Hay dos fotografías que encarnan el mito del Che.
Una, es la del joven gallardo de boina negra, mirada puesta en el
horizonte y porte viril que lo presenta como el "Cristo
guerrillero". El otro, el macabro retrato del "Cristo fusilado".
Sin duda, estos dos retratos han contribuido a difundir una
imagen que
sirve de soporte para el mito: la del justo y la del justo
ajusticiado. El primero porque lo justo ha sido la
aspiración de todos los hombres del mundo en todas las
sociedades y
es lo que ha servido de propulsor de la civilización en el
proceso de
actualizarse en la historia. De esta manera la
imagen del Cristo guerrillero es también una
proyección. El segundo porque es la imagen del precio que
paga el justo cuando cuestiona el poder,
Cualquier insatisfecho puede proyectarse en la primera imagen y,
fracasando en obtener un mayor reconocimiento, identificarse con
la segunda. Pero, lo que nos importa saber es si el mito del Che
soporta la luz de la
realidad porque sabemos que una cosa es el deseo y otra cosa es
la relación recíproca entre deseo y realidad.
Ésta conduce a intentar lo posible, aquél se pierde
en devaneos fantasiosos o se actualiza en opciones,
anómicas o no, que no producen nada en el mejor de los
casos o escriben tragedias en el peor. Hay una tercera foto
tomada después de su captura y horas antes de su
asesinato. La cara emaciada, los ojos hundidos bajo una pelambre
desgreñada, los hombros vencidos, el semblante
rígido, la mirada inescrutable. La expresión de
quien ha llegado al fin de su camino. La conducta del Che
puede ser entendida como la de un hombre de profundas
convicciones ideológicas por las cuales luchó con
arrojo y abnegación y, consecuente con las mismas,
perdió la vida en el intento de materializarlas. Esta es
la versión romántica del idealista dispuesto a todo
que atrapa la imaginación de todos. Es, además, la
versión del Cristo del siglo XX que ha convertido a
Nancahuasi en el Gólgota y a Vallegrande en una
versión aggiornada del Santo Sepulcro, al cual
concurren anualmente un pequeño caudal de peregrinos
fieles a su memoria. Es, además, la versión que el
Che hubiese rechazado airadamente. Porque, pese a su
tardía profesión de fe marxista, el Che nunca se
movió dentro del austero esquema racionalista del materialismo
dialéctico. Por el contrario, era un romántico y un
idealista. Pero su humildad, cuidadosamente disimulada – hasta en
eso era pudoroso – no hubiese tolerado la glorificación de
que es objeto.
La Primera Enfermedad
y su Relación con la Angustia.
Los inicios de la vida del Che propiciaron su futuro.
Aún lactante padeció una grave neumonía, en
una época en que los antibióticos no
existían y la muerte por
esta causa era frecuente. La angustia en el entorno fue grande y
es un indicio de esto que la abuela materna y su tía
Beatriz viajaron de Buenos Aires a la
provincia de Santa Fe para participar en su cuidado. Las horas
interminablemente críticas de la enfermedad debió
mantener a su familia en vilo.
La obstrucción de los pulmones por las secreciones,
característica de la neumonía, y la
insuficiente oxigenación que resulta de esto,
serían suficientes para ocasionar una anoxia y a la
concomitante sensación de ahogo como la
representación psíquica del peligro para la
supervivencia. Desde un punto de vista psicológico, es
posible conjeturar que de esta manera el aparto respiratorio del
niño se estableció en órgano de
expresión. En consecuencia, no sorprende el mal
asmático que se instaló algunos meses más
tarde en tanto éste puede ser considerado la
somatización de una angustia que de otro modo hubiese sido
paralizante. En los inicios de nuestra actividad profesional
hemos tenido la oportunidad de tratar algunos casos severos de
asma. Nos llamó la atención la ausencia ostensible de angustia
en estos pacientes que parecían debatirse entre la vida y
la muerte con una
tranquilidad que no se correspondía con la
situación temible del ahogo. No se trataba, solamente, de
que la experiencia les había enseñado el carácter
transitorio de los accesos. Hay pacientes que mueren en medio de
un ataque de asma, sin embargo, aún así preservan
una extraña calma. Postulamos que en la medida en que el
asma no es la angustia, expresa la angustia. En
tanto y en cuanto la angustia es un miedo irracional que no
reconoce una causa el sujeto afectado se encuentra en la
situación de no poder luchar contra él. Pero, si
puede trasladar su miedo a una situación
específica, puede debatirse contra un enemigo tolerable.
Cuando el Quijote lidia con los molinos ahuyenta los fantasmas de
su delirio. Ocurriendo esto la angustia pierde su carácter
inmovilizante. De esta manera el asma puede entenderse como un
mecanismo que, pese a las limitaciones que impone, hace posible
la vida del sujeto afectado. Es, por así decir, una
concesión a la angustia que le permite al sujeto ejercer
las transacciones necesarias para mantener una existencia viable.
