- Devoción
católica - Festividades
católicas - Funerales
católicos - Festividades
judías - Funerales
judíos - Notas
En esta monografía
me refiero a dos de las religiones que trajeron de
sus países de origen los inmigrantes que llegaron a la
Argentina entre
1850 y 1950, y a la devoción que transmitieron a sus
descendientes.
La religión fue muy
importante para los inmigrantes. Constituía una fuente de
fortaleza frente a la adversidad, al tiempo que
significaba un vínculo con sus tierras de
origen.
En la Colonia San José, donde arribó en
1857, el valesano Juan Bautista Blatter escribe que "para la
Santa Religión nada había en común el primer
año más que el deseo de tener un sacerdote. Al
presente tenemos la dicha de tener uno quien nos hace todos los
domingos hermosos sermones; la misa se dice hacia las diez y
media a fin de que toda la gente de los alrededores puedan llegar
a tiempo" (1).
Los volguenses celebran con una misa la llegada a la
nueva tierra. "Era
el año 1878, en una calurosa tarde del 18 de febrero,
cuando ancló en el puerto de Buenos Aires el
trasatlántico ‘Hohenstab’, transportando a su
bordo a las diecinueve familias alemanas, que llegaban
después de una larga y penosa travesía, desde las
lejanas tierras del Volga. (…) Se los alojó en el Hotel
de Inmigrantes y allí, en la Santa Misa con que celebraron
la llegada al País de la Esperanza, comieron el Pan de la
Vida en la Santa Eucaristía y probaron el blanco pan de
trigo argentino" (2).
El sentimiento religioso estaba presente en la casa del
gallego Onega. Para que su hija enferma aceptara comer, él
recurría a lo que su imaginación le sugería,
incluido el ángel de la guarda: "Después de haberme
ofrecido el néctar, la leche y la
miel, mi padre me alzaba y tomaba la posta en la
continuación del rito nutricio; con él las acciones eran
lentas y alentadoras, él no estaba agotado de cocinas y de
chicos, venía de estar horas con hombres resolviendo
problemas de
hombres y con su hija menor le cundía la paciencia, que
con el correr de las horas a mi madre se le había ido al
diablo. Inflexible era sin embargo en darme de comer una
cucharadita de sopa por los abuelos de España,
otra por los abuelos de Melincué, otra por los
huérfanos de la Guerra Civil,
otra por el ángel de la guarda dulce
compañía y por todos los personajes queridos y
sagrados que se le ocurrían" (3).
El padre de María Rosa Lojo, en cambio, le dio
este consejo: "Veo a mi abuela materna pasar una a una las
cuentas del
rosario, mientras augura la condenación eterna de
papá, ese ateo que osa desafiar la Voluntad Divina, sin
cuya anuencia no se movería ni la hoja de un árbol.
El ateo pierde una batalla cuando mamá logra enviarme al
Sagrado Corazón
(el Sacre Coeur de Magdalena Barat, las monjas con las que ella
había estudiado). Sin embargo, no se desalienta. Unos
días antes del ingreso escolar, me llama secretamente:
‘Tu madre y tu abuela se han empeñado en que vayas a
ese colegio. Pero tú no seas tonta hija mía. No
creas en lo que te dicen las monjas’ " (4).
Una inmigrante gallega sufre una desgracia relacionada
con la religión. Cuenta Guillermo Saccomanno: "A mi abuela
le gustaba mucho escuchar y contar historias, y me hablaba de una
parienta de ella, que entonces vivía enfrente de mi casa.
En su aldea en España, esa mujer
había tenido un hijo con el cura, y el chico se le
había ahorcado a los treinta y tres años. Cuando yo
tenía siete u ocho años, a la tardecita me cruzaba
a la casa de esta otra gallega, que me contaba la historia de San Jorge y el
dragón mientras me daba pan mojado en vino con azúcar"
(5).
