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En búsqueda de la sabiduría como respuesta a nuestro ser (página 3)




Enviado por latiniando



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Vida humana y cultura

El hombre, naturaleza inadaptada Como las plantas y los animales, el hombre es un viviente; tiene en común con ellos numerosas operaciones inmanentes, como alimentarse, crecer, reproducirse, la percepción sensorial, etc. Sin embargo, el ser humano está inadaptado al medio: un niño abandonado moriría de inanición, o sería devorado. Los hombres no llegamos acabados al mundo, no somos animales especializados en nada; somos demasiado débiles y carecemos de armas y abrigos naturales. Pero hablamos. La vida humana no es meramente física; ni meramente vegetativa; ni sólo sensorial. La vida humana incluye todos esos aspectos subordinados a uno más fuerte: pensar y hablar. La imagen que el hombre se formado sobre sí mismo, ya desde los tiempos de la antigua Grecia, es la de un "microcosmos", es decir, un mundo en pequeño, un resumen del universo entero. Conviene precaverse ante el exagerado espiritualismo, que mira al mundo con extrañeza, como si se tratara de un accidente contrario a nuestra naturaleza. Es el tema de nuestra corporeidad. El cuerpo es nuestra presencia en el mundo, se trata de nuestra naturaleza real. No somos unos extraños en el mundo, tenemos mucho en común con él; genéricamente, el hombre es un cuerpo viviente y un animal. ¿Qué es lo específico? Tener el uso de la palabra, y el uso de las cosas. Definición de la cultura La mayor parte del pensamiento se plasma en el lenguaje. Éste es la primera obra externa del pensar; la segunda es la técnica. El conjunto de las obras externas de la mente son la cultura. Si el pensamiento no se exterioriza, no hay obra cultural. Un poeta experimenta una emoción y forma dentro de sí una frase, un primer verso. Si en ese momento el poeta muriera, el poema no se escribiría. Habría habido una experiencia estética tan elevada como se quiera, pero no una obra cultural: habría faltado allí la obra externa, el poema que puede hacer pensar y sentir algo parecido a otros hombres. La cultura no es la vida interior de las personas, sino su plasmación externa. Un hacha de sílex y un ordenador son obras externas del pensamiento. La cultura es la obra externa del pensamiento, tal como las palabras son el signo externo de las ideas. Sin obra exteriorizada no hay cultura. La obra externa del pensar es de muchos tipos: estética, técnica, científica, etc. Se habla entonces de bienes culturales de diversa índole. Con la ayuda del lenguaje (transmitido en la familia y en el grupo social) y de los bienes útiles, de la técnica, el hombre se adapta al mundo, lo configura para sí mismo porque lo trabaja, lo domina y lo cuida. Los animales tienen instintos, los seres humanos tenemos cultura: ella nos proporciona un "mundo humano". Hay muchas formas culturales, según etapas históricas y pueblos, pero todas entrelazan tres categorías de realidades: el lenguaje, las instituciones y la técnica. Por otra parte, el dominio y conservación del mundo humano derivan de otro aspecto primordial de nuestro ser: el trabajo. El hombre es verdaderamente homo faber, es decir, trabajador. Trabajar no es una opción (como si la holganza fuera natural y lícita), sino una condición natural. El existir humano es activo, se prolonga en las actividades productivas (lingüísticas, sociales, políticas, técnicas, etc.). El trabajo es actividad humana; aunque no toda actividad humana sea laboral. Los animales no trabajan. El ser humano, pues, no vive adaptado al medio, sino a la cultura; los seres humanos nos capacitamos para vivir en el mundo gracias a la inculturación, es decir, a la inserción en una cultura. Esto es la educación más temprana, la niñez y juventud como formación. En suma, la cultura configura el mundo humano, diferente del mundo natural o cosmos. Tomando como base esta descripción, podemos definir: La cultura es actividad productiva de bienes para el hombre, exteriorizados y transmitidos hereditariamente, que son objeto de mejora e innovación Consideremos los elementos de nuestra definición: · La cultura está en los objetos externos. Es objeto, no sujeto[1]. · La cultura objetiva consta de bienes. No puede constar de males. Los bienes hacen bien al hombre, los males le dañan. · La cultura consta de bienes artificiales, productos del hombre. (El sol, por ejemplo, es un bien natural, no producido por el hombre, luego no es un bien cultural. El hacha y el poema son productos humanos, son bienes culturales). · Todos los productos de la técnica son perfectibles, susceptibles de progreso. Por lo mismo, los conservamos, los recibimos y pasamos en herencia. · El progreso cultural no tiene fin; los instrumentos se pueden perfeccionar y multiplicar hasta el infinito. Esto significa que la cultura (la ciencia, la técnica, la economía, etc.) carece de fin en sí misma: el fin de la técnica no es técnico, etc. La esencia humana La definición expresa la esencia, lo que es. Pues bien, podemos definir al hombre por la capacidad de tener. He aquí una definición que está en la línea de la que dio Aristóteles y la continúa: el hombre es el ser que tiene (Leonardo Polo); ser que tiene o ser capaz de tener. Nótese que en esta definición no se confunde el ser y el tener; el hombre es el único ser que es capaz de poseer, de tener, y en diversos sentidos. Podemos tener de tres maneras: 1ª. Según el cuerpo, así tenemos la ropa, los instrumentos, la casa, etc., todos los bienes materiales, en suma. 2ª. Según el espíritu, tenemos ciencia, conocimientos teóricos o prácticos. 3ª Según la naturaleza, tenemos hábitos adquiridos a partir de operaciones; los hábitos buenos o virtudes perfeccionan la naturaleza humana, hasta el punto de constituir una "segunda naturaleza". He aquí una notable diferencia entre la cultura objetiva y la cultura subjetiva o cultivo de sí, del espíritu: la primera es una "continuatio naturae", una continuación de la naturaleza externa, la segunda es naturaleza adquirida, incremento o crecimiento de la propia naturaleza humana. La noción de "tener" o posesión sirve, pues, para definir la realidad humana. Los hombres poseemos los bienes culturales, porque los sabemos construir y utilizar, es decir, tenemos según el cuerpo aquello que previamente hemos poseído por el saber. Conocer, usar y poseer instrumentos es, por lo tanto, una característica esencial humana. Además, la capacidad de advertir el ser instrumental y su valor de tal es exclusiva del hombre. Cuando el arqueólogo encuentra instrumentos asegura que sus autores eran humanos. Ver el carácter instrumental de los medios, implica pensar su orden al fin, captar una relación. Eso es lo que hace posible la idea de instrumento. (Eso significa, también, discernir entre lo relativo y lo absoluto, el instrumento y el fin). El hombre se define por la capacidad de conocer la relación medio-fin, esto es, por la capacidad de comprender el ser (relativo) del medio. Ahora bien, la capacidad de hacer progresar la cultura tiene como condición suya la vida social, la cooperación consciente y, por lo tanto, e lenguaje porque para colaborar es preciso comunicarse ideas y valoraciones. Tradición y diversidad cultural Acabamos de ver que la cultura presupone una vida mental, familiar y social. Es patrimonio, tarea colectiva que atraviesa las épocas. Toda cultura es una tradición (del lat. traditio, transmitir algo). Pero eso plantea el problema de qué pasa con ciertas formas de entender la vida, aquellas que la ven como ruptura con la tradición, esto es, con los criterios de los padres. Aquí aparece el tema de las culturas alternativas y de la contra-cultura. Las calles de las grandes ciudades modernas nos lo presentan visualmente: desfilan ante nuestra vista, con sus costumbres e indumentarias diversos, el trabajador manual, el ejecutivo, el "okupa" o el vagabundo, etc. Además, con la actualidad de las migraciones, la diversidad cultural del mundo ha cobrado un relieve que antes no tenía, entre nosotros. La facilidad de las comunicaciones nos acerca también a diversas maneras de entender y organizar la vida; y así como es un hecho que la cultura occidental ha configurado el mundo a través de los descubrimientos, la colonización y, finalmente, la supremacía científica y tecnológica, también es cierto que se han cometido muchos abusos en la historia de las colonizaciones. El quinto centenario del descubrimiento de América se vio fuertemente contestado, por parte de algunos movimientos indigenistas y en nombre de los Derechos Humanos; se denunciaba la falta de respeto a las culturas autóctonas. Junto a los hechos que avalan aquella contestación, es cierto también que, antes de la llegada de los españoles, en algunas tribus americanas se practicaba la antropofagia ritual, los sacrificios humanos o ciertas formas de esclavitud, que reinaba una especie de estado de guerra perpetua entre ellas, etc. Al menos la idea de los Derechos Humanos (y con ella la razón para insubordinarse ante esos errores y denunciarlos) la aportaron los españoles.