En el caso del Che es posible verificar el carácter
psicogénico de su mal asmático con la siguiente
anécdota. En una ocasión la columna del Che fue
sorprendida por una fuerza militar
muy superior y los guerrilleros debieron huir escalando la ladera
de una sierra. El Che estaba atacado del peor acceso de asma de
su vida al punto que un compañero lo tuvo que cargar sobre
sus hombros para evitar su captura. Los guerrilleros fueron
avistados por las fuerzas de Batista quienes comenzaron un fuerte
ataque con morteros y ametralladoras. Fue en este momento que el
Che comenzó a correr, adelantándose, inclusive, a
sus compañeros, hasta superar la cima y ponerse a
cubierto. Fue interesante la manifestación del mismo Che:
‘No hay mejor tratamiento para un ataque de asma que el
fuego del enemigo’. ¿Qué sucedió? La
angustia apremiante – de otro origen – fue superada por el miedo
muy real inducido por el peligro de una muerte inminente. Estas
localizaciones de órgano de expresión no
sorprenden. Son observaciones comunes en la práctica
profesional. Un paciente padecía un nivel constante de
ansiedad matizado con infrecuentes ataques de angustia. En su
historia se verificó que la madre inexperta no
percibió que el incesante llanto de su hijo en los
primeros días de su vida se debían al hambre.
Relató que, aún a una muy temprana edad, llorando
por severos cólicos intestinales, observó que su
padre y su madre lo miraban desde el pie de la cama con una
expresión preocupada abrazándose entre
sí. Esta actitud
distante de los padres se mantuvo hasta la adultez del paciente.
No fue difícil establecer el nexo entre el hambre, el
sentimiento de desamparo, la inseguridad y
la angustia crónica. Ni desentrañar el significado
de los trastornos gastrointestinales concomitantes de su ansiedad
crónica. Una parte de la carga de ansiedad
disminuía al desplazarse al aparato digestivo
convertido en órgano de expresión por la
experiencia del hambre y la distancia de sus padres en un momento
de violento dolor. Otro paciente padeció una membrana
hialina al nacer por lo que debió permanecer varias
semanas en una incubadora. Sobrevivió pero con un costo: una
secuela motora que, si bien no causó invalidez, le
impidió participar en deportes y tener una infancia como
la de sus compañeros de colegio. Compensaba su impedimento
con una avidez por la lectura
que, por otra parte, alentó su pasividad. A esto se
agregó la sobreprotección de la madre que
perpetuó la situación de la incubadora y la actitud
descalificadora del padre que sustentó su sentimiento de
inferioridad y de inseguridad actualizado por sus dificultades
motoras. La angustia en este hombre no requirió un
órgano de expresión. Simplemente la desplazaba
hacia diversas manifestaciones hipocondríacas que
justificaban el impedimento para "salir de la incubadora". Los
últimos párrafos ilustran distintas modalidades de
metabolización de la angustia con o sin el añadido
de un órgano de expresión. El mal asmático
del Che no se exime de una interpretación similar. El Che
padeció una enfermedad que lo puso en peligro de muerte
cuando aún era un lactante. Cabe suponer que hubo
algún factor adicional por el cual el infante tuvo la
vivencia del desamparo. En aquel tiempo, las
fiebres altas se trataban con reposo obligado y los trabajos de
Spitz sobre las consecuencias de mantener a un lactante demasiado
tiempo alejado del contacto físico humano eran de reciente
factura y no
se habían difundido aún. Es probable que esta
distancia haya determinado que, sin llegar al autismo, se haya
establecido una inseguridad esencial en la
personalidad del Che. La Medicina no tiene
datos
científicos válidos para pronunciarse con certeza
respecto de la etiología del asma. Se pensaba, sin mucho
fundamento, en un factor alérgico. Por otra parte, la
enfermedad es de un polimorfismo notorio. Muchos niños
curan espontáneamente mientras otros avanzan hacia una
enfermedad que puede, o no, desaparecer en diversos momentos de
la adultez o evolucionar hacia una muerte prematura por las
complicaciones que se producen o por un acceso violento del mal.
En consecuencia siendo el pronóstico variable y la
etiología desconocida tampoco hay criterios reglados para
el tratamiento de la enfermedad más allá de la
medicación sintomática de los accesos agudos. La
percepción de la falta de un tratamiento
debió incrementar la inseguridad del joven Ernesto
potencializando la tendencia a la cronicidad de la angustia al
verse a la merced de fuerzas incontrolables. Es notable que el
mal asmático del Che nunca le impidió ninguna
actividad. Practicó un deporte como el rugby, que
demanda un
gran compromiso físico, viajó miles de
kilómetros en bicicleta y ejerció su misión de
guerrillero en las peores condiciones climáticas y
geográficas imaginables. Sin embargo, salió airoso
aún de las situaciones más críticas en que
se vio envuelto.
La enfermedad inicial reunió a varias mujeres
alrededor del Che que, en el transcurso de su vida, serían
significativas. Tanto su abuela como su tía Beatriz fueron
figuras con las cuales trabó una relación intensa.
Llama la atención que su correspondencia se dirige con la
misma frecuencia – si no mayor – a su tía Beatriz que a su
madre. También es cierto que las mujeres de la familia
sintieron algo especial por él. No tuvieron una
relación similar con ninguno de los hermanos del Che. Es
frecuente que en una familia de corte tradicional el primer hijo
varón tenga una significación particular y la
preocupación que mostraron todas por la enfermedad del Che
parece indicar que esto fue lo que sucedió. Por cierto, la
biografía de Tapia no revela una imagen más
imparcial de los miembros de la familia con respecto a Ernesto en
relación a sus hermanos. Éstos ocuparon un segundo
plano y el predilecto fue, sin duda, el Che. No sería de
sorprender cierta postura olímpica que lo tenía a
sí mismo como centro y, a la vez, cierta incertidumbre
respecto de la legitimidad de esa disposición. El Che fue
el vástago de una familia argentina de
cierta ‘alcurnia’ pero de escasos recursos. La
familia ‘bien’ venida a menos. Un entorno que
podía marcar en el niño un cierto sentido de
superioridad social que no se manifestaría exteriormente
más que a través de una actitud de ‘nobleza
obliga’, y de una susceptibilidad especial en cuestiones de
dinero,
característica frecuente en este sector social de la
Argentina. Es ilustrativo que el Che comandante se molestó
cuando le pidieron un recibo por un dinero que le fue enviado.
