- Introduccion
- La otra teoría de la
evolución - La ruptura con lo natural y el
concepto de tiempo - Llegan los primeros
instrumentos - El retorno a la
especialización - Reflexiones sobre el
futuro
No sabemos mucho acerca de cómo la especie humana
se separó del resto del mundo animal. Tan sólo
podemos afirmar que nuestros parientes más cercanos, los
chimpancés, pertenecen a una estirpe lejana a la nuestra
en 2 ó 3 millones de años. Resulta difícil
imaginar una vinculación especial entre chimpancés
y humanos. Sin duda, el camino que ha separado a ambas especies
es largo, pero ¿cuál fue el punto de la
bifurcación? ¿Por qué
ocurrió?
Las investigaciones
antropológicas no han logrado responder a estas preguntas.
Por ello no pretendo resolver científicamente estas
incógnitas, sino realizar una aproximación
ensayista en busca de una interpretación de lo que pudo
ocurrir.
Los humanos somos distintos a los animales, aunque
provenimos de un espacio genético común compartido
con otros primates. Sin embargo, en algún momento humanos
y primates iniciaron, por motivos que desconocemos, un camino por
separado. Se produjo lo que he dado en llamar una
bifurcación. Este camino que llevó a los humanos a
alcanzar su capacidad mental se produjo respecto a todas las
especies animales que
poblaban la tierra.
Debió existir una estrategia
diferenciadora del ser prehumano respecto a sus parientes
más próximos, los primates, y también
respecto al resto de los seres vivos. Esta estrategia es
sólo explicable si se basa en un planteamiento opuesto al
que siguieron los demás seres vivientes. El resultado fue
singular e irrepetible, y determinó la separación
rápida y profunda de todas las otras especies.
Veamos que hicieron los demás seres vivientes de
la mano del naturalista Charles Darwin. Él
nos legó una teoría
que basa la evolución de las especies en los cambios
provocados por la adaptación. Las modificaciones del medio
fuerzan la adaptación por la regla de la supervivencia del
mejor adaptado, provocando la adopción
de mutaciones o cambios exitosos frente a las nuevas
circunstancias. El cambio es
continuo en cada especie. Surgen crisis que
provocan la extinción, cuando la dimensión o
rapidez del cambio no
permite a la especie adaptarse al cambio con la agilidad
necesaria.
Pero, ¿puede este mecanismo conducir y explicar
la evolución y la posición de la
especie humana en nuestros días? ¿Es el mecanismo
de adaptación al medio el que nos hace evolucionar?
¿O lo fue en algún momento? ¿Qué
papel
representó la adaptación física y mental
totalmente diferente de otras especies?
Si lo común de todas las especies animales es la
adaptación basada en la especialización, ¿no
podrá ser que existió un camino exitoso fuera de
esta regla general? Si trabajamos desde esta hipótesis, que es una proposición no
demostrada, vamos a recorrer un camino partiendo de la
hipótesis
contraria a la propuesta por Darwin.
La otra teoría
de la evolución
¿Qué ocurriría si una especie,
nuestros primates antecesores, por un cambio en el medio se
encuentra en un nuevo entorno en el que sus competencias o
destrezas no sirven ya como en el anterior medio, pero tampoco
son tan inservibles como para provocar su extinción? Si
esta especie no se especializa, si no es mejor en casi nada,
¿estará irremediablemente condenada a la
extinción? No siendo quien más corre, quien mejor
trepa, quien mejor olfatea, quien más oye,
¿Cómo es posible competir? He aquí, que
estando cerrado, por la necesidad rápida de
adaptación y competencia en el
medio, el camino habitual de la modificación y
especialización, sólo es posible intentar el camino
contrario, el de la visión generalista pero
integradora.
