En esta monografía
me refiero a la inmigración irlandesa que llegó a
nuestro país desde 1840, a los novelistas, cuentistas y
memorialistas que la evocan y a los músicos y cuerpos de
baile que perpetúan las tradiciones de ese
origen.
"Pueblo de agricultores y de pastores, los irlandeses
han unido en una misma tradición, el origen celta, la
influencia vikinga, la fe en San Patricio, el terror a Cromwell y
el heroísmo intrépido de aquel general Sarsfield,
antepasado del autor de nuestro código
civil. Al promediar el siglo pasado, diversas razones lanzan
a un millón de irlandeses a la emigración. Muchos
vinieron a la Argentina. Ya se sabía, en Irlanda, que era
ésta una tierra
hospitalaria" (1).
En su libro
Cómo fue la inmigración irlandesa en Argentina,
Juan Carlos Korol e Hilda Sábato sostienen que los
inmigrantes "Ya desde 1840 comenzaron a llegar desde Irlanda.
Empujados por el hambre, la pobreza y el
afán de buscar nueva fortuna; atraídos por un
país en crecimiento, desconocido pero promisorio, lejano
pero posible. Pocas décadas más tarde
constituían una comunidad rica e
influyente, que pasó a formar parte de esa sociedad compleja
y heterogénea que se fue dibujando en el Río de la
Plata a fines del siglo XIX".
Los ensayistas señalan que la década del
’40 es un período clave en el proceso de
inmigración, pues "En ese momento Irlanda atraviesa una
profunda crisis, que
agrava la situación socioeconómica de ese
país y desata una corriente de emigración,
contribuyendo a acelerar las tendencias estructurales que
caracterizaban a la sociedad irlandesa a principios del
siglo XIX". Y aunque la emigración no es un hecho nuevo
–agregan-, "es a partir de la hambruna que el proceso
adquiere características de éxodo masivo de
población" (2).
Con motivo del 152° aniversario de la Hambruna de
Irlanda, el
periódico Viajero Celta publicó a modo de
homenaje un fragmento de un relato de Doreann Mc Dermott, quien
fuera catedrática de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de
Zaragoza. Mc Dermott considera que "Muy arraigados a su tierra, y
con escasa inclinación a emigrar, es posible que la clase
obrera y campesina nunca hubiese abandonado su país de no
haberse producido la gran catástrofe de los años
1845 a 1849. Pero esos años fueron fatídicos y
decisivos. Parecía como si de pronto todas las fuerzas de
la naturaleza se
hubieran confabulado para dar al traste con un pequeño
país que, tras siglos de abandono y mala administración, carecía enteramente
de reservas. Los verdes campos asolados por la terrible plaga de
la papa; epidemias de tifus y escorbuto diezmando cruelmente a la
población. En el breve período de aquellos cuatro
años, dos millones aproximadamente de sus pobladores
perecieron a causa del hambre o las fiebres, ya en su propia
tierra, ya en el curso de los espantosos viajes a que
les llevó el intento de salvarse" (3).
En 1845 la roya, plaga de la papa, ataca a la especie
afectando una parte de la cosecha –escriben Korol y
Sábato-: pero al año siguiente la pérdida es
total. El hambre se expande. En 1848 la situación se
agrava por una mala cosecha de granos, y si bien la roya va
disminuyendo, continúan sus efectos, aún hasta
1850" (4).
Korol y Sábato consideran que había muchas
desventajas en la elección de la Argentina como
país para emigrar: "Por una parte, una lengua
diferente, costumbres desconocidas, y una cultura
totalmente ajena a la propia aparecen como problemas
adicionales a los que el traslado y el desarraigo imponen de
hecho al que decide emigrar. Por otra parte, la distancia que
separa a Irlanda de nuestro país se convierte en
obstáculo insalvable para los sectores más pobres,
que generalmente no pueden llegar más allá de
Inglaterra, o con
mucha suerte consiguen un pasaje para América
del Norte. Finalmente, la infraestructura que se crea para
fomentar y facilitar la emigración desde Irlanda hacia
países de raíz anglosajona no puede compararse con
la precaria organización que promueve el traslado de
irlandeses hacia el Plata".
"En general –explican- es la relación
más o menos casual del futuro migrante con el
núcleo de irlandeses que reside en Buenos Aires uno
de los factores determinantes en su decisión de
trasladarse al Plata". Esa relación se denomina "cadena
migratoria" y –según John Mc Donald- se la puede
definir "como el movimiento por
el cual los migrantes futuros, toman conocimiento
de las oportunidades laborales existentes, reciben los medios para
trasladarse y resuelven su alojamiento y su empleo
inicial, por medio de sus relaciones sociales primarias con
migrantes anteriores" (5).