Entre guerrilleros, se indigna, estas menudencias están
demás. No se le ocurrió que quien le envió
ese dinero debía rendir cuentas ante
otros. Pero lo que surge de esta actitud del Che es su
percepción de que los guerrilleros eran personas distintas
de los demás y, por lo tanto, representaban una casta, un
linaje que vivía – como los Caballeros de la
Mesa Redonda
– al margen de los usos y costumbres del medio. No
sería verosímil que el Che aceptara esta
interpretación ecuánimemente. Quiso ser y fue un
hombre recto pero eso no le impedía tener una imagen
superior de sí mismo que, por otra parte, le
imponía más exigencias que privilegios. La infancia
del Che transcurrió en diversas zonas rurales de la
Argentina y se caracterizó por la frecuencia de los
traslados que la familia debió soportar. Estos traslados
estaban vinculados con proyectos
económicos del padre del Che que, al parecer, fueron en
muchos casos bastante carentes de realismo. De
hecho ninguno prosperó. Además, un antecesor
directo de la madre – un Lynch – fue uno de los tantos
aventureros atraídos a California por la "fiebre del oro"
en los años ochenta del siglo XIX. Existían para el
Che sobrados antecedentes de búsquedas de quimeras en su
propia familia. El padre no fue un hombre que impuso normas sino que,
por el contrario, permitía una considerable libertad de
acción. Esto aseguró la autonomía del Che.
Es llamativo por ejemplo, que la familia no puso reparos al viaje
de 4.500 kilómetros en bicicleta que el Che
asmático decidió realizar solo por el interior de
la Argentina. Permitirlo fue temerario y él mismo
debió haber entendido la imprudencia porque nunca
más viajó solo en sus andanzas por el continente.
La libertad supone riesgos que los
niños no siempre están en condiciones de afrontar.
Puestos en la necesidad de asumir riesgos, que para ellos pueden
ser excesivos, el miedo ante el hecho real y la angustia
subyacente, los hacen inseguros si bien superan la
situación adoptando una actitud que remeda un comportamiento
de desafío contrafóbico. Eligen atacar antes que
huir cuando están aterrados. Otro factor fueron las
frecuentes mudanzas y el efecto que tuvieron en la vida del Che.
Los niños que en su infancia son trasladados de un lado al
otro – hijos de diplomáticos, por ejemplo – tienen que
soportar la tensión de las rupturas de relaciones con su
entorno y la necesidad de enfrentar situaciones nuevas,
establecer nuevos vínculos sociales y arrostrar los
avatares de la aceptación y rechazo inherentes a ellas. En
estas circunstancias se levantan barreras defensivas contra el
dolor ocasionado por las frecuentes separaciones. Esto genera una
tendencia a ser un solitario autosuficiente. El resultado es la
conformación de una personalidad diestra para establecer
nuevas relaciones pero con la expectativa de que serán de
corto plazo. El desapego afectivo es la consecuencia. Otro factor
importante, que seguramente incidió en su vida, fue la
inestabilidad del matrimonio de sus
padres. Estas situaciones crean en los hijos una imagen del
matrimonio como un vínculo endeble. Al mismo tiempo, una
ruptura en la propia relación de pareja de una persona criada en
un entorno con estas características no tiene el aspecto
catastrófico que tiene para una persona criada en una
familia donde los vínculos son – o parecen ser –
sólidos. Para éste el modelo es un
mandato a emular. En consecuencia, la ruptura de una
relación de pareja es, además, una ruptura con un
modelo prescrito como norma ética. Para el Che entrar y
salir de una relación afectiva – sea amistosa o
amorosa – no implicaba dificultades dolorosas y en esto
responde a las características mencionadas más
arriba.
El Che se relacionó con varias mujeres en su vida
pero de distintas maneras. Con una compañera de la
Facultad mantuvo una larga relación que parece haber sido
más amistosa que erótica aunque Tapia piensa que
entre ellos hubo algún devaneo fugaz. Esto es posible. Es
poco imaginable que dos personas jóvenes, que
frecuentemente se reunían en largas conversaciones no
hubiesen rozado la intimidad. Pero, para el Che, la intimidad
tenía un carácter más intelectual que carnal
y, al parecer, se satisfacía fácilmente con el
intercambio epistolar. De hecho, el Che mantuvo con ella una
larga relación de esta naturaleza. No
hay evidencias de que las relaciones con las dos mujeres que
fueron sus cónyuges fueran conflictivas. El Che no era un
hombre de amores ni de odios intensos ni duraderos. Sin embargo,
el Che no parece haber podido – o querido – permanecer al lado de
ninguna mujer por mucho
tiempo. La vida erótica del Che no fue pródiga. La
relación más apasionada fue con una mulata
campesina, adolescente aún, que dejó su familia y
su hijo para acompañarlo. Remeda en cierta medida, a la
relación de Engels con una mujer obrera. Es probable que
hombres como el Che y como Engels, retoños de familias
burguesas erigidos en campeones de la clase obrera, sintieran
cierta incomodidad de clase en un entorno obrero donde no eran
aceptados sino como señoritos bien intencionados.
