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La identidad perdida (página 5)




Enviado por Bruno Nizzoli



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

La terapia cognitiva es un proceso de resolución de problemas basado en una experiencia de aprendizaje. El paciente, con la ayuda y colaboración del terapeuta, aprende a descubrir y modificar las distorsiones cognitivas e ideas disfuncionales. La meta inmediata, denominada en la C.T "terapia a corto plazo" consiste en modificar la predisposición sistemática del pensamiento a producir ciertos sesgos cognitivos (distorsiones cognitivas). La meta final, denominada "terapia a largo plazo" consiste en modificar los supuestos cognitivos subyacentes que harían vulnerable al sujeto. El terapeuta tiene una doble función: como guía, ayudando al paciente a entender la manera en que las cogniciones influyen en sus emociones y conductas disfuncionales; y como catalizador, ayudando a promover experiencias correctivas o nuevos aprendizajes que promuevan a su vez pensamientos y habilidades más adaptativas. La finalidad de las técnicas cognitivo-conductuales es proporcionar un medio de nuevas experiencias correctoras que modifiquen las distorsiones cognitivas y supuestos personales.

Para Ellis son básicamente dos las características que manifiesta una persona normal: Auto-aceptación Incondicional y un alto nivel de tolerancia a la frustración en lo que respecta a la vida y las demás personas. Ellis se ha ido encaminando a reforzar cada vez más la importancia de lo que llama "auto-aceptación incondicional". Él dice que en su terapia, nadie es rechazado, aún sin importar cuán desastrosas sean sus acciones, y debemos aceptarnos por lo que somos más que por lo que hemos hecho. Una de las formas que menciona para lograr esto es convencer al paciente de su valor intrínseco como ser humano. El solo hecho de estar vivo ya provee de un valor en sí mismo. Queremos mantenernos vivos y estar sanos, queremos disfrutar de la vida y demás, pero interferimos sobre estos deseos básicos promoviendo metas de superación para el ego que resultan dañinas como tal. Ellis cree firmemente que la autoevaluación conduce a la depresión y a la represión, así como a la evitación del cambio.

Creo que el mayor hallazgo de Ellis es el principio de autoaceptación incondicional, del cual los terapeutas pueden recoger varios argumentos para solucionar errores comunes de valoración y razonamiento entre los pacientes. A pesar de este gran acierto, la valoración del ser humano en un plano conciente no puede hacer mucha mella sobre todos los influjos que convergen hacia la alienación y la adopción de una identidad falsa. Desde mi perspectiva, Ellis comete un error de base al plantear que toda emoción es consecuencia de un pensamiento, y que de la incorporación de una mejor filosofía de vida depende la posibilidad de gozar de salud mental. Sin embargo, desde mi perspectiva, cada plano del ser es relativamente autónomo, e incluso la conciencia no podría ser modificada del todo por adoptar una nueva filosofía o concepción de la vida.

El hecho de aplicar este tratamiento a personas que están en algún punto insatisfechas con lo que son al no poder afirmar su identidad, puede ser un factor favorable a que cada sujeto se encuentre mas dispuesto a modificar su identidad o adquirir nuevos recursos para afirmarla. En otro caso, sería fácil demostrar que muchas personas que no están dispuestas a modificar su filosofía totalmente incorrecta de la vida, aún así, no manifiestan ningún trastorno o síntoma neurótico. Como también es válido lo contrario, gente que sí tiene una concepción más acertada, más científica u objetiva, y sin embargo, es más neurótica de lo común. En cualquier caso, podemos convenir que si para ser saludables hay que tener una correcta filosofía de vida la generalidad de la población debería considerarse neurótica, cosa que no es cierta: la generalidad esta reservada a la alienación.

La persona puede lograr pensar mejor determinadas circunstancias de su vida, pero esto no la habilita a ser racional en cualquier otra circunstancia. Con la conciencia de que la persona tiene pensamientos disfuncionales lo que en última instancia se logra es que ésta no confíe tanto en sus pensamientos, que no les de tanto crédito como antes. Sin duda, ello ayuda a aliviar los trastornos manifiestos, pero la identidad queda intacta, sólo se avanzó en quitar del medio la compulsión de actuar y sentir de acuerdo a esos pensamientos equivocados. Ser más racional nunca puede ser una verdadera solución al problema de la identidad, en cualquier caso, la conciencia siempre es focal e intencional, es decir, no podría llegar a ser nunca del todo racional.

Para Ellis los pensamientos irracionales tienden a ser absolutistas, exigentes y a destacar lo negativo sobre lo positivo. Precisamente este es el tipo de pensamiento que caracteriza a toda persona, y no sólo a los neuróticos, que viven desde una condición psicológica de carencia, afirmando el deber Ser sobre los atributos del Ser. Desde una condición de abundancia, por supuesto, ninguna acción o acontecimiento puede ser percibido como algo urgente o necesario, se tiene una actitud más positiva y de mayor aceptación al error o el fracaso. He demostrado que esta disposición se logra de forma más directa con la adopción de una identidad auténtica por medio de la meditación. Además, si la terapia de Ellis logra algún éxito lo hace a expensas de un dispendio innecesario de racionalidad y trabajo terapéutico.

Terapia de la Gestalt:

Fritz Perls pensaba que el organismo tiene la capacidad de autorregularse obedeciendo a una Gestalt. El proceso completo de una Gestalt se inicia con una necesidad, sigue con la toma de conciencia de ella, prosigue con la satisfacción, luego con el reposo y finalmente con el surgimiento de una nueva necesidad. En estas distintas etapas se pueden presentar bloqueos, superarlos es la finalidad de la terapia Gestalt.

Dado que las necesidades del organismo son muchas y cada necesidad altera el equilibrio, cuando el proceso homeostático o de autorregulación falla, el organismo permanece en desequilibrio y si esto se prolonga por demasiado tiempo el organismo no puede satisfacer sus necesidades y se enferma. Entonces mantener el equilibrio es equivalente a mantener una vida sana,  por tanto, la capacidad de autorregulación organísmica nos lleva también a mantener la salud, sin necesidad de una continua intervención racional de parte del individuo.

La neurosis sería un síntoma de maduración incompleta, provocada por disfunciones en la vida y la experiencia. Todo control interno o externo interfiere en el funcionamiento sano del organismo, por lo que en la Gestalt se invita a confiar en nuestra propia naturaleza y aceptar lo que uno es sin exigencias ni censuras. La mayoría de las personas dedican su vida a tratar de actualizar un concepto de lo que deben ser, en lugar de tratar de aceptarse tal como son.

Asegurar la continuidad de la Gestalt es la condición que permite al ser humano vivir un contacto más cercano con la naturaleza, con su entorno y con sus semejantes. La terapia tiene por designio ayudarnos a sacar a luz las resistencias, a promover una mayor toma de conciencia, facilitando el proceso de maduración. La Gestalt brega por una libre conciencia, una conciencia directa del aquí y ahora, que no sea contaminada con preconceptos, conceptualizaciones, alusiones al pasado o al futuro, o con pensamientos negativos, etc. Es un modo de llegar a estar en este mundo en forma plena, libre y abierta; aceptando y responsabilizándonos por lo que somos, sin usar más recursos que apreciar lo obvio, lo que ES.

La Gestalt de Perls propone atender el presente, estar aquí y ahora, no condicionar la experiencia por los pensamientos, y nos impulsa a adoptar la mayor autonomía para responder sólo a nuestras necesidades reales y no ser víctima de condicionamientos externos o internalizados. También tiene una propuesta conducente a despojarse de identidades asumidas socialmente hasta llegar a tomar contacto con nuestro ser verdadero. En síntesis, la Terapia de la Gestalt propone:

  • Vivir en el ahora.

  • Vivir en el aquí.

  • Dejar de imaginar y fantasear en exceso sustituyendo al contacto real.

  • Dejar de pensar innecesariamente sustituyendo a la acción.

  • Dejar de aparentar o jugar al "como sí".

  • Expresarse o comunicar.

  • Sentir las cosas desagradables y el dolor.

  • No aceptar ningún "debería", más que los propios, impuestos por uno mismo en base a nuestras necesidades y experiencias.

  • Tomar completa responsabilidad de las acciones, sentimientos, emociones y pensamientos propios.

