Regulación de la prostitución en relación a los Derechos Humanos (página 2)
Por otra parte, las TSC mujeres no tienen amigo posible.
Los malos policías se presentan para extorsionarlas, para
abusarlas aún más y aprovecharse de ellas. Por
ello, viven o sobreviven entre tres tipos de abuso: el que viene
de autoridades corruptas; el que ejercen clientes prepotentes y
el de los dueños de los locales. Así, las (y
también los) TSC no tienen sino a otra persona como ellas
que las comprenda mínimamente, aunque esto sea algo
relativo y frágil.
También es importante considerar que mientras los
impulsos sexuales del hombre y
la mujer sigan
constituyendo una de las necesidades más fuertes de la
naturaleza
existirá la prostitución. Es una situación
lamentable, indudablemente, y sin embargo no puede ser
considerada un delito, no
teniéndose por tanto justificación para considerar
a la persona prostituida con desprecio y odio. Si no se
solicitaran sus servicios, y
si no llenara una necesidad definida, esta actividad no
existiría. Si no fuera por el alivio ofrecido por esta
actividad, muchas más personas estarían en riesgo de ser
violadas. Las pasiones y la lujuria de los hombres en edad
sexualmente activa, sobre todo, recaerían sobre ellas
irremediablemente. Los abusos serían tan comunes como lo
es la mentira actualmente. La violación, el incesto y
otros delitos
serían de una frecuencia alarmante.
Finalmente, se puede observar que el modelo
económico imperante en el país desde 1985, lejos de
cumplir su promesa de bienestar social y dignidad para todos,
provocó que sectores como el que es estudiado aquí
presenten un incremento cuantitativo, lo cual refleja el abandono
en que se tiene el capital humano. A
esto debe sumarse la falta de protección integral para
estas personas, ya que la salud, educación y trabajo
digno son sólo una utopía.
El presente documento se divide en cinco
capítulos. En el primero se efectúa una
reseña histórica de la evolución de la prostitución y su
reglamentación, partiendo de las culturas antiguas hasta
su ejercicio en la sociedad boliviana.
En el capítulo dos se presentan de manera
esquemática las definiciones doctrinales y conceptuales en
torno a los
diferentes sistemas que
tratan la temática del Trabajo Sexual Comercial y las
definiciones conceptuales relacionadas con esta
actividad.
En el capítulo tres se analizan las causas y
efectos de la prostitución en la sociedad paceña.
En este capítulo se acudió tanto a fuentes
documentales como humanas.
En el capítulo cuatro se efectúa una
exposición de las características principales de las
instituciones relacionadas con la temática del Trabajo
Sexual Comercial.
En el capítulo cinco se presenta un análisis de las diferentes disposiciones
legales relacionadas con el tema de estudio, tanto a nivel
internacional como nacional.
Finalmente, la propuesta resultante de este estudio se
halla en el Anexo 1, luego de presentar las conclusiones y
recomendaciones respectivas.
Lourdes Magdalena Bizarroque Hidalgo
ANTECEDENTES HISTÓRICOS SOBRE LA
PROSTITUCIÓN Y SU CONTROL
El presente capítulo tiene la finalidad de
efectuar una exposición de tipo histórico que
permita comprender cuáles fueron las
características de la prostitución o Trabajo Sexual
Comercial (TSC) en los diferentes períodos
históricos y sociales de la humanidad, y describir la
evolución que tuvo la prostitución en Bolivia. Para
este fin, se tomará en cuenta diferentes ópticas
históricas, que por la complejidad del tema,
permitirá dar una consistencia aceptable y razonable que
permitan consolidar los argumentos teóricos dentro el
área social, y fundamentalmente jurídica. El
análisis histórico está, por lo tanto,
relacionado con los valores y
la moral. De
esta manera, se analizará las siguientes etapas que marcan
trascendencia en la evolución histórica de la
prostitución o TSC.
1.1 La
prostitución en la Edad Antigua
En un primer momento, la prostitución no
podía ser identificada como tal, ya que, como hace notar
F. Engels en su estudio denominado El Origen de la familia, de
la propiedad
privada y del Estado, basado en las investigaciones
de Lewis Morgan sobre los pueblos primitivos, el sexo era
practicado indiscriminadamente por todos los miembros de la
tribu, sin que existiese diferenciación de familias entre
sus miembros. Afirma (pág. 44-45) que "reconstituyendo de
esta suerte de historia de la familia, Morgan
llega a estar de acuerdo con la mayor parte de sus colegas acerca
de un primitivo estado de cosas según el cual, en el seno
de una tribu imperaba el trato sexual sin obstáculos, de
tal suerte que cada mujer
pertenecía igualmente a todos los hombres y cada hombre a
todas las mujeres". De esta forma, plantea la existencia de
prácticas que por entonces no eran consideradas promiscuas
(pero que en la actualidad sí lo serían) dadas las
condiciones sociales de existencia imperantes. Engels observa,
además (páginas 84-85), los siguientes
puntos:
"La prostitución venal fue al principio un acto
religioso; practicábase en el templo de la diosa del amor
y primitivamente el dinero
ingresaba en las arcas del templo. Las hierodulas de Amaitis en
Armenia, de Afrodita en Corinto, lo mismo que las bailarinas
religiosas agregadas a los templos de la India, que se
conocen con el nombre de bayaderas (la palabra es una corrupción
del portugués bailadeira), fueron las primeras
prostitutas. La prostitución, deber de todas las mujeres
en un principio, no fue ejercida más tarde sino por estas
sacerdotisas, en reemplazo de todas las demás. En otros
pueblos, el hetairismo proviene de la libertad
sexual concedida a las jóvenes antes del matrimonio;
así, pues, es también un resto del matrimonio por
grupos, pero
que ha llegado hasta nosotros por otro camino. Con la
desproporción entre la propiedad, es decir, desde el
estadio superior de la barbarie, aparece esporádicamente
el asalariado junto al trabajo de los esclavos, y con él,
como un correlativo necesario, la prostitución por oficio
de la mujer libre, junto a la prostitución obligatoria de
la esclava. Así, pues, la herencia que el
matrimonio por grupos legó a la civilización es
doble, como todo lo que la civilización produce es
también de dos caras, de doble lenguaje,
contradictorio: acá la monogamia, acullá el
hetairismo, comprendiendo en éste su forma extremada, la
prostitución".
Por otra parte, Mario ZAPATA (1984: 3-4), la
Enciclopedia ESPASA CALPE (pág. 1102 y ss) y las
publicaciones La prostitución en 25.000 palabras, y
Prostitución: el problema social de todos los tiempos, de
Toribio Anyarin Injante, efectúan una clasificación
temporal y espacial, identificando las características de
la prostitución en diferentes contextos. Inicialmente, se
hace una referencia al ejercicio de la prostitución en el
Cercano Oriente, partiendo de Mesopotamia. En
efecto, los primitivos mesopotámicos ofrecen los rastros
de la primera prostitución que marcó a todas las
demás civilizaciones de la humanidad. Debemos aclarar que
la hospitalidad y la prostitución estuvieron
íntimamente relacionadas en los primeros tiempos. En un
primer momento, como señalan las fuentes indicadas, el
servicio
sexual era hospitalario, es decir, algo más de lo que
podía disponer el viajero cansado en la casa del
huésped, sin que tuviera que pagar por esto.
Luego, a este tipo de servicio sexual sucedió el
servicio sexual religioso. Este servicio fue la primera modalidad
de prostitución, ya que para tener acceso carnal con una
mujer en los templos dedicados a tal efecto el varón
debía pagar determinada suma antes o después del
contacto. En Babilonia es donde se desarrolla este primer tipo de
comercio sexual. La consolidación de la familia
monogámica significa, en los hechos, el primer
obstáculo definitivo al comercio sexual sin trabas.
Anayarin informa (pág. 4) que toda mujer nacida en
Babilonia estaba obligada, una vez en su vida, a ir al templo de
Ishtar, la diosa babilónica del amor, para entregarse en
ese lugar a un extranjero. Cuando una de las asistentes tomaba
asiento en el lugar sagrado, no podía volver a su casa sin
que un extranjero le haya arrojado dinero en el
regazo y sin que haya tenido comercio con ella fuera del templo.
Como podemos ver, surge de esta forma la prostitución
sagrada, que se complementa y engarza con la hospitalidad
sexual.
Resulta curioso observar cómo cada pueblo imprime
a esta actividad su característica especial y
personalísima. La voluptuosidad más desenfrenada la
aportaron los babilonios, mientras que los fenicios dieron a la
prostitución ese aire comercial
que tipifica su existencia. En la cultura
fenicia existían dos divinidades del amor: Astarté
y Baal. De la unión de ambas deidades surgió la
celebración de una serie de fiestas o ceremonias que con
el tiempo
cobrarían un gran esplendor. La del Duelo, por ejemplo,
donde Astarté lloraba la muerte de
Baal, su divino amante. En esta fiesta, las mujeres se golpeaban
duramente el cuerpo, en inequívoca señal de
desesperación, para más tarde ofrecer sus cabellos
a la diosa, o su cuerpo a un extranjero. Se cree que fue en
Biblos donde la antedicha fiesta alcanzó mayor
popularidad. Allí las mujeres que querían conservar
su cabellera con evidente menosprecio de su pudor, abandonaban
rápidamente el templo y se dirigían a una especie
de mercado donde
sólo tenían acceso además de ellas los
extranjeros. Estaban obligadas a entregarse tantas veces como
fueran requeridas. El producto de
aquel comercio carnal se destinaba a adquirir ofrendas para
las imágenes
de la diosa.