En una novela de Gabriel
Báñez, el catolicismo es una fuerza activa
que intenta paliar las necesidades de los inmigrantes, aunque el
sacerdote se excede en sus atribuciones: "Hacía poco
más de quince años que el padre Bernardo Benzano
estaba al frente de la parroquia Nuestra Señora de la
Merced, pero desde los últimos cuatro sus tareas se
habían multiplicado por la enorme cantidad de inmigrantes
que llegaban a las costas. Procuraba chapas, documentación y hasta changas y empleos
golondrinas a los recién llegados. (…) no sólo
daba una mano a los más necesitados, sino que por su
cuenta y obra cedía tierras fiscales y fundaba barrios y
asentamientos que los funcionarios de la comuna calificaban de
ilegales. A las villas las bautizaba con nombres de santos y ante
cualquier amenaza argüía que la fe no podía
ser expulsada" (6).
Un sacerdote ayudó a los Ranni a salir de
Trieste. Cuenta Rodolfo: "viví muchos años con el
recuerdo del rincón donde había dejado mis
juguetes, cuando nos escapamos. Fue una fuga como en el cine: mi
hermano y yo escondidos en el altillo de la casa de mi padrino,
que era el cura del pueblo; mi mamá, en un carro tirado
por caballos de un padrino de mi papá. Y como estaba por
dar a luz a mi hermano,
en la frontera inglesa la dejaron pasar…" (7).
Y un obispo facilita la salida de Hungría del
judío Lajos Fehér. El emigrante "consiguió
un pasaporte falso a nombre de Alejandro Gross con una expresa
mención del obispo de la zona que la religión
profesada por el portador era la católica" (8).
Vinculado a la religión recuerda Máximo
Yagupsky, judío de Entre Ríos, a su abuelo: "Muchos
aldeanos plantaban junto a sus casas parrales o higueras. Y
cierta vez, siendo yo muy niño aún, pregunté
a mi abuelo por qué había plantado una higuera y
por qué en el huerto de los Kaplan había una parra.
Mi abuelo se sonrió y acariciándome, me dijo:
‘Cuando seas grande y estudies la Biblia, lo
comprenderás. En el Libro de
Reyes, está dicho que durante el reinado del más
sabio de los hombres, el rey Salomón, los judíos
gozaban de paz y seguridad y cada
cual se solazaba a la sombra de una higuera o de su
viña’. No lo entendí cabalmente. Mi abuelo
era parco en el hablar. Pero más luego, toda vez que
pasaba junto a la chacra del rabí don Israel
Halperín, lo encontraba sentado al pie de su higuera,
envuelto en su taled, el manto ritual, estudiando Talmud o
leyendo los Salmos. Comprendí que don Israel gozaba en la
campiña entrerriana del solaz esperado en Sion"
(9).
Otro abuelo, el de la cantante Julia Zenko, cantaba en
los templos judíos (10).
En una de las plazoletas del Hotel de Inmigrantes, se
honra a la Virgen de Medugorje, traida de Bosnia
Herzegovina.
Santa Francisca Javier Cabrini es venerada por quienes
dejaron su tierra. La religiosa "recorrió Europa y las tres
Américas, fundando colegios, orfanatos, hospitales,
asistiendo a los presos, mineros, y en particular a los
inmigrantes más indigentes, por eso el Papa Pío XII
la proclama ‘Patrona de los Emigrantes’ el 8 de
septiembre de 1950" (11).
De la Virgen de Covadonga se despide un emigrante. El
asturiano Modesto Montoto escribe en su diario, el viernes 14 de
octubre de 1927: "a las cinco zarpó el ‘Alfonso
XIII’. A causa de la lluvia y niebla consiguiente no me fue
posible admirar nuestras costas. Con el corazón lanzo un
adiós a los míos, a la Santina de Covadonga y a
Asturias" (12).Otro asturiano, que siente la misma
devoción, hizo pintar en uno de sus restaurantes un mural
en el que aparece un barco con el nombre de la Virgen de su
tierra (13). Una hija de asturianos nacida en la Argentina es
"devota salesiana de María Auxiliadora" (14).
