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San Martín (página 2)




Enviado por lula16luro



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Mas la hora es difícil, amenazadora
también para la independencia española, y San
Martín cumple el deber que le dicta esa hora de
España. La invasión napoleónica es un hecho:
no es difícil adivinar que el supuesto tránsito
hacia Portugal de las tropas francesas constituye de hecho una
ocupación en regla; la torpeza, las vacilaciones y
disensiones de la familia real, de
un lado, y la ambición del Corso, de otro, han sentado ya
en el trono de España a un rey francés; tampoco hay
que ser zahorí para augurar el levantamiento del pueblo,
que no se hace esperar. En efecto, en 2 de Mayo de 1808, la gesta
de los artilleros Daoíz y Velarde, en Madrid, es la
señal del levantamiento de la nación
entera contra el invasor. Esta será la primera guerra de
independencia en que luche San Martín.

Y se lanza, desde un principio, a esta lucha contra el
invasor con decidido ardor de soldado y patriota.

Es paradójica, sin duda, al parecer, la actitud de
José de San Martín en este momento de su vida y de
la Historia;
contradictorio, en opinión de muchos, el doble impulso que
le lleva, de una parte, a sostener activa correspondencia con
quienes sueñan, al otro lado de los mares, con la libertad de
las naciones americanas, ansiosas por emanciparse de la Madre
España, y, por otra parte, a defender, con la espada en la
mano, la independencia de esta misma España materna contra
el invasor. Y, sin embargo, ¿no es una la generosidad, uno
el impulso de libertad y de
justicia
patria que le mueve, tanto en el sueño de lo lejano como
en el heroísmo de lo inmediato ? Difícil destino el
del hombre
honrado, sincero consigo mismo, que se encuentra, un día,
frente a tal dilema, en la encrucijada de tal
dualidad.

En los primeros días del levantamiento del pueblo
contra los franceses, presencia José de San Martín
uno de los más terribles episodios de la ira popular
desencadenada, de la que está incluso a punto de ser
víctima. Ya se ha dicho que San Martín es ayudante
del General Solano, marqués del Socorro, a la sazón
Gobernador de Cádiz. Por su desdicha, el marqués se
hizo sospechoso de afrancesado y condenó el levantamiento;
cuando las turbas quisieron asaltar el Gobierno Militar,
San Martín se puso, como era su deber, al frente de la
guardia, defendió la Comandancia y salvó, por el
momento, la vida de su General. Poco después, sin embargo,
los amotinados capturaban al General Solano en una casa contigua,
donde se había refugiado, y no tardaron en arrastrar su
ensangrentado cadáver por las calles de la ciudad, como
trofeo de victoria. Por su parte, el Capitán Ayudante
José de San Martín, a quien también buscaban
los sublevados, pudo salvar su vida gracias al teniente coronel
clon Juan de la Cruz Murgeon, que le ocultó y
salvaguardó en tan peligrosas circunstancias.

Y, sin embargo, nadie, en esté terreno, menos
sospechoso que el joven Capitán. No en uno, sino en cien
encuentros contra el francés, le hallamos peleando como un
león. A él se debe, principalmente, en 23 de Junio
de 1808, la acción afortunada de Arjonilla, con la derrota
de la tropa napoleónica. En la gloriosa batalla de
Bailán pone a prueba su valentía y recibe una
medalla de honor; en la de Albuera (1811) es promovido al grado
de Teniente Coronel de Caballería, ascenso que se le
otorga, por los méritos desplegados en la acción,
sobre el mismo campo de batalla. Poco después, libre
España de invasores, es destinado al regimiento de
Dragones de Sagunto. Pero en este momento, la carrera del heroico
militar español San Martín se quiebra como
tal. No es una deserción: es un cambio de
rumbo. O, mejor, una ciega obediencia al mandato del destino. "Su
papel de
soldado de la libertad española ha concluido -dice R. M.
Quintana-; allá lejos le espera una misión
histórica al servicio del
país que le vio nacer."