Ésta pudiera ser la primera actitud
innovadora de nuestra especie, y seguramente lo único que
nos sigue diferenciando con contundencia de las restantes
especies. Este espíritu de buscar soluciones, de
innovar para sobrevivir, de hacer y construir lo nuevo es, sin
duda, la primera chispa de lo que hoy llamamos tecnología. Este
hábito fue adquirido para siempre por la especie. Se
rompieron las reglas y la especie triunfó respecto a todos
sus competidores y sus antiguas reglas de especialización
y adaptación al entorno. Desde aquel punto sin retorno en
la historia todo ha
sido un mismo camino que nos ha llevado a buscar lo nuevo y que
nos ha permitido millones de años después llegar a
la luna. La especie humana ha transitado de la posición
pasiva del devenir de la naturaleza y de
hacer de ésta la regla de la selección
de las especies, a la actitud activa
de enfrentarse a los problemas
desde la búsqueda de la mejor solución para
sobrevivir.
La primera gran innovación fue romper la regla imperante,
emprender el camino por la senda contraria a todos los
demás y hacer de la actitud generalista o de la
no-especialización el punto fuerte para competir, es
decir, emplear nuevas armas no
existentes en el momento. La necesidad de sobrevivir y competir
basada en la actitud generalista, ha llevado a la especie humana
a desarrollar otras capacidades, no necesarias en otras especies,
que han hecho de nuestro amigo el mono generalista un ser
superior a los demás miembros de la naturaleza, pero
que se ha alejado de manera progresiva de ese espacio donde no
puede competir con ventaja, al menos individualmente.
El comportamiento
ganador en la naturaleza es el que lleva a intentar ajustarse lo
más posible a sus condiciones cambiantes, a ser
rápido para competir por recursos escasos,
a desarrollar los sentidos al
extremo de poder apreciar
y evaluar el entorno en segundos. Todo ello profundiza en la
estrategia de la diferenciación para competir, algo que no
hizo o no pudo hacer la especie humana.
Por el contrario, al ser generalista, aquella especie
enfrentó el problema desde la primera, y quizás
más importante, innovación jamás ocurrida. La
debilidad individual tuvo que ser reemplazada por la potencial
fortaleza del grupo, pero no
a modo de complemento a la especialización como ya sucede
en otras especies, sino como recurso principal. Mis sentidos,
debieron pensar, son débiles en comparación con
otras especies, pero puedo emplear los del resto de mis
semejantes si sé comunicarme con gran eficacia e
intercambiar información de manera precisa. A cambio yo
debo comunicar lo que percibo del entorno para resolver el
problema de otros. Surge así una nueva necesidad que es la
de desarrollar un código
de comunicación lo más rico en detalles
y contenidos posible, que permita superar las capacidades
naturales de la captura inmediata de los sensorialmente mejor
dotados.
La ruptura con lo
natural y el concepto de
tiempo
Intercambiar información con otros supone capturarla,
almacenarla, y transmitirla. Captar para comunicar es muy
distinto a sentir, es separar la sensación de la
acción-comunicación, separar lo percibido de lo
comunicable, separar lo inmediato de lo posible en un futuro
próximo. Surge así la sensación de tiempo como la
distancia entre acciones. Esta
primera ruptura con lo natural exige interiorizar el tiempo, una
sensación que ordena las capturas de los sentidos,
clasifica y borra los almacenamientos de sensaciones y los
espacios para la secuencia de la
comunicación con el resto de la especie. Nos
encargamos de construirnos un reloj mental que no tiene nada que
ver con el reloj natural. La estructuración del tiempo es
un concepto
sustancial de este desarrollo de
la
comunicación.
Entender el tiempo y saber emplear este recurso es un
logro trascendental que inicia el camino hacia la racionalidad.
Pero esto sólo no basta, y para sobrevivir siendo
generalistas necesitamos potenciar nuevas habilidades y
desarrollar mecanismos que nos ayuden en la comunicación y
en la reflexión. Separando los sentidos de la
acción, el sistema nervioso
y el sensorial se convierten en los ejes principales del desarrollo de
la especie, ya que implican la capacidad de representar la
información, de comunicar de forma eficaz y de asociar a
una información disponible ahora otras circunstancias
anteriores de hechos experimentados.
