- El Marketing de la
Universidad. - Características de la
formación universitaria percibida. - Las competencias
profesionales. - Aprender a
aprender. - Vigencia del espíritu
universitario. - Un camino para el cambio de la
Universidad. - Referencias
bibliográficas
Parece muy oportuno en los momentos actuales, plantearse
la relación entre la Universidad y la
construcción social, pues de esta manera se puede poner de
manifiesto que la Universidad se quiera o no, tiene una función
social, que influye y transforma su entorno, es decir, es un
auténtico factor de transformación social, y que
por lo tanto, según sea el fin que se proponga,
está ayudando a construir una sociedad con unas
determinadas características, que puede ser mejor o peor
que la que tenemos.
Para orientar cualquier debate sobre
la Universidad española debemos plantearnos, cosa que el
Informe
Universidad 2000 (Informe Bricall) no hace, para
qué queremos la Universidad. Es decir, habría
que preguntarse, como diría Ortega, por la "misión de
la Universidad". Si, como quería Ortega, de lo que se
trata es de educar a la juventud,
formando excelentes profesionales y, además, produciendo
una generación de científicos e investigadores de
calidad
mundial, que innoven y creen las bases de la ciencia
española, una institución que contribuya
poderosamente al desarrollo
económico y social, entonces podemos unirnos a la
opinión de los que piensan, que la Universidad que tenemos
actualmente no nos sirve.
Si consideramos que la actividad primera de la
Universidad es educar o formar a los jóvenes que se
incorporan cada año a sus aulas, cabe preguntarse
¿Qué objetivos
formativos ha de presidir la acción educativa de esta
institución?¿ Se debe limitar a ofrecer la
formación que capacite a los alumnos para ejercer una
determinada profesión? ¿Cómo debe tener en
cuenta los cambios sociales que se están produciendo?
¿Quiénes deben fijar estos objetivos formativos?
¿Cuáles son las necesidades y las demandas sociales
que habría que tener en cuenta para fijar los objetivos
formativos?
Quizás interese aclarar antes de seguir estas
consideraciones, que la Universidad, es decir, sus actividades de
docencia e investigación, son claramente un medio al
servicio de un
fin. Es decir, que la Universidad no es un fin en sí
misma, no se justifica por sí y para sí, sino para
el fin al que tiene que servir. Y para evitar confusiones,
habrá que añadir que, en mi opinión, el
alumno universitario tampoco es el fin de la Universidad. Sigue
siendo un medio por el cual la Universidad cumple sus fines. Por
tanto, me parece que no tiene sentido plantearse una
formación universitaria en función de la demanda del
alumno (intereses y preferencias, que serán cambiantes y
generalmente poco precisos), si esta demanda no facilita su
desarrollo
como persona y mejora
a la sociedad. En mi opinión, y de acuerdo con el profesor
Raga (1998) la Universidad tiene un fin social, que consiste en
conseguir una sociedad mejor, una sociedad más justa y
más humana, más libre, más
democrática, más respetuosa con la dignidad de la
persona, más sociable, más solidaria. En este
sentido, me parece muy acertado analizar la relación entre
Universidad y construcción social, ya que interesa
reflexionar sobre de qué modo y en qué sentido, la
Universidad puede ayudar a construir esa sociedad mejor que todos
deseamos.
Mis reflexiones se van a centrar en señalar
algunos objetivos formativos que interesa tener presente en las
actividades universitarias, ante los retos que se presentan en
este cambio de
milenio y en el que parece necesario adaptar la Universidad
actual a los cambios que la sociedad exige. Me limitaré a
los aspectos relacionados con los alumnos, aunque en su gran
parte podrían aplicarse también a los profesores.
Obsérvese que no digo estudiantes, ya que los profesores
tenemos que ser los que más y mejor debemos estudiar, si
queremos cumplir con competencia
nuestras obligaciones
como profesores universitarios.
I. El Marketing de
la Universidad.
Antes de sugerir esos objetivos formativos, interesa
aclarar unos conceptos que se derivan de las aplicaciones del
Marketing en diferentes ámbitos sociales como es el caso
de la Universidad, y que favorecen determinadas mentalidades o
enfoques de eficiencia
económica, que se traduce en lo que algunos han denominado
"marketización" de las universidades (Williams,
1995).
El cambio de una Universidad de élites a una
Universidad de masas, la necesidad de mejora, la creciente
complejidad de las universidades, la competitividad
y la diversificación a escala nacional e
internacional, hacen que una creciente proporción de la
comunidad
universitaria, los gobiernos occidentales y los expertos en
educación
superior estén de acuerdo en que los sistemas
universitarios deben orientarse al mercado como medio de
estimular la sensibilidad de las instituciones
a la satisfacción de las demandas sociales. Esta
"marketización" de las universidades, está basada
en la creencia de que la introducción de las tendencias del mercado en
la
educación superior proporcionará incentivos a las
Universidades, para mejorar la calidad de la enseñanza, de la investigación y de
la productividad
académica, para estimular la innovación en los programas de
enseñanza y para mejorar los servicios que
proporciona a la sociedad (Mora, 1998). Como puede apreciarse, se
trata básicamente de aplicar criterios económicos,
actuar de acuerdo con la ley de la
oferta y la
demanda, y por tanto analizar el mercado, para adaptar la oferta
universitaria a lo que se demande en cada momento. Aunque no
podamos analizar aquí con más detalle, de
qué modo las necesidades sociales son satisfechas por el
mercado, sólo quiero dejar claro que, en mi
opinión, no me parece posible que todas las necesidades,
tanto personales como sociales, puedan ser satisfechas por el
mercado.