La cultura y las culturas ("civilizaciones") Se suele hablar de "etnocentrismo" para destacar el hecho de que las valoraciones son relativas a la cultura en que cada uno ha sido educado. Así, considerar que la cultura propia es superior y que, en consecuencia, tiene derecho a imponerse es etnocentrismo. En realidad, uno valora tal como lo han educado. Pero no es evidente que la propia educación sea la mejor. De aquí se suele llegar a la conclusión —tal vez precipitada— de que todas las culturas son relativas: ninguna sería mejor ni peor, sino todas diferentes, como diferentes son los individuos. Y se debe respetar la diversidad. Desde luego, la cultura no se impone; mas esa crítica se funda en un equívoco, por la semejanza existente entre las palabras "cultura", "sabiduría" y "civilización". La sociología y la antropología cultural denominan civilizaciones a los diferentes tipos de culturas (en las áreas lingüísticas anglosajonas; en las de influencia franco-alemana suele suceder justo al revés). Pero la cultura es el sistema de los medios de la vida humana; ahora bien, la sabiduría es más: no están en pie de igualdad. Reducir la sabiduría a una "forma cultural" es pretender explicar lo más por lo menos. La cultura se define en términos de exterioridad: un conjunto de bienes que se entrelazan, formando el "sistema de los medios", en el que vive el hombre según cada sociedad histórica. Vamos a pensar un sistema de medios diferente y comprobaremos que corresponde a una cultura diversa, en sentido sociológico. Imaginemos que los mecanismos fueran de madera, que no hubiera siderurgia ni electricidad, etc. ¿Cómo sería la cultura? No existiría la industria moderna, ni la conexión entre ciencia y técnica; tampoco la economía de grandes producciones y precios baratos. No habría progreso económico ni tecnológico, por lo que no existirían la publicidad, ni la radio o la TV, etc. Seguramente tampoco la industria del libro; aún menos los ordenadores y las fotocopias. Los estudiantes tendrían que anotar las lecciones oídas de viva voz y encomendarlas a la memoria. Viviríamos con el ritmo de la luz solar, practicaríamos más la lectura y la memorización, aunque serían pocos los que estudiarían, etc. Con este ejemplo se pretende hacer ver que los bienes culturales, como la ciencia, la técnica, economía, derecho, educación, política, información, etc., forman un tejido coherente, un sistema, el sistema de los medios de la vida humana. Por otra parte, este ejemplo describe un sistema cultural medieval. Aquel tipo de cultura podría darse igual en la Europa medieval como en la China o el Japón de principios del s. XIX. Pero las razones para oponerse al autoritarismo —el respeto, la tolerancia— no son elementos del sistema de los medios, son convicciones religiosas, morales y filosóficas. Un europeo del s. XIII tenía que reconocer en cualquier otro hombre a un hermano, imagen de Dios, dotado de un valor inconmensurable que funda su derecho incondicionado a ser respetado. Cultura medieval, civilización occidental. El oriental, en cambio, no se sabe persona, ser dotado de un valor absoluto, o lo sabe de forma vaga, menos precisa, de modo que no se reconoce como libre e imagen de Dios; lo mismo le sucede al romano o al griego de la antigüedad, para ellos el individuo sin la sociedad no es casi nada. Para éstos, el poder político sí tendría el derecho (y el deber) de imponer qué deben pensar y creer los individuos. Aquí ya no estamos en presencia de diferencias culturales, sino más profundas, son distintas ideas del hombre y de Dios, distintas filosofías o sabidurías. El relativismo ¿Es verdad que todas las culturas son relativas? Si entendemos por "cultura" el sistema de los medios, es clarísimo que sí, ya que los instrumentos son relativos a la función para la que su artífice los ha pensado y construido. (Aunque no es indiferente vivir en la cultura medieval de los pergaminos y los carros de madera o en la del PC y el automóvil con aire acondicionado). ¿Qué diremos, pues? ¿Son relativas las filosofías? La sabiduría humana, es perfectible: el hombre es capaz de mejorar. Su objetivo es el conocimiento de la verdad sobre la existencia humana (en los ejemplos anteriores, la verdad sobre los Derechos Humanos, sobre la dignidad humana, sobre Dios, etc.). Ahora bien, que nuestro acercamiento a la verdad sea gradual, siempre inconcluso, no significa que no exista la verdad de cada asunto. Un relativismo puro es inconsistente. ¿Cuál sería su fórmula? "Todo es relativo". Pero ¿es eso verdad en absoluto, o no? Si es una verdad absoluta, no todo es relativo; si no es absoluta, a veces no es válida. Ortega y Gasset decía que el relativismo es una "idea suicida": si se aplica a sí misma se elimina. Además, para relativizarlo todo necesito un absoluto. En efecto, lo relativo es término de una comparación, pero ¿con qué comparo "todo" si declaro que todo es relativo? La responsabilidad de la cultura Reflexionar sobre la cultura es adoptar un punto de vista más elevado que ella. La cultura, considerada como un todo, incluye diversidad de bienes: ciencias, tecnología, bellas artes, derecho, literatura, política, etc. Hemos visto más arriba que cabe agruparlos en tres grandes géneros o categorías: lenguaje, instituciones y técnica. Pongamos otro ejemplo: el uso de la radioactividad ¿es "sólo" una cuestión científica, técnica, política? Parece que no; cada uno de estos sectores de la cultura responde al "cómo" de algo en particular, pero ninguno al "por qué", ninguno de ellos desvela la cuestión del sentido, no aclaran nada sobre los fines de la vida humana; ni la técnica ni la política conocen el sentido y razón de ser de las armas, sólo conocen su uso, "cómo funcionan". Es más fácil saber cómo funciona o cómo se fabrica el arma, que saber por qué la hacemos, o si debemos hacerla o no. Aparece aquí la responsabilidad, ante la humanidad actual y futura. Lo mismo podría decirse con referencia al medio ambiente, las leyes sobre la familia o la protección legal de la vida del embrión, del no-nacido, etc. Al final no queda más remedio que reconocer que no hay ciencia ni técnica alguna que responda de la humanidad, capaz de responder de la suerte de la familia humana que vive en la Naturaleza y en sociedad, generación tras generación; sin embargo, somos responsables del mundo que dejaremos tras de nosotros. Ahora bien, si la cultura no fuera capaz de crear un mundo hermoso, acogedor y humano, entonces habría dejado de cumplir su función: servir al hombre, que llega al mundo inadaptado. Para las ciencias sociales "cultura" (civilisation) significa no sólo un sistema de medios o "mundo humano", por contraposición al meramente físico; suele incluir la dimensión normativa: valores y usos sociales, tales como recompensas y castigos. Ese sistema de valores y juicios, cuando es interiorizado por el individuo, lo "humaniza" y convierte en miembro del grupo social. ¿Qué decir al respecto? Cualquier cultura está impregnada de alguna concepción religiosa, ética y filosófica. Hay buenas razones para pensar que ya era así entre los hombres de Neandertal. Los medios tienen su razón de ser en el hombre que los construye y utiliza: dependen de él. Nada más lógico, pues, que reconocer la presencia de valores, creencias, interpretaciones, etc., en medios como el arte, el derecho, la economía, y todas las formas de la cultura, especialmente en la opinión pública y en los medios de comunicación social. De éstos deriva el poder. Las diferencias de concepción filosófica motivan conflictos en la actualidad y en el pasado. Por el contrario, la unidad de concepción de la vida presta "cohesión" a los grupos y seguridad a sus miembros. Una característica de la sociedad occidental moderna es la atomización, la débil cohesión, el aislamiento y multiplicación de los conflictos. Todo eso es cierto, pero no significa que la sabiduría sea un producto cultural. Sólo significa que las culturas se modifican si las personas modifican su comprensión de la propia existencia. Es lógico. También es lógico añadir que la comprensión del sentido y realidad de la existencia humana puede ser más o menos acertada. En suma, la sabiduría y la moralidad penetran en la esfera de los medios en forma de creencias, opiniones y costumbres. Los individuos son meramente arrastrados por las opiniones y usos dominantes, o bien los enjuician críticamente e inician procesos de cambio del sentir común, en la opinión pública. Estos procesos son lentos, pero se originan siempre en la interioridad pensante de unos pocos que no se limitan a seguir la corriente, sino que la crean. La sabiduría Ya hemos dicho que enjuiciar la cultura es adoptar una visual más alta. Aparece así la visión filosófica. La filosofía y la religión pueden tener efectos externos, pero son accidentales. Lo esencial de estas dimensiones vitales humanas es interior, y no tiene plasmación externa adecuada. La filosofía es sabiduría. La sabiduría no es cultura. Si la sabiduría no es cultura, es porque es más, no porque sea incultura. Si juzga a la cultura, en conjunto, es lógico que no sea una de sus partes. La filosofía aspira a hacer al hombre sabio, es el saber responsable de la cultura y de la vida humana. El pensamiento juzga de todo. Si juzga, es responsable de todo. Ahora bien, no es posible juzgar al pensamiento, sino mediante el mismo pensar. La dimensión intelectual hábil para juzgar de todas las cosas por sus causas más altas, o "últimas", se llama sabiduría (lat. sapientia, gr. sophía). La dimensión sapiencial del pensar es innegable. Aunque sólo sea porque el encargo de "gobernar", esto es, de formular juicios inteligentes sobre la cultura (en su conjunto y también sobre alguna de sus partes, así como sobre las mismas relaciones de las partes entre sí) no puede recaer sobre ninguna ciencia en particular ni sobre una técnica. Si el pensamiento juzga todas las cosas, sólo él puede examinarse y enjuiciarse a sí mismo. Esta función es asumida por la filosofía, que no es, propiamente hablando, una parte de la cultura.


