6. Cambios Sociales
Aunque la industrialización va a producir enormes
transformaciones en la sociedad
británica como el crecimiento de la llamada clase
burguesa, o el éxodo rural producto de la
revolución
agraria, sin embargo quizá los dos fenómenos
sociales más dignos de estudio sean el espectacular
crecimiento demográfico y el nacimiento de una nueva y
masiva clase trabajadora formada por los obreros de las nuevas
industrias.
La industrialización va a provocar un crecimiento de la
población sin precedentes en la historia de la humanidad
conocido como la Revolución Demográfica. Los
cambios en la industria, la
agricultura y
los transportes produjeron un aumento espectacular de la riqueza
(que se traduce fundamentalmente en una mejor alimentación) que se
reflejó en un crecimiento notable de la población
que servirá para multiplicar los habitantes de Europa en muy
pocos años e incluso para poblar con emigrantes otros
continentes.
La disminución de algunas de las más temibles
epidemias que habían azotado Europa durante siglos,
ciertas mejoras sanitarias e higiénicas ( como el
descubrimiento de la primera vacuna por el doctor Edward Jenner
en 1796 que protegía contra la viruela) y, sobre
todo, una mejor alimentación con el fin de las
crisis de
subsistencia, están entre las causas de ese crecimiento
demográfico. Este aumento de la población fuerte y
sostenido explica el enorme crecimiento de las ciudades
británicas a lo largo de los siglos XVIII y
XIX.
Las transformaciones sociales: la sociedad en clases
Hasta el siglo XVIII, la sociedad estaba dividida en estamentos,
grupos
prácticamente cerrados a los que se accedía por
nacimiento. A cada uno le correspondía desempeñar
un papel distinto
en la sociedad: la defensa militar correspondía a la
aristocracia, la función
espiritual, que incluía la cultura y la
enseñanza, era desempeñada por el
clero, y la función de proporcionar la manutención,
derivada del trabajo, era atribuida al denominado tercer estado.
Las sucesivas oleadas revolucionarias y los cambios
económicos provocarán intensas transformaciones.
Las leyes
particulares de cada estamento desaparecerán y, con ellas,
los estamentos, pues todos los individuos serán
considerados iguales ante la ley. Incluso ante
la muerte: la
Revolución
Francesa difundió el sistema de
decapitación mediante la guillotina, que igualaba en el
cadalso a reyes y miserables, a aristócratas y plebeyos.
Sin embargo, las diferencias de riqueza se hicieron cada vez
más acusadas. La sociedad quedó dividida en clases,
y mientras los grupos superiores se enriquecían
considerablemente y llevaban una vida de lujo, la mayoría
de la población vivía en condiciones deplorables,
en el límite de la subsistencia. Entre ambos, un grupo, la
clase media, atendía negocios
familiares en las ciudades o explotaciones propias en los campos.
Así, la nueva sociedad quedaba dividida en tres grandes
grupos: clases superiores, medias y bajas.
*Clases superiores. Estaban formadas por dos grupos de distinto
origen: la aristocracia y la alta burguesía. La nobleza,
aun perdiendo privilegios y derechos señoriales,
se había visto beneficiada por la consolidación y
ampliación de sus propiedades tras las desamortizaciones v
cercamientos.
El término burguesía aludía en esta
época a los grupos dedicados a los negocios (finanzas,
comercio o
industria), de los que eran propietarios total o parcialmente. A
la alta burguesía pertenecían los grandes
banqueros, los constructores del ferrocarril, los empresarios del
sector textil, la minería o
la siderurgia, los propietarios de compañías
navales y de astilleros, los especuladores enriquecidos con la
construcción inmobiliaria, etc. Entre
aristócratas y burgueses enriquecidos se fue produciendo
un acercamiento, cada vez mayor, intensificado por lazos
familiares por vía matrimonial y la identificación
económica e ideológica: eran partidarios de la
defensa de la propiedad, el
orden social, una moral
conservadora de fundamento católico e, incluso, llegaron a
tener gustos y costumbres afines.