Este proceso de
acceder a información anterior y combinarla con otra nueva
es un proceso de
reflexión. Pero todo este cúmulo de nuevas formas
de resolver los problemas
pueden tener un punto débil y es el de la escasa velocidad en
el despliegue de toda la secuencia de razonamiento. Cualquier
proceso de reflexión no sirve sino para aportar resultados
elaborados para una respuesta más certera en menos tiempo,
y para apoyar la acción, filtrando o cualificando la
información percibida directamente o a través de
otros. Reflexionar sirve para el futuro, es decir, para prever lo
que ocurrirá.
La actitud generalista de la especie humana abrió
un camino sin precedentes. Desde entonces podemos decir que el
ser humano lo hace casi todo peor que muchas especies animales,
pero hace un poco de casi todo. Corre, nada, salta, ve, grita, y
oye mejor que unos y mucho peor que otros, en todas las
disciplinas tiene especialistas del reino animal que lo hacen
mucho mejor. El humano es capaz de vivir en cualquier clima, se
alimenta de múltiples alimentos, vive
en diferentes espacios naturales, habla múltiples
lenguajes, y emplea multitud de símbolos colectivos, pero
sobre todo desarrolla con extremada sofisticación y
detalle de forma incesante nuevos lenguajes. Sin duda,
comunicándose y creando comunicación se
desarrolló esta especie.
Esta percepción
comunicada en diferido a través del lenguaje
permite también desarrollar el pensamiento
sobre lo que ya no es sentimiento, sobre lo que reside en un
formato almacenado, y con ello permite el desarrollo de lo
abstracto, y en consecuencia, permite plantear las grandes
preguntas sobre lo que no existe como las cosas, sobre el origen
y el destino, sobre el propio pensamiento.
El pensamiento se descubre a sí mismo y el hombre
desarrolla más y más el lenguaje
para dar cabida a esta combinación infinita de las
percepciones, de sus versiones almacenadas, de las
simbologías, de los pensamientos y almacenamientos de los
modelos de
acción. La información, el lenguaje,
la reflexión y la comunicación se encarnan en el
entendimiento superior de las cosas, en el dominio del saber
y de la abstracción.
Tras representar mentalmente la realidad, el ser humano
adquiere y desarrolla la noción de tiempo, que es lo que
separa el sentir del actuar. Esta dimensión no es
importante en los animales. Al estímulo le sigue la
acción y, cuando ésta es rápida y acertada,
el éxito
está asegurado. Para nosotros sentimiento y acción
deben estar separados por la reflexión, en tanto que somos
conscientes de ello entendemos el tiempo. El tiempo va unido a la
simbología, a la memoria que
separa el pasado del futuro, a la capacidad de recordar como
sucedió en otras ocasiones para apoyar la
reflexión. La especulación mental sin contacto con
la naturaleza estaría seguramente operando en ausencia del
tiempo, y aquella fuera del ámbito de los sentidos nos
permite desarrollar nuevos lenguajes simbólicos, que
están fuera de lo que el entorno de lo natural nos
proporciona. En este punto también desarrollamos lo
único que sabemos hacer mejor que el resto de los animales
que es crear símbolos, proyectarnos en el tiempo, crear y
asociar ideas, que nos hablan de los porqués y fines de
las cosas. Así satisfacemos una necesidad que nos hemos
creado, que llevamos dentro como el entender los fundamentos de
la propia naturaleza. Este afán de descubrir los
porqués de nosotros mismos no deja de ser una arrogancia
muy humana de salir de nuestra existencia para volver a
contemplarla como algo ajeno a nosotros mismos.
Todo este complicado devenir que implica el desarrollo
del intelecto se acompaña del correspondiente
enriquecimiento de lo social. Así el objetivo
original de los humanos de ayudarse para sobrevivir
físicamente, se convierte en ayudarse para comunicarse e
interpretar de forma conjunta los problemas cotidianos y los
elementos abstractos de los que nos dotamos. De esta manera,
generación en generación, la especie progresa sobre
la base de una cohesión social basada en la mejora de sus
capacidades de comunicación y de resolución
colectiva de problemas fundamentada en la tecnología, que
sustituye a la competencia por
especialización sensorial propia de los restantes
animales.
