3. Investigación sobre los principios de
la moral,
apéndice I
Sobre el sentimiento moral
102. Si la hipótesis anterior es aceptada, nos
será fácil ahora determinar la primera
cuestión propuesta, relativa a los principios
generales de la moral; y
aunque pospusimos la decisión de esta cuestión para
no envolvernos entonces en intrincadas especulaciones,
inadecuadas en discursos
morales, debemos proseguirla ahora y examinar en qué
medida la razón o el sentimiento entran en todas las
decisiones de alabanza o de censura.
Supuesto que un fundamento principal de la alabanza moral
está en la utilidad de
cualquier cualidad o acción, es evidente que la
razón ha de tener una participación notable en
todas las decisiones de esta clase; puesto que nada, sino esta
facultad, puede instruirnos sobre la tendencia de las cualidades
y acciones y
señalar sus consecuencias beneficiosas para la sociedad y para
su posesor. En muchos casos es un asunto sujeto a gran
controversia: pueden surgir dudas, darse intereses opuestos y
debe darse preferencia a un extremo, por sutiles consideraciones
y por un pequeño predominio de la utilidad. Esto es
de notar, particularmente, respecto a la justicia, como
es natural suponer por esa especie de utilidad que
acompaña a esta virtud. Si cada uno de los casos de
justicia fuera
útil, como los de la benevolencia, a la sociedad, la
situación sería más simple, y rara vez
estaría sujeta a controversia. Pero como los casos
individuales de la justicia son perniciosos con frecuencia en su
primera e inmediata tendencia, y como las ventajas para la
sociedad resultan sólo de la observación de la regla general y de la
concurrencia y combinación de varias personas en la misma
conducta
equitativa, el caso aquí se vuelve más intrincado y
complejo. Las varias circunstancias de la sociedad, las varias
consecuencias de cualquier práctica, los varios intereses
que pueden proponerse: todo ello, en muchas ocasiones, es dudoso
y sujeto a gran discusión y encuesta. El
objeto de las leyes municipales
es determinar todas las cuestiones respecto a la justicia: los
debates de los ciudadanos; las reflexiones de los
políticos; los precedentes de la historia y archivos
públicos; todos ellos se enderezan al mismo
propósito. Y a menudo son necesarios una razón o
juicio muy certeros para pronunciar la determinación
verdadera entre tan intrincadas dudas, nacidas de utilidades
oscuras u opuestas.
103. Pero, aunque la razón plenamente asistida y mejorada
sea bastante para instruirnos sobre las tendencias útiles
o perniciosas de las cualidades y acciones, no
es, por sí sola, suficiente para producir ninguna censura
o aprobación moral. La utilidad es sólo una
tendencia hacia cierto fin; y, si el fin nos fuera totalmente
indiferente, sentiríamos la misma indiferencia por los
medios. Hace
falta que se despliegue un sentimiento para dar preferencia a las
tendencias útiles sobre las perniciosas. Este sentimiento
no puede ser sino un sentimiento por la felicidad del género
humano, y un resentimiento por su miseria, puesto que
éstos son los diferentes fines que la virtud y el vicio
tienden a promover. Por tanto, la razón nos instruye sobre
las varias tendencias de las acciones, y la humanidad distingue a
favor de las que son útiles y beneficiosas.
104. De la anterior hipótesis aparece
clara la división entre las facultades del entendimiento y
del sentimiento en todas las decisiones morales. Mas
supondré que esta hipótesis es falsa: hará falta,
pues, buscar otra teoría
que sea satisfactoria; y me atrevo a afirmar que no se
hallará ninguna, mientras supongamos que la razón
es la única fuente de la moral. Para
probarlo convendrá sopesar las cinco consideraciones
siguientes:
I. Es fácil para una hipótesis falsa
mantener una apariencia de verdad; mientras no se sale de
generalidades, usa términos indefinidos y emplea
comparaciones en vez de ejemplos. Esto es notable,
particularmente, en esa filosofía que adscribe el
discernimiento de todas las distinciones morales sólo a la
razón, sin que el sentimiento concurra. Es imposible que,
en ningún caso concreto,
pueda hacerse inteligible esa hipótesis, sea cual fuere la
especiosidad de la figura que tome en declamaciones y discursos.