En suma, los fenicios, comerciantes en toda la
extensión de la palabra, perfilaron con su propia
característica la prostitución, fusionando muy
íntimamente las dos fuentes conocidas: hospitalaria y
religiosa, pero comerciantes por encima de todo. "No dudaron en
desarrollar la costumbre de entregar su mujer y sus hijas al
recién llegado. De esta forma, no sólo
tenían la suerte de realizar esta entrega a la
representación humana de un dios, sino que, de paso,
podían hacer también un productivo negocio"
(Enciclopedia Jurídica OMEBA, pág. 654).
En Egipto, las
leyes morales
cumplieron su primer objetivo:
desentrañar las diferencias entre el bien y el mal. Los
egipcios saben a qué atenerse, y parece no existir las
condiciones para que se desarrolle la prostitución
hospitalaria y sagrada. Pero queda la tercera: la del comercio
carnal. La mujer egipcia se entrega en los primeros tiempos por
pura y simple codicia. No puede seguir la costumbre hospitalaria,
ya que el egipcio es en ese momento, por naturaleza, un ser que
odia al desconocido, a quien por nada del mundo deja entrar en su
casa ni le ofrece avíos o alimentos,
creyendo sin duda que de esta mínima relación
pueden sobrevenir contagios de pestes o enfermedades
infecciosas.
Inútil, por tanto, la doble cara hospitalaria y
religiosa de esta actividad. Las egipcias que se abandonan a la
prostitución se hacen, por tanto, cortesanas. A veces se
presentaba la prostitución bajo la vertiente sagrada,
engarzada en el culto a Isis, la diosa del amor y la fertilidad,
y su esposo, Oziris. Sin embargo, si en Egipto llegó a
existir esta forma de prostitución, fue sólo de
manera muy leve. No obstante, la otra imagen que se
tiene, la nacida de la codicia, brillaba con inusitado fulgor.
Cuando cualquier egipcio, por noble que fuese, necesitaba
conseguir algo, no dudaba en entregar a su hija, esposa o madre,
con tal de satisfacer su ambición.
Así, se puede observar que en Egipto
existió la prostitución desde las épocas
más remotas, pero al cabo de poco tiempo perdió su
carácter religioso. Los egipcios fueron los primeros en
prohibir las relaciones carnales con las mujeres nativas o
peregrinas domiciliadas en los templos y demás lugares
sagrados de la época. Al romperse el vínculo entre
prostitución y religión, la primera
continuó practicándose en forma independiente y
alcanzó contornos extraordinarios. La Enciclopedia
Jurídica Omeba (pág. 654) comenta que "en Egipto se
dictaron, por primera vez, normas de carácter policial
para reglar y sanear el ejercicio de la prostitución, las
que no llegaron a ejercer ninguna influencia efectiva, pero
sirvieron de antecedente a las normas de control estatal en este
terreno".
La misma fuente informa que "en Grecia hubo
prostitución religiosa desde que se fundaron los templos,
por lo que se la vincula al origen mismo del paganismo
helénico. En Corinto era usual adscribir al templo de
Afrodita mujeres que servían como meretrices y que
entregaban a los sacerdotes lo que recaudaban en esa calidad.
Constituían una gran atracción que
contribuía al enriquecimiento de la ciudad, e incluso
llegaron a ser tratadas como benefactoras. Al comenzar el auge
del cristianismo
se inició su decadencia, y en su primera epístola a
los corintios, San Pablo las fustigó en forma despiadada,
poniendo fin a un estilo y una época. En verdad, ya antes
del advenimiento del cristianismo, en el período de mayor
cultura
griega, se había llegado a abolir la
prostitución religiosa, pero sus huellas persistieron en
muchos ritos y costumbres. Solón trató de preservar
el orden y la moral de
Atenas, y para ello, además de tomar otras medidas,
reglamentó la prostitución. Creó casas
especiales, a las que llamó Dicterion, que quedaban
confinadas a ciertos barrios y eran monopolio del
Estado, que las administraba y percibía impuestos
especiales por su rendimiento. Legalizaban aparentemente, el
libertinaje, pero es indudable que su implantación
respondía a una necesidad de la época, y que
Solón trató, por su intermedio, de evitar graves
males hereditarios y de atemperar el desorden en el ámbito
social".
Las fuentes consultadas coinciden en señalar que
las mujeres que habitaban los dicteriones eran en su
mayoría extranjeras o esclavas compradas con este
propósito. Sobre éstas se imponía una serie
de limitaciones: no podían transitar por ciertas zonas de
la ciudad, debían utilizar vestiduras especiales que
permitieran identificarlas, y les estaba prohibido intervenir en
los servicios religiosos. Cumplían las más
humillantes funciones
públicas, y los establecimientos a que pertenecían
fueron en verdad, el antecedente histórico de los
‘lenocinios’ romanos, de las
‘mancebías’ españolas y de los
‘prostíbulos’ de nuestra
época.
La vida de las dicteriades estaba rígidamente
reglamentada, y sus costumbres eran controladas con mucha mayor
severidad que las de sus equivalentes actuales. Pero al cabo de
poco tiempo, la disciplina se
relajó, bajo la influencia de las mujeres extranjeras que
invadieron Atenas; las mismas lograron obtener tantas franquicias
administrativas y policiales, que, al cabo de un siglo de la
creación de los dicteriones, no era difícil
encontrar a sus pupilas en los lugares sociales y hasta en el
foro.
Dentro de la denominación genérica de
cortesanas griegas se encontraban varios grupos, clasificados de
acuerdo a las leyes que regían su actividad. Las pupilas
del dicterion tuvieron durante muchos años, el
carácter de verdaderas esclavas: eran adquiridas por
el Estado, que
corría con sus gastos y
necesidades, pero fijaba al mismo tiempo, la tarifa oficial de
explotación para cada una de las mujeres del
establecimiento. Éste era regenteado por un funcionario
público, que imponía disciplina y percibía
las sumas recaudadas directamente por las mujeres. Venían
luego las pornai, que se ubicaban principalmente en el pireo, en
establecimientos más libres y menos reglamentados; los
visitantes podían alquilarlas, y llevárselas a
vivir consigo por períodos de una semana, un mes o un
año.
El rango superior lo ocupaban las auletridas o
tañedoras de flauta, que tenían una relativa
libertad de movimientos, ya que podían trasladarse a
cualquier sitio. Iban, generalmente, a fiestas de hombres solos,
en las que se podía tasar discrecionalmente su trabajo de
artistas y danzarinas. La categoría más alta de las
cortesanas griegas estaba formada por las heteras, palabra que
significa "compañera". A diferencia de las pornai que
eran, en su mayoría, orientales, las heteras eran por lo
general mujeres de la clase de los ciudadanos, que habían
perdido su respetabilidad o que se negaban a aceptar la vida de
reclusión de las matronas atenienses. Vivían en
forma independiente y recibían en su casa a los hombres
que habían logrado atraer. Algunas de ellas consiguieron
adquirir gran cultura y refinamiento y se incorporaron, en forma
un tanto mítica, a la historia de ciertos acontecimientos
de su país
Aunque no gozaban de derechos civiles y sólo
podían frecuentar el templo de su propia diosa, Afrodita,
algunas heteras llegaron a gozar de muy alta consideración
en la sociedad masculina de Atenas, hasta el extremo de que en
muchos casos no se consideró bochornoso que un hombre se
exhibiera públicamente en su
compañía.
Las cortesanas griegas se apartaron de las simples
dicteriadas y de las últimas prostitutas que habían
comenzado a acudir a Atenas, y frecuentaron la intimidad de los
grandes hombres del país, curtiéndose en
sabiduría, como es notorio a lo largo de muchos ejemplos
conocidos. Sobre todo donde las cortesanas procuraban sus amantes
fue en el terreno de la filosofía. En rigor, la
época de las cortesanas comenzó en Grecia cuando
Clonice enlazó las seducciones del amor con las lecciones
de filosofía. Así, vemos cómo Aspasia, vieja
dicteriada de Megara, natural de Mileto, proclamó una
galante frivolidad creando una escuela que no
dudaron en seguir cientos de jóvenes griegas. Aspasia
contrajo matrimonio con Pericles que ya estaba casado con
Crisila, de la que tuvo que separarse para unirse a la hetaira
pensadora, que llegaba a todas partes rodeada de su femenina
corte de honor.