Estos planteamientos de gestionar las organizaciones,
adaptándose a los cambios del mercado, y en definitiva
tratando de satisfacer la demanda, están teniendo mucho
éxito
en el mundo empresarial. En la literatura de Marketing,
este enfoque de la gestión
se conoce como "orientación al mercado". Ante estos
planteamientos, enseguida surge la pregunta de si esta
orientación puede aplicarse a todas las universidades o
solo a las privadas. Para contestar a esta pregunta, antes hay
que aclarar en qué consiste esa orientación al
mercado.
Recordemos en primer lugar, que el marketing ha ido
evolucionando con los cambios del entorno y el progreso en
el
conocimiento. Concebido inicialmente como una disciplina que
estudiaba las actividades de distribución desde el productor al consumidor o
usuario, el marketing se considera actualmente una ciencia
social, cuyo ámbito no se restringe únicamente a la
actividad económica, sino también a la social, y
que tiene como objeto de estudio las relaciones de intercambio de
valor entre
dos o más partes
La adaptación del marketing a los cambios del
entorno tiene un gran interés,
ya que al cambiar el entorno (aspectos legales,
demográficos, culturales, económicos, etc.),
también suele producirse cambios en las necesidades y
comportamientos de los consumidores. Uno de esos conceptos
básicos en marketing que refleja su adaptación a
los cambios del entorno es la orientación al
mercado. Esta orientación, supone básicamente,
la aplicación del concepto actual
de marketing, junto con la existencia de otras
condiciones.
Se considera que la orientación al mercado
se caracteriza por tres elementos básicos: la
orientación al cliente, la
integración y coordinación de funciones en
la empresa y
la orientación al beneficio. También se
añaden la orientación a la competencia y la
perspectiva a largo plazo. Por otra parte, hay que resaltar que
la orientación al mercado es importante por los efectos
positivos que su aplicación produce en los beneficios de
la empresa. En
general, se ha comprobado que las empresas
orientadas al mercado, tienen una mayor capacidad para anticipar
oportunidades, responder antes que sus competidores y obtener
mejores resultados.
Si bien la orientación al mercado es importante,
ya que aparece como una necesidad para competir, no es
suficiente, ya que se puede producir una especie "miopía"
al estar pegados a los gustos y deseos actuales del mercado, sin
tener en cuenta las expectativas latentes y no manifestadas.
Además, hay que añadir la innovación, para
anticiparse a las demandas del mercado. La innovación
facilita la adaptación de la empresa a los cambios del
entorno y a las exigencias del mercado. Por otra parte, hay que
integrar a todos los trabajadores de la
organización en la orientación al mercado,
procurando que todos la acepten y traten de vivirla con todas sus
consecuencias, además hay que considerar a todos los
empleados también como clientes, para
aumentar su motivación
(Satesmases, 1999)
Como ya lo hacen muchas universidades americanas, las
técnicas, modelos y
estrategias de
marketing se pueden aplicar también a las universidades,
siempre que consideremos a la Universidad como una organización de servicios y que por tanto
realiza intercambios con los alumnos y sus familias, la sociedad,
las empresas, etc. En España, y
con ocasión del nacimiento de las universidades privadas,
sobre todo en la segunda mitad de los noventa, comienzan a
aparecer algunos tímidos síntomas de querer aplicar
el marketing a la gestión de las universidades, aunque
lamentablemente en la mayoría de los casos, todo se reduce
a la publicidad de sus
ofertas para a traer alumnos, con mensajes llenos de frases
bonitas en las que se promete toda clase de triunfos y
éxitos profesionales.
Estoy convencido que el marketing puede ser una ayuda
para mejorar la gestión de las universidades, tanto
públicas como privadas. Sin embargo, no hay que olvidar
que la Universidad no tienen ni las características, ni
los mismos fines que una empresa. Por
tanto, al aplicar las técnicas de marketing a la
gestión de las universidades, hay que considerar esas
diferencias. Por ejemplo, la orientación al mercado y
aunque no se aplique completamente a las universidades, puede
ayudar a conocer los cambios del entorno, para tenerlos en cuenta
en el diseño
de la oferta formativa. Sin embargo, no hay que olvidar que la
soberanía del cliente en las empresas, no
debe traducirse en la soberanía del alumno en las
universidades. Del mismo modo que al cliente no hay que darle lo
que pide, sino lo que verdaderamente necesita, la
formación que hay que darle al alumno debe adaptarse a lo
que necesita para formar su personalidad,
para mejorar como persona y para que pueda llegar a ser un
profesional competente, que pueda servir a la sociedad en el
lugar que le corresponda. Esto implicará algunas cosas,
que no parece que formen parte de la demanda de la mayoría
de los alumnos: por ejemplo, exigencia, esfuerzo y sobre todo no
limitarse únicamente a proporcionar datos, información o conocimientos
prácticos y útiles, sino ayudarles a desarrollar
capacidades, y actitudes
cimentadas en principios y
valores
consistentes.