Baily sostiene que "La mayoría está de
acuerdo en que esencialmente, el concepto se
refiere a los vínculos personales entre la familia,
amigos, paisanos, tanto en la comunidad de origen como en la
receptora los que influyen en la destinación, el
asentamiento, las ocupaciones, la movilidad y la
interacción social. Lo importante aquí es que el
uso del concepto, más que ninguna otra idea en particular,
nos permite aumentar el nivel de predicción en lo que se
refiere a la operación del proceso migratorio, incluyendo
la naturaleza de los patrones de residencia" (6).
Además de las que enumeran los estudiosos, hubo
otra clase de dificultades para quienes elegían la
Argentina como destino. En 1998, el Buenos Aires Herald
llegó a sus primeros 122 años, y los
conmemoró publicando "The Argentine Mosaic. Who we are and
how we got here", un suplemento dedicado a la historia de las
colectividades que habitan el país. En el trabajo
referido a los irlandeses, Michael John Geraghty relata un
lamentable suceso en el que se menciona el Hotel. En 1889
arribó el SS City of Dresden, con alrededor de dos mil
pasajeros. "The episode was a total fiasco. When the ship docked,
the Hotel de Inmigrantes was full and the parched, starving
passengers were forced to sleep in the open". Estos inmigrantes
fueron finalmente destinados a Napostá, cerca de
Bahía Blanca, desde donde en 1891 quinientos veinte
colonos regresaron a Buenos Aires, "broken in spirit, uterly
destituted". Los adultos quedaron librados a su suerte; los
niños y
niñas fueron enviados a la primera Fahy School y al Irish
Girl’s Orphanage, respectivamente (7). Este es sólo
un ejemplo de los avatares que debieron soportar quienes buscaban
un mundo mejor.
En su Guía de las colectividades extranjeras en
la Republica Argentina (8), la doctora Rosa Majián incluye
información sobre los irlandeses. Se
refiere a sus representaciones diplomáticas, a sus
iglesias en Buenos Aires, Mercedes, San Antonio de Areco, Rosario
y Villa Elisa, a la Federación de Sociedad
Argentino-Irlandesas. Se ocupa, asimismo, de las instituciones
sociales, benéficas, religiosas, deportivas, culturales,
entre las que mencionamos la Asociación Católica
Irlandesa, la Asociación Damas de San José, el
Centro Argentino de Cultura Irlandesa y la congregación de
los Padres Palotinos, en Buenos Aires. En la provincia
homónima, se refiere a la Asociación
Argentino-Irlandesa de Bahía Blanca, a la
Asociación Hogar San Patricio de Villa Elisa, al Centro
Argentino Irlandés de Bella Vista, entre otras.
Instituciones similares se encuentran también en las
provincias de Córdoba, Mendoza y Santa Fe.
Son importantes los colegios pertenecientes a esa
comunidad. La investigadora menciona, entre otros, el Santa
Brígida, San Cirano y St. Brendan’s College, en la
ciudad de Buenos Aires, y colegios de Boulogne, Moreno y Vicente
López, en la provincia de Buenos Aires. Se refiere luego a
institutos de las provincias de San Juan y Santa Fe, cuyas
direcciones brinda al interesado. En el campo
periodístico, Majián menciona el periódico
The Southern Cross. Este último es la "publicación
católica de este tipo más antigua del país y
la primera que existió en lengua inglesa en América
del Sur. Fue fundado por el padre Patricio Dillon en enero de
1875, destinado a la comunidad irlandesa afincada en el
país" (9).
Los irlandeses trajeron su religión y sus
festividades. Entre ellas, la de San Patricio, quien "fue obispo
y apóstol de Holanda. Nació en Escocia en 385. Por
orden del Papa Celestino evangelizó Irlanda, conocida como
la ’Isla de los Santos’. Murió en 493" (10).
Su día es la "fiesta de todos los celtas". "El 17 de
marzo, como todos los años, los irlandeses festejan su
santo patrono. Pero desde hace tres años se unen a esta
celebración, celtas de varias nacionalidades. Sólo
bastó dar una recorrida por todos los pubs que se
aglutinan, curiosamente, cerca de Retiro –y de la Torre de
los Ingleses- para encontrarse con parejas formadas por
individuos de diferentes comunidades celtas y una sola idea:
beberse toda la cerveza Guiness y
todo el whisky irlandés que hallaron durmiendo desde hace
justo un año" (11).
"La gran inmigración irlandesa cesó hacia
fines de siglo. Más de 200.000 hijos y nietos de
irlandeses habitan hoy la Argentina y son argentinos sin
distinción. Hubo entre aquellos inmigrantes notables
personalidades y anónimos agricultores. El ingeniero Juan
Coghlan trazó ferrocarriles y canales y proyectó
puertos que ayudaron al progreso de nuestro país. Juan
Dillon fue político y Comisario General de
Inmigración. Eduardo Casey fue empresario audaz, creador
del Mercado Central
de Frutos de Avellaneda –que tuvo el edificio más
vasto del mundo- y el organizador de colonia agrícolas en
Buenos Aires y en Santa Fe. Edward T. Muhall trajo, en 1862,
desde Manchester, las primeras semillas de algodón que
llegaron a nuestro país. De allí trajo,
también la maquinaria industrial. (…) Irlandés
era, también, un sencillo agricultor de Entre Ríos,
cuya hija, maestra, recibió el espaldarazo de Sarmiento y
fue la primera médica argentina: Cecilia Grierson"
(12).