También en el terreno de la política, las
cortesanas de Grecia desempeñaron un importante papel. De
entre todas cabe destacar a Pitionice y Glicere, que llegaron a
obtener increíble poder. En
Babilonia eran dueñas y señoras, y Hárpalo
–el protegido de Alejandro Magno, que era gobernador de
Babilonia-, tuvo amores con las dos.
Por otra parte, vemos que en la historia romana, en sus
inicios, era casi nulo el meretricio, ya que no tenían
todavía a Venus como diosa oficial. Las pocas prostitutas
que había eran marginadas de la sociedad y debían
vivir en los lugares más apartados de Roma. No
podían casarse y llevaban un distintivo. Con la
aceptación de los dioses Venus y Baco en el sistema religioso
se incrementó el desenfreno sexual y alcohólico y
con ello la prostitución. Ante esta situación se
implantó leyes para frenar los excesos.
En la antigua civilización etrusca se
conocía y admitía la prostitución, hasta el
extremo de aceptar que muchas jóvenes formaran su dote con
los fondos que recababan con su ejercicio. La Enciclopedia
Jurídica Omeba (pág. 655) señala al
respecto: "La prostitución se manifestaba en la forma
hospitalaria y en la consentida. La primera se ejercía en
los bosques de laurel y mirto que rodeaban las ciudades, mientras
que la reglada o consentida tenía por escenario los
arrabales de las mismas, especialmente los que rodeaban los
puertos y permitían un fácil contacto con los
extranjeros".
En la Roma primitiva, las prostitutas eran muy poco
numerosas, y estaban excluidas de la sociedad romana, y se les
prohibía llevar el vestido de las matronas, signo de la
mujer decente, y debían vivir confinadas en los rincones
más oscuros de la ciudad. Poco a poco se las fue
organizando mediante un control muy severo. Las prostitutas
debían registrarse en la Policía, lo que constituye
un antecedente de las prácticas actuales, y quedaban
disminuidas automáticamente por ciertas incapacidades
civiles.
Las inscripciones pompeyanas y los textos legales de
Ulpiano y Justiniano excluyen del concepto de
prostituta a las adúlteras pasionales y las que
poseían un amante, pero incluyen, en cambio, las
que ejercen clandestinamente. Sea como fuere, es general entre
los jurisconsultos romanos que el precio por
sí solo no define la prostitución, considerando
como mujer honesta a la que supiera guardar las apariencias. Las
leyes del Digesto no hablan para nada de la prostitución
masculina, hetero y homosexual, tan común, sin embargo, en
la antigüedad.
Toribio Anyarin Injante (pág. 4) señala
que "En 180 a.C. Marco Aurelio pone los cimientos en la
reglamentación. La prostituta debía llevar su
licencia stupri que sería la marca de la
indignidad e infamia hasta su muerte.
Además de ser vigiladas por censores, debían pagar
a éste el impuesto vectigal
creado por Calígula equivalente a la octava parte de su
ganancia diaria, con lo que engrosaba el fisco. En el año
149 a.C. la Ley Scantinia de
Nefanda Venere sancionaba no solamente a las mujeres que se
prostituían, sino también incluía a los
pederastas".
La Enciclopedia Jurídica Omeba (pág. 656)
apunta también el siguiente dato: "En la época de
Trajano, se calculaba que en Roma había más de
30.000 prostitutas censadas que vivían en las afueras de
la ciudad, y a éstas había que agregar varios
millares de "paseantas" secretas no fichadas, que practicaban la
prostitución libre. Con el advenimiento del cristianismo,
comenzó la lucha contra la prostitución.
Dioclesiano, Anastasio I y Justiniano trataron de poner un dique
a las costumbres licenciosas de la época, ayudando a la
rehabilitación de las mujeres caídas, mediante la
destrucción de los registros donde
constaba su posición infamante, y la anulación de
las incapacidades que pesaban sobre ellas. La nueva
religión condenó la corrupción e hizo
conocer el dogma del pecado mediante el cual se predicaba una
moral muy severa que honraba la castidad y la continencia, y
sancionaba la monogamia como ley sagrada. Las reformas más
importantes de la nueva iglesia se
realizaron en el terreno del sexo. El paganismo había
tolerado a la prostituta como un mal menor y necesario; la
Iglesia Católica las atacó sin concesiones e impuso
un patrón único de moralidad para ambos sexos. Su
éxito
no fue completo, ya que la prostitución continuó su
camino en el ocultamiento y el disimulo; sobrevivió pese a
tener que franquear barreras éticas y morales totalmente
nuevas".
En el siglo ix Carlo Magno ordenó el cierre de
todos los establecimientos donde las mujeres se permitían
tener relaciones sexuales promiscuas y dispuso el destierro de
las prostitutas. Pero dada la gran corrupción de las
costumbres, las medidas legales resultaban inocuas. Durante la
Primera Cruzada, algunas mujeres pagaban su viaje
vendiéndose en las ciudades de la Ruta. Y las Cruzadas
siguientes vieron engrosadas sus filas por numerosos contingentes
de mujeres vestidas de hombres, que llegaron a crear verdaderos
burdeles alrededor de la Tienda Real.
Pese a la devoción religiosa imperante en esa
época se toleraba a las prostitutas por considerarlas un
mal necesario: solaz para los soldados que combatían por
el Señor y defensa de la moral de los hogares. Como todos
los trabajadores se agrupaban en gremios, ellas también
formaron el suyo que contemplaba tanto la situación de las
que se encontraban recluidas en casas especiales, como la de
aquellas que viajaban errantes tras los ejércitos. Es
decir, que la prostitución no sólo era aceptada,
sino, incluso, protegida y regulada.
A pesar de las leyes, empezaron a florecer los
prostíbulos. Tanto las prostitutas como los que las
dirigían debían inscribir sus nombres en los
registros ediles de los que nunca se les borraba. Más
adelante se crearon los lupanares equivalentes al dicterion
griego, que debían estar fuera de la ciudad. El Senado
estableció una división entre las prostitutas de
estos lugares y las prostitutas errantes o clandestinas. Ambas
eran condenadas a la infamia pública. Lo mismo
sucedía con las personas que facilitaban la
prostitución.
Durante el imperio de Diocleciano la prostitución
bajó notablemente gracias a la revaluación social y
religiosa producida por el cristianismo. Con la caída de
Roma en 414 d.C., los bárbaros decretaron leyes represivas
contra la prostitución. Posteriormente, todos los
emperadores cristianos se esforzaron en atajar y reprimir la
prostitución. Constantino fue uno de los más
fervientes defensores de la moral romana. Él limitó
el libre accionar de los homosexuales, quienes hasta entonces no
hallaban obstáculos para requerir servicios sexuales (de
varones prostitutos). Todos los emperadores cristianos sin
excepción, y Justiniano más que ninguno, se
afanaron en consolidar las costumbres del imperio haciendo uso de
todos sus recursos y todo
su poder. Fue Justiniano quien cambió e impuso un nuevo e
inexorable reglamento en los baños públicos tan
característicos en todo el imperio. El Emperador
obligó en estos baños y como medida preventiva la
diferenciación entre los dos sexos. También
dictó una severa ley en la que exponía que el
marido que fuese sorprendido en el baño con una mujer que
no fuese la propia perdiese a perpetuidad todas las donaciones
que pudiese obtener de su esposa.
La prostitución masculina, por otra parte,
acabó por tomar tanto incremento desde el siglo v a.C. en
Grecia y desde la época imperial en Roma, que llegó
acaso al mismo nivel que la prostitución femenina. Tampoco
era infrecuente que los hombres se prostituyesen a las mujeres,
como se encuentra mencionado en el libro
bíblico de Ezequiel y aparece en las poesías
de Juvenal y Marcial.
1.2 La
prostitución en la Edad Media
La Edad Media no
rompió con las tradiciones de la antigüedad en lo
referente a la prostitución, adoptando, por el contrario,
muchos de sus puntos de vista. La Enciclopedia Espasa Calpe
(pág. 1105) señala al respecto: "Se aprecia
más bien una transformación gradual que una
verdadera reforma en tan importante problema social, por parte de
los gobiernos, filósofos y moralistas de la época.
Donde más claramente se observa esta continuidad es en el
imperio Bizantino como puede colegirse de los escritos de
Procopio y de Miguel Psellos. La capital de los
emperadores de Oriente y los emperadores de Oriente
ofrecía en el barrio de Gálata el aspecto de los
antiguos centros de prostitución de Grecia y Roma: lo
propio puede decirse de Chipre y Creta, que se hicieron
célebres en este sentido".
En general, la prostitución en las ciudades
medievales y especialmente las del norte, adoptó la forma
cerrada de los burdeles, aunque no faltaban casos de la ambulante
en forma de danzarinas o tañedoras de arpa y
cítara. Entre los árabes se encontraban tales
artistas con el nombre de mumisa, voz derivada del griego mimas,
siendo muy celebradas en las poesías árabes como el
Diván de Mutalami. Los judíos habían
mantenido las prohibiciones seculares de los libros
sagrados con respecto a la prostitución, aunque la
influencia griega se había traducido en una tolerancia muy
extensa en la práctica. Flavio Josefo menciona ya la
existencia de numerosas prostitutas por más que no parece
hubiera una verdadera organización de las mismas entre el
elemento exclusivamente judío. Si el Talmud menciona casos
que recuerdan las costumbres grecorromanas, es sólo por
efecto de la influencia de las mismas, existiendo sectas
intransigentes como las de los Esenios que vedaban toda
relación sexual ilícita. La sociedad cristiana no
adoptó el punto de vista ascético y por tanto
prohibitivo, sino que estableció la tolerancia desde los
primeros tiempos, no faltando con todo, sus protestas y
reacciones momentáneamente victoriosas.