Otro problema que surge al considerar la
aplicación del Marketing a las universidades es la
determinación de quiénes son sus clientes. El
alumno es el cliente más próximo, el que
directamente percibe los servicios universitarios, pero no es el
único cliente. No hay que olvidar a las familias de los
alumnos, que en su gran mayoría influyen en la
elección de las universidades y afrontan el pago de los
gastos que
originan. Tampoco hay que olvidar a las empresas y otras
instituciones que ofrecen puestos de trabajo a los alumnos y que
en muchos casos colaboran de diferentes formas con las
universidades. En definitiva, en mi opinión, el cliente
último es la sociedad, que se beneficia de la
formación que reciben los alumnos, de sus capacidades para
crear otras empresas, de su espíritu de servicio, de
iniciativa, de solidaridad,
etc.
Ante la diversidad de beneficiarios de la
formación que reciben los alumnos en la universidad,
resulta difícil diseñar una oferta formativa que
satisfaga a todos los implicados. Además, se corre el
riesgo de que
ante una sociedad en permanente cambio, la formación
universitaria se vea abocada a cambiar tanto y de modo tan
continuo, que pierda su identidad, la
esencia que debe caracterizar a una institución tan
antigua como la Universidad. ¿Qué debe permanecer y
qué puede cambiar en la formación universitaria?.
Me parece que contestar a esta pregunta, nos llevaría muy
lejos y necesitaríamos más espacio del que
aquí disponemos. Sin embargo, sí podemos avanzar
algo concretando algunos objetivos formativos, que son
consecuencia del modo de entender el fin de la Universidad, tal y
como venimos comentando.
Cuando la Universidad se plantea la necesidad de
adaptarse o servir a las demandas sociales, hay que tener en
cuenta que, como ha escrito Álvaro D'Ors, "la
Universidad…tiene su dignidad. Es cierto que debe servir a la
sociedad, pero no debe servir a lo que la sociedad…puede
pedir, sino a lo que la sociedad realmente necesita; el servicio
de la Universidad es el servicio del que ve más
allá, un servicio directivo de la sociedad…". Y en
otro momento explicita el fin principal de ese servicio: "
procurar a la sociedad personas especialmente responsables de su
libertad y que
sean capaces de resistir personalmente las presiones que dominan
la sociedad y puedan ayudar a otros a conseguir esa
liberación que consiste en preferir el ser al
tener"
II.
Características de la formación universitaria
percibida.
En un artículo reciente, se presentan los
primeros resultados de una encuesta a
jóvenes titulados superiores en Europa, en la que
se indaga sobre su situación laboral y sobre
sus opiniones a cerca de sus estudios. Los resultados muestran
que las dificultades del mercado laboral de los graduados son
peculiares en España. Los graduados españoles son
muy críticos con la Universidad, pero se consideran a
sí mismos aceptablemente preparados y muestran un nivel
global de satisfacción con sus estudios y con su trabajo
razonable.
La encuesta se realizó aplicando un largo
cuestionario
de 16 páginas a los titulados superiores que terminaron
sus estudios durante el curso 1994-95. El trabajo de
campo tuvo lugar durante el curso 1998-99. El procedimiento
utilizado fue el envío de 116.435 cuestionarios, con uno o
dos recordatorios en caso de no recibir contestación, de
los cuales se recibieron 39.206 cuestionarios cumplimentados, lo
que supone el 33,7 por 100. La respuesta según
países fue variada, destacando España por su tasa
baja de respuesta. Una vez eliminados los cuestionarios no
válidos la muestra
resultante fue de 36.206, de los que 3.029 corresponden a
graduados españoles. Con el fin de conseguir resultados
significativos en el ámbito de algunas universidades y
comunidades autónomas, se logró aumentar el
número de cuestionarios válidos de los
españoles, obteniéndose una muestra final de
7.257.
En este apartado, nos limitaremos a resumir algunos
resultados relacionados con las características de la
formación universitaria tal y como es percibida por los
españoles encuestados. De los diferentes aspectos que se
proponían para su evaluación, en una escala de 0 a 10, sobre
los modos de enseñanza que más importancia tuvieron
durante los estudios, los graduados españoles consideran
tres aspectos valorados por encima de 5. Así, se destacaba
que nuestro sistema
universitario está centrado en la enseñanza de la
teoría
y conceptos, que son enseñados fundamentalmente por el
profesor, y que la asistencia a clase es importante. Estos
aspectos son más valorados en España que Europa, el
resto de los aspectos valorados no superan el 5.