En
novelas y
cuentos
En varias obras aparece esta realidad de dos tierras.
Nos referiremos a algunas de ellas.
Sebastián Hamilton llega al puerto de Buenos
Aires. "Todo comenzó allá por 1865, cuando el
puerto de Buenos Aires funcionaba como una enorme puerta abierta
a la inmigración. Se suponía que a través de
esa puerta llegaría la civilización, la industria, el
comercio, la
cultura, todo lo cual contribuiría a aniquilar la
barbarie. La historia después diría que eso
sucedería más tarde, con el tiempo. ¿A
la muerte de
Rosas? Tal vez.
Pero esta historia, la que narra don Sebastián comienza
ese año, cuando Sebastián Hamilton,
acompañado por su hermano Thomas, llega a la Argentina,
donde su padre había adquirido tierras y donde William, su
hermano mayor, ejercía la profesión de
médico. Viajó de mala gana pero finalmente
quedó seducido por la amplitud de las tierras pampeanas y
por el estilo de vida de los gauchos, y obsesionado por la tierra que
heredó. En el relato de esta historia familiar se
intercalan los horrores de la epidemia de fiebre amarilla de
1871, la violencia de
la dictadura de
Rosas y la evolución de Buenos Aires, que deja de ser
una ciudad colonial para convertirse en una sofisticada
metrópoli".
"Esta saga familiar tienen lugar durante la segunda
mitad del siglo pasado que fue una época de
dramáticos cambios para la Argentina. Buenos Aires era una
ciudad de múltiples contrastes: los primeros trenes
quedaban detenidos por el paso de las tropas de ganado con
destino al matadero; las negras que lavaban ropa en el
río, detrás de la Casa de Gobierno,
regresaban ya de noche por calles iluminadas por los primeros
faroles a gas; la alta
sociedad asistía a veladas líricas pero el sistema cloacal
aún estaba en proyecto; esto,
unido a las deficientes condiciones sanitarias,
facilitaría la propagación de la epidemia que
mayores estragos causó en la historia de la ciudad. En
esos años el puerto recibirá inmigrantes de todas
las latitudes, que adoptan esta tierra y sus costumbres como
propias y echarán en ella sus raíces"
(13).
Acerca del protagonista de esta obra comentó
Susana Pereyra Iraola: "El que da título al libro es el
menor, el descreido, herido de secretas llagas. A medida que se
interna a caballo en una interminable travesía, el aleteo
de las lagunas, el horizonte y el cielo inabarcable maravillan
sus ojos. La propia tierra, campo despoblado y rancho de adobe,
se adueña de su vida para siempre. Convive con la
brutalidad y el desamparo en sus peores formas; años
después la familia
conocería las más extremas durante la epidemia de
fiebre amarilla, uno de los pasajes más estremecedores de
un relato que no decae en intensidad" (14).
La autora de Don Sebastián es Susan Wilkinson,
nacida en Bombay y formada en Dublín, quien "en 1970 se
estableció en Buenos Aires, trabajó en el Consulado
Británico poco menos que un año y viajó por
el interior del país. Conoció entonces, la tierra
que habían habitado sus ancestros –su tatarabuelo
llegó con sus cinco hermanos a la Argentina en 1866, y fue
entonces que la rama familiar quedó dividida, algunos
volvieron a la Irlanda originaria y otros quedaron para siempre
aquí, formando parte de la extensa llanura de la Pampa".
Uno de estos antepasados es Thomas Greene, el médico
irlandés de veintiún años que llegó a
bordo del Mimosa, junto a ciento cincuenta y tres inmigrantes
galeses, precisamente en el año en que llega Don
Sebastián.
Un año después se inicia la trágica
historia americana de un personaje de la novela De
aquí hasta el alba, de Eugenio Juan Zappietro,
protagonizada por colonos, soldados e indígenas durante la
Conquista del Desierto. Zappietro escribe sobre un
irlandès, que llegò al desierto en 1866, y el socio
granadino que lo traicionò. O’Flaherty "juraba que
Argentina era el paìs del futuro. No se equivocò
por mucho en cuanto a la tierra; se equivocò de hombres,
pero una lanza araucana habìa terminado con èl para
evitarle la amargura de comprobarlo".
"Vivía con una muchacha de Glasgow, que no
tenía miedo a empuñar un mosquete y lo había
seguido muchas millas para tener una hacienda propia donde
pensaban criar ganado Hereford. La tierra no daba todavía
para esas aventuras y O’Flaherty puso un saladero en
compañía de un granadino llamado Ozores, que le
robó el negocio y trató de hacer lo mismo con la
chica de Glasgow. Ella pudo huir y el granadino tuvo que matarla.
