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Formación universitaria y construcción social




Enviado por José Miguel Ponce



    1. El Marketing de la
      Universidad.
    2. Características de la
      formación universitaria percibida.
    3. Las competencias
      profesionales.
    4. Aprender a
      aprender.
    5. Vigencia del espíritu
      universitario.
    6. Un camino para el cambio de la
      Universidad.
    7. Referencias
      bibliográficas

    Parece muy oportuno en los momentos actuales, plantearse
    la relación entre la Universidad y la
    construcción social, pues de esta manera se puede poner de
    manifiesto que la Universidad se quiera o no, tiene una función
    social, que influye y transforma su entorno, es decir, es un
    auténtico factor de transformación social, y que
    por lo tanto, según sea el fin que se proponga,
    está ayudando a construir una sociedad con unas
    determinadas características, que puede ser mejor o peor
    que la que tenemos.

    Para orientar cualquier debate sobre
    la Universidad española debemos plantearnos, cosa que el
    Informe
    Universidad 2000 (Informe Bricall) no hace, para
    qué
    queremos la Universidad. Es decir, habría
    que preguntarse, como diría Ortega, por la "misión de
    la Universidad". Si, como quería Ortega, de lo que se
    trata es de educar a la juventud,
    formando excelentes profesionales y, además, produciendo
    una generación de científicos e investigadores de
    calidad
    mundial, que innoven y creen las bases de la ciencia
    española, una institución que contribuya
    poderosamente al desarrollo
    económico y social, entonces podemos unirnos a la
    opinión de los que piensan, que la Universidad que tenemos
    actualmente no nos sirve.

    Si consideramos que la actividad primera de la
    Universidad es educar o formar a los jóvenes que se
    incorporan cada año a sus aulas, cabe preguntarse
    ¿Qué objetivos
    formativos ha de presidir la acción educativa de esta
    institución?¿ Se debe limitar a ofrecer la
    formación que capacite a los alumnos para ejercer una
    determinada profesión? ¿Cómo debe tener en
    cuenta los cambios sociales que se están produciendo?
    ¿Quiénes deben fijar estos objetivos formativos?
    ¿Cuáles son las necesidades y las demandas sociales
    que habría que tener en cuenta para fijar los objetivos
    formativos?

    Quizás interese aclarar antes de seguir estas
    consideraciones, que la Universidad, es decir, sus actividades de
    docencia e investigación, son claramente un medio al
    servicio de un
    fin. Es decir, que la Universidad no es un fin en sí
    misma, no se justifica por sí y para sí, sino para
    el fin al que tiene que servir. Y para evitar confusiones,
    habrá que añadir que, en mi opinión, el
    alumno universitario tampoco es el fin de la Universidad. Sigue
    siendo un medio por el cual la Universidad cumple sus fines. Por
    tanto, me parece que no tiene sentido plantearse una
    formación universitaria en función de la demanda del
    alumno (intereses y preferencias, que serán cambiantes y
    generalmente poco precisos), si esta demanda no facilita su
    desarrollo
    como persona y mejora
    a la sociedad. En mi opinión, y de acuerdo con el profesor
    Raga (1998) la Universidad tiene un fin social, que consiste en
    conseguir una sociedad mejor, una sociedad más justa y
    más humana, más libre, más
    democrática, más respetuosa con la dignidad de la
    persona, más sociable, más solidaria. En este
    sentido, me parece muy acertado analizar la relación entre
    Universidad y construcción social, ya que interesa
    reflexionar sobre de qué modo y en qué sentido, la
    Universidad puede ayudar a construir esa sociedad mejor que todos
    deseamos.

    Mis reflexiones se van a centrar en señalar
    algunos objetivos formativos que interesa tener presente en las
    actividades universitarias, ante los retos que se presentan en
    este cambio de
    milenio y en el que parece necesario adaptar la Universidad
    actual a los cambios que la sociedad exige. Me limitaré a
    los aspectos relacionados con los alumnos, aunque en su gran
    parte podrían aplicarse también a los profesores.
    Obsérvese que no digo estudiantes, ya que los profesores
    tenemos que ser los que más y mejor debemos estudiar, si
    queremos cumplir con competencia
    nuestras obligaciones
    como profesores universitarios.

    I. El Marketing de
    la Universidad.

    Antes de sugerir esos objetivos formativos, interesa
    aclarar unos conceptos que se derivan de las aplicaciones del
    Marketing en diferentes ámbitos sociales como es el caso
    de la Universidad, y que favorecen determinadas mentalidades o
    enfoques de eficiencia
    económica, que se traduce en lo que algunos han denominado
    "marketización" de las universidades (Williams,
    1995).

    El cambio de una Universidad de élites a una
    Universidad de masas, la necesidad de mejora, la creciente
    complejidad de las universidades, la competitividad
    y la diversificación a escala nacional e
    internacional, hacen que una creciente proporción de la
    comunidad
    universitaria, los gobiernos occidentales y los expertos en
    educación
    superior estén de acuerdo en que los sistemas
    universitarios deben orientarse al mercado como medio de
    estimular la sensibilidad de las instituciones
    a la satisfacción de las demandas sociales. Esta
    "marketización" de las universidades, está basada
    en la creencia de que la introducción de las tendencias del mercado en
    la
    educación superior proporcionará incentivos a las
    Universidades, para mejorar la calidad de la enseñanza, de la investigación y de
    la productividad
    académica, para estimular la innovación en los programas de
    enseñanza y para mejorar los servicios que
    proporciona a la sociedad (Mora, 1998). Como puede apreciarse, se
    trata básicamente de aplicar criterios económicos,
    actuar de acuerdo con la ley de la
    oferta y la
    demanda, y por tanto analizar el mercado, para adaptar la oferta
    universitaria a lo que se demande en cada momento. Aunque no
    podamos analizar aquí con más detalle, de
    qué modo las necesidades sociales son satisfechas por el
    mercado, sólo quiero dejar claro que, en mi
    opinión, no me parece posible que todas las necesidades,
    tanto personales como sociales, puedan ser satisfechas por el
    mercado.