Aristocracia y alta burguesía eran los únicos
grupos que ejercían sus derechos de participación
política,
exceptuando los cuadros militares superiores y las profesiones
liberales (catedráticos, médicos, abogados). Todos
ellos componían el bloque con el que se formaban los
gobiernos y los restringidos parlamentos del liberalismo
moderado.
*Clases medias. En ellas se incluyen los grupos de la llamada
pequeña burguesía, formada por tenderos y
comerciantes, de telas y ultramarinos principalmente. Estos
últimos se sustituyeron al comercio artesanal de los
talleres y la venta ambulante.
En las décadas finales de siglo aparecieron, en algunas
grandes ciudades como París, los primeros grandes almacenes, que
pondrán en peligro la continuidad de los pequeños
tenderos. También se incluían en este grupo los
propietarios de negocios de tipo familiar, con un reducido
número de trabajadores, dedicados sobre todo a objetos de
consumo, como
pequeñas empresas
textiles, de calzado, confección, mueble o
alimentarias.
Por su nivel de renta, también deberían incluirse
aquí las profesiones liberales y los cargos militares de
alto rango, salvo por la peculiaridad ya señalada: gozan
de derechos políticos en un sistema de sufragio
restringido. En las zonas rurales, corresponderían
también a las clases medias los trabajadores que labran
sus propias tierras y que, ocasionalmente, emplean trabajadores
agrícolas. A menudo se trata de herederos que se hacen
cargo de las tierras familiares mientras que el resto de los
hermanos busca trabajo en las ciudades.
*Clases bajas. Los trabajadores constituían la mayor parte
de la población, como había sucedido siempre. La
novedad fue, sin embargo, la aparición del proletariado,
constituido por los emigrantes rurales convertidos en obreros de
las fábricas, las minas o la construcción, y cuyo
único sustento proviene de su fuerza de
trabajo, alquilada a cambio de un
salario. La
única seguridad para su
futuro es su prole, es decir, el número de hijos, muchos
de los cuales trabajaban desde cortas edades. Ante la precaria
situación laboral, un
accidente, un despido, el cierre de la fábrica o la
vejez,
podían significar la ruina de las familias.
Las condiciones de vida de los obreros
Precisamente en algunas de estas ciudades el crecimiento
rápido, desordenado y sin criterios surgirán
enormes suburbios superpoblados, sucios y conflictivos donde las
epidemias de tifus o cólera se convierten en algo
habitual. Estos suburbios surgían muchas veces en torno a una
fábrica: estaban formados por los barracones donde
vivían los operarios de esa fábrica.
Sin entrar en el conocido debate de si
la industrialización mejoró o empeoró las
condiciones de vida de los trabajadores, si que puede intentarse
describir las situación en la que vivían estos
obreros, que puede calificarse en general como muy mala,
así como sus condiciones laborales habría que
describirlas como espantosas: fábricas sucias,
húmedas, oscuras, poco ventiladas y ruidosas http://www.cnice.mecd.es/recursos/bachillerato/historia/rev_industrial/textos.htm
– Salud
(condiciones causadas por la presencia en ellas de las máquinas
de vapor y por la nula preocupación de los patrones por
las condiciones laborales de sus empleados). En estas
fábricas poco sanas y peligrosas era habitual que sus
obreros pasasen de doce a catorce horas diarias,
trabajándose incluso sábados en jornada completa, y
domingos hasta mediodía. La concentración de
obreros en las fábricas es la que hace posible que estos
trabajadores tomen conciencia de su
situación y vean que mediante acciones
colectivas podrían tratar de mejorar sus condiciones de
vida. El sistema de fábricas se encuentra por tanto en el
origen del movimiento
obrero.