  • "Sea lo que Ud. es… sin importar lo que Ud. sea. "

Es con todo ello la terapia que quizá más se acerca a la solución brindada en este ensayo, sin embargo, tanto como en Ellis, se carece de lo que sí encontramos en Fromm, una referencia al desarrollo que alcanza el hombre en un estado de maduración. La afirmación del ser auténtico, además, no sólo conlleva la consecución de disposiciones personales como la autonomía y la aceptación incondicional de uno mismo, sino la trascendencia del ser individual, cognitivo y físico. Esto es solamente captado por el siguiente enfoque.

Psicología transpersonal:

La Psicología Transpersonal consiste en el estudio psicológico de las experiencias transpersonales y sus correlatos, entendiendo estas experiencias como aquellas en las que la sensación de identidad se extiende más allá de la persona, abarcando aspectos de la humanidad, la vida, el psiquismo y el cosmos, que antes eran experimentados como ajenos al propio ser. Además se puede señalar que las experiencias transpersonales suelen ir acompañadas de cambios psicológicos dramáticos, duraderos y beneficiosos, ya que estas experiencias pueden proporcionar una sensación de sentido y objetivo a nuestra vida, pueden ayudarnos a superar crisis existenciales y despertar en nosotros una preocupación compasiva por la humanidad y el planeta. De acuerdo con Wilber, también evidencia la existencia de un amplio abanico de posibilidades humanas y nos sugieren que ciertas emociones, motivaciones, capacidades cognitivas y estados de conciencia pueden ser cultivados y refinados hasta grados mucho más elevados de lo que hasta ahora es considerado normal.

Esta psicología parte del hecho científico de que tal como el ser humano evolucionó desde  formas  de  vida  simples hasta desarrollar su conciencia actual, este proceso evolutivo continua hoy. Por esto la psicología transpersonal busca "desbloquear" este proceso y proporcionar las herramientas para una evolución que pasa necesariamente por la trascendencia de un ego que, siendo imprescindible inicialmente para permitir al niño construir una identidad adulta y adaptarse a la realidad, es posteriormente en sus adicciones, apegos, temores, prejuicios, etc., un obstáculo para el acceso a la experiencia Supraconciente.

 El término "Psicología Transpersonal" hace referencia entonces al hecho de que su objetivo excede la salud del "yo" y trabaja en el campo de las posibilidades que solamente se abren cuando se trascienden los estrechos limites de la identificación obsesiva con el propio melodrama personal para realizar la Conciencia Universal. El sentido de la propia identidad se puede expandir más allá de la imagen corporal y abarcar a otras personas, a grupos enteros o a toda la humanidad. Puede trascender las barreras humanas e incluir animales, plantas e incluso procesos y objetos inanimados. Sucesos ocurridos en la historia personal, ancestral, racial e incluso hechos futuros, se pueden vivenciar como normalmente se hace en momentos y lugares actuales. En casos extremos uno puede llegar a identificarse vivencialmente con el cosmos íntegro en diversos puntos del desarrollo.

 Diversos autores han conferido a las experiencias transpersonales las siguientes características:

  •  Carácter inefable: la experiencia que no se puede describir en palabras.

  •  Trascendencia del espacio y del tiempo: cuando se está en otra dimensión, el tiempo ya no existe y el espacio tridimensional desaparece.

  •  No Dualidad: desaparición de la percepción dualista yo-mundo o sujeto-objeto.

 Su objetivo terapéutico básico no son los conflictos particulares (aunque los reconoce, los trabaja y los integra) sino las soluciones generales que surgen inexorablemente con la expansión de la conciencia. La psicología transpersonal no busca su modelo referencial en la psicopatología o psicología de la carencia, sino en la psicología de la plenitud. Se enfoca en las posibilidades de evolucionar como especie a un grado de conciencia y ser superior, con lo cual, todo conflicto individual quedaría indefectiblemente superado.

Este es el único enfoque que trasciende la perspectiva personal. Reconoce que el problema es general, la adopción de una identidad y una conciencia limitadas, circunscriptas al propio individuo. No es cognitiva, es decir, no propone que la solución ha de alcanzarse por medio de la comprensión sino a partir de la experiencia misma y la metaconciencia, incluyendo estados alterados de conciencia, la meditación, respiración holotrópica, etc. Sin embargo, creo que por el momento no tiene una proposición clara de sus logros y alcance, por ejemplo, la identidad con el todo, la experiencia atemporal y desligada de un espacio finito, la experiencia de no dualidad, solo puede ser suscitado en dichos estados, pero en la vida ordinaria son poco menos que irrelevantes. ¿Resuelve la alienación? Por cierto que con ello se logra trascender la identidad social, pero me temo que una identidad tan general y difusa como la que proponen puede hacer perder nuevamente al individuo de la expresión más lograda de los planos del ser humano.

La psicología transpersonal, a mi entender, no plantea una eficaz solución en el plano social del ser debido a que su concepción de trascendencia pretende ir más allá del sistema social tal como es dado y dentro del cual el sujeto indefectiblemente se encuentra inmerso. Pero, precisamente, la solución al condicionamiento social no prescinde de una aguda interpretación de las interdependencias que se establecen en este sistema. El plano social del ser es autónomo respecto de la conciencia y aún de la metaconciencia, por cuanto ninguna trascendencia personal que no se atenga a la actividad material e intersubjetiva de los hombres puede brindar una solución completa a la alienación. De ahí que no sea posible una liberación individual mientras las relaciones intersubjetivas permanezcan inalteradas.

Por otra parte, la psicología transpersonal plantea la necesidad de una evolución de la conciencia, es decir, algo por lograr, sin embargo, la conciencia de identidad humana es ya algo inconmensurable ¿se puede pedir mas? La solución entonces no consistiría en alcanzar un determinado desarrollo de la conciencia, sino, fundamentalmente en despojarse de las ideas que la alejan del reconocimiento de la integración y abundancia humanas, especialmente de las ideas emanadas del falso ser.

Críticas generales:

Homocéntricas: Freud, Adler y Horney, enfocan el problema en el individuo y no en el medio. Por consiguiente, la solución consistiría en la readaptación del individuo a la sociedad dando por buena la alienación que ésta genera. La solución real exigiría que el sujeto pueda ser más humano a pesar del medio social. No es el individuo el generador del problema de la alienación, sino una sociedad que niega valor a los atributos humanos y pondera mejor trayectorias ficticias de realización funcionales al sistema de mercado, al régimen político, la unidad familiar, etc. Los sujetos que se resisten a estas trayectorias impuestas tienen desde mi perspectiva una conciencia más sana que aquello que la sociedad considera adaptados o normales.

Cognocéntricas: Exceptuando a la terapia de la Gestalt y la psicología trasnpersonal, todos los demás enfoques son lo que se podría llamar cognoscéntricos, pues tratan de que el paciente resuelva su problema a un nivel conciente. Especialmente Fromm y Ellis entienden los problemas psicológicos como basados en creencias y modelos de pensamiento errados, suponiendo que el plano cognitivo afecta a los demás planos del ser de modo directo. Tanto el psicoanálisis como la terapia cognitiva son efectivas en tanto consigan aliviar los causes por los cuales se afirma la identidad asumida, pero no plantean una solución adecuada al problema de la alienación del hombre. La conciencia ordinaria responde a la identidad asumida, por lo que le es imposible, a menos que sea momentáneamente, superar los condicionamientos y trayectorias que fija esta identidad.

Egocéntricas: Todos los enfoques, a excepción de la psicología trascendental, proponen dar curso a la expresión del ser "auténtico", o Yo real, sin embargo, este ser "auténtico" es circunscrito a necesidades, cualidades, sentimientos o pensamientos propios del sujeto. De esa manera no se puede trascender el Ego, es decir, se pondera una identidad escindida del resto de los seres humanos. Entonces, a pesar de que pueda valorarse el hecho de propender a la autonomía individual, el sujeto queda encerrado en una identidad autorreferencial. La identidad humana, en cambio, se afirma en el sentido de pertenencia a la humanidad, y no sólo en el desarrollo o la búsqueda de libertad personal. Se comprende que el individuo es parte integral del sistema donde interactúa, el plano social de su ser es interdependiente de las condiciones y fenómenos que trascienden los aspectos individuales de la persona. Por lo tanto, la solución debe también plantear necesariamente un cambio de orden social, lo que se verá con más detalle en el último capítulo.