Ciencia y Filosofía Conocimiento y grados del saber

"Quien afirma que no se debe filosofar… hace filosofía, porque es propio del filósofo discutir qué se debe y qué no se debe hacer en la vida" (Aristóteles) I. Los grados del saber La naturaleza instrumental de la cultura Discurrimos sobre la cultura, luego pensamos en términos superiores. La cultura no es el grado supremo del saber. El saber tiene grados. Por eso decimos: el pensamiento juzga de todo. La cultura no agota el pensamiento. (El poder de pensar no se agota en ninguno de sus resultados). Hay más poder de pensar que saber; y el saber es también más amplio que la cultura. ¿Qué es pues "cultura"? ¿Cómo la delimitamos? Hemos dicho que configura el "mundo humano", que consiste en el orden de los medios, y que su sentido es servir a la vida humana. El orden de los medios tiene su origen en la inteligencia; y su sentido depende del ser personal. Dicho al revés: si el «orden de los medios» se volviera contra la persona y su dignidad, no sería cultura, sino barbarie. Luego la cultura no es un valor absoluto; tiene un valor muy alto, pero subordinado a la inteligencia y la dignidad del ser personal. Una descripción del orden de los medios advierte en seguida que abraza tres categorías u órdenes, a saber: 1) el lenguaje, 2) las instituciones y 3) la técnica. También se pueden describir como grupos de ciencias: ciencias del lenguaje, ciencias sociales y ciencias de la naturaleza. Objetivadas en saberes que yacen en libros y otros instrumentos, las partes de la cultura son bienes. Se trata de bienes públicos, a los que todos pueden acceder; de modo que los bienes de la cultura obedecen a la capacidad humana de tener. El hombre, dice Aristóteles, es «el viviente que tiene logos». Traslademos ahora la atención de los bienes tenidos al mismo hecho de «tener». También en el tener hay grados: los bienes técnicos o artefactos los tenemos según el cuerpo. La ciencia la tenemos según el espíritu. Los hábitos buenos –las virtudes– las tenemos de forma más honda, son nuestra naturaleza adquirida. En suma, la cultura o sistema de los medios incluye el lenguaje, la técnica y la ciencia. Las ciencias sociales ordenan la convivencia, el trabajo, la economía, el derecho, la política, etc. Ciencia y técnica permiten la obtención de nuevos bienes mediante el trabajo. En la obtención técnica es donde más claramente aparecen las "novedades", la innovación. Esto dio lugar, en el pensamiento moderno, a una atención preferente a la noción de progreso. ¿En qué consiste el progreso? No cabe limitarlo a la vertiente técnica e innovadora; se debe pensar también en la vida familiar y social. En su vertiente técnica progreso es convertir fines en medios. Para ello se vale de medios, es decir, de fines ya logrados. Cabe describir el trabajo como capacidad de construir artefactos valiéndose de medios artificiales. El trabajo se vale de medios para obtener fines que, en seguida, pasan a ser medios para nuevos trabajos. Pongamos un ejemplo: la invención de la imprenta permitió que los libros, que hasta la modernidad eran fines, pasaran a ser medios para la instrucción. En efecto, en el mundo antiguo y medieval, los libros eran escasos y muy caros: tenían carácter de fines, por ellos algunos se desplazaban a lomos de cabalgaduras, de monasterio a monasterio, de ciudad a ciudad. La imprenta ha cambiado el mundo humano. En la modernidad, el libro y el periódico son medios, no fines. Lo mismo sucede con la alimentación; si el alimento suficiente está asegurado, comer es un medio, los fines son la vida laboral, social, espiritual, etc. Pero si una ciudad padece estado de guerra, comer lo justo deja de ser un medio y vuelve a ser un fin; tiene lugar un retroceso. El progreso convierte fines en medios y posibilita fines nuevos; el retroceso, al revés, convierte los medios en fines. Los instrumentos provienen del saber y del trabajo, y los poseemos según nuestra corporalidad; así, lo que se adapta a la mano es manejable, etc. Concluyamos: la técnica es fruto de la visión del orden (ciencia) y del consiguiente saber producir orden (artefactos). El saber de los medios y los útiles, el saber técnico, es humano: ver orden presupone el pensar, la capacidad de entender. La razón y el orden Preguntamos ahora qué diferencia hay entre sentir y pensar. Podrían parecer lo mismo, pero no son iguales. Santo Tomás de Aquino (1225-1274), siguiendo a Aristóteles en su realismo, distingue entre la sensación y el pensamiento mediante la idea de orden. Conocer es tan propio de los sentidos como de la inteligencia, pero conocer orden es prerrogativa de la mente, no de la sensibilidad. Ver orden significa relacionar; y ser capaz de conocer relaciones es ser capaz de ver lo igual y lo distinto, lo más y lo menos, lo superior y lo inferior, la causa y el efecto; significa también conocer el fin, los medios y el modo como se ordenan éstos al fin. Relacionar es pensar, porque significa poder ordenar algo a un fin; o también, compararlos entre sí como subordinado y superior. Tan importante es esta capacidad de percibir el orden que podemos deducir una clasificación de los saberes a partir de ella. A diferentes actos de la razón corresponden diferentes hábitos que la perfeccionan: la ciencia natural, la lógica, la ética y la técnica. Aristóteles condensó una multitud de reflexiones sobre la naturaleza del saber en una frase: Es propio del sabio ordenar. Tomás de Aquino, pensador profundo y seguramente el mejor intérprete de Aristóteles, la ha comentado de la siguiente manera: Tomás de Aquino (1225-1274), autor de la mejor síntesis de la sabiduría griega y cristiana en el siglo XIII. Fue un profundo expositor de Aristóteles, san Agustín y la Patrística. "Es propio del sabio ordenar. Y es así porque la sabiduría es la perfección mayor de la razón, lo propio de la cual es conocer el orden. Porque, aunque las potencias sensitivas conozcan algunas cosas en absoluto, conocer el orden de una cosa a otra es exclusivo del entendimiento o de la razón (…) Ahora bien, el orden es objeto de la razón de cuatro maneras. Existe un orden que la razón no construye sino que se limita a considerar y este es el orden de las cosas naturales. Hay otro orden que la razón introduce, cuando lo considera, en sus propios actos, como cuando ordena sus conceptos entre sí y los signos de los conceptos que son las voces significativas. Hay un tercer orden que la razón introduce, al considerarlo, en las operaciones de la voluntad. El cuarto, por último, es el orden que la razón introduce, al considerarlo en las cosas externas de las que ella misma es causa, como el mueble o la casa" (Tomás de Aquino, Comentario a la Ética a Nicómaco, Prólogo). Las virtudes intelectuales: técnica, ciencia y sabiduría Las virtudes son cualidades adquiridas. No nacemos con ellas, resultan de los actos (de su repetición y rectificación) y perfeccionan una facultad. Las virtudes potencian la capacidad de obrar de esa facultad: nos hacen aptos para obrar con prontitud, facilidad, perfección y gozo. El nombre latino virtus, deriva de vis (fuerza); las virtudes son virtualidades, poderes. Son también cualidades, no magnitudes; tampoco son innatas. Es nativa la disposición para ellas: una piedra, por más veces que la lancen al aire, no se vuelve leve, ni vuela. Las virtudes resultan de la acción y revierten sobre la facultad, potenciándola para obrar mejor. Se dividen en intelectuales y morales. Nos interesan ahora las virtudes intelectuales. Todo nuestro conocimiento es adquirido; y el conocimiento facilita conocer más y mejor. Aristóteles distingue los siguientes hábitos de la razón: inteligencia de los primeros principios, ciencia, sabiduría, prudencia y arte o técnica. Su teoría de los hábitos contiene una concepción del hombre, en la línea de la acción vital y la capacidad de tener. Consideremos, a la luz de esta filosofía del hombre, la relación entre la cultura, las ciencias puras y la sabiduría humana o filosofía. La técnica –de discurrir, de fabricar, etc.– aplica un saber. Toda técnica (ars, tékhne) introduce un orden, después de haberlo considerado y entendido, dice Tomás de Aquino. Por ello, el orden, tanto en los actos como en los instrumentos, proviene del saber. Para hacer algo bien, se precisa saber. Los saberes que guían el obrar son hábitos de la razón práctica, esto es, del entendimiento que guía la acción. Los clásicos los agruparon en torno a dos virtudes intelectuales: técnica (o arte) y prudencia Los saberes que sólo buscan saber no son productivos, sino contemplativos del orden. Se fundan en un orden que no hemos creado, pero es comprensible, causa admiración y deseos de saber. La característica de la teoría es su desinterés: no pretende modificar, sino saber. La teoría origina hábitos de la razón especulativa. Los clásicos les dieron el nombre de inteligencia de los principios, ciencia y sabiduría. La función de la sabiduría: establecer prioridades La cultura, como orden de los medios, incluye la técnica y la prudencia. De la sabiduría, en cambio, se debe decir que no es cultura, pues no produce objetos. Tiene una función superior. La función de la sabiduría en la vida humana es asegurar la prioridad de la persona sobre las cosas, de la ética sobre la técnica y del espíritu sobre la materia. La cultura, pues, no incluye entre sus elementos la religión, ni la moral, ni la filosofía. Sería erróneo afirmar que los principios éticos o filosóficos (el bien moral, la dignidad