La industrialización impulsó también
el trabajo de
mujeres y niños
de muy corta edad, pues si antes en muchos oficios la fuerza del
trabajador era un factor clave, ahora la fuerza la realizan las
máquinas. Los empresarios fomentaron el trabajo
infantil y femenino porque mujeres y niños
recibían salarios dos y
tres veces inferiores a los de los hombres. Los niños
fueron empleados en la industria textil, en las minas, en la
industria siderúrgica: durante el siglo XVIII no hubo
normas que
regulasen el empleo
infantil. Para hacerse una idea de las dimensiones alcanzadas por
esta explotación basta con citar la existencia de una ley
del parlamente británico que en 1833 ("The Factory Act",
1833) dejaba la jornada laboral de los niños de nueve a
trece años en "sólo" nueve horas diarias, y de
trece a dieciocho años el trabajo estaba fijado en diez
horas y media (la jornada duraba para ellos doce horas, pero con
hora y media reservada para las comidas). Todavía en
1.891, una ley que pretendía luchar contra abusos en la
explotación infantil se limitó a elevar la edad
mínima de trabajo de los diez a los once años.
De hecho, apenas se detectan preocupaciones sociales durante la
segunda mitad del siglo XVIII pues estas condiciones se aceptan
como normales. Ya en el siglo XIX investigaciones
parlamentarias, protestas sindicales o conocidos relatos como los
de Dickens en "Tiempos Difíciles", pusieron de manifiesto
la dureza de la vida de los obreros industriales.
Protestas obreras
Ludismo
Aunque desde los inicios de la industrialización se
registra una notable oposición de los obreros artesanos a
la introducción de máquinas, las
primeras formas de protesta obrera se detectan en Gran
Bretaña en la segunda década del siglo XIX cuando
surge el conocido Movimiento Ludita (o Ludismo), nombre que
deriva de un personaje real o inventado, un obrero, Ned Ludd,
cabecilla de este movimiento de protesta que se canalizaba hacia
la destrucción de la maquinaria, y que pronto se
extenderá por varios condados de Inglaterra donde
la industria textil se había convertido en la principal
manufactura.
Las Guerras
Napoleónicas de años posteriores hicieron saltar en
varias ocasiones nuevas protestas luditas.
Cartismo
El llamado Movimiento Cartista supone una versión
más organizada del Movimiento Obrero y que se desarrolla
entre 1837 y mediados del siglo XIX. Debe su nombre a la
denominada Carta del Pueblo,
documento que llegó a conseguir la firma de cientos de
miles de obreros y que era una petición elevada al
Parlamento en la que se pedía el Sufragio Universal, el
voto secreto, la igualdad en el
valor de los
votos… En definitiva, revelaba el deseo de
democratización del sistema político
británico: el movimiento obrero desea participar en el
juego
político y desde ahí mediante la
presentación de leyes en el Parlamento, mejorar las
condiciones de vidas de los obreros industriales. Desde mediados
de siglo el movimiento irá perdiendo fuerza
progresivamente, aunque paradójicamente, en años
posteriores, el Parlamento Británico adoptará la
mayor parte de las peticiones recogidas en la Carta del
Pueblo.
Hay que recordar que la legislación británica
(leyes aprobadas en 1799 y 1800) prohibía de una forma
terminante la formación de asociaciones obreras, pues se
consideraba que estas asociaciones chocaban con el
espíritu del liberalismo económico: debía
ser el mercado quien
fijase los salarios y no la presión de
los sindicatos.
Pero a pesar de estos obstáculos legales surgieron
diversas formas de asociacionismo obrero sostenidas por las
cuotas que pagaban los trabajadores y que pretendían, ante
todo, ofrecer protección para los asociados en caso de
accidente o enfermedad. A partir de 1.824 las leyes
británicas autorizan el asociacionismo obrero que
darán origen a lo que podemos considerar los primeros
sindicatos de obreros, las llamadas Trade Unions en las que, en
principio se unían los trabajadores con un mismo oficio en
una localidad. En los años treinta esas asociaciones
profesionales y locales se irán uniendo entre sí
hasta formar enormes asociaciones que a mediados de siglo
agrupaban a cientos de miles de obreros británicos de
todos los oficios. La huelga, la
negociación colectiva pacífica y,
cuando lo permitan las leyes electorales, la participación
en política, serán los instrumentos de los que se
valdrá el sindicalismo
británico para mejorar las condiciones de vida de los
trabajadores.