Mi abuelo paterno, de Lugo, y el materno, de La
Coruña, festejaban con el mayor lujo posible sus
onomásticos, a los que consideraban más importantes
que sus cumpleaños. El primero ponía tablas sobre
caballetes e invitaba a comer puchero a todos sus inquilinos y a
los vecinos. El segundo festejaba en familia; en esa
fecha nunca podían faltar las castañas.
En mayo de 2000, la colectividad italiana de Mar del
Plata honró las reliquias de San Antonio de Padua Los
sicilianos marplatenses son devotos de María
Santísima della Scala, cuya imagen hicieron
entronizar en 2001 en esa ciudad. Mi familia materna veneraba a
San Alfonso, en Lombardía; esa devoción
llegó a América.
La Navidad es una
ocasión muy especial, que se recuerda, por lo general,
vinculada a la infancia de
quienes debieron dejar su país.
En El angel del capitán, de Chuny Anzorreguy, el
croata Miro Kovacic expresa: "Recuerdo también las
Navidades. Blancas, desde ya, con frío y nieve. Pero con
una luna grande brillando en el cielo obscuro. Nosotros, los
hijos, ayudábamos a preparar el árbol, que por una
tradición y como garantía de felices futuras
Navidades, debía tener una punta que tocara el techo de la
casa. Esa era condición sine qua non. Debajo de él
se ubicaban prolijamente los regalos" (15).
Ennio Carota recuerda la Navidad en Italia, en
relación con la figura protectora de la nona: "Sólo
esas abuelas de ayer daban a las fiestas un toque tan especial.
Un mes antes ya estaba haciendo sus galletitas y yo, junto a
ella, pelando uvas para il vino cotto, un típico dulce de
su Apulia natal. Eramos pobres, pero había alegría,
había amor y todo
ello nos hacía olvidar la pobreza"
(16).
Canela evoca esa festividad en el mismo país,
durante la guerra: "Nací en 1942, fui la última de
once hermanos y mis recuerdos son de finales de la Segunda Guerra
Mundial. Hacía muchísimo frío y al
regreso de la Misa de Gallo había un tentempié
–algo de nueces, almendras-, porque lo importante llegaba
en el mediodía del 25, alrededor de la mesa familiar.
(…) Mi madre amasaba fideos y los servía en caldo bien
colado" (17).
Agata, la inmigrante creada por Dal Masetto, describe
sus sentimientos en esos días: "La llegada de la Navidad
me colmaba de un manso entusiasmo. La sentía acercarse en
el correr de los días y era como si estuviese a punto de
acceder a un descubrimiento. Pensándolo bien, jamás
ocurría nada nuevo, pero el acontecimiento tal vez
estuviese justamente en esa expectativa, en la posibilidad no
concretada de un cambio casi milagroso, en esa fiebre que me
ponía en el corazón y en las venas una impaciencia
feliz. Así había sido siempre. La noche anterior a
Navidad solía haber gran movimiento en
la casa: se preparaba el almuerzo del día siguiente. Carlo
y yo disfrutábamos de aquel clima febril,
ayudábamos en lo que podíamos y antes de acostarnos
colocábamos un plato vacío en la ventana. Por la
mañana encontrábamos un turrón, dos o tres
naranjas, algunas mandarinas, castañas, maníes (en
una oportunidad en mi plato hubo también un par de
zuecos). Juguetes, jamás. Pero incluso con tan poco nos
sentíamos contentos y festejábamos como si nos
hubiésemos topado con un tesoro. El resto de la jornada se
deslizaba en aquel clima apacible y era como si se hubiese
establecido una tregua en las inquietudes o en las confusiones
del resto del año" (18).