Examínese el crimen de la ingratitud, por ejemplo; ocurre
éste siempre que observamos, por una parte, buena voluntad
expresada y conocida, junto con la prestación de buenos
oficios y, por otra, y a cambio, mala
voluntad o indiferencia, y malos oficios o descuido. Anatomizad
todas esas circunstancias y examinad, sólo con la
razón, en qué consiste el demérito o
censura. Nunca llegaréis a una conclusión.
105. La razón juzga sobre cuestiones de hecho o
relaciones. Inquirid, primero, dónde está
aquí la cuestión de hecho que hemos llamado crimen
e indicadla; determinad el tiempo de su
existencia; describid su esencia o naturaleza;
explicad a cuál sentido o facultad se revela. Reside en la
mente de la persona ingrata.
Debe, pues sentirla y tener conciencia de
ella. Pero no hay nada allí, excepto la mala voluntad o la
indiferencia absoluta. No podéis decir que éstas,
por sí mismas, siempre y en todas las circunstancias sean
crímenes. No, son crímenes solamente cuando van
dirigidas contra personas que, antes, han expresado y desplegado
buena voluntad hacia nosotros. En consecuencia, podemos inferir
que el crimen de ingratitud no es un hecho concreto e
individual, sino que se origina de una complicación de
circunstancias, las cuales, presentadas al espectador, excitan el
sentimiento de censura, debido a la particular estructura y
constitución de su mente.
106. Esta representación, me diréis, es falsa. El
crimen no consiste en un hecho individual, de cuya realidad nos
asegura la razón; consiste en ciertas relaciones morales,
descubiertas por la razón, del mismo modo que por ella
descubrimos las verdades de la geometría
o del álgebra.
Pero, pregunto, ¿de qué relaciones habláis?
En el caso expuesto antes, veo en una persona buena
voluntad y buenos oficios y, en otra, voluntad y oficios malos.
Entre éstas hay una relación de contrariedad.
¿Consiste el crimen en esta relación? Mas
supongamos que una persona manifestara mala voluntad hacia
mí o que me hiciera malos oficios, y yo, a cambio, fuera
indiferente con él o le hiciera buenos oficios.
Aquí se da la misma relación de contrariedad. Y,
sin embargo, mi conducta es
frecuentemente muy laudable. Retuérzase y dese a esta
materia tantas
vueltas como se quiera. Nunca se logrará hacer descansar
la moralidad en la relación, sino que habremos de recurrir
a las decisiones del sentimiento.
Cuando se afirma que dos más tres son igual a la mitad de
diez, comprendo perfectamente esta relación de igualdad.
Concibo que si diez es dividido en dos partes, una de las cuales
tiene tantas unidades como la otra y si una de estas partes es
comparada a dos más tres, contendrá tantas unidades
como el número compuesto. Pero, cuando se compara esto con
las relaciones morales confieso que no puedo entenderlo en modo
alguno. Una acción moral, un crimen, tal como la
ingratitud, es un objeto complicado. ¿Consiste la
moralidad en la relación de sus partes entre sí?
¿Cómo? ¿De qué manera? Especificad la
relación, sed más concretos y explícitos en
vuestras proposiciones, y fácilmente veréis su
falsedad.
107. No, decís; la moralidad consiste en la
relación de las acciones morales con la regla de lo justo;
y son denominadas buenas o malas, según concuerden o no
con ella. ¿Qué es esa regla de lo justo? ¿En
qué consiste? ¿Cómo se determina? Por la
razón, decís, que examina las relaciones morales de
las acciones. De tal modo las relaciones son determinadas por la
comparación de la acción con la regla. Y esa regla
es determinada considerando las relaciones morales de los
objetos. ¿No es éste un razonamiento refinado?