SAN
MARTÍN EN AMERICA

A fines de ese mismo año de 1811 José de
San Martín está en Londres. Ha quedado tras de
sí sus naves; se ha liberado de toda obligación con
el ejército español y con España. Va a
convertirse en caudillo de lejanas y jóvenes naciones, en
Libertador de un continente; por el momento, sin embargo, es
sólo un conspirador oscuro en una ciudad extranjera. En
Londres entra en relación con los venezolanos Luis
López Méndez y Andrés
Bello, el mexicano Servando Teresa Mier, los argentinos
Carlos Alvear y Matías Zapiola. Estos le acompañan
en su regreso al país de su nacimiento: el 9 de Marzo de
1812 desembarcan juntos en la ciudad de Buenos Aires.

La Revolución
americana reconoce inmediatamente a San Martín su grado de
Teniente Coronel y le confía, para empezar, la
misión de organizar un escuadrón de
caballería, el de los que luego han de ser famosos
granaderos a caballo, los que escribirán con sus
hazañas la verdadera epopeya de la Independencia
americana, el cuerpo que recorrerá triunfalmente toda
América, desde el Plata al Chimborazo, el
que dará más ilustres jefes al ejército
argentino. Antes de que esto llegue, la, misión de San
Martín se extiende ya a la formación de un
verdadero ejército, organizado, disciplinado, armado. El
primer verdadero ejército de la libertad americana es,
indiscutiblemente, obra de San Martín, desde ese primer
día. Lo que resulta tanto más maravilloso si se
piensa que él era, en su propia patria, un recién
llegado, un perfecto desconocido, sin parientes ni amigos.
¿Cuáles eran, entonces, sus credenciales para la
espinosa y difícil misión que se le confiaba ? Sin
duda, las de sus propias virtudes, las que le acompañaron
toda la vida, como señala Ballesteros y
Beretta.

"Era sobrio, metódico, paciente, sereno, lleno de
calma y ecuanimidad -explica este insigne historiador -. La
austeridad, la nobleza de intenciones, la pureza de los principios, el
desinterés, la abnegación, y otras mil más
pequeñas cualidades completan la figura eminente de este
caudillo de la Revolución
americana. Organizador por excelencia, no descuida los detalles,
siquiera los más pequeños; minucioso y precavido,
fraguaba los proyectos
lentamente, preparaba los medios con
tenacidad y sin desmayo, y preveía los efectos a larga
fecha" (Historia de
España – Salvat Editores).

Todas estas cualidades de San Martín se ponen de
manifiesto por vez primera en el combate de San Lorenzo (3 de
Febrero de 1813), trabado cerca del monasterio de este nombre,
situado en la orilla izquierda del Paraná. En ese lugar de
San Lorenzo reciben su bautismo de sangre y fuego
los granaderos de San Martín. Es la primera victoria del
hijo de América en tierra
americana. Nombrado Coronel Mayor, en premio a ella, San
Martín es destinado al mando del ejército del Alto
Perú. Es una tarea titánica; el país es
vastísimo; el ejército todavía
pequeño e inconexo, aún no bien disciplinado; las
comunicaciones
difíciles, cuando no imposibles. Ante la evidencia de que
la ruta del Alto Perú es impracticable, San Martín
concibe la osada idea de atravesar la Cordillera de los Andes,
libertar ci Chile e
invadir el Perú por vía marítima. No se
trata ya de emancipar a una sola nación,
sino a todas sus hermanas; literalmente, a un mundo.

Es preciso adoptar tácticas nuevas, distintas y
más vastas. San Martín escribe, por aquellos
días, a un amigo suyo, Nicolás Rodríguez
Peña: "La patria no hará camino por este lado del
Norte, como no sea en una guerra puramente defensiva. Ya le he
dicho a usted mi secreto. Un ejército pequeño y
bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar
allí con los godos, apoyando un gobierno de
amigos sólidos para acabar con la anarquía que en
todo el país reina. Aliando las fuerzas pasaremos por el
mar a tomar Lima. Ese es el camino y no este que ahora se sigue,
mi amigo. Convénzase usted de que, hasta que no estemos
sobre Lima, la guerra no acabará". (Tucumán, 12 de
Abril de 1814).

