¿Cómo empiezan las
aventuras?
Estoy a punto de iniciar un nuevo viaje. Este me
llevará a visitar el norte de Argentina,
lugar que no había visitado, pero que es muy importante
ya que, parte de mi familia es de
la zona. Inclusive, parte de mi sangre es de aborígenes
de la zona.
Que espero de este viaje, aun no lo sé, pero
siento que es importante para mí desde el comienzo, al
ir a reconocer, parte de mi historia; no discuto que
tengo miedo, y es igual al que sentí al viajar al
Perú, pues no sé que ocurrirá, y no
sé si saldrán cosas como surgieron en aquel viaje
tan vivido y apasionado, tan importante en su
contenido.
Creo que las aventuras surgen al tener la primera idea
de realizar algo, es allí donde comienzan, y no es
necesario que sea, en selvas intransitables o desiertos
abrasadores, sino en lugares tan comunes que la mayoría
de la gente toma como natural y poco importante, a nivel
espiritual. Tal vez la mejor aventura es buscar nuestros
orígenes y no sólo hablo de encontrar a parientes
lejanos o lugares en donde vivieron, sino al contexto en donde
se desarrollan las culturas, que luego nos marcarán una
senda a seguir, según nuestra elección.
Encontrarnos con nosotros mismos, con nuestro ser.
Maravillarnos con lo que nos expresa la naturaleza, con
lo que nos muestra
el universo.
Una aventura no sólo es poner en peligro la vida, aunque
nos llene de adrenalina tal o cual hecho, por supuesto que es
gratificante salir airoso de algún encuentro cercano con
lo que nos pueda producir un daño físico, pero
creo que también es sentir esa adrenalina
sintiéndonos en armonía con lo que nos es
ofrecido a nuestros ojos y demás sentidos.
Así como en el Camino Inka, realicé un
viaje a un pasado posible y lejano, estoy conciente que hoy
comienzo un viaje a mi pasado más cercano, ya que he
tenido últimamente, experiencias que marcan claramente
la unión con mi parte india, mi
unión con la Pacha Mama.
Parto hacia
Jujuy y Salta, Dios dirá lo que
ocurrirá.
Es viernes de Semana Santa, bajo del bus que
demoró 13 horas en llegar a San Salvador de
Jujuy, con las ganas propias de cualquier persona que
desea conocer lo nuevo, los lugares aún no conocidos.
Las calles están casi vacías debido al feriado,
pero estoy contento de haber realizado el primer paso de mi
recorrido. Mi mochila y mi viejo sombrero, serán mis
compañeros mudos, por varios días. Siento que las
montañas que veo a la distancia, me llaman, para
mostrarme todo su encanto. Un pequeño recorrido, me
permite ubicarme, pero el cansancio del viaje, me invita a
relajarme para poder tomar
el aliento necesario y así estar atento a lo que pueda
ver o sentir y lamentablemente no encuentro a un amigo, nacido
aquí y que no veo desde hace mucho tiempo.
Al oscurecer, me dirijo hacia la catedral y, o
casualidad, está por realizarse el Vía Crucis,
por las calles de la ciudad, mucha gente en la Iglesia, a
la cual se le pide ayuda para transportar las tres imágenes
que saldrán en las doce estaciones. La Virgen Dolorosa,
El Cristo Crucificado y San Juan Bautista, adornadas
con flores amarillas y blancas. Me uno a la
peregrinación, la cual no había realizado desde
niño, cuando mi madre me llevaba, no sin antes alguna
regañada, la cual era comprensible ya que a esa edad es
difícil mantener la atención en lo místico. Por
momento me siento compungido, hacerlo por convicción es
distinto. Las estaciones están en cada esquina rodeando
la catedral, pero a ella se unen, distintas paradas en donde
los vecinos colocaron pequeñas mesitas con crucifijos y
algunas velitas, pidiendo al sacerdote su bendición, la
cual es otorgada buenamente, y agradecida con la mayor
humildad. Al llegar nuevamente a la Catedral pido por mi viaje,
para poder entender lo que viva en él. Este entorno me
recuerda a Sevilla, a la cual tuve suerte de visitar,
también en Semana Santa.
El nuevo día marca mi
partida hacia las montañas y veo la selva que rodea a la
ciudad y sobre todo llama mi atención la gran cantidad
de ceibos en flor que se encuentran a la vera del camino. Poco
a poco el bus sube y comienza a cambiar la vegetación,
se comienza a ver en las cumbres, la falta de ella. Me excita
el tener tan a mano, los lugares escuchados desde niño
en los recuerdos de los que vivieron o pasaron por estos
lugares. Pasamos por Tumbaya con sus calles adornadas y su
iglesia pintada de amarillo fuerte, a donde llega la Virgen de
Copacabana, que es traída desde los cerros, a 22km de
distancia, en peregrinación. Mi destino es un
pequeño pueblito, Purmamarca. Comienzo a ver el
increíble color de los
cerros; Dios vistió de fiesta al desierto, ocres,
verdes, azules, rojos, todos están, todos visten las
montañas, cada una con un color, pero uno sobresale, uno
que los posee a los siete, unidos al celeste profundo de un
cielo imponentemente límpido, comienzan a transportarme.
