
estado en este caso, les ha otorgado. Educados con la idea de
permanecer agradecidos a su sociedad por la falsa
autonomía que les ha concedido. No hay soma pero si
prozac, flunitrazepan y un vasto repertorio de antidepresivos
cuyo uso se está generalizando sin que apenas nos demos
cuenta del efecto que tienen sobre nuestra integridad
intelectual. Quizá por este ligero símil, la obra
de Huxley ha sido tan valorada, analizada y, sobretodo,
considerada como una de las grandes antiutopías de su
generación, siendo así una válida muestra de
los peligros comportados por una sociedad idealizada entorno al
siempre conflictivo concepto de la felicidad y poniendo de este
modo en duda, el significado de esta noción en la vida de
los individuos. Por todo esto, y como punto final a este
comentario, no estaría de más reflexionar sobre el
rumbo que le estamos dando a nuestro mundo, y que mejor forma que
hacerlo con una cuestión que debería brotar de la
inquieta mente de todo ser humano: ¿Vivir para ser felices
o ser felices para vivir?
Para acabar este recorrido por las antiutopías
del siglo pasado, es digno de ser contemplado y analizado el
contenido de una obra que, pese a no ser tan popular en este
ámbito como las anteriores, resulta sumamente interesante
por el contexto y el planteamiento con que se lleva a cabo. "El
señor de las moscas", que dista considerablemente de
"1984" y "Un mundo feliz"en lo que trama se refiere, posee en sus
páginas una continua sucesión de reflexiones sobre
el ser humano en su dimensión social, que hacen de la
novela algo más que una simple historia de
aventuras.
"El señor de las moscas" de W.
Goldin
William Goldin nació en 1911 en St. Columb Minor
(Cornwall) y posteriormente, estudió en Oxford donde,
años después, impartiría seminarios de
lengua inglesa. Trabajó en el teatro como actor
y autor, aunque prefirió dedicarse a la enseñanza
hasta que decidió alistarse en la marina durante la
Segunda Guerra Mundial.
Fruto de estas experiencias y una vez retirado de las acciones
bélicas, se centró de nuevo en la literatura y,
así, en 1954 una genial obra, "El señor de las
moscas", le encumbraría definitivamente. Esta novela, que
reflejaba gran parte de las vivencias de Goldin durante la
guerra, mostrando el paso de la inocencia infantil a la barbarie
generalizada en unos niños extraviados y alejados de la
civilización, sería considerada como una de las
grandes obras de la literatura del siglo XX. Más tarde,
seguirían otras novela de similares temas como "Los
herederos" (1955) y Martín el náufrago (1959),
así como distintos ensayos e incluso una obra de teatro,
"The brass butterfly" (1958), que le harían justo
merecedor del premio novel de literatura en 1983 y el
nombramiento de Sir en 1988.
"El señor de las moscas", describe la
evolución de unos treinta niños que, tras un
accidente aéreo, resultan abandonados y sin supervisión adulta en una isla desierta a
la espera de ser rescatados. Todo empieza cuando el avión
en el que viajaban se precipita sobre un islote en medio del
océano causando la muerte de todos los adultos que en
él se encontraban. Tras tomar conciencia de lo sucedido,
Ralph y Piggy (dos de los supervivientes), deciden ir en busca de
los demás compañeros de viaje. Para ello, advierten
la necesidad de encontrar un instrumento capaz de infundir
autoridad y atraer a todos los presentes por lejos que se
encuentren. Así, tras una breve espera, hayan una caracola
con la que hacerse oír. El experimento funciona y, tras un
intenso sonido, la
caracola logra reunir a todos los supervivientes evidenciando la
ausencia de adultos entre los jóvenes robinsones. En este
punto se inicia la aventura que Golding ha preparado para los
chicos. Rápidamente surge la necesidad de establecer unas
normas y elegir un jefe que tome las decisiones. Fruto de estas
primeras deliberaciones, resulta elegido Ralph, y con él
son promulgadas las primeras normas: mantener una hoguera
permanentemente encendida para facilitar la visión de la
isla y con ella el rescate, acudir inmediatamente a la plataforma
cuando alguien haga sonar la caracola para solicitar una
asamblea, mantener una distribución de trabajos equitativa
y rigurosa, etc. Además de las primeras normas, se acuerda
también una división en dos grupos básicos
para realizar los trabajos pertinentes. Un grupo de cazadores
liderado por Jack, y otro encargado de construir las
cabañas y demás menesteres cuya figura más
representativa será Ralph.