Estas palabras habían de ser proféticas.
Nada, sin embargo, parece darles base. La situación del
país – de los países – es verdaderamente
crítica. Nombrado Gobernador intendente de la provincia de
Cuyo (agosto de 1814), se instala San Martín en Mendoza,
donde empieza a reunir a los llaneros, al objeto de formar ese
ejército autóctono de liberación con el que
sueña. Mejora la
administración civil de la provincia, se hace querer
de cuantos le rodean; la gentes del llano, al conjuro de su
influencia, aportan a la causa de la libertad hombres, ganados y
tesoros. Mas ¿es posible que, ni aun con todo esto, llegue
a realizarse esa loca empresci de cruzar los Andes? Los
políticos de Buenos Aires se asustan o escandalizan ante
la magnitud de la tarea. Pero cuando Alvear destituye a San
Martín de su cargo de Gobernador, el Cabildo y su pueblo
se niegan resueltamente a recibir al substituto y San
Martín es confirmado en su cargo.

Hasta 1816 permanece en Mendoza, realizando una labor
agotadora, minuciosa, indescriptible. En el campamento del
Plumerillo, bajo la hábil dirección de fray Luis Beltrán, se
funden cañones, fusiles, espadas. Los propietarios de la
provincia de Cuyo ceden sus esclavos a San Martín para que
vayan a engrosar el ejército expedicionario; los indios
pehuenches prestan su colaboración al futuro libertador.
En algunas regiones de Chile aparecen partidas insurgentes. En la
tropa improvisada de San Martín, al lado del abogado
marcha el pastor de ovejas.

EL PASO DE LOS
ANDES

Esta abigarrada tropa alcanza, en Septiembre de 1816,
los 2.000 hombres; a fines de año se ha duplicado. Tiene
por estandarte el azul y el blanco de la Virgen del Carmen; al
mando de San Martín, cuenta con aguerridos oficiales.
¿Para qué aguardar más? San Martín
tiene, de nuevo, la intuición de su destino, la
sensación de que la hora ha llegado al fin.

En el mes de Enero de 1817 se emprende la pasmosa
aventura, y el ejército inicia su marcha para atravesar la
cordillera. San Martín lo ha divido en tres cuerpos, que
por diversas gargantas han de transmontar los Andes. Con
precisión matemática
se realizan las sabias combinaciones estratégicas que
darán por resultado la liberación de Chile.
¿Qué importan los rigores de la temperatura
invernal en aquellas profundísimas gargantas, qué
la fatiga, la enfermedad ni el hambre? Las tres columnas avanzan,
día y noche, hacia su osado objetivo; no
faltan escaramuzas en la ruta, pero la táctica despegada
por San Martín en el famoso "paso" será elogiada
por todas las escuelas militares del mundo y su figura
será siempre evocada.

El más grave tropiezo lo encuentran los
expedicionarios a mediados de Febrero en la cuesta de Chacabuco.
En el camino de Aconcagua cierran el paso al ejército de
San Martín unos 2.000 realistas al mando del Brigadier
Maroto. Mas San Martín conoce a tiempo la
posición del enemigo y planea, con precisión
certera, un ataque simultáneo de flanco y de frente.
Entablado el combate el 12 de Febrero, los realistas se mantienen
firmes, resistiendo con entereza los embates de las tropas
libertadoras. El valor
derrochado por uno y otro adversario prolonga la lucha, mas,
finalmente, el citado ataque de flanco obliga a los realistas a
ceder el campo.

Maroto retrocede hasta Santiago; los restos de su
ejército capitulan en la hacienda de Chacabuco. Las tropas
expedicionarias continúan su marcha victoriosa hacia la
capital y,
como final del parte que ponía feliz remate a tan
señalada jornada, escribe San Martín las siguientes
memorables palabras:

"Al ejército de los Andes queda para siempre la
gloria de decir: en veinticuatro días hemos hecho la
campaña, pasamos las cordilleras mas elevadas del Globo y
dimos la libertad a Chile."