En general, las prostitutas de la Edad Media
ejercían su comercio como gremio reconocido, figurando en
las entradas solemnes de príncipes en las poblaciones
festejándoles con ofrendas de flores. No era infrecuente
tampoco que las visitasen entonces grandes dignatarios, que por
otra parte las obsequiaban con regalos para bailes y festejos.
Tal ocurrió en Viena durante el reinado del emperador
Segismundo en 1435 y en Praga en el del emperador Alberto ii. Las
ordenaciones acerca del comercio de las prostitutas eran tan
comunes como minuciosas, negándoseles, sin embargo, el
derecho de ciudadanía a partir del siglo xv. Se las
obligaba a usar trajes especiales, separándolas de las
mujeres honradas, incluso en las tumbas, reservándoselas
lugar aparte en las iglesias. Tampoco debe olvidarse que la
escasa población y menor riqueza de las ciudades
medievales impidieron el lujo y esplendor que
acompañó al desarrollo de la prostitución en
Grecia y Roma.
Sólo en el oriente bizantino e islamita se hallan
ejemplos que recuerdan los de las modernas urbes mundiales en
esta parte. Donde más parece haberse concentrado el
ejercicio de la prostitución es en las grandes villas
universitarias, como Padua, Florencia, París, Heidelberg,
Oxford y Salamanca. Los moralistas no cesaron de clamar contra
esta proximidad cual lo demuestran en el siglo xiii las
invectivas de Jaime de Vitri. Lo propio se observa en Italia por parte
de Eneas, Silvio y del Panormita, condenando la inmoralidad de
los estudiantes de Siena. Era deber de los rectores vigilar que
los estudiantes no saliesen de noche para evitar la
frecuentación de tales mujeres. Sin embargo, tales
disposiciones eran poco respetadas, renovándose sin cesar
con los abusos y escándalos que se venían
sucediendo.
La Enciclopedia Jurídica Omeba (pág. 656)
informa que "en 1254, el Rey Luis ix decretó el destierro
de todas las prostitutas de Francia, pero
cuando comenzó a aplicarse el Edicto, se comprobó
que la promiscuidad clandestina reemplazaba al anterior
tráfico abierto, lo que indujo a revocarlo en 1256. El
nuevo decreto especificaba en qué zonas de París
podían vivir las prostitutas, reglamentaba su forma de
actuar, la ropa que podían usar y las insignias que las
caracterizaba, se las sometía a una inspección y
control de un magistrado policial, que llegó a ser
conocido bajo la denominación de ‘rey de los
alcahuetes, mendigos y vagabundos’. En su lecho de muerte,
Luis ix aconsejó a su hijo que renovara el Decreto de
Expulsión, cosa que éste hizo con resultados
similares a los anteriores".
Las fuentes documentales consultadas coinciden en
afirmar que la prohibición, la reglamentación y la
abolición de la prostitución se sucedieron a lo
largo de los siglos, con resultados diferentes. En 1561, bajo el
reinado de Carlos ix, se reeditó la ordenanza, con el
propósito de combatir los estragos que el "mal de
Nápoles" o sífilis
hacía entre la población. En Génova y
Venecia, la prostitución estuvo reglamentada
administrativamente bajo la dirección de una mujer a quien
llamaban "reina", que se encargaba de hacer respetar en forma
estricta los reglamentos policiales.
En España
ocurrió lo mismo, ya que la prostitución
reglamentada tuvo una evolución análoga a la de los
demás países en la época. En el siglo xv,
las mujeres se agrupaban en mancebías enormes, cercadas
por murallas, en las que su número llegaba a centenares.
Estos establecimientos fueron reglamentados por Felipe ii,
suprimidos por Felipe iv, reimplantados por Carlos ii, y
legalizados, definitivamente, en 1865.
En América, la mancebía más
importante fue la que se denominó Casa de Recogidas,
fundada en La Habana en 1776. En Inglaterra
había una cadena de burdeles cerca del puente de Londres,
que en un principio obtenía su licencia del Obispo de
Winchester y luego del Parlamento. En 1611 bajo el reinado de
Enrique ii se dictó una serie de ordenanzas, con las que
se trató de evitar la propagación de las enfermedades
venéreas. Por las mismas se prohibía a los
dueños de los establecimientos que tuvieran mujeres
atacadas por esas enfermedades, como también la
admisión de hombres que sufrieran "males
nefandos".
Con el advenimiento de la Reforma, las costumbres
cambiaron totalmente, y se insistió sobre la necesidad
imperiosa de castidad. En 1650, en Inglaterra se llegó a
considerar la fornicación como una felonía, que al
reiterarse podía acarrear la pena de
muerte. A partir de este año las prostitutas
comenzaron a ser juzgadas por tribunales civiles y no
eclesiásticos. Se las condenaba por indecencia
pública o alteración del orden. En 1751 comenzaron
a cerrarse los burdeles y desde entonces la legislación se
ocupa de las ofensas contra la decencia en lugares
públicos y trata de castigar, especialmente a los
intermediarios de la prostitución.
La influencia de la prostitución ambulante en las
ferias y mercados es uno
de los rasgos característicos de esta época que
excedió considerablemente a la antigüedad en tal
concepto. Lo propio puede decirse de las grandes fiestas
populares como las de los Santos, de Pascua y Carnaval, de los
torneos, peregrinaciones y romerías. En cuanto a las
grandes expediciones militares como las de las cruzadas, no hay
que decir que los puertos de mar como Hamburgo, Venecia,
Nápoles y Lisboa, eran centro de una enorme
prostitución como lo atestiguan las poesías de la
época. No poca influencia ejercieron también en
ella las gentes de condición servil, que no dejaron de
existir en toda la Edad Media. Así, en Bizancio, a pesar
de las prohibiciones de la emperatriz Teodora, hubo un gran
tráfico de esclavas. Lo propio en Italia y en Grecia, no
obstante renovarse los edictos persiguiendo tan vergonzoso
trato.
En las mancebías estaban tratadas las mujeres
como verdaderas esclavas, y lo propio acontecía en todo el
Oriente musulmán, lo que se refleja en la literatura de aquel tiempo.
Alfonso el Sabio de Castilla reglamentó ya la
prostitución, ofreciendo cuadros vivos de ella las
inmortales obras de Fernando de Rojas y del Arcipreste de
Talavera. Los castigos aplicados a las proxenetas, y que se
encuentran en todos los países de Europa eran
muchas veces ilusorios, y, cuando más, no tardaban en caer
a poco en desuso.
1.3 La
prostitución en la Edad Moderna
La Enciclopedia Jurídica "Omeba", así como
Mario R. Zapata (Ob. Cit.) informan que la prostitución
reglamentada se impuso a lo largo de la Edad Moderna.
Desde principios del
siglo xix esta institución se generalizó en todas
partes, y fue considerada por los distintos Estados como una
necesidad desagradable a la que era necesario reglamentar y de la
que era conveniente sacar beneficios pecuniarios. Estaba
encuadrada dentro del aparato estatal, regida por normas de
carácter policial e higiénico y, aunque rechazada
por un cúmulo de conceptos morales y éticos, no
podía negarse su existencia tanto real como legal. En la
actualidad, la mayor parte de los países civilizados
sustentan un criterio abolicionista, que rechaza la
intervención gubernamental en el problema, o la reduce a
un mínimo.
Las leyes no disponen la abolición de la
prostitución, sino la abolición de la
reglamentación correspondiente, eliminan su
carácter oficial.
1.4 La
prostitución en la Edad
Contemporánea
Mario Zapata (Ob. Cit.) comenta que es en esta
época que la prostitución adopta diferentes formas
degenerativas y de extensión universal. Despierta la
preocupación de científicos, médicos, etc.,
quienes plantean la problemática desde diversos
ángulos. Formulan soluciones que
van desde el castigo y el libre albedrío "hasta
razonamientos como los de Schopenhauer, para quien la monogamia
es una de las causas de la prostitución" (pág.
5).
La prostitución reglamentada se impuso a lo largo
de lo que podríamos considerar, época moderna,
desde principios del siglo xx, esta institución se
generalizó en todas partes y fue considerada por los
distintos Estados como una necesidad desagradable a la que era
necesario reglamentar y conveniente sacar beneficios pecuniarios.
Estaba encuadrada dentro del aparato estatal, regida por normas
de carácter policial e higiénico, y aunque
rechazada por un cúmulo de conceptos morales y
éticos, no podría dudarse de su existencia, tanto
real como legal.