personal, la libertad, Dios, etc.) son cambiantes según las culturas, o relativos a cada una de ellas. No son culturalmente relativos, porque no son productos culturales, ni parte de cultura alguna; son más bien "medida" de todas ellas, son verdaderamente transculturales. Sin la existencia de criterios sapienciales y transculturales, no sería posible leer literatura, ni la idea de los clásicos, tampoco sería posible la historia, ni ciertas formas de derecho comparado, no cabría idea alguna de crítica cultural, en especial no cabría criterio alguno para distinguir el progreso humano. Así, es evidente la existencia y ejercicio de tales criterios si podemos comprender otras culturas, o cuando leemos a Homero, o cuando valoramos y enjuiciamos hechos históricos, como guerras y genocidios, o cuando consideramos la abolición de la esclavitud como un progreso, y los Derechos Humanos como un criterio para la historia pasada y futura. II. Esbozo histórico de la filosofía Actitudes humanas y filosofía Hemos visto que se puede distinguir entre sentir y entender; además, cabe distinguir entre teoría y praxis, razón especulativa y razón práctica. Una clasificación sencilla de las facultades humanas permite distinguir tres planos en el hombre: el sentimiento, la voluntad y el intelecto. Una distinción muy simple, pero no una simplificación. Según se dé prioridad a los sentimientos, a la voluntad o al entendimiento, resultan concepciones muy distintas del hombre y de la realidad entera. Eso nos puede ayudar a entender por qué hay en la historia concepciones filosóficas diversas. Nos interesa comprender esa diversidad, para comprender, con su auxilio y con el de la misma historia, por qué todas ellas son, sin embargo, filosóficas. Lo que la filosofía es se manifiesta también en su diversidad y en su historia. Tomando como base ese hecho, resumiremos en tres las "concepciones del mundo" o maneras de entender la sabiduría, correspondientes a tres actitudes distintas de la razón humana: 1. Actitud teorética. Para ella el filosofar nace de la admiración y se ordena al conocimiento de la verdad, al ser de las cosas. Concibe la filosofía como metafísica y, solidariamente, como teoría del conocimiento y antropología. 2. Actitud práctica. Se interesa por la acción y el bien moral. Es la de quienes filosofan a partir de la experiencia de la injusticia. Conciben la filosofía como denuncia ética y regeneración política. No se interesa por la teoría en sí misma y propugna una utopía como término del progreso moral. 3. Actitud positivista. Se interesa por la producción de bienes de consumo e instrumentos. Considera superada la filosofía teorética; sólo reconoce el valor de la utilidad. Para ella la ciencia es sólo medio de dominio: saber es poder. Actitud antimetafísica, valora el progreso técnico y espera de éste todas las soluciones. La Antigüedad clásica Narra una antigua tradición que el primero que se llamó filósofo fue Pitágoras (530, a. C.), sabio matemático y orador que, al ser preguntado por su oficio y arte, respondió que era amante de la sabiduría (sophía). Como no entendían su afirmación, comparó la vida con los Juegos Olímpicos: la mayoría iban a hacer tratos y negocios, otros para competir y lograr fama, por fin, una minoría iba allá sólo por el gozo de ver. El filósofo es del tercer tipo: busca saber, no por utilidad, sino por el gozo de saber. Pitágoras vivió en el sur de Italia, a mediados del s. VI antes de Cristo; siglo y medio más tarde, vivió en Atenas Platón (427-347, a. C.) que, al observar cómo los hombres tienen ideales diversos sobre la felicidad, intentó reducirlos a unos pocos "tipos". Como Pitágoras, describe tres formas de vida: 1ª) según el placer, cuando los hombres se procuran sobre todo bienes materiales (útiles, dinero, seguridad, bienestar, etc.); 2ª) según la fama, los hombres se mueven por el prestigio, y por los honores sacrifican los bienes materiales, como los atletas y soldados; 3ª) según la razón, buscando por encima de todo la contemplación de la verdad (theoría); el ideal teorético lleva a algunos a desinteresarse de la riqueza y del prestigio, a buscar por encima de todo el conocimiento, la verdad y el bien. Platón de Atenas discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles fundó la Academia (387 a. C.) con el fin de formar gobernantes sabios Platón ponía en correlación estos tipos de vida o de hombres con tres facultades: el entendimiento, la voluntad y el sentimiento. La cuestión es: ¿cuál tiene prioridad? ¿A cuál de ellas corresponde gobernar? Las tres posibles respuestas son otras tantas actitudes ante la realidad. Cada forma de entender la vida es una idea de lo que es rector en el hombre: la mente, la voluntad o el sentimiento. Son tres maneras de concebir la felicidad: ser sabio, ser poderoso o ser rico; tres motivaciones dominantes: conocer la verdad, dominar en el mundo social, o tener placeres y comodidades. La Escuela de Atenas Sócrates, Platón y Aristóteles (ss. IV-IIIº, a. de C.) afirmaron decididamente la prioridad de la vida según la razón, el ideal teorético. Según ellos, la admiración origina el deseo de saber. Aristóteles de Estagira (384-322, a. C.) escribió que en el ser humano lo natural es el deseo de saber. La Escuela de Atenas: "Todos los hombres desean, por naturaleza, saber" (Aristóteles) Comparemos el deseo natural humano con el deseo natural de los irracionales. Las bestias están inclinadas a conductas fijas, ciegas, que cada espécimen repite sin originalidad. Para los animales lo natural es satisfacer necesidades inmediatas, sensibles, sin hacerse preguntas. Ahora, aquello que es natural para las bestias, no lo es para el hombre. El ser humano subordina sus necesidades sensibles a su vida mental, que puede ser: Especulativa busca saber sólo para saber (teoría). Práctica saber para mejorar la personalidad moral (praxis). Técnica encaminada a producir artefactos (póiesis). La satisfacción de una necesidad, en los animales, es automática: no espera. El hombre, por el contrario, posee la capacidad de esperar (su conocimiento abarca el tiempo), para él es antes pensar que satisfacer el instinto. Ahora, un ser que espera, que se detiene a pensar, domina su propio tiempo y no es dominado por el automatismo de los instintos y pulsiones orgánicas. En el hombre no gobierna el instinto, sino la razón; no tenemos instintos. Un ser que piensa no es instintivo, sino racional El deseo dominante de la bestia es la satisfacción sensible. El deseo dominante del hombre es saber. Mas como el saber es capaz de todo, el hombre es un ser abierto a la totalidad del ser. Por la apertura intelectual somos, en cierto modo, "todas las cosas". Apertura sin límite y reflexión, he aquí dos características diferenciales del hombre. El animal está determinado por el medio en el que vive (adaptación), también por el instinto (conducta fija). La razón interrumpe el automatismo de la vida instintiva —podemos detener los procesos—, y crea los artefactos para que el hombre domine el mundo, que es más que adaptarse a él. Por la razón, el hombre es homo faber, un ser inadaptado al mundo físico, como dice el biólogo Arnold Gehlen, que nace "prematuro", pero construye su mundo, el mundo humano. "El alma es, en cierta manera, todas las cosas" (Aristóteles) "El alma intelectiva ha sido dada al hombre en lugar de todas las formas, para que el hombre sea en cierta manera la totalidad del ser" (Tomás de Aquino) La inteligencia se demuestra capaz de sobrepasar los límites; eso hace del hombre una criatura inquieta, insatisfecha. Si hay una cima sin escalar, alguien llegará allí tarde o temprano; si hay un abismo en las profundidades, alguien tiene que bajar. Alguien tiene que ser el primero en llegar a donde nadie ha llegado. Si hay un "récord" en atletismo, hay que hacerlo retroceder. Insatisfacción, apertura y progreso son naturales para el hombre. La naturaleza humana no está fijada; es naturaleza espiritual, no solamente física. Aristóteles observó que a causa de esa apertura, los hombres —"tanto los antiguos como los actuales", escribe— se maravillaron. Movidos por la admiración hicieron progresos: primero se extrañaron ante problemas comunes. Luego sintieron admiración al contemplar los astros —la firmeza del firmamento—. Por fin, la maravilla "sobre el origen del Todo". Esta es, según Aristóteles, la causa del filosofar y su tema principal. La de este filósofo es una actitud teorética y principalmente metafísica. Helenismo e "ideal del sabio" Durante la época helenístico-romana (del siglo IIIº a. de C., al siglo IVº d. C.), diversas escuelas se plantearon la existencia humana dando prioridad a la práctica. Destacan los filósofos estoicos (como Séneca, Epicteto, Marco Aurelio, emperador), que consideran sabio al hombre que conoce el arte de vivir feliz, contentándose con poco y no permitiendo que los acontecimientos externos perturben su presencia de ánimo. El filósofo adopta igual serenidad ante la buena o la mala fortuna. La sabiduría sería el arte de ser feliz y la felicidad consistiría en no sufrir. Por eso, el sabio buscará la imperturbabilidad de ánimo o "apatía". Los estoicos descubren el valor de la austeridad y el autodominio; su consejo era este: «prescinde y soporta» (abstine et sustine!). Quien se vuelca a buscar satisfacciones y goces externos, fácilmente olvida la vida interior, que advierte el hecho de vivir como algo feliz y bueno por sí mismo. En cuanto a la vida exterior, existe una Razón que gobierna