Ciertamente la incomodidad del Che respecto de su relación
con los cubanos hubiese sido causa suficiente como para impelerlo
a compensar este malestar mediante un vínculo desclasado.
Cuando hablamos de la relación del Che con las mujeres de
su familia vimos su carácter multipolar. Era el centro de
la atención de todas y, a la vez, equidistante de todas.
¿Recibía de ellas flujos cualitativamente distintos
de afecto y de seguridad? Si, como consecuencia, se generó
una imagen disociada de la mujer,
ésta determinó que nunca una sola mujer pudo
abarcar la totalidad de sus necesidades afectivas. No es de
sorprender que un vínculo estable – tampoco, como vimos,
la de sus padres la fue – no haya sido su proyecto. No tuvo
relaciones perdurables ni profundas con las mujeres que lo
acompañaron ni amistades sólidas con los hombres
que lo rodearon. El Che era un solitario que adoptaba
vínculos que satisfacían algunas necesidades
afectivas y, por supuesto, físicas pero que eran
esencialmente descomprometidas. No obstante tuvo varios hijos y
se preocupaba por ellos. Cuando la guerra
terminó su primer impulso fue trasladar a su hija del
Perú a Cuba. Sin
embargo, cuando se sintió impelido a dejarlos para correr
los riesgos de la aventura angoleña y boliviana parece
haberlo hecho sin pesar. Sabía, por experiencia propia,
que se puede prescindir de un padre. Y sabía por
experiencia propia que las mujeres pueden criar hijos con
prescindencia del padre. El Che nunca tuvo una relación
consistente con su propio padre y, en consecuencia, pudo sentir
que, así como él pudo prescindir de su padre, sus
hijos podían prescindir de él.
La configuración hidalga de su personalidad se
hizo evidente en muchas ocasiones. Muy especialmente en el trato
que tuvo con los prisioneros del ejército de Batista. No
se le conoce un solo desmán y, por añadidura, era
capaz de enfurecerse con sus hombres si los cometían
ellos. Es decir que, terminada la lucha terminaba el encono. La
gresca entre caballeros se continúa con un trato de
caballeros. Así se entiende la indignación del Che
cuando fue capturado y lo quisieron interrogar. ‘Al
Comandante Guevara no se lo interroga’ espetó. En
aquellos días el rugby – el único deporte del Che –
se jugaba con el mismo criterio. Los entrenadores imponían
reglas de juego que
gobernaban las relaciones entre los jugadores: "Se juega a la
pelota y no al hombre" era la consigna de los entrenadores y era
común que el jugador tacleado ayudara a su adversario a
levantarse del suelo. El gesto
significaba "no hay rencor". Es decir que, en sus combates, el
Che se manejó, más con criterios de buen deportista
que con el encarnizamiento sangriento que propuso T. E. Lawrence
como táctica y estrategia de la
guerrilla. El concepto hidalgo
de "nobleza obliga" establece obligaciones
que para otro son inexistentes. Pero al precio de demandar
sacrificios y renunciamientos tanto como los determinados por las
reglas de la caballería. Ser comandante imponía
deberes que no se compensaban con los privilegios del mando. Por
el contrario, asumir un privilegio suponía una falta.
Así, en medio de un severo ataque de asma el Che
montó un burro para poder proseguir la marcha sin tanto
esfuerzo. Fue increpado por uno de los más jóvenes
y recién llegados de los combatientes y el Che
desmontó y continuó su marcha a pie. Como
comandante el Che no tenía necesidad de asumir esta
actitud pero la misma revela su disposición
melancólica más proclive al renunciamiento que a la
autoafirmación egosintónica. Una
característica del estilo del Che que se asimila a lo
anterior fue el carácter desjerarquizado del mando que
ejerció. El comandante, así como los jefes de
pelotón, tenían responsabilidades – escuchar y
transmitir órdenes – pero, una vez determinado el objetivo los
combatientes se manejaban con las mismas pautas de equipo que los
jugadores en un partido de fútbol. No sorprende, dado el
espíritu de cuerpo que reinaba entre estos jóvenes
y la unidad de criterio en cuanto a los objetivos de
su lucha, el éxito
con que coronaban sus esfuerzos. Ciertamente, los soldados a
sueldo del ejército de Batista no eran contendientes para
muchachos así. Lo que importa subrayar es que, si bien
existía una cadena de mando, las órdenes no eran
órdenes sino indicaciones dadas a la manera de
órdenes. Las indicaciones se cumplían, en la medida
de lo posible, porque se reconocía su necesidad y no por
obediencia ciega. Se esperaba de los guerrilleros que lucharan
pero, si no querían seguir haciéndolo, estaban en
libertad para irse. Tampoco se esperaba que lucharan hasta la
muerte por simple obediencia sino hasta el límite de sus
posibilidades. Los guerrilleros nunca fueron carne de
cañón de sus comandantes. Sin embargo esta no fue
toda la historia. El Che no se sentía totalmente
identificado con sus compañeros cubanos en su lucha y
atribuye a un sentimiento de culpa – culpa de extranjero, dijo –
cierta timidez que mostraba ante ellos. Esta ausencia de
‘sentido de derecho’ se ilustra con una
anécdota. Siendo comandante de la columna 8, en una
ocasión pidió que le prestaran una máquina
de escribir. Años después un camarada
comentaría el hecho: ‘Era el comandante y
pedía una máquina de escribir… no ordenaba
que se lo trajeran’. Esto en un hombre que arriesgaba la
vida temerariamente cada vez que entraba en combate y cuya sola
presencia era un testimonio de sacrificio y abnegación.