La Navidad en la nueva tierra es evocada por los
inmigrantes, a veces comparada con la de sus países de
origen. La italiana María Cuda escribe: "Desde que vivo en
la Argentina, mi Navidad es distinta, porque a pesar de ser gran
parte de la población de Capital y Gran
Buenos Aires de origen europeo, mantiene sus costumbres en forma
muy variada. Tal vez por eso y más allá del
respeto a los
preceptos religiosos que la gente continúa observando, me
resulta contradictorio encontrar el clásico pavo, las
frutas secas y el pan dulce, en un clima netamente veraniego.
Encuentro la justificación en la nostalgia, la
tradición y el amor que el
inmigrante siente por su tierra lejana, pero tan cercana
aquí en el corazón. Por eso, las Fiestas mantienen,
también en este país, el espíritu de unidad
familiar y son motivo de intercambio de presentes. Algunas
expresiones cambian y, en vez de ser la ‘Befana’ y
medias, son los zapatos, el pasto, el agua para
los camellos de los tres Reyes Magos. Finalizando, diría
que el espíritu común es el deseo de buenos
augurios y el sentimiento compartido de la creencia en Dios,
Nuestro Señor" (19).
En Frontera sur, la Navidad de los gallegos es descripta
así: "Nadie hacía caso al belén armado en la
primera sala, junto al zaguán, con un gordo Jesús
tallado que dejaba pequeñas a todas las demás
figuras, y cuya tosquedad ratificaba el carácter
laico de la celebración de aquel día"
(20).
En La pradera de los asfódelos, Rubén
Benítez evoca una Navidad de las de antes: "En Navidad la
gente parecía distinta. No como ahora. Todos estaban
alegres, salían a la calle y saludaban contentos.
Había que pararse en todas las puertas. Hasta los turcos
que vivían en la esquina festejaban la Navidad. Don
José, el que hizo el aparador, abría una sidra…
‘No es como la de Asturias, pero tampoco está
mal’ decía siempre después de probarla" (21)
Una escena semejante narra Miriam Becker, quien recuerda
cómo sus padres, judíos rumanos, agasajaban a sus
vecinos de otras nacionalidades y creencias (22).
Entre los alemanes del Volga, "en la Nochebuena,
además del Pesebre y el Niño Dios, cobraba
importancia el Pelznikell, notable personaje malévolo con
el que se asustaba a los más pequeños, pero que
terminaba repartiéndoles dulces y regalos"
(23).
El padre Benzano "detestaba a Papá Noel, le
parecía un gordo infame, tan infame como los anuncios de
la revista El
Hogar cuando lo mostraba de compras
navideñas en Gath y Chaves o en la capitalina Avenida
Alvear. Decía que era un cerdo explotador de renos, un
obeso y presuntuoso oligarca, muy distinto de los desvencijados
Reyes Magos que sí podían, con camellos y todo,
pasar por el ojo de una aguja" (24).
Gladys Onega recuerda el Día de Reyes de su
infancia: "Todo estaba preparado para el goce y todo el dolor nos
esperaba. En los zapatos encontrábamos treinta, cuarenta y
hasta cincuenta pesos. Eran cantidades que no hubiéramos
soñado tener en aquella patria pastoril. Pero nos esperaba
algo peor: tampoco podíamos gastarlas, correr a comprar la
bicicleta ni la Marilú. Ese mismo día mi padre
depositaba el dinero en
la libreta de ahorros que había abierto para cada uno de
nosotros en su propia caja fuerte y no lo volvíamos a ver
jamás" (25).
Máximo Yagupsky se refiere al Día de Reyes
en su familia: "mi padre me llevaba personalmente a una
juguetería para que no me faltase un regalo, pero
marcándome, al mismo tiempo, que no había misterio
en el hecho de que los juguetes aparecieron por la mañana
en los zapatos, porque los judíos no creíamos en
eso" (26).
