La gravedad y emergencia que representa la crisis
argentina ha dado
lugar a innumerables interpretaciones y expectativas respecto de
su evolución como así también, a
la exploración de las posibles soluciones. En
este contexto, los nuevos intentos de Acuerdo,
Concertación y Diálogo
vuelven a concitar el interés de
importantes sectores de la dirigencia política y social,
como un recurso de acción frente a la incertidumbre
generalizada que hoy se enseñorea como espejo de la
precariedad política e institucional en nuestro
país.
La convocatoria al Diálogo(1) que
hiciera el Gobierno
Nacional, el auspicio de la Iglesia
Católica y la inestimable asistencia técnica de las
Naciones Unidas,
a través del PNUD, ha finalizado su primera etapa con
fuertes expectativas de una continuidad sistemática que
permita desarrollar soluciones integrales a
los problemas
más acuciantes de la realidad argentina.
Aun es muy temprano para conocer resultados ni siquiera
medir los impactos que esta experiencia ha generado en los
actores y en la sociedad en
general. Sin embargo, se puede explorar en los temas planteados,
en el tratamiento de las prioridades y en la reiteración
de algunas demandas, para descubrir la intensidad que adquiere el
juego de
oposiciones entre intereses sectoriales y proyectos que
pugnan por imponerse y/o definir posiciones dominantes con
relación al aparato decisorio del Estado.
Vinculadas a este proceso, se
renuevan además, algunas preocupaciones inspiradas en el
temor a un probable "revival" de los intentos de
"concertación", de "diálogo político",
"acuerdo nacional" y otros que ya fueron experimentados en el
pasado y dejaron como resultado el sinsabor de frustraciones y
desengaños como así también, sentimientos de
impotencia ante ciertas rigideces estructurales que inhibieron
las posibilidades de cambios en la política
argentina.
Por otra parte, la dirigencia política, hace
referencia de inspiración en los procesos de
transición democrática en la España
post-franquista a través de los "Pactos de la Moncloa" y
más cerca en nuestra geografía aunque
más lejanos en el tiempo, se pueden
recordar los "Pactos de Punto Fijo" –1958-en la
transición democrática venezolana después de
la Dictadura del
Gral. Marcos Perez Jiménez y el "Pacto de Benidorm" entre
los partidos Conservador y Liberal de Colombia que
posibilitó la alternancia sucesiva entre ambos partidos
como forma de reinstaurar un orden "democrático"
después del proceso de violencia
desatado en 1948 con la muerte del
dirigente Eliazar Gaitán.
En este contexto, se plantean diversos interrogantes que
buscan interpretar la complejidad del momento histórico,
como así también, la perspectiva de un proceso
político que vuelva a configurar un marco de racionalidad
y equidad para el ejercicio de la práctica
democrática. El diálogo es, sin duda, un
instrumento de reconocida aptitud no sólo ética sino
metodológica para generar las condiciones que posibiliten
la construcción de visiones compartidas entre
los diversos actores de una sociedad.
Podríamos preguntarnos si están dadas las
condiciones para iniciar un proceso de diálogo
sistemático que haga viable la construcción de un
nuevo espacio para la gestión
democrática de los conflictos en
la sociedad. Si podemos superar visiones polarizadas del conflicto y
reconocer la complejidad que caracteriza a la multiplicidad de
intereses y de actores, a los procesos comunicacionales y a la
necesaria identificación de un ámbito de
convergencia de ideas y proyectos que lidere la formación
de consensos básicos.
El modelo
interpersonal del diálogo es útil como referencia
básica de la
comunicación humana, pero nuestra problemática
está directamente vinculada a la multiplicidad de
interlocutores, portadores a su vez de intereses y proyectos, que
entran en una compleja interrelación tan vertiginosa como
contradictoria.
Como consecuencia de lo mencionado, nos interesa el
análisis del Diálogo como proceso de
construcción de significados compartidos en el nivel
social y político. Las reflexiones que siguen
tratarán de ofrecer un marco de referencia inspirado en
las teorías
del Diálogo que hoy se alimentan de la práctica de
procesos de pacificación y construcción de
consensos cívicos, como una tendencia creciente en el
proceso de lograr democracias más inclusivas.
Concebimos al Diálogo como un proceso de
generación de sentido y de construcción de
significados comunes entre actores individuales y colectivos.