Sin embargo, no se reconocía a sí mismo el derecho
de hacer una demanda. La naturaleza melancólica de la
personalidad del Che salta a la vista. Pese a las exigencias
comunitarias que la vida de un militar o un guerrillero impone,
el Che nunca fue un ser gregario ni la vida social tuvo
atractivos para él. El Che, jugador de rugby, no parece
haber dejado amigos en el ámbito deportivo ni el
‘tercer tiempo’ parece haber ocupado un espacio
significativo en su vida deportiva. El Che jugaba a ganar o
perder pero no a pertenecer. Disciplinado y tenaz puso lo mejor
de sí al servicio del
proyecto guerrillero cuyo objetivo era inmediato y terminante
como, no lo dudamos, puso lo mejor de sí en el proyecto
del partido de rugby. Pero terminado el juego – como la guerra –
su presencia no era necesaria. De adolescente no se mostró
proclive a participar en "barras" como es común a esa
edad. Ni los bailes ni el intercambio social con jóvenes
de su edad y de ambos sexos fueron de su interés.
Siempre fue un solitario que prefirió las relaciones
individuales a las grupales y la compañía de un
libro a la
vida gregaria. Es congruente con su historia que el Che, en su
adultez, tampoco mostró interés por los festejos y
las diversiones. Prefería una vida retirada que era, al
fin de cuentas, un interludio. Todas las descripciones del Che,
hechas por las personas que lo conocieron y trataron, coinciden.
El Che era un hombre atractivo pero distante, más proclive
a escuchar que a dialogar. Pero su manera de escuchar no era de
aceptación pasiva. Prestaba atención a su
interlocutor pero con frecuencia le devolvía una
crítica demoledora o una observación jocosa descalficadora. En el
dialogo abundaban
las ironías que, más allá de la
expresión de una hostilidad enmascarada, tendía a
poner distancia entre él y sus oyentes. Esto indica que el
Che era un individualista con opiniones muy personales pero
también es indicativo de que tendía a mantener una
distancia con los que lo rodeaban. Pero, a la luz de sus
ironías, no se puede menos que entrever un oscuro
resentimiento subyacente. Esto no es infrecuente en personas que
padecen algún defecto físico (miopía,
ceguera, deformaciones, rengueras o alguna enfermedad, adquirida
o congénita, crónica etc.) Su proyecto
revolucionario tenía el carácter de un misticismo
humanista, sin embargo, en las relaciones personales se mostraba
escéptico. Se constituía así un hiato entre
el proyecto y la posibilidad de realizarlo. Confiaba en los
campesinos y su capacidad para llevar a cabo un proyecto simple
como tomar un objetivo militar, en cambio, era
escéptico respecto de los planificadores y los
tecnócratas que, por otra parte, eran hombres de su misma
clase social e intelectual. En alguna medida esta actitud se
debía al hecho de que era consciente de sus carencias. No
tenía pericia técnica en ningún campo, ni
siquiera en el de su profesión. Sus lecturas recorrieron
muchos horizontes pero, al mismo tiempo, no se detenían en
menudencias de orden práctico. Las actitudes
dominantes del Che eran de una puntillosa observancia de las
reglas que gobiernan los grupos combativos
así como los grupos deportivos: espíritu de cuerpo,
renunciamiento propio en aras de las metas del grupo,
austeridad personal,
desprecio por el peligro, cualidades todas que no son exclusivas
de la mística del guerrillero. Se trataban, más
bien, de características personales del Che. Otro jefe,
con otro carisma, hubiese obrado de manera distinta y logrado el
mismo resultado. De hecho, a Fidel Castro lo seguían
incondicionalmente y no participaba de la modalidad del Che. La
movilidad del andariego, el estoicismo y la vida espartana, la
confrontación del riesgo y del
peligro eran atributos del Che que precedieron su
condición de guerrillero. Trasladó esos atributos a
esta profesión y esto le fue indudablemente útil en
la práctica. Lo que queremos subrayar con esto es que las
condiciones antes mencionadas no fueron una consecuencia
de su vida de guerrillero sino una condición
precedente. No cabe duda que esas condiciones hubiesen
imperado en su vida no importa cual hubiese sido la
profesión escogida de no mediar una crisis que
hubiese puesto en cuestión esa postura. El Che andariego,
estoico y sin rumbo en la vida encontró en la guerrilla y
su objetivo inmediato todas las condiciones que le permitieron
canalizar esas propensiones. Paralelamente a esto se
desarrolló un aspecto que podría considerarse
contradictorio: su afición por la lectura. Nunca
faltó un libro en la mochila del Che y aquél
salía a relucir en momentos en apariencia
insólitos. Durante su largo periplo argentino el Che
solía echarse a un costado del camino para leer un rato. Y
en el transcurso de un largo y penoso traslado desde la Sierra
Maestra hasta el llano, transitando montes y pantanos, hubieron
momentos para un fugaz descanso donde aparecía el libro.