Primer visita la iglesia, ya monumento nacional, con su techo
de madera de
cardón y sólo algunos cuadros muy antiguos,
según sé de la escuela
cuzqueña, una hermosa imagen de la
Virgen de Santa Rosa de Lima, patrona de Purmamarca y un
pequeño crucifijo, pero eso basta para no poder
retirarme por aproximadamente 30 o 40 minutos, sentado en uno
de sus bancos de
cardón transportándome quién sabe donde.
Pienso que mi bisabuela, la conocida como Mamita Juana, casada
con el Papá Olegario, arriero el hombre,
estuvieron en este mismo lugar. Si bien yo era muy chico cuando
ella murió, mi recuerdo quedo viéndola sentadita
en una silla de madera bajo un árbol, en Córdoba.
Lamento no haber podido hablar con ella, pero sé que me
acompaña constantemente. La costumbre de llamar
papá o mamá a los mayores, en nuestro norte,
Bolivia y
Perú, es conservada aun hoy, aunque esas personas sean
desconocidas. Realmente me llena de emoción y ternura
estar en donde mis antepasados estuvieron, jugaron y vivieron
lo que tuvieron que vivir. Trato de imaginar, como sería
todo hace 100 años, como vivían, cuales eran sus
inquietudes y sus sueños, en que pensarían por
las noches antes de dormir, en un pueblo rodeado por
montañas de colores y los
sentimientos envueltos en los tonos del universo.
Los tiempos cambian, hay luz, una plaza
llena de artesanía, gentes por todos lados,
vehículos 4×4, pero la esencia, el adobe, el
cardón, la piedra, el río no cambian, como
tampoco su iglesia, la cual con toda su pobreza y
humildad, con su atrio sin retablo, dice más que las
grandes catedrales del mundo. Acá se siente la
unión entre la cultura
aborigen y la fe a un Dios que les fue impuesto, pero
posteriormente adorado por convicción. Tal vez sea un
lugar para pasar los últimos días y allí
morir en completa paz, creo que esa es la "magia" de
Purmamarca. Tal como la traducción de su nombre lo
indica "lugar de descanso".
Las campanas llaman a misa de sábado de
resurrección, con su fogata de inicio, en donde se
encendió el Cirio Pascual, la renovación de los
votos del bautismo, la comunión junto a estos
desconocidos, todo esto quedara en mi recuerdo, por el
sentimiento puesto y sentido en él, y tal vez porque
sirvió para unir al gran respeto que
tengo para con los indios y su cultura y mi convicción
cristiana. Sentado en un banco de su
plaza, veo sus estrellas, busco las conocidas, ahí
están todas, parecen faroles prendidos mostrando su
belleza. Tal vez la Mamita Juana esté contenta de verme
en este lugar. Mi plan es estar
un día en cada pueblo que visite; muchos hacen todo el
recorrido en un fin de semana. Pero tener la posibilidad de
gozar de esta paz, es más de lo que puedo pedir. Siento
mi vocecita interior que me dice Huacalera. Sé que es un
pueblito más al norte, pero ¿por qué
siento que tengo que detenerme sí o
sí?
Al salir de Purmamarca tomo la decisión de
hacerlo a pie, son 22 Km los que unen este lugar mágico
con Tilcara, tal vez sea una locura, pero creo que el viaje
merece el esfuerzo. Al principio hablaba de aventura, de sentir
y este trayecto me provoca la adrenalina suficiente como para
lanzarme al camino. Las cosas se ven distintas, cuando se
transpira la camiseta.
El río Grande desciende a la par del camino, su
color es el de la Pacha Mama, la tierra
baja por él. Se ve como las montañas son surcadas
por profundas grietas, producto de
los grandes aludes de agua, barro
y piedra. Los cardones parecen penitentes que suben a las
cimas, inmutables; pequeños sembrados me recuerdan al
Valle Sagrado de los Inkas, cuyo río Vilcanota o
Urubamba, da fertilidad a su valle. Las montañas superan
largamente los 2000 metros por donde va el camino, mete miedo
el desierto; perderse en estos lugares, puede ser algo serio.
El sol a pleno,
comienza a castigar, alguna nube me protege de su fuerza. Tomo
un pequeño descanso, aflojando las cinchas de mi
mochila, me recuesto a la sombra de un árbol, pitando un
tabaco observo
como las nubes y las montañas tienen su propio baile de
luces y sombras. Estoy llegando a Maimara, pero no me
detengo, sólo la observo desde el camino. Su cementerio,
al igual que en Purmamarca, muestra pequeñas cruces,
algunas de metal, algunas de madera, de pie o caídas,
con tumbas cubiertas de piedra que marcan el lugar santo. La
banquina es polvo y piedra pero los pequeños sembrados
muestran que aún en el desierto, todo puede
florecer.
Pero el camino sigue y poco a poco me acerco hasta mi
segunda posta, Tilcara.
A lo lejos veo pircas, como corrales y otras
construcciones de piedra, ¿será el
Pucará?. Los autos y
camiones pasan a mi lado, levantando el polvo de las banquinas,
creo ser el único caminante, en este momento; me hace
pensar en si podré realizar, algún día "el
Camino de Santiago", peregrinación a Santiago de
Compostela en España.