El 17 de marzo, los irlandeses festejan el día de
San Patricio. El 25 de julio es el día de Santiago
Apóstol, el santo de los gallegos. El 13 de octubre se
realiza la Procesión náutica de los molfettenses en
La Boca, en honor a la Virgen de los Mártires, y el 10 de
diciembre, la comunidad
italiana se congrega en una procesión por las calles de
Floresta en honor a San Sebastián. En esa oportunidad, la
orquesta ambulante La Píccola Italia ejecuta piezas frente
a las casas de los paisanos.
Relacionadas con el catolicismo, encontramos las
festividades celtas, que también llegaron a la nueva
tierra.
El Samain "es uno de los cuatro festivales celtas
importantes. Marca el final
del año celta. Sabemos de su importancia tanto en la Galia
como en las Islas Británicas por su aparición en el
antiguo calendario Coligny. No sabemos a ciencia cierta
a quién estaba dedicado, pero seguro que Samain
era el festival de los muertos" (27).
La fiesta de Halloween,
"que parece un carnaval norteamericano es nada menos que una
importante celebración celta. El calendario ritual
irlandés comienza con el gran festival de SAMAIN, que se
celebra el 1° de noviembre. Era una fiesta en la que se
realizaban ofrendas a los
antepasados para compartir la buena suerte. Hoy los irlandeses en
esta fecha hacen una gran limpieza de sus casas, y dejan alimentos para
sus antepasados la Víspera de Todos los Santos. Por otra
parte, cada 31 de octubre, último día del
año según el calendario celta, bajan a la tierra los
espíritus de las frutas, los vegetales y los muertos para
perseguir y atormentar a los humanos. El término HALLOWEEN
surge de la corrupción
de la frase "All Hallows Eve" que significa Víspera de
Todos los Santos" (28).
San Patricio es la "fiesta de todos los celtas". "El 17
de marzo, como todos los años, los irlandeses festejan su
santo patrono. Pero desde hace tres años se unen a esta
celebración, celtas de varias nacionalidades. Sólo
bastó dar una recorrida por todos los pubs que se
aglutinan, curiosamente, cerca de Retiro –y de la Torre de
los Ingleses- para encontrarse con parejas formadas por
individuos de diferentes comunidades celtas y una sola idea:
beberse toda la cerveza Guiness y
todo el whisky irlandés que hallaron durmiendo desde hace
justo un año" (29).
Y Santiago Apóstol, la de todos los gallegos
celtas: "Este mes –dice el editorial de julio de 1996-
Viajero Celta hace un alto en el camino. El descanso de este
peregrino lo hace en Galicia. Porque julio es el mes del
Apóstol de España y duerme su sueño eterno
en Santiago de Compostela. Desde estas páginas rendimos
nuestro homenaje a todos los gallegos celtas" (30).
En su novela En la sangre, Eugenio
Cambaceres describe con desprecio el funeral del tachero
italiano. Dice que los amigos del finado "habiéndose
pasado la voz para el velatorio, poco a poco fueron llegando de a
uno, de a dos, en completos de paño negro, con sombreros
de panza de burro y botas negras recién lustradas". El
comportamiento
de los paisanos, afligidos, le merece un comentario despiadado:
"Zurdamente caminaban, iban y se acomodaban en fila a lo largo de
la pared, en derredor del catafalco elevado en la trastienda. Uno
que otro, cabizbajo, en puntas de pie, aproximábase al
muerto y durante un breve instante lo contemplaba. Algunos daban
contra el umbral al entrar, levantaban la pierna y volvían
la cara" (31).
María Teresa Andruetto evoca un funeral de la
colectividad piamontesa en Córdoba: "Alguien nos
alzó/ hacia el tufo de la muerta/ (se llamaba Elizabeta),/
para que viéramos" (32).