Una vez producido este giro irreversible, el progreso y
la supervivencia de las distintas sociedades se
ha basado en la capacidad de desarrollo tecnológico para
avanzar como grupo. En este
punto se consuma la separación con el resto de seres
vivientes. El camino del mono generalista fue ampliándose
con habilidades de comunicación, simbología,
tecnología, con la necesaria interpretación del
mundo real y, en consecuencia, con la creación de un mundo
ideal, un imaginario nuevo y exclusivo del ser humano.
Llegan los primeros
instrumentos
Tanta falta de especialización y su poderosa
capacidad de reflexionar llevó al ser humano a competir
desarrollando instrumentos. El "homo generalista", al separar la
acción de las consecuencias, es capaz también de
concebir elementos mediadores entre el objetivo
deseado y la situación de partida. Crea el instrumento
imaginando cómo resolver cosas, imaginando una forma de
actuar con un instrumento que no existe, creando con ello un
nuevo medio y una forma de uso tampoco existente.
El hombre que
imagina, construye y ensaya instrumentos, refinando
progresivamente este saber, crea las bases de la
tecnología. De la experimentación aprende y
establece reglas de comportamiento, que es capaz de transmitir a otros
en el lenguaje de
los símbolos. Así puede enseñar a otros para
ahorrar tiempo en volver a experimentar. El
conocimiento de la experiencia se deposita en el lenguaje y
en los símbolos, y acumula saber de generación en
generación. Al principio de forma rudimentaria, de padres
a hijos, pero la sofisticación del saber requiere nuevos
instrumentos de aprendizaje como
la escritura.
La especie humana alcanza así el carácter
enciclopédico y el valor del
saber. Saber para predecir comportamientos, para anticiparse a
las circunstancias de cómo serán las cosas, para
hacer que las cosas se comporten como queremos o como sabemos que
se han de comportar. Esta capacidad de predecir nos hace capaces
de inventar instrumentos complejos que hacen cosas de una manera
diseñada de antemano, de una manera automática y
con una alta fiabilidad. El pequeño instrumento manual, cede paso
a la máquina y ésta, en sofisticaciones sucesivas,
nos lleva a sistemas
complejos.
Las máquinas
fabrican máquinas
en un constante proceso de alejamiento de la mano del hombre y en un
desarrollo exponencial de los conocimientos multidisciplinares.
Las máquinas dirigidas por hombres son capaces de fabricar
y de crear espacios de grandes dimensiones donde el hombre se
protege de la propia naturaleza de la que surgió y de los
restantes animales que viven en ella. Ya no le preocupan
éstos y por tanto competir con ellos, pues su vida
está dentro de los propios objetos que construye. Su
ciudad es una nueva naturaleza, una segunda naturaleza, un mundo
tan complejo y tan grande que exige una nueva
especialización. En los próximos años (sobre
el 2020) el crecimiento de las megalópolis hará que
un 70 % de la población mundial viva en las urbes. Se
estará consumando el abandono, quizás definitivo,
de la primera naturaleza.
El hombre desde la primera naturaleza y en su progresivo
alejamiento de ella desarrolla dos planos específicos del
saber: el saber porqué, que le lleva al dominio de la
filosofía y el pensamiento, y el saber cómo que le
lleva a dominar la naturaleza y a desarrollar el saber
científico y tecnológico. Dos saberes
ineludiblemente relacionados que surgen de la separación
del sentir y el actuar. La religión y la azada
con las que el hombre medieval encaraba su vida, hoy se
sustituyen por la política y el coche,
o por la formación y la tecnología.
Es importante entender que el hombre como colectivo se
ha salido parcialmente de la naturaleza y continúa
moviéndose con gran rapidez en esa dirección, y ha creado una segunda
naturaleza construida con productos
hechos por y para el hombre. Esta nueva naturaleza se hace
compleja por su globalidad y exige que el hombre haga lo que
dejó de hacer muchos millones de años atrás.
En este entorno sí quiere competir y, por ello, el ser
humano vuelve a hacerse especialista. Requiere más de 20
años para capturar todo el saber que le es necesario para
desenvolverse en esta segunda naturaleza.