Otras fuentes, como las ya citadas en páginas
anteriores, comentan que durante este período de la
historia los diferentes momentos que atravesó la
prostitución: desde un florecimiento desmedido hasta las
acciones
represivas del Estado.
1.5 La
prostitución durante la Colonia en el territorio ocupado
actualmente por Bolivia
Después de revisar los diferentes textos a los
que se pudo acceder sobre historia y sociología de
Bolivia, se llegó a la conclusión de que la
prostitución en el territorio que hoy ocupa Bolivia no se
inició antes de la llegada de los españoles. Mario
Zapata (Ob. Cit.: 6) y José Arze y Arze (1989: 15-16) con
base en los Comentarios reales de los incas de
Garcilazo de la Vega, mencionan a las pampairunas, que
habrían efectuado cierta conducta
"irregular", que, sin embargo, sería tan eventual que
merece apenas mencionarse, además de no aportar datos
exactos. Por ello, se parte el presente apartado con la
prostitución durante la Colonia.
Gustavo Adolfo Otero (1980: 54) informa que "se
otorgó a algunas mujeres a que libremente se trasladaran
al Perú, ya muy avanzada la conquista. Estas se hallaban
comprendidas entre las prostitutas llamadas
‘portuguesas’." Es decir, la prostitución
parece haber llegado a América por la vía de la
importación. Sin embargo, las nativas
también fueron obligadas (de una u otra forma) a
prostituirse. El mismo autor señala sobre el particular
(p. 55):
"No se castigaba a las indígenas que eran
seducidas, amancebadas o prostituidas por los españoles,
recibiendo muy suavemente éstos [los españoles] las
sanciones. Había también entre las
muchísimas leyes de Indias varias tendentes a proteger el
sexo débil indígena, tales como aquellas que
prohibían que las indias fueran obligadas a
acompañar en los viajes a los
españoles y a salir de su residencia, igualmente que
tampoco se aceptaba por las autoridades denuncias de
amancebamiento con clérigos si éstas no
tenían el resguardo de las correspondientes pruebas, a fin
y objeto de poner a las mujeres indígenas a salvo de
calumnias".
El mismo autor (pág. 85) señala que "la
vida sexual de la época ofrece a la observación la característica del
contubernio del sexo con la religión. Es notable observar
que los hidalgos españoles o los "acaballerados" que
desprecian a las indias racialmente, no las repugnan como sus
queridas o sus prostitutas, formando con ellas verdaderos
cerrallos en sus haciendas o conviviendo con las mismas en la
ciudad. Las aventuras de la Villa Imperial de Potosí, tan
explotadas por los tradicionalistas, se inspiran en estos amores
sádicos en los que se mezcla el amor y la
muerte con la religión".
1.6 Bolivia: la
prostitución durante la
República
Pese al cambio de dominio, durante
los primeros años de la República subsiste el orden
socioeconómico heredado de la Colonia. El feudalismo y el
latifundio permanecen intactos en un Estado contradictorio que
tenía una organización jurídica y
política de corte liberal. Mario Zapata (Ob. Cit. 6)
informa que durante los primeros años de la
República la prostitución no presentó
diferencias sustanciales con relación al período
anterior.
En los diferentes períodos bélicos
(Campaña del Pacífico, del Acre y del Chaco) se
presenta una variedad especial de prostitución: las
rabonas. Éstas eran mujeres que acompañaban a los
hombres en campaña, dando sus servicios sexuales a
oficiales y soldados con lo cual mantenían "elevada" la
moral de la tropa. El cuento
titulado La paraguaya (p. 212), en el libro Sangre de
Mestizos de Augusto Céspedes contiene un pasaje que,
aunque de modo periférico, aborda este aspecto. Como
podrá apreciarse, las meretrices eran reclutadas de los
poblados aledaños al área de conflicto. El
texto
señala concretamente:
"Poco después trabó en Ballivián el
ansiado contacto con una de las diminutas meretrices, de rostro
aplastado y negros senos, recolectadas de Yacuiba y Charagua.
Ella recluyó la figura de la paraguaya en su inofensiva
virginidad de estampa".
Este período se caracteriza, fundamentalmente,
por el patriarcado cerrado, que no era exclusivo del país.
Sin embargo, movimientos sociales contestatarios se iban gestando
al interior de la sociedad urbana. Entre los muchos temas de
discusión se da el caso del divorcio, en
el cual la mujer asume, como pocas veces, un papel importante.
Alcides Arguedas (1979: 222-3) comenta al respecto:
"Un periódico
de importancia, El Diario, decide en Bolivia promover una
encuesta
exclusivamente femenina. Y las damas de mayor linaje se muestran
decididas partidarias del divorcio, con entusiasmo y casi
unanimidad. El movimiento en
favor del divorcio se manifiesta vigoroso y entusiasta en todas
partes, hasta en esas ciudades de abolengo, recatadas y algo
austeras, como Chuquisaca."
Si bien el proceso se
inició en los años 20, la aprobación legal
del divorcio no llegó sino hasta varios años
después. Sin embargo, este precedente dice mucho de la
capacidad política de la mujer cuando encuentra espacios
en los que puede trabajar de manera organizada.
La revolución
nacional boliviana tuvo su origen en el descontento social
generado por la Guerra del
Chaco y, junto con las revoluciones de México,
Cuba y
Nicaragua, fue uno de los cambios sociales más importantes
producidos en Latinoamérica durante este siglo. Se
inició en abril de 1952 como un golpe de Estado
protagonizado por la pequeña burguesía urbana y el
MNR, pero a lo largo del año y medio siguiente, los
militantes campesinos y mineros la transformaron en una
trascendental reorganización de la sociedad boliviana. En
el período inmediatamente posterior a los breves conflictos que
marcaron el golpe, la escalada de demandas obreras y la
ocupación de facto de terrenos por parte de campesinos en
el valle de Cochabamba y la región circundante a la ciudad
de La Paz, impulsaron a la acción a los moderados
líderes del MNR.
La situación del campo estaba
prácticamente fuera de control y el gobierno
requirió de un amplio poder popular para consolidar una
base independiente de poder. Fue así como el MNR
nacionalizó las principales minas de estaño e
instituyó una arrolladora reforma agraria que
legitimó un proceso que ya estaba en marcha en el campo y
que proscribió el pongueaje. La revolución
también otorgó derechos de sufragio a mujeres e
indígenas, amplió el sistema educativo, redujo el
poder del ejército y organizó a la población
en milicias civiles armadas para defender el nuevo orden
social.
Herbert Klein (1999: 233) hace notar que "para una
comprensión de la revolución que se produjo en los
meses que siguieron a abril de 1952 resulta imprescindible
comprender el carácter de la sociedad y la economía bolivianas a
mediados del siglo. Aunque conservaba todavía todos los
rasgos clásicos de una economía subdesarrollada, a
mediados del siglo xx, Bolivia había experimentado cambios
de relieve en su
composición social. Entre 1900 y 1952 la población
urbana había subido de 14,3% al 22,8% de la
población total del país. […] El nivel de
alfabetización y el número de niños que
asistían a la escuela habían aumentado durante el
período mencionado, particularmente después de las
sumas importantes destinadas a la educación
después de la Guerra del Chaco. Así, entre 1900 y
1950, la población alfabeta subió del 17 al 31% de
la población total, mientras que la población
estudiantil preuniversitaria pasó de alrededor de 23.000 a
139.000 […] Así pues, empiezan a surgir en las
tendencias del siglo xx transformaciones fundamentales en el
carácter de la población hacia un aumento
rápido de la población urbana." Como resultado de
este proceso de urbanización acelerada, se puede advertir
que la prostitución también se ve incrementada. Por
otra parte, vemos que el contexto general en que se desarrollan
las sociedades
urbanas facilita la violencia hacia la mujer que se
institucionaliza en el matrimonio. Esto forma una cadena que
dirige la vida de varones y mujeres, prolongando las relaciones
de dominación que se puede percibir en tres dimensiones
entrelazadas: etnia, clase social y género.
1.6.3 Período
de 1985 a la fecha
Como pudo observarse en estos subtítulos, la
prostitución en Bolivia, y particularmente en La Paz, se
inicia con la llegada de los españoles (en el territorio
que hoy ocupa Bolivia). Durante la República se operan
cambios que repercuten principalmente en el ámbito
político, pero que socialmente tienen escasa
trascendencia. De este modo, las costumbres (entre las cuales se
cuenta el TSC) se mantienen inalterables. Es a partir de 1952, y
fundamentalmente a partir del último hito
histórico, 1985, que se operan cambios de importancia en
la composición social paceña. La
prostitución, como actividad ligada al desarrollo de las
ciudades, también se ve afectada y provoca, eventualmente,
cuestionamientos que parten de la base misma de la
sociedad.
En el caso de la ciudad de La Paz, los cuestionamientos
provienen principalmente de la capa intelectual. Así, se
toma en cuenta los datos contenidos en la obra teatral La calle
del pecado del autor nacional Raúl Salmón de la
Barra. Dicha obra contiene el relato de la historia de Maruja,
muchacha huérfana que es contratada por la dueña de
un prostíbulo con engaños, para luego ser
arrastrada y explotada sexualmente por ésta. En el relato
se encuentran, además, detalles que ilustran la cotidiana
actividad de las TSC, tomando en cuenta de modo muy particular el
tema de las enfermedades venéreas.