Marxismo
Este temprano desarrollo del
sindicalismo en Gran Bretaña es el causante probablemente
del escaso éxito
que tendrán las nuevas ideologías obreras
revolucionarias (el marxismo y el
anarquismo) que están naciendo a mediados del siglo XIX.
Cuando Marx (líder
del socialismo) y
Bakunin (líder anarquista) funden la Asociación
Internacional de Trabajadores (A.I.T.) en Londres, ésta
tendrá un éxito importante en países como
Francia y
Alemania,
mientras que en Gran Bretaña (país donde se
fundó) nunca pudo competir con las Trade
Unions.
Leyes fabriles y obreras
Durante mucho tiempo, mientras
el capitalismo
estuvo en su mayor auge, las leyes fueron opuestas a toda
sindicalización y a toda protección efectiva de la
clase trabajadora. Se pensaba que cualquiera intervención
gubernamental o legal era opuesta a la libre empresa y a la
libre contratación, que eran las bases
socioeconómicas que entonces admitían los Estados
capitalistas.
En Francia, durante la época de la Revolución, la
"Ley de Chapelier" disolvió los antiguos gremios de
artesanos y prohibió las asociaciones profesionales.
En Inglaterra, las asociaciones de dicho tipo también
fueron disueltas en el siglo XVIII, y aún más, los
excesos ocurridos durante la Revolución Francesa hicieron
que en Inglaterra se dictaran, en 1799 y 1800, las "Combination
Laws" (Leyes sobre Asociaciones) que prácticamente
consideraban criminal todo sindicalismo. A cualquier trabajador
que participara en una huelga o que ingresara a un sindicato, se
le juzgaba por dos magistrados, y de encontrársele
culpable, se le sentenciaba a tres meses de prisión. Las
leyes contra conspiradores, por otra parte, podían ser
esgrimidas contra las agrupaciones de trabajadores, y en tal caso
las penas a los que se considera como violadores del orden, eran
mayores.
Pese a todo, la relativa impopularidad de tales leyes y la falta
de un sistema policiaco adecuado, permitieron que algunos
sindicatos continuaron existiendo dentro de un ambiente
más o menos secreto. En 1824 se logro que el Parlamento
dictara una ley según la cual no era criminal ser miembro
de un sindicato, aunque este último todavía no era
reconocido legalmente. La ola de huelgas que se produjo
más tarde hizo, sin embargo, que los grandes intereses
económicos, especialmente a los de los armadores de
barcos, provocaran una reacción, que dio por resultado el
debilitamiento del sindicalismo, aunque no su extinción.
En 1834 se estableció el "Gran Sindicato Nacional
Consolidado" que pretendió abarcar a trabajadores
industriales y agrícolas, teniendo a Roberto Owen por
principal sostenedor. Con ciertas ideas socialistas,
pretendía que los sindicatos tomaran posesión de
las grandes industria, bajo amenazas de huelga; pero el "Gran
Sindicato" desapareció poco tiempo después, sin
alcanzar sus metas. El sindicalismo británico
progresó lentamente, y entre 1871 y 1875 las leyes
inglesas concedieron reconocimiento a los sindicatos, con plena
personalidad
jurídica. En 1906 se dictó la "Ley sobre Conflictos
Industriales", en virtud de la cual los sindicatos no
podían ser sujetados a proceso
judicial.
Las huelgas de tipo general en Inglaterra ocurrieron en algunas
ocasiones, y tuvieron variada suerte; algunas de ellas
alcanzaron, no obstante, efectos considerables, y quizá
por ello en 1927 se dictó la "Ley Sindical" que
declaró ilícitas las huelgas generales.
En la historia económico-social de la Gran Bretaña,
las leyes de protección a los trabajadores no siempre
tuvieron la misma amplitud. Al principiar el siglo IX, en 1802,
apareció una de las primeras dichas leyes. Su objeto era
limitar la jornada de trabajo e los niños a 12 horas,
quienes debían contar además con medios
educativos, y con dormitorios cómodos y limpios. Esto se
refería sobre todo a los niños de los hospicios
ingleses del sur, que eran enviados a trabajar a las
fábricas del norte, casi dentro d una situación
práctica de esclavitud. La
ley de hecho no rigió, y al final resultó
inoperante, ya que los empresarios de las fábricas,
posteriormente, no tuvieron que recurrir a los niños de
los hospicios, sino que pudieron contratar "niños libres".