el mundo (Ley natural), el sabio procura conocerla y seguirla, de modo que es sabio y bueno "seguir la naturaleza", obedecer los dictados de la naturaleza es obedecer a Dios. Zenón de Kition (s. IIIº a. C.) fundador de la "Stoa" El estoicismo fue muy influyente en el mundo antiguo, y sigue resonando en muchos pensadores modernos. De él proviene la expresión española: "tomarse las cosas con filosofía". Esta escuela mostraba una actitud práctica, orientada a la felicidad, entendida como "contento" de la vida. Había en ella también un matiz "medicinal": el ser humano padece, sufre a causa de sus errores, necesita ser curado, liberado de los males de la vida. Hay en esto una actitud próxima a la que se encuentra en las teosofías orientales, como el Hinduismo y el Budismo. Marco Aurelio (121-180, d. C.) Otras escuelas de la etapa helenístico-romana del fueron el neoplatonismo, el neo-pitagorismo, el escepticismo y el epicureísmo. A Atenas sucedieron Roma, Pérgamo y, sobre todo, Alejandría como centros del saber. La Patrística La Patrística es un movimiento intelectual cristiano —con precedentes judíos en Alejandría ya en el siglo Iº antes de Cristo—, contemporáneo de las escuelas griegas y romanas, durante los siglos II-IV. Su esfuerzo principal consistió en expresar la fe cristiana con el vocabulario y los conceptos de la filosofía pagana, también procuró infundir en la filosofía los ideales aportados por la fe cristiana; su principal resultado fue la primera gran síntesis de la filosofía griega y el monoteísmo. Ahora bien, el Cristianismo no es una filosofía más, como algunos entendieron en aquella época o en la nuestra, el Cristianismo es la plenitud de la religión revelada, la del Dios de Abraham, Isaac y Jacob. El Dios de Israel no es una divinidad nacional, sino el Dios del Universo; esta universalidad y amplitud de la revelación propició la diversidad filosófica dentro del Cristianismo. Desde el principio, algunos filósofos cristianos adoptaron como propias las ideas de Platón, otros las de Aristóteles, o las del estoicismo, etc., según la actitud de cada pensador. Se considera a San Agustín de Hipona (354-430) la cima de la Patrística latina. Aurelio Agustín Fue un pensador apasionado y vital, sensible a la belleza literaria y a la grandeza intelectual de los clásicos; tras su conversión al Cristianismo los entiende bajo una luz nueva: el hombre y el mundo son criaturas, el Creador no es un ser mudable, sino el Ser eterno, el mismo Ser. Agustín es un filósofo metafísico, platónico y cristiano. La Escolástica, en la Edad Media, prolonga la obra teorética y práctica de las escuelas helenísticas y patrísticas, las enriquecen con la aportación de filósofos musulmanes y con el redescubrimiento de Aristóteles. La Modernidad Trasladémonos ahora de la Antigüedad y los siglos de la Patrística y el medievo hasta la época de la Revolución francesa. Hallamos nuevamente la actitud teorética y la práctica, como aproximaciones a la sabiduría. En la primera mitad del siglo XIX, el desarrollo industrial hizo posible –de manera antes insospechada– la actitud positivista. Un contemporáneo de Jaime Balmes, el francés Auguste Comte, dio a la moderna "fe en el progreso" un peculiar matiz tecnocrático. La Ilustración, llamada "siglo de las Luces" (s. XVIII), había adoptado una actitud de exaltación del domino del mundo. Dos pensadores encarnan bien ese talante del siglo de las Luces: Inmanuel Kant (1724-1804) y Auguste Comte (1798-1857). Ambos se oponen al Cristianismo porque no ven a la razón como criatura, sino como creadora –de la ciencia y del progreso–. Por un lado, Kant es un filósofo idealista, movido por una actitud teorética; mientras que Comte es el padre del positivismo y propugna la supresión de la filosofía en beneficio de la ciencia experimental y la técnica modernas. Kant y la especulación Kant se puede considerar un claro ejemplo de filósofo especulativo. Es cierto que el interés primordial de su sistema es ético —la llamada "autonomía" moral de la razón—, y así lo vieron los filósofos del Romanticismo. No obstante, una parte de ese sistema, su teoría del conocimiento, contenida en la Crítica de la razón pura, es de tanta importancia en el panorama del pensamiento moderno que frecuentemente se la ha considerado aparte, como la obra de filosofía especulativa más influyente de la modernidad. En aquel libro, Kant considera al hombre como repartido entre dos mundos: el físico y el moral. En el mundo físico, la racionalidad se plasma en las leyes exactas de la mecánica de Newton. La física moderna es el modelo que se debe imitar, si queremos responder a la pregunta: ¿qué podemos saber? O bien, ¿cómo es posible la ciencia? En el mundo moral, por el contrario, la ley básica es la libertad. Puesto que en éste existen deberes, ha de existir un sujeto libre. Ahora, Kant entendía la libertad del mismo modo que Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), en El contrato social (1762), a saber, la entendía como independencia de causas externas. En el mundo físico todo está regulado por leyes y causas externas; por eso, en el mundo físico no hay libertad y el hombre no será una naturaleza. Tal como Kant los veía, el mundo físico y el moral (uno mecánico y el otro espiritual) son heterogéneos; y debemos considerarlos siempre separados hasta que sean reunidos por Dios, en la bienaventuranza, que merece quien actúa de acuerdo con el deber moral, es decir, por puro respeto del deber. En el mundo físico el hombre bueno resulta fácil y frecuentemente perjudicado. Kant se da cuenta de que ser bueno no equivale a ser feliz en este mundo. Por lo tanto, Dios reunirá el mérito y el bien sensible; esta reunión del bien moral y del bien físico, al final, será la justicia definitiva. La actitud teórica de Kant se expresa en su gran sentido de la admiración y la reverencia; el filósofo prusiano admiraba un doble prodigio: "Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes,… el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí" (Immanuel Kant) Fichte y la Acción moral Kant veía en la admiración el inicio y causa del filosofar. Su discípulo Johann Gottlieb Fichte (1762-1814), espíritu práctico y hombre de acción, pone sin embargo el inicio de la sabiduría humana en una elección libre, más aún: gratuita. Según Fichte, sólo hay dos filosofías: realismo e idealismo. La primera, afirma que lo real existe en sí, mas eso limita la libertad humana. El idealismo, por el contrario, afirma el espíritu y no reconoce ningún "en sí" exterior a la libertad. Esta dualidad —libertad y cosa "en sí"— equivale en Fichte a la clásica dualidad de "sujeto cognoscente" y "objeto conocido"; ahora, el sujeto es espíritu, libertad, capacidad de acción. Frente a esa idea del espíritu, la pretensión realista de que existen cosas reales, significa acentuar las limitaciones: las cosas son límites, mientras que la libertad es potestad sin límite; en fin, la libertad supera a las cosas, el espíritu es antes que la materia. El espíritu, que es libertad, "pone" la materia ante sí, para superarla. La superación, lucha y acción, es el alma del progreso y en ella encuentra la libertad su exaltación y felicidad. "La filosofía que uno profesa depende de la clase de hombre que es" (J. G. Fichte) Ante el sorprendente planteamiento de Fichte, no queda más remedio que preguntarse: ¿cómo sabemos que el idealismo es la filosofía verdadera? Su respuesta es esta: por autoafirmación, se trata de una elección libre, sin razones. Este es el inicio del filosofar, según Fichte. La experiencia del poder de elegir, del esfuerzo y la superación, son, según él, el punto de arranque de los razonamientos, no ya la admiración ante el orden del universo. Los teóricos modernos de la Revolución (especialmente J.-J. Rousseau y K. Marx) son filósofos de la acción, como Fichte. Si les preguntáramos: ¿cuál es la realidad básica, el hecho primero e incontestable del que partís? No responderían que el ser, o la verdad, tampoco la admiración. Dirán que la realidad primera es voluntad (Rousseau), o praxis, acción o al menos deseo, en busca de satisfacción (Marx). Comte y el Progreso técnico Para Augusto Comte (1798-1857) la realidad humana está gobernada por el progreso en la forma histórica de la Ley de los tres estados, según ésta la humanidad es religiosa en su infancia, metafísica en su juventud y positivista en su madurez. Comte es el fundador del positivismo; no concibe la filosofía como una actividad que valga por sí misma, para él el saber sólo vale por sus resultados útiles y económicos. Son consecuencia del positivismo el utilitarismo y el pragmatismo, actitudes que valoran el éxito por encima de todo. En dos frases se condensa la mentalidad positivista y antimetafísica de A. Comte: 1. Saber para prever, prever para poder. El saber sólo interesa para anticiparnos, para dominar y explotar la Naturaleza. En otras palabras: Saber es poder. Y ¿qué pasa con la verdad de las cosas? 2. Todo es relativo, he aquí la única verdad absoluta, dice Comte, sin asustarse ante la paradoja que su afirmación comporta. No obstante, ¿una relatividad universal, no postula algún absoluto? El ser supremo (le Grand Être), según Auguste Comte, es la humanidad (l"Humanité); el padre del positivismo concibió el saber como Enciclopedia, sistemática y al servicio de la industria y el poder político, un la futura "sociedad positivista". La religión y el ser supremo de la nueva sociedad sería la Humanidad, su ideal moral el Progreso.