    Estos planteamientos de gestionar las organizaciones,
    adaptándose a los cambios del mercado, y en definitiva
    tratando de satisfacer la demanda, están teniendo mucho
    éxito
    en el mundo empresarial. En la literatura de Marketing,
    este enfoque de la gestión
    se conoce como "orientación al mercado". Ante estos
    planteamientos, enseguida surge la pregunta de si esta
    orientación puede aplicarse a todas las universidades o
    solo a las privadas. Para contestar a esta pregunta, antes hay
    que aclarar en qué consiste esa orientación al
    mercado
    .

    Recordemos en primer lugar, que el marketing ha ido
    evolucionando con los cambios del entorno y el progreso en
    el
    conocimiento. Concebido inicialmente como una disciplina que
    estudiaba las actividades de distribución desde el productor al consumidor o
    usuario, el marketing se considera actualmente una ciencia
    social, cuyo ámbito no se restringe únicamente a la
    actividad económica, sino también a la social, y
    que tiene como objeto de estudio las relaciones de intercambio de
    valor entre
    dos o más partes

    La adaptación del marketing a los cambios del
    entorno tiene un gran interés,
    ya que al cambiar el entorno (aspectos legales,
    demográficos, culturales, económicos, etc.),
    también suele producirse cambios en las necesidades y
    comportamientos de los consumidores. Uno de esos conceptos
    básicos en marketing que refleja su adaptación a
    los cambios del entorno es la orientación al
    mercado.
    Esta orientación, supone básicamente,
    la aplicación del concepto actual
    de marketing, junto con la existencia de otras
    condiciones.

    Se considera que la orientación al mercado
    se caracteriza por tres elementos básicos: la
    orientación al cliente, la
    integración y coordinación de funciones en
    la empresa y
    la orientación al beneficio. También se
    añaden la orientación a la competencia y la
    perspectiva a largo plazo. Por otra parte, hay que resaltar que
    la orientación al mercado es importante por los efectos
    positivos que su aplicación produce en los beneficios de
    la empresa. En
    general, se ha comprobado que las empresas
    orientadas al mercado, tienen una mayor capacidad para anticipar
    oportunidades, responder antes que sus competidores y obtener
    mejores resultados.

    Si bien la orientación al mercado es importante,
    ya que aparece como una necesidad para competir, no es
    suficiente, ya que se puede producir una especie "miopía"
    al estar pegados a los gustos y deseos actuales del mercado, sin
    tener en cuenta las expectativas latentes y no manifestadas.
    Además, hay que añadir la innovación, para
    anticiparse a las demandas del mercado. La innovación
    facilita la adaptación de la empresa a los cambios del
    entorno y a las exigencias del mercado. Por otra parte, hay que
    integrar a todos los trabajadores de la
    organización en la orientación al mercado,
    procurando que todos la acepten y traten de vivirla con todas sus
    consecuencias, además hay que considerar a todos los
    empleados también como clientes, para
    aumentar su motivación
    (Satesmases, 1999)

    Como ya lo hacen muchas universidades americanas, las
    técnicas, modelos y
    estrategias de
    marketing se pueden aplicar también a las universidades,
    siempre que consideremos a la Universidad como una organización de servicios y que por tanto
    realiza intercambios con los alumnos y sus familias, la sociedad,
    las empresas, etc. En España, y
    con ocasión del nacimiento de las universidades privadas,
    sobre todo en la segunda mitad de los noventa, comienzan a
    aparecer algunos tímidos síntomas de querer aplicar
    el marketing a la gestión de las universidades, aunque
    lamentablemente en la mayoría de los casos, todo se reduce
    a la publicidad de sus
    ofertas para a traer alumnos, con mensajes llenos de frases
    bonitas en las que se promete toda clase de triunfos y
    éxitos profesionales.

    Estoy convencido que el marketing puede ser una ayuda
    para mejorar la gestión de las universidades, tanto
    públicas como privadas. Sin embargo, no hay que olvidar
    que la Universidad no tienen ni las características, ni
    los mismos fines que una empresa. Por
    tanto, al aplicar las técnicas de marketing a la
    gestión de las universidades, hay que considerar esas
    diferencias. Por ejemplo, la orientación al mercado y
    aunque no se aplique completamente a las universidades, puede
    ayudar a conocer los cambios del entorno, para tenerlos en cuenta
    en el diseño
    de la oferta formativa. Sin embargo, no hay que olvidar que la
    soberanía del cliente en las empresas, no
    debe traducirse en la soberanía del alumno en las
    universidades. Del mismo modo que al cliente no hay que darle lo
    que pide, sino lo que verdaderamente necesita, la
    formación que hay que darle al alumno debe adaptarse a lo
    que necesita para formar su personalidad,
    para mejorar como persona y para que pueda llegar a ser un
    profesional competente, que pueda servir a la sociedad en el
    lugar que le corresponda. Esto implicará algunas cosas,
    que no parece que formen parte de la demanda de la mayoría
    de los alumnos: por ejemplo, exigencia, esfuerzo y sobre todo no
    limitarse únicamente a proporcionar datos, información o conocimientos
    prácticos y útiles, sino ayudarles a desarrollar
    capacidades, y actitudes
    cimentadas en principios y
    valores
    consistentes.