Con el D.S. 21060 de 1985, y bajo la presión y
auspicios del Banco Mundial
(BM) y el Fondo Monetario
Internacional (FMI), se pone fin
a la política del estado empresario y proveedor de fuentes
de trabajo para refundar el capitalismo
dependiente y guiado por la política de libre mercado.
Así, con un golpe de timón espectacular para los
cimientos ideológicos del MNR, Víctor Paz inaugura
una etapa caracterizada por la recuperación
económica del país sin tomar en cuenta el costo social. La
capitalización, forma diplomática de presentar la
privatización, enajena la propiedad estatal
sobre empresas
estratégicas para la economía nacional como YPFB,
ENTEL, ENFE, LAB y otras.
La serie de reformas que siguieron a este proceso
aún están en etapa de evaluación. Sin embargo, es incuestionable
el fracaso del modelo en su aplicación por el alto costo
social que significó. Entre los sectores más
damnificados se cuentan, como siempre, la tercera edad, la mujer
y la niñez. La prostitución, que se alimenta
principalmente de mujeres, niños, niñas y adolescentes,
encuentra en este período cruento para la economía
y la familia un especial caldo de cultivo.
Este cuadro general, como podrá advertirse,
facilita el incremento del TSC de las mujeres, pero
también, aunque en proporción menor, de los
varones. El Diario, en un reportaje intitulado Los hombres
también "venden sus cuerpos", de fecha 1 de agosto de
2000, señala: "La crisis
económica, que tiene como una de sus manifestaciones la
falta de fuentes de empleo,
también afecta a los varones. Algunos jóvenes
optaron por la ‘venta de sus
cuerpos’ en el llamado mundo de la prostitución
masculina" (ver Anexos). Este reportaje toma en cuenta la
prostitución masculina en la ciudad de La Paz.
DEFINICIONES DOCTRINALES Y
CONCEPTUALES
El propósito del presente capítulo es
presentar una visión global de las diferentes corrientes
doctrinales referidas a la problemática del T.S.C., y fue
construido a partir de los enunciados contenidos en los libros
iii Certamen de ensayo sobre
Derechos Humanos: los derechos humanos de la mujer 2000 de
Tomás Trujillo Flores, Criminología de Huáscar
Cajías K. y Libertad de amar y derecho a morir, de Luis
Jiménez de Asúa, principalmente.
Es posible iniciar esta sección considerando que
en la actualidad la multiplicidad de competencias y
órganos legislativos provoca que al interior de los
países coexistan tanto sistemas abolicionistas como
reglamentaristas, por lo que aquellas clasificaciones en las que
aparecen los países ordenados conforme al sistema que
adoptan para tratar esta problemática suelen ser
imprecisas. Esto es un fenómeno que sucede en los
diferentes ámbitos de la vida social. En el caso del
T.S.C. la situación se repite. Los gobiernos suscriben
instrumentos internacionales de corte abolicionista como una
medida política, por lo que en sus legislaciones penales,
federales o nacionales, la prostitución no aparece
tipificada como delito. Sin embargo, en los niveles locales
persiste el prohibicionismo, tanto en disposiciones municipales y
en reglamentos administrativos como en las disposiciones sobre
policía y buen gobierno.
En lo que difieren los tres sistemas es en el
tratamiento legal que otorgan a las personas involucradas. En
estos sistemas todo gira alrededor de la prostituta. Se le
considera, según sea el caso, como delincuente,
víctima o un mal necesario. Para el Estado moderno,
fundado en la democracia, en
las libertades individuales, en los Derechos Humanos y en el
respeto por la
diversidad, ninguno de los tres sistemas da respuesta a los
reclamos por lograr que los derechos de los(as) trabajadores(as)
sexuales sean respetados. Además, no consigue un combate
eficaz en contra de la explotación sexual de niñas,
niños, varones y mujeres adultos.
Por su parte, el Dr. Huáscar Cajías K.,
señala sobre el particular (Ob. Cit.: 150): "Cada vez
menos en los países civilizados en que las disposiciones
jurídicas se limitan a prescindir de la
prostitución sin tomarla en cuenta, existen dos
posiciones: la que la declara como delito o, al menos, como
falta, y la que admite su legalidad, pero dentro de una
reglamentación".
Bajo el sistema reglamentarista, el Estado asume el
control de la actividad. Delimita los espacios públicos y
privados, sus horarios y características. Identifica y
registra la oferta, a
través de licencias o de credenciales, y a partir del
reconocimiento del riesgo de contagio de infecciones de
transmisión sexual (ITS). Ejerce un sistema de control
médico obligatorio, estableciendo los mecanismos de
supervisión, además de identificar
los lugares clandestinos de comercio sexual.
La prostitución, bajo esta postura, es un mal
necesario que se debe controlar cuidando la higiene de la
población. Con esta visión se llega a equiparar a
los TSC como transmisores de enfermedades. Se dice, incluso, que
la reglamentación en el plano ideológico
está orientada a garantizar al cliente el acceso
a los servicios sexuales en condiciones de supuesta higiene,
protegiendo con esto sus intereses, y dejando de lado los del
TSC. Además, la posición reglamentaria, como indica
Huáscar Cajías (Ob. Cit: 150), es típica de
los países latinos, habiéndose iniciado en Francia,
a lo cual añade la consideración de que "la
prostitución es un mal menor y necesario".
Así, puede destacarse la función
pública que cumple la prostitución. En espacial el
TSC femenino actúa como válvula de escape a una
sexualidad
masculina no canalizable por otras vías. Actúa como
compañía y alivio a la soledad del hombre y es, en
última instancia, un mecanismo de prevención de la
violación y el abuso sexual a otras mujeres y otras
poblaciones vulnerables (niños, niñas,
ancianos).
En la actualidad, producto de la ausencia de un
Reglamento que norme esta actividad, permitiendo identificar
derechos y obligaciones
de las y los TSC, como también de los dueños de
locales, clientes y autoridades civiles y policiales en
relación a esta actividad, se sucede una serie de
violaciones a los derechos fundamentales de las personas, lo cual
promueve una espiral de violencia que muchas veces es ocultada,
favoreciendo así la continuidad de una situación
intolerable en un Estado de
Derecho.
La represión penal es la característica
principal que define a este sistema. Los países que lo
practican tienen como política el tomar acciones
policíacas ante cualquier oferta sexual, pública o
privada que implique una retribución monetaria. Se
pretende eliminar tanto la reglamentación como el
ejercicio de la prostitución. Para el Estado, en este
sistema, la persona que practica el TSC es un delincuente y
deberá responder ante la justicia por
su conducta o en el mejor de los casos se le enviará a un
establecimiento de re-educación o de
reincorporación social hasta que se logre el objetivo de
eliminar el TSC.
Los bienes
jurídicos tutelados son la moral pública y las
buenas costumbres, argumento que deja de lado el libre acuerdo de
personas que no afectan a terceros persiguiendo, incluso, los
servicios que se otorgan en lugares privados. En un amplio sector
de la doctrina jurídica prevaleció esta corriente
que, siguiendo a César Lombroso, establece una
equivalencia entre TSC y delincuente: "La prostitución es
a las mujeres lo que el delito a los hombres, porque las
prostitutas tienen los mismos caracteres físicos y morales
que los delincuentes". En el extremo de este sistema, el cliente
es visto no como sujeto activo del hecho antisocial, sino
más bien como víctima de la "invitación
escandalosa" de la prostituta.
Cajías señala (Pág. 150) sobre este
sistema, en lo referente al TSC: "es típica de los
países anglosajones. Implica la creencia de que el
instinto puede y debe satisfacerse sólo en las salidas
reconocidas por la moral y por la ley, o sea, dentro del
matrimonio. Se basa en experiencias recogidas por la geografía y por la
historia, según las cuales hay y ha habido pueblos que
practicaban la castidad extramatrimonial; al mismo tiempo, toma
en cuenta las opiniones de la medicina moderna,
según la cual un régimen de abstinencia sexual es
–salvo casos especialísimos-, perfectamente
compatible con un estado de salud".
Actualmente, el sistema abolicionista predomina en el
escenario internacional. Se fundamenta en la consideración
de que toda prostitución es una explotación del
cuerpo del ser humano, y que la reglamentación de la
actividad sólo consigue perpetuar esta injusticia. El TSC
no es considerado como delincuente, sino más bien como
víctima del tráfico humano, sujeto a
rehabilitación, incluso contra su voluntad.
Esta corriente tiene sus inicios en el siglo xix como
parte del feminismo
británico. Posterior a la promulgación en Gran
Bretaña de la Ley de Enfermedades Contagiosas en 1869,
surge la figura de Josephine Elizabeth Grey Buttler, pionera y
líder
del movimiento que se oponía principalmente a los
exámenes médicos forzados, al registro
policíaco de las prostitutas y a la reglamentación
de su actividad. Grey Buttler funda en 1874 la Federación
Abolicionista Internacional (originalmente denominada
Federación Continental para la Abolición de la
Regulación de la Prostitución) con delegaciones en
la mayoría de las naciones europeas y en Estados
Unidos.
