La revolución campesina en el Valle de Chicama (Trujillo – Perú)
- Prólogo
- Presentación
- El valle de Chicama, en el pasado. Su antigua estructura económica y social
- Nacimiento de nuevas haciendas azucareras
- Luis G. Albrecht
- Juan Gildemesister (Johann Gildemeister Evers)
- Los movimientos huelguísticos en la hacienda azucarera Casa Grande
- Nueva corriente ideológica
- Llegada de Agustín Haya de la Torre en representación del Gobierno, para resolver el problema proletario
- Llegada de peones chinos
- Enganche de peones campesinos de la sierra. Trato esclavizante del peón serrano. Su huida en busca de libertad
- Inicios del siglo XX, mayor explotación del hombre de campo (trabajador campesino)
- Nuevos movimientos de los trabajadores campesinos
- La reforma agraria. La propiedad y concentración de las tierras en la actualidad
- Importante opinión de Cesar Hildebrandt sobre la historia de los trabajadores campesinos cañaveleros de Casa Grande
- Bibliografía consultada
Primera Edición: Setiembre el 2015
La Revolución Campesina en el Valle de Chicama
Dr. Luis Alberto Navarrete Obando
Prólogo del Ing. Dr. Luis B. Guerrero Figueroa
2015
DERECHOS RESERVADOS: DECRETO LEY N° 822
Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcial sin permiso expreso del autor.
Responsable de la Edición:
© 2015 – Dr. Luis Alberto Navarrete Obando
Prólogo
Hablar del Dr. Luis Alberto Navarrete Obando, es hablar de un estudioso de las leyes de la sociedad y de la historia; conocido por sus críticas a la actividades sociales, económicas, legales, entre otras. Lucho, como afectuosamente se le conoce, nació en la Provincia de Trujillo, La Libertad. Inicia y culmina sus estudios secundarios en el prestigioso Colegio Nacional de Trujillo. A los 15 años de edad se traslada a Lima e ingresa al Seminario "Santo Toribio de Mogrovejo" para seguir estudios de Teología, Filosofía y Humanidades (sacerdocio), sin culminarlo; ya que regresa a su tierra natal donde decide estudiar Derecho y Ciencias Políticas en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Trujillo, culminando sus estudios de Derecho en 1989. A la par estudió Contabilidad en 1986, carrera ésta que lleva como segunda profesionalización.
En 1990 llega a Cajamarca, a Laborar en la Gerencia del Instituto Peruano de Seguridad Social (Ex – IPSS, hoy EsSALUD), Entidad en la que ya había laborado en la ciudad de Trujillo en el Hospital "Víctor Lazarte Echegaray". Luego, en la gestión del Gobierno Local de la que fui Alcalde de Cajamarca, tuvimos la suerte de contar con sus servicios profesionales de Abogado como Secretario General de Consejo de la Municipalidad Provincial de Cajamarca.
También como Abogado incursionó en la Carrera de Docente Universitario, siendo Catedrático de la Universidad Nacional de Cajamarca y de la Universidad Privada Antonio Urrello; Docente en la Escuela de Post Grado de la Universidad Nacional de Trujillo, Docente Invitado de la Universidad Nacional Autónoma de México, D.F. – México y Docente Honorífico de la Universidad de La Habana – Cuba; colaborador de diferentes Revistas Virtuales, tanto nacionales como Internacionales; entre otros campos de ejercicio profesional.
Reconozco su labor de servidor Público, como de un eficiente funcionario, innovador de las normas internas de la Municipalidad Provincial, conjuntamente con el Dr. Juan Martín Urteaga Salazar, Director de Asuntos Jurídicos, en aquella gestión de Gobierno Local.
Cuando leemos su libro, a su solicitud, con el privilegio de Prologarlo, encontrarán, como Yo, que contiene hechos reales históricos; vívidos, ilustrativos, que trasladan al lector a momentos históricos de la patria y de las luchas sociales de los trabajadores, contra el poder económico aplastante de los dueños de las haciendas del Valle de Chicama, donde se dan los acontecimientos en las décadas 10 y 20 del siglo pasado.
No deja de ser cierto que las luchas sindicales por las reivindicaciones salariales y laborales, en los años que data el autor, tienen mucho que ver con las luchas sociales a nivel internacional, ya hemos visto la revolución rusa (1917), la revolución china (1949), la revolución cubana (1960), entre otras que se dieron a través de los años. Pero, lamentablemente no dieron el resultado que se esperaba, muchos países que cambiaron su modelo de gobierno han fracasado, con muy pocas excepciones, pero cuyas poblaciones viven en pobreza o pobreza extrema y en niveles de subsistencia, a excepción de La China, a pesar que su condición política sigue siendo comunista, que ha sabido capitalizar la economía internacional, en particular la de la Comunidad Europea, permitiendo inversiones extranjeras, que han convertido a la China en la potencia mundial que hoy conocemos, con un crecimiento económico inigualable que predomina, determina e impacta en las economías de las naciones.