Prioridad de la teoría

Prioridad de la inteligencia Hemos expuesto tres concepciones distintas de la filosofía y hemos comprobado que se han dado tanto en los tiempos antiguos como en los modernos. Lo que ahora nos interesa es la cuestión de saber cuál de ellas es la correcta y, por lo tanto, cuál de las tres facultades —intelecto, voluntad y sentimiento— tiene prioridad natural y asume el encargo de ser la guía de las otras. No obstante, no es forzoso pensar en términos de confrontación. Tal como lo vieron los griegos, no se trataba de excluir dos formas de vida para dar lugar a una sola, sino de armonizarlas. Según Platón y Aristóteles, la manera de unirlas es jerarquizarlas; sólo si reconocemos la hegemonía del intelecto podemos poner orden. El orden es cosa del pensamiento. Resulta, pues, que la cuestión de decidir cuál de las tres facultades (intelecto, voluntad y sentimiento), o cuál de las tres actitudes (teórica, práctica y positivista) tiene la legítima prioridad es ya una importante cuestión filosófica. Es la cuestión de saber por qué elegimos un carácter, o estilo de vida, y no otro. Discutiendo este tema con los "positivistas" del siglo IV a. de C., el joven Aristóteles escribió lo siguiente: Tanto si se debe filosofar, como si no se debe filosofar, en todo caso, es preciso filosofar. En efecto, si la búsqueda humana de la sabiduría tiene objeto, entonces éste es el más valioso y debemos investigarlo; pero si no lo tiene, hay explicar por qué, y esa explicación ya es una filosofía. En cuanto nos pongamos a estudiar nuestra incapacidad para conocer la razón profunda de las cosas, estaremos filosofando; por tanto, es cierto: tanto si se debe filosofar, como si no; en todo caso es preciso filosofar. Desde Aristóteles, el sentido común y la historia han decidido la cuestión de la primacía a favor de la teoría. Si hasta para rechazar el primado de la teoría hace falta filosofar, la actitud teorética tiene la hegemonía; ella decide qué lugar corresponde a la voluntad y al sentimiento. El propósito de jerarquizar, supedita los saberes a principios. Hallar una clave de armonía para el hombre y el universo es referirse a principios. Algunos filósofos modernos han caracterizado la filosofía como pensamiento a la luz de los principios, o bien, pensamiento que refiere todos los temas a los principios primeros. La admiración: del mito a la teoría Es un hecho que la filosofía nació como actitud teorética. Antes habían sido el mito y la adquisición de la técnica, o artes prácticas, encaminadas al bienestar o la utilidad. La teoría hizo pasar al mito a un segundo plano. La actitud teorética comienza en el momento en que se advierte que no todo se somete al imperio del tiempo. Sin negar la importancia del tiempo, la filosofía descubre algo permanente en la realidad, y que se corresponde con la intelección. Esa advertencia es la teoría. Ahora bien la teoría es obra del (noûs), el elemento intemporal que hay en el hombre; la filosofía comienza por tanto con la advertencia del espíritu y la apertura a lo intemporal. El mito explica el presente por causas que obraron en un pasado remoto. El mito por excelencia es la interpretación del tiempo que dice: "No hay futuro. El futuro ya ha pasado". El tiempo del mito es circular, es la "rueda del tiempo". En el Mito del Eterno Retorno de lo mismo –que era la concepción dominante antes de la teoría, y todavía lo es en el extremo Oriente– el futuro está ya dado, porque lo que pasará es exactamente lo que "ya ha pasado". Aquí no tiene cabida la libertad: no se puede crear el futuro si ya está dado; si el futuro consiste en repetir el pasado, no se lo puede evitar ni crear, está predeterminado. La actividad teorética, por el contrario, no explica el presente por el pasado, sino por lo actual. La teoría explica las cosas por causas y principios que actúan "ahora": lo que hay, lo que está siendo o existiendo, depende actualmente de principios. Eso es la mirada (gr. theoreîn) teórica o contemplativa. La visión teórica –atenta a lo actual no ya al pasado (mito)– descubre oportunidades: es inventiva, ve la novedad, innova. El objeto de la admiración ha sido lo contrario de la actitud mítica. La admiración intelectual es el estado en que el ser humano se siente cautivado por lo intemporal. Por el contrario, el mitólogo (narrador, poeta) es el hombre de larga memoria, que recuerda cómo se ha formado el mundo, a partir del caos, siguiendo las generaciones de los dioses. El mitólogo vaticina el futuro por el peso del pasado: el futuro no escapará a su suerte. El pasado vuelve. El mitólogo sabe el futuro, porque sabe el pasado. Ahora bien, eso se llama superstición. Quien ha sido educado en la teoría ve que la afirmación de que el futuro ya está dado (es pasado) conduciría a la inacción, al fatalismo y a la pasividad. Ha sido por tanto el primado de la teoría –no el del mito– lo que ha liberado a la acción humana del fatalismo. La libertad y creatividad humanas, tan típicas del hombre occidental, se benefician de la prioridad de la actitud teórica, metafísica. Hay una filosofía nacida de la maravilla, teórica, en el trasfondo de la confianza occidental en la libertad, de cara tanto a la acción ética como al progreso material y técnico. No es una casualidad que la ciencia, en el sentido moderno de la palabra, haya nacido y prosperado en Occidente. Tales y Pitágoras. Mirando a la tierra desde los astros Si preguntamos: "El teorema de Pitágoras, ¿era verdad antes de Pitágoras?" La respuesta que todos dan sin pensarlo es "sí". Parece evidente que la verdad del teorema no depende de Pitágoras, el hombre. Se diría que Pitágoras no ha "inventado" el teorema, sino que lo ha "descubierto": se ha topado con él, como Cristóbal Colón topó con América (porque estaba en medio del camino hacia las Indias Orientales). Como las constelaciones de las estrellas, así parece ser la verdad del teorema: intemporal. Se suele decir que los primeros filósofos se maravillaron al contemplar el cambio, el constante devenir a que están sometidas todas las cosas de la tierra. Y es cierto. Pero debiéramos insistir en este detalle: uno no se admira de algo si no lo encuentra "extraño", esto es, si no toma distancia. Ahora, para extrañarnos de que las cosas cambien, de que "las generaciones de los hombres caen, como las hojas del bosque en otoño" (Homero), es preciso ver como más natural la estabilidad de lo que no cambia. ¿Cómo se produjo esta transformación mental? Era una modificación importante, porque el mundo material no conoce la permanencia de lo intemporal. Al contrario, en el mundo sensible todo es cambiante, con independencia de la rapidez de las variaciones: de prisa o lentamente, en el mundo todo cambia. ¿De dónde viene, por tanto, la extrañeza y la admiración? La filosofía nació en el corazón de hombres que miraban las estrellas. El primero fue Tales de Mileto (s. VI a. de C.), autor del teorema de las paralelas y uno de los "Siete Sabios" de Grecia, viajero, matemático, astrónomo e ingeniero. Tales comparó la región inconmensurable del cielo estrellado con la tierra en la que vivimos. Allá arriba estaban las cosas que "siempre son", según se creía. Las estrellas eran lo permanente, la tierra lo transitorio. Los astros eran siempre iguales, no cambiaban, eternos; mientras que en el mundo de aquí abajo todo era mudable e inconsistente. Sabemos que Tales fue el primero de los que se maravillaron "ante el origen del Todo". ¿Por qué? Por causa de una vuelta de campana, de una revolución mental consistente en invertir la forma de mirar. Tales no parece ser alguien que mira las estrellas desde la tierra, sino uno que considera la tierra desde los astros; no mira hacia "lo que siempre es" desde un momento efímero del tiempo, sino que mira todo lo que cambia, nace, crece y muere, desde la estabilidad de lo intemporal. Lo que extrañó a Tales de Mileto no fue que los astros fueran eternos, sino que en la tierra todo fuese transitorio. No era el cielo, sino la tierra, lo que hacía falta justificar. Este mundo no se entendía; y entender le pareció imprescindible. El hecho de encontrar a las cosas necesitadas de una explicación, por ser temporales, significa que las comparamos con lo intemporal. ¿Cómo era posible tal comparación? Quien compara relaciona dos extremos previamente conocidos. Por lo tanto, la mente conoce tanto lo eterno como el tiempo; dicho de otro modo: la mente humana (el noûs) tiene tanta o más afinidad con las estrellas que con la tierra. Por eso juzga que todo tiene un Principio (arkhé): toda esta diversidad cambiante está dependiendo, "ahora", de una única realidad que no ha cambiado ni cambiará nunca. La pregunta oportuna, por eso, era: ¿de dónde ha salido todo y a dónde se encamina? La pregunta por el origen primero y el destino último sólo es posible para alguien que mire al mundo desde las estrellas, esto es, desde lo intemporal. Desde un principio, la pregunta por la naturaleza (gr. Physis, lat. Natura) fue más allá de la física o cosmología, hasta las causas últimas, convirtiéndose así en metafísica. Quien