Llegado el ejército vencedor a la capital, el
cabildo abierto de Santiago proclama Dictador Supremo del
territorio al General San Martín. Pero él no
acepta.

RENUNCIACIONES

Toda la existencia de José de San Martín
es un constante tira y afloja entre el impulso y el
renunciamiento. Donde el peligro, la dificultad, la necesidad le
impulsan a avanzar, a vencer, el objetivo
conseguido, la victoria alcanzada, el provecho próximo y
la gloria al alcance de la mano le dejan frío, indiferente
y le inclinan a renunciar olímpicamente. La
renunciación parece el lujo supremo de este
espíritu selecto, siempre tan rico en el dar como parco en
el pedir. Por otra parte, su existencia se ciñe a la
sencillez más absoluta y austera. He aquí
cómo, punto por punto, la describe uno de sus
biógrafos
más notables.

"Se levanta de madrugada a trabajar hasta el
mediodía -dice-; almuerza de pie y su ración
consiste en puchero, postres caseros, dos copas de vino y una
taza de café;
fuma un cigarro negro, al que es muy aficionado; duerme una breve
siesta bajo el corredor de su casa, sobre cuero crudo, porque es
muy fresco; se levanta después para seguir trabajando
hasta la noche, en que su cena es frugal. Durante la jornada
conversa y escribe; revisa hombres y animales;
inquiere armas,
provisiones y utensilios en el campamento; sale, a veces, por el
campo a conocer la tierra y
las gentes. En la velada familiar juega una partida de ajedrez y a
las diez de la noche se retira ci dormir."

Este cuadro coincide muy bien con la conocida y
bellísima semblanza trazada por José Martí,
cuando dice:

"San Martín, grande y sereno, alto y de tez
obscura; de soberanos, penetrantes ojos; de selvoso y
negrísimo cabello; la nariz prominente y aguileña;
los labios finos, llenos siempre de enérgicas y
vívidas palabras; y en su levita azul con charreteras y
pantalones de galón de oro, militar imperante, austero y
culto, de tan visibles dotes, que con oírle hablar
aparecía su superioridad considerable entre, sus
contemporáneos, y tan tierno y profundo en sus afectos,
que, de ver tan grande hombre, se consolaban los demás de
serlo." Y, sobre todo, cuando añade: "Triunfó sin
obstáculo, por el imperio de lo real aquel hombre que se
hacía el desayuno por sus propias manos, se sentaba al
lado del trabajador, veía porque herrasen la mula con
piedad, daba audiencia a las muchas gentes que a verle
venían en la cocina – entre puchero y el cigarro negro -,
dormía al aire, en un cuero
tendido."

Uno de sus renunciamientos lo detalla Carlos R.
Centurión:

"En 1812, como jefe del Regimiento de Granaderos a
caballo, renunció a la mitad de su escaso emolumento a
favor del Estado. Es el
principio de una cadena de honor que hoy es orgullo del
ejército argentino. En los comienzos de 1815, el
Directorio lo designó General de brigada, en despacho
firmado por Alvear. El agraciado declinó el ascenso,
expresando en una carta famosa:
jamás aceptaré nuevos ascensos. Vencida
España, haré dejación de mi empleo para
retirarme a pasar mis enfermos días en la
soledad".

"En 1816 – continúa la enumeración –
renunció a la mitad de su sueldo como Gobernador de
Mendoza. En la misma época se negó a aceptar la
donación de doscientas cincuenta cuadras que el Cabildo de
aquella ciudad hiciera a su hija Mercedes, sugiriendo que se
reservasen dichos terrenos para premiar a los oficiales del
Ejército de los Andes que se distinguiesen al servicio de
la patria.".