Sobre el fondo del asunto, el libro "LA REVOLUCIÓN CAMPESINA EN EL VALLE DE CHICAMA", como dice el autor, es una narrativa que describe la vida social, económica y laboral en el Valle de Chicama, Valle fructífero explotado desde los finales del siglo XVIII, ubicado a unos cuantos kilómetros de la ciudad de Trujillo y cerca al puerto Chicama, cuyo nombre real es "Puerto de Malabrigo", hacienda colindante con el distrito de Chocope; cuyos dueños originarios se dedicaban a sembrar alimentos de pan llevar, hasta que con la caída del guano de la isla, es entonces que nuevos personajes que vivían en la ciudad de Lima, vieron como oportunidad de negocios al Valle de Chicama, llegando entre otros Luis Albrech, de nacionalidad alemana, así como Rafael y Víctor Larco Herrera, quienes radicaban en la ciudad de Trujillo. Se menciona a estos personajes por cuanto tenían la mayor cantidad de terreno donde explotaban la caña de azúcar; Luis Albrech dueño de la Hacienda Casa Grande, quien vende posteriormente a Juan Gildemeister, también alemán; Rafael Larco Herrera dueño de la Hacienda de Roma y Víctor Larco Herrera dueño de la Haciendo de Cartavio.
Los grandes hacendados invadían las propiedades de los colonos vecinos sin pagarles un solo centavo, extendiendo sin límites ni control del estado y con total impunidad el tamaño de sus propiedades; del mismo modo abusivo y arbitrario se permitían la característica de las fuerzas productivas de la época: "la explotación del Hombre por el Hombre", sostenidos por Carlos Marx, en su obra "El Capital". A finales del siglo XVIII, en estas haciendas existían "negros" como peones y esclavos, sin paga alguna. A inicios del siglo XIX los Gobiernos de Perú y China entablan un convenio comercial, para traer a Perú chinos campesinos que trabajen en diferentes labores, entre ellas las agrícolas, es así que en las Haciendas del Valle de Chicama, a los Chinos se los trataba como esclavos pero asalariados; sin embargo los hacendados requerían mayor productividad que ni negros ni chinos daban los resultados esperados. Pusieron, entonces, la mirada en la sierra de Cajamarca, específicamente en Namora, Matara y Jesús; de donde traerían mano de obra barata, valiéndose para ello de contratistas (intermediarios) que contrataban a peones de la zona.
Por el mal trato, abuso y bajos salarios, los peones de la sierra de Cajamarca empezaron a huir, de allí que Juan Gildemeister pide al Gobierno se traslade el cuartel de caballería que estaba ubicado en San Pedro de Lloc; ¿cuál era la finalidad?, como lo narra el autor era perseguir a los peones que se escapan hacia Cajamarca y los regresaban a pie, caminata que duraba 7 días, sin comida y agua; que al llegar a la hacienda eran encerrados en los calabozos hasta por 15 días, como castigo y ejemplo para otros peones.
La indiferencia, complacencia y contubernio de los Gobiernos de la época, no sólo se da en este caso que nos narra el autor, sino que en todos los gobiernos de turno se han cometido abusos y corrupción, haciéndose de la vista gorda ante problemas sociales y económicos, muchas de las veces sacando ventajas económicas y de clientelaje político, para enriquecerse ilícitamente, existen ejemplos claros en el Perú de hoy.
Hay que reconocer la importancia de esta narrativa que nos propone el autor, Dr. Luis Alberto Navarrete Obando; Abogado de profesión, ex docente universitario, escritor, ensayista y poeta; que con esta obra, a la cual tengo el gusto y honor de prologar, va a enriquecer no sólo la literatura local, sino también, la nacional e internacional. Hay que darle las gracias al Dr. Navarrete por contribuir con esta obra al reconocimiento de la historia para que sobre todo los lectores de las nuevas generaciones no permitan que se repitan errores comprobados que han conducido a desastres, precisamente por olvido execrable de la historia de los pueblos, de su gente y de su tierra.
Cajamarca, 08 de Setiembre del 2015
Ing. Luis B. Guerrero Figueroa
DOCTOR EN GESTIÓN PÚBLICA
Y ADMINISTRACIÓN PÚBLICA
Ex – Alcalde de Cajamarca (2 periodos)
y Ex Congresista de la República del Perú
Presentación
Satisfaciendo hondos deseos personales y de algunas personas que trabajaron como obreros y/o empleados en la ahora Cooperativa Azucarera "Casa Grande", muchos de ellos ya fallecidos, guardados por mucho tiempo en mi conciencia, me complace presentar al conocimiento de la clase obrera, un historial de las agitaciones de los trabajadores campesinos y obreros acontecidas en los centros azucareros del Valle de Chicama, durante el tiempo transcurrido entre los años 1910 y 1921, cuya trayectoria vivieron y participaron muchos obreros en los campos de trabajo.