Me admiro de todo lo que pasa por mi mente, pienso en mi
familia, en mis perras Ona y Toba, en mi caballo Juan Truco, no
siento cansancio, es como si la energía de las
montañas me cargara a cada paso, los recuerdos ganan mi
espíritu y me transportan en tiempo y espacio. Pero hoy
estoy a 1 km de Tilcara, ya puedo ver sus álamos que se
elevan al cielo azul celeste, como perdonando a la Pacha Mama
con sus pequeñas sombras y frenando los fuertes vientos.
Como en todo el norte las construcciones pobres, son
mayoría y marcan el olvido de la gran capital.-
Entrar a pie al puente que me separa del poblado, me
enorgullece, es como una peregrinación que ayuda a
limpiar un poco, mi espíritu.
Me detengo a comer unas humitas en chala, comida esta
que degusté al menos una vez al día en mi viaje.
Pocas cuadras y encuentro la plaza principal, atiborrada de
artesanos, algunos del lugar, otros nómadas que se
desplazan de lugar en lugar, de fiesta en fiesta. Pero en sus
ojos, no veo queja. Tal vez la sequedad de la zona, no da lugar
a ellas, tal vez y solo tal vez, el desierto enseña
paciencia, perseverancia. Ya ubicado en un albergue sólo
quiero reconocer el lugar. Conozco su iglesia, en donde se
encuentra una imagen de la Virgen de Copacabana y a su frente,
cruzando la calle, un busto del Sargento Antonino Peloc,
soldado de la independencia y según viejas
anécdotas, pariente lejano de mi familia. Mis
raíces surgen a cada paso, en cada curva, en cada paso
siento que este desierto vivo comienza a contar mi
historia.-
Subo al Pucará, que en queshua significa
fuerte, el cual fue reconstruido y limpiado en parte. Siguiendo
las indicaciones, llego hasta "la Iglesia de los Antiguos",
como le llamaban los lugareños al ser preguntados por
los arqueólogos que comenzaron con los trabajos de
restauración, este era su templo. No me cabe ninguna
duda que sus divinidades fueron el sol y la luna. Se nota la
influencia queshua, sobre todo en una de las paredes laterales
del altar mayor, en donde hay una hornacina, como para
depositar algo. Tomo un descanso, para observar mi alrededor,
sentado en una de las pircas que formaban las paredes
laterales, cierro los ojos y sin quererlo veo en mi mente a una
mujer con su
hijo, sus cabellos eran negros y lacios y su vestimenta, una
simple túnica, su conducta era
calma, como jugando con su hijo. Agradezco esta visión y
continúo recorriendo el lugar. Es increíble como
las construcciones se asemejan a lo visto en Perú,
pequeñas, sin ventanas, sus puertas que aquí eran
de madera de cardón también pequeñas, para
que el intenso frío no entre, sus techos de paja, barro
y pedregullo daban el aislamiento superior. Pero hay algo que
no me cierra del todo, algo que aún no descubro. Me
llama la atención que todo está en un lugar,
templos, casas, cementerio, pero las zonas de cultivo y los
corrales están bajo el cerro, a la vista, todo
está a la vista, entonces ¿qué es lo que
veo mal?.
Plano del Pukara de Tilcara –
Ultimo cacique Viltipoco – 1594
Instituto Interdisciplinario
Tilcara
Bajo al cementerio, huecos en la tierra,
cubiertas sus paredes con piedras y una gran laja servía
como tapa. La duda sigue y no logro descifrar
¿qué me molesta, que es lo que no veo?,
¿Que es lo que me mostró esa mujer?. Veo a
mí alrededor, estoy en la cima del cerro en donde
está enclavado el Pucará, los cerros de alrededor
son muchísimo más altos, algunos casi
inexpugnables, este es indefendible y como si fuera poco, los
atacantes se adueñarían rápidamente de los
alimentos y
del agua. La mujer me
mostró paz. Comienzo a reconocer mi error, no lo veo
como un fuerte, lo veo como una ciudad que tenia su vida en
paz. Los Tilcaras o como seria realmente, los Fiscaras eran
pastores y agricultores, de querer esconderse o defenderse de
sus agresores, creo que hubieran buscado los cerros
aledaños, tal vez me equivoque, pero ahora si todo me
cierra, ahora si puedo bajar. No dudo que pelearon contra el
invasor, pero hay otros lugares, un poquito más al norte
y pienso que es allí en donde realmente tenían
sus defensas, verdaderas atalayas fortificadas. Mi idea
está formada, por mas que los estudiosos digan lo
contrario.
Comienza a bajar el sol y por ende la temperatura,
los 2460 mts comienzan a notarse. El día fue largo,
sólo deseaba comer algo y dormir.
¡ Dios, qué ganas de escuchar un sikuri,
que me transporte
al infinito!