El retorno a la
especialización
El trabajo ha ido evolucionando a lo largo de la
historia asociado
a la
organización de los modos de obtener los recursos
necesarios para la supervivencia. En las primeras etapas de la
humanidad, en éstas en la que la caza, la
recolección y la agricultura
ocupaban el tiempo para conseguir los alimentos, la
especie humana desarrollaba una actividad física intensa y
dependía de ella su capacidad de sobrevivir.
Pero la aparición de las herramientas
cambió el escenario y se fue imponiendo la
especialización en las formas de trabajar. La fuerza bruta
se deriva hacia los animales, a los que se provee de aperos y
sistemas de
aprovechamiento de su capacidad de trabajo. Así el
labrador y el conductor de carros desarrollan habilidades para
dirigir a otros seres con mayor fuerza que
ellos, transformando la domesticación de animales en una
fuente importante de disponibilidad de energía. Pero a
pesar de todo, la fuerza corporal era requisito indispensable de
la capacidad de trabajo en la agricultura.
Es a finales del siglo XIX cuando surge con gran fuerza
la capacidad de controlar la energía, que permite su
explotación allá donde se desea y aplicarla a un
sinfín de artilugios mecánicos y eléctricos.
El trabajo se
transforma en el manejo de estas máquinas que se maniobran
a través de movimientos de piernas y brazos. El hombre
ejerce las tareas más complejas y menos esforzadas. La
energía consumida por las máquinas mueve los
objetos, los desplaza de un sitio a otro y dispone de una
capacidad de trabajo imposible de ser desarrollada por individuos
aislados, ni siquiera por grupos de
ellos.
El trabajo ya no se basa en la fortaleza física,
sino en saber manejar con habilidad máquinas. El puesto de
trabajo empieza a hacerse más sedentario, y el asiento de
la máquina, y del puesto de control empiezan
a restar movilidad al individuo que trabaja. En este escenario
una pequeña parte de los trabajadores empieza a utilizar
máquinas manuales, donde
el teclado sirve
de entrada a muchas de ellas y se convierte en un instrumento
fundamental. Se pasa a depender de las manos y de la vista para
realizar la mayoría de los trabajos en las oficinas.
El trabajo
sobre papeles y máquinas que manejan papeles junto al
teléfono constituyen la quintaesencia de la
labor de los trabajos administrativos. La mecanografía nos exige una rapidez en el
manejo de los teclados y el resto del cuerpo está
inactivo, en espera de terminar estos trabajos para ponerse en
funcionamiento, para caminar y relajarse un poco o ir al
gimnasio.
De la era de las máquinas manuales pasamos
a la era digital. Los ordenadores lo ocupan todo y poco a poco
todos los instrumentos de información y manejo de datos se
convierten en equipos digitales que incorporan nuevos medios de
manipulación. El ordenador incorpora el ratón, ese
instrumento que, gracias a la interactividad e inteligencia
embebida en los programas
informáticos, nos permite pasar de decir lo que queremos
de una forma explícita, a elegir entre las opciones que se
nos ofrecen. El "click" del ratón vuelve a mermar el uso
de nuestro cuerpo. El trabajo de oficina es ya
digital y en su desarrollo utilizamos cada vez más
información existente, introducida por otros o fabricada
por el ordenador. La información existente crece, y con su
reutilización y reordenación podemos producir otros
"items" de información de gran valor.
Estamos trabajando con la vista y un dedo, alejados
sobremanera de las formas primitivas de trabajo físico,
donde músculos más que cerebro eran la
clave para ejecutar lo necesario. Esto ha cambiado para siempre,
y volvemos a trabajar físicamente practicando deporte, como un hobby que
beneficia nuestra salud y que nos descansa de
la tarea cada vez más intelectual y menos física.
Trabajaremos cada vez más con el cerebro y menos
con los músculos y el trabajo del saber y del conocimiento
se apoyará en los ordenadores. El "homo pensante"
empleará una tecnología más sofisticada como
la tecnología
de la información.
La naturaleza de las cosas fabricadas es la segunda
naturaleza. La revolución
industrial completa este ciclo del dominio de los
instrumentos a escala planetaria
y el hombre que domina la energía y la materia
construye sus propios nidos, se desarrolla en unos espacios que
el mismo construye, que son aislados de la naturaleza y reducidos
en dimensión. El recurso productivo ya no es la mano de
obra sino el saber hacer, el tener la capacidad de emplear la
tecnología, la energía y, en definitiva, el dominio
de las cosas.