David Bohm define al Diálogo como "una corriente de
significado que fluye entre, dentro y a través de los
[actores] implicados..y este significado compartido es el
aglutinante, el cemento que
sostiene los vínculos entre las personas y las sociedades."(2) El diálogo, dice
también: "proviene de la palabra diálogos cuyo
prefijo <dia>, no significa dos sino <a través
de>".El Diálogo, entonces, es el resultado de un
proceso de cooperación y de trabajo conjunto para
construir un significado común a los
interlocutores.
En este proceso de comunicación, cabe destacar la importancia
asignada a la construcción interpersonal y colectiva de
significados comunes que hacen posible la materialidad del
Diálogo; más allá de la recta
intencionalidad, reclamada por algún discurso
ingenuo de la política, como condición suficiente
para asegurar la confiabilidad del "buen
diálogo".
El Diálogo no es un ejercicio contemplativo sino
generativo; en consecuencia, existe diálogo cuando ese
significado compartido logra transformar el pensamiento
colectivo. "el diálogo busca penetrar en el proceso de
pensamiento y transformar el proceso del pensamiento colectivo.
Ciertamente no hemos prestado mucha atención al pensamiento como
proceso."(3). En consecuencia, nuestro objetivo no es
dialogar en el sentido de intercambio de información, sino transformar a
través del diálogo; es decir, de la
construcción de nuevos significados que integren
expectativas diferentes y aun contradictorias. Tal es el
desafío que aparece en la superficie del proceso del
diálogo en nuestra sociedad.
Dice David Bohm: "el diálogo no está
vinculado a la verdad sino al significado y éste no es
resultado de una opción individual sino de una
construcción social."(4) No es otra cosa el
fundamento de la cultura cuando
aludimos a ella como el espacio del significado construido en
torno a valores y
creencias que obran como referencia de la dinámica social. Toda organización social es, de modo directo, la
expresión de un significado compartido y cuando
éste se diluye, tenemos una sociedad vaciada de sentido
con instituciones
huérfanas de significado y con la violencia como mecanismo
privilegiado para la realización de la voluntad individual
o colectiva.
El pensamiento de Johan Galtung, por su parte,
acreditando una larga experiencia como investigador del conflicto
y de los procesos de pacificación, resulta esclarecedor,
cuando señala: "en las sociedades caracterizadas por
redes complejas
de intereses en conflicto, el desafío no está en
evitar el conflicto sino en su "transformación, generando
estructuras
sociales transformadas y el diálogo es [precisamente] el
proceso"(5).
Un aspecto fundamental a ser explicitado es el
propósito del diálogo como estrategia
explícita y sistemática que busca generar consensos
fundamentales para fortalecer las perspectivas de la convivencia
social. Ahora bien, dicha estrategia se inscribe necesariamente
en un contexto histórico determinado, con características propias que habrán
de definir los andariveles posibles al proceso del
diálogo. Aparecen entonces, los aspectos funcionales y
disfuncionales del diálogo; en efecto, si el
diálogo es una herramienta para el cambio, para
acompasar los procesos de transformación, es
también una plataforma de realización de los valores
para la convivencia social y no sólo de intereses
particulares.
Con ello, nos estamos refiriendo al diálogo como
herramienta de cambio y de formación de consensos
básicos que hagan posible otro equilibrio de
poder en la
sociedad, abriendo nuevos canales de acceso y de
participación a la ciudadanía social. Nos interesa
el diálogo, principalmente, en su capacidad para promover
el cambio y transformación de las estructuras
socio-económicas.
Con base en estas expectativas, el diálogo
así concebido, tiende a configurarse como un espacio de
contención, un ámbito generador de nuevos
significados compartidos, sobre la base de una pluralidad de
ideas y creencias, entre todos los actores sociales. Con este
propósito, resulta indispensable reconocer la
problemática que se plantea a partir de las nuevas
realidades y condiciones sociales argentinas, en cuanto
determinan la marginación y la exclusión, alejando
cada vez más, las posibilidades para el desarrollo de
una ciudadanía plena. En este escenario, el diálogo
es desafiado en su potencialidad de transformación y en su
carácter de generador de racionalidad y de
organizador de consensos en la sociedad.
En esta perspectiva, se puede afirmar que los procesos
de transición y construcción democrática en
los diversos países, dan testimonio de ésa competencia
demostrada por el diálogo para facilitar los consensos
mínimos, que hacen posible la toma de
decisiones con reconocimiento de legitimidad. Obviamente, nos
referimos al diálogo que no puede ignorar la realidad del
poder ni sus modos de distribución en la sociedad; que a su vez,
debe hacer explícita la realidad de los conflictos y las
condiciones socioeconómicas y culturales que determinan la
formación de los mismos; que descubre la oposición
de intereses y valores; que visualiza finalmente la
dinámica social, y es consciente de que su escenario es la
sociedad concebida como un sistema complejo
de equilibrio inestable.