investiga movido por la admiración filosofa, es decir, ama una especie de imposible: la sabiduría. Los teoremas, el amor y la filosofía tienen en común el adverbio "siempre". Ahora bien, son diversas las realidades que pueden admirar a la mente, de manera que son diversas las temáticas iniciales de la filosofía. ¿Qué realidades admiraron a los filósofos de ayer, como a los de hoy? El impresionante espectáculo del cielo astronómico mueve a admiración. Y también la autoridad de la conciencia, cuando formula el deber. El mismo hecho de conocer es admirable. Lo es, porque es todo conocimiento hay finitud e infinitud: todo lo que conocemos es cosa finita y, por otro lado, el "poder" de conocer no queda saturado por ningún objeto. Este poder se proyecta sin límite, tiene un no sé qué de infinito. Y los hombres lo han atribuido a la divinidad, hasta el punto de afirmar que la sabiduría no es cosa de los hombres, sino de Dios. Tal fue el caso de Sócrates y Aristóteles, en la Antigüedad; pero también el de Descartes, Leibniz y Hegel, en la modernidad. Sócrates. La admiración de saber que no somos Dios Una de las formas más sorprendentes en que se ha expresado esta maravilla del conocer humano fue el dicho de Sócrates: "Sólo sé que no sé nada". Parece que Sócrates (470-399 a. C.) quería decir que, por el hecho de saber que nuestro conocimiento es limitado, lo comparamos con el saber infinitamente perfecto. ¿Cómo sabemos, si no, que es limitado? Y es sorprendente que tengamos idea de un saber perfecto, precisamente cuando reconocemos que nuestro saber es reducido, imperfecto. ¿Cómo tenemos idea del saber perfecto, sin saberlo? Lo cierto es que ya a los antiguos filósofos del paganismo les parecía que la sabiduría era propia sólo de Dios. Por lo tanto, al hombre correspondía no la sabiduría (Sophía), sino el amor a la sabiduría (Philosophia). Modestia del nombre. Para designar la actividad nacida de la sorpresa, la admiración y la conciencia de la propia limitación, hacía falta una palabra modesta. No sabiduría, sino amor a la sabiduría. Eso quería decir en griego filosofía. Era claro que el hombre limita con lo suprarracional, por encima de la razón; limita también con lo infrarracional, que encuentra al descender a la materia, a la singularidad con su imprevisibilidad y excepciones.

Recapitulación una definición clásica de la filosofía

La actitud teórica es el hilo conductor de la historia del pensamiento. Las reacciones voluntaristas (praxis) o positivistas (póiesis) y antimetafísicas se presentan una vez y otra, tal vez como protestas ante el error o extravagancia de algunas teorías –sutiles pero ajenas al sentido común, a la vigencia de los primeros principios–, o como pugna frente al realismo del sentido común. Recapitulemos: La filosofía nace de la admiración, como teoría. Se separa del mito, abriendo el futuro, la libertad. Limitada entre lo suprarracional y lo infrarracional, no reconoce otros límites que los de la misma razón humana. Se pregunta por el origen primero y el fin último de todo cuanto existe. A diferencia de las ciencias, no sólo se plantea preguntas concretas, sino que examina qué quiere decir "saber", "inteligencia", "realidad primordial", etc. Examina temas como Dios, el espíritu, la libertad, etc., pero no es religión. Estas son algunas de las principales ideas que se desprenden de cuanto hemos expuesto en las páginas anteriores. Cabe notar que todas ellas encajan bien en la definición "escolar" del saber filosófico: "La filosofía es la ciencia de todas las cosas, por sus causas últimas, y adquirida por medio de la luz de la razón". Universalidad de la filosofía La misma definición de la filosofía es ya un importante tema filosófico; en ella se pone en juego qué es lo principal, lo hegemónico, en el hombre y en la realidad completa. Puesto que hay diferentes concepciones del hombre y diferentes ideales de vida, la idea de "filosofía" ha sido también bastante distinta en cada época, según las escuelas. De ahí que el interés principal de este capítulo sea tratar de rastrear qué tienen en común: ¿qué es la filosofía, esa tarea tan humana y por ello tan diversa? La definición "escolar" es menos ingenua de lo que pudiera parecer a primera vista, ya que nos deja abierta la cuestión: nos indica mejor lo que la filosofía no es, que lo que ella en sí misma sea. Al cabo, como amor a la sabiduría, se describe por una meta no concluida, que no cabe dar por supuesta. Consideremos las cuatro partículas de la definición "escolar": ciencia: por contraposición a la experiencia y a las opiniones; de todas las cosas: a diferencia de las ciencias (particulares); por causas últimas: a diferencia del método científico experimental o descriptivo, que explica por causas próximas; adquirida por la luz de la razón: a diferencia de la fe y la teología, que se fundan en la Revelación, superior a la razón y comprensión humanas. Notemos que de ahí se desprende una descripción negativa (por tanto no hay "definición"), que nos indica lo que "no es" filosofía: No es un repertorio de opiniones subjetivas, ni alguna experiencia singular. No es una ciencia particular. No es ciencia experimental. Ni tampoco la suma de todas ellas. No es la teología, ni una religión. Cabría añadir que la filosofía no es algo impersonal –como el estado de la ciencia o una historia del mundo–; así como raramente una innovación científica nos cambia la vida, también sería raro que la filosofía que uno hace suya no comprometiera su modo de vivir. Por lo mismo que la sabiduría humana no es un sistema de conceptos objetivados, bien encajados entre sí y concluso, es extraño a ella el propósito de darla por concluida, de "cerrar" el sistema. En referencia a este empeño, que se ha dado en más de una ocasión, afirma Leonardo Polo: "Toda sabiduría humana es prematura". Invito al lector a meditar esta afirmación en su sentido más positivo, como si dijera que la sabiduría humana (la filosofía) puede coincidir con su proceso de maduración personal.


Apéndice

Grados del saber. Las ramas de la filosofía Cuadro esquemático del saber y sus grados Es propio del sabio ordenar (Aristóteles). En el texto de Santo Tomás de Aquino, más arriba citado, se expone cómo la razón, al descubrir o introducir el orden, elabora distintos planos del saber: I. Orden sobrenatural. Saber sobrenatural (revelación, fe teologal, sagrada teología) II. Orden natural. Saber natural (naturaleza, razón, filosofía y ciencias), que se divide: A. Orden real o independiente de la razón, que abarca: 1. Orden natural (Filosofía natural o Cosmología, Psicología) 2. Orden ontológico (Metafísica u Ontología) 3. Orden teológico (Teología natural o Teodicea) A. Orden racional, en los actos de la razón (Filosofía racional o Lógica). B. Orden moral, en los actos de la voluntad (Filosofía moral o Ética). C. Orden técnico, en los actos de la razón que produce artefactos (Técnica y ciencias aplicadas). Definiciones Filosofía (definición escolar clásica). Ciencia, de todas las cosas, por sus causas últimas, adquirida mediante la luz de la razón natural. Se divide en especulativa y práctica, según se ordene a conocer la verdad de las cosas o a guiar la acción. Filosofía natural (o Cosmología). Parte de la filosofía especulativa que tiene como objeto el ser cambiante o móvil. Como los seres cambiantes son sustancias corpóreas, indaga la estructura del ser en cuanto sujeto del cambio y sus causas (materia y forma, causa eficiente y final), así como la esencia de la corporeidad, del espacio y el tiempo. Psicología. (Del gr. psykhé; en lat. anima). La Psicología racional es una parte de la Filosofía natural, en cuanto su objeto es el ente natural viviente. Considera la vida como un tipo de movimiento; vivir es movimiento espontáneo o automovimiento. La materia sola no explica la vida: las piedras son cuerpos y no viven. Se atribuye la vida al alma, como su principio radical e intrínseco al cuerpo; se la define como forma sustancial del cuerpo, estructura íntima del cuerpo viviente. Los hechos psíquicos se diferencian de los hechos físicos; y se clasifican en: cognoscitivos y apetitivos, sensibles o intelectuales. Antropología (Antropología trascendental), la filosofía realista actual asume algunos planteamientos del idealismo moderno, y los logros de la tendencia personalista, considerando la Psicología racional clásica en un nivel más alto, equivalente al metafísico, pues su tema es el ser personal. Se puede admitir que el ser cósmico y el ser personal son realmente diferentes; ello conlleva la distinción entre Metafísica y Antropología sin menoscabo del realismo filosófico (Leonardo Polo). Metafísica. Es la ciencia especulativa por excelencia; todas las ciencias filosóficas son tales en la medida en que toman sus principios de la Metafísica; tiene por objeto el ente en cuanto ente y los principios supremos del ser y del pensar. El tratado de Aristóteles sigue siendo su texto fundacional y la referencia obligada. En cuanto se ocupa de los principios de la razón (especulativa y práctica) es sabiduría: todas las ciencias se