Estos resultados muestran un hecho de sobra conocido: la
prominencia de un sistema de enseñanza universitario,
basado en la clase (fundamentalmente teórica) e impartida
por el profesor como fuente central de información. Aunque
esto no sea algo sorprendente para cualquiera que conozca
nuestras universidades, si es importante resaltar que este
modelo es muy
característico de España, si comparamos los
resultados de los diferentes países europeos. La
formación práctica, los conocimientos
instrumentales o la formación de habilidades sobre
comunicación oral y escrita están
más desarrollados en otros países que en
España, aunque con notables diferencias entre
ellos.
Hay que advertir, que del análisis de los resultados no se aprecian
grandes diferencias en las opiniones de los graduados por
áreas de estudio, salvo quizá la muy baja
valoración de los aspectos prácticos y de aprendizaje de
habilidades en los estudios de derecho. Por otra parte, los
estudios de ciclo corto reciben una valoración ligeramente
superior que los de ciclo largo, en casi todos los aspectos
valorados, en especial en los de carácter
práctico.
Otra cuestión que se ofrecía valorar a los
graduados, era un conjunto de factores relacionados con la
calidad de la enseñanza. Los resultados muestran que tanto
en España como Europa, el factor que más se valora
del paso por la Universidad son las relaciones establecidas con
los compañeros. Los contactos con los profesores son
considerablemente menos valorados, aunque en España esta
relación se valora mejor que en otros países, hasta
tal punto que éste es el único aspecto en que
España supera la media europea. Para el resto de los
factores considerados, la evaluación que hacen los
graduados españoles es siempre peor que la que hacen los
graduados de otros países, con la excepción de los
italianos, que, en general, valoran la enseñanza recibida
incluso peor.
Es de destacar que en España no se valoran mal
las bibliotecas, ni
los contenidos de las asignaturas, ni la oferta de la optatividad
(conjunto de asignaturas optativas ofrecidas por cada Universidad
o centro universitario, para que sean elegidas por curso y por
alumno). Los graduados son bastantes más críticos
con la calidad de la docencia, y mucho más con el
diseño del plan de estudios
y con los sistemas de evaluación. También son
críticos con las oportunidades de realizar
prácticas, participar en proyectos o
influir en las políticas
educativas.
III. Las
competencias
profesionales.
En la misma encuesta citada, los graduados
también opinaban sobre las competencias profesionales que
tenían al acabar sus estudios y sobre el nivel de
éstas que exige su actual puesto de trabajo,
después de llevar tres cursos con los
estudios universitarios terminados. Estos resultados nos permiten
extraer tres tipos de conclusiones: la importancia de las
diferentes competencias recibidas, la de las requeridas y los
déficit (o superávit) formativos que los graduados
consideran que tienen.
La evaluación que los graduados españoles
hacen de la formación que tienen al acabar sus estudios,
no es significativamente diferente de la de sus colegas europeos.
Es algo inferior en las competencias metodológicas
(pensamiento
crítico, administración del tiempo, creatividad,
habilidad para resolver problemas,
etc) y especializadas (habilidad para la
comunicación oral y escrita, conocimientos en idiomas
e informática, habilidades manuales, etc.)
pero semejantes en las competencias sociales (lealtad,
honestidad,
trabajo en
equipo, iniciativa, etc) y participativas (firmeza,
resolución, persistencia, capacidad de liderazgo y de
negociación, etc.). Sin embargo en
algún aspecto concreto, como
conocimientos informáticos o de idiomas extranjeros,
atención al detalle o capacidad de trabajo
bajo presión,
los jóvenes graduados españoles perciben que
están claramente en un nivel inferior a sus
homólogos europeos.
También hay que destacar, que las opiniones de
los graduados sobre las competencias en el puesto de trabajo, son
semejantes entre los españoles y el resto de los europeos.
En conjunto, las competencias sociales son las más
valoradas, tanto en la formación recibida como en la
demandada en el puesto de trabajo en España y en Europa.
No sólo son las competencias sociales las
consideradas más relevantes, sino que en ellas tanto en
los españoles como en el resto de los europeos, se
consideran suficientemente capacitados frente a las necesidades
del puesto de trabajo. Las competencias participativas y
metodológicas son las valoradas en segundo lugar.
Sin embargo, mientras que los graduados se consideran
suficientemente formados en las competencias
metodológicas, unos y otros opinan que su mayor
déficit formativo está en las competencias
participativas: la capacidad para liderar, tomar
decisiones, asumir responsabilidades, etcétera, es
requerida por el puesto de trabajo en bastante mayor medida que
aquella en la que los graduados se sienten preparados.
Finalmente, las competencias especializadas
(fundamentalmente conocimientos) son las menos valoradas tanto
personalmente como en el puesto de trabajo, apareciendo un ligero
déficit debido, fundamentalmente a la escasez de
conocimientos de informática.