En este marco, el problema estratégico
estará vinculado a la búsqueda de aquellos factores
y elementos que faciliten el proceso de diálogo como
factor de cambio y al mismo tiempo, promuevan las nuevas
condiciones para incrementar los niveles de confianza entre los
actores sociales.
No obstante lo mencionado, en el ánimo de la
opinión
pública y de modo más o menos generalizado, se
puede descubrir diferentes percepciones y
expectativas:
- El diálogo como ilusión retórica
que proyecta una suerte de capacidad mágica para
armonizar la convivencia, poniendo énfasis en la
intención de los actores. El diálogo es concebido
a partir de un supuesto de pura voluntad y racionalidad; "el
diálogo traerá las soluciones". - El diálogo como recurso de última
instancia. El diálogo como última frontera de la
racionalidad; "lo arreglamos entre todos o no lo arregla
nadie". - El diálogo como instrumento de solución
de corto plazo, está vinculado a la resolución de
problemas. El diálogo como instrumento de toma de
decisiones; "que las cosas que aquí se decidan, luego
pasen [al gobierno]"
Resulta sumamente provechoso analizar estas reflexiones
a la luz de la
experiencia que significó la primera fase del
Diálogo Argentino, sintetizadas por su Equipo de
Análisis(6). A lo largo de este proceso de
diálogo, cuyas alternativas se hicieron manifiestas en los
diferentes medios de
comunicación, se pueden distinguir dos aspectos
principales; por una parte, las actitudes
asumidas por los actores sociales ante la iniciativa del
Diálogo y, por otra parte, las opiniones que se revelan
ante las diferentes problemáticas planteadas por la
crisis.
En primer lugar cabe destacar que "el diálogo es
reconocido como una instancia necesaria y válida para
superar la crisis que hoy vive el país".(7) En
tal sentido, se puede afirmar que el diálogo es
visualizado como un proceso con alta potencialidad para modificar
comportamientos y orientarlos hacia nuevos propósitos,
vinculados a la solución inmediata de los problemas
más acuciantes aunque sin resignar la búsqueda de
soluciones más integrales a los problemas estructurales
que hacen persistente la crisis argentina.
La realidad nos muestra un amplio
consenso respecto del diagnóstico "de una crisis que se extiende
a todos los planos de la vida en común de los
argentinos"(8). No obstante, existen diferencias
explícitas en torno a la identificación de las
causas que estuvieron en el origen de la crisis. Ante ésta
descripción, las expectativas de los
actores en torno a las posibilidades del diálogo son
dispares. Hay quienes piensan que los principales responsables
ó detentadores de mayor cuota de poder, están
ausentes de éste ámbito de diálogo; en
consecuencia, no se sienten involucrados ni comprometidos.
"Quebrada la solidaridad,
prevalece la desconfianza y la conciencia de la
gravedad de la crisis no parece bastar para que se modifiquen los
criterios y comportamientos que condujeron a esta crisis. La
falta de asunción de la propia responsabilidad, mayúscula en el caso de la
dirigencia, conduce a la culpabilización del otro sin una
paralela consideración de las propias falencias."
(9)
Esta percepción
bastante generalizada, amenaza con debilitar el proceso de
diálogo en su capacidad de incidir en el sistema decisorio
del Estado. Otros, consideran que es posible maximizar la
capacidad de respuesta de los "actores nacionales", más
allá de quienes detentan espacios concentrados de poder
económico, en un esfuerzo que concite la solidaridad y la
formación de consensos mínimos alrededor de los
principales temas de la agenda nacional. "A pesar de las
dificultades, de la fragmentación y de la desconfianza,
las primeras coincidencias alcanzadas exhiben la potencialidad
del Diálogo Argentino como instrumento inédito y
eficaz para este tiempo de transición. Estos consensos y
la metodología para alcanzarlos quieren ser,
además, una contribución a la formulación de
políticas públicas, como verdaderas
políticas de Estado, con amplio apoyo ciudadano, para
éste y otros gobiernos." (10)
También puede observarse que los modos de
referirse a la crisis, a su persistencia y a sus efectos
perversos en las condiciones de vida de la población, descubren la fundada
preocupación por la emergencia de actitudes individuales y
colectivas que representan el debilitamiento de los marcos de la
racionalidad en la convivencia social. En este sentido, cabe
destacar la renovada confianza en el diálogo como un
recurso ó una alternativa para afirmar el espacio de la
racionalidad en el seno de la convivencia social y
política. "Permítanme señalar que aunque se
han oído voces
que ven posible o inevitable la confrontación, lo deseen o
no, creo sinceramente que se trata de un porcentaje minoritario.