Ceno en un pequeño bar con aires criollos, un
par de tamales, una cerveza y veo
que comienzan a acercarse al lugar cuatro o cinco parroquianos,
que se conoce son asiduos del lugar. Cada uno con distinta
vestimenta, artesano, gaucho o con túnica negra. Algunos
nativos, otros adoptados, todos mestizos. Se congregan
alrededor de una de las mesas. Mi curiosidad me lleva a
pedirles permiso y unirme a ellos. Dos pintores, un artesano,
el dueño del bar y una guitarrero en sus primeras
armas. La
charla se basa fundamentalmente en mantener la identidad,
la cultura y no ensuciarlas, dice un pintor en su jerga. Pienso
que es difícil separar en muchos de nosotros a la parte
europea que también llevamos en la sangre, lo mejor es
tratar de armonizar las dos partes o mundos de los cuales
venimos. Pero lo que más llama mi atención, es la
razonable lógica de uno de ellos al tomar al pueblo
Queshua, como un invasor, que también incluyó a
estos pueblos dentro de su imperio. Si bien esta
invasión sólo duró 50 años, hasta
que llega el español, se nota la gran influencia que
tuvieron. Esto era parte del Kollasuyo, la parte sur del
imperio. Al salir del bar, la lluvia comienza a mojarme y
siento nuevamente Huacalera.
Aquí también como en todo el norte la
religiosidad es importantísima. Toda la semana se hacen
procesiones, hacia la montaña, acompañadas estas
por bandas de Sikuris que son benditas a su partida de Tilcara.
El domingo de Pascuas, luego de la misa se realiza la
procesión por las ermitas, con el Cristo Resucitado y la
Virgen del Abra de Punta Corral. Las ermitas son enormes
cuadros hechos con flores, espigas de trigo, piedritas, granos
de maíz,
pegadas a una tabla, con imágenes de Jesús o de
adoración. Son realizadas por los lugareños y
posteriormente guardadas en un museo. Todo es tan cristalino,
todo encaja perfectamente en la cultura andina, no hay
resquicio por donde se introduzca la falta de fe. Sentirme
parte, aunque más no sea por mis antepasados, ya es
suficiente, aunque sea la primera vez que piso esta
tierra.
Al irme a dormir al albergue me informan que tengo
compañero de habitación, un suizo que o
casualidad es de Neyruz, pueblo que me ha sido recordado en mis
dos últimos viajes y en
el cual desde ahora tendré dos amigos. Con él
quedamos en vernos en Humahuaca.-
Placa de bronce – Pucará de
Tilcara
uevamente en el camino rumbo a Humahuaca, me detengo
donde siento que no puedo pasar por alto, Huacalera en
este lugar fueron descarnados los restos del Gral. Lavalle,
para que no sea profanado por sus enemigos; me detengo en su
capilla, es lo único que visito, lamento que esté
cerrada. Aun no puedo entender el porqué de detenerme
precisamente en su capilla. Pero al hablar por teléfono a Córdoba, me llega
información, me entero que allí,
precisamente en esa capilla fue bautizada mi bisabuela. La
emoción que siento es tan grande, que algo se cruza en
mi garganta. Un sentimiento muy profundo me embarga. No caben
dudas de que ella me acompaña.
Pero tengo que seguir, como siempre digo, Dios no
tiene tiempo ni espacio, el ser humano sí. Ya en
Humahuaca, me encuentro con el nuevo compañero de
viaje, subimos hasta el monumento a la Independencia, el cual
es sobrecogedor. Se nota que en todo el norte se vivió a
sangre, fuego y lanza, la lucha por la independencia, mientras
en la gran capital se comerciaba con el enemigo. A un costado y
hecho en adobe, como un campanario custodiado por los cardones,
el homenaje a los nativos del pueblo, muertos en esta gesta.
Conmueve el pisar esta tierra. Mi acompañante me
pregunta si valía la pena luchar por este desierto de
piedra, pregunta que escuché, posteriormente, en el tren
a las nubes, pero esta vez por un hombre
nacido en la provincia de Buenos Aires,
mi respuesta es que el gauchaje peleaba por su tierra y creo
que cada uno de nosotros defendería su casa hasta
la muerte si
fuera atacada. Si Guemes escuchara estas preguntas, no me caben
dudas que su sable probaría nuevamente
sangre.
Poco veo de lo precolombino, poco se habla del pasado,
poco se sabe de las distintas tribus que habitaron estos valles
y quebradas, pero puedo internarme en la montaña, puedo
conocer como viven los alejados, no sólo de las grandes
ciudades, sino de los pequeños pueblos. Esos lugares en
donde el contacto y la
contaminación son aún menores. Mañana
iré a un pueblo perdido en el medio de la nada o del
todo según se vea, Iruya. Aun no he sentido totalmente
la fuerza de la montaña, tal vez ahora lo sienta, estoy
abierto a lo que suceda, pero cabe la posibilidad de que nada
ocurra. De todos modos el simple hecho de gozar viendo, provoca
el lleno total de los
sentidos.-
Por la noche Humahuaca cambia su aspecto, las farolas
que iluminan sus calles, le dan un aspecto totalmente
romántico, largas hileras de luz me recuerdan a los
pueblos españoles. Cenamos con mi nuevo compinche y
él se retira a dormir. Caminando por las calles, siento
en mi mente el sonido de una
quena, la paz me envuelve y el aire fresco me
invita a saborear un mate de coca antes del descanso. Entro a
un bar y un perro, que según sus dueños era
bravo, se recuesta a mis pies luego de una caricia, sé
que mi contacto con los animales es
sólido y natural.