Perspectiva basada en la identidad del ser humano

La identidad es el factor clave desde el cual se pueden explicar la orientación que adquieren la mayoría de nuestras preferencias, deseos, intereses, pensamientos y sentimientos. Toda interpretación de la conducta que no atienda a la identidad asumida sólo puede brindar soluciones parciales. En cambio, si reconocemos problemas relativos a las emociones o deseos irracionales o compulsivos como consecuencia de la adopción de una identidad sustituta, las soluciones que se presenten pueden ser de mayor alcance y librar a la persona de un esfuerzo y sufrimiento innecesarios para la corrección de los mismos.

Deberíamos reconocer que el problema real que está en la base de toda insatisfacción, ansiedad o tensión personal es la negación del ser a cambio de la afirmación de una identidad individualista. Afirmar el ser humano equivale a la experiencia del amor y de la autenticidad; por lo que también podríamos afirmar que todo problema es debido a la falta de amor y de comprensión acerca de lo que uno es realmente. Solo en el caso que un psicoterapeuta desestime el problema puntual del paciente para ayudarlo a acceder a esas experiencias, realmente está haciendo algo bueno por él, en otro caso no sería muy diferente a que le recetara algún psicofármaco.

La aceptación social es un mecanismo fundamental en el proceso de formación de la identidad. Los comportamientos que adquieren reconocimiento y son recompensados van siendo incorporados a la composición de la identidad personal. Tal como destaca Rogers, nuestro sistema social genera ambientes en los que la aprobación es condicionada; aprobamos al niño si se porta bien y si obtiene buenas calificaciones. La censura y la aceptación social operan como válvulas para la afirmación del ser, aún en la vida adulta, pero sólo en el caso que la identidad sea de origen social.

La afirmación del ser tiene al menos dos niveles de funcionamiento, uno es la defensa de la integridad de la identidad, y otro su confirmación o fortalecimiento. El neurótico percibe casi de forma permanente una situación de amenaza de su integridad psíquica, por lo que en un plano social actúa dentro de un estado de defensa y recogimiento para no verse expuesto al rechazo social, pero en el plano cognitivo o de la conciencia accede por momentos a experimentar la sensación de fortalecimiento de su identidad que, como nos han sugerido Adler y Horney, puede tomar tintes totalmente imaginarios. Mientras que la persona adaptada se asienta en un estado de confirmación y fortalecimiento relacionándose directamente con el entorno. Aunque ello marque diferencias notorias en el comportamiento, ambos tienen en común el hecho de haber adoptado una identidad falsa. Aún el hombre que se muestra superado luciendo un auto de alta gama por el centro de la ciudad, no explota tanto la sensación de placer que le brinda el automóvil como la sensación de aprobación social que le retribuye para afirmar su identidad individualista. Los dos siguen siendo en un aspecto emocional inmaduros, como niños pequeños que aún no pueden prescindir de la atención de los demás.

La identidad humana no es una adquisición natural, surge en ambientes donde predomina la seguridad y libertad psicológica, donde se brinda aceptación incondicional y favorece la integración activa entre las personas. La adopción de la identidad humana se nutre de valores que afirman la vida en sus múltiples manifestaciones sin imponer trayectorias únicas e inflexibles. La alienación sucede cuando se hace que la vida responda a unos modelos, ideales, normas, o valores fijos, y más precisamente, cuando no se valora al individuo por lo que es, sino más bien por lo que ha logrado. Las identidades falsas que se forjan de esta manera obran como sujetadores de la vida espontánea del individuo, la encaminan a actuar, sentir y pensar de una determinada manera, que generalmente satisface una planificación social totalmente arbitraria. En efecto, la persona se vuelve un servidor antes bien que un protagonista de su propia vida, de manera que sacrifica sus cualidades humanas para volverse un objeto de manipulación social, generando fuerte lazos de dependencia de los marcos que le brindan algún sentido de seguridad y fortalecimiento de su identidad adquirida.

Aunque cualquier identidad adquirida tienda al equilibrio hay muchos motivos por los cuales una configuración de las identidades parciales puede engendrar displacer, bloqueos o tensiones en el individuo. Una posibilidad es que la composición de las identidades de un sujeto comprenda elementos no del todo compatibles, e incluso sean a veces contradictorios como sucede cuando están involucradas identidades autoreferenciales y gregarias en un mismo sujeto. Otras veces, una identidad puede exigir desempeños difíciles de cumplir engendrando sentimientos de impotencia o inferioridad. Así mismo, podemos encontrarnos con el cuadro de que la identidad asumida se ha vuelto incompatible a los cambios producidos en el entorno del sujeto. De todos modos, cualquier identidad falsa es pasible de producir sentimientos de insignificancia y vacío, tensión y ansiedad, miedo y culpa, inseguridad, a causa de la limitación y dependencia a la que expone por las razones comentadas en este capítulo.

Sin embargo, no debemos esperar a que algunos de estos síntomas se manifiesten para asumir que la persona está alienada. La adopción de cualquier identidad sustituta no permite al individuo ser lo que realmente es, de esta manera no puede ser libre, auténtico, ni puede sentirse en paz consigo mismo, le será difícil establecer relaciones desinteresadas con los demás, y no hallará verdadera gratificación en lo que hace. En una sociedad alienada, que promueve la adopción de identidades sustitutas y niega los atributos humanos, los bien adaptados son por supuesto las personas insanas que lideran la política, la educación, las empresas, etc. Estas personas no evidencias ninguna sintomatología que mereciera ser tratada por nuestros terapeutas, pero no obstante son el principal foco de propagación de esta alienación en todos los demás.

Toda persona que no haya adoptado una identidad real es susceptible de experimentar sentimientos y conductas negativas o irracionales debido a que éstas son reacciones ante una amenaza a la integridad psicológica de la identidad. Esta integridad será tanto más segura cuanto más sólida sea la identidad asumida. Pero como veremos, la única identidad que ha sobrevivido a la corrosión de nuestros tiempos posmodernos es la identidad humana. Sólo la identidad humana es completa y su afirmación positiva. Desde ella se desarrolla la verdadera autonomía y trascendencia, amor y solidaridad, sabiduría y creatividad, etc. si se buscan indicadores de salud mental, deberían ser éstos.

Desde mi concepción, la persona que se puede considerar normal es auténtica, vive sin tensiones, sin ansiedades, sin miedos; es autónoma, valerosa, creativa, sabia y logra trascenderse haciendo algo socialmente significativo, cooperando con los demás, sintiéndose integrado y rodeado de plena abundancia sin ser rico. Socialmente es generoso, responsable, atento, comprometido, y todo ello surge de sí mismo, no obedece a ninguna especulación moral ni religiosa. Está dispuesta a dar sin recibir nada a cambio, pues tiene permanentemente un sentimiento de gratitud hacia la existencia, a diferencia del ser alienado quien está confinado a un sentimiento de insatisfacción e ingratitud que lo hace demandar aún más cosas para sí. Es una persona totalmente sintonizada con la realidad, con lo que sucede aquí y ahora, sin ofrecer resistencia, sin forzar nada, pura voluntad y acto, amor y conciencia, felicidad y armonía. Desde luego que esta idea del hombre normal es mucho más pretenciosa que la que presenta la psicoterapia oficial, sin embargo, mi concepción al mismo tiempo propone que todo ello es consecuencia de una simple conquista: la afirmación del ser auténtico, es decir, de aceptar y valorar lo que somos. No implicaría un proceso de desarrollo, sino, a lo sumo, la acción de despejar gradualmente el terreno para una verdadera toma de conciencia de la identidad asumida.

En definitiva, hay dos soluciones complementarias para librarse de la alienación. Una es que se realice una intensiva meditación sobre la identidad; la otra, que cambie su ambiente de interacción desempeñándose dentro un sistema humano. Si el sujeto interactúa en un ambiente en el que se lo valora por ser humano, los recursos son abundantes y hay un fuerte sentido de unidad de grupo que coopera para lograr objetivos comunes, no sentirá la presión de destacarse o tener algo para ser, se sentirá aceptado de forma incondicional, y podrá estar motivado a ejercer y desarrollar sus atributos humanos libremente. Es cierto que aún no hay suficientes espacios sociales donde se verifique esta forma alternativa de interacción, pero, como veremos en el último capítulo, es posible tener esperanzas al respecto.