Así, durante los primeros días y una vez
realizadas las bases de la convivencia, todo parece transcurrir
de un modo cívico y correcto, y es que, aparentemente, no
hay motivos para lo contrario. La isla es fecunda y abundante en
fruta y demás alimentos, no hay constancia de que animales
peligrosos pongan en riesgo la supervivencia de los accidentados,
la temperatura no
es un inconveniente, pueden bañarse tranquilamente en la
playa y todo parece idóneo para vivir en paz. Sin embargo,
un día interaccionan un conjunto de casualidades que
desembocan en el primer gran conflicto. Los cazadores, encargados
de mantener viva la hoguera, descuidan su tarea y un
vehículo que peinaba la zona no advierte signos de vida en
la isla. Los chicos lo ven pero, faltos de tiempo para enmendar
el lapso, contemplan impotentes como se desvanece una brillante
ocasión de ser rescatados. Ante esto, Ralph se ve obligado
a amonestar severamente a los responsables y con ellos a su
líder, Jack. Este último, sin embargo, no acepta la
reprimenda y, lejos de asumir su culpa, advierte la posibilidad
de desacatar la autoridad de Ralph.
Así, con su grupo de cazadores, decide ir por
libre desbancándose del resto del grupo y dando lugar,
inconscientemente, al inicio de una "microguerra" en la que el
civismo inicial es substituido, sin remedio, por el salvajismo
más primitivo. Durante los días posteriores, las
diferencias entre los dos grupos crecen y, además, un
nuevo temor surge con los rumores de que una bestia campa a sus
anchas por la isla. La bestia, el señor de las moscas, no
es otra cosa que un puñado de estos insectos, pero la
creciente incertidumbre y la muerte de uno de los supervivientes
en un fuerte tormenta (Simon), hacen que el miedo ofusque con sus
falsas creencias la mente de los chicos. De este modo, cuando los
grupos ya estaban completamente formados y separados, los
cazadores bajan a la plataforma y, tras una encarnizada pelea,
roban las gafas de Piggy para hacer una hoguera usando sus
lentes. Sin embargo, una vez sosegado el ambiente,
Ralph y su grupo suben a la colina en busca de las gafas.
Allí, una nueva pelea se apodera de la escena, pero esta
vez con una nefasta consecuencia. Uno de los cazadores lanza una
gran roca con la ayuda de una palanca y Piggy resulta herido de
muerte con la caracola hecha pedazos junto a él. El primer
homicidio es
consumado y el salvajismo que atisbábamos en un principio,
se instaura en la isla. Esta muerte, unida al fallecimiento de
Simon en una tormenta y el sometimiento de los últimos
miembros del grupo a la tiranía de los cazadores, despoja
a Ralph de todo apoyo y, tras la consumación del poder en
el seno de la "tribu" de los cazadores, Jack inicia una
cacería humana cuyo fin reside en la muerte de Ralph.
Éste logra evadir las acometidas de sus enemigos
escondiéndose entre los arbustos de la isla pero, tras
contemplar como resulta imposible dar con su "presa", los
cazadores incendian gran parte de la isla para obligarle a salir
de su refugio.
Finalmente, la carnicería no llega a consumarse debido a
la llegada de un marine que, al observar la columna de humo en la
isla, acude al rescate devolviendo a todos los supervivientes a
la civilización.
Como se deduce de este resumen, Golding esconde una
reflexión sobre la bondad del ser humano tras la
máscara de una novela de aventuras, substituyendo aspectos
sociológicos y psicológicos por metáforas y
símbolos que aporten mayor sutileza al dramatismo del su
escrito. Todo es relevante en la obra pero sin duda el
planteamiento inicial merece ser analizado por su genialidad.