Después de comentar algunos resultados de la
encuesta a graduados universitarios, es preciso insistir en que,
si queremos que la universidad tenga la función social a
la que hemos aludido, hay que proponerse que la Universidad
además de transmitir conocimientos, ha de desarrollar en
los alumnos capacidades y actitudes, cimentadas en principios y
valores consistentes. Porque los conocimientos, con ser
importantes, lo son menos que las destrezas o capacidades y que
éstas -a su vez,- lo son menos que las actitudes.
¿Por qué? Porque muchos de los conocimientos que se
adquieren durante los estudios universitarios están en
permanente evolución, de tal modo que al salir de la
Universidad, fácilmente están desfasados.
Además de que la necesidad de cambiar de actividad en la
vida profesional, obligará a la adquisición de
nuevos conocimientos y destrezas. Así que o los alumnos
desarrollan la capacidad de actualizarlos por sí mismo (es
decir, aprenden a aprender, en vez de limitarse a archivar
datos), o se verán perdidos en un mundo que cada
día cambia a mayor velocidad.
Además, no hay que olvidar que los conocimientos y
destrezas o capacidades no sirven para nada (o incluso pueden ser
dañosos) si se ponen al servicio de
contravalores.
Si se quiere conseguir que la necesidad de aprender a
aprender, no quede en una frase vacía, los profesores
universitarios han de cambiar sus planteamientos docentes, tanto
en sus objetivos formativos como en la metodología que emplean en sus clases. Por
ejemplo, no tendría sentido que las clases se conviertan
en un dictado de apuntes o de "rollos" más o menos
desconectados de la realidad; o proponer en los exámenes
preguntas que no responden a los objetivos proclamados en los
programas de las asignaturas. Por tanto, parece necesario que los
profesores al concretar los objetivos, contenidos y
metodología de sus disciplinas se pregunten sobre
qué conocimientos, capacidades y actitudes desean que sus
alumnos adquieran, para adaptar su plan docente a esos
requisitos. Esto, supone una tarea continua de
investigación e innovación permanente, por parte de
los profesores, que se deben replantear al comienzo de cada
curso, teniendo en cuenta los resultados del curso
anterior.
Pero para aprender a aprender, resulta necesario
ayudar a los alumnos a mejorar sus métodos de
estudio, ya que no es raro encontrar alumnos universitarios
de segundo ciclo que ignoran las operaciones
intelectuales básicas que se requieren para saber
estudiar. Todavía recuerdo, la cara de asombro que ponen
algunos alumnos, cuando les recuerdo el significado del
término "estudio" según la Real Academia: "esfuerzo
que pone el entendimiento aplicándose en conocer alguna
cosa; y en especial trabajo empleado en aprender una ciencia o
arte". Por
tanto, estudiar requiere esfuerzo, dedicación, un plan
exigente, regular y prolongado en el tiempo, que permita asimilar
y entender bien y poco a poco, lo que se estudia. Además,
para saber estudiar es preciso saber leer, saber pensar/ dialogar
y saber escribir.
Saber leer implica saber informarse
selectivamente, buscando respuestas a los interrogantes con los
que siempre debemos acudir a una lectura, a un
libro, a un
artículo, a una "comunicación", ya sea oral (la que se da en
las clases, por ejemplo), ya sea escrita (la que debiera ser
más abundante). Para leer, hay que esforzarse siempre por
comprender lo que se lee: lo que en más de una
ocasión, hará necesario consultar un buen diccionario,
general o especializado. No existe un mayor error en el estudio,
que tratar de retener ideas y conceptos o informaciones, que no
se hayan llegado a comprender con toda claridad.
Es bien sabido que la lectura de
buena literatura enriquece en muchos sentidos, como por ejemplo
en la mejora del vocabulario, que se pone de manifiesto en la
expresión oral o escrita. Sin embargo, me refiero ahora a
la lectura relacionada con las disciplinas que forman parte de
los diferentes planes de estudio, que requiere otra actitud muy
diferente a la lectura de una novela o de un
periódico. Pero la lectura no puede
imponerse. Hay que leer con libertad, por propia iniciativa, con
el convencimiento de que el esfuerzo y la dedicación que
supone leer, vale la pena. En esto, el profesor puede
desempeñar una tarea de gran importancia, como es la de
asesorar a los alumnos sobre las fuentes, que
se necesitan explorar y descubrir en el área de conocimiento
que les corresponde y en las áreas afines o más
alejadas, que puedan contribuir a su mejor y más completa
formación. En este sentido, un factor clave es ayudar y
estimular a los alumnos a la utilización de la biblioteca,
consultar los documentos y
libros
disponibles, las bases de datos,
etc, así como la utilización de Internet para buscar y
seleccionar los documentos realmente valiosos y
útiles.
Saber pensar/ dialogar es otro de los aspectos
claves para saber estudiar. Se trata de pensar, es decir, de
pararse a pensar, sobre la información obtenida por los
medios que
sean (clases, conferencias, seminarios, reuniones con otros
colegas, etc.; y, por supuesto, la bibliografía y otras
fuentes escritas, sin olvidar Internet). Hay que saber, hay que
informarse, comprendiendo siempre lo que se aprende. Pero hay que
dar un salto hacia arriba, superando la mera información,
el mero "saber de" una cosa, y ponerse a reflexionar, a pensar
sobre lo aprendido. Eso es lo propio del estudio universitario,
lo que le distingue del estudio y aprendizaje escolar.