Tardío es el funeral de una japonesa. Oshiro
Tana, personaje de Báñez, "se hizo célebre
en una tarde cuando la policía descubrió que
convivía con el cadáver de su legítima
esposa desde hacía por lo menos dos años. Era tanto
el amor del japonés por su mujer que a la hora de su
muerte la
vació, la limpió con acaroína y formol y la
rellenó con estopa para conservarla a su lado. El bonsai
conyugal pareció funcionar mejor que el matrimonio mismo,
pues durante esos dos años Oshiro Tana no sólo
continuó compartiendo el progreso de las flores junto a su
esposa sino que además empezó a prepararle sus
platos favoritos y a festejarle los aniversarios. El día
en que lo descubrieron ella estaba tomando el café
con leche en la cama, y parecía tan verídica y
lozana en su desayuno que apenas si sospecharon cuando vieron que
no mojaba la medialuna. Lo que más le impresionó al
padre Bernardo fue la dulzura tranquila de la mujer; tanto,
que no supo si rezarle un responso o concederle la
extremaunción" (33).
En "Buenos Aires 1910 – Memoria del
Porvenir", vimos una foto de un funeral que nos llamó la
atención. En medio de una familia, sentado
en una silla está ¡el muerto!. Parece que se sacaban
así la foto para mandarla a la tierra natal, para que
vieran que efectivamente el fallecido ya no pertenecía al
mundo de los vivos (34).
María Arcuschín evoca el Pésaj de
su infancia entrerriana: "Para dicha festividad, nuestracasa se
pintaba íntegramente y se cambiaba la vajilla. Todo
tenía que ser renovado. Simbólicamente puro. Al
despertarnos por la mañana, y ver todo distinto, nos daba
la sensación de vivir en una casa nueva. Por la noche
empezaba la festividad. Nuestros padres regresaban de la
sinagoga, vestidos con sus mejores ropas (…) La mesa estaba
puesta con sus mejores galas, iluminada por dos candelabros
ubicados en el centro.. Un botellón de grueso cristal
dejaba ver el vino que papá había preparado meses
antes, haciendo fermentar la uva cultivada en el huerto casero.
Esta era depositada en damajuanas colocadas en la galería,
y así con el calor del sol
fermentaban y se convertían en zumo exquisito. Mamá
llenaba las copitas destinadas a cada uno de nosotros y para los
invitados que rodeaban nuestra mesa, sobrinos cuyos padres
habían muerto. Compartían nuestra cena y
disfrutaban el significado de los festejos. A la cabecera, en
medio de las copas de papá y mamá, se destacaba muy
especialmente una copita de plata, cuya trayectoria fue muy
larga. Viajó desde Ucrania traída celosamente y
guardada en una caja, como una preciosa carga destinada a
continuar la tradición" (35).
Máximo Yagupsky evoca –en diálogo
con Mario Diament- festividades judías: "recuerdo la cena
de Pesaj en mi casa con la presencia de don David Garovetzky.
(…) Estábamos pues celebrando la Pascua, y don David
propuso un aditamento al himno Daieinu, que se canta en esa
celebración. Daieinu es el estribillo con el que se cierra
cadenciosamente cada uno de los versos que mencionan los
portentos que Dios ha hecho a favor de Israel. Don David,
levantando la voz y girando su rostro de derecha a izquierda,
dijo: ‘Habría que agregar otro verso en el que
dijéramos: ‘Si el Señor, a más de
habernos dado la libertad de
Egipto, la
Santa Ley, el
día sábado, etcétera, no nos hubiera hecho
venir a esta tierra ubérrima, ¿nos habría,
acaso, dejado satisfechos?’. Y la concurrencia meneó
la cabeza y respondió daieinu, daieinu".