    Otro problema que surge al considerar la
    aplicación del Marketing a las universidades es la
    determinación de quiénes son sus clientes. El
    alumno es el cliente más próximo, el que
    directamente percibe los servicios universitarios, pero no es el
    único cliente. No hay que olvidar a las familias de los
    alumnos, que en su gran mayoría influyen en la
    elección de las universidades y afrontan el pago de los
    gastos que
    originan. Tampoco hay que olvidar a las empresas y otras
    instituciones que ofrecen puestos de trabajo a los alumnos y que
    en muchos casos colaboran de diferentes formas con las
    universidades. En definitiva, en mi opinión, el cliente
    último es la sociedad, que se beneficia de la
    formación que reciben los alumnos, de sus capacidades para
    crear otras empresas, de su espíritu de servicio, de
    iniciativa, de solidaridad,
    etc.

    Ante la diversidad de beneficiarios de la
    formación que reciben los alumnos en la universidad,
    resulta difícil diseñar una oferta formativa que
    satisfaga a todos los implicados. Además, se corre el
    riesgo de que
    ante una sociedad en permanente cambio, la formación
    universitaria se vea abocada a cambiar tanto y de modo tan
    continuo, que pierda su identidad, la
    esencia que debe caracterizar a una institución tan
    antigua como la Universidad. ¿Qué debe permanecer y
    qué puede cambiar en la formación universitaria?.
    Me parece que contestar a esta pregunta, nos llevaría muy
    lejos y necesitaríamos más espacio del que
    aquí disponemos. Sin embargo, sí podemos avanzar
    algo concretando algunos objetivos formativos, que son
    consecuencia del modo de entender el fin de la Universidad, tal y
    como venimos comentando.

    Cuando la Universidad se plantea la necesidad de
    adaptarse o servir a las demandas sociales, hay que tener en
    cuenta que, como ha escrito Álvaro D'Ors, "la
    Universidad…tiene su dignidad. Es cierto que debe servir a la
    sociedad, pero no debe servir a lo que la sociedad…puede
    pedir, sino a lo que la sociedad realmente necesita; el servicio
    de la Universidad es el servicio del que ve más
    allá, un servicio directivo de la sociedad…". Y en
    otro momento explicita el fin principal de ese servicio: "
    procurar a la sociedad personas especialmente responsables de su
    libertad y que
    sean capaces de resistir personalmente las presiones que dominan
    la sociedad y puedan ayudar a otros a conseguir esa
    liberación que consiste en preferir el ser al
    tener"

    II.
    Características de la formación universitaria
    percibida.

    En un artículo reciente, se presentan los
    primeros resultados de una encuesta a
    jóvenes titulados superiores en Europa, en la que
    se indaga sobre su situación laboral y sobre
    sus opiniones a cerca de sus estudios. Los resultados muestran
    que las dificultades del mercado laboral de los graduados son
    peculiares en España. Los graduados españoles son
    muy críticos con la Universidad, pero se consideran a
    sí mismos aceptablemente preparados y muestran un nivel
    global de satisfacción con sus estudios y con su trabajo
    razonable.

    La encuesta se realizó aplicando un largo
    cuestionario
    de 16 páginas a los titulados superiores que terminaron
    sus estudios durante el curso 1994-95. El trabajo de
    campo tuvo lugar durante el curso 1998-99. El procedimiento
    utilizado fue el envío de 116.435 cuestionarios, con uno o
    dos recordatorios en caso de no recibir contestación, de
    los cuales se recibieron 39.206 cuestionarios cumplimentados, lo
    que supone el 33,7 por 100. La respuesta según
    países fue variada, destacando España por su tasa
    baja de respuesta. Una vez eliminados los cuestionarios no
    válidos la muestra
    resultante fue de 36.206, de los que 3.029 corresponden a
    graduados españoles. Con el fin de conseguir resultados
    significativos en el ámbito de algunas universidades y
    comunidades autónomas, se logró aumentar el
    número de cuestionarios válidos de los
    españoles, obteniéndose una muestra final de
    7.257.

    En este apartado, nos limitaremos a resumir algunos
    resultados relacionados con las características de la
    formación universitaria tal y como es percibida por los
    españoles encuestados. De los diferentes aspectos que se
    proponían para su evaluación, en una escala de 0 a 10, sobre
    los modos de enseñanza que más importancia tuvieron
    durante los estudios, los graduados españoles consideran
    tres aspectos valorados por encima de 5. Así, se destacaba
    que nuestro sistema
    universitario está centrado en la enseñanza de la
    teoría
    y conceptos, que son enseñados fundamentalmente por el
    profesor, y que la asistencia a clase es importante. Estos
    aspectos son más valorados en España que Europa, el
    resto de los aspectos valorados no superan el 5.