Las soluciones de la ética y la religión:

¿Puede ser la práctica de preceptos morales y religiosos una forma de solucionar el problema de la alienación? La respuesta anticipada es que no. Las religiones en general propician la adopción de identidades de origen, sólidas y gregarias, es decir, con las mismas características que la identidad humana, sin embargo, pone al hombre en una situación de subordinación en relación a una entidad de orden superior (llámese Dios, el universo, el todo, etc.). Desde la religión se han podido advertir y combatir muchos de los males de este mundo materialista precisamente porque desde la identidad religiosa se puede ejercer una efectiva resistencia a las tentaciones del mercado y coerciones sociales de distinto tipo. Sin embargo, no ofrece una solución eficiente a los problemas que nos aquejan simplemente porque siguen negando u ocultando parcialmente la dignidad propia del ser humano como especie, anteponiendo a ésta una instancia superior. Ante esto reacciona la ética humanista.

El perdón, la compasión, la tolerancia, la solidaridad y otro tipo de actos recomendados por los cristianos y moralistas de primera hora, son en realidad pobres aproximaciones a lo que podemos esperar de una verdadera existencia como humanos. Una persona que ha alcanzado el estado de conciencia de ser auténtico, que lo habilita a ejercer y desarrollar sus capacidades, y a reconocer la abundancia e integración humanas, no necesita actuar bajo aquellos preceptos, es solidaria de más y no necesita perdonar porque logra comprender que ninguna forma de violencia es ejercida contra él, sino que obedece a una limitación de la persona violenta. Por lo tanto, yo creo que esta frágil moral de la no violencia, de la solidaridad, etc. es apenas una reacción de reparo puesta al Ego, pero que no lo combate, actúa sobre los efectos pero no sobre las causas del mal, perpetuando indefinidamente una tolerancia implícita a las malas acciones.

Las personas que responden a aquellos preceptos, de hecho, están en problemas, porque al no solucionar las fuentes de su inmoralidad estarán permanentemente contrariados consigo mismos, sobre todo en aquellos momentos en que sus sentimientos y deseos son opuestos a los preceptos que intenta cumplir. Se los hace sentir culpables porque están divididos, sus sentimientos no se corresponden con sus pensamientos morales. La religión astutamente ofrece una forma de expiar las culpas y un lugar para sentirse al amparo de las tentaciones. Maquiavelo dijo que para gobernar hay que dividir, en este caso se ha ejercido una división al interior de la persona, la cual es aprovechada por los religiosos para ejercer control y poder sobre el pueblo. La iglesia sabe que el pueblo no está interesado en la virtud más que en la salvación de su alma, la promesa de bienaventuranza y providencia divina funcionan como una excelente recompensa para el sacrificio que debe ser hecho en la vida terrena, volviéndonos siervos de Dios.

Cualquier tabla de valores que se imponga al hombre hace de éste un objeto al servicio de algo que pretende ser más importante. ¿Pero qué puede ser más importante que el hombre mismo, que la vida? Los principales humanistas clásicos, entre ellos Aristóteles y Kant, responden que no puede ser nadie más que el hombre mismo quien establezca el modelo de virtud para sí, y de ahí que proponen principios éticos universales al que todo hombre en ejercicio de la razón suscribiría.

Kant decía que los seres humanos ocupan un lugar especial en la creación, no sólo se los puede considerar diferentes sino además mejores. Los seres humanos tienen un valor intrínseco y esto les otorga una dignidad que los hace valiosos por sobre cualquier otro ente. Por tal razón, los seres humanos nunca deben ser usados como medios para un fin ni regirse por ninguna autoridad que pretenda ser superior a éstos. Uno de sus preceptos éticos versaba: "Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio." (Kant)

Mill y los pragmatistas relativizan esta pretensión de universalidad asumiendo que de los principios éticos se infieren contenidos que pueden ser siempre perfectibles a medida que se desarrolla un mejor conocimiento de la naturaleza del hombre y de lo que es útil para éste. Mientras que Nietzsche avanzó en una cruzada contra todo principio ético, ya sea emanado de la autoridad divina o del hombre; decía que los valores deben responder y servir a la vida, emanar de la experiencia y no dejar que la vida sea en tanto normas y valores que la precedan. Cada hombre sería pues un legítimo creador de valores para su vida en tanto ello fuera necesario.

El budismo, en tanto, va más allá de ellos: toda racionalidad es un prejuicio de la mente inferior del hombre que responde al Ego, la virtud sólo puede emerger de la trascendencia del ser. En el budismo no hay un Dios, aunque se rinde culto a la imagen de Buda. Los budistas recomiendan liberarse de la mente, de vivir en el aquí y ahora, sin deseos, sin apegos materiales e ideológicos, desde la contemplación de la conciencia pura. En el ejercicio de la meditación logran liberarse de la conciencia subordinada al Yo, pero su solución no es significativa en los demás planos del Ser, fuera de lo que sea la total espontaneidad y aceptación de todo lo que ocurre. A pesar de que logran liberarse de los condicionamientos de la identidad social, de la forma que considero más acertada de todas las propuesta hasta aquí, no le otorgan en su reemplazo un contenido significativo para el hombre que actúa en el mundo, y ello supone que todo lo que haga el hombre en términos materiales y de relaciones no tenga ningún sentido. Esta vida vendría a ser una de entre otras oportunidades que tiene el hombre para alcanzar la conciencia absoluta o iluminación. No hay ningún motivo para que haga algo por la humanidad, la única forma de ser fiel a su destino es través de la meditación ociosa y la salvación personal. Sólo Imagínense qué pasaría luego de un cataclismo que deje en vida sólo a los seres espirituales que se encuentren iluminados, ¿quién se ocuparía del mundo?

Creo que una identificación con el universo y todo lo que existe en él, es algo confuso. ¿Cómo habría de afirmarse una identidad que lo impregna todo? ¿Qué puede hacer el individuo más que negar su particularidad y sumirse en una experiencia mística de éxtasis? De hecho, esta experiencia solo puede ser accedida desde el plano cognitivo, a través de la metaconciencia, lo que conlleva una negación de los planos del ser ligados a la experiencia directa del sujeto con el mundo. Es decir, que la afirmación de una identidad tan universal desestima en definitiva al hombre físico, de voluntad, que va haciendo su camino en este mundo. De ahí que los monjes budistas parezcan poco menos que vegetales, casi sin movimientos, sin vida, en una procesión repetitiva que los lleva con los mínimos cambios exteriores del nacimiento a la muerte. Ello significa una renuncia inaceptable de la actividad en el mundo material y de la responsabilidad social. Sumerge al sujeto en un estado de quietud e inactividad profunda, en el que realmente logra distanciarse de todas las identidades particulares, aún de la humana.

La solución budista, por otra parte, no deja de ser egoísta en tanto sólo está interesada en la liberación personal, nunca nada que se pretenda conseguir para sí mismo puede suponer una real trascendencia del ego. La afirmación del ser humano, en cambio, nos impulsa a la actividad desde el reconocimiento de nuestra individualidad pero orientada a lo general, a lo humano. La forma de contrarrestar la negatividad del Yo no es reprimiendo, ni negando, ni desentendiéndonos pasivamente de su influencia, sino a través de la integración activa con los demás seres de nuestra especie. Nuestra identidad sólo se afirma en el pensamiento, la acción, el sentimiento dirigido hacía el bien de la humanidad. A diferencia de la identidad budista, nuestra identidad humana nos motiva a actuar en el mundo.

Creo que la sobreestimación del aspecto espiritual es otra forma de alienación. La significación del ser humano es por sí misma tan amplia y rica que colma hasta el más ambicioso deseo de identidad e integración. Los que buscan a un ser superior o la identificación con lo absoluto también adolecen del reconocimiento de las implicancias de pertenecer a la especie humana, por lo que se podría entender como una especie diferente de negación del ser. ¿Cómo habríamos de desentendernos del mundo material y seguir siendo lo que somos? La ciencia y la tecnología han hecho mucho más por nosotros que todas las religiones espirituales juntas. Las revoluciones científicas e industriales se produjeron en occidente, fórmulas simples como la de la gravedad o las del electromagnetismo produjeron cambios asombrosos en las vidas de millones de personas en todo el mundo, pero no fueron descubiertas por los monjes budistas por muy iluminados que estén éstos.

La espiritualidad no nos provee los alimentos, ni nos asegura una vivienda, ni la supervivencia a las epidemias, etc., etc. Entonces ¿cómo podemos creer que somos antes que nada seres espirituales? ¿Es posible desatendernos del hecho de que somos en tanto seres tecnológicamente civilizados? Este desarrollo no debe nada a lo espiritual, es, por el contrario, un hecho puramente material que surgió de la creatividad y esfuerzo de seres humanos comprometidos con la humanidad.