Existe un testimonio gráfico de esto. Durante su
campaña boliviana se lo fotografió leyendo un libro
encaramado en una rama en lo alto de un árbol. Los
solitarios trasladan su mundo en la mochila de su fantasía
y los libros son un
universo
secreto. Una secuencia de paisajes e historias en el cual el
solitario se sumerge escapando del tedio y la soledad.
Habría que investigar cuánto había de
acedía en su vida de andariego. Su carta testimonial
escrito a sus padres antes de partir lo define: ‘Soy un
aventurero’ dice. Pero, cabe la pregunta: ¿con
qué propósito? ¿Se trató de la
aventura por la aventura sin finalidad y sin proyecto? ¿Su
ideología era tal o se trataba de una
racionalización de sus impulsos? Porque hay una cosa
cierta: ninguna de sus aventuras le reportaron al Che beneficio
alguno de manera que es claro que el poder, la riqueza y la fama
no fueron réditos esperados. Lo significativo es que el
Che alternaba la actividad constante del caminante con la
pasividad del lector si bien se entiende que el término
pasividad es una imprecisión cuando de la lectura se
habla. Quien se sumerge en un libro no lo hace pasivamente sino
que vive las vicisitudes contenidas entre sus tapas ya sea que se
trate de las aventuras de Salgari, Verne o Sabatini, ya sea que
se trate de las obras de Freud, de
Marx o de Mao.
Y el Che leía todo.
Cabe preguntarse si las lecturas del Che lo llevaban a
reflexiones profundas sobre la vida, la sociedad, sus propias
vivencias y su propia inserción en el colectivo. No
impresiona así. Contrariamente a lo que se podría
suponer, el Che no fue un hombre introvertido, dado al
ensimismamiento, a la meditación y a la reflexión.
Era más bien un intuitivo que buscaba su verdad en el
mundo de la acción y no en la contemplación de su
mundo interior.
Ernesto Guevara fue un médico sin
vocación. Inicialmente eligió como carrera la de
Ingeniería. Era la profesión de su
padre aunque éste la ejerció de una manera
esporádica y sin compromiso real con la misma –
también en esto fue un modelo inconsistente. Sin embargo
el Che nunca había mostrado mayor inclinación por
las ciencias
matemáticas. Además, en aquellos
tiempos, el ingreso a la Facultad de Ingeniería de la
Universidad de
Buenos Aires era extremadamente difícil. Se presentaban
600 a 800 candidatos a rendir examen de ingreso y sólo
aprobaban 180 a 200. El Che preparaba su examen de ingreso de una
manera descomprometida y, en estas circunstancias, era improbable
que hubiese aprobado ese examen. En realidad, nunca brilló
en sus estudios ni parecieron interesarle mayormente pese a su
voracidad de lector. Cuando estaba preparando su ingreso, su
abuela padeció un ataque de apoplejía cayendo en
coma. El Che abandonó todo para ir a Buenos Aires.
Devolvió así la atención que ella le
brindó durante su propia grave enfermedad. Dice Tapia que
permaneció al lado del lecho de su abuela durante los
quince días de su agonía y que fue en esas
circunstancias que el Che cambió su resolución y
decidió estudiar Medicina. Atribuye esta decisión a
la influencia ejercida por el espectáculo de la enfermedad
de la abuela. Sin embargo, a la luz de los hechos posteriores
esta influencia no debió ser muy fuerte. La
dedicación del Che a sus estudios fue escasa como siempre.
Sólo se preparaba para dar exámenes y no tenemos
noticias de su asistencia a clases ni a los tediosos "trabajos
prácticos" a los que nos vimos obligados todos los que
estudiamos Medicina. Nunca trabajó en un hospital ni hizo
guardias en los servicios de
emergencia como muchos de sus compañeros. Cuando se
recibió se dedicó a viajar mientras sus
compañeros de estudio ingresaban a salas hospitalarias
para continuar su formación de postgrado. Su periplo por
los hospitales de leprosos de Sudamérica no estaba
vinculado a un genuino interés por esta especialidad sino
por el hecho de que, con el cargo, obtenía hospedaje y
pensión en el hospital hecho que fue, sin duda, valioso
para poder proseguir sus viajes. Pagaba
esa pensión con su trabajo médico. El Che no tuvo
una real vocación por la investigación científica. Sus
investigaciones sobre alergia en Méjico
eran pretextos para obtener dos sueldos exiguos que no le
alcanzaban para sufragar sus gastos. La
investigación demanda largas horas de
dedicación y de atención minuciosa a los detalles y
un exigente programa de
lectura vinculado al tema bajo investigación. Es
extremadamente improbable que el Che pudo hacer
investigación en dos laboratorios distintos en
mañanas alternativas y luego dedicar su tiempo a sacar
fotografías de matrimonios y cumpleaños el resto
del tiempo como describe Tapia. Queda, por fin, el testimonio de
sus compañeros de lucha. "Como médico el Che era un
bruto" dijo lacónicamente una de las víctimas de su
ministerio. Su amigo y compañero Fidel parece haber
compartido la opinión general. Terminada la guerrilla y
conquistado el poder al Che no se le asignaron tareas en el
ámbito de la salud
pública. Cualesquiera que fuera la imagen que el Che
había proyectado en su entorno ciertamente no era la del
médico.
Ideología y
Compromiso Político.