    Estos resultados muestran un hecho de sobra conocido: la
    prominencia de un sistema de enseñanza universitario,
    basado en la clase (fundamentalmente teórica) e impartida
    por el profesor como fuente central de información. Aunque
    esto no sea algo sorprendente para cualquiera que conozca
    nuestras universidades, si es importante resaltar que este
    modelo es muy
    característico de España, si comparamos los
    resultados de los diferentes países europeos. La
    formación práctica, los conocimientos
    instrumentales o la formación de habilidades sobre
    comunicación oral y escrita están
    más desarrollados en otros países que en
    España, aunque con notables diferencias entre
    ellos.

    Hay que advertir, que del análisis de los resultados no se aprecian
    grandes diferencias en las opiniones de los graduados por
    áreas de estudio, salvo quizá la muy baja
    valoración de los aspectos prácticos y de aprendizaje de
    habilidades en los estudios de derecho. Por otra parte, los
    estudios de ciclo corto reciben una valoración ligeramente
    superior que los de ciclo largo, en casi todos los aspectos
    valorados, en especial en los de carácter
    práctico.

    Otra cuestión que se ofrecía valorar a los
    graduados, era un conjunto de factores relacionados con la
    calidad de la enseñanza. Los resultados muestran que tanto
    en España como Europa, el factor que más se valora
    del paso por la Universidad son las relaciones establecidas con
    los compañeros. Los contactos con los profesores son
    considerablemente menos valorados, aunque en España esta
    relación se valora mejor que en otros países, hasta
    tal punto que éste es el único aspecto en que
    España supera la media europea. Para el resto de los
    factores considerados, la evaluación que hacen los
    graduados españoles es siempre peor que la que hacen los
    graduados de otros países, con la excepción de los
    italianos, que, en general, valoran la enseñanza recibida
    incluso peor.

    Es de destacar que en España no se valoran mal
    las bibliotecas, ni
    los contenidos de las asignaturas, ni la oferta de la optatividad
    (conjunto de asignaturas optativas ofrecidas por cada Universidad
    o centro universitario, para que sean elegidas por curso y por
    alumno). Los graduados son bastantes más críticos
    con la calidad de la docencia, y mucho más con el
    diseño del plan de estudios
    y con los sistemas de evaluación. También son
    críticos con las oportunidades de realizar
    prácticas, participar en proyectos o
    influir en las políticas
    educativas.

    III. Las
    competencias
    profesionales.

    En la misma encuesta citada, los graduados
    también opinaban sobre las competencias profesionales que
    tenían al acabar sus estudios y sobre el nivel de
    éstas que exige su actual puesto de trabajo,
    después de llevar tres cursos con los
    estudios universitarios terminados. Estos resultados nos permiten
    extraer tres tipos de conclusiones: la importancia de las
    diferentes competencias recibidas, la de las requeridas y los
    déficit (o superávit) formativos que los graduados
    consideran que tienen.

    La evaluación que los graduados españoles
    hacen de la formación que tienen al acabar sus estudios,
    no es significativamente diferente de la de sus colegas europeos.
    Es algo inferior en las competencias metodológicas
    (pensamiento
    crítico, administración del tiempo, creatividad,
    habilidad para resolver problemas,
    etc) y especializadas (habilidad para la
    comunicación oral y escrita, conocimientos en idiomas
    e informática, habilidades manuales, etc.)
    pero semejantes en las competencias sociales (lealtad,
    honestidad,
    trabajo en
    equipo, iniciativa, etc) y participativas (firmeza,
    resolución, persistencia, capacidad de liderazgo y de
    negociación, etc.). Sin embargo en
    algún aspecto concreto, como
    conocimientos informáticos o de idiomas extranjeros,
    atención al detalle o capacidad de trabajo
    bajo presión,
    los jóvenes graduados españoles perciben que
    están claramente en un nivel inferior a sus
    homólogos europeos.

    También hay que destacar, que las opiniones de
    los graduados sobre las competencias en el puesto de trabajo, son
    semejantes entre los españoles y el resto de los europeos.
    En conjunto, las competencias sociales son las más
    valoradas, tanto en la formación recibida como en la
    demandada en el puesto de trabajo en España y en Europa.
    No sólo son las competencias sociales las
    consideradas más relevantes, sino que en ellas tanto en
    los españoles como en el resto de los europeos, se
    consideran suficientemente capacitados frente a las necesidades
    del puesto de trabajo. Las competencias participativas y
    metodológicas son las valoradas en segundo lugar.
    Sin embargo, mientras que los graduados se consideran
    suficientemente formados en las competencias
    metodológicas, unos y otros opinan que su mayor
    déficit formativo está en las competencias
    participativas: la capacidad para liderar, tomar
    decisiones, asumir responsabilidades, etcétera, es
    requerida por el puesto de trabajo en bastante mayor medida que
    aquella en la que los graduados se sienten preparados.
    Finalmente, las competencias especializadas
    (fundamentalmente conocimientos) son las menos valoradas tanto
    personalmente como en el puesto de trabajo, apareciendo un ligero
    déficit debido, fundamentalmente a la escasez de
    conocimientos de informática.