Son las 9,30 hrs, un solo bus recorre en tres horas
los 70 Km, que nos separan de mi próximo destino y lo
hace una vez al día y no todos los días de la
semana. Partimos hacia el nordeste, Iruya está en
la provincia de Salta, pero únicamente se accede desde
Jujuy; por lo que veo el bus sirve de correo, camión de
carga y transporte. Pocos km de pavimento y comienza el camino
de tierra, el cual comienza a ascender y también se va
enangostando poco a poco, por momentos transitamos por sobre
las vías del tren, cruzando varias veces por el lecho de
los arroyos, buscando el lugar para pasar, se puede apreciar
que las crecientes son fuertes y se llevan la huella cada vez
que ocurren. Con tristeza veo una vieja estación de tren
abandonada. Las construcciones comienzan a cambiar, ya no
tienen techos de adobe y piedra, ahora son de cortadera. Pircas
y corrales de piedra, encierran ovejas y cabras. Los caracoles
del camino marcan claramente el camino de montaña. Poco
a poco nos acercamos a los 4.000 mts, debemos pasar por "El
Abra del Cóndor", en donde muy amablemente, el
chofer del trajinado bus se detiene permitiendo que los dos
turistas saquen sus fotos, mientras
el pasaje espera pacientemente. Aquí no existe el
apuro.
Es la segunda vez que mis pies pisan los 4.000 mts, la
primera fue con la mochila al hombro realizando el "Camino
Inka", cruzando el paso de "Warmiwañusca" o Paso de la
Mujer Muerta a 4.200 mts. Al fondo se ven los sembrados,
realizados a 3.000 mts, pero no en terrazas como en
Perú, ya que las bases de los cerros, en donde se
realizan, son de menor pendiente; de todos modos, en la parte
superior, sería imposible realizarlas. Luego de una
pequeña planicie, comenzamos el descenso por los
caracoles. En algún paraje alguien baja y alguien sube,
con un perro o gallina a cuestas, con una bolsa de maíz,
que quien sabe a donde llevarán, pero no se ven casas
alrededor, estarán en alguna quebrada cercana. Las
capillas que pasamos se ven tan solitarias en semejante
paisaje, que resulta increíble que los días de
misa se llenen de creyentes. Estoy entrando a la vida pura, con
gentes que cultivan pequeñas porciones de tierra con
maíz, trigo, alfalfa. Su color es el de la tierra; en
los ancianos, en los surcos de sus rostros, se conoce la dureza
del clima; sus
labios, en algunos casos, están teñidos de tanto
mascar coca; pero sus ojos son especiales, tienen el brillo de
una vida simple, dura pero simple, sin contaminación, sin el bombardeo cotidiano
que recibimos en las ciudades. No caben dudas de que son duros,
no vacilarían en marcarte el lomo a lonjazos llegado el
caso, pero sus contestaciones y trato son por demás
amables y humildes. El lugar está al final del camino, a
partir de allí, a los caseríos que existen,
sólo se llega a pie o mula. En uno de los cruces del
río, como una aparición, a lo lejos veo la
capilla, para esconderse al instante, por varios
kilómetros. Comienzo a emocionarme poco a poco, Iruya
esta cada vez mas cerca; la quebrada por donde descendemos, me
muestra construcciones aisladas, pero la pregunta es ¿de
qué viven?, no todos tienen majadas o hatos, no todos
tienen donde cultivar.-
Recorremos con Cristophs, mi acompañante suizo,
las empedradas calles, los pocos turistas que llegan para
Semana Santa, ya no están, el pueblo está
totalmente en paz. Una pequeña usina da luz a todo el
pueblo, al fondo, el cementerio, con tumbas de 1.890 y otras
más antiguas, pero sin fecha, con una pequeña
capilla, creo, de responso, ya derruida por el
tiempo.
En estos lugares el tiempo no existe. El pasado,
presente y futuro se conjugan en las altísimas
montañas, en su arroyo, en la piedra, así como la
vida y la muerte
conviven naturalmente, todo está a la vista.-
Hablando con algunas personas, que
habitan estos pueblos, Iruya, Humahuaca, Purmamarca, que
llegaron a ellos casi por casualidad y se quedaron, repito
algunos, hablan de volver a la civilización, como si
esto fuera un lugar apartado de ella y realmente esta no ha
llegado en su totalidad y eso provoca que mantengan ese encanto
especial, que nos permite esclarecer, si es mejor calidad de
vida o cantidad. Creo que mi elección es clara. Por
supuesto que hay que aclimatarse y sacar de nuestro interior lo
contaminante, para así poder armonizar plenamente con el
todo. Es difícil, pero no imposible, depende de nosotros
mismos el lograr ese estado y no
sucumbir a la vorágine de lo inaudito. Vivir y sentir,
creo que es la consigna. Dicen que Dios nos dio el libre
albedrío y creo que la mejor forma de usarlo es en la
elección de vivir y no ser esclavos de un sistema.-
Iruya, enormes tus montañas, profundas tus
quebradas, serena tu gente, tu pobre río de piedras
sólo muestra la vastedad del universo del cual
sólo somos un pequeñísimo fragmento,
aquí no hay magos ni brujos que puedan con tu entorno,
sólo voluntad y fe logran sacarle algo a la Pacha Mama,
sólo el confiar en que el sol saldrá al otro
día, realiza el conjuro para vivir, sólo el amor en
donde nos encontramos a nosotros mismos, provoca la magia de
pertenecer. Y yo por ahora sólo sé que pertenezco
a las montañas.