No pretendo hacer aquí un relato cronológico o una historia completa de todos los movimientos obreros habidos en la provincia de Trujillo durante el lapso mencionado, ni los que ha habido después hasta hoy; y es que gracias al Sr. Celso Alva Díaz, con quien pasáramos horas tras horas conversando sobre lo que contaré en adelante; pues sin su ayuda no hubiese elaborado el presente ensayo. Esto que hoy escribo son versiones y reminiscencias entresacadas de las conversaciones con el Sr. Sr. Celso Alva Díaz, quien fuera obrero de las haciendas de Roma, Sausal y Casa Grande, referentes a una época de oscurantismo de las Haciendas del Valle de Chicama. Triste época que al correr del tiempo fue superada por un nuevo sentir que despertó su aletargada conciencia de clase, con la intervención activa de varios obreros que murieron en el intento de cambiar las acciones de los hacendados, donde el APRA se atribuye que fueron ellos quienes realizaron aquellos actos de cambio social, y los obreros que murieron en ese intento, el APRA los señala como trabajadores obreros apristas, caso se esa aletargada conciencia de clase, como es el caso del joven Manuel Barreto Risco, apodado "Búfalo Barreto"; se tradujo más tarde en exasperadas acciones de protesta de las masas trabajadoras campesinas y en sucesivos movimientos sindicales de obreros y braseros unidos en un justo afán de acabar con viejas costumbres vergonzantes establecidas contra los trabajadores.
Imagino que los muchísimos trabajadores campesinos, obreros y braseros que participaron en estas gloriosas jornadas reinvindicacionistas. Los niños de entonces ahora son adultos, sean obreros, empleados o profesionales.
Al rememorar estos episodios de la gran lucha sindical, heroica y dramática, protagonizada por la clase trabajadora más sufrida y explotada de esos tiempos -me refiero a los trabajadores de los centros azucareros del Valle de Chicama-; forzoso es evocar aquí también y denunciarlo enérgicamente ante la conciencia nacional, que la mayoría de las reclamaciones reinvindicacionistas hechas por el proletariado en los distintos centros de trabajo de todo el país, han terminado siempre en brutales abaleamientos de indefensos trabajadores con saldos de muertes y heridos, y dirigentes sindicales apresados o desterrados.
Así tenemos por ejemplo, teníamos en el pasado que, los asientos mineros, los campos petroleros, las haciendas azucareras y las fábricas textiles de otras ubicaciones geográficas del país, son unos de esos tantos lugares donde se han escrito con sangre de obreros asesinados, estos episodios de la lucha obrera, campesina y sindical. El Valle de Chicama, que es el campo donde están enclavados los más grandes ingenios azucareros de la Costa del Perú y donde irremisiblemente consumieron sus energías a cambio de insuficientes y paupérrimos salarios, millares de hombres, mujeres y niños, ha sido escenario de grandes movimientos obreros y campesinos, en el que se han inmolado con valor y heroísmo, centenares de trabajadores defendiendo la causa obrera, campesina y la justicia social.
Estas páginas son, pues un cúmulo de reminiscencias de una época de inquietudes ideológicas y acciones de rebeldía de la juventud obrera y campesina, contra odiosas costumbres, por mejoras económicas y sociales, y por un trato humano y justo para todos los trabajadores.
Asimismo, un fraterno y profundo agradecimiento al Ing° Luis B. Guerrero Figueroa, luchador estudiantil y social, al prologar este trabajo de investigación; quien fuera en sus tiempos estudiantiles dirigente estudiantil universitario, para luego llegar a ser Alcalde Provincial de la Municipalidad Provincial de Cajamarca en 2 oportunidades, 1993 – 2000, y luego Congresista por el Departamento de Cajamarca, quien aportara proyectos de leyes aprobados en su mayoría, siempre con visión en el bienestar social de la población peruana y en particular de Cajamarca; con quien tuve la oportunidad de trabajar satisfactoriamente y quien le guardo respeto y consideración.
Cajamarca 03 de setiembre del 2015
Dr. Luis Alberto Navarrete Obando
El valle de Chicama, en el pasado. Su antigua estructura económica y social
El Valle de Chicama está formado por una gran extensa zona territorial costanera, situada al norte de la Provincia de Trujillo, Departamento de la Libertad. Dotado por la naturaleza de ricas tierras, llanas y fértiles, donde germinan y fructifican muchas diversas plantaciones que allí se cultivan, constituye en el presente, la gran fuente de riqueza, llana y fértil, donde germinan y fructifican muchas y diversas plantaciones que allí se cultivan, constituye en el presente, la gran fuente de riqueza de las empresas azucareras posesionadas allí con sus extensos cañaverales para la industria del azúcar. Regado por las aguas del río de su mismo nombre -río Chicama- que lo atraviesa en toda su longitud hasta desembocar en las aguas del mar, este rico valle fue desde muy antiguos tiempos, por la fertilidad de sus tierras y la bondad de su clima, la tierra promisora para todos los agricultores que vivían y trabajaban allí.
Dentro del vasto ámbito de este rico valle que constituyó el centro más importante de la cultura Chimú, existen numerosas "huacas" donde están enterradas momias de personas y preciosa orfebrería, como también diversas y artísticas vasijas de barro y arcilla, de vistosos colores, verdaderas joyas de la cerámica incaica. En una de las conversaciones sostenidas con el Sr. Celso Alva Díaz[1]me comentó: "Así mismo, en las faldas de estas moles de tierra, están sepultados millares de cadáveres (no confundir con los de los incas) sino de los chinos esclavos que los hacendados azucareros trajeron al Perú. De allí que las huacas eran sus comentarios de esos desgraciados parias, por eso, cuando estaban enfermos y se les preguntaba por su salud, ellos contestaban: "ya falta poco para que yo me vaya a la guaca[2]"".