El judío evoca asimismo el Iom Kippur, asociado a
un acontecimiento desgraciado: "Recuerdo cuando en el pueblo de
Domínguez, en la noche de Iom Kippur, la más
sagrada para el judaísmo, unos vándalos antisemitas
penetraron en la sinagoga a altas horas y profanaron los rollos
de la Torá, los hombres realmente cultos e ilustrados de
la catolicidad de la provincia se hermanaron con nosotros en la
indignación".
Recuerda que en una oportunidad, un criollo hizo una
bendición en hebreo: "don Manuel del Pozo, que era el
criollo que estaba con su rancho junto a nuestra casa,
venía todos los viernes a escuchar kiddush. Y cuando
cierta vez mi padre se había ausentado a Paraguay, llamado
por menesteres religiosos, vinieron don Manuel y su esposa,
doña Polonia. Yo le dije: ‘Don Manuel, esta noche no
hay kiddush porque papá no está’. Me
replicó: Cómo no hay kiddush? Déme una
copa’. Le servimos una copa y se hizo toda la
bendición consagratoria del sábado en hebreo, de
memoria. Y cuando se retiró dijo todavía ‘gut
shabes’ " (36).
Luis León escribe sobre Rosh Hashaná, el
año nuevo hebreo, el cual "no obstante el desfasaje del
primer día con el del calendario gregoriano, es para toda
la gente un momento de esperanza y alegría, donde se
concentran expectativas y se busca celebrar con el resto de
la familia"
(37).
Nissin Mayo recuerda las vísperas de Roshana en
su casa paterna: "Hacíamos selijot en casa, a la
madrugada, cansados y con sueño, para exaltar a Dios y
solicitarle perdón (selijot) por los pecados cometidos en
el año que terminaba. Nos reuníamos mis padres
(Marcos y Cadén) y nuestros hermanos, tíos, primos
y amigos (los valientes de la madrugada). En los cantos que
entonábamos se destacaban algunas voces sonoras y
afinadas. Llegaba luego el ansiado desayuno con boios, borrecas,
roscas y otras exquisiteces preparadas por mamá, que
había aprendido el delicioso arte culinario
sefaradí con su madre en Urlá, su pueblo natal de
pescadores, en Turquía a orillas del mar Egeo, pegado a
Esmirna. Después del selijot, ya estábamos
espiritualmente preparados para recibir el nuevo año.
Entonces nos deseábamos todos: una añada nueva que
tengamos, con salud, alegría,
hechos buenos, escritos en libros de
vida………Amén" (38).
El sábado es festejado por un personaje de Ana
María Shua: "El tío Sansón llegaba jadeando,
los sábados a la tarde, agotado a causa de los esfuerzos
que debía hacer para no trabajar. Caminar, primero,
cuadras y cuadras, para festejar el sábado en casa de su
hermana porque viajar está prohibido. Golpear
después con el mango del paraguas en la puerta de hierro hasta
que alguien de la casa, desde el primer piso, lo escuchara,
porque tocar el timbre está prohibido" (39).
Juan Jorge Nudel relata que una familia de judíos
argentinos observaba tres festividades: "Los Goldman eran una
familia judía creyente si bien no practicante, que se
reunían todos en las fiestas tradicionales que a estas
alturas sólo consistían en tres: Pascua
judía (una noche), Año nuevo judío y el
día del Perdón" (40).
El funeral judío es evocado por Horacio
Vázquez-Rial. El viudo, gallego, "maravillado al ver que
el cuerpo de Raquel, que él recordaría siempre en
otra forma, era entregado a la tierra sin caja, juzgó que
su retorno a lo elemental sería rápido y perfecto.
Allí, en el cementerio, oyó a un anciano
judío decir una frase que le acompañaría en
lo que le quedase de vida; ‘Que el espíritu que el
Señor le concedió regrese junto a él’
".