    IV. Aprender a
    aprender.

    Después de comentar algunos resultados de la
    encuesta a graduados universitarios, es preciso insistir en que,
    si queremos que la universidad tenga la función social a
    la que hemos aludido, hay que proponerse que la Universidad
    además de transmitir conocimientos, ha de desarrollar en
    los alumnos capacidades y actitudes, cimentadas en principios y
    valores consistentes. Porque los conocimientos, con ser
    importantes, lo son menos que las destrezas o capacidades y que
    éstas -a su vez,- lo son menos que las actitudes.
    ¿Por qué? Porque muchos de los conocimientos que se
    adquieren durante los estudios universitarios están en
    permanente evolución, de tal modo que al salir de la
    Universidad, fácilmente están desfasados.
    Además de que la necesidad de cambiar de actividad en la
    vida profesional, obligará a la adquisición de
    nuevos conocimientos y destrezas. Así que o los alumnos
    desarrollan la capacidad de actualizarlos por sí mismo (es
    decir, aprenden a aprender, en vez de limitarse a archivar
    datos), o se verán perdidos en un mundo que cada
    día cambia a mayor velocidad.
    Además, no hay que olvidar que los conocimientos y
    destrezas o capacidades no sirven para nada (o incluso pueden ser
    dañosos) si se ponen al servicio de
    contravalores.

    Si se quiere conseguir que la necesidad de aprender a
    aprender
    , no quede en una frase vacía, los profesores
    universitarios han de cambiar sus planteamientos docentes, tanto
    en sus objetivos formativos como en la metodología que emplean en sus clases. Por
    ejemplo, no tendría sentido que las clases se conviertan
    en un dictado de apuntes o de "rollos" más o menos
    desconectados de la realidad; o proponer en los exámenes
    preguntas que no responden a los objetivos proclamados en los
    programas de las asignaturas. Por tanto, parece necesario que los
    profesores al concretar los objetivos, contenidos y
    metodología de sus disciplinas se pregunten sobre
    qué conocimientos, capacidades y actitudes desean que sus
    alumnos adquieran, para adaptar su plan docente a esos
    requisitos. Esto, supone una tarea continua de
    investigación e innovación permanente, por parte de
    los profesores, que se deben replantear al comienzo de cada
    curso, teniendo en cuenta los resultados del curso
    anterior.

    Pero para aprender a aprender, resulta necesario
    ayudar a los alumnos a mejorar sus métodos de
    estudio, ya que no es raro encontrar alumnos universitarios
    de segundo ciclo que ignoran las operaciones
    intelectuales básicas que se requieren para saber
    estudiar. Todavía recuerdo, la cara de asombro que ponen
    algunos alumnos, cuando les recuerdo el significado del
    término "estudio" según la Real Academia: "esfuerzo
    que pone el entendimiento aplicándose en conocer alguna
    cosa; y en especial trabajo empleado en aprender una ciencia o
    arte". Por
    tanto, estudiar requiere esfuerzo, dedicación, un plan
    exigente, regular y prolongado en el tiempo, que permita asimilar
    y entender bien y poco a poco, lo que se estudia. Además,
    para saber estudiar es preciso saber leer, saber pensar/ dialogar
    y saber escribir.

    Saber leer implica saber informarse
    selectivamente, buscando respuestas a los interrogantes con los
    que siempre debemos acudir a una lectura, a un
    libro, a un
    artículo, a una "comunicación", ya sea oral (la que se da en
    las clases, por ejemplo), ya sea escrita (la que debiera ser
    más abundante). Para leer, hay que esforzarse siempre por
    comprender lo que se lee: lo que en más de una
    ocasión, hará necesario consultar un buen diccionario,
    general o especializado. No existe un mayor error en el estudio,
    que tratar de retener ideas y conceptos o informaciones, que no
    se hayan llegado a comprender con toda claridad.

    Es bien sabido que la lectura de
    buena literatura enriquece en muchos sentidos, como por ejemplo
    en la mejora del vocabulario, que se pone de manifiesto en la
    expresión oral o escrita. Sin embargo, me refiero ahora a
    la lectura relacionada con las disciplinas que forman parte de
    los diferentes planes de estudio, que requiere otra actitud muy
    diferente a la lectura de una novela o de un
    periódico. Pero la lectura no puede
    imponerse. Hay que leer con libertad, por propia iniciativa, con
    el convencimiento de que el esfuerzo y la dedicación que
    supone leer, vale la pena. En esto, el profesor puede
    desempeñar una tarea de gran importancia, como es la de
    asesorar a los alumnos sobre las fuentes, que
    se necesitan explorar y descubrir en el área de conocimiento
    que les corresponde y en las áreas afines o más
    alejadas, que puedan contribuir a su mejor y más completa
    formación. En este sentido, un factor clave es ayudar y
    estimular a los alumnos a la utilización de la biblioteca,
    consultar los documentos y
    libros
    disponibles, las bases de datos,
    etc, así como la utilización de Internet para buscar y
    seleccionar los documentos realmente valiosos y
    útiles.

    Saber pensar/ dialogar es otro de los aspectos
    claves para saber estudiar. Se trata de pensar, es decir, de
    pararse a pensar, sobre la información obtenida por los
    medios que
    sean (clases, conferencias, seminarios, reuniones con otros
    colegas, etc.; y, por supuesto, la bibliografía y otras
    fuentes escritas, sin olvidar Internet). Hay que saber, hay que
    informarse, comprendiendo siempre lo que se aprende. Pero hay que
    dar un salto hacia arriba, superando la mera información,
    el mero "saber de" una cosa, y ponerse a reflexionar, a pensar
    sobre lo aprendido. Eso es lo propio del estudio universitario,
    lo que le distingue del estudio y aprendizaje escolar.