Lo cierto es que haga lo que haga el hombre no puede agregar muchos más a lo que ya es, y precisamente de esta conciencia de abundancia e integración humana es desde donde pueden surgir la capacidad de amar, la creatividad, la sabiduría y el compromiso activo con la humanidad. La ética plantea un deber ser allí donde ya hay un ser, e indefectiblemente se convierte en parte del problema: la negación del ser. En este sentido es que asumo una posición no-ética, dirigida a desestimar toda propuesta de índole racional que intente establecer de antemano ideales y trayectorias a la existencia del ser humano.

Las principales disposiciones morales se originan en la comprensión de que somos por obra y gracia de lo que nos rodea. Cuando se toma conciencia de la dimensión del ser humano que somos y de todo lo que somos beneficiarios no podemos dejar de sentir humildad y gratitud. Quien persiga estas virtudes sin aquella comprensión sigue siendo movido por el ego; su humildad es orgullosa, su solidaridad es en última instancia interesada. El orgullo es lo puesto a la gratitud, una persona colmada, realizada, no siente orgullo, sino gratitud hacia la existencia.

El ser humano no es bueno por naturaleza, sino que lo es por conciencia, cuando reconoce toda su riqueza interior, cuando se siente integrado y en abundancia. Cuando su ser desborda su individualidad queriendo trascenderse, no hay necesidad de obedecer a ninguna moral o religión, hace el bien simplemente porque quiere hacerlo. Esto es una posibilidad para todos los seres humanos, aunque indefectiblemente algunos sean más vulnerables que otros a la alienación.

De forma natural, en un ambiente de aceptación incondicional, de libertad y cooperación, el hombre llega a identificarse con lo humano, pero algo se interpuso en su camino y no permitió que se dieran aquellas condiciones básicas para la afirmación de su ser auténtico. Por consiguiente, la solución tiene que ver con deshacernos de las identidades falsas creadas socialmente, e integrarnos a espacios de interacción de tipo humano.

La gran tragedia no es que no logramos iluminarnos o desarrollar nuestras capacidades, sino, que fuimos sometidos por medio de toda clase de engaños y supercherías a despojarnos de la verdad, de la conciencia de nuestra identidad humana en integración y abundancia. No es cierto que haya un proceso de liberación o un camino hacia el autodesarrollo, el hombre ya es algo inmensamente rico, disfruta de una riqueza invaluable por el hecho mismo de ser humano. Entonces ¿qué hay aún por lograr para sí una vez que se ha tomado conciencia de ello? ¿Cómo podría perjudicar a otros y no en cambio brindarse a ellos cuando se tiene un corazón colmado de gratitud hacia la existencia?

Mi posición es amoral, fijar valores e ideales a los cuales aspirar no permite ver el verdadero problema de seguir oponiendo un deber ser al ser. Lo único que el hombre debe lograr es afianzarse en su ser, para eso no hay mediadores ni interludios, es algo que puede lograrse individualmente aquí y ahora, con los recursos que están a la mano y desde cualquier condición en la que se encuentre.

La libertad es ser uno mismo, no nuestra individualidad, sino todo nuestro ser que nos liga a la humanidad. Desde la afirmación de la identidad humana todos los planos del ser se rebelan a los condicionamientos o dependencias mentales y materiales. Esto es sencillo, lo difícil es sostener la mentira: el falso ser. La única y mayor conquista es afirmar el ser aquí, ahora y en todo momento, lo demás ocurre como consecuencia de ello. TODO LO QUE HAY QUE HACER ES SER.

Evolución de las identidades y su perspectiva

Evolución de las identidades

Aunque se trate de identidades falsas, debido a su diversidad e influencia, debemos saber cuáles son las características peculiares que fueron cobrando a lo largo del tiempo para poder captar la tendencia actual en vistas de una posible liberación orientada hacia la adopción generalizada de la identidad humana universal. En este capítulo, analizaremos sucintamente la evolución de las identidades sociales predominantes desde el siglo XVI a la actualidad, identificaremos las características generales y tendencias de cambio en las identidades de cada período, con especial atención en las formas que adquieren en la actualidad.

Las identidades promovidas socialmente, como es de esperarse, cambian de una sociedad a otra, y de un tiempo a otro. Identidades de origen, sólidas y gregarias, como las identidades religiosas y de castas fueron muy importantes en Europa en la edad media y hasta bien afirmadas las revoluciones políticas y económicas liberales de los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, desde entonces, aquellas identidades fueron perdiendo influencia a merced de los cambios sociales operados por los nuevos Estados-nación y la creciente burguesía, dando lugar a los nacionalismos y las clases sociales como nuevos referentes de identidades gregarias. Otro de los cambios importante que podríamos destacar en la evolución de las identidades se ha producido durante el siglo XX; aquí es donde tiene lugar el surgimiento de las identidades individualistas promovidas por un extendido y diversificado mercado de consumo, una mayor movilidad de clases y el debilitamiento creciente de las instituciones del Estado que servían de marcos de referencia aglutinadores.

La evolución que han sufrido las identidades desde la edad media a la modernidad se podría sintetizar en que las identidades de origen o de nacimiento fueron cediendo terreno frente a identidades adquiridas (proceso de dinamización), mientras que desde el siglo XIX a la actualidad se puede apreciar que, además de una intensificación de esa tendencia, se incorpora un proceso de individualización y de liquidez de las identidades.

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El posicionamiento de las identidades de tipo adquiridas en éste último siglo hace incluso que algunas identidades anteriormente consideradas de origen se resignifiquen para formar parte del repertorio de opciones individuales. Esto, por ejemplo, es lo que ocurre claramente con las identidades nacionales, religiosas y de género. También se segmentan en varias fracciones las viejas identidades gregarias, dando lugar a multitud de grupos más pequeños cuya afiliación se define por cualidades cada vez más particulares y superficiales (identidades ideológicas, políticas, de clase). A su vez, aquellas identidades que se caracterizaban por su solidez tienden a licuar su significado, quedando desdibujados sus límites y haciéndose permeables a nuevas características, valores y pautas de conducta, como está claro que ocurre con la identidad profesional, de género, de familia, etc.

A amplios rasgos, podríamos trazar un cuadro de la evolución que han sufrido algunas identidades a lo largo de los siglos a modo de graficar mejor estas tendencias:

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Del pasaje de la primera a la segunda columna puede apreciarse ya una fuerte tendencia a la dinamización de las identidades de origen: lo que antes era una identidad dada de nacimiento, luego tuvo que ser adquirido y conservado por los individuos. Esto supone un pasaje del Ser al Deber Ser, lo cual caracteriza a la modernidad en su necesidad de establecer un nuevo orden y tender al ideal de progreso ilimitado. En la época de la posmodernidad, como puede verse, se va fortaleciendo además una tendencia a la diversificación, que integra la individualización y la liquidez de las identidades. Esas tendencias adquieren su máxima expresión precisamente en la actualidad, donde, sobre todo entre las generaciones más jóvenes, se produce el pasaje del Deber Ser a lo que podríamos llamar prescindencia del ser o no ser, esto quiere decir que las identidades pierden todo su peso y consistencia, se vuelven tan volátiles y superficiales que admiten una completa divergencia de significados.

"Quizá estemos en un momento de paso y de tránsito en el que las antiguas formas de construir el sentimiento de arraigo y pertenencia se estén perdiendo, para dar paso a identidades fluidas, móviles, inestables y menos seguras que las de la primera modernidad. Hay quien habla de la identidad como de "ficciones" culturales en continuo cambio y movimiento; la identidad real supone la idea de (re)interpretación continua de uno mismo y de la realidad que le rodea. (Chambers, 1994).

El proceso de individualización está ligado a la ruptura o crisis de instituciones que antes daban un sentido a la vida social y comunitaria. La familia tradicional, el Estado, la fábrica, entre otras entidades, tendían a priorizar el sentido de lo colectivo por sobre lo individual. En cambio, el contexto actual lleva irremediablemente a que el acento esté puesto en el individuo y como éste se las arregla para conformar su propia identidad. Es el sujeto ahora quién carga la responsabilidad sobre la construcción de su identidad como adhesión y diferenciación a grupos físico, ideas y modelos particulares cada vez más desestructurados y diversificados.