El Sr. Celso Alva, me comenta: "Como una sincera aportación a la veracidad de estos relatos, me complace decirlo que yo era todavía un niño de 7 años de edad, cuando mi padre, en 1904 era colono agricultor en las tierras de la hacienda Careaga, donde se dedicaba al sembrío de arroz, maíz, frijoles, alverjas y diversos tubérculos alimenticios en gran cantidad. Por entonces, algunas veces tenía oportunidades de salir caballo con mi padre a recorrer, además de los campos de Careaga otros más como son: Sintuco, Mocollope, Bazán, Monteo y La Viñita, todas estas antiguas haciendas chicas ya paralizadas". Agrega el Sr. Celso Alva: "En todos esos lugares llegué a ver, llevado por mi curiosidad, las semidestruidas paredes sin techos de los que fueron ruidosos y humeantes fábricas de azúcar. Allí, dentro, estaban plantadas en el suelo las viejas maquinarias de los pequeños ingenios -trapiches, motores, etc.- abandonados a la intemperie, cubiertos de grueso moho y polvo, casi tapados por verdes arbustos crecidos entre las pesadas entre las pesadas moles de hierro. Triste cuadro que revelaba evidentemente la veracidad de una época ya pasada de actividades agroindustriales, de posible prosperidad en sus primigenios tiempos, pero que más tarde habrían de sucumbir ante el empuje expansionista de las fuerzas capitalistas en que incursionaron en esos fructíferos campos del Valle de Chicama".
Siguió contándome el Sr. Celso Alva: "Por aquellos entonces, llegué a escuchar de labios de mi padre las versiones, por supuesto fidedignas de cómo, por los años 1850, el Valle de Chicama estaba constituido en toda su extensión por numerosos fundos y haciendas agrícolas y criadoras de ganado, donde se cultivaban continuamente artículos de panllevar y se fomentaba la crianza de ganado vacuno, ovino y porcino. También habían muchas haciendas pequeñas agrícolas e industriales, que además de cultivar artículos de primera necesidad, tenían plantaciones de caña dulce (se refería a la caña de azúcar) y contaban con pequeños ingenios para la producción de azúcar, marqueta[3]chancaca y ron".
Corroboran esas versiones los datos propuestos por el Sr. Celso Alva, sobre la cantidad de haciendas que hubo en el Valle de Chicama, los datos que contienen el Libro de Anotaciones, que se llevaba en la Hacienda Casa Grande, que obraba en le Biblioteca y Museo de dicha hacienda, y cuyos nombres que se mencionan eran: Careaga, Mocollope, Bazán, Sintuco, La Viñita, La Fortuna, Licapa, Sonolipe, Nepén, Gañape, Sausal, Chicamita, Santa Clara, Facalá, Tesoro, San Antonio, Pampas de Ventura, Santa rosa, San José Bajo, La Constancia, San José Alto, Tulape, Casa Chica. Lache, Patrero, Cañal, Pampas de Jagüey, Chiquitoy, Salamanca, Mocan, Quín, La Viña, Veracruz, La Pampa, Ingenio Lazo, Garrapón, Cepeda, Troche, El Porvenir, Las Gavidias, La Libertad, Montejo, La Comunidad (que después se llamaría Ascope), Las Viudas, La Victoria, Farías, Tutumel, Molino Galindo, Cajanleque, Hacienda Arriba, La Virgen, Molino Bracamonte, Toquén. Todas estas heredades que pertenecían a distintos dueños, fueron tranquilos centros de trabajo para labradores, braseros y obreros.
En medio de esa gran comunidad de propiedades privadas existían como exponentes de civismo de los antiguos moradores del Valle de Chicama los pueblos de organización política y administrativa con categoría de distritos, estos eran: Chicama, Chocope, Paiján, Mal Abrigo (Pto. Chicama), Magdalena de cao, Santiago de cao, y Ascope (antes comunidad de agricultores. Todos estos distritos, tenían sus alcaldes elegidos por el pueblo y sus derechos distritales eran respetados por las haciendas vecinas, poseían extensos "ejidos[4]con sus derechos de agua para regadíos y tenían libertad para disponer de sus rentas municipales en beneficio de su población. Cerca de los distritos estaba las comunidades de pequeños propietarios, cuyas tierras cultivadas por ello mimo, cosechaban productos alimenticios que eran vendidos, baratos en los pueblos del vale.
Constituida la pequeña propiedad, en el vasto ámbito del Valle de Chicama por una repartición territorial de tantos poseedores, tuve que ser para ellos su mejor época, porque habían encontrado en esos fértiles campos, que era la tierra prometida que daba leche y miel. Agrícolamente, este valle era el más rico en costa del norte del país; allí se cultivaron y cosecharon siempre artículos de beneficio y consumo de los pueblos, por eso fue en tiempos pasados, el granero del Departamento y campo promisor de bienestar y vida barata. De allí parte el tradicional decir de los antiguos habitantes que vivieron esa época que por entonces no se hablaba de carestía[5]de la vida, ni padecían hambre, porque esas calamidades no se presentaban en el cotidiano vivir de las poblaciones del Valle de Chicama. A propósito en el cotidiano vivir de las poblaciones del Valle de Chicana. A propósito, valga recordar aquí, decía don Celso Alva, que en aquellos tiempos de 1890, su padre siempre le comentaba que la abundante producción agrícola de artículos alimenticios tenía que favorecer y hacer propicio el bajo costo de vida.