En esa misma novela se afirma que los judíos
tratantes de blancas no podían ser enterrados junto a sus
hermanos de fe. La comunidad judía creó una
organización para protegerse de la Zwi
Migdal, que atraía la censura de la sociedad hacia
quienes profesaban esa religión, aunque la mayoría
fueran inocentes. Cuenta un tratante arrepentido: "Los
judíos siempre se preocuparon mucho por la moral. Y
por las apariencias. Había un comité de
protección de las mujeres y los niños
judíos. Hablaron con el rabino. (…) Y el rabino nos
prohibió entrar al templo. Y después
prohibió que nos enterraran como Dios manda"
(41).
María Inés Krimer es la autora de La hija
de Singer, obra en la que -escribe Damián Tabarovsky-
"cuenta una historia sencilla pero potente: la muerte del
padre y el duelo de treinta días que según la
tradición judía deben transcurrir hasta la
despedida" (42). En "Villa Crespo de mi infancia", José
Mantel recuerda un midrash, "encuentro para homenajear a un
difunto" que se organiza al cumplirse un aniversario de la muerte
de un judío. En esa oportunidad "el ‘arrecibido que
le sea’ era la infaltable frase para que le llegasen al
difunto las oraciones, al terminar. Y ‘cafés
alegres’, el deseo de despedida" (43).
…..
En la alegría, en la tristeza, siempre
está presente la religión ancestral, la misma que
enlaza el pasado con el presente, y se proyecta hacia el
futuro.
- Vernaz, Celia E.: La Colonia San José. Santa
Fe, Colmegna, 1991. - Chiérico, Edgardo Ariel: "Colonia San Miguel,
un nuevo museo", en La Capital, Mar del Plata, 9 de
abril de 2000. - Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Una
historia de infancia en la pampa gringa. Buenos Aires, Grijalbo
Mondadori, 1999. - Lojo, María Rosa: "Mínima
autobiografía de una ‘exiliada hija’ ", en
Sitio al margen. Buenos Aires, noviembre de
2002. - Chiaravalli, Verónica: "Un corazón
tomado por la memoria",
en La Nación, Buenos Aires, 15 de agosto de
1999. - Báñez, Gabriel: Vírgen. Buenos
Aires, Sudamericana, 1998. - Gaffoglio, Loreley: "El teatro me
contuvo", en La Nación, Buenos Aires, 20 de
diciembre de 1998. - Weisz, José Martín: …mientras los
violines tocaban csárdás. Un viaje a
Hungría. Buenos Aires, MILA, 2002. - Diament, Mario: Conversaciones con un judío.
Buenos Aires, Fraterna, 1986. - Kiron: "El canto es magia", en La Nación Revista, Buenos Aires, 27 de
octubre de 2002. - Folleto entregado en 2002 en el Hotel de
Inmigrantes. - Méndez Muslera, Luciano: "Asturias en la
emigración", en www.telepolis.com. - Mural pintado por Carlos Salatino y Beatriz Sevilla,
en Belgrano, en 2001. - Fernández Díaz, Jorge: Mamá.
Buenos Aires, Sudamericana, 2002. - Anzorreguy, Chuny: El angel del capitán.
Biografía del capitán croata Miro
Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996. - Becker, Miriam: "Casera e italiana", en La
Nación, Buenos Aires, 23 de diciembre de
2001. - Becker, Miriam: op. cit.
- Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la vida.
Buenos Aires, Sudamericana, 2003. - Cuda, María: "En Argentina", en DANTE
Noticias, N° 68/ Octubre-Noviembre 1998. - Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur.
Barcelona, Ediciones B, 1998. - Benítez, Rubén: La pradera de los
asfódelos. Bahía Blanca, Siringa,
1988. - Becker, Miriam: "La última idische mame", en
La Nación, Buenos Aires, 23 de marzo de
1997. - Weyne, Olga: El último puerto. Del Rhin al
Volga y del Volga al Plata. Buenos Aires, Editorial Tesis,
1986. - Báñez, Gabriel: op. cit.
- Onega, Gladys: op. cit.
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Trabajo enviado por
Lic. María González
Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista
Profesional