Poco más tarde se dictó otra "Ley sobre
Fábricas", que prohibía emplear en labores textiles
a niños menores de 9 años, mientras para los
menores de 16, su jornada no podía exceder de 12 horas.
Pero los efectos que el texto de la
ley tenía impidieron que pudiera aplicarse realmente.
Después de 1830, Inglaterra fue escenario de una gran
agitación. Se proclamó públicamente que los
trabajadores explotados en forma inicua, y el gobierno
decidió investigar. Frutos de tal investigación fueron varios documentos que
corroboraban la situación de miseria y de sujeción
en que se tenía a todos los obreros ingleses. Con tal
base, el Parlamento aprobó en 1833 una ley que
prohibía a los niños de 9 años el trabajo en
las fábricas de tejidos; los
menores de 13 años tendrían una jornada no mayor de
12 horas; y se prohibía en general el trabajo nocturno. La
ley no provocó entusiasmo entre los obreros, que siguieron
insistiendo en que el trabajo no debía ser demasiado
prolongado. Un paso más se dio en 1844, al prescribirse
que las mujeres y los jóvenes no podían trabajar
jornadas mayores de 12 horas, y al señalarse medidas de
protección para el uso de maquinaria peligrosa.
Posteriormente, el 8 de junio de 1847 aprobó el Parlamento
una nueva norma en virtud de la cual la jornada máxima de
trabajo, para mujeres y niños, no podría ir
más allá de 10 horas diarias. Sin embargo, muchos
dueños de fábricas frustraron los términos
de la ley, de modo que los niños y las mujeres de hecho
siguieron trabajando 12 horas. Poco más tarde, la jornada
de 10 horas se hizo efectiva para todo mundo, incluso
hombres.
7. Las nuevas teorías
económicas: el liberalismo
Mercantilismo
El mercantilismo
era una doctrina de pensamiento
económico que prevaleció en Europa durante los
siglos XVI, XVII y XVIII y que promulgaba que el Estado debe
ejercer un férreo control sobre la
industria y el comercio para aumentar el poder de la
nación
al lograr que las exportaciones
superen en valor a las importaciones. El
mercantilismo no era en realidad una doctrina formal y
consistente, sino un conjunto de firmes creencias, entre las que
cabe destacar la idea de que era preferible exportar a terceros
que importar bienes o
comerciar dentro del propio país; la convicción de
que la riqueza de una nación depende sobre todo de la
acumulación de oro y plata; y el supuesto de que la
intervención pública de la economía es
justificada si está dirigida a lograr los objetivos
anteriores. Los planteamientos mercantilistas sobre política
económica se fueron desarrollando con la
aparición de las modernas naciones Estado; se había
intentado suprimir las barreras internas al comercio establecidas
en la edad media,
que permitían cobrar tributo a los bienes con la
imposición de aranceles o
tarifas en cada ciudad o cada río que atravesaban. Se
fomentó el crecimiento de las industrias porque
permitían a los gobiernos obtener ingresos mediante
el cobro de impuestos que a
su vez les permitían costear los gastos militares.
Así mismo la explotación de las colonias era un
método
considerado legítimo para obtener metales preciosos
y materias primas para sus industrias.