"Los desocupados no habían en aquellos tiempos, la mano
de obra era escasa y trabajo había para todos, en los fundos o en las
haciendas pequeñas, para el peón del campo o para colonos agricultores
que sembraban por su cuenta, Si para un colono recibía un terreno -en
este caso un lote- semillas que él solicitaba y una yunta de bueyes.
Sembraba, y de las cosechas que obtenía estaba obligado a entregar a
la hacienda o dueño del fundo, la tercera parte si recibió semilla
y yunta de bueyes; la cuarta parte por la semilla y por la yunta nomás
la quinta parte. Así era el trabajo rural en algunas haciendas, dar la
tierra para quien la trabaje, sistema adoptado por los hacendados para la explotación
de sus tierras y del trabajo del Hombre, que por fin le rendía ganancias",
agregaba el señor Celso Alva. En aquellos tiempos los problemas sociales
causado por paro de trabajadores en ninguna pate se presentaban, las organizaciones
obreras y las ideas socialistas se desconocía entre la clase trabajadora,
en aquellos tiempos, el proletariado campesino, la clase trabajadora explotada
por los hacendados, no sabía que con su trabajo amasaba la riqueza del
hacendado, ni que este lo explotaba; de allí la explotación del
"Hombre por el Hombre", ya mencionado por Carlos Marx en su obra "El
Capital", en su época.
El régimen colonial español heredado por nuestro país,
resultó incapaz de organizar en el Perú, particularmente en las
costas norteñas, donde claramente actuaba una economía de puro
tipo feudal, es así que se explica claramente la situación del
Valle de Chicama; No es posible organizar una economía sin claro entendimiento
y segura estimación, sino de sus principios, al menos de sus necesidades.
Una economía indígena, orgánica, nativa, se forma sola.
Ella misma determina espontáneamente sus instituciones. Pero una economía
colonial se establece sobre bases en parte artificiales y extranjeras, subordinada
al interés del colonizador. Su desarrollo regular depende de la aptitud
de éste para adaptarse a las condiciones ambientales o para transformarlas.
El carácter colonial de la agricultura de la costa, que no conseguía liberarse de aquella tara, proviene en gran parte del sistema esclavista. El latifundista costeño no reclamó nunca para fecundar sus tierras, hombres, sino brazos; por eso, cuando le faltaron loa esclavos negros, buscó un sucedáneo en los coolies chinos, luego en los peones campesinos de la sierra de Cajamarca; esta última importación típica de un régimen "encomendero", contrariaba y entrababa como la de los negros la formación regular de una economía liberal congruente con el orden político establecido por la revolución de la independencia; es así que los peones campesinos que trabajaban las tierras cañavaleras del azúcar.
Nacimiento de nuevas haciendas azucareras
CONCENTRACIÓN DE LA PEQUEÑA PROPIEDAD. NACIMIENTO DE LA HACIENDA AZUCARERA CASA GRANDE. LOS NUEVOS TERRATENIENTES (HACENDADOS) Y EL PROCESO DE CAMBIO DE LAS HACIENDAS AZUCARERAS. QUIEBRA DE PEQUEÑAS HACIENDAS. LA COMPRA DE LAS PEQUEÑAS HACIENDAS.
Hablar de cambios en el norte es básicamente hablar de los cambios que afectaron a su estructura agraria. En efecto, el colapso económico de la región producido durante la guerra con Chile (1879 ? 1884) sólo pudo superarse mediante la inyección de cuantiosos capitales foráneos, y la fusión de gran parte de las haciendas existentes. Este proceso de concentración fue particularmente intenso entre 1885 y 1890. Como resultado de este proceso, las haciendas de propiedad de terratenientes nacionales fueron absorbidas dentro de las tres gigantes empresas agrícolas: Casagrande, Roma y Cartavio, los Gildemeister, Larco y Grace, sus propietarios respectivos, simbolizaban la total colonización de la agricultura costeña por el capital extranjero. La consolidación de estas haciendas, además, estuvo grandemente favorecida por una coyuntura exterior excepcionalmente propicia. Pero el término de la Primera Guerra detuvo momentáneamente esta expansión. Las ventas de azúcar en 1920 llegaban a doce millones y medio de libras, pero el año siguiente alcanzaron apenas a cuatro millones. Esté cambio en la coyuntura produjo nuevos cambios en la estructura agraria de la región. El principal fue la virtual liquidación de los Larco, quienes se vieron obligados, en 1927, a transferir sus propiedades a Casagrande a cambio de trece millones de soles. La desaparición de la hacienda Roma prácticamente completó la concentración de la tierra en el valle de Chicama. La estructura agraria que emerge después de este proceso estuvo bajo el control de Casa Grande.
La emergencia y consolidación de Casa Grande, sin embargo, no
implicó solamente la desnacionalización y absorción de
las haciendas existentes. Los pequeños propietarios rurales también
fueron afectados por estos cambios. La violenta expansión del azúcar,
en efecto, quebró el precario equilibrio entre aguas de regadío
y extensión de tierras, provocando una aguda escasez de aguas para la
irrigación de los campos azucareros. Los consejos de regantes, controlados
ahora por las grandes plantaciones, corrigieron este problema despojando de
los turnos de agua a que tenían derecho los pequeños cultivadores.