En efecto, de acuerdo con una encuesta
reciente desarrollada para el Diálogo Argentino
conjuntamente por Gallup, Mora y Araujo y SEL, hay un 65% de
argentinos, y más de un 70% de la dirigencia, que
está genéricamente a favor de la convocatoria del
diálogo aunque solamente un 49% (que no es poco) cree que
este podría resolver los problemas del país".
(11)
Aunque de modo implícito, la práctica del
Diálogo está reclamando un lugar de liderazgo en
la sociedad que, a su vez, garantice un clima de
confianza y de creencias renovadas. Parece oportuna la
reflexión del sociólogo Julien Freund: "Toda crisis
traduce una carencia de autoridad, en
todos los sentidos del
término…Dicho de otro modo, toda crisis es una crisis de
autoridad, si es verdad que la presencia de una jerarquía
otorga seguridad"(12). Es obvio que Cabe la
sociedad argentina está percibiendo ésa orfandad en
el nivel de la dirigencia política y en consecuencia,
busca en el Diálogo una nueva oportunidad y un
ámbito renovado para la reconstrucción de nuevos
liderazgos. Las referencias al rol de la Iglesia y a los valores
que representa están señalando el orden que la
sociedad prefiere. La Iglesia como autoridad, basada en la
defensa de los valores fundamentales de la convivencia, aparece
como "ultima ratio" antes de la eventual explicitación del
conflicto. Las afirmaciones en tal sentido, están
denotando la intensidad del sentimiento depositado en el
liderazgo moral de esta
institución.
"La crisis es una situación colectiva
caracterizada por contradicciones y rupturas, plena de tensiones
y desacuerdos, que hacen que los individuos y los grupos vacilen
acerca de la línea de conducta que
deben adoptar, porque las reglas y las instituciones ordinarias
quedan en suspenso o inclusive algunas veces están
desfasadas con relación a las nuevas posibilidades que
ofrecen los intereses y las ideas que surgen del cambio."
(13)Y más adelante, el mismo autor agrega:
"Toda crisis implica el tiempo: descansa sobre una
comparación entre el presente y el pasado, de los cuales
el presente toma el aspecto de una miseria y el porvenir el de
una angustia porque el pasado se ha perdido."(14) Este
pensamiento logra focalizar el complejo de emociones que
acompaña a la evolución de los períodos de
crisis, a la dimensión existencial que se expresa en
comportamientos colectivos aparentemente erráticos y como
tal, está presente en el Diálogo, condicionando el
desarrollo de su propia evolución.
Obviamente, la manifestación de la crisis
exacerba lo equívoco y alienta la confusión en
torno a la viabilidad de las acciones que
se emprenden. La crisis en tanto se manifiesta como una ruptura,
aun indescifrable que revela el temor a lo desconocido, promueve
comportamientos individuales y colectivos que apelan a lo
irracional como un contrasentido que refleje la necesidad de
construir otra conciencia de la realidad.
La demanda de
"que se vayan todos", "que gobiernen las asambleas", expresa
ésta rebelión contra lo racional, lo establecido,
la percepción de "insolvencia" de la política para
responder a las necesidades que le plantea la sociedad. La
frustración de las expectativas está en el origen
del conflicto. Recordemos a E. Durkheim
cuando distingue dos fases en el proceso de conformación
del conflicto: "a) acumulación de ansiedades y
frustraciones, producidas por una drástica
restricción de las aspiraciones que albergaba el actor
social; b) arranque espontáneo de ira popular".
Ciertamente, la crisis no evoluciona por sí misma
hacia el conflicto. Es preciso la intervención de la
voluntad de los actores para definir el conflicto. Este suele
aparecer como un expediente de solución. No olvidemos que
la identificación de un enemigo cumple la función de
reintroducir la certidumbre en el horizonte de las expectativas
de los
actores, mientras alimenta un sentimiento de seguridad,
que otorga la ilusión de poseer una idea a modo de verdad
incontrastable. El conflicto reintroduce la dialéctica del
"amigo-enemigo" y reconoce como origen la disputa en torno a un
derecho cuestionado. Por ello, el conflicto se explicita cuando
han fallado las otras soluciones: la negociación o el arbitraje.
Existe un consenso generalizado respecto de la
importancia del diálogo como práctica fundacional y
fundamental de la democracia. La
democracia requiere del diálogo para construir
significados comunes y compartidos, que delimitan el campo de
legitimidad de los actos de la autoridad
política.