Pensar, reflexionar personalmente es lo que importa.
Pero no cabe ninguna duda que el pensamiento personal puede
encontrar, y de hecho encuentra la mayoría de las veces,
una ayuda importante en el diálogo
con otros – incluido el profesor -, que estudien el mismo
tema o temas relacionados. La conversación amistosa, que
es el auténtico diálogo, se presta a suscitar el
propio pensamiento, a revisar los personales planteamientos y
opiniones sobre una cuestión determinada, y reafirmarse en
ellos o modificarlos a la vista de la verdad que nos hace ver
nuestro interlocutor. El diálogo está en la base de
un buen número de técnicas de aprendizaje, y que
cada vez se valoran más en la formación:
seminarios, asesoramiento académico entre profesor y
alumno, asesoramiento entre estudiantes, jornadas, coloquios
sobre temas monográficos, trabajos en equipo, las clases
participativas, etc., todas ellas formas diversas de trabajo
cooperativo, cuya base es la conversación, el
diálogo.
Saber escribir es otra operación elemental
para saber estudiar, pero que resulta tremendamente
difícil ejercerla con perfección y en un nivel
superior. Esta operación encuentra su mejor y más
acabada expresión en la elaboración de un trabajo
escrito que obedezca, dentro de un amplio margen de creatividad y
libertad, a unos cuantos criterios explícitos tales como
su mensaje o idea rectora, su estructura en
torno a un hilo
conductor, el acierto o selección
de contenidos sólidos y pertinentes respecto del mensaje o
idea principal comunicada, la calidad y profundidad del
razonamiento y la argumentación, y una expresión
escrita que, además de corrección gramatical,
demuestre soltura de estilo, dominio de los
términos y sello personal.
Cabría preguntarse si no es más necesario
saber hablar que saber escribir. Ciertamente que la
expresión oral es importante, especialmente en algunas
actividades profesionales. Sin embargo, pienso que la
teoría se decanta por darle prioridad a fomentar la
expresión por escrito, una expresión en la que
domine la claridad y la precisión del pensamiento hasta
llegar a ser un hábito adquirido: sin esa exigencia previa
del lenguaje
escrito, mucho más riguroso que el oral, seguiremos
educando jóvenes de expresión poco clara,
imprecisa, ambigua, cuando no absolutamente incoherente y
balbuceante, llena de inseguridades y de grave deterioro de
nuestro vocabulario más usual, por no cargar las tintas
con la sorprendente ignorancia, en demasiados casos, del
vocabulario cultural más
conocido.(González-Simancas, 1992).
V. Vigencia del
espíritu universitario.
Una forma de concretar los objetivos formativos que
deben presidir la acción educativa de la Universidad es
considerar algunos rasgos del espíritu universitario, que
está formado por un conjunto de convicciones y actitudes,
que deben caracterizar a todos los que participan de la vida
universitaria y comparten ilusionadamente un proyecto de
Universidad como el que aquí planteamos.
A pesar de las diferentes concepciones que se tiene de
la Universidad, hay coincidencia general en admitir, que la
Universidad debe realizar investigación científica; cultivar
los saberes integrando las nuevas adquisiciones y perspectivas,
de modo que se pueda ofrecer una imagen
sintética y actual de los diferentes sectores de la
Ciencia; y desarrollar una intensa tarea docente. Con esta
última, se ha de conseguir una transmisión de
saberes a las nuevas generaciones, dinámica y creadora, apoyada en el
estímulo y encauzamiento del interés y de la
capacidad de aprendizaje de los alumnos. Estos últimos han
de quedar provistos de los necesarios conocimientos
básicos, de otros más específicamente
relacionados con la especialidad elegida y con la actividad
futura, así como de hábitos de trabajo
científico, de rigor crítico, de manejo de fuentes
y de la apropiada metodología.
Puede subrayarse en grado distinto una u otra de estas
finalidades, pero en general, las universidades estiman
indispensable ocuparse de todas ellas. Los pareceres son
más diferentes a la hora de considerar la atención
que la Universidad debe prestar a la educación humana de
los alumnos. Me refiero a facilitar el desarrollo integral de su
personalidad, a promover el interés por la cultura, por
los valores
espirituales; a procurar que al mismo tiempo que se adquiere una
formación de carácter profesional, más o
menos especializada, se abra la mente a una consideración
más profunda del sentido que tiene la vida del hombre, sus
obras, las realidades que encuentra, la misma sociedad de la que
forma parte.