    Pensar, reflexionar personalmente es lo que importa.
    Pero no cabe ninguna duda que el pensamiento personal puede
    encontrar, y de hecho encuentra la mayoría de las veces,
    una ayuda importante en el diálogo
    con otros – incluido el profesor -, que estudien el mismo
    tema o temas relacionados. La conversación amistosa, que
    es el auténtico diálogo, se presta a suscitar el
    propio pensamiento, a revisar los personales planteamientos y
    opiniones sobre una cuestión determinada, y reafirmarse en
    ellos o modificarlos a la vista de la verdad que nos hace ver
    nuestro interlocutor. El diálogo está en la base de
    un buen número de técnicas de aprendizaje, y que
    cada vez se valoran más en la formación:
    seminarios, asesoramiento académico entre profesor y
    alumno, asesoramiento entre estudiantes, jornadas, coloquios
    sobre temas monográficos, trabajos en equipo, las clases
    participativas, etc., todas ellas formas diversas de trabajo
    cooperativo, cuya base es la conversación, el
    diálogo.

    Saber escribir es otra operación elemental
    para saber estudiar, pero que resulta tremendamente
    difícil ejercerla con perfección y en un nivel
    superior. Esta operación encuentra su mejor y más
    acabada expresión en la elaboración de un trabajo
    escrito que obedezca, dentro de un amplio margen de creatividad y
    libertad, a unos cuantos criterios explícitos tales como
    su mensaje o idea rectora, su estructura en
    torno a un hilo
    conductor, el acierto o selección
    de contenidos sólidos y pertinentes respecto del mensaje o
    idea principal comunicada, la calidad y profundidad del
    razonamiento y la argumentación, y una expresión
    escrita que, además de corrección gramatical,
    demuestre soltura de estilo, dominio de los
    términos y sello personal.

    Cabría preguntarse si no es más necesario
    saber hablar que saber escribir. Ciertamente que la
    expresión oral es importante, especialmente en algunas
    actividades profesionales. Sin embargo, pienso que la
    teoría se decanta por darle prioridad a fomentar la
    expresión por escrito, una expresión en la que
    domine la claridad y la precisión del pensamiento hasta
    llegar a ser un hábito adquirido: sin esa exigencia previa
    del lenguaje
    escrito, mucho más riguroso que el oral, seguiremos
    educando jóvenes de expresión poco clara,
    imprecisa, ambigua, cuando no absolutamente incoherente y
    balbuceante, llena de inseguridades y de grave deterioro de
    nuestro vocabulario más usual, por no cargar las tintas
    con la sorprendente ignorancia, en demasiados casos, del
    vocabulario cultural más
    conocido.(González-Simancas, 1992).

    V. Vigencia del
    espíritu universitario.

    Una forma de concretar los objetivos formativos que
    deben presidir la acción educativa de la Universidad es
    considerar algunos rasgos del espíritu universitario, que
    está formado por un conjunto de convicciones y actitudes,
    que deben caracterizar a todos los que participan de la vida
    universitaria y comparten ilusionadamente un proyecto de
    Universidad como el que aquí planteamos.

    A pesar de las diferentes concepciones que se tiene de
    la Universidad, hay coincidencia general en admitir, que la
    Universidad debe realizar investigación científica; cultivar
    los saberes integrando las nuevas adquisiciones y perspectivas,
    de modo que se pueda ofrecer una imagen
    sintética y actual de los diferentes sectores de la
    Ciencia; y desarrollar una intensa tarea docente. Con esta
    última, se ha de conseguir una transmisión de
    saberes a las nuevas generaciones, dinámica y creadora, apoyada en el
    estímulo y encauzamiento del interés y de la
    capacidad de aprendizaje de los alumnos. Estos últimos han
    de quedar provistos de los necesarios conocimientos
    básicos, de otros más específicamente
    relacionados con la especialidad elegida y con la actividad
    futura, así como de hábitos de trabajo
    científico, de rigor crítico, de manejo de fuentes
    y de la apropiada metodología.

    Puede subrayarse en grado distinto una u otra de estas
    finalidades, pero en general, las universidades estiman
    indispensable ocuparse de todas ellas. Los pareceres son
    más diferentes a la hora de considerar la atención
    que la Universidad debe prestar a la educación humana de
    los alumnos. Me refiero a facilitar el desarrollo integral de su
    personalidad, a promover el interés por la cultura, por
    los valores
    espirituales; a procurar que al mismo tiempo que se adquiere una
    formación de carácter profesional, más o
    menos especializada, se abra la mente a una consideración
    más profunda del sentido que tiene la vida del hombre, sus
    obras, las realidades que encuentra, la misma sociedad de la que
    forma parte.

    La Universidad rectamente entendida, es consciente de la
    elevada dignidad de la persona humana y promueve por muy diversos
    medios el desarrollo y enriquecimiento de la
    personalidad, la adquisición de los hábitos
    intelectuales precisos para encontrar la verdad, profundizar en
    ella, participarla a los demás y contrastar pareceres en
    el curso del diálogo científico; enseña a
    poner en juego las
    capacidades personales, en un trabajo ordenado e intenso; siente
    un gran amor a la
    libertad de todos y un muy delicado respeto a la
    conciencia de
    cada uno; tiene en el punto de mira de todas sus actividades el
    servicio a las personas individualmente consideradas y en cuanto
    miembros de una sociedad, y estimula el afán de servicio
    recíproco, comprensión mutua, de cooperación
    y cordial convivencia, de solidaridad universal.