Diversos antecedentes en el contexto latinoamericano dan
cuenta de la práctica del Diálogo en situaciones
representativas de dinámicas políticas complejas
por la diversidad e intensidad de los intereses en pugna. Entre
ellos, podemos mencionar al proceso de pacificación en
Guatemala,
después de largos años de violencia militar y
paramilitar contra las poblaciones indígenas; el proceso
vivido en El Salvador y el más próximo a nuestros
días, el dificultoso proceso de diálogo en Colombia
entre el Estado y
las organizaciones
guerrilleras FARC y ELN.
En todos ellos, el diálogo aparece con su
potencialidad transformadora en el sentido de construir otro
espacio para la distribución del poder en la sociedad,
orientado a promover la participación de los actores en
torno a nuevos significados que, a su vez, renuevan lealtades
políticas y redefinen lazos de cooperación social.
Se trata de procesos que tienden a la búsqueda de
"significados compartidos" para fundar una nueva
construcción social de mayor cooperación y
orientada a "transformar el conflicto". De esta manera, el
proceso de diálogo genera las condiciones para un proyecto
colectivo que condensa expectativas comunes, mientras las partes
se comprometen en su realización.
Llegados a este punto cabe distinguir entre los
conflictos de intereses y conflictos de valores. Esta
distinción explicitada por el sociólogo W. Aubert
hace referencia a aquello que es materia de
negociación –de intereses- y lo que, en principio,
no es negociable. Pensamos que éste aspecto arroja luz
sobre la coyuntura del Diálogo Argentino en la medida que
tales distinciones permitirían desarrollar nuevas estrategias de
sistematización del diálogo. Los conflictos de
intereses hacen referencia a lo cuantitativo mientras que lo
cualitativo está referido al sistema de valores y
creencias. No obstante, la realidad muestra una constante
convivencia entre ambos aspectos; sea de conflictos de intereses
que se vuelven rígidos como así también, de
conflictos de valores que encuentran dimensiones convergentes y
propiciatorias de diálogo.
"los intereses en conflicto no son completamente
incompatibles. Tan sólo lo son hasta el punto en que las
ganancias de una parte pueden convertirse en las pérdidas
de la otra" (1969b:285)(15). Y lo que es más,
en este tipo de conflictos existe una zona de
intersección, de intereses convergentes: ambas partes
están de acuerdo en la validez del bien, por lo que, a
través de la negociación, buscarán el modo
de "minimizar el riesgo de la
mayor pérdida" para ambas. (Aubert)
La negociación se ocupa del conflicto de
intereses aunque puede resultar insuficiente para generar
consenso donde existe un conflicto de valores. En términos
valorativos, la cultura del conflicto implica la
consideración valiosa del mismo, no por lo que éste
tiene de antagonismo y hostilidad, sino porque la confianza en
los medios de
resolución – todo es negociable, todo es resoluble-
dará lugar a enriquecedores y liberadores
resultados.
En efecto, el eje de la negociación reside en la
identificación de los intereses, su grado de
contradicción recíproca y la aceptación de
ésa diferencia por cada uno de los actores implicados. "Yo
no estoy de acuerdo con su posición pero acepto que
tenemos intereses opuestos, nuestro desafío es construir
una zona de acuerdo".La Teoría
de la Negociación reconoce su núcleo central en
ésta problemática de la identificación de
los intereses y en los modos de satisfacerlos buscando el
beneficio mutuo.
"La negociación es la característica
esencial de una sociedad que crea riqueza porque posibilita la
distribución voluntaria de cualquier cosa, aliada a la
naturaleza,
que se cree gracias al esfuerzo humano y para cubrir las
necesidades humanas.
La negociación es un explícito intercambio
pactado de forma voluntaria entre personas que quieren algo las
unas de las otras."(16)
Los procesos de negociación ó
concertación de intereses diferentes y por otra parte,
aquellos que se proponen la superación del conflicto,
generando estructuras de pacificación, condiciones para la
reconciliación y el compromiso de reparación de los
daños y de las ofensas que fueran resultado de la
injusticia y la violencia; todo ello debe formar parte del
Diálogo como arquitectura del
consenso en la sociedad.
Se refleja una voluntad de diálogo que no es
posible confirmar de un modo sistemático en
la sociedad. Se asemeja más a un discurso sobre
la voluntad que al ejercicio de la misma. La pregunta, en todo
caso tiene que ver con la condiciones que reclama esa voluntad de
diálogo para continuar. La afirmación de la
voluntad junto a "tengo dudas de que podamos construir un
ámbito creíble"(17) hablan de una
voluntad no comprometida con los objetivos del
diálogo y más bien como un compromiso formal, con
un proceso ritual.