Sin agua las tierras del litoral carecen de valor. El resultado de este proceso
fue el despojo de las tierras de cerca de cinco mil familias entre 1890 y 1930
Y su absorción dentro de las grandes plantaciones azucareras.
Pero los cambios introducidos en la región costeña por la emergencia de estas plantaciones no sólo afectaron, como se ha visto hasta ahora, a la estructura de la tenencia de la tierra, sino que también introdujeron modificaciones profundas en la estructura de la comercialización. El 21 de julio de 1915 el gobierno de Benavides otorgó a los Gildemeister el control del hasta entonces abandonado puerto de Malabrigo, llamado también Puerto Chicama, en el mismo valle de Chicama. En la práctica esta entrega significaba liberar a Gildemeister de los pagos de los derechos de exportación e importación de insumos y de bienes introducidos por este puerto. Una autorización posterior para construir y operar un ferrocarril local entre Malabrigo y Casa Grande consolidaba esta situación. La consecuencia del control comercial, ejercido ahora por Gildemeister, fue el deterioro en la condición material de muchos de los comerciantes trujillanos, quienes se encontraban en clara desventaja frente a Casa Grande por tener que pagar elevadas tasas aduaneras en el puerto de Salaverry, así como altos costos de transporte al ferrocarril controlado por la Peruvian Corporation.
En resumen, expresa el Sr. Celso Alva que: "Las transformaciones
ocurridas en la estructura económica de los valles norteños, en
las primeras décadas del presente siglo, fueron creando los mecanismos
y las bases sociales para las movilizaciones iniciales lideradas por el APRA.
Pero las tensiones de una estructura sólo se expresan en los momentos
de crisis. Si bien las huelgas y protestas de los trabajadores atravesaron permanentemente
la historia de los valles del norte, es una coyuntura económica desfavorable
la que otorga a estas manifestaciones toda su explosividad y dramatismo. El
ejemplo las consecuencias de la típica lucha social de 1921, año
en que estalla una serie de huelgas producidas tanto por el aumento del nivel
de vida, como por la depresión del comercio internacional del azúcar.
Estas movilizaciones, a la vez que mostraron la combatividad de los trabajadores,
comenzaron a atraer la atención de quienes buscaron traducir ideológica
y políticamente el descontento de vastos sectores afectados por los cambios
económicos; y lo mismo sucede con el Partido Comunista del Perú
después de la muerte de José Carlos Mariátegui La Chira".
Es esta peculiar base social la que explica también el contenido
de la ideología aprista. Partido esencialmente de la clase media y media
alta, esto último como el caso de Víctor Raúl Haya d la
Torre y otros, contrario a la ideología de PCP, que era de clase media
a baja; pero el APRA buscó la movilización de los intereses afectados
por la penetración del capital extranjero en la estructura económica
del norte. Su prédica anti?imperialista pudo encontrar oídos receptivos
entre aquellos cuyos recursos productivos -tierras, pequeñas industrias
y comercio– fueron absorbidos por las emergentes y gigantes plantaciones
extranjeras. Su nacionalismo, al mismo tiempo que expresaba la reivindicación
y articulaba la movilización de estos diferentes intereses lesionados,
evitaba la formulación de una crítica y de una alternativa de
clase. Manifiesta el Sr. Celso Alva, que: "Por esto mismo ni el anti?imperialismo
ni el nacionalismo del APRA fueron demasiado lejos. Para Víctor Raúl
Haya de la Torre, después de todo, el imperialismo correspondía
en nuestros países a la primera fase del capitalismo. Ya en 1931, Fred
Morris Dearing, embajador de Estados Unidos en el Perú, debía
corroborar la postura política de Haya de la Torre en una elocuente carta.
Víctor Raúl Haya de la Torre impresionó inmediatamente
al Sr. Morris, por lo caluroso y simpático de su carácter y por
su aparente sinceridad. Rechazó con desdén la idea de que era
destructor o ultrarradical y pareció tener un sincero respeto por nuestro
país, al que ha visitado en varias oportunidades -refiriéndose
al Sr. Morris-. El señor Haya de la Torre indicó claramente
que si su partido tuviera éxito, lo expreso de esta manera, -señala
el Sr. Celso Alva, pues abrazaba las ideas del marxismo-, quien esperaba
mucha comprensión y toda la ayuda posible de nuestro Gobierno y una real
cooperación entre nuestros países; él únicamente
desea que nuestro Gobierno sea moderado, considerado y justo. Por el momento,
la situación en los campos mineros de la Northern Perú Mining
and Smelting Company es activa, y el señor Haya de la Torre me dijo -algo
de lo que puede ser considerado como una evidencia de lo que siente por los
intereses norteamericanos- que esta mañana había aconsejado
a través de sus varias conexiones, a toda su gente en y alrededor del
distrito de Trujillo contra cualquier tipo de violencia, haciendo uso de toda
su influencia para conseguir un arreglo pacífico, aceptando con calma
lo inevitable. Mientras me hablaba, Haya de la Torre me dio la impresión
de estar calmado, y entonces tuve conciencia de la intensidad de sus propósitos
y la evidencia de los últimos meses demostraba que era un hombre hábil
y que tenía el respeto y la adhesión de muchos de sus compatriotas.