El irlandés la enterró con todo el rito de su Eire,
con azaleas que consiguió nunca se supo dónde, y se
sentó a esperar la muerte".
El granadino cambiò al irlandès por un
caballo. O’Flaherty resistiò el asedio de sus
"compradores" durante diez dìas, "hasta que se
quedò sin municiones. Entonces, fabricò una lanza
con un cuchillo toledano, recuerdo de su ex socio,
atàndolo fuertemente al cañòn del Sharp".
Asì, matò a los araucanos que quedaban y, cuando se
enfrenta al caudillo, despuès de haber perdido un brazo,
es el granadino quien lo entrega, pues "El araucano no
bajò su brazo armado de cuchillo; estaba considerando que
aquel pelirrojo hombre blanco
era un dios; ni en toda la historia de su naciòn alguien
habìa despachado a seis bravos con aquella terrible
celeridad".
El cacique termina con el traidor: "la gratitud era un
sentimiento menor en el indio; la admiraciòn podìa
màs. Metiò su lanza entre las costillas del
español
y los enterrò a ambos junto a la muchacha de Glasgow.
Desde entonces –era leyenda ya- vagaba sin poder pegar
ojo en torno a la posta,
como si quisiera resucitar al hombre que habìa liquidado a
su brigada" (15).
William Bulfin, escritor irlandés que
llegó a la Argentina en 1880 y fue director de The
Southern Cross, es el autor de Tales of the pampas. Alejandro
Clancy, el traductor de la obra, reiteró lo
señalado por Korol y Sábato, pues dijo que "Los
irlandeses llegan por primera vez a la Argentina en 1840; es la
primera inmigración grande que llega, junto a la de los
vascos. (…) era otra Argentina, un país deshabitado, y
entonces esos treinta mil irlandeses parecían una cantidad
increíble".
Acerca del libro, afirmó: "Cuentos de la
Pampa –escritos por Bulfin a partir de 1880- narra
cómo era la vida de los irlandeses y de los argentinos en
el campo, cerca de los fortines. Los irlandeses –que sobre
todo eran ovejeros- llegaban acá sin un centavo y
empezaban haciendo las tareas manuales que no
querían hacer los gauchos" (16). Esta es la historia que
evoca el irlandés en sus páginas, ahora publicadas
en edición bilingüe.
Carlos Marìa Ocantos es el autor de Quilito (17),
una de las tres obras màs representativas del "Ciclo de la
Bolsa". Se afirmó que "Quilito no se centra exclusivamente
en la quiebra de la
Bolsa y en sus derivaciones. (…) La difìcil y
conflictuada sociedad del noventa encuentra en Quilito un reflejo
fiel y acabado. En sus pàginas quedò impreso para
siempre el retrato de las costumbres, las formas de ser, de
relacionarse y de sentir en las que se gestò la esencia
del argentino de hoy" (18).
En la obra aparecen inmigrantes de distintas
nacionalidades, a los que Ocantos retrata en forma diferente.
Siente predilecciòn por el personaje inglès
–el escritor le atribuye ese origen, pero el padre del
inmigrante es irlandés; esto nos hace pensar en la
agrupación de ingleses, galeses, escoceses e irlandeses
bajo una sola denominación. En él hace encarnar
todas las virtudes, al tiempo que demuestra desdèn por los
italianos. El portuguès, en cambio, le
parece corrupto y oportunista, a juzgar por los apelativos con
que lo evoca.
Ocantos no se cierra a la postura generalizada en su
època, que consistìa en combatir la
inmigraciòn. El advierte los rasgos buenos en los criollos
y en los inmigrantes, y tambièn sabe ver en ambos grupos los
procederes que evidencian la decadencia moral y que
llevan a una existencia desgraciada o, incluso, a la muerte. En
Quilito, escribe que la ola de emigraciòn europea nos
aporta periòdicamente lo bueno y lo malo -al menos no
piensa, como otros, que es todo malo-; Mister Robert, seguramente
es el inmigrante ideal para el autor de las Novelas argentinas y
para muchos màs. La oposiciòn entre los latinos
incultos y el inglès culto nos hace pensar en Juvenilia
(19), donde se hablaba de los vascos y del italiano, confrontados
con la grandiosa figura de Monsieur Jacques. Evidentemente, el
planteo no era nuevo; reflejaba, por otra parte, las preferencias
del gobierno que –dice el historiador Exequiel Cèsar
Ortega- "en lo social favorecerìa cada vez màs la
inmigraciòn, sobre todo la europea en general, perdidas
bastante las esperanzas de la anglosajona y francesa en
particular" (20).
Las cualidades del inglès no son tomadas como
modelo por los
jòvenes criollos que especulan en la Bolsa. Quilito
"miraba a Mìster Robert y se encogìa de hombros con
làstima. No, no se verìa èl en ese espejo.