"En 1817, después de Chacabuco, San Martín
fue elegido para ejercer el gobierno de Chile. Fiel a su norma,
declinó el honor. Fue electo, en consecuencia, el General
Bernardo O'Higgins como director de su patria."

"En días posteriores a aquella victoria, el
Libertador resolvió emprender un viaje a Buenos Aires. El
Cabildo de Santiago, al ser informado, votó la suma de
diez mil pesos para obsequiarle como viático. El premiado
rehusó el obsequio y "destinó el dinero para
la creación de una biblioteca
pública que perpetúa la memoria de
la Municipalidad". "La
ilustración y el fomento de las letras – dijo entonces
– es la llave maestra que abre las puertas de la abundancia y
hace felices a los pueblos." "El Gobierno de Buenos Aires, con
motivo de recibir el parte y los trofeos de Chacabuco,
comunicó a San Martín su ascenso a Brigadier
General. El héroe declinó nuevamente el honor. El
Cabildo de Santiago, atento a que el Libertador había
rechazado la suma a que ya hicimos referencia, insistió en
su propósito y le donó una chacra en la vecindad
aledaña de aquella ciudad. Y esta vez aceptó el
obsequio, más para que se destinase una parte de sus
productos al
hospital de mujeres y otra a costear un vacunador para combatir
la viruela. Por dos veces, además, hizo renuncia al cargo
de comandante en jefe del Ejército de los Andes, antes de
la campaña del Perú, y, conquistarla la
independencia de este país, en Agosto de 1821
prometió hacer lugar al gobierno que los pueblos del
Perú tuviesen a bien elegir, cuya forma y modo
determinarán los representantes de la nación
peruana, promesa que cumplió un año
después."

Después de Chacabuco, no es, pues, San
Martín quien queda al frente de los destinos de Chile,
sino su amigo y compañero de armas, el chileno O'Higgins.
El será quien firme el Acta de declaración de la
Independencia chilena (2 de Febrero de 1818) y la lea
solemnemente ante las tropas. Pero la resistencia del
ejército realista es, en Chile, más obstinada que
en parte alguna. Y el anhelo de libertad de los "Independientes"
no se detiene ante ninguna posible frontera: les es preciso ir
siempre más allá, más allá. La
misión de San Martín no ha terminado con el paso de
los Andes: ahora es nombrado Generalísimo del que se
denomina "Ejército Unido de los Andes y de Chile", y,
aunque se encuentre enfermo y algo cansado, su estrella no le
permite reposar.

El 19 de Marzo de 1818, hallándose acampados los
"soldados de la libertad" en la llanura de Cancha Rayada, caen
sobre ellos, de noche y por sorpresa, cuatro mil realistas al
mando del intrépido Ordóñez. La derrota es
inevitable y el descalabro de las tropas de América muy
serio. O'Higgins queda herido y San Martín realiza
esfuerzos sobrehumanos para reunir a los dispersos y continuar
adelante. Aún no está todo perdido; aún
puede reorganizarse el "Ejército Unido" con unos cinco mil
valientes. La única consigna posible es avanzar siempre,
avanzar.

DE LA BATALLA DE
MAIPÚ A LA ENTREVISTA
DE GUAYAQUIL

"El sol que
comienza a asomar en la cordillera va a ser testigo de nuestra
victoria."

Son palabras de San Martín, al romper el alba del
día 5 de Abril de 1818, en la árida y desierta
llanura de Maipú.

En ese lugar y en ese día se juegan, en efecto,
los destinos del movimiento
liberador. Se ha considerado, no sólo histórica,
sino también científicamente, ésta de
Maipú la primera gran batalla americana. "Por las marchas
estratégicas que la precedieron – ha dicho un ilustre
técnico en la materia -,
como por las hábiles maniobras tácticas sobre el
campo de batalla, así como por la acertada
combinación y empleo
oportuno de las armas, es militarmente un modelo
notable." De una y de otra parte, así por los realistas
españoles al mando de Ordóñez y de Morla,
como por los soldados de la Independencia conducidos por San
Martín y por O'Higgins, se derrocharon en los llanos de
Maipú ardimiento y heroísmo. El ocaso vio, en
efecto, la victoria del "Ejército Unido", que afianzaba
así la independencia de Chile. Consecuencia inmediata de
la batalla de Maipú sería la de Boyacá;
más tarde sólo podrá, en trascendencia,
equiparársele la de Ayacucho, que dará fin a la
emancipación de la América que un día fue
española.