La Argentina vivía tiempos turbulentos. En 1943
un golpe de estado
de orientación fascista se hizo del gobierno del
país, y los años posteriores al acceso del general
Perón
al poder no fueron otra cosa que una libertad condicional
limitada por un estado de
sitio. A esto se agregó la corrupción
y el prevaricado como estilo administrativo y la arbitrariedad y
la prepotencia como estilo político. El Che no se
sintió conmovido por estas circunstancias ni se
sintió impelido a participar en la lucha que se produjo en
el ámbito universitario porteño intensamente ligado
al entorno político. Para un hombre que daría su
vida por la liberación de los pueblos esto resulta
sumamente extraño. El "soldado de América" no fue
reclutado por los movimientos antifascistas de América
sino en circunstancias especiales. Por otra parte es inimaginable
que, dada la personalidad del Che, se sintieran atraído
por el trabajo
gremial de los centros de estudiantes ni por la muchas veces
tediosa participación en las actividades de estas organizaciones en
las que estaban comprometidos muchos de sus compañeros de
la Escuela de
Medicina. Para el Che, los fatigosos debates y las largas horas
ocupadas en tareas administrativas, carecían del
ingrediente de emprendimiento aventurero que hubiese despertado
su interés. El Che se encontraba en Guatemala
cuando el gobierno de Arbenz, de orientación izquierdista
moderada, fue abatido por Castillo Armas. Eran los
años de la ‘guerra
fría’ y la obsesión norteamericana
respecto del posible desembarco de una ideología pro
soviética en el continente americano superaba en mucho los
riesgos que podían suponerse de gobiernos como el de
Arbenz como más tarde el de Allende. No obstante, esa
obsesión, unida a la ancestral fobia por las variantes
socialistas de organización social y la propensión
a regir el mundo nacida de la noción de su "destino
manifiesto" lanzó la respuesta contestataria. Fue evidente
la complicidad de la CIA en la aventura de Castillo Armas y, con
ella, el apoyo de algunos "bucaneros del aire",
mercenarios al servicio de cualquiera. Sólo participaron
dos o tres aviones pero, en la ausencia de medios para
contener los ataques, causaron una cuantas muertes innecesarias.
Es comprensible que el Che se haya sentido conmovido e indignado
por estos eventos y que
hayan influido en su decisión de acompañar a Fidel
Castro en su aventura de redimir a Cuba del poder de Batista.
Mientras se preparaba para esto es que comenzaron sus lecturas de
Marx. Pero es notorio que, hasta ese momento, el Che no tuvo una
clara inclinación ideológica de ninguna
índole más allá de un vago sentimiento de
conmiseración por las condiciones de vida en que se
debatían los pueblos de Sud y Centroamérica y de
las que él fue testigo durante sus viajes. Tampoco
mostró ninguna inquietud respecto del destino de los
hombres sometidos a regímenes autoritarios ni se
identificó, como vimos más arriba con la lucha
antitotalitaria que se libraba en todos los países de
Sudamérica especialmente en los ámbitos
universitarios. Es, además, notable que en la columna del
Che escasearon los jóvenes burgueses de origen urbano y
universitario. Pensamos que lo dicho más arriba respecto
de su escepticismo abarcó a los miembros de su propia
clase. Por otra parte, las consideraciones revolucionarias que
aparecen en el diario del Che no fueron el pan de cada día
de los combatientes. Varios cubanos con quien hablamos y cuyos
padres combatieron en la Sierra Maestra dijeron que entre los
guerrilleros no se hablaba de socialismo ni de
una revolución con otra meta que la derrota de
Batista. Las ideas del Che respecto de la reforma
agraria parecen haber nacido más de una inquina
personal por los terratenientes por un lado – siempre
renegó de sus antecesores terratenientes que, por otra
parte, despilfarraron la fortuna de la familia – y una
empatía con sus compañeros de lucha. Los hombres
que lucharon bajo su mando eran, en su mayoría,
campesinos. Estamos lejos de suponer que al Che lo movían
intenciones demagógicas pero pensamos que se sentía
impelido a devolverles algo a los campesinos por el privilegio de
comandarlos. Es plausible que la tensión generada por la
potenciación de estos sentimientos complementarios – su
inquina por los terratenientes y su reconocimiento personal hacia
los campesinos – se tradujera en un programa que
actualizaría la satisfacción de ambos
sentimientos.
De la biografía de Tapia surge un dato importante. El Che tenía una clara visión de sus limitaciones. Médico de escasa preparación y una nula formación técnica en cualquier otro terreno, sólo le restaba la disposición nacida de su vasta lectura, su buena voluntad y su sana intención. Pero, a la hora de gobernar, esto no alcanza.Se dejó usar conciente de que su prestigio le agregaba puntos a su amigo Fidel y sus lecturas le sirvieron para proyectar una imagen de ideólogo de la revolución. Pero, estrictamente hablando, el Che no era un intelectual como señalamos más arriba sino un intuitivo y, consecuentemente, sus escritos ‘intelectuales’ resultan poco convincentes. El Che cumplió con las tareas que la Revolución le asignó con prolijidad pero no se percibe en su trabajo la pasión que puso en la aventura guerrillera. Contribuyó cierto liderazgo en las tareas técnicas pero su preparación no estaba al alcance de su jerarquía ministerial. Era inevitable que sería sustituido a menos que madurara en la función. Esto no ocurrió aunque estimamos que no se trataba de una incapacidad elemental sino por una fundamental carencia de interés. Esto confirma lo que se adelantó más arriba en el sentido de que el Che no tenía un real proyecto para la paz. Tanto su ‘marxismo’ como su ‘socialismo’ fueron de carácter intelectual pero no incluían una intención de reforma política y social madura Para el marxista y el socialista la revolución es una fase breve pero necesaria. Para el Che la revolución era un estilo de vida. Por lo tanto, nada había en la paz para el Che más que una vida de familia que no sirvió para apaciguar su inquietud de andariego ni para satisfacer su pasión por la aventura.