Los primeros golpes a los marcos de referencia generales para la formación de identidades fueron asestados por el avance de las ideas liberales, humanistas, y el pensamiento científico sobre las supercherías religiosas y la tradición. En la actualidad, se suman varios otros condimentos al desarme de las instancias de formación de identidades sociales. Por un lado, la emergencia de nuevos medios de información y comunicación, que impactan sobre la educación y el trabajo diversificando los polos del saber y poder, dando mayor autonomía al individuo y menos control a las organizaciones. Por otro lado, la globalización y la prominencia del liberalismo económico debilitan de forma marcada la influencia del Estado sobre la cultura y la educación, y afectan también a la formación de identidades locales. Por su parte, el postmodernismo ha representado una crítica muy efectiva a todas las formas de poder al que somete la construcción centralizada de ideologías, valores, normas y otros dispositivos culturales creados en la modernidad. Sin embargo, esta liberación de los grandes polos de poder social y cultural no es aprovechada por nada mejor que el mercado de consumo, el cual promueve y se nutre a su vez de este auge de la individualidad y la perentoriedad de las identidades.

La adopción de identidades sociales sólidas y bien respaldadas por instituciones asentadas en las comunidades pudo brindar en otro tiempo un sentido de seguridad y pertenencia del que se carece en al actualidad. Sentirse integrante de un grupo neutraliza el miedo al aislamiento y la insignificancia personal, pero nuestro tiempo se caracteriza precisamente por la dilución de los marcos de referencia sociales, con lo cual el individuo, aunque sigue siendo deshumanizado por la intervención de los padres, de la escuela y el mercado, ahora no cuenta con sustitutos firmes a su identidad real.

"…las sociedades del pasado conferían un mayor sentimiento de seguridad sobre el futuro de uno mismo al precio de un escaso margen de libertad personal. Lo que se esperaba de uno mismo estaba bastante definido y resultaba emocionalmente muy costoso pretender salirse de las guías de actuación pactadas. En las sociedades posmodernas, hemos ganado en libertad, renunciando a la seguridad del pasado donde el futuro era más previsible. (Bauman, 1997).

En el siglo XXI presenciamos, por un lado, el surgimiento de nuevas identidades; muchas de las identidades que en el siglo anterior tenían gran adhesión, en la actualidad están siendo reemplazadas por otras identidades de nuevo cuño, más permeables, efímeras y diversificadas. Por otro lado, nos movemos hacia una resignificación de viejas identidad en cuanto a las pautas de conducta, funciones y características propias que se le han adjudicado desde su origen; en esencia, se rompe con la univocidad de significados dados y se tiende a la diversificación, albergando muchas más posibilidades de concreción personalizadas. Veamos algunos ejemplos de ello:

La identidad Nacional:

Surge con la construcción de los primeros Estados-nación desde el siglo XVII, y se extiende al resto del mundo por los movimientos de resistencia al imperialismo y el colonialismo. Los miembros de una nación comparten generalmente un idioma, costumbres, tradiciones, creencias, pero sobre todas las cosas, un sentido de pertenencia a un territorio. De hecho, el principal motivo de su creación fue forjar un sentido grupal de propiedad territorial que asegurase la soberanía política y económica sobre ese territorio.

En la actualidad, la identidad nacional ha perdido el gran predicamento que tuvo en otro tiempo, aunque todavía en varios países la lealtad a la nación sigue haciendo que se sacrifiquen muchas vidas humanas en nombre de la patria. De cualquier manera, es evidente un proceso de licuación de la identidad nacional. La diversidad cultural avanza sobre las costumbres y tradiciones propias de las naciones, sobre todo en las grandes ciudades. Aunque el sentido de territorialidad sigue siendo muy sólido, el proceso de globalización ha ayudado a licuar buena parte de los demás significados asociados con la nación a partir de la influencia cultural, la fuerte dependencia económica y la importación de productos de países extranjeros. Además, dentro de cada país, el avance del sector privado y el mercado ha minado el poder del Estado para ejercer cohesión cultural como en la primera mitad del siglo XX. Las naciones poco a poco se han ido globalizando, y los espacios físicos que median entre éstas se han acortado considerablemente por los vuelos ultrasónicos, hasta llegar virtualmente a desaparecer a partir de las comunicaciones satelitales, y especialmente de Internet. La aldea global es el término que actualmente sintetiza una nueva territorialidad virtual donde no hay frontera de países ni continentes, sino que todo el mundo esta conectado con todo el mundo y las identidades nacionales pierden casi completamente su significado.

Identidad de Género:

Se ha tratado por siglos de una identidad de origen que comprende roles, pautas de conducta y características asociadas a cada sexo. Como todas las demás identidades que describo en este capítulo, es el resultado de una construcción social, es decir, no existen papeles sexuales biológicamente inscritos en la naturaleza humana, sino conductas culturalmente aprendidas y socialmente aceptadas asociadas a cada sexo.

Desde tiempos remotos existe la diferenciación de roles por género como una forma primitiva de división del trabajo. A pesar de las conquistas libertarias de la era moderna las diferencias adjudicadas al sexo se extienden y profundizan otorgando mayores derechos al hombre en la participación de la vida pública y confinando a la mujer a la maternidad y tareas domésticas, o de baja calificación en grandes fábricas. La mujer históricamente tuvo una posición de subordinación frente al hombre sin que para ello existieran razones utilitarias, ni justificaciones biológicas, cosa que sólo comienza a ser generalmente reconocida en el siglo XX. En gran medida, el proceso de igualación de derechos entre hombres y mujeres promovido por los movimientos feministas, pudo alterar la concepción culturalmente creada de la diferencia de género y liberar a la mujer de su condición de inferioridad.

Mucho dista la mujer de hoy del estereotipo de debilidad, pasividad y dependencia que se le ha adjudicado históricamente. Es evidente por estos días que el rol de la mujer no se circunscribe al trabajo en el hogar y la crianza, sino, por el contrario, la mujer avanza en el mundo laboral prácticamente a la par del hombre, y adquiere cada vez posiciones más altas en la escala social. La identidad de género cobra menor relevancia para determinar conductas, preferencias y pensamientos en las mujeres. En muchos aspectos la mujer se encuentra indiferenciada con respecto al hombre y ha demostrado tener similares o mayores aptitudes en actividades antes dominadas sólo por éstos.

Con el avance de la mujer en la sociedad, los hombres también
ven afectado su rol tradicional de proveedor y jefe de familia. El estereotipo
de varón deja de estar ligado a la dominación y el poder sobre
el sexo femenino, la demostración de virilidad y la baja expresión
de afecto en general. Muchos de ellos se involucran activamente en la crianza
y realizan tareas del hogar a la par de la mujer. En suma, la identidad de género
va perdiendo poder y significado, admitiendo mayor diversidad y tolerancia en
los comportamientos adjudicados a cada sexo.

Identidad de clase:

Se trata de una identidad adquirida que se asocia con el nivel de vida y la jerarquía de la función ejercida dentro de la sociedad y particularmente de la economía. Tuvo una relevancia muy significativa en los siglos XIX y XX, principalmente promovida por movimientos intelectuales y políticos que se oponían a los nuevos privilegios establecidos tras las revoluciones políticas y económicas liberales. Marx y Engels fueron los principales ideólogos de una toma de conciencia generalizada sobre la identidad de clase proletaria para unir fuerzas y revelarse contra el sistema de explotación capitalista que sólo beneficiaba a los burgueses o propietarios de los medios de producción.

Sin embargo, hacia finales del siglo XX fue cada vez más difícil representarnos, por ejemplo, a la clase baja como un cuerpo homogéneo y unificado de ideas, funciones y objetivos, como se pretendió hacer en tiempos del proletariado industrial. En la actualidad, la clase baja alberga a un sinnúmeros de desempleados, trabajadores precarios, e independientes muy diferentes entre sí. Las grandes industrias ya no precisan de un ejército de operarios debido al avance de la automatización, y los que quedan están afiliados a sindicatos que se han ocupado de conseguirles retribuciones de la más digna clase media. La clase media, por su parte, se extiende a una diversidad de ocupaciones, ideas, preferencias y valores inconmensurables. Mientras que la gran movilidad social debida al ascenso y descenso de nuevo tipo de empresas y profesiones independientes, y la volatilidad de los escenarios económicos, hace que la clase alta también se vea afectada por la diversidad, haciendo incluso tambalear la seguridad de pertenecer a esta clase por largo tiempo.