Parece que la base de la trama sea un desgraciado accidente de
cuyas enriquecedoras experiencias se pueda extraer un feliz
desenlace con brillantes aventuras, pero Golding prefiere ver la
otra cara de la moneda. Para ello, estrella el avión en un
paraíso. Una isla desierta rica en alimentos, agradable en
cuanto temperatura y alejada de peligrosos animales o fieros
aborígenes que pongan en peligro la supervivencia de los
robinsones. Con todo esto, los obstáculos que la
naturaleza pueda poner, quedan minimizados y la supervivencia
queda en manos de la propia bondad individual. Pero, Golding
precisa de otro factor en su experimento. Para constituir una
comunidad realmente original, es preciso empezar de cero, sin
normas previas y sin influencias externas. Así pues, no es
válida la figura de un adulto que contamine con sus
prejuicios sociales la singularidad del nuevo colectivo y el
grupo de niños con su inocencia infantil y su vago
conocimiento de las sociedades civilizadas, es el punto de
partida perfecto para esta nueva sociedad. Con este primer
esbozo, el autor insinúa, casi sin darnos cuenta, el
inicio de una utopía. Una especie de vergel
paradisíaco donde iniciar una nueva vida sin
preocupaciones, sin trabajo duro, con tiempo libre y espacio para
jugar y divertirse. Pero pronto empieza a turbarse el
sueño. Los niños desean ser rescatados y
estableciendo este hecho como máxima prioridad, se
organizan para convivir del mejor modo posible hasta que llegue
el momento de la salvación. Hay quien piensa que la
utopía se rompe más tarde con la llegada de los
primeros conflictos pero, lo cierto, es que ya se ha roto. Cuando
rechazan el nuevo edén y se organizan para ser rescatados,
rechazan ya la idea misma de la utopía. No desean otra cos
que volver a sus anteriores vidas aunque ello implique un retorno
a los problemas de siempre. No obstante, Golding no se conforma
con esta muestra de las tendencias humanas hacia lo conocido, y a
raíz del descuido que motiva la extinción de la
hoguera y, con ella, de la esperanza de un rescate, desencadena
la barbarie entre los chicos. Les da un motivo para la discordia
y relata como la utopía del principio pasa del rechazo
inicial a su peor consecuencia: la antiutopía. El
descontento se torna desafío, el desafío
alejamiento, el alejamiento odio y el odio desemboca en
salvajismo y homicidio. Esta sucesión puede ser tildada de
surrealista y exagerada pero, no debemos olvidar, que aunque todo
transcurra en unas pocas semanas, la situación es extrema
y los protagonistas solo niños de unos doce años de
edad. Además, lo que Golding pretende no es realizar la
reproducción realista de una convivencia,
sino mostrarnos la insignificante línea que nos separa de
los animales, la delgada franja que delimita la bondad y la
maldad de nuestra condición humana cuando se nos pone a
prueba. Muestra de todo ello es, que al final, en lugar de
describir un desenlace definitivamente trágico y
espectacular, devuelve a los chicos a sus casas con la
experiencia a sus espaldas y dejando atrás constancia del
escaso civismo que reside, por naturaleza, en el corazón de
los individuos. Y es que al contrario de lo que muchos puedan
pensar, Jack y los cazadores, no tienen por que ser chicos
especialmente conflictivos, simplemente la libertad, la
tentación del poder y el libertinaje que la ausencia de
autoridad ocasiona, les indujo a cometer atrocidades que,
seguramente, no habrían cometido en un sistema organizado
y controlado como el nuestro. Por ello, la obra de Golding es
sencillamente genial, porque más allá de las
críticas que pueda suscitar o merecer, nos muestra la
evolución del ser humano en las condiciones que muchos
hemos deseado en momentos de incertidumbre, los peligros de las
libertades y la dificultad de la convivencia aún en el
seno de un paraíso perdido. Porque es fácil
aferrarse a la idea de que los protagonistas eran niños
vulnerables e inocentes, demasiado inexpertos y frágiles
ante la hostilidad de una situación tan nueva, pero si lo
pensamos con frialdad, porque difícilmente unos adultos
habrían podido establecer en aquel idílico
contexto, la utopía que Golding preparó para los
jóvenes supervivientes.
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