Este nuevo escenario promueve cambios
sustánciales. Así como la naturaleza busca la
diferenciación y por ello los destinos y formas son de
creciente variedad, el dominio de la tecnología y la
producción masiva fomentan la similitud, la
igualdad de
los usos de los bienes y
servicios. En
la segunda naturaleza lo uniforme y monótono sustituye a
la variedad y la especialización de la primera naturaleza.
A pesar de la aparente libertad y de
la democracia que
respeta la variedad de actuación, los comportamientos
sociales se mimetizan y se camina a un mundo de similares.
Nacemos con la posibilidad de ser distintos y morimos
prácticamente iguales.
Todas las ciudades se parecen y hacen una realidad aquel
eslogan de una agencia de turismo: "Viaje ahora, antes
de que todo el mundo sea igual". Esta segunda naturaleza, que
trae lo que llamamos progreso o más bien disponibilidad de
un entorno confortable, que minimiza los riesgos y los
esfuerzos físicos y que nos suministra múltiples
objetos fruto de la imaginación y de la capacidad
constructiva de la industria, nos
lleva a la ausencia de diferenciación de los usos y
costumbres. Éstas en sus expresiones más rurales se
extinguen y se pretenden conservar en régimen de
invernadero en los museos y en el folklore,
fuera de su entorno natural, y se convierten en fuentes de
atractivo e interés
cultural que nos retorna al pasado, a lo que no volverá a
ser nunca como fue.
La ciudad desemboca en la pérdida de identidad
cultural, en la eliminación de los ritos y la
sustitución masiva de éstos por los derivados de
los masivos medios de
comunicación. Al incrementar la complejidad y el
número de individuos alrededor de unos recursos
compartidos, se incrementan las necesidades de
comunicación. Tanta información indiscriminada
llega a generar una tendencia a la superficialidad en la
información y en la comunicación y a la ausencia de
la reflexión y del pensamiento.
Otras consecuencias de este nuevo escenario son el
incremento de la esperanza de vida, el aumento del consumo y una
constante añoranza de la primera naturaleza, reflejada en
el interés
por lo ambiental, las vacaciones en la naturaleza y el retorno
hacia el campo de los más pudientes. Este interés
también se manifiesta en las actividades deportivas. Lo
que antes era trabajo físico, cuando el poco tiempo
disponible se dedicaba a descansar, se ha invertido por el
trabajo sedentario y la afición deportiva en el escaso
tiempo de descanso. El deporte es el retorno a la
versión primitiva de la primera naturaleza en formato
urbano, es regresar a los modos de actividad con la naturaleza,
aunque los encerramos en los estadios, en los pabellones de
deporte, para aislarnos una vez más de un entorno
añorado, pero que ahora nos es hostil y
extraño.
Estamos en el fin de la era industrial que ha alcanzado
su auge en los últimos años del siglo XX, en la
culminación de una era que no vamos a abandonar, sino a
convertir en un nuevo peldaño hacia un escenario nuevo,
quizás hacia una tercera naturaleza. ¿Pero
cuál es el giro, la nueva noticia que nos puede llevar a
construir sobre lo ya construido un nuevo espacio, una nueva
ciudad, un nuevo modo de sentir, de ver, de pensar?
Se trata de una tecnología que se aplica sobre
el
conocimiento, sobre lo no tangible, sobre el saber y la
capacidad de comunicarse, una tecnología que supera los
límites
espacio-temporales. Son los medios de
telecomunicación, los que superpuestos en la segunda
naturaleza están creando estos nuevos espacios de lo
llamado virtual, que es como lo real, pero no es un objeto
físico.
Este nuevo camino hace que la interrelación entre
personas, países y economías crezca sin cesar. Todo
objeto de comunicación y de transferencia de
información entre personas es manipulable por medio de los
ordenadores de forma rápida, barata y reubicable, no
importa en qué lugar del mundo. La digitalización
de cualquier contenido de información permite crear
espacios nuevos, hasta ahora no imaginables.