Vuelvo a Humahuaca, aún no he tomado la
decisión de volver a S.S. de Jujuy o seguir al norte,
pero las tres horas de regreso me sirven para tomar la
decisión de seguir y llegar al límite norte de mi
país.-
Ver la puna antes de La Quiaca, en donde
el punto más alto del camino asciende hasta los 3.780
mts, es imperdible. Por momentos parece que estoy en los llanos
del sur, pero las montañas, me marcan la diferencia.
¿Qué se siente en este lugar?. ¿Qué
sorprende y a su vez nos muestra la dureza del lugar?.
¿Qué me carga de tal forma, que en un segundo
cruza por mi mente el quedarme, aunque sea un tiempo?. La
magnitud de su belleza me muestra claramente que se nos da lo
que pedimos. Verla, es entrar en otra dimensión, es
encontrar de frente el miedo a la soledad y al mismo tiempo, es
encontrar la paz de comenzar a entrar en la plena
armonía con el todo. La simpatía de ver las
llamas pastar, un animal tan noble y antiguo que sirvió
a los indios en lana, carne y transporte, usado y cuidado por
todas las culturas andinas, aun antes de que el español
llegara con su codicia y espada. La vastedad de la puna, su
desierto, sus casas de adobe, su oxígeno puro, belleza por donde se mire,
no hay palabras para acotarla, sólo un fuerte
sentimiento que abarca al infinito.-
Las culturas andinas, Aymarás, Humahuacas,
Fiscaras, Quechuas, o como se llamen, algunas olvidadas, otras
mantenidas escondiendo sus pequeños secretos, que
llegaron a estos días por el boca a boca, y su Wiphala,
con sus colores rojo, naranja, amarillo, blanco, verde, azul y
violeta, que muestra la unión del pueblo andino en su
lucha, creo sin temor a equivocarme, son las que más
demuestran la vida en épocas prehispánicas, las
que mas me demuestran mis raíces americanas y mi
unión con la Pacha Mama. He llegado hasta Ushuaia, he
llegado hasta La Quiaca, visto las ciudades más
distantes y sé con total seguridad
que todos los habitantes originarios, todos los
aborígenes de las distintas regiones, sea valles o
montañas, sean desiertos o selvas. Mas allá de la
igualdad en
las distintas deidades, sean animales como el cóndor,
puma o serpiente o elementos de la naturaleza, o lo que sea,
solo tuvieron un sentimiento por la madre tierra y fue
respeto.-
Me despido de mi compañero, prometiendo
contarnos por carta, donde
andamos.-
Ahora si vuelvo a San Salvador de Jujuy,
al encuentro con un amigo con el cual no hablo hace 16
años y quiere Dios que lo encuentre a mi regreso, cuando
ya conozco su provincia, cuando ya puedo entender su forma.
Él con su historia, yo con la mía y así
poder contarnos y decirnos, lo importante, lo que necesitamos
saber uno del otro.-
Hace tres noches que sueño con la muerte
(¿?) y creo que esta marcado en los cementerios que sin
querer he visitado, mi buen amigo me lleva a ver el desfile del
19 de Abril, día en que se funda San Salvador de
Jujuy, el gauchaje tiene su mayor reconocimiento al
desfilar cerca de 30 asociaciones, luego a comer un asado en
casa de un criollo, que ofrece su humilde casa con total gusto.
Se sabe que hay doma cerca y allá vamos, comienza a
oscurecer, pregunto a mi amigo si no es muy tarde y si esto no
pondría en peligro al jinete o al animal, él
comprende y al ser dirigente de una de las asociaciones, se
dirige a detener la jineteada, pero todo tiene su tiempo, en la
última doma, muere el animal; no conozco ni al jinete ni
al animal, solo conozco a mi amigo, las causa no importan pero
no puedo contener mi llanto, solo quiero acariciar al animal,
los desconocidos que me rodean se dan cuenta y tres de ellos me
retiran del lugar, explicándome que este noble ser fue
un buen pingo y que murió en su ley. De nada
sirve, no entiendo como el afán del hombre en
vanagloriarse y llegar a estos extremos, yo lo hice hace mucho
tiempo y gracias a Dios aprendí. El "Chato" Elías
me muestra su hombría de bien, yo no tengo consuelo.