La participación, al decir de Bohm tiene dos
dimensiones fundamentales: compartir y contribuir. Ambas
están estrechamente vinculadas al trabajo en común,
a una idea consensuada que se prolonga en una estrategia de
"co-laboración", de trabajo conjunto. Diálogo es
comunicación, "hacer común" la producción de significados. Sobre esta base
es posible la cooperación, el trabajar juntos: "co-operar
significa literalmente trabajar juntos [y para que ello ocurra,
las personas] deben ser capaces de ir más allá de
la mera trasmisión de datos de una
persona que
actúa como autoridad a otras que actúan como
instrumentos pasivos de esa autoridad y crear algo en
común"(18).Cabe preguntarse hasta qué
punto, este segundo aspecto está presente en los actores,
como una disposición explícita a generar
condiciones que permitan ésa
colaboración.
Cierta concepción ingenua, más
precisamente paternalista, de la participación,
según la cual se participa de algo construido, de un
ámbito institucionalizado con centralidad de la autoridad,
desalienta un modo de participación que debe hacerse cargo
de las consecuencias generadas por su propia dinámica. La
participación es fundamentalmente, involucrarse en la
construcción de otro equilibrio del poder. Hoy es posible
hablar de nuevas prácticas para la generación de
consensos creativos que surgen de la "conversación
común, la decisión común y el trabajo
común y que precede a la participación activa de
los ciudadanos en la transformación del conflicto a
través de una conciencia y un juicio político
comunes".(19)
Incertidumbre sobre los objetivos del
diálogo
Existe una marcada confusión entre diversos
términos que remiten a diferentes realidades:
concertación, pacto, consenso, diálogo. Más
allá de las experiencias históricas que se
concretaron en procesos de concertación laboral y siempre
estuvieron referidos a procesos de negociación entre
actores institucionalizados y recíprocamente
legítimos como portadores de intereses explícitos,
cabe recordar las diferencias en los contextos
históricos.
Esta incertidumbre respecto de los objetivos del proceso
de diálogo es fuente de algunos interrogantes:
¿Debe ésta etapa del diálogo abocarse a los
temas de la emergencia ó del mediano y largo plazo?.
Ciertamente, estamos acostumbrados a trabajar en líneas
inconexas entre ambas dimensiones. Lo dominante de la coyuntura
ha generado una tendencia a resolver en términos de
inmediatez sin preocuparse por las consecuencias de tales actos y
decisiones, las cuales terminan obstaculizando la
preparación de una óptica
de mediano plazo.
Cierta incapacidad para vincular las soluciones del
presente con la preparación del porvenir se origina en la
afirmación de un pensamiento fragmentario que se proyecta
en la ruptura de continuidades temporales. Conocemos los
fundamentos del dogma "neo liberal" que demoniza la planificación para sustituirla por una
visión inmediatista y proyectada como matriz de un
pensamiento eficientista que se desentiende de los efectos de
aquellas acciones que se hacen en su nombre. Las
ideologías del "ajuste" son una prueba de ello en el
territorio latinoamericano.
La coyuntura y el mediano plazo no son visualizados en
términos de continuidad en el discurso político y
económico sino como contradictorios. Ello se traduce en
una incapacidad para definir cursos de
acción de modo autónomo. "La combinación de
descuido a largo y corto plazo de los valores compartidos le va
al debilitamiento del orden moral y a sus esperadas consecuencias
de disfuncionalidad"(20). Estos procesos de
regresión aparecen ligados al crecimiento de la
complejidad de los problemas y al modo mutilador de tratarlos. La
política, en consecuencia, se fragmenta en sus modos de
intervención en la realidad y la posibilidad de construir
una concepción integradora del fenómeno
político disminuye o desaparece.
Parafraseando a Edgar Morin: "La anti-política es
el discurso de la despolitización de la sociedad. Todo se
disuelve en la
administración, en lo cuantificable (sondeos, encuestas y
estadísticas). La política en trizas
pierde la comprensión de la vida, de los sufrimientos, de
los desamparos, de las soledades, de las necesidades no
cuantificables. Todo esto contribuye a una gigantesca
regresión democrática: los ciudadanos
desposeídos de los problemas fundamentales de la
ciudad."(21)
En los últimos tiempos, los vientos de la
liviandad política en Argentina han venido preñados
del prejuicio de la anti-política. A partir de constatar,
a modo de silogismo, que si la política no resuelve los
problemas "aquí y ahora", se puede deducir que la
política es una actividad inútil y en tal
carácter no reviste valor alguno
para la marcha de la sociedad.