La independencia de Chile, sin embargo, no basta.
América es una, esta América que se cree mayor de
edad y ansía emanciparse. Hay que llevar el aliento de la
independencia, la buena nueva de la libertad, siempre más
allá, más allá. "Hasta que no estemos sobre
Lima, la guerra no acabará" – había dicho San
Martín-. Es preciso, indispensable, pues, pasar al
Perú. La empresa es larga,
penosa, y está erizada de peligros y dificultades. Se
necesita, para acometerla, nada menos que una escuadra, y los
expedicionarios apenas si cuentan con una fragata mercante
inglesa, adquirida con esfuerzo merced al tesoro naciente, y un
bergantín español apresado a los hispanos en
Valparaíso.

En este mismo puerto, sin embargo, llega a embarcar un
día el ejército de San Martín (20 de Agosto
de 1820) rumbo a las costas del Perú. Desembarcado en las
playas de Pisco, una división se interna por las sierras,
levanta a las poblaciones, que en su mayoría van
uniéndose a la causa de la independencia americana, y, al
mismo tiempo que el
cuartel General se instala en Huaura, un hábil trabajo de
zapa por parte de los invasores va minando incluso las propias
filas realistas. ¿A qué seguir? Lima, la Ciudad de
los Reyes, está seriamente amenazada un año
después; las insurrecciones de los limeños contra
el Virrey se suceden un día y otro día; en el
verano de 1821 se inician, por parte de España,
negociaciones para pacificar el Perú, y en la hacienda de
Punchauca se entrevistan San Martín, el caudillo
argentino, y La Serna, el Virrey español.

San Martín abraza al Virrey, su contrincante, con
estas nobles palabras: "Mis deseos están cumplidos,
General, pues uno y otro podemos hacer la felicidad de este
pueblo." En apoyo de estas palabras, mientras se cumplía
como condición indispensable la independencia del
Perú, unida a la de sus hermanas de América, San
Martín no regatea soluciones.
Propone, entre otras, y en honor de La Serna y de España,
la formación de una regencia de tres miembros presidida
por el virrey y el envío a España de dos
representantes que gestionarán el establecimiento de una
monarquía constitucional en el Perú.
Pero el tiempo se pierde en inacabables dilaciones, la
aceptación no llega, y los contendientes toman de nuevo
las armas. El Virrey se ve obligado ci abandonar Lima el 6 de
Junio de 1827, confiando a la hidalguía de San
Martín más de mil enfermos que quedaban en la
capital.

GUAYAQUIL

Es en este momento de su historia y de la Historia
cuando el destino de San Martín se cruza con el de
Bolívar.

Bolívar entró en la ciudad de Guayaquil el
11 de Julio de 1822. La victoria de Pichincha, lograda por sus
huestes, le abría las puertas de la ciudad; el Cabildo y
la Asamblea, por libertador le reconocen y proclaman. Pocos
días después, el 25 de Julio, arriba San
Martín al puerto de Guayaquil en la fragata Macedonia. No
sólo su aportación a la causa de la independencia
americana ha sido portentosa, sino que sus contingentes de
soldados han engrosado, con frecuencia, las fuerzas de
Bolívar, y algunos jefes ilustres que operan en Venezuela y
Colombia
(así el Coronel Lavalle, el General Santa Cruz y otros)
proceden de las filas de San Martín. Mas la política, los
partidismos e intrigas envenenan el ambiente, y el
país fluctúa entre sanmartinistas y
bolivaristas.