Allì estaba desde la mañana casi hasta la noche, la
espalda encorvada, los dedos agarrotados sobre el lapicero,
sentado en el banco de patas
largas, sin descanso, sin distracciòn, esclavo del
trabajo, prisionero del deber; y asì todos los
dìas, todos los dìas… hasta que la enfermedad le
clavase en el lecho, la vejez le
baldara o le sorprendiera la muerte. Entretanto, habrìa
pasado los mejores años de su vida sin gozarlos, dejando
para otros el fruto de lo que èl sembrara…".
No sòlo Mister Robert era probo; tambièn
lo era su familia: el inglès "no concurrìa a
cafès ni a teatros; su distracciòn ùnica,
suprema, que saboreaba con el deleite de un goloso, era su
familia: la mujer, un
àngel; el hijo, otro àngel, y el padre, viejo
patriarca de Irlanda, màs catòlico que el Papa y de
una honradez a toda prueba; de esos caracteres que ya no se
estilan y que, temerosos, se esconden en el santuario del hogar,
como prenda pasada de moda, para no
exponerse a la irrisiòn del pùblico".
Tantas buenas condiciones no le garantizaron al
inglès una vida tranquila. Fue arrastrado a la quiebra por
los señoritos inùtiles, ya que "èl no
traìa sino la inteligencia y
el trabajo, que no alcanzan en plaza cotizaciòn alguna,
menos cuando van refrendados por la firma del
favoritismo".
Juan José Delaney se desempeña como
Profesor Adjunto de la Cátedra de Literatura Argentina en la
Universidad del Salvador, de la que egresó. Dirigió
la revista El
gato negro y publicó varios volúmenes de cuentos,
entre ellos, Tréboles del Sur, obra que mereció
elogiosos comentarios de Enrique Anderson Imbert y Rodolfo
Modern.
El escritor dedica a sus antepasados estos quince textos
que transcurren a lo largo de más de un siglo. El tema
común a todos estos textos es el de la inmigración
irlandesa, de la esforzada búsqueda de un mundo mejor. En
este libro presenta seres ficticios y hechos verosímiles,
sin embargo, en él se evidencia una evocación de la
realidad que surge de datos concretos
que Delaney maneja con autoridad.
El se muestra como un
conocedor de todo cuanto atañe a su colectividad. Nos
habla de la religión, de las lecturas que hacen los
irlandeses, la música que los
emociona, los internados en los que se albergan niños y
niñas, las comidas típicas, las bebidas, la
educación
sexual –inexistente en un modo de vida puritano-, el
idioma –que aparece como un obstáculo en el trato
cotidiano y como una ventaja en cuanto a las perspectivas
laborales-, las localidades en que se encuentran los inmigrantes
de ese origen –Rojas, Moreno, Palermo, Flores y Villa
Urquiza-, los pensionados, las fiestas patronales, los apellidos
castellanizados y la historia de Irlanda.
El autor nos dijo en una entrevista:
"Como lector y autor, siempre me incliné por la literatura
fantástica, pero la temática de este libro no me
permitió alejarme de hechos históricos y concretos,
como de situaciones que, de alguna manera, ocurrieron. Digamos
entonces que, en general, los cuentos se inscriben dentro del
realismo,
aunque con ciertas vinculaciones con lo fantástico y lo
psicológico".
Sobre las fuentes a las
que recurrió, comentó: "Toda la información
que obraba en mi poder la había recibido por
transmisión oral. Las memorias,
nostalgias y anécdotas de mis padres, parientes y amigos
mayores, en efecto, me habían dotado del material como
para emprender la tarea sin incurrir en imprecisiones. No
obstante ello, recorrí la escasa bibliografía que hay sobre
el tema". Entre esa bibliografía se cuenta el semanario
hiberno-argentino, The Southern Cross, "que registra la actividad
cultural, religiosa, social y deportiva de la comunidad"; cuyo
director, el padre Federico Richards, le "permitió
generosamente revisar todo ese valioso material".
Le preguntamos si entre esas historias había
muchas protagonizadas, veladamente, por gente ligada a él.
Nos respondió: "Como se dijo –y al menos en mi caso,
doy fe de que es cierto-, todo texto
literario es, esencialmente, autobiográfico. Por
más que haya disfrazado mis historias, detrás de
las palabras, está mi propia experiencia vital. Debo decir
que también redacté sucesos de los que me hubiera
gustado ser protagonista. Finalmente, no por nada dediqué
el libro ‘a los irlandeses, vivos y muertos, que andan por
mi sangre’ "
(21).
En uno de los textos, fechado en abril de 1929, una
inmigrante escribe en la Argentina a una coterránea que
recaló en Nueva York. La primera ve frustradas sus
ambiciones, principalmente por el obstáculo que es para
ella el desconocimiento del lenguaje,
aunque, en lo que respecta a lo material, se muestra agradecida:
"no puedo pasar por alto la buena acogida que los irlandeses
todos hemos tenido en este suelo;
difícilmente brazos deseosos de trabajar no encuentren
recompensa", expresa la mujer. Le cuenta
que el té es el único sedante para sus angustias y
le pregunta si recuerda la bahía de Galway "y aquel
hermoso y triste ‘Lament of the Irish Inmigrant’.