El mercantilismo tuvo gran éxito al estimular el
crecimiento de la industria, pero también provocó
fuertes reacciones en contra de sus postulados. La
utilización de las colonias como proveedoras de recursos y
su exclusión de los circuitos
comerciales dieron lugar, entre otras razones, a acontecimientos
como la guerra de la
Independencia
estadounidense, porque los colonos pretendían obtener con
libertad su
propio bienestar económico. Al mismo tiempo, las
industrias europeas que se habían desarrollado con el
sistema mercantilista crecieron lo suficiente como para poder
funcionar sin la protección del Estado. Poco a poco se fue
desarrollando la doctrina del librecambio. Los economistas
afirmaban que la reglamentación gubernamental sólo
se podía justificar si estaba encaminada a asegurar el
libre mercado, ya que la riqueza nacional era la suma de todas
las riquezas individuales y el bienestar de todos se podía
alcanzar con más facilidad si los individuos podían
buscar su propio beneficio sin limitaciones. Este nuevo
planteamiento se reflejaba sobre todo en el libro "a
riqueza de las naciones"(1776) del economista escocés
Adam
Smith.
La riqueza de las naciones
El mismo año en que las 13 colonias americanas proclamaban
su independencia de Gran Bretaña, el escocés Adam
Smith establecía las bases del liberalismo
económico con la publicación del libro
"Investigaciones sobre la naturaleza y las
causas de la riqueza de las naciones" (1776). En síntesis,
esta obra postulaba:
Crítica de las posiciones económicas vigentes la
riqueza de un país no residía, como se pensaba, en
la acumulación y atesoramiento de metales preciosos
(mercantilismo), ni tan sólo en la producción agraria (fisiocracia). La
riqueza de las naciones dependía de la capacidad
productiva total de cada país entendida como la suma de
los trabajos y esfuerzos individuales de los habitantes en todas
las parcelas productivas: agricultura, industria y comercio. La
riqueza generada por la producción nacional
generaría el bienestar de sus habitantes. La
formación de capital
procedía del ahorro y de
los beneficios obtenidos de la diferencia entre el precio de
costo (materia prima,
trabajo, energía…) y el precio de venta.
El mercado fluye según el acuerdo individual del productor
y el consumidor ("ley
de la oferta y la
demanda").
Tanto estas relaciones como las de producción entre
capital y trabajo debían ser libres y basadas en el mutuo
acuerdo, resultado de la búsqueda del propio interés de
cada parte. El Estado no debía intervenir en la
economía, sino que su función estaría
dirigida a garantizar el orden jurídico y los derechos
individuales, la defensa del país y e1 mantenimiento
de las estructuras
básicas de transporte y
comunicaciones
mediante la realización de obras publicas.
El funcionamiento espontáneo de la actividad
económica implicaba la supresión de todas las
normas que regulaban y dificultaban el intercambio en el Antiguo
Régimen: barreras aduaneras y peajes interiores, derechos
preferentes de venta de los grupos privilegiados, monopolios,
propiedad amortizada. Incluso debía permitirse el
librecambio entre las naciones.
Las ideas de Adam Smith fueron divulgadas por sus
discípulos y seguidores. Entre éstos se destaca
David Ricardo
(1792-1823), quien en 1817 formuló sus "Principios de
economía
política". En este estudio, su aportación
más original sería la teoría
del salario, según la cual los salarios debían
permanecer bajos, ya que están regulados por las reyes
naturales del mercado. Un aumento de los salarios por encima del
nivel de subsistencia desencadenaría una mejora del nivel
de vida y, consecuentemente, un aumento de la población
trabajadora. Esto provocaría una mayor competencia entre
la mano de obra, de lo que generaría una baja salarial, ya
que en un sistema económico liberal, la abundancia siempre
supone un descenso, bien de precios, bien
de salarios.
Las coincidencias entre liberalismo económico y
liberalismo político eran totales. Ambas concepciones
imaginaban el Estado o las naciones como una suma de individuos
(sin tener en cuenta las clases). Basaban sus formulaciones en la
defensa de las libertades individuales y de derechos e intereses
particulares que, en un sistema de desigualdad manifiesta,
favorecen siempre a los poderosos. El derecho al voto, por poner
un ejemplo, pronto quedo reducido exclusivamente a 1os más
ricos, de tal modo que el nivel de renta acabo determinando el
acceso y la participación en la política.
Dueños de los medios de producción y representados
en las instituciones
públicas, los burgueses dominaron la vida social
imponiendo sus valores
(orden, libertad, progreso).