He aquí algo de lo que jamás se
haría responsable José de San Martín. Es
algo en lo que todos los historiadores y biógrafos
están de perfecto acuerdo. El mismo, muchos años
después, en 1848, y en carta al General
Ramón
Castilla, presidente del Perú, así decía,
como en un testamento autobiográfico: "En el
período de diez años de mi carrera pública,
en diferentes mandos y Estados, la política que me
propuse seguir fue invariable sólo en dos puntos, a saber:
Primero, de no mezclarme en absoluto en los partidos que
alternativamente dominaron en aquella época en Buenos
Aires, a lo que contribuyó mi ausencia en aquella capital
por el espacio de nueve años. El segundo punto fue el de
mirar cc todos los Estados americanos, en que las fuerzas de mi
mando penetraron, como Estados hermanos, interesados todos en un
santo y mismo fin. Consecuencia de este justísimo
principio, mi primer paso era hacer declarar su independencia y
crearle una fuerza militar propia que la asegurarse."
(José Pacífico Otero: "La ideología de San Martín",
1934).

Al embarcar en Valparaíso para libertar al
Perú, proclamaba: "El General San Martín
jamás derramará la sangre de sus
compatriotas y sólo desenvainará la espada contra
los enemigos de la independencia Sudamericana."

No derramar la sangre de sus compatriotas. He
aquí algo que importa puntualizar en la famosa entrevista con
el gran Bolívar. En ella, desde luego, Bolívar le
ha recibido cordialmente, pero no ha dejado de apresurarse a
señalar que Guayaquil se halla en suelo de Colombia.
Bolívar es ambicioso; San Martín no lo es.
Bolívar quiere ser único y absoluto; San
Martín lo quiere todo para América y nada para
sí. No hay que decir que la suerte está
echada.

La entrevista
duró, sin embargo, más de dos horas y media.
¿Qué ocurrió en ella? Todos los
historiadores de América han tratado largamente de este
hecho; he aquí cómo se refiere a él
Sarmiento, que se lo oyó contar al propio caudillo
argentino:

"San Martín creyó haber encontrado la
solución de sus dificultades – dice – y como si contestase
al pensamiento
íntimo del Libertador, le dijo "Pues bien, General; yo
combatiré bajo vuestras órdenes. No hay rivales
para mí cuando se trata de la independencia americana.
Estad seguro, General,
venid al Perú; contad con mi sincera cooperación;
seré vuestro segundo.""

"Mas Bolívar – añade un comentarista
– pareció vacilar un momento, y, en seguida, como si
su pensamiento
hubiera sido traicionado, se encerró en el círculo
de imposibilidades constitucionales que levantaba en tomo de su
persona, y se
excusó de no poder aceptar
tan generoso ofrecimiento. La hora mala, la hora obscura, la hora
aciaga de San Martín había sonado. No seria el,
ciertamente, menos grande en la sombra de lo que había
sido a la :radiante luz."

"Bolívar y yo no cabemos en el Perú
– escribe él mismo a un amigo íntimo–.
He comprendido su disgusto por la gloria que pudiera caberme en
la terminación de la campaña. El no
excusaría medios para
entrar en el Perú, y tal vez no pudiese yo evitar un
conflicto. Que
entre, pues, Bolívar en el Perú; y si asegura lo
que hemos ganado, me dará por muy satisfecho, porque, de
cualquier modo, triunfará América."

LA SENDA
OSCURA

La estrella de San Martín, al parecer, ha
declinado. El 20 de Septiembre de 1822 rinde su mando ante el
Congreso Constituyente Peruano. Atraviesa Chile en la mayor
penuria y seriamente enfermo. Pasa a Mendoza, donde reside unos
meses y donde recibe las más tristes noticias de toda su
existencia. Su amigo O'Higgins ha sido arrojado de Chile;
Bolívar se ha constituido Dictador: en el Perú,
desgarrado por la guerra civil; en Buenos Aires se le llama
cobarde, y su joven esposa, doña Remedios de Escalada de
San Martín, acaba de morir (Agosto de 1823). Sin vacilar
ni un día, San Martín va a buscar a su hija y con
ella embarca rumbo a Europa.