Todo esto es metafísica, exclamáis. Basta,
entonces; no hace falta más para tener una fuerte sospecha
de falsedad. Sí, contesto, aquí hay metafísica, con toda seguridad, pero
por vuestra parte, que avanzáis hipótesis absurdas
que nunca pueden hacerse inteligibles, ni cuadrar con
ningún caso ni ejemplo concreto. La hipótesis que
defendemos es sencilla. Mantiene que la moralidad es determinada
por el sentimiento. Define que la virtud es cualquier
acción mental o cualidad que dé al espectador un
sentimiento placentero de aprobación; y vicio, lo
contrario. Pasamos entonces a examinar un caso concreto, a saber,
qué acciones ejercen esta influencia. Consideramos todas
las circunstancias en las cuales coinciden esas acciones y, de
ahí, nos encaminamos a extraer algunas observaciones
generales respecto a estos sentimientos. Si a esto lo
llamáis metafísica y halláis en ello algo
abstruso, no tendréis otra cosa que hacer, sino reconocer
que vuestro tipo de mente no es apropiado para las ciencias
morales.
108. II. Siempre que un hombre
delibera sobre su propia conducta (por ejemplo, si en una
emergencia concreta ayudará al propio hermano o a un
benefactor), él debe considerar estas relaciones
separadas, con todas las circunstancias y situaciones de las
personas, para determinar el deber y la obligación
superiores; y, para determinar la proporción de las
líneas de cualquier triángulo, es necesario
examinar la naturaleza de esa
figura y las relaciones que sus varias partes guardan entre
sí. Pero, pese a esta aparente similaridad de los dos
casos, hay en el fondo una gran diferencia entre ellos. Un
razonador especulativo considera, respecto a los
triángulos y círculos, las relaciones dadas y
conocidas entre las partes de estas figuras y de ahí
infiere alguna relación desconocida que depende de las
primeras. Pero en las deliberaciones morales debemos estar
familiarizados de antemano con todos los objetos y todas sus
relaciones mutuas; y, de la comparación del todo,
determinamos nuestra elección o aprobación. No hay
ningún hecho nuevo del que cerciorarse, ni ninguna nueva
relación que descubrir. Se da por supuesto que todas las
circunstancias del caso están ante nosotros antes de que
podamos determinar una sentencia de censura o de
aprobación. Si una circunstancia material fuera
todavía desconocida o dudosa hemos de ejercer primero
nuestra investigación o nuestras facultades
intelectuales para asegurarnos de ella; y debemos suspender
durante cierto tiempo toda
decisión o sentimiento moral. Mientras ignoramos si un
hombre fue el
agresor o no, ¿cómo podemos determinar si la
persona que lo mató es criminal o inocente? Pero,
después de ser conocidas todas las circunstancias, todas
las relaciones, el entendimiento no tiene ya lugar para operar,
ni objeto sobre el que emplearse. La aprobación o la
censura que se sigue no puede ser obra del juicio, sino del
corazón; y no es una proposición
especulativa, sino un sentir activo o sentimiento. En las
disquisiciones del entendimiento, a partir de circunstancias y
relaciones conocidas, inferimos otras nuevas y desconocidas. En
las decisiones morales, todas las circunstancias y relaciones
deben ser conocidas previamente; y la mente, por la
comparación del todo, siente una nueva impresión de
afecto o de disgusto, de estima o de desprecio, de
aprobación o de censura.