Agrega: "Enseñé la canción a mis alumnos
más avanzados pero me parece que no llegaron a captar su
verdadero sentido". A vuelta de correo, la amiga le pregunta:
"¿Tendrá algo que ver con tu nostalgia esa
desértica inmensidad que llamas Pampa?" (22).
En 1999 aparece la novela Moira
Sullivan (23), relacionada con el libro anterior por la
temática y por el modo de abordarla. Al igual que en
Tréboles del Sur se advierte un minucioso y paciente
trabajo de investigación, impulsado por el amor que
siempre sintió por la cultura de sus ancestros.
En esta obra, el lenguaje,
tan importante como factor sociabilizador, encarna una actitud de la
protagonista. Ella nunca se interesó por aprender a
comunicarse en castellano y esa
negativa suya determina su relación con quienes la rodean.
La anciana vive en su mundo y no quiere tener contacto con quien
no pertenezca a él. Rechaza evidentemente toda forma de
integración, y se repudio se patentiza en
el aislamiento en el que se refugia. Aun cuando quisieran
integrarse, el idioma era un serio problema para colectividades
como la irlandesa; Delaney presenta dos paliativos para la
incomunicación de los extranjeros: el cine mudo y el
tango, por los
que sienten gran afición.
La historia de esta mujer -que se inicia con su
nacimiento en los primeros años del siglo XX o al
finalizar el anterior- es una historia en sí, desarrollada
hábilmente, pero permite también al novelista
explayarse acerca de las circunstancias en que esta historia se
desenvuelve. Al hablar de los primeros años de la anciana,
nos ilustra acerca de la vida en Estados Unidos,
no sólo de los irlandeses, sino también de
emigrantes de otras nacionalidades que se dirigieron allí
en busca de la fuente laboral que
significaban las minas carboníferas.
Escribe Delaney asimismo acerca de la rígida
educación
religiosa que se impartía a niños y jóvenes.
Muestra luego a la protagonista como una mujer decidida a
trabajar en o que eligió, a no cejar ante los mandatos de
la vocación, la que, empero, flaquea cuando las
circunstancias se vuelven adversas, y llega a abandonar aquello
que alguna vez le dio sentido a su existir. Abandona el cine,
sí, pero el recuerdo de los años vinculados a
él la acompaña y también la agobia, y los
filmes que vio o aquellos en los que participó son
evocados con la precisión con la que se dice que las
personas mayores recuerdan hechos de sus años de juventud.
Tiempo y espacio tienen gran importancia en la novela y
son descriptos minuciosamente. El tiempo de la narración
abarca alrededor de ochenta años, y permite al escritor
deslizar críticas acerca de la realidad argentina. El
espacio abarca desde la primera visión que el inmigrante
tiene de la nueva tierra, hasta lugares precisos como el Barrio
Norte, Villa Urquiza, Arrecifes, Areco, General Pinto y
Junín. Distinta será la forma de vivir la
inmigración en cada lugar, y distinta, también, la
añoranza que los extranjeros sienten por su lejana
Irlanda.
Delaney se adentra en la vida de esta anciana luchadora,
ya vencida, que encuentra en un niño de siete años
una última razón para existir. Junto a ella,
presenta a otros inmigrantes, algunos de los cuales resaltan como
paradigmas de
un modo de entender el destino; Cornelius Geraghty y Abraham
Mullins son personajes que permiten al novelista mostrar otras
opciones en el vasto mundo que se abre ante los recién
llegados. Ellos se destacan en el panorama de la obra, que
presenta no sólo a irlandeses, sino también a
hombres y mujeres de diversas nacionalidades que llegaron a
nuestra tierra en busca de un futuro mejor.
En Barcelona se edita Frontera Sur, del hispano
argentino Horacio Vázquez-Rial. "Prostitutas, fantasmas,
jugadores, gallos de riña, socialistas primitivos,
héroes del trabajo, anarcosindicalistas o músicos
que se cruzan en la vida de tres generaciones de emigrantes
gallegos, van tejiendo la trama de Frontera Sur y la historia de
Buenos Aires, entre 1880 y 1935. Roque Díaz Ouro, que
llega viudo y con un hijo a la capital
argentina, que se enamora de una prostituta de alto vuelo y que
recibe en su carrera ascendente la ayuda del espectro de un
compadrito degollado, es protagonista de este relato
épico, junto al alemán Hermann Frisch, portador de
un bandoneón y de los principios de la
organización obrera. Pero también aparecen en
él figuras legendarias como Yrigoyen, Durruti o el propio
Gardel, que definieron el espíritu de una época y
de una ciudad apasionantes" (24).