    En mi opinión, la Universidad debe servir a la
    sociedad ofreciéndole competentes profesionales que sean,
    a la vez personas cultivadas; la dificultad está en
    conseguir el adecuado equilibrio que
    permita lograrlo en grado óptimo. Desde esta perspectiva y
    sin pretender ser exhaustivos, algunos de los objetivos para una
    formación universitaria, que definen el espíritu
    universitario, podrían ser los siguientes:

    a) Hábito de estudio y metodología del
    trabajo personal
    . No basta saber estudiar como ya hemos
    indicado, sino tener hábito de estudio, saber estudiar con
    todo lo que esto implica y estudiar de modo continuado hasta
    adquirir esta disposición al estudio. La formación
    universitaria no es posible si no se estudia con seriedad y
    dedicación. Y estudiar requiere además de un
    hábito de estudio, un método de
    trabajo personal, cuya ausencia provoca muchas veces el deterioro
    o la desaparición del hábito de estudio.

    b) Capacidad crítica. La capacidad de
    discernimiento, el hábito de análisis que lleva a
    discriminar entre lo que es verdad y el error con apariencia de
    verdad; entre la afirmación bien fundamentada y la
    gratuita o no avalada suficientemente. Sin capacidad
    crítica no es posible ser científicos de calidad –
    en busca siempre de la verdad- profesionales con criterio,
    agentes activos y
    responsables del progreso social.

    c) Cultivo del espíritu, cultura. Un
    hombre cultivado, culto, en quien las cosas no resbalan sino que
    son objeto de reflexión; que piensa, que es capaz de
    conversar sobre una amplia gama de temas de interés humano
    y de plantear interrogantes profundos porque tiene el
    hábito de considerar con hondura la realidad. En cualquier
    carrera universitaria debe haber cultura, una invitación
    constante a abrirse a toda verdad y a las verdades más
    profundas.

    d) Capacidad de relación y convivencia.
    Esta capacidad ayuda a mejorar como persona, aprendiendo tantos
    aspectos que hacen más grata y beneficiosa la convivencia
    social: el respeto a los demás, a sus derechos, a sus opiniones, a
    su libertad; el saber escuchar y esforzarse en comprender,
    etc.

    e) Humildad intelectual. El rigor crítico
    bien entendido no conduce a la soberbia intelectual, a la
    autosuficiencia de la propia razón. El verdadero
    espíritu universitario incluye la humildad intelectual, un
    hábito por el que se tiene presente la debilidad de lo que
    uno conoce y la inmensidad de cuanto ignora, la necesidad de que
    otros le ayuden a entender.

    f) Amor desinteresado por la verdad. El
    universitario busca con esfuerzo la verdad, sabe que cualquier
    clase de conocimiento si es verdadero, recompensa del trabajo
    experimental, del estudio y reflexión que ha comportado.
    Este amor a la verdad es desinteresado, se fundamenta en la
    posesión de ella misma, no está condicionado por
    sus posibles aplicaciones o por los beneficios económicos
    que un descubrimiento pueda legítimamente reportar Este
    amor a la verdad lleva a rechazar el error, las afirmaciones
    infundadas, la intencionada ambigüedad, el
    sofisma.

    g) Respeto a la opinión ajena. El
    espíritu universitario mueve a respetar las opiniones
    ajenas en tantos asuntos legítimamente discutibles, a
    querer conocer en qué se fundan por si en ellas hay base
    suficiente que haga aconsejable o aun necesario modificar las
    propias. Y, en todo caso, a respetar y a defender la libertad que
    tienen los demás para pensar sobre un asunto de manera
    distinta de uno mismo. Lo universitario es intercambiar
    pareceres, aportar razones en pro y en contra, estudiar los
    asuntos con serenidad, con sosiego, con la mente abierta para
    enriquecerse con el pensamiento ajeno.

    h) Espíritu de solidaridad. Un paso
    más allá en la consideración de la persona,
    conduce no sólo al respeto sino a procurar sinceramente el
    bien de los demás, querer el bien del otro sin esperar
    aplauso, agradecimiento ni recompensa. En oposición al
    egocentrismo, que pretende que el mundo y las gentes giren en
    torno a los intereses de uno, que sirvan a uno, el
    espíritu solidario representa la actitud generosa de
    pensar en los demás para ver cómo se les puede
    ayudar, qué necesidades tienen. Supone olvidarse de uno
    mismo y estar pendiente de los otros, de lo que pueda contribuir
    a hacer la vida más amable y más animosa,
    más feliz. La solidaridad es un modo de servir a la
    sociedad mediante la siembra de verdad, de justicia, de
    amor, de alegría y de paz.

    g) Sensibilidad social. El universitario
    está en condiciones muy favorables de atender al bien
    común de la sociedad, de interesarse por la buena
    ordenación de la vida social; es lógico que posea
    un sentido más hondo de la justicia social, asumiendo en
    consecuencia mayores responsabilidades. Esta sensibilidad social
    hace entender al universitario, que en caso de conflicto, el
    bien particular debe supeditarse al bien común, al bien
    general de la sociedad, y le obliga a poner en ejercicio los
    derechos y deberes cívicos que le asisten en orden a
    participar en la recta configuración de la
    sociedad.

    Como puede comprobarse, estos rasgos del espíritu
    universitarios siguen vigentes y actuales, y son necesarios, si
    queremos que la Universidad cumpla con su fin social.