Es decir, no sólo la identidad de clase pierde sus horizontes de significado, sino que, incluso, la pertenencia a una clase es inestable por sí misma. En todo caso, mejor que de una estratificación de clases, podemos hablar de una ascendente y diversificada clase media que aun persiste en distinguir entre sus miembros por medio de un recurso mucho menos objetivo y gravoso: el estatus social.

Identidad familiar:

La identidad familiar se asocia a un sentimiento de afecto y/o de pertenencia a otras personas con las que existe una relación de parentesco o de convivencia.

En las sociedades primitivas, el grupo o clan era una unidad básicamente económica: los hombres cazaban mientras que las mujeres recogían y preparaban los alimentos y cuidaban de los niños. El estatus civil de la familia que se origina en la reforma protestante de alguna manera logra formalizar este concepto de unión económica para garantizar sobre todo el derecho de los niños a la propiedad hereditaria. A medida que las sociedades se fueron aburguesando, y sobre todo durante los siglos XIX y XX, a la par de que el concepto de infancia se fue popularizando entre las familias acomodadas, se desarrolla un interés especial en el cuidado y formación de los niños. De esta forma, la familia, que era entendida como una sociedad que aseguraba la supervivencia de sus miembros, comienza a ser entendida como espacio de afecto y cuidado de los niños, y de preocupación por su desarrollo.

El núcleo familiar compuesto por padres e hijos directos se afianzó durante todo el siglo XX. Sin embargo, a partir de los años 70´ la composición familiar comienza a tolerar otras configuraciones que englobaban a las familias monoparentales, familias del padre o madre casado en segundas nupcias y familias sin hijos. En la actualidad, la familia nuclear compite con varios otros tipos de vínculos de convivencia. Existe una fuerte tendencia entre los jóvenes a postergar el matrimonio y la natalidad cuya tasa disminuye de forma preocupante, sobre todo en los países desarrollados. La disminución de la tasa de matrimonios y el aumento de las separaciones conyugales van a la par del fenomenal crecimiento de la población de solos y solas. Hoy la familia tipo es menos común, y se afianza una diversidad de vínculos que transitan entre las parejas Gay o bisexuales, solteros con y sin hijos, separados o divorciados, casados en segundas nupcias con hijos de otro matrimonio, y por supuesto, los concubinatos de permanencia transitoria, entre otros.

La familia nuclear tradicional, a pesar de que aún tiene un peso importante en la conformación de la identidad para muchas personas, se encuentra sacudida por este fenómeno que socava la seguridad y permanencia que la caracterizaba en otros tiempos. Dentro de este proceso de diversificación debemos advertir además la licuación de los roles estandarizados de padre, madre e hijos, lo que en buena parte está asociado a la profundización de la individualización y las nuevas identidades adoptadas por las generaciones más jóvenes, como veremos.

Identidad vocacional y profesional:

Se trata de dos de las identidades adquiridas y autorreferenciales más importantes en la actualidad para gran número de personas. La vocación es el convencimiento personal de poseer una inclinación y aptitud especial por algún oficio o disciplina que oferta el mercado de trabajo. La identidad profesional hace referencia a las competencias laborales ejercidas en el mercado y por las cuales generalmente se percibe un salario. Cuando la vocación es fuerte suele tener una impronta muy importante en la conformación de la identidad personal, aunque no pocas veces esté desligada de la actividad ejercida como profesional. Sin embargo, opciones de estudio y trabajo cada vez más diversificados ofrecen una mayor especificidad y posibilidad de concurrencia entre vocación y profesión.

Un trabajo cada vez más especializado y la apertura de gran cantidad de centros de formación superior hacen de la adopción de estas identidades una necesidad para aspirar a desenvolverse competitivamente dentro del mercado laboral durante la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, en la actualidad, estas identidades están sufriendo como todas las demás una fuerte reescripción, ya que un oficio o profesión no ofrece las garantías de permanencia y reconocimiento en el mercado laboral como sucedía algunas décadas atrás. Los títulos académicos a medida que se generalizan tienen cada vez menos valor obligando a los jóvenes a extender y ampliar sus estudios para poder competir con más credenciales en el mercado.

Otro fenómeno en el que se verifica este proceso de dinamización es que el saber adquirido en la universidad tiene un tiempo de caducidad cada vez más corto, forzando a los graduados a mantenerse actualizados a lo largo de la vida laboral. Los negocios y la tecnología cambian permanentemente configurando nuevos escenarios laborales. A la par de la especialización toman mayor relevancia cualidades dinámicas y genéricas como la creatividad, capacidad de aprendizaje, la habilidad de trabajo en equipo, proactividad, etc. Ante este panorama se hace cada vez más difícil desempeñar una función concreta dentro de la sociedad.

Como parte del proceso de diversificación, hay una tendencia muy marcada a no restringirse a un oficio o rol dentro de una empresa, y ni siquiera a echar raíces en una sola empresa. Las alternativas al trabajo dentro de grandes y medianas empresas se multiplicaron de manera exponencial en las últimas décadas. La movilidad laboral entre empresas chicas, el auge de los microemprendimientos, el crecimientos de las actividades comerciales independientes, el teletrabajo y el trabajo freelance, son tendencia a la diversificación muy visibles hoy que contrastan con el sentido de pertenencia y seguridad que ofrecían las grandes compañías del siglo XX.

Identidades marginales y reactivas:

Debemos mencionar también al menos otras dos situaciones en las que se hallan los individuos que no quieren o no pueden participar de esta desacralización de identidades. Los llamados marginales, que no participan del mercado en tanto consumidores, ni trabajadores, están sujetos a identidades impuestas por una sociedad que los recluye a un estado de dependencia o control como sucede con los delincuentes, los drogodependientes, los indigentes, los enfermos mentales, etc. Estos no pueden en principio forjar su propia identidad. Dice Bauman a propósito de esto en su libro sobre Identidad:

"En un extremo de la jerarquía global emergente están los que pueden componer y descomponer sus identidades más o menos a voluntad, tirando del fondo de ofertas extraordinariamente grande de alcance planetario. El otro extremo está abarrotado por aquellos a los que se les ha vedado el acceso a la elección de identidad, gente a la que no se da ni voz ni voto para decidir sus preferencias y que, al final, cargan con el lastre de identidades que otros les imponen o obligan a acatar; identidades de las que se resienten pero de las que no se les permite despojarse y que no consiguen quitarse de encima. Identidades que estereotipan, que humillan, que deshumanizan, que estigmatizan…".

Pero existen también aquellos que aún pudiendo hacerlo prefieren prescindir de la libertad de componer su identidad individual. Estos adoptan conductas reactivas precisamente a la fluidez de las identidades y a la omnipresencia del mercado laboral y de consumo, oponiendo algún tipo de pertenencia grupal segregada de la sociedad: sectas, tribus urbanas, grupos radicalizados o extremistas, etc. Las rebeliones juveniles contra la familia y la sociedad son una forma de negación del orden imperante pero no se traduce en verdadera liberación. Los jóvenes rebeldes se juntan en grupos, comunas y corrientes, y en esta unión todo lo que logran es crear un nuevo conformismo. Su desobediencia hacia lo que se les impone se sustituye por obediencia a otros patrones que también se han impuesto socialmente. La vida carente de significado que han llevado los padres se transmite por una vía u otra a los hijos, sea una vía convencional o la que está de moda. Los jóvenes, en realidad, no están rompiendo patrones, sino creando otros que proporcionan distintos tipos de vida igualmente vacíos de significado.

En cualquier caso, ni la rebeldía, ni la marginalidad son casos generales con los que podemos representar a las nuevas generaciones. En cambio, se evidencia el surgimiento de dos tipos de identidades que van calando hondo entre los jóvenes y que caracterizan mejor que ninguna otra las tendencias de nuestra época.

Identidades emergentes

En la actualidad, la alteración de las identidades de viejo cuño convive con la emergencia de nuevas identidades que adoptan desde su origen todas las características enunciadas como tendencias de las anteriores. Estas identidades son apenas incipientes en la segunda mitad del siglo XX, de ahí que las generaciones con raíces en ese siglo, en su mayoría, sigan sosteniendo y afirmando las identidades vistas anteriormente, lidiando con las consecuencias de la intensificación de los procesos de diversificación y dinamización. Las identidades emergentes del siglo XXI tienen en cambio una impronta muy marcada dentro de las nuevas generaciones.