En abril de 1998, anuncia una noticia de la agencia
Télam: "La novela de Horacio Vázquez Rial,
‘Frontera sur’, finalmente fue elegida
–después de cantidad de lecturas- por el cineasta
español Gerardo Herrero para dar vida a una historia de
inmigrantes. ‘La filmación se hará
enteramente en la Argentina; hay muchas locaciones en
Luján, donde el 27 de este mes empieza el rodaje, que
durará ocho semanas’, confirmó el autor de
‘El soldado de porcelana’ a Télam. Entre los
actores contratados figuran Federico Luppi, el alemán
Peter Lomaier (conocido por su trabajo en ‘El enigma de
Kaspar Hauser’, de Werner Herzog) y Maribel Verdú en
los papeles principales. ‘Pero habrá varias
sorpresas más’, dice el escritor, que prefiere no
hacer adelantos. También dice que el guión de
‘Frontera…’ le pertenece: ‘Es una experiencia
muy enriquecedora e intensa. Y es curioso, porque el director
tiene un respeto por la
novela mucho mayor que el autor’. ‘Me traiciona cada
tres líneas, pero el resultado me gusta. Y, aunque no
participo en el proceso (de producción, filmación, montaje,
etc.), no iría nunca en plan Javier
Marías quejándome porque me cambiaron la
novela’, agrega. ‘Es un trabajo de ida y vuelta. Yo
despojé la novela. Gerardo la devolvió.
Después hicimos un trabajo de poda. En fin, agregamos
cosas por indicación de los actores. El cine, en ese
sentido, no tiene nada que ver con la literatura: es un trabajo
en común’, dijo el escritor" (25).
En esa novela, Horacio Vázquez-Rial evocó
la inmigración irlandesa. Una joven de esa nacionalidad se
presenta para un puesto de maestra: "Era una muchacha rubia, con
pecas, casi una niña. Se sentó ante el tribunal
familiar en el borde de una silla, con las manos juntas y las
rodillas juntas, paseó sus ojos claros por el fondo de los
ojos que la observaban y sonrió". Se llama Mildred
Llewellyn y habla castellano con dificultad. Dice la joven:
"Llego de Irlanda hace tres días y vengo aquí". Su
empleador le enseña: "-Llegué
–corrigió Roque, mostrando el pasado con el
índice, en un lugar situado detrás de su hombro
derecho-. Y vine".
Durante la entrevista
se desmaya: "La natural palidez de Mildred se acentuó de
pronto. Roque vio nacer dos trazos morados sobre sus
pómulos. (…) Ramón
echó a correr hacia el fondo, pero, apenas pasada la
puerta, le detuvo el ruido grave,
como lejano, discreto de la caída del cuerpo de Mildred.
Roque, que la alzó del suelo, pensó que
jamás había conocido ser tan leve". Es que
–como explica en su trabajoso castellano- había
comido por última vez en el barco, ya que no había
parado en el Hotel de Inmigrantes (26).
En memorias
En 1997, Germán Sopeña comentó el
libro de una irlandesa nacida en Londonderry en 1922 y emigrada
en 1945 a la Argentina. En el momento en que escribe el
periodista, la inmigrante vivía en El Bolsón,
Río Negro. Nos referimos a Maggie Pool, y a su obra, Where
the devil lost his poncho (27), publicado en Edimburgo por The
Pentland Press.
A criterio de Sopeña, "Su relato tiene poesía,
emoción y reflexiones de fondo. Su escritura no
pretende más que contar las cosas como sucedieron. Pero en
cada página late la observación fina de alguien que
descubrió un mundo nuevo, lo hizo propio y lo vivió
con intensidad en todo lo que hubo de malo y de bueno durante
más de medio siglo".
La autora llega a la Argentina "no bien terminada la
guerra, como
modesta secretaria de un organismo británico, casi con lo
puesto y con sólo 12 libras esterlinas, que era la
máxima cantidad de dinero que se
permitía sacar de Inglaterra en aquel momento de crisis.
Queda deslumbrada por la riqueza que ve en Buenos Aires, por el
tamaño de los bifes y los postres de un simple restaurant,
donde se come lo que ninguna familia inglesa veía desde
hacía años". La prosperidad cede paso a una
realidad distinta: "luego vendrán los años
difíciles del peronismo, de la
falta de democracia,
del terrorismo, de
los gobiernos militares, de la guerra de las Malvinas y,
como tremendo final, de la hiperinflación, que Pool
describe con la visión del economista que subyace en toda
ama de casa"
Sin embargo, la evaluación
de su vida en América es muy positiva. Agrega
Sopeña: "Nada disminuye su amor por su
segunda patria. Con los años se traslada a vivir a
Bariloche y, por fin, al valle de El Bolsón. La Patagonia la
atrapó y parece ser su punto de residencia definitiva en
su larga vida iniciada –allá lejos y hace tiempo
pero al revés que Hudson- en Irlanda y Escocia.
‘Aquí está el paraíso’, resume
sobre el final. Lo transmite con la certidumbre de quien ha
sabido ver mucho más allá de las vicisitudes de la
vida cotidiana" (28).
La música y la danza
irlandesas se interpretan en la nueva tierra. El Segundo Festival
de Música Celta Keltoi (29) reunió en 1996 a
algunos de los artistas que cultivan esa
tradición.