Mucho se ha dicho respecto del ‘gobierno
comunista’ de Fidel Castro. Pero el Hemisferio Norte no
tenía – ni tiene – una clara visión de
Sudamérica ni de las ideas que iluminan el pensamiento
sudamericano desde mucho antes de la Guerra Fría. Para el
Norte es todo una cuestión de marxismo o capitalismo,
democracia o
dictadura,
opciones que no abarcan el panorama ideológico de
Sudamérica ni, tampoco, pueden considerarse excluyentes.
Tampoco entienden las necesidades y las tensiones internas que
son propias de los pueblos de este continente por las cuales se
hace imperativo que a estos países se los deje crecer a su
manera so pena de que las intervenciones espurias generen
malformaciones irreversibles. Los dolores de parto no son
una enfermedad. Por otra parte, las apreciaciones del
‘Primer Mundo’, además de ser inexactas, se
recortan en blancos y negros absolutos lo cual es siempre
útil para soslayar la responsabilidad propia en las condiciones que se
crearon en Cuba y el resto del continente. Se ha gastado mucho
más tinta para tratar de demostrar los vínculos de
Fidel Castro y de Ernesto Guevara con el ‘comunismo
internacional’ preexistentes a la invasión que la
que se gastó en informar al mundo de las realidades
existenciales de Cuba y de los demás pueblos de
América.
Sea como sea no nos parece que la inserción del
Che Guevara en un movimiento
guerrillero tuvo mucho que ver con un proyecto social y
político pese a los esfuerzos posteriores del Che por
insertar una filosofía revolucionaria marxista en su
participación con el proyecto castrista. De hecho, en
cuanto pudo abandonó todo para marchar a Angola y luego a
Bolivia. El
proyecto boliviano, por otra parte, fue un sin sentido.
Careció de apoyos políticos y el mismo Fidel se
mostró más que tibio en su ayuda. El irresponsable
asesoramiento de Debray, que ignoraba la realidad social del
Oriente boliviano, lo aislaron en un territorio hostil. Sus
marchas y contra marchas por el monte oriental no cumplieron
ningún objetivo estratégico, y el objetivo
táctico sólo tuvo el propósito de mantenerse
alejado de las fuerzas regulares que lo perseguían. Su
experiencia militar no le permitía ignorar la esterilidad
del esfuerzo que estaba realizando. El Che, cercano a los 40
años, padecía de la consecuencia inevitable de su
severa enfermedad asmática. Había desarrollado un
enfisema grave, estado pulmonar que, a su edad auguraba su fin a
corto plazo. Era muy improbable que el Che llegara a los
cincuenta años. Dadas las características de la
personalidad del Che no nos parece plausible que el aventurero
andariego se resignara a esperar la quietud de una muerte
hospitalaria. No era su estilo desaparecer not with a bang but
a whimper. Por el contrario, nos parece que fue en busca del
proyectil que destrozó su corazón y
que, con esto satisfizo su proyecto existencial. Es,
quizás, esta característica la que alimenta mejor
la perdurabilidad del mito del Che. Las figuras que se proyectan
en el escenario del mundo se someten al juicio de las multitudes.
Los años transcurren, los proyectos jamás se
cumplen plenamente, la frustración de los pueblos desgasta
la imagen. Esto no sucedió con el Che. Murió
‘en su ley’
– por añadidura asesinado a despecho de los
oficiales que lo capturaron – y esta circunstancia rodea su vida
y su muerte de un aura de mártir heroico que captura la
imaginación de los jóvenes tanto como la muerte de
Rolando.
Lo que queda es un vacío. Los movimientos que
dijeron querer fundar una nueva América fracasaron. Nadie
se atreve a pensar qué hubiese sucedido si hubieran ganado
la contienda. Montoneros, Tupamaros, Senderistas y demás
sufrieron la abrasión del tiempo. Los Senderistas
sólo mostraron una vocación sangrienta y los
Montoneros un muy burgués apetito por el lucro obtenido
por el secuestro de
personas. Su promesa revolucionaria desembocó, en el mejor
de los casos, en una Democracia, sistema que pone
a prueba la pureza de los valores de
los hombres mucho más que las privaciones de la vida
guerrillera. Vide el patético resultado de la
gestión
sandinista sometida a las presiones generadas dentro de un
sistema democrático.
La Democracia tradicional, en su práctica, no es
un espectáculo que llama a una juventud
purista a la participación. Los carcamanes de la
política pronto la desencantan y los jóvenes se
convierten en descreídos o en cómplices. O aceptan
el camino de la relativización ética o al son de
las cacerolas claman ‘Que se vayan todos’. Los
movimientos armados perdieron su poder de convocatoria porque el
movimientismo mesiánico apesta a tiranía y a
corrupción y los pueblos lo han percibido y lo rechaza. Lo
que no quedó en su lugar es una opción que
satisfaga las dos vertientes: la libertad y la
ética.
Donald Mathews
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