Hemos llegado así, a la conclusión
"paradigmática" de que la política tiene el lugar
del no-valor para la sociedad en la medida que no aporta bienes
tangibles que puedan evaluarse como necesarios para "la gente". A
este sujeto tan abstracto como colectivo sólo le interesan
sus problemas y el modo más expeditivo de resolverlos.
Problemas inmediatos que tienen que ver con la supervivencia de
sí mismo y su entorno inmediato en un contexto de cultura
consumista que postula valores autoreferenciados y
extraños a la solidaridad.
Para qué entonces la política si cada
individuo puede abstraerse en una sociedad autoreferenciada que
le otorga la ilusión de la autodependencia, si puede
elegir el momento para conectarse con los demás, si cada
uno puede reconstruir su propio mundo virtual sin la demanda
existencial del prójimo. Claro que se puede razonar sobre
los problemas del conjunto social, los problemas "macro" que
dibujan una especie de perímetro para indicar que la
solución es una cuestión de expertos a los que cada
individuo confía su destino mientras entretiene su
cotidianeidad en lo micro, en un espacio de consumo de
energía encerrado en sí mismo. "No existen
solamente las incapacidades democráticas. Hay procesos de
regresión democrática que tienden a marginar a los
ciudadanos de las grandes decisiones políticas (bajo el
pretexto de que éstas son muy «complicadas» y
deben ser tomadas por «expertos» tecnócratas);
a atrofiar sus habilidades, a amenazar la diversidad, a degradar
el civismo. Estos procesos de regresión están
ligados al crecimiento de la complejidad de los problemas y al
modo mutilador de tratarlos. La política se fragmenta en
diversos campos y la posibilidad de concebirlos juntos disminuye
o desaparece." (22)
Este aspecto está directamente vinculado a la
inclusión de los ciudadanos comunes en este proceso de
diálogo. Así ha sido reclamado y es posible afirmar
que una porción creciente de la sociedad no se siente
legítimamente representada mientras que la nueva
dinámica de las movilizaciones ha demostrado que todos
somos parte del problema y no sólo destinatarios de la
solución.
En este contexto se descubre una demanda a favor de
incrementar mecanismos que garanticen la confianza mutua en el
proceso de diálogo; ¿vienen todos con la misma
voluntad de acordar?. Este interrogante alude a "especulaciones
sectoriales e intereses cruzados" que hacen dudar de la honestidad para
debatir sin prejuicios.
Nuestra sociedad ha conocido de una extensa
prédica refractaria a la legitimidad de los intereses
sectoriales y aun corporativos, sin embargo, más
allá del discurso, la práctica del poder adolece
del mismo defecto que critica. Los intereses sectoriales que
ponen en cuestión algunos equilibrios de poder en la
sociedad, desde una práctica referenciada en una
visión política de la relación
Estado-Sociedad, son calificados de corporativos con el
propósito de restar legitimidad y eficacia a sus
propósitos; un ejemplo lo constituye el "corporativismo
sindical". Estas situaciones han llevado, en diversas
oportunidades, a plantear los conflictos en términos de
necesidades sociales y "lo que es necesario solo puede ser
de un modo y no de otro", de esta forma la alternativa de la
negociación se clausura cuando las presentaciones se
plantean como necesidades absolutas. "Nada podrá cambiar
la presencia de una necesidad absoluta porque, de una forma u
otra, la persona creerá que tiene una razón
válida para aferrarse a ella o para odiar a quienes
parecen interponerse en el camino de lo que le parece
absolutamente necesario" (23)
El diálogo se percibe como un espacio que
además de procesar demandas, inquietudes y expectativas de
los participantes y de reflejar el ánimo de la sociedad en
un momento determinado, pone en juego su capacidad de generar
respuestas consistentes, a partir de un proceso de
creación de valor que permite superar el dilema planteado
desde la necesidad antes que de la posibilidad.
Las demandas sectoriales que no se reconocen en la
interrelación de los actores sociales, que no comparten la
voluntad de construir una comunidad,
tienden a la fragmentación social, a la pérdida de
identidades y competencia de los grupos humanos; en suma, a la
anomia y a conductas reactivas y antisociales.