    VI. Un camino para
    el cambio de la Universidad.

    La Universidad es una comunidad, una corporación,
    no una mera agrupación de profesores y alumnos. Esto
    supone que tanto profesores como alumnos han de compartir un
    proyecto formativo, el que sea. Sin embargo, hay que advertir que
    en educación no es posible la neutralidad, la indiferencia
    o la indefinición. En el fondo de todo proyecto educativo
    o formativo, subyace un problema antropológico, la
    necesidad de definir un concepto de hombre. Aquí, se han
    sugerido algunos objetivos formativos orientados a lograr una
    Universidad en la que sus alumnos adquieran una educación
    superior e integral, fundamentada en la concepción del
    hombre como persona, libre y responsable.

    Soy consciente que la mayoría de los alumnos al
    matricularse en una Universidad sólo buscan un
    título que les capacite para el desarrollo de una
    actividad profesional. Sin embargo, si queremos que la
    Universidad contribuya a la construcción social, es
    preciso ampliar el horizonte, tratar de abarcar algo más
    que la preparación técnica y profesional. Hay que
    definir unos objetivos formativos ambiciosos, que incluyan
    además de conocimientos, capacidades y actitudes, que
    contribuyan a que los graduados universitarios colaboren a la
    construcción de una sociedad mejor.

    Parece evidente que para conseguir la Universidad que
    muchos deseamos, es preciso que la universidad actual cambie en
    muchos aspectos, y en especial en las características
    formativas que los alumnos reciben. Hay que formar para el
    desarrollo
    humano, formar ciudadanos libres y responsables, creativos y
    solidarios, recuperar los rasgos propios del espíritu
    universitario que definen la esencia del ser de la
    Universidad.

    Para llevar a cabo estos cambios en los aspectos
    formativos, hay que tener en cuenta la realidad de los cambios
    sociales, aunque sin caer en la trampa de la soberanía del
    alumno, tratando de satisfacer sus demandas y preferencias. Al
    alumno hay que darle la formación que necesita. Pero,
    ¿quién decide y cómo las
    características de esa formación? . En mi
    opinión, ha de ser cada profesor, dentro del respeto a la
    libertad de cátedra, al programar las clases de cada
    signatura, estableciendo la orientación más
    adecuada a las actividades que forman parte de la docencia. Es
    misión de cada profesor, mantenerse al día en el
    desarrollo de su disciplina, mejorar su formación
    pedagógica y establecer los medios más adecuados
    para el logro de los objetivos que se proponga. Este proyecto
    formativo para cada asignatura, ha de ser comunicado y compartido
    con los alumnos, para que éstos lo asuman libremente y
    participen de forma activa. Mi experiencia es que cuando se
    actúa de esta manera, aunque no se logra la plena
    participación, siempre hay un buen grupo de
    alumnos, que cuando se les informa y se les razona esos objetivos
    formativos, se muestran ilusionados por mejorar y participan
    activamente. La formación para que sea eficaz, ha de ser
    una tarea compartida, de la que se benefician todos cuantos
    participan con interés y libremente, incluido el propio
    profesor.

    Los resultados formativos se mejoran, cuando
    además de la actividad de cada profesor durante las
    clases, se complementan con una atención personalizada,
    fuera del horario de clases, dentro del tiempo dedicado a la
    tutoría o asesoramiento académico. También
    supone una ayuda, si esas actividades formativas se coordinan y
    comparten dentro del área de conocimiento a la que
    pertenece cada profesor, ya que el intercambio de experiencias
    docentes y formativas entre profesores que comparten unos mismos
    intereses, siempre es enriquecedor. Pero, si además
    tenemos en cuenta, la eficacia del
    ejemplo como factor educativo y del clima en el que
    se desarrolla la actividad universitaria, también
    sería muy deseable que en el diseño del proyecto
    formativo del que venimos hablando, se implicara a otros
    profesores de la misma Facultad o Centro universitario, dentro de
    cada Departamento incluso a los miembros de la Junta de
    Centro.

    Llegamos así a la conclusión de que para
    que la Universidad contribuya a la construcción social,
    hace falta que el profesor tenga vocación universitaria,
    que vaya por delante de los alumnos al vivir el espíritu
    universitario. Para eso, hace falta que el profesor sienta la
    Universidad como algo propio, no como un simple medio de vida,
    que sepa disfrutar del gozo de contribuir a que los alumnos se
    hagan mujeres y hombres maduros, personas libres y responsables,
    capaces de servir a los demás y a la sociedad. Así
    es como el profesor universitario se entrega con ánimo
    siempre joven y generoso, a esa espléndida
    tarea.

    Referencias
    bibliográficas:

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    mercado laboral de los titulados superiores en Europa y en
    España" en Papeles de Economía
    Española, nº 86, pp. 111-127.

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    Educación. Libertad y compromiso. Editorial Eunsa.
    Pamplona.

    Mora, J. G. (1998) "La mejora de la
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    gestión), Michavila, F (editor) Fundación
    Universidad-Empresa. Madrid

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    Madrid

    Santesmases, M (1999) Marketing. Conceptos y
    Estrategias. Pirámide. 4ª edición.
    Madrid

    Williams, G. (1995) "The "marketización"
    of higher education: reformss and potential reforms in higher
    education finance". En D. Dill y B. Spom (Eds.), Emerging
    Patterns of Social Demand and University Reform: Through a Glass
    Darkly. Oxford: Pergamon.

     

     

     

    José Miguel Ponce
    Núñez

     

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