No sabemos si esta nueva capacidad unida a la capacidad
de producción propia de la segunda
generación, hará del trabajo intelectual lo que
esta última hizo del trabajo físico. Es decir, si
el trabajo físico se ha convertido en deporte, puede que
el trabajo intelectual se convierta en entretenimiento y
competición de saberes.
Así, puede pensarse que en la tercera
generación se desarrollarán los llamados "metas",
el metaconocimiento o el conocer sobre el cómo conocer, la
metainformación o la información sobre la
información, o la metatecnología o la
tecnología que gobierna la tecnología. Casi todo
está por descubrir en este nuevo espacio de conocimientos
empaquetados, combinables e intercambiables.
La distancia entre los que empiezan a estar en este
nuevo espacio de la tercera naturaleza, y los que aún no
saben nada de ella se acrecienta. La distancia no se mide ya en
kilómetros, sino en formas de pensar, explicar la vida y
recorrer este maratón tecnológico. Algunos, que son
la mayoría, están en la primera naturaleza, los
más en condiciones de miseria, mientras los menos en los
países industrializados establecen los criterios de la
nueva economía, y se acercan a la tercera
naturaleza con el empleo
intensivo de las telecomunicaciones y la informática. Los primeros se mueven hacia
las ciudades desprovistos de conocimientos suficientes para
adentrarse en el ámbito de la producción
industrial. Se producen situaciones dramáticas de
marginación. La tecnología provoca que no se
requiera tanta mano de obra como la disponible y la distancia
entre ricos y pobres crece impulsada por las diferencias de
conocimiento,
de saber hacer y de tecnología no transferida.
En cada una de las tres naturalezas las capacidades
discriminantes y generadoras de estatus y valor cambian, pero lo
hacen de forma drástica, y lo que sirve en unas no vale
nada en otras. El tránsito entre ellas es a costa de
grandes sufrimientos debido a la inadaptación de
generaciones enteras que transitan con casi nulos recursos hacia
un "mundo mejor". Lo hacen por el futuro de sus hijos, por ese
sentido de conservación y continuidad que llevamos dentro.
Se da la paradoja de que existen grupos humanos
que, aún viviendo muy cerca entre sí, viven a una
gran distancia en el tiempo, quizás de doscientos o
trescientos años en sus medios de confort, sistemas de
sanidad, acceso a la educación y, en
definitiva, de calidad de
vida. Muchos de los conflictos
políticos, económicos y sociales obedecen a una
prisa difícilmente explicable (llevamos en la tierra 1,8
millones de años) de superar las distancias culturales, de
imponer un veloz tránsito económico y de competencias
personales y de crear unas tensiones generacionales en los
pueblos a través de las tres naturalezas, intentando que
todo ocurra en unas pocas decenas de años.
Estas barreras del tiempo sólo se derriban a
través de la cultura, de la
formación del conocimiento, de la liberación
personal, de
la capacidad de entender y comprender a los otros. Todo ello,
queramos o no, en detrimento de lo local, de la cultura
singular fruto de un entorno cerrado, especial, parcialmente
incomunicado y en una imparable secuencia de recorrido desde la
primera naturaleza a la tercera, desde la agricultura al reino de
lo simbólico y lo virtual, desde la familia o
grupo unido a un territorio al reino de la comunicación
global, desde la familia y el
relevo generacional a la generación del aislamiento
comunicacional.
Las distancias no cesan de crecer entre personas y
pueblos, y aún no sabemos la capacidad de tensión
que puede suponer mantener estas distancias, pero parece claro
que hay que introducir una nueva línea de pensamiento para
resolver los problemas que se están creando en la
complicada adaptación de las sociedades a
este cambio de milenio con la aparición de la tercera
naturaleza. ¿Estaremos necesitados de un cambio de
estrategia como la que se experimentó en la
separación del ser humano del conjunto de las especies
animales? El cambio que se avecina requerirá enfoques
altamente revolucionarios. Seguramente en algo por lo que nadie
apostaría se encuentra el punto de partida.
Juan José Goñi Zabala
Director de Proyectos
Estratégicos de Ibermática