109. De ahí la gran diferencia entre un error de hecho y
otro de derecho; y de ahí la razón por la que uno
es criminal, por lo común, y no el otro. Cuando Edipo
mató a Laio, ignoraba la relación y, por las
circunstancias, de modo inocente e involuntario, formó una
opinión errónea de la acción que
realizó. Pero cuando Nerón mató a Agripina,
todas las relaciones entre él y la persona, y todas las
circunstancias del hecho, le eran conocidas previamente; pero el
motivo de la venganza, miedo o interés,
prevalecieron en su salvaje corazón
sobre los sentimientos del deber y de la humanidad. Y cuando
abominamos de él, a lo que en seguida se hizo insensible,
no es porque veamos relaciones que él ignoraba, sino que,
por la rectitud de nuestra disposición, experimentamos
sentimientos para los que él estaba endurecido por la
lisonja y una larga perseverancia en los más enormes
crímenes. En estos sentimientos, por tanto, y no en el
descubrimiento de relaciones de cualquier tipo, consisten todas
las determinaciones morales. Antes de pretender formar una
decisión de esta clase, todo debe ser conocido y
averiguado respecto al objeto o a la acción. Por nuestra
parte no queda sino experimentar un sentimiento de censura o
aprobación, a partir del cual decidimos si la
acción es criminal o virtuosa.
110. III. Esta doctrina se hará más evidente
todavía si comparamos la belleza moral con la natural, con
la que guarda semejanza en muchos aspectos. La belleza natural
depende de la proporción, relación y
posición de las partes; pero sería absurdo inferir
de ahí que la percepción
de la belleza, como la de la verdad en los problemas
geométricos, consiste totalmente en la percepción
de relaciones, y es realizada por entero por el entendimiento o
las facultades intelectuales. En todas las ciencias
nuestra mente investiga, a partir de las relaciones conocidas,
las desconocidas. Pero en todas las decisiones del gusto o de la
belleza externa todas las relaciones son, de antemano, obvias
para los ojos; y de ahí pasamos a experimentar un
sentimiento de complacencia o de disgusto, según la
naturaleza del objeto y la disposición de nuestros
órganos.
Euclides ha explicado completamente todas las cualidades del
círculo; pero en ninguna proposición ha dicho una
palabra sobre su belleza. La razón es evidente. La belleza
no es una cualidad del círculo. No está en ninguna
parte de la línea cuyos puntos equidistan de un centro
común. Es sólo el efecto que esa figura produce
sobre la mente, cuya peculiar estructura la
hace susceptible de tales sentimientos. En vano se
buscaría en el círculo, por los sentidos o
por el razonamiento matemático, en todas las propiedades
de esa figura.
Escuchad a Paladio y a Perrault, cuando explican todas las partes
y proporciones de una columna. Hablan de la cornisa y del friso,
de la basa y del entablamiento, del fuste y del arquitrabe; dan
la posición y descripción de cada uno de estos miembros.
Pero si les preguntarais por la posición y descripción de su belleza,
responderían al punto que la belleza no está en
ninguna de las partes o miembros de una columna, sino que resulta
del conjunto, cuando esa complicada figura se presenta a una
mente inteligente, capaz de tener tales refinadas sensaciones.
Hasta que aparece uno de esos espectadores nada hay, sino una
figura de dimensiones y proporciones determinadas: su elegancia y
belleza surgen solamente de los sentimientos.
Escuchad también a Cicerón, cuando pinta los
crímenes de un Verres o de un Catilina. Debe reconocerse
que la torpeza moral resulta, de la misma manera, de la
contemplación del todo cuando es presentado a un ser cuyos
órganos tienen una determinada estructura y
formación. El orador puede pintar ira, insolencia,
barbarie, por una parte; mansedumbre, sufrimiento, tristeza,
inocencia, por la otra. Pero, si no sentís ni
indignación ni compasión en vosotros por estas
complicadas circunstancias, en vano le preguntaríais en
qué consiste el crimen o la villanía contra la que
tan vehemente clama. ¿En qué momento y en
qué sujeto empieza a existir por vez primera? ¿En
qué se ha convertido pocos meses después, cuando
todas las disposiciones y pensamientos de todos los actores se
han cambiado por completo o se han aniquilado? No se puede
responder satisfactoriamente a ninguna de estas preguntas desde
una hipótesis abstracta de la moral; y hemos de confesar,
al fin, que el crimen o la inmoralidad no es un hecho particular
o una relación, que puede ser objeto del entendimiento,
sino que surge por entero del sentimiento de
desaprobación, que, debido a la estructura de la
naturaleza humana, sentimos inevitablemente al aprehender la
barbarie o la traición.