valen de los principios, pero ninguna los investiga. Si se acepta la distinción de Antropología trascendental y Metafísica (Polo), entonces se debe decir que la Metafísica no versa primordialmente sobre un objeto, o que el ser no es "objeto", sino acto. Sobre el ser como acto primero versa el hábito de los primeros principios (no-contradicción, causalidad e identidad). Sobre el ser como acto de ser personal versan el hábito de sabiduría y la sindéresis. Este planteamiento se presenta como complementario, no como alternativo, del clásico. Teoría del conocimiento. Es la Metafísica que investiga la esencia del conocimiento y, en segundo lugar, la cuestión de la posibilidad de conocer la verdad, cuál es la naturaleza de ésta y la del error. En cuanto busca una norma para discernir la verdad del error, se llama también Crítica o Criteriología, porque su objeto es el criterio de la certeza. No se la debe confundir con la Metodología de las ciencias, llamada también Epistemología, la cual es, si acaso, una parte de la Lógica. Ontología. Ciencia del ente en cuanto ente (gr. tò ón, lo existente; lat. ens). El nombre Ontología (literalmente: "tratado del ente"), es sinónimo de Metafísica, acuñado en la modernidad. Teología natural (Teodicea). Aristóteles llama a la Metafísica "filosofía primera", porque versa sobre lo primero (el ser) y sobre los principios primeros de la inteligencia; la llama también Theología, tratado del ser primero o del Principio primero. No se debe confundir con la sagrada Teología, porque los principios de ésta son los datos de la fe. La Teología natural investiga la existencia y naturaleza de Dios, primer Principio o Causa suprema, a partir de la experiencia humana y los principios de la razón. Es la coronación de la Metafísica. Desde Platón y Aristóteles, hasta Hegel, la práctica totalidad de los filósofos han considerado que "teología" era casi sinónimo de "metafísica" y, por tanto, casi lo mismo que la filosofía. Lógica. Parte de la filosofía práctica. Se define: "arte directiva del acto de la razón, por la que el hombre razona ordenadamente, con facilidad y sin error". Aquí arte es sinónimo de saber práctico o ciencia práctica. La Lógica es el arte de pensar bien, esto es, "una ordenación de la razón, de manera que sus actos lleguen al fin debido". La razón reflexiona sobre sí misma; por eso, no sólo puede dirigir los actos de las demás facultades, sino también los suyos propios. Cuando la Lógica considera sólo la "forma" o corrección de los razonamientos o inferencias, se llama Lógica formal; esta investiga las leyes de la inferencia o deducción infalible de conclusiones a partir de cualesquiera premisas. Cuando la Lógica considera la "materia" de los razonamientos, esto es, los conceptos y juicios en su expresión lingüística, se llama Lógica material, ésta estudia los signos (semiótica) y la interpretación del lenguaje (filosofía del lenguaje). La Epistemología o Metodología de las ciencias tiene por objeto establecer qué es ciencia y cuáles son los métodos científicos. Hay diversos tipos de ciencias, también diversos métodos. La Retórica estudia el razonamiento persuasivo o probable. Es un método propio de algunas ciencias sociales, humanas, que se fundamentan en la observación, mas no describen hechos invariables sino voluntarios. Ética (Moral). Filosofía práctica que considera el orden que la razón introduce en los actos de la voluntad. Tal orden se establece con vistas al fin último de la vida, viene expresado por la Ley moral natural y se va haciendo hacedero con la adquisición de buenos hábitos, o virtudes, morales. La Filosofía moral define y demuestra sus objetos apelando, principalmente, a la causa final, es decir, al fin al que se ordena la acción. Por eso, el gran tema de la ética o filosofía moral es el destino humano. Puesto que el hombre es un ser destinado y capaz de realizar su destino, la libertad es central en la vida moral. Los temas capitales de la ética son, pues: 1) la libertad, 2) el bien y los bienes, 3) las virtudes, y 4) la norma, los deberes. Sociología, Política, Derecho. Son ciencias subordinadas a la ética, porque toman de ella sus principios primeros y no pueden contradecirla. Juntamente con la historia y la economía, constituyen las ciencias del hombre o sociales. Todas ellas, como la Psicología, se estudian actualmente como ciencias independientes o particulares; no obstante, su raigambre filosófica es tan honda que las diversas escuelas o tendencias responden a la diversidad de filosofías de sus autores. Más que las ciencias de la Naturaleza y la técnica, las ciencias sociales se rigen por principios filosóficos y éticos; dicho de otro modo: las crisis sociales, políticas, jurídicas, etc., entrañan siempre componentes sapienciales. Notas (1) Diferencia entre cualidad y cantidad.– La forma en que se relaciona la cantidad con la acción conlleva desgaste. Si tengo un depósito lleno de gasolina, o un fajo de billetes, puedo hacer muchos kilómetros y muchas compras; pero a más kilómetros, menos gasolina; a más compras menos dinero. En cambio, si conozco un instrumento musical o una teoría matemática, cuanto más toque mejor sabré, cuantos más problemas resuelva, mejor comprenderé esa teoría y la ciencia matemática. Las cantidades se gastan; las cualidades, si son operativas (virtudes), crecen con el ejercicio. (2) Kritik der reinen Vernunft, 1ª edición 1781; 2ª edición 1787. La teoría del conocimiento de Kant es un punto culminante de la filosofía moderna: propone invertir la relación entre el pensar y el ser; que los objetos dependan de nuestra manera de conocer, y no a la inversa. Comparó esta inversión con el "giro de Copérnico". Los filósofos alemanes posteriores (Fichte, Schelling, Hegel, etc.) iniciaron un proceso de crítica de la modernidad que caracterizó a la época romántica y a la contemporánea (siglos XIX y XX). Con Kant se inició una etapa en que el filosofar se entendió ante todo como Crítica, y como testimonio de una "crisis" del hombre que no llegó a resolverse en los dos siglos precedentes. (3) Ante concepciones tan vigorosas como las de Kant y Fichte se hace evidente la dificultad intrínseca de la filosofía y la prudencia necesaria, por parte de quienes no son especialistas, a la hora de comprenderlos adecuadamente. La mayoría de sus asertos son verdaderos, su forma de razonar es lógica y amplia, magnánima, pero llegan de repente a conclusiones que contrarían al sentido común: el mundo no tiene otro ser que su aparecer (dice Kant del cosmos), y ese "ser-aparecer" del mundo lo crea el espíritu humano (dice Fichte). No hay razón para mirar con menosprecio a estos pensadores porque se atrevieran a contradecir abiertamente al sentir común de los mortales; pero tampoco hay razón para dejarnos arrastrar irreflexivamente por lo atrevido u original de sus afirmaciones. Los pensadores geniales merecen respeto. Ahora, el respeto que espera el pensador es el esfuerzo de entenderle. Kant y Fichte intentaban comprender el espíritu; pero en su exagerado espiritualismo llegaron a difuminar (o borrar) la diferencia entre el Creador y la criatura. Su idea del espíritu, olvida que es creado y destinado, por eso se internaron en una especie de "mística" (no del encuentro con Dios, sino del encuentro de la razón consigo misma) que se llamó "idealismo filosófico". Estas filosofías, especialmente el Idealismo absoluto, de Hegel, han originado una grave crisis en el siglo XX. ¿Qué es el hombre, sólo materia o sólo espíritu? Es casi imposible responder bien a preguntas mal planteadas. Todavía hoy se presenta en algunos círculos académicos como si fuera un éxito, o una "madurez", lo que en realidad no son sino salidas "de emergencia" hacia el materialismo (marxismo, positivismo, neopositivismo cientifista) o hacia el "humanismo ateo" y el nihilismo (Sartre, Heidegger, filosofía neo-hegeliana, Vattimo y el "pensamiento débil", etc.). La tarea actual del pensamiento no puede consistir en darlo por "acabado". La era postindustrial, de las comunicaciones y de la bio-tecnología reclama, más que nunca, la responsabilidad de la filosofía. El universo físico, la dignidad humana, el misterio del mal, la historia, nuestro destino último, Dios, siguen siendo los grandes temas: nuestra tarea será comprender cómo se armonizan. (4) Metafísica (lo que está más allá de la física), fue el nombre que desde antiguo se dio a los libros de la Filosofía primera o Teología, de Aristóteles. (5) Todo este capítulo, así como los puntos principales de este "Curso", está en consonancia con el pensamiento de este filósofo actual. Para conocerlo mejor, véase: Leonardo POLO, Introducción a la filosofía, Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1995. Cf. Del mismo autor: Quién es el hombre, Ed. Rialp, Madrid, 1991. Para obtener una buena visión de conjunto del hombre y su obra recomiendo: http://ensayo.rom.uga.edu/filosofos/spain/Polo/ (6) Cf. Jesús GARCÍA LÓPEZ, Tomás de Aquino, Maestro del orden, Madrid, 1985 y 1987; págs. 24-31. Editorial Cincel.

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