La Universidad rectamente entendida, es consciente de la
elevada dignidad de la persona humana y promueve por muy diversos
medios el desarrollo y enriquecimiento de la
personalidad, la adquisición de los hábitos
intelectuales precisos para encontrar la verdad, profundizar en
ella, participarla a los demás y contrastar pareceres en
el curso del diálogo científico; enseña a
poner en juego las
capacidades personales, en un trabajo ordenado e intenso; siente
un gran amor a la
libertad de todos y un muy delicado respeto a la
conciencia de
cada uno; tiene en el punto de mira de todas sus actividades el
servicio a las personas individualmente consideradas y en cuanto
miembros de una sociedad, y estimula el afán de servicio
recíproco, comprensión mutua, de cooperación
y cordial convivencia, de solidaridad universal.
En mi opinión, la Universidad debe servir a la
sociedad ofreciéndole competentes profesionales que sean,
a la vez personas cultivadas; la dificultad está en
conseguir el adecuado equilibrio que
permita lograrlo en grado óptimo. Desde esta perspectiva y
sin pretender ser exhaustivos, algunos de los objetivos para una
formación universitaria, que definen el espíritu
universitario, podrían ser los siguientes:
a) Hábito de estudio y metodología del
trabajo personal. No basta saber estudiar como ya hemos
indicado, sino tener hábito de estudio, saber estudiar con
todo lo que esto implica y estudiar de modo continuado hasta
adquirir esta disposición al estudio. La formación
universitaria no es posible si no se estudia con seriedad y
dedicación. Y estudiar requiere además de un
hábito de estudio, un método de
trabajo personal, cuya ausencia provoca muchas veces el deterioro
o la desaparición del hábito de estudio.
b) Capacidad crítica. La capacidad de
discernimiento, el hábito de análisis que lleva a
discriminar entre lo que es verdad y el error con apariencia de
verdad; entre la afirmación bien fundamentada y la
gratuita o no avalada suficientemente. Sin capacidad
crítica no es posible ser científicos de calidad –
en busca siempre de la verdad- profesionales con criterio,
agentes activos y
responsables del progreso social.
c) Cultivo del espíritu, cultura. Un
hombre cultivado, culto, en quien las cosas no resbalan sino que
son objeto de reflexión; que piensa, que es capaz de
conversar sobre una amplia gama de temas de interés humano
y de plantear interrogantes profundos porque tiene el
hábito de considerar con hondura la realidad. En cualquier
carrera universitaria debe haber cultura, una invitación
constante a abrirse a toda verdad y a las verdades más
profundas.
d) Capacidad de relación y convivencia.
Esta capacidad ayuda a mejorar como persona, aprendiendo tantos
aspectos que hacen más grata y beneficiosa la convivencia
social: el respeto a los demás, a sus derechos, a sus opiniones, a
su libertad; el saber escuchar y esforzarse en comprender,
etc.
e) Humildad intelectual. El rigor crítico
bien entendido no conduce a la soberbia intelectual, a la
autosuficiencia de la propia razón. El verdadero
espíritu universitario incluye la humildad intelectual, un
hábito por el que se tiene presente la debilidad de lo que
uno conoce y la inmensidad de cuanto ignora, la necesidad de que
otros le ayuden a entender.
f) Amor desinteresado por la verdad. El
universitario busca con esfuerzo la verdad, sabe que cualquier
clase de conocimiento si es verdadero, recompensa del trabajo
experimental, del estudio y reflexión que ha comportado.
Este amor a la verdad es desinteresado, se fundamenta en la
posesión de ella misma, no está condicionado por
sus posibles aplicaciones o por los beneficios económicos
que un descubrimiento pueda legítimamente reportar Este
amor a la verdad lleva a rechazar el error, las afirmaciones
infundadas, la intencionada ambigüedad, el
sofisma.
g) Respeto a la opinión ajena. El
espíritu universitario mueve a respetar las opiniones
ajenas en tantos asuntos legítimamente discutibles, a
querer conocer en qué se fundan por si en ellas hay base
suficiente que haga aconsejable o aun necesario modificar las
propias. Y, en todo caso, a respetar y a defender la libertad que
tienen los demás para pensar sobre un asunto de manera
distinta de uno mismo. Lo universitario es intercambiar
pareceres, aportar razones en pro y en contra, estudiar los
asuntos con serenidad, con sosiego, con la mente abierta para
enriquecerse con el pensamiento ajeno.
h) Espíritu de solidaridad. Un paso
más allá en la consideración de la persona,
conduce no sólo al respeto sino a procurar sinceramente el
bien de los demás, querer el bien del otro sin esperar
aplauso, agradecimiento ni recompensa. En oposición al
egocentrismo, que pretende que el mundo y las gentes giren en
torno a los intereses de uno, que sirvan a uno, el
espíritu solidario representa la actitud generosa de
pensar en los demás para ver cómo se les puede
ayudar, qué necesidades tienen. Supone olvidarse de uno
mismo y estar pendiente de los otros, de lo que pueda contribuir
a hacer la vida más amable y más animosa,
más feliz. La solidaridad es un modo de servir a la
sociedad mediante la siembra de verdad, de justicia, de
amor, de alegría y de paz.
g) Sensibilidad social. El universitario
está en condiciones muy favorables de atender al bien
común de la sociedad, de interesarse por la buena
ordenación de la vida social; es lógico que posea
un sentido más hondo de la justicia social, asumiendo en
consecuencia mayores responsabilidades. Esta sensibilidad social
hace entender al universitario, que en caso de conflicto, el
bien particular debe supeditarse al bien común, al bien
general de la sociedad, y le obliga a poner en ejercicio los
derechos y deberes cívicos que le asisten en orden a
participar en la recta configuración de la
sociedad.