Una cantidad importante de los gobiernos en Occidente
adopta la tesis
abolicionista en parte por la presión internacional
generada sobre el tema, siendo que las leyes prohibicionistas que
sobrevivieron a la segunda mitad del siglo xx se enmarcan en una
tendencia de moralización de la post-guerra. Más
allá de los principios humanitarios en que se inspira el
abolicionismo, éste fue retomado como consecuencia del
fracaso del prohibicionismo.
Trujillo remarca (pág. 23) el hecho de que "los
sistemas abolicionistas son en realidad una combinación
entre la abolición de la normatividad general sobre la
prostitución y el mantenimiento
de la prohibición instrumentada a través de medidas
coercitivas en los niveles locales o municipales. En teoría,
al ser considerada como víctima, la prostituta no es
detenida, sino sujeta a programas de
tratamiento y reeducación. El sistema abolicionista
persigue a aquellos agentes que inducen, mantienen, permiten y se
benefician de la prostitución ajena. Bajo los tipos
penales de lenocinio, corrupción de mayores y menores,
tráfico de personas, entre otros, los beneficiarios son
perseguidos para imponérseles sanciones que llegan hasta
la pena de muerte en el caso de China".
Tomás Trujillo comenta adicionalmente (Ob. Cit.:
22) que las sociedades que practican la doble moral tuvieron como
blanco principal de sus ataques a la prostituta, no la
prostitución como institución, ya no por medio de
las leyes generales, lo cual les sería imposible bajo el
membrete del abolicionismo. En cambio, adecuaron los reglamentos
y disposiciones de procedimientos
administrativos para aplicarlas a los TSC. En cuanto a los
arrestos, se puede advertir que éstos parecen estar
vinculados a la necesidad de recordar a la TSC, que aunque se le
tolere, nunca serán respetados sus derechos en su
cabalidad.
Algunos juristas recomiendan el sistema abolicionista de
manera optimista, ya que "libera a las prostitutas de sus
explotadores –tratantes de blancas, proxenetas y rufianes-,
y la deja libre, sin más obligaciones que tratarse si
está enferma y respetar el decoro público"
(Jiménez de Asúa Ob. Cit.: 83). El mencionado autor
señala, además, que la esencia del abolicionismo no
es castigar a las prostitutas. Recalca además (pág.
83) "El principio V de los estatutos de la Federación
Abolicionista dice así: ‘Considerando que el simple
hecho de la prostitución personal y privada no pertenece
sino a la conciencia y no
constituye delito, la Federación declara que la
intervención del Estado en materia de
costumbres debe limitarse a los siguientes puntos’:
represión de los atentados y de los ultrajes
públicos al mismo; represión de las provocaciones
públicas al libertinaje, y castigo de las
proxenetas".
Otro aspecto que debe tomarse en cuenta es que en este
sistema se pierde el control de las ITS (Infecciones de
Transmisión Sexual), arriesgando a la sociedad a una
epidemia, debido a que el TSC pasa automáticamente a ser
clandestino, lo cual imposibilita la detección y
seguimiento de casos.
"Los Derechos Humanos son literalmente los derechos que
una persona posee por el simple hecho de que es un ser humano"
(DONNELLY 1994: 23). Es decir, todos tenemos derechos humanos sin
distinción de ningún tipo, sea de raza, sexo,
actividad laboral, edad,
condición social, religión, adhesión
ideológica, etc.
2.5
Prostitución (Trabajo Sexual Comercial –
TSC)
La definición de prostitución o Trabajo
Sexual Comercial (TSC) implica la revisión de
términos incompletos e incluso contradictorios entre
sí. Para el presente trabajo se toma en cuenta los
postulados de la OMS, de Huáscar Cajías (Ob. Cit.)
y Claudio Alarco V. en su obra Diccionario de
la sexualidad. La conceptualización precisa será
tomada de los postulados de Cajías y la OMS, en tanto que
esta sección introductoria contiene un resumen de los
puntos de vista del último autor (pág.
304).
Alarco señala que ésta ha existido
siempre, especialmente en las sociedades de tecnología avanzada,
es decir, en las sociedades industriales; en las ágrafas
casi no se ha dado (véase el capítulo anterior,
subtítulos 1.5 y 1.6). Es más frecuente en el
área urbana que en la rural. Las personas que ejercen el
TSC son en su mayoría mujeres, aunque a veces la practican
los varones (generalmente individuos que prestan servicios
sexuales a homosexuales y en algunas ocasiones a mujeres de edad
y adineradas).
En algunos países está legalizada y
organizada en burdeles, donde es más fácil que las
mujeres puedan ser sometidas a una revisión médica
cada cierto tiempo con el fin de controlar las enfermedades
venéreas. En otros, está prohibida, lo cual
provocó que se recurra al TSC clandestino (en salones de
masaje, saunas, bares, cafés, etc.). Alarco identifica
entre los motivos principales que empujan a una persona al TSC la
inestabilidad familiar, la falta de calor
afectivo, la miseria económica, la influencia del ambiente y el
deseo de ganar dinero por la vía fácil. En cuanto a
los varones que frecuentan a las TSC o los burdeles, no hay un
tipo único: pueden ser solteros que no tienen acceso a una
mujer, neuróticos y viciosos, maridos insatisfechos
sexualmente en el matrimonio, jóvenes que buscan su
primera experiencia sexual, etc. Sobre todo en los países
industrializados el TSC perdió el interés
que tuvo hasta hace unos lustros a causa de la
liberalización de la mujer. Sin embargo, continúa
estando muy extendido.
Etimológicamente, prostitución viene del
latín prostitutio onis, de prostituere, exponer en
público, poner en venta. Son las relaciones sexuales que
mantiene una persona a cambio de dinero. El término
Prostitución o Trabajo Sexual Comercial (TSC) es el que
engloba a las diferentes categorías de trabajadores
sexuales comerciales. Huáscar Cajías K. (1997: 150)
señala sobre la prostitución:
"Para que exista prostitución se requiere las
siguientes condiciones: 1) Que haya relaciones sexuales, normales
o anormales (homosexuales). Pollitz considera que sólo
puede hablarse de prostitución cuando una mujer ejerce su
comercio con varones. Sin embargo, creemos que no debe excluirse
el caso de la homosexualidad, en vista de que existe desde hace
tiempo una verdadera profesionalización de este tipo,
sobre todo en las grandes ciudades; 2) que el acto se realice por
una remuneración; no se debe tener en cuenta sólo
el pago en dinero, sino también el que se hace por
cualquier otro medio que implique una recompensa traducida en
ventajas materiales; 3)
que los actos sexuales sean frecuentes; 4) que exista como
elemento característico un cierto número de
personas con las cuales el acto se realiza."
Por su parte, la
Organización Mundial de la Salud (OMS) define la
prostitución o TSC como toda "actividad en la que una
persona intercambia servicios sexuales a cambio de dinero o
cualquier otro bien" (OMS 1989, citada en CONAPO 1994: 761). Esta
definición sintetiza los puntos de vista de Cajías,
sin contraponerse a ellos.
Jiménez de Asúa, en su obra citada
Libertad de amar y derecho a morir, pág. 80, considera la
prostitución como "el ejercicio público de la
entrega carnal promiscua, por precio como medio de vivir de una
persona (decimos persona en vez de mujer, porque también
los hombres pueden ser sujetos de la prostitución, como en
el caso de homosexuales que públicamente de modo constante
y por precio se entregan promiscuamente a otros hombres)". Con
estos puntos de vista, desestimamos todos aquellos conceptos que
limitan la actividad de la prostitución o TSC al
ámbito femenino. El presente estudio considera
también el TSC masculino, como podrá observarse en
el desarrollo, con lo cual se obtiene una visión
panorámica y holística de la
problemática.
2.5.2 Términos
relacionados con el TSC
Dentro del campo de la prostitución, puede
evidenciarse la existencia de una serie de personas y
términos involucrados. Benjamín Miguel (1990),
Alicia "Por Mujeres Nuevas" (seudónimo) en el libro
Trabajo sexual y mujeres en la ciudad de El Alto, pág.
33-35, y Claudio Alarco (Ob. Cit.) ofrecen una lista de tales
términos, a las cuales se añadió otras,
producto de la observación y reflexión. Estas
categorías pueden ser interpretadas como grados
progresivos de prostitución o variantes de ésta
según la especialidad.
Muchas mujeres fueron iniciadas en el TSC por el
proxeneta, primero como meseras, quienes después de cierto
tiempo y con el afán de conseguir más ingresos se
convierten en copetineras, quienes ocasionalmente ofrecen sus
servicios sexuales, llegando al final a ser prostitutas,
meretrices o trabajadoras sexuales comerciales (TSC) en los
términos más puros. Entonces, una definición
de copetinera consistiría en identificar a la mujer que
realiza la actividad de acompañante placentera de uno o
varios clientes, obteniendo remuneración monetaria,
regalos y otros tipos de favores de dos fuentes: una del mismo
local, que tiene la
denominación de Whiskería o Night Club por consumir
y hacer consumir bebidas alcohólicas, y otra
explícitamente del cliente que corresponde por ofertar
ocasionalmente sus servicios sexuales.