The Sheperds "pasea por los ritmos folklóricos de
Irlanda desgranando vitalidad y sentimiento. Con arreglos propios
interpretan jigs, reels, danzas tradicionales, polcas y
canciones, que cuentan historias de vida, de amor a la tierra y
de lucha por la libertad.
(…) Lo destacable de este grupo es que
ninguno de sus integrantes es de origen irlandés. Cada uno
de ellos se acerca a esta música a partir de experiencias
personales como intérpretes. Algunos abrazando la
música celta, otros de origen gallego y hasta algunos
provenientes del rock. A partir de
unir sus caminos definen un proyecto artístico que los
lleva a ser reconocidos hoy en día como fieles exponentes
de la música tradicional irlandesa". Integran el conjunto
Alejandro Sganga, Víctor Naranjo, Gabriel Irisarri e
Inés Mouzo.
Ceol Sidhs "es una agrupación recientemente
surgida que a partir de la idea de elaborar un proyecto basado en
la música tradicional celta, principalmente irlandesa,
busca formar una línea combinando el folk con lenguajes
como el rock y el jazz. Sus integrantes son músicos
provenientes de esas tendencias". Ellos son Catalina Maguire,
Raúl Tuero, Germán Lami, Fernando Valles, Mauro
Gorognano y Rolo Márquez..
Potim, "grupo antológico de la música
celta en la Argentina (…) Fue fundado en 1986 por Manuel Castro
y Eliseo Mauas y, en 1988, se hizo cargo de su dirección musical Gustavo Fuentes (…).
Sus objetivos son
la investigación, estudio, difusión y
perfeccionamiento de las tradiciones célticas intentando
demostrar la evolución de la música tradicional y
de todo el contexto cultural adecuado a los tiempos actuales.
(…) continúa interpretando melodías tradicionales
del folklore
gallego, irlandés, escocés, bretón y
galés, además de otras expresiones de la
tradición bárdica". Lo integran Gustavo Fuentes,
Manuel Castro, Adriana Rodríguez, Guillermo Somaschini y
Adriana González.
Brian Barthe es un "joven de origen
franco.-irlandés nacido en agosto de 1972. Desde los seis
años estudió danzas irlandesas, bajo la
dirección de Christine Rasmussen, y allí comienza
su inquietud por el aprendizaje de
la gaita. (…) Se ha destacado como gaitero solista en
diferentes eventos de la
colectividad irlandesa".
Celtic Argentina es un conjunto que "se formó en
1979 bajo la dirección de Christine Rasmussen, con la
finalidad de impulsar el estudio de las danzas tradicionales de
Irlanda. (…) Celtic Argentina es un grupo independiente y,
aunque no pertenece a ninguna asociación, participa
permanentemente en todas las actividades de la colectividad
irlandesa, festivales folklóricos y programas
televisivos, presentándose en Buenos Aires y en el
interior del país".
…..
Historiadores, escritores y artistas nos brindan su
personal
vivencia de este fenómeno social, que les atañe a
ellos como irlandeses, como descendientes de quienes emigraron, o
como espectadores de esa realidad, y a nosotros, como nación
que recibió su aporte.
- S/F: "Los irlandeses", en Para todos los hombres del
mundo que quieran habitar el suelo argentino. Buenos Aires,
Clarín. - Korol, Juan Carlos y Sábato, Hilda:
Cómo fue la inmigración irlandesa en Argentina.
Plus Ultra, 1981 - Mac Dermott Doreann: "Quinquenio de terror", en
Viajero Celta. Año II, N° 17. Buenos Aires, mayo de
1997. - Korol: op. cit.
- Mac Donald, John: citado por Nélida
Boulgourdjian-Toufeksian, en Los armenios en Buenos Aires. La
reconstrucción de la identidad
(1900-1950). Buenos Aires, Centro Armenio, 1997. - Baily, S.: citado por Nélida
Boulgourdjian-Toufeksian, en Los armenios en Buenos Aires. La
reconstrucción de la identidad (1900-1950). Buenos
Aires, Centro Armenio, 1997. - Geraghty, Michael John: "Land, lambs, churches… and
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1998. - Majián, Rosa: Guía de las
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2000. - S/F: "Irlandeses de festejo", en El Barrio.
Periódico de Noticias. Año 5, N° 49, Abril de
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de 1998. - S/F: "Los irlandeses", en Para todos los hombres del
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1998. - Vázquez Rial: Frontera Sur.Barcelona,
Ediciones B, 1998. - Pool, Maggie: Where the devil lost his poncho.
Edimburgo, The Pentland Press, 1997. - Sopeña, Germán: "Tierra lejana", en La
Nación, Buenos Aires, - S/F: Programa del
Segundo Festival de Música Celta Keltoi. Buenos Aires,
Teatro Astral,
1996.
Trabajo enviado por
María González Rouco
Lic. en Letras UNBA, Periodista Profesional
Matriculada