No estoy aún muy seguro si es un hombre predestinado o no. Por lo que
sé de este asunto, sin embargo, pensaría que si llega a ser Presidente
del Perú no tendríamos nada que temer; por el contrario, podríamos
esperar una excelente y beneficiosa administración de fuertes tendencias
liberales, en la que habría justicia, comenzando un período de
confianza y bienestar".
La correlación propuesta por Peter F. Klarén[6]entre cambios y dislocaciones en la estructura económica de una región producidos por los enclaves extranjeros y la emergencia del electorado aprista parece pues convincente. Liisa North[7]en su reciente tesis doctoral, "Origins and Development of the Peruvian Aprista Party" ("Orígenes y desarrollo del Partido Aprista Peruano"), encuentra una correlación similar en áreas como Cerro de Pasco, Ica y Ancash, donde efectivamente la aparición de otros enclaves produjeron cambios de la misma naturaleza que en la costa norte. Sin embargo, como la misma autora lo reconoce, la emergencia del APRA no puede ser explicada solamente a través de la aplicación mecánica de un modelo bastante simple, pese al importante rol que juegan dentro de él los factores económicos y sociales. En Piura, por ejemplo, fue el Partido Comunista y no el APRA el que tradujo políticamente estas mutaciones, mientras que en Lima y Callao fueron populismos de diverso signo los que constituyeron la expresión de la movilización política de estos intereses. Lo mismo puede decirse del área de Junín. El trabajo de Peter F. Klarén, en consecuencia, constituye el primer gran aporte para pensar históricamente el fenómeno aprista en un determinado nivel, pero se requiere todavía investigaciones más profundas para elaborar una adecuada síntesis.
Lo que no queda claro en el análisis de Klarén, en cambio,
es el porqué de la militancia aprista de los trabajadores rurales. En
el caso de la burguesía rural y de los sectores medios desplazados por
el capital extranjero es perfectamente comprensible su permeabilidad a la prédica
nacionalista y anti?imperialista desarrollada por el aprismo. Pero en el caso
de los obreros del azúcar, ¿por qué el APRA y no el Partido
Comunista? La nula influencia de este último, ¿fue debida a su
creación muy reciente, a la debilidad de su organización, a su
menosprecio por los trabajadores del campo y a su opción por la politización
del proletariado minero? Pero, en este último caso -la politización
del proletariado minero- tampoco los comunistas alcanzaron, por lo menos
en aquel momento, un éxito de largo alcance. Todo lo cual plantea el
problema de saber hasta qué punto el enrolamiento de los trabajadores
dentro de las filas del APRA, más allá de la eficacia de sus células
locales en el reclutamiento, fue el resultado de la peculiar estructura y del
nivel alcanzado por la conciencia de la clase trabajadora. En otras palabras,
¿cuál fue la exacta posición del APRA en la estructura,
la conciencia y la ideología del proletariado rural y urbano del Perú?
La respuesta a esta cuestión fundamental exige el reexamen entero de
la historia del proletariado peruano, desde su formación hasta su configuración
actual, pasando por el examen de sus combates exitosos y de sus derrotas pasajeras.
En este sentido, la reflexión comparada de las tesis políticas
de Mariátegui y de Haya de la Torre ilumina con fuerza el problema, planteado,
al mismo tiempo que brinda una de las claves para comprender el proceso político
del Perú contemporáneo. Pero, a pesar de estos vacíos,
el libro de Clareen constituye un importante aporte al debate político
contemporáneo, al mismo tiempo que un estímulo inteligente para
futuras investigaciones.
"Al correr de los años, -acentuaba el señor
Celso Alva, en nuestras conversaciones que duraron alrededor de 3 años
continuos, las que eran amenas, a veces tristes; pero no dejaba ni un ápice
de contarme la historia que ahora estoy narrando-, y de bibliografía
sobre el tema consultada que corrobora lo expuesto por el Sr. Celso Alva; el
Valle de Chicama tuvo que entrar a una nueva fase del transcurso histórico
de su existencia por la ley de la evolución que transforma y cambia todo
en la vida. Su antigua estructura agraria conservadora de la múltiple
propiedad privada, costumbres y sistemas de trabajo tradicionales, empezó
a sufrir cambios en su vasto panorama geo?económico. Nuevos y poderosos
capitalistas nacionales y extranjeros incursionan en sus campos y adquieren
haciendas pequeñas que las concentran después en grandes negociaciones
agrícolas industriales para la producción de azúcar. De
la concentración de esas haciendas compradas surgieron las nuevas haciendas
de mayor extensión, las mismas que son: Casa Grande (antes Casa Chica)
con 250 fanegadas, perteneciente a Juan Gildemeister; Cartavio con 350 fanegadas,
perteneciente, a Cartavio Sugar Company; Chiclín, con 670 fanegadas,
perteneciente a Rafael Larco Herrera y Roma (antes Tulape) con 340 fanegadas,
perteneciente a Víctor Larco Herrera; las "fanegadas[8]eran
medidas agrarias de los años 1890."