Como puede comprobarse, estos rasgos del espíritu
universitarios siguen vigentes y actuales, y son necesarios, si
queremos que la Universidad cumpla con su fin social.
VI. Un camino para
el cambio de la Universidad.
La Universidad es una comunidad, una corporación,
no una mera agrupación de profesores y alumnos. Esto
supone que tanto profesores como alumnos han de compartir un
proyecto formativo, el que sea. Sin embargo, hay que advertir que
en educación no es posible la neutralidad, la indiferencia
o la indefinición. En el fondo de todo proyecto educativo
o formativo, subyace un problema antropológico, la
necesidad de definir un concepto de hombre. Aquí, se han
sugerido algunos objetivos formativos orientados a lograr una
Universidad en la que sus alumnos adquieran una educación
superior e integral, fundamentada en la concepción del
hombre como persona, libre y responsable.
Soy consciente que la mayoría de los alumnos al
matricularse en una Universidad sólo buscan un
título que les capacite para el desarrollo de una
actividad profesional. Sin embargo, si queremos que la
Universidad contribuya a la construcción social, es
preciso ampliar el horizonte, tratar de abarcar algo más
que la preparación técnica y profesional. Hay que
definir unos objetivos formativos ambiciosos, que incluyan
además de conocimientos, capacidades y actitudes, que
contribuyan a que los graduados universitarios colaboren a la
construcción de una sociedad mejor.
Parece evidente que para conseguir la Universidad que
muchos deseamos, es preciso que la universidad actual cambie en
muchos aspectos, y en especial en las características
formativas que los alumnos reciben. Hay que formar para el
desarrollo
humano, formar ciudadanos libres y responsables, creativos y
solidarios, recuperar los rasgos propios del espíritu
universitario que definen la esencia del ser de la
Universidad.
Para llevar a cabo estos cambios en los aspectos
formativos, hay que tener en cuenta la realidad de los cambios
sociales, aunque sin caer en la trampa de la soberanía del
alumno, tratando de satisfacer sus demandas y preferencias. Al
alumno hay que darle la formación que necesita. Pero,
¿quién decide y cómo las
características de esa formación? . En mi
opinión, ha de ser cada profesor, dentro del respeto a la
libertad de cátedra, al programar las clases de cada
signatura, estableciendo la orientación más
adecuada a las actividades que forman parte de la docencia. Es
misión de cada profesor, mantenerse al día en el
desarrollo de su disciplina, mejorar su formación
pedagógica y establecer los medios más adecuados
para el logro de los objetivos que se proponga. Este proyecto
formativo para cada asignatura, ha de ser comunicado y compartido
con los alumnos, para que éstos lo asuman libremente y
participen de forma activa. Mi experiencia es que cuando se
actúa de esta manera, aunque no se logra la plena
participación, siempre hay un buen grupo de
alumnos, que cuando se les informa y se les razona esos objetivos
formativos, se muestran ilusionados por mejorar y participan
activamente. La formación para que sea eficaz, ha de ser
una tarea compartida, de la que se benefician todos cuantos
participan con interés y libremente, incluido el propio
profesor.
Los resultados formativos se mejoran, cuando
además de la actividad de cada profesor durante las
clases, se complementan con una atención personalizada,
fuera del horario de clases, dentro del tiempo dedicado a la
tutoría o asesoramiento académico. También
supone una ayuda, si esas actividades formativas se coordinan y
comparten dentro del área de conocimiento a la que
pertenece cada profesor, ya que el intercambio de experiencias
docentes y formativas entre profesores que comparten unos mismos
intereses, siempre es enriquecedor. Pero, si además
tenemos en cuenta, la eficacia del
ejemplo como factor educativo y del clima en el que
se desarrolla la actividad universitaria, también
sería muy deseable que en el diseño del proyecto
formativo del que venimos hablando, se implicara a otros
profesores de la misma Facultad o Centro universitario, dentro de
cada Departamento incluso a los miembros de la Junta de
Centro.
Llegamos así a la conclusión de que para
que la Universidad contribuya a la construcción social,
hace falta que el profesor tenga vocación universitaria,
que vaya por delante de los alumnos al vivir el espíritu
universitario. Para eso, hace falta que el profesor sienta la
Universidad como algo propio, no como un simple medio de vida,
que sepa disfrutar del gozo de contribuir a que los alumnos se
hagan mujeres y hombres maduros, personas libres y responsables,
capaces de servir a los demás y a la sociedad. Así
es como el profesor universitario se entrega con ánimo
siempre joven y generoso, a esa espléndida
tarea.
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José Miguel Ponce
Núñez