A finales de siglo, los teóricos del movimiento obrero
señalaban lúcidamente que el Estado liberal no
representaba a la nación, sino tan sólo a la
burguesía.
8. Del capitalismo
financiero al capitalismo industrial
Con el desarrollo del maquinismo asistimos a la
implantación de un nuevo sistema económico: el
capitalismo, que se caracteriza por la propiedad privada de los
medios de producción, lo que supone que el que posee el
capital (no sólo dinero, sino
también locales, máquinas y materias primas)
organiza y controla toda la producción. Se trata de una
nueva organización de la vida económica,
que se extiende al ámbito de lo social y
político.
En la Edad Moderna
ya habían existido prácticas capitalistas de tipo
financiero mercantil: sociedad
anónima, bolsa y banca, que
habían crecido con el desarrollo comercial asociado a los
grandes descubrimientos geográficos y a la afluencia de
metales preciosos a Europa provenientes de América
y África.
En el seno de la fabricación artesanal manufacturera
había aparecido el antecedente del primer empresario
capitalista, el denominado sistema doméstico o trabajo a
domicilio. Los comerciantes, que estaban en contacto con los
mercados, fueron
extendiendo su actividad en las zonas rurales fuera del control
de los gremios. La materia prima
(lana) era repartida en diversos hogares campesinos, la
operación de cardado e hilado era realizada por las
mujeres, que añadían, de este modo, un complemento
a sus ingresos. Los pagos se hacían a destajo y en
especie. También se confiaban otras operaciones
(tejido, tintado) a artesanos especializados. Durante todo el
entramado de operaciones, el comerciante permanecía como
propietario de la pieza, que luego almacenaba y, finalmente,
vendía. Este sistema de producción era común
también en otros sectores, como el metal y la madera. Su
evolución durante el siglo XVIII
originaría la primera acumulación de capital
procedente de la manufactura.
Si bien en los primeros momentos de la Revolución
Industrial los cambios técnicos se realizaron con muy
bajos costos para
mantener y aumentar el ritmo de crecimiento y beneficio, pronto
fue necesario incrementar la cuantía de las inversiones,
pero éstas resultaban difíciles de asumir por una
persona, por
lo que se hizo necesaria la creación de grandes
compañías en las que pudiera afluir dinero de
varios inversores.
Ya desde el Renacimiento
existían sociedades
mercantiles de tipo familiar. La sociedad estaba formada por
los miembros de una familia que
aportaban diferentes sumas de dinero para emprender negocios, por
lo que solía llevar el nombre del apellido familiar
(Medici, Fugger…). Los beneficios se repartían en
proporción a la cantidad aportada inicialmente. Los
vínculos familiares favorecían la estabilidad de
estas sociedades,
que se mantenían, incluso hereditariamente, durante
generaciones. Desde el siglo XVII, la creación de colonias
europeas en América, Asia o
África y el aumento de volumen del
comercio
internacional favorecieron la creación de grandes
compañías mercantiles (como la
Compañía Inglesa de las Indias Orientales) que se
ocupaban de acondicionar puertos, armar navíos,
compraventa de mercancías, almacenaje, e incluso llegaron
a propiciar la intervención militar para defender sus
intereses.
De este modo, el precedente de las sociedades mercantiles o
financieras se adaptó a las necesidades del desarrollo
industrial.
Las sociedades
anónimas estaban compuestas por un elevado
número de personas, algunas de las cuales ni siquiera se
conocían. Su participación en el capital de
la empresa se
hacía a través de la compra de acciones
(títulos de propiedad) y el reparto de los beneficios se
hacía de forma proporcional al número de acciones
compradas, en caso de quiebra de la
compañía, la responsabilidad quedaba limitada al valor de las
acciones y no a sus bienes particulares. Cada acción
tenía un carácter
transferible, podía ser comprada y vendida, y su valor se
fijaba siguiendo el juego de libre mercado: si la empresa gozaba
de beneficios, las acciones aumentaban su valor o
cotización; si, por el contrario, acumulaba
pérdidas, bajaban. El lugar donde se realizan estas
transacciones se denomina bolsa o mercado de
valores.