Con el ingreso de las empresas capitalistas extranjeras en las tierras
del Valle de Chicama, de hecho se inicia la penetración del imperialismo
inglés y alemán en la costa norte del país, específicamente
en todo el Valle de Chicama, con todas sus azarosas consecuencias económicas
y sociales. Pero tanto los consorcios nacionales como extranjeros, no se conformaron
con las primeras adquisiciones que hicieron, sino que obedeciendo a su insaciable
voracidad y ambiciones de dominio de la propiedad rural del Valle de Chicama,
prosiguieron haciendo, ya no compras honestas sino descaradas adjudicaciones
e invasiones de fundos y tierras de propiedad legal de comunidades campesinas,
imponiendo, para el caso de las adjudicaciones imponían precios y condiciones
a su gusto y capricho de los grandes y poderos terratenientes. Nos manifiesta
don Celso Alva que: "Que para probar las afirmaciones antes citadas,
vale recordar al Distrito de Chicama, cuyas extensas tierras de comunidades
agrícolas, fueron absorbidas por Casa Grande, sin respetar leyes ni derechos
de ninguna clase. Para conseguir esas ganancias no tuvieron reparos el poder
de su dinero corromper la conciencia de autoridades venales que contribuían
al éxito de sus planes. No se exceptúan en estos hechos a las
otras haciendas que también hicieron lo mismos con los pequeños
propietarios de tierras agrícolas (campesinas) de sus proximidades. De
esta manera llegaban a apoderarse de valiosas tierras para extender sus cañaverales,
cuyos dueños desplazados de sus propiedades injustamente, quienes recurrían
a las autoridades judiciales sin ser ni siquiera escuchados, para pasar a ser
simples empleados de las mismas haciendas que los expropiaron".
Conjuntamente con su plan de extensión y dominio territorial,
los nuevos terratenientes hacendados, como se los llamaba, siguiendo siempre
métodos de apropiación, consiguieron el control en la distribución
de las aguas de regadío proveniente del Río Chicama; absorber
o usar los derechos de agua correspondientes a los distritos y comunidades campesinas,
reduciéndolos inexorablemente a la inacción, con sus tierras convertidas
en campos baldíos imposibilitados para producir. Este odioso proceder
practicado impunemente por las grandes empresas millonarias en los campos del
Valle de Chicama se ha mantenido con criterio prepotente e invariable a través
del tiempo hasta nuestros días. Al influjo de la prepotencia capitalista
dominante, las comunidades Campesinas han sucumbido y los distritos también
han sufrido y corrido la misma suerte; Agrega don Celso Alva, que: "dichos
lugares, ahora -refiriéndose a los años 50- son
pueblos en decadencia, condenado a desparecer, sin campiñas ni aguas
de regadíos, oprimidos con plantaciones de cañaverales hasta sus
propios límites urbanos (refiriéndose a los distritos, específicamente),
y sus autoridades municipales puestas o quitadas a capricho de los que dirigían
las empresas azucareras".
Entre estas empresas millonarias debemos distinguir a las negociaciones
de propiedad extranjera como son Casa Grande y Cartavio, que se caracterizaron
por sus tendencias predominantes, absorbentes e imperialistas, con influencia
en la política y en los poderes públicos de la nación.
Destacase, empero, como la más poderosa de todas, de irresistible prepotencia
en todo orden de cosas, la Hacienda Casa Grande; más en la época
que cuando Juan Gildebrandt adquiere dicha propiedad, empresa alemana, indiscutiblemente
la más grande y poderosa empresa azucarera establecida en las costas
del Norte del país, cuyos inmensos dominios territoriales principian
desde las orillas del mar y se extienden hasta las lejanas cumbres de la sierra
del norte (Cajamarca).
Luis G. Albrecht.[9]
Luis G. Albrecht, cuyo nombre en alemán era Ludwig Albrecht, alumno del ingeniero alemán Liebig, nace en Múnich, Bavaria, Alemania (otros señalan que en Bamberg, Alemania) el 19 de marzo de 1826, muy joven viaja a Estados Unidos y México en donde funda Casa Grande de Blancos, en Manzanillo dedicándose a la exportación de maderas. Llega al Perú por problemas de salud entre 1855 y 1856, casándose con Emilia Casanova y Velarde, hija del coronel Domingo Casanova, dueño de la hacienda Galindo; y se establece en Trujillo, adquiriendo la propiedad azucarera "Facalá" en el valle de Chicama en 1862, en la cual posteriormente se asocia con los hermanos Pflücker. Para 1865 adquiere la hacienda Sausal a fin de ampliar sus sembríos. Al inicio Albrecht siembra algodón en Facalá; el cual tenía buen precio y demanda debido a la guerra secesionista de Estados Unidos (la que conllevó a una enorme baja en la producción de los algodonales del sur de EEUU), pero dándose cuenta de la rentabilidad y facilidad de cultivo de la caña de azúcar en el valle, cambia de rubro y comienza con los cañaverales en Facalá, Sausal y Casa Grande. Como ya hemos mencionado, dándose cuenta del atraso tecnológico en cuanto la industria azucarera se refiere en nuestro país, fue un pionero en industrializar el cultivo de la caña de azúcar en el valle de Chicama, estableciendo el primer ingenio de importancia en la hacienda Facalá, aproximadamente en 1862. Asimismo, amplió el rubro de sus negocios a la explotación del cobre, en las minas de Quiruvilca, junto con Gottlieb, ganando notoriedad en el ámbito económico republicano.
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