Bailarina es toda mujer que brinda espectáculos
musicales en centros de diversión nocturna. Por la
naturaleza del baile, estas mujeres
buscan excitar sexualmente a los potenciales clientes, con
los que luego mantienen relaciones sexuales a cambio de dinero.
En nuestro medio se las puede encontrar tanto en clubes nocturnos
como en whiskerías y discotecas.
En la actividad del TSC, uno de los actores que ha
contribuido a su desarrollo es el proxeneta, quien se constituye
en la persona que fomenta la actividad del TSC. La actividad del
proxenetismo, al igual que la prostitución en sí,
puede ser ejercida por un varón o una mujer que tenga los
contactos suficientes o el ambiente necesario para promover,
facilitar o contribuir a la prostitución de personas de
cualquier sexo. Benjamín Miguel (1990: 255) expresa al
respecto: "Proxeneta en sentido jurídico expresa todo acto
deshonesto y todos los modos mediante los cuales un tercero se
entromete entre dos personas, ordinariamente de sexo diverso,
para que una acceda al deseo carnal de la otra, o para que se
realicen los recíprocos deseos
de ambas de conocerse carnalmente".
Por otra parte, la figura de rufián que era
contenida en el Código
Penal (artículo 322), fue derogada por la Ley 2033 de 29
de octubre de 1999 en su artículo 19.
La meretriz trabajaba en forma clandestina, a diferencia
de la mujer del prostibulum, quien lo hacía
declaradamente. En la actualidad y en nuestro medio, las TSC que
trabajan en lenocinios generalmente no son muy jóvenes.
Sin embargo, también se encuentran chicas de corta edad,
quienes viven en el local, pero son un grupo muy reducido. Cuando
tienen hijos, éstos son dejados al cuidado de una empleada
o pariente. Como en este tipo de locales ya no se venden
ilusiones, las TSC denominadas meretrices se visten de forma
menos llamativa y no se maquillan
mucho. El pago que perciben por sus servicios es inferior al de
las copetineras de los night club, sino simplemente por las
piezas o relaciones sexuales que mantiene cada una.
Las patinadoras no tienen un local donde desarrollar sus
actividades. Son TSC que dentro de la problemática de la
prostitución en la ciudad de La Paz trabajan por cuenta
propia y en la calle. Estas personas buscan a sus clientes en la
calle, y los llevan a un alojamiento que conocen ellas por los
alrededores para prestar sus servicios sexuales. Este grupo de
TSC poseen matrícula y se someten al control sanitario
respectivo. Algunas de ellas comenzaron trabajando en
algún local, mientras otras realizan sus actividades
directamente en la calle.
El aspecto de estas TSC muchas veces no se distingue de
otras mujeres que transitan por el lugar. La remuneración
que obtienen por vender sus servicios es comparable o a veces
inferior al que perciben las meretrices, y no ofrecen un trato
afectivo disimulado hacia sus clientes como
éstas.
Este grupo de TSC es bastante estable, se conocen unas a
otras y se apoyan mutuamente. En algunas
ocasiones sufren la competencia de
otras mujeres que se presentan por el lugar o la zona por la
eventual clausura de algún local cuando tienen necesidad
de dinero en tiempos de marcada crisis
económica.
Es la TSC que brinda sus servicios sexuales en los
denominados salones de masajes. El
masaje, como se sabe, aplicado en las zonas erógenas puede
producir sensaciones de placer y estimular la actividad sexual,
situación que es explotada hábilmente en dichos
salones.
Cecilia Rea Céspedes (1999: 19) hace notar que
cuando se habla de prostitución masculina, ésta se
asocia inmediatamente con hombres homosexuales travestíes,
tal vez por que este tipo de prostitución es más
conocido en la actualidad. Sin embargo, puede observarse que
prostituto es todo varón que vende sus servicios sexuales
a un grupo mayoritariamente conformado por varones maduros
homosexuales. En menor cantidad, según la señalada
autora, lo hacen con clientes mujeres. El prostituto recibe
diferentes denominativos, como ser gigoló, por el cual lo
identifican sus clientes y se identifican ellos mismos. Ofrecen
sus servicios en la plaza Isabel la Católica, la plaza del
Estudiante, y locales tales como "La chicharra", "Rancho Seco",
el Café
Ciudad, entre otros.
El Diario, en fecha 1 de agosto de 2000, presenta un
reportaje sobre el TSC masculino, en el cual incluye una descripción de esta actividad reservada a
jóvenes varones que ofertan sus servicios sexuales a
clientes homosexuales y señoras de edad madura de elevada
posición social.
2.5.2.8 Prostituto homosexual y/o
bisexual
En el primer caso, es el varón travesti que se
prostituye ofreciendo sus servicios sexuales exclusivamente a
hombres. Prostitutos de este tipo pueden ser encontrados en la
Av. Las Muñecas (más conocida como "la
América") y "El Prado". Estos asumen ambos roles: activo y
pasivo. Los segundos son aquellos
varones que ofrecen sus servicios sexuales tanto a varones como a
mujeres, y en el primer caso ejecutan el servicio como sujeto
activo tanto como pasivo.
El cliente es una categoría de sumo
interés para el presente estudio, tomando en cuenta que
éste es el alma y la razón de la existencia del
TSC. En la temática del TSC existe una relación en
la que interactúan dos fuerzas: la oferta, constituida por
el o la TSC, que ofrece sus servicios, a uno o varios clientes a
cambio de una remuneración o compensación no
siempre económica por una parte, y, por otra, la demanda,
constituida por los clientes, quienes desean satisfacción
sexual y pagan por conseguirla. En su generalidad, el cliente es
anónimo. Tiene derecho al respeto y jamás se le
inquieta. Sin embargo, uno debe preguntarse quién hace
vivir a los proxenetas y a las prostitutas, y necesariamente
llegará a la conclusión de que es el cliente, quien
se constituye en otro de los actores principales que promueve y
fomenta el TSC. Uno puede interrogarse sobre las motivaciones de
los clientes, quienes acceden a este tipo de servicios. Pero las
respuestas son pocas, ya que los mudos de la historia son los
clientes. Sin embargo, se puede afirmar que en líneas
generales los clientes al recurrir al TSC femenino buscan remedio
a dos clases de trastornos: los problemas relacionales (timidez,
impedimento anímico y carencia de afecto), así como
problemas psicológicos (impotencia, perversiones,
eyaculación precoz). En lo referente al TSC masculino, se
puede advertir que los clientes varones desean satisfacer sus
impulsos homosexuales con estos servidores sexuales, en tanto que se puede
presumir que las clientes mujeres manifiestan una
insatisfacción sexual con su pareja formal, o bien por que
buscan una aventura informal sin complicaciones de otro
tipo.
2.5.2.10 Prostitución
infantil
La prostitución
infantil y juvenil es otro gran problema, ya que atenta
contra un grupo altamente vulnerable y desprotegido. Ésta
generalmente se debe a problemas de pobreza, la cual
se ve agudizada debido al régimen económico en
actual vigencia. La oficina
Católica de la Infancia, BICE
(1991: 7-8) identifica las siguientes características
sobre la prostitución infantil y juvenil en América
Latina:
La deuda externa,
que tiene como efecto íntimamente relacionado la
agudización de los países pobres y la
profundización de la dependencia de éstos hacia los
países desarrollados.
La prostitución como estrategia de
supervivencia de los sectores más empobrecidos no puede
ser considerada una opción de vida, sino una forma de
esclavitud
Existen otras formas de prostitución que no
están directamente relacionadas con las situaciones de
exclusión socio-económica y política
más críticas, sino más bien determinadas por
elementos axiológico-culturales como el consumismo y la
presión hacia el éxito.
A los determinantes económicos se suman factores
culturales que reproducen y mantienen la situación de
opresión de la mujer. La prostitución es una
expresión de esta opresión, pero también, de
la opresión a otros grupos vulnerables como niños,
niñas y adolescente. Si bien se reconoce que
también existe prostitución de varones, se entiende
que la mayoría son niñas y jóvenes de sexo
femenino.
Los Medios de
Comunicación Social entregan contenidos y mensajes que
contribuyen al desarrollo de una sexualidad malsana que utiliza a
la mujer y los niños como objetos
publicitarios.
Los sistemas legales de nuestro país presentan
serias deficiencias en relación a los menores: no existen
mecanismos efectivos de protección ante situaciones de
explotación, abuso y maltrato, ni tampoco voluntad
política para generarlos.
La Policía en muchos casos, lejos de resguardar
los derechos ciudadanos, establece redes de complicidad con
quienes detentan el poder económico ligado a la
explotación sexual. Estas redes tienen distintos niveles
de visibilidad en los países.
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