Durante el siglo XX, la generación joven conformaba una identidad de tránsito hacia la adultez, lo cual constituía su ideario del deber ser que en parte justificaba los sacrificios a que era expuesta; en la actualidad, las nuevas generaciones no cuentan con las mismas expectativas y comienzan a afirmarse sobre sí mismas, rechazando los modelos del mundo adulto. Los individuos pertenecientes a la generación X (nacidos en los 60 y 70), aún gozan de una situación relativamente estable, se afirman en las identidades de género, familiar, profesional y de clase. Los miembros de la generación Y (nacidos en los 80`s), en cambio, están en una situación bastante más vulnerable e insegura al encontrarse con un panorama mucho más incierto y diversificado. La sensación de inseguridad y vulnerabilidad los puede empujar a soluciones de tipo regresiva, buscando nuevas identidades gregarias (tribus urbanas, religión, activismo, etc.) lo que satisface en ellos la necesidad de pertenencia y seguridad. Pero la tendencia mayoritaria es a prolongar las identidades poco consistentes de la adolescencia a la mediana edad. Según algunos estudios realizados entre jóvenes de la generación Y mayores de veinte, se encuentran algunas inclinaciones generales muy comunes entre ellos:

  • No hay para ellos una fuerte identificación con el trabajo y la carrera profesional.

  • Buscan libertad e independencia. Quieren ser dueños de su propio tiempo. Y no guardan respeto por ninguna autoridad y costumbres.

  • Prefieren experimentar el placer del consumo, antes que acumular y planear para un futuro. Viven con la mayor intensidad posible el momento presente.

El trabajo es una de las áreas en las que más claramente se refleja la diferencia entre los X y los Y. "Un X se define por su trabajo y a través de lo que hace; quieren seguir aprendiendo, planifican una carrera, y aceptan cómodamente las reglas del sistema. Para un Y, el trabajo es lo que le permite llegar a lo que quiere, que suele ser la libertad personal y el placer. Por eso, repiensan su empleo cada tanto y están dispuestos a cambiarlo si no se ajusta a sus expectativas. Así, mientras que para un X el trabajo es un aspecto fundamental de su realización como persona, un Y encontrará el trabajo como un mal necesario para obtener comodidades y explotar su libertad económica.

Las generaciones más jóvenes de clase media y alta dentro de los países medianamente desarrollados representan a flor de piel las tendencias mencionadas. Comparada la generación X con la Y, se puede apreciar muy claramente la impronta de un individualismo exacerbado y la rapidez con que se adoptan y desechan identidades superficiales. Mientras los miembros de la generación X aún asientan su identidad en la profesión, la clase, la familia nuclear y pueden en alguna medida esbozar una posición ideológica, los miembros de la generación Y tienden a desentenderse del largo plazo y cultivan un descrédito hacia toda forma de pertenencia fija y compromiso duradero.

La identidad hedonista

La desregulación de las identidades que acompaña la imprevisibilidad de los escenarios futuros, la flexibilidad de los mercados y la crisis de las viejas estructuras de la sociedad que daban seguridad (la familia, el trabajo, etc.) ha supuesto un terreno fértil para el extraordinario avance del mercado para crear un hombre a la medida de la sociedad de consumo. Un enorme mercado se sostiene en la voracidad desenfrenada de todo aquello que brinde placer y recreación: viajes, espectáculos, tecnología multimedia, etc. De la extraordinaria capacidad de renovación que adquieren en la actualidad estas fuentes de estímulos externos para el placer o bienestar surge la posibilidad de afirmar una nueva identidad.

El individuo joven se halla enfrentado a una sociedad en la que todos los valores y las normas, son prácticamente reemplazados por el "nivel de vida", el bienestar, el confort y el consumo. No cuenta la religión, ni las ideas políticas, ni la solidaridad social con una comunidad local o de trabajo, etc." (Castoriadis)

La identidad hedonista es aquella que responde a la fórmula: se es cuanto se disfruta. A diferencia de la generación X, los Y no tienen disciplina laboral, y no están dispuestos a hacer ningún esfuerzo que resulte displacentero. En cada momento de goce tienen la gran revelación: ninguna otra cosa importa, los valores humanos, el honor, la dignidad, la responsabilidad, etc. son todas bobadas de gente que no sabe disfrutar de la vida. Lo que no sospechan es que ese sentimiento se ha transformado en la medida de su Ser, la persona sólo se experimenta en ese momento de puro goce. Por supuesto, no hay ninguna profundidad en esa experiencia pues se limita a la excitación de unos sentidos abombados, mientras que todos los demás atributos humanos se pierden completamente en la superficialidad del goce instantáneo y perecedero.

La identidad hedonista es la máxima expresión de las tendencias citadas. Es una identidad adquirida en tanto debe reconquistarse a cada momento; una muy líquida, en tanto puede adoptar múltiples formas aún en el mismo individuo; y es autorreferencial en tanto los placeres sólo pueden experimentarse de una manera individual y receptiva. De esta manera el terreno está listo para todo tipo de excesos: el sexo, las drogas, la violencia, todo lo que de un modo u otro provoca excitación, pues lo que es real y por tanto permanente en la vida le aburre. El sujeto como expresión de su individualidad se vuelve minúsculo, insignificante. Resta decir que su deseo de prolongar esa experiencia de goce a todos los momentos de su vida se frustra en sí misma, pues cuánta novedad, cuánta excitación, cuánta capacidad de goce cabe en una persona que se va extinguiendo en cada uno de esos momentos de placer. Un deseo o estímulo exterior se vuelve irresistible en la medida de la insatisfacción interior que trata de cubrir.

El sentido de continuidad del yo es totalmente superficial, se afirma en diferencias mínimas relativas a preferencias, privilegios y estados anímicos, ni siquiera podríamos hablar de la expresión de una personalidad. Pero si el sujeto no puede confiar en un Yo totalmente disminuido para hacer una apreciación relativamente consistente de la propia persona, quizá le sea necesario encontrar un espejo en los demás. Esto es lo que da lugar a la otra identidad emergente de la actualidad.

La Identidad Espejo

Consiste básicamente en asociar el sentido del Yo con el valor que los demás le otorgan. Esto abre en torno a uno el culto a las apariencias: se es lo que se parece a la mirada y evaluación superficial que tienen de uno los demás. El entorno social para la persona autocentrada pasa a ser las relaciones más inmediatas. El sentimiento de integración sufre con ello un cambio importante, la vulnerabilidad de este sentimiento obedece a que la aceptación social se encuentra a merced de la opinión y el reconocimiento de los sujetos con quienes nos relacionamos directa o indirectamente. Y ello nos fuerza a hacer un constante esfuerzo por gustar, interesar o parecer importantes.

Fromm ha reconocido esta identidad asociándola al carácter mercantil que el hombre comenzaba a manifestar incipientemente a partir de la segunda mitad del siglo XX:

El hombre no solamente vende mercancía, sino que también se vende a sí mismo y se considera una mercancía. …De este modo la confianza en sí mismo, el sentimiento de Yo, es tan sólo una señal de lo que los otros piensan de uno: yo no puedo creer en mi propio valer, con independencia de mi popularidad y éxito en el mercado. Si me buscan, entonces soy alguien, si no gozo de popularidad, simplemente no soy nadie. Si tiene éxito en el mercado de relaciones, es valioso, si no lo tiene, carece de valor. En esta orientación el sujeto tratará de desarrollar aquellas capacidades que puedan venderse mejor. Sus capacidades humanas no tienen valor en sí mismas, sino sólo en tanto valor de cambio.

"El grado de inseguridad resultante de esta orientación difícilmente podrá ser sobrestimado. Si uno siente que su propio valer no está constituido, en primera instancia, por las cualidades humanas que uno posee, sino que depende del éxito que se logre en un mercado de competencia cuyas condiciones están constantemente sujetas a variación, la autoestimación es también fluctuante y constante la necesidad de ser confirmada por otros. De aquí que el sujeto esté constantemente preocupado por el éxito y reconocimiento, y que cualquier revés sea una seria amenaza a la estimación propia." (Fromm)

El culto por las apariencias es reforzado en la actualidad por la puesta en escena de personalidades virtuales, identidades mediadas por los nuevos recursos de comunicación tales como