¿Porqué tuve que presenciarlo?. Mi amigo, hombre
que ama a los caballos profundamente, queda impresionado al ver
como pudo causarme tanto daño este hecho, si se quiere,
fortuito. No es lindo todo lo que se ve.-
En la cena hablamos mucho, me cuenta de sus hijas y de
su nieto. Por mi parte le comento de los sentimientos que me
rodean últimamente, quedamos en no perder contacto en el
futuro, yo debo partir continuando mi viaje.-
El bus me deja en Salta, junto a mis dos mudos
compañeros, mi sombrero y mi mochila, esperando para
realizar un viaje hace mucho esperado "El Tren a las Nubes". De
un pueblo cercano, Guemes, es oriunda mi madre, mujer
golosa y querendona de todo este norte. La ciudad es linda,
pero como siempre los grandes conglomerados de gente que
visito, no me producen ninguna excitación. Visito su
cabildo, me impresiona el interior de su Catedral, inaugurada
en 1806, imponente; su exterior, cambiando su color me recuerda
a la de Qosqo, en Perú, con sus dos campanarios a los
lados y el gran portal en su centro. Paso por la Iglesia de San
Francisco (1882) y allí agradezco todo lo bueno que
estoy recibiendo en este viaje, sus colores llaman la
atención, ladrillo fuerte y amarillo.
Sentado en la plaza principal, frente a la Catedral
comienzo a recopilar mi viaje y creo que este me ha definido
que aun no sé realmente cual es mi lugar, pensé
que encontraría la magia necesaria para encontrarlo y
ella a llegado para decirme "busca, busca que si existes
también existe ese lugar tan preciado, tu lugar". Como
la mayoría de las cosas que deseo o busco, tardan un
poco en llegar, pero de repente y ya sin presionar en la
búsqueda, aparecen cual fantasma, como que Dios las pone
delante de mí y es decisión solamente mía,
el aceptarlas. Si el descubrir nuevos lugares, el transitar el
camino en mi búsqueda me subyuga, si a cada paso me
estoy acercando más a mí mismo,
¿cómo será encontrar el lugar a donde
pertenezco?.
Antes de dormir, encuentro un bar en donde comer algo,
es una mezcla de viejo galpón y exposición de fotografías,
pregunto por el fotógrafo y me presentan a una morocha
encantadora que me cuenta como realiza su trabajo, gracias a
Dios, siempre conozco gente que está dispuesta a
compartir conmigo sus gustos y deseos más
profundos.
7,15 de la mañana, aún oscuro, el tren
comienza su movimiento,
mis compañeros de asiento, 3 jubilados….., pero la
impresión es equivocada, resultaron tres personajes con
los cuales compartí las casi 15 horas que lleva el
recorrido de ida y vuelta. Charla, mate y empezar a
reírse con las anécdotas. Poco a poco el tren
comienza a subir, las nubes cubren el bajo, pero sé que
a la altura que iremos no las tendremos. Argentinos, alemanes,
yanquis, franceses comienzan a admirarse del paisaje, gatillan
sus maquinas fotográficas constantemente, aún el
verde predomina. Cruzamos el primer viaducto, no muy alto, y
automáticamente todos comienzan a asombrarse.
Pequeñas casas se ven a los lados de las vías,
junto a alguna capilla. Vamos por la quebrada del río
Toro, su nombre se puede deber a dos cosas, por aquí se
llevaba ganado y muchos animales morían en el trayecto;
al comenzar los trabajos de construcción del tren llama la
atención a los ingenieros y bautizan así al
río; la otra es que en quechua, Turu significa barro y
el color del río es el de la tierra que
surca.
Hay taperas, en casi todo el recorrido, a veces cerca
de las vías, otras más alejadas, algunas son de
pobladores de la zona que las abandonaron, otras de los
empleados del ferrocarril que trabajaron en su
construcción. Ya la vegetación comienza a cambiar
y en el fondo de alguna quebrada sorprenden los verdes de los
sembrados, como si no correspondieran a este lugar, la tierra
es casi arena, su color es blanco-grisáceo y combina
perfectamente con los distintos tonos de las montañas.
Por momentos el tren hace zig-zag para ganar altura y fuerza,
curvas, túnel, rulos todo vale para ganar altura y no
perderla en todo el recorrido.
Fiel a mi costumbre, hablo con los que trabajan en el
tren y así logro comunicarme con uno de los guías
de vagón, que a su vez hace trabajo comunitario, con los
pequeños campesinos de la zona. Es la segunda vez en
este viaje, que alguien me habla del tema. ¿Hay
posibilidades de hacerlo?. ¿Cómo conseguir
trabajo para poder estar cerca?. Preguntas que
instantáneamente cruzan mi cabeza. Busco mi lugar lejos
de las grandes ciudades, mier…. que decisión.
¿Se podrá hacer, cerca del campo que
compre?
Subimos constantemente, 2000, 2500, 2700, el tren
recorre casi 220 km en todo su recorrido, todo en subida.
Comienza a verse algún nevado. Las llamas elevan un
OH!!! en el vagón. Al llegar a una estación,
Chorrillos a 2100 mts, en donde antes se recargaba agua
para la máquina, los niños
salen a saludar con sus manitos sucias. Como no pensar ante
esos ojitos que me observan sonrientes. Tal vez la
diversión mas grande es ver pasar estos vagones,
cargados de gente rara, de turistas. Me acuerdo del
refrán "como vacas mirando al tren", pero esta vez las
vacas están en el tren. Todos suspiramos ante tanta
ternura. Qué seguros nos
sentimos cuando estamos en el tren, qué vanagloriada
estupidez el sentirse en el camino y no al costado. Pero el
convoy sigue su marcha, continua ganando altura, llegando hasta
la estación del Abra Muñano a 4000 mts, en
donde se realiza en paso de la máquina que nos tiraba,
hacia atrás pasando a empujarnos. Al detenernos se
produce el primer contacto, se arremolinan las manos en las
ventanillas, todos ofrecen sus mercancías, son minutos
para vender lo que se pueda, para salir corriendo a encontrar
al tren en otro punto.