111. IV. Los objetos inanimados pueden guardar entre sí
las mismas relaciones que observamos en los agentes morales;
aunque aquéllos no puedan ser nunca objeto de amor o de
odio, ni susceptibles, por ende, de mérito o iniquidad. Un
árbol joven que sobrepasa y destruye a su padre guarda en
todo las mismas relaciones que Nerón cuando asesinó
a Agripina; y si la moralidad consistiera meramente en
relaciones, sin duda alguna sería igualmente criminal.
112. V. Parece evidente que los fines últimos de las
acciones humanas no pueden ser explicados, en ningún caso,
por la razón, sino que se recomiendan por entero a los
sentimientos y afecciones del género
humano, sin dependencia de las facultades intelectuales.
Pregúntese a un hombre por qué hace ejercicio;
contestará que porque desea conservar la salud. Si se le pregunta
entonces por qué desea la salud, responderá al
punto, porque la enfermedad es penosa. Y si se prosigue la
encuesta y se
desea saber la razón por la que odia el dolor, no
podrá dar ninguna. Es éste un fin último,
que no va referido a ningún otro objeto.
Quizá a la segunda pregunta, por qué desea la
salud, pueda contestar también que es necesaria para el
ejercicio de su
vocación. Si se le pregunta que por qué desea esto,
contestará, sin más, que porque desea dinero. Si se
le pregunta ¿por qué?, contestará que es un
instrumento de placer. Y es absurdo preguntarle la razón
de esto. Es imposible que haya un proceso in
infinitum; y que una cosa pueda ser siempre la razón por
la que otra es deseada. Algo debe ser deseable por sí,
y
por su acuerdo y conveniencia inmediata con el sentimiento y el
afecto humanos.
113. Ahora bien, como la virtud es un fin y es deseable por
sí misma, sin premio o recompensa, meramente por la
inmediata satisfacción que procura, se requiere que haya
algún sentimiento al que afecte, algún sentido
interno o gusto, como quiera llamársele, que distinga el
bien y el mal moral, y que abrace uno y rechace otro.
114. Así, las fronteras y oficios de la razón y del
gusto pueden fijarse con facilidad. La primera procura el
conocimiento de la verdad y de la falsedad; éste da el
sentimiento de belleza y deformidad, de vicio y de virtud. La una
descubre los objetos tal y como están realmente en la
naturaleza, sin adición ni disminución. El otro
tiene una facultad productora; y embelleciendo y tiñendo
todos los objetos naturales con los colores que toma
del sentimiento interno, origina, en cierto modo, una nueva
creación. La razón, fría e independiente, no
es motivo de acción y dirige sólo el impulso
recibido del apetito o inclinación, mostrándonos
los medios de
lograr felicidad y evitar la miseria. El gusto, en cuanto que da
placer o dolor y, por tanto, constituye la felicidad o la
miseria, se convierte en motivo de acción y es el primer
resorte o impulso para el deseo y volición. De
circunstancias o relaciones, conocidas o supuestas, la primera
nos lleva al descubrimiento de lo oculto y desconocido.
Después que todas las circunstancias y relaciones
están ante nosotros, el último nos hace
experimentar, por el conjunto, un nuevo sentimiento de censura o
aprobación. El canon de aquella, fundado en la naturaleza
de las cosas, es eterno e inflexible, incluso por la voluntad del
Ser Supremo; el de éste, nacido de la estructura y
constitución interna de los animales, se
deriva últimamente de esa Suprema Voluntad que
otorgó a cada ser su naturaleza peculiar y dispuso las
varias clases y órdenes de existencia.
Hume: Investigación sobre los principios de la moral.
Aguilar, Buenos
Aires.
Autor:
Samuel Darío Moreno Rincón
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