No puede volver a España; pasa a Bélgica y
luego a Francia. Su
salud es
precaria; su situación económica, todavía
más. Un hombre sin patria; un soldado de fortuna. sin
contrata. (No obstante, jamás en todo el transcurso de su
existencia fue tan grande como en esos años de su
oscuridad y su dolor.) Todavía, sin embargo, encuentra en
su soledad un verdadero amigo: don Alejandro Aguado,
marqués de las Marismas (1785-1842), militar, industrial y
banquero, que en su primera juventud fue
compañero de San Martín en las campañas
contra las tropas de Napoleón. Aguado se muestra generoso
con su amigo y le regala una quinta en la aldea de Grand-Bourg, a
orillas del Sena. Transcurren allí, en la oscuridad, los
últimos años de su vida. Es una total noche
obscura. Su muerte,
también obscura y recatada, no ocurre allí sin
embargo, sino en Boulogne-sur Mer, el día 17 de Agosto del
año 1850.

Por el momento su muerte pasa
inadvertida. Poco a poco, no obstante, la luz empieza a
hacerse en tomo a la memoria del
hombre de los Andes y de Maipú, del caudillo de la
independencia americana. Su patria le hace justicia y su
bibliografía crece
sin cesar, formando verdaderas montañas de papel
manuscrito o impreso, en que se estudian, no sólo sus
hechos, sino también las cualidades de su carácter.
He aquí cómo le ve el gran historiador americano
Bartolomé Mitre en su obra titulada Historia de la
Independencia Sudamericana:

"El carácter
de San Martín – dice – es uno de aquellos que
se imponen a la Historia. Su acción se prolonga en el
tiempo y su influencia se transmite a la posteridad como hombre
de acción consecuente. El germen de una idea por él
incubada se deposita en su alma y es el campeón de esa
idea. Como General de la hegemonía argentina
primero, y de la chileno-argentina
después, es el heraldo de los principios
fundamentales que han da-do su constitución internacional a
América, cohesión a sus partes componentes y
equilibrio a
sus Estados independientes. Fiel a la máxima que
reguló su vida, fue lo que debía ser, y, antes que
ser lo que no debía, prefirió no ser nada. Por eso
vivió en la inmortalidad."

Nosotros preferimos, sin embargo, a cuantas
páginas se hayan escrito sobre el Libertador argentino,
esa tan breve y tan sencilla en que el poeta Martí resume
de este modo toda su existencia:

"Un día, cuando saltaban las piedras en
España al paso de los franceses, Napoleón clavó los ojos en un
oficial, seco y tostado, que vestía uniforme blanco y
azul; se fue sobre él, y le leyó en el
botón de la casaca el nombre del cuerpo: "¡Murcia!"
Era el niño pobre de la aldea jesuita de Yapeyú,
criado al aire entre indios
y mestizos, que después de veintidós años de
guerra española empuñó en Buenos Aires la
insurrección desmigajada, trabó por juramento a los
criollos arremetedores, aventó en San Lorenzo la
escuadrilla real, montó en Cuyo el ejército
libertador, pasó los Andes para amanecer en Chacabuco; de
Chile, libre a su espada, fue a Maipú a redimir el
Perú; se alzó protector en Lima, con uniformes de
palmas de oro; salió, vencido por sí mismo, al paso
de Bolívar avasallador; retrocedió; abdicó;
cedió a Simón Bolívar toda su gloria;
pasó solo por Buenos Aires; se fue a Europa, triste;
murió en Francia, con
su hija Mercedes de la mano, en una casita llena de flores y de
luz. Escribió su testamento en una cuartilla de papel,
como si fuera el parte de una batalla; le habían regalado
el estandarte que el conquistador Pizarro trajera a
América hace cuatro siglos, y él le regaló
el estandarte, en su testamento, al Perú."

 

 

 

LUCIANA STEFANELLI

Partes: 1, 2
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