Pasamos por la mina Concordia a 4144 mts, de
donde se extraía oro y plata, hasta que sus
túneles se inundaron con una vertiente y dejó de
ser explotada, como si la montaña hubiera dicho basta,
no me lastimen más. Estamos tan alto, que ya ni el
cardón se anima a llegar. Llegamos al viaducto La
Polvorilla 4197 mts, por tercera vez mis pies tocan esa
altura. Aconsejo a mis acompañantes que se muevan
despacio, por la falta de oxígeno, después me
darían la razón. Bajo del tren, ¿tiene
regalo?, ¿tiene monedita?, ¿tiene caramelo?, los
niños piden, pero ofrecen a cambio
cualquier cosa, hasta una piedra levantada en el mismo lugar
sirve para comerciar. Los grandes ofrecen sus tejidos. Por
una pocas monedas se dejan fotografiar, son pobres y humildes,
no sonsos. Encuentro a la fotógrafa salteña y
comentamos lo que estamos viendo. El viaducto curvo sigue hasta
el límite con Chile en
donde se une con las vías chilenas. Nuestro convoy
vuelve hasta San Antonio de los Cobres, y nuevamente
todos salen corriendo para el encuentro final, allí es
donde tendrán media hora para vender, para poner todo en
el sartén, medias, chalecos, guantes, no hay que
desperdiciar el poco tiempo.
Al descender, se realiza una ceremonia muy emotiva,
que tal vez en Buenos Aires, Córdoba u otra ciudad, no
le daríamos importancia, pero aquí es distinto.
Se realiza el izamiento de la bandera y se canta Aurora,
emociona verla subir. Cuatro minutos dura la canción, y
luego todo es ofrecer, todo es pedir, todo es aprovechar el
poco tiempo para ganar algunas monedas. Sus rostros curtidos
por los vientos y el sol. Pero ahí están sus
ojos, atentos ante cualquier demanda,
allí están los niños que con la mayor
humildad piden algo, hay que tener el corazón
muy duro, para ver el fondo de esos ojitos y no tener ganas de
ayudar. El tren anuncia su partida, las mesas en donde se
ofrecían los productos,
comienzan a plegarse, nuevamente todo es en las ventanillas y
en las puertas de acceso los vagones.
La vuelta es larga y cansadora, pero lo que me llevo
dentro es más que el cansancio, ver a esta gente
quedarse en su lugar es hermoso y triste por igual. El orgullo
que tienen por sus cosas me marca claramente su sangre es
india.
Viaducto La Polvorilla – 4.197
mts S. N. M. – Desde vías a base 63 mts
Mi viaje está culminando y lo que más
lamento, es no haber tenido más tiempo, pero como todo
tiene un comienzo y un final, vuelvo a casa, las expectativas
que había creado, están concretadas plenamente.
Gracias a Dios nuevamente, un viaje, me muestra algo valioso.
Mis raíces más cercanas, esas que nos marcan y
que tarde o temprano, explotan en nuestro interior, esas que
permiten encontrarnos y tomar las decisiones de elegir el
futuro. Que aventura más grande puede haber, que saber
de donde venimos y así encontrarnos a nosotros mismos.
Lo mío son las montañas y mi ave el
cóndor.
Si Jujuy confirma mi idea de vivir en las
montañas, Salta me dio la perspectiva de hacer trabajo
voluntario en donde compre mi campo.
La sensación, de haber estado en este norte, en
estas montañas y con esta gente, es tan profunda que no
puedo explicarla con palabras. Pero los sentimientos que van
surgiendo día a día, me van mostrando que el
camino recorrido no es en vano. Siento que todo va fluyendo a
un punto, todo converge a un punto, mi centro, mi yo mas
íntimo. Todos los senderos tienen un final; es como
Iruya, esta al final del camino, al fondo de la quebrada, desde
allí es a pie o en mula, pero es allí donde
comienza el resto del tiempo a vivir. Si bien en las grandes
ciudades escondemos nuestros sentimientos y los enterramos en
lo más profundo, este viaje a mi posible historia mas
cercana, los dejo a flor de piel. Es
como sentir que voy limpiándome paso a paso de las
estructuras
que fui construyendo. Un gran escritor, valga la redundancia,
escribió: "Si naciste sin alas, no hagas nada que impida
que crezcan" (D. Chopra) y gracias a Dios, en mi
búsqueda, estoy dejándolas crecer.
Tomo mi bus hacia Córdoba, pero la copla de una
vidala, me pinta claramente este Norte.
Cara de roca
Mastica coca
Y se ilumina
El seclanteño
Lento camina
Como sus sueños.
(Ariel Petrocelli)
PD: Un año después, vuelvo a
Jujuy y por supuesto a Purmamarca. Sentado en uno de los bancos
de cardón de la iglesia, descubro que la capilla es una
puerta, una puerta hacia un universo sin límites
y casi totalmente desconocido. Un portal hacia mí
mismo.
Juan Carlos Kufner