Una "buena sociedad" como afirma Etzioni es aquella que
promueve "la educación, el
liderazgo, la persuasión, la confianza y los
diálogos morales para sostener las virtudes, [por ello es
preciso] definir un núcleo de valores que es menester
promover, un núcleo sustancial más rico que los que
hacen que un procedimiento sea
meritorio" (24)
"Hemos aprendido a finales del siglo XX que hay que
substituir la visión de un universo que
obedece a un orden impecable por una visión donde el universo sea
el juego y lo que está en juego es una dialógica
(relación – antagónica, competente y
complementaria) entre el orden, el desorden y la
organización." (25)
En este contexto cabe recordar que el problema
fundamental que experimenta nuestra sociedad tiene que ver con el
fenómeno de la exclusión social agudizado por el
desempleo que
priva a los individuos de toda posibilidad de subsistencia de una
manera autónoma. Se pierde libertad,
autonomía y dignidad. Diferencia con la marginalidad,
marginal es el que habita en los márgenes, el
fenómeno de los años sesenta como consecuencia de
los procesos de industrialización y urbanización.
La exclusión se define con respecto al sistema y a las
barreras que este impone para ingresar o permanecer en él.
La exclusión es expulsión y es ruptura del pacto de
ciudadanía que define la relación del Estado con la
sociedad.
La exclusión como categoría teórica
y la expulsión como realidad existencial tienen que ver
con la carencia. El excluido ha sido empujado de algún
lugar hacia la nada pero en la realidad se plantea el problema de
la reubicación, de la reinserción que obviamente no
puede ser en la misma sociedad que lo ha excluido. Esa sociedad
debe cambiar para poder incorporarlo nuevamente. De allí
que la denominación de excluido es insuficiente en
términos de construir un pensamiento de futuro y
sólo puede alimentar un pensamiento de denuncia de la
contradicción de una sociedad que expulsa. En estos
términos, el excluido no es un actor social pleno sino una
categoría descriptiva y una realidad existencial. El actor
se define a partir de la voluntad, de la energía que puede
movilizar para transformar un determinado estado de cosas. De
modo que la inclusión en el Diálogo Argentino debe
significar la inclusión de un concepto pleno de
la ciudadanía como condición para efectivizar el
diálogo.
"En Argentina, ciertamente la crisis de la Democracia
abarca todos los aspectos pues, la incapacidad de las
instituciones para impartir justicia,
garantizar la seguridad a los ciudadanos y acreditar la administración transparente de los recursos
públicos; está resultando en una sociedad
caracterizada por la anomia y la alineación de la sociedad
respecto del Estado." (26)
En este sentido, el diálogo está poniendo
sobre la mesa aquellos núcleos problemáticos que
hacen a la viabilidad de un sistema democrático en
Argentina. El diálogo tiene que ver con la oportunidad de
nuevos actores sociales y políticos que están
dispuestos a ensanchar el ámbito de la reflexión
política, a incorporar la incertidumbre como un dato
constitutivo de los procesos de cambio y las diferencias de
opinión, de intereses como expresión de una
diversidad pluralista.
La falta de comprensión. Ciertamente, la
construcción de un ámbito de diálogo se
fundamenta en la importancia de la comunicación, de
propiciar el desarrollo de sus capacidades de transmisión
de información, condición necesaria para la
comprensión pero no suficiente.
"Hay dos comprensiones: la comprensión
intelectual u objetiva y la comprensión humana
intersubjetiva. Comprender significa intelectualmente aprehender
en conjunto, com-prehendere, asir en conjunto (el texto y su
contexto, las partes y el todo, lo múltiple y lo
individual). […] Explicar, es considerar lo que hay que conocer
como un objeto y aplicarle todos los medios objetivos de conocimiento.
La comprensión humana sobrepasa la explicación.
[…] Las personas se perciben no sólo objetivamente, sino
como otro sujeto con el cual uno se identifica y que uno
identifica en sí mismo, un ego alter que se vuelve alter
ego. Comprender incluye necesariamente un proceso de
empatía, de identificación y de proyección.
Siempre intersubjetiva, la comprensión necesita apertura,
simpatía, generosidad."(27)
El proceso de construcción de consensos requiere
de un espacio de liderazgo que debe ser público y
promovido desde el Estado con la participación de personas
caracterizadas por su capacidad de liderar el pensamiento.
Como señala Chris Argyris, el Líder
es aquel capaz de acompañar a los demás hasta el
confín de sus posibilidades. Hay que fundar un espacio del
pensamiento que sea legitimante de prácticas
políticas, ello requiere un nuevo diálogo entre el
Estado y la sociedad que renueve la vinculación
público-privado. Redefinir lo público como
razón de ser del Estado.
Lic. Juan Carlos Herrera
Licenciado en Ciencia
Política