Las sociedades anónimas, sin embargo, no se
generalizarán hasta la segunda mitad del siglo XIX. Hasta
entonces, el modelo de
sociedad más generalizado fue la "partnershrp", de
responsabilidad ilimitada, en la que el inversor respondía
con sus bienes particulares. En Gran Bretaña. hasta 1825,
estuvo vigente la "Bubble Act", promulgada en 1721 a
raíz de una operación especulativa de la
Compañía de los Mares del Sur, por la que se
impedía la creación de este tipo de
compañías. En Francia no se aprobaron hasta
1863.
Otra vía de financiación para las empresas
apareció con la emisión de obligaciones,
en este caso, el inversor compraba obligaciones con
carácter de préstamo y la compañía se
comprometía a devolver su importe en un tiempo y con un
interés fijados previamente. Esta nueva fórmula se
ideó para atraer a pequeños inversores, más
temerosos ante operaciones de riesgo. Este tipo
de financiación será muy importante en la
expansión del ferrocarril.
Por último, la banca, de origen medieval, que actuaba como
lugar seguro de
depósito de dinero, evoluciona ahora hacia la banca de
negocio, contribuyendo al financiamiento
de las empresas mediante la concesión de créditos, compra de acciones a empresas, e
intermediarios en la colocación de acciones a sus
depositarios. Se destacan "Société
Générale de Belgique" (Bruselas, 1822),
"Société Générale du Crédit"
(París, 1852), "Darmstädter Bank" (Darmstadt,
1853).
9. Consecuencias de la
Revolución Industrial
Los progresos técnicos que introdujo la
Revolución Industrial, en el siglo XIX transformaron todos
los aspectos relacionados con la vida europea.
Surge así, una nueva historia de la civilización
occidental.
Económicas: Se imponen la industrialización y el
capitalismo
Sociales: Predomina la burguesía y surge el
proletariado
Políticas: Se consolida el liberalismo
político bajo la forma de monarquía constitucional.
Ideológicas: Prevalecen el racionalismo y
el sentido crítico.
Industrialización : Se difundió por los
países europeos y los Estados Unidos
Explosión Demográfica: Se produce en los
países industrializados una inesperada explosión
demográfica a su vez, resultado adelantos
higiénicos y médicos.
El crecimiento de la población benefició a la
industria y favoreció la inmigración hacia otros países.
Revolución Agrícola: Inglaterra realizó
notables progresos; introdujo la siembra de plantas de origen
americano(maíz,
papa), estableció las faenas agrícolas,
aplicó abonos y fertilizantes.
Desarrollo Comercial: el comercio se intensificó, tuvieron
los países industrializados de vender mercancías y
adquirir materias primas, se incrementaron el comercio, las
comunicaciones y los transportes.
De forma más general la revolución industrial
provocó:
- La industria progreso.
- La producción se hizo en serie.
- Los precios de los productos
bajaron. - Se formaron 2 clases
sociales: Burguesía: Compuesta por los dueños
de fábricas y grandes comerciantes y los Proletariados:
Compuesta por obreros. - Hubo desempleo,
porque con las máquinas no eran necesarios tantos
trabajadores. - Aumento la delincuencia.
- Algunos obreros culparon a las máquinas de ser
la causa de se desempleo y las destruyeron. Esto se
llamó "Ludismo" porque el jefe de éste movimiento
fue Ned Ludd. - La burguesía explotó a los
proletariados. - Los proletariados formaron organizaciones
llamadas "Trade Unions" (sindicatos, para defender sus
derechos" - Fueron logrando que la jornada de trabajo diario se
fuera reduciendo, que se le pagara un salario adecuado y que se
le diera derecho a huelga. - En la economía hubo un gran auge porque surgen
los grandes capitales, las operaciones financieras y los
cambios.
El mundo Contemporáneo; Alvear Acevedo; Editorial
Jus; Págs. 42 a 44
Historia del Mundo Contemporáneo; Fernández,
Gómez; Editorial Mc Graw Hill; Págs. 20 a 31
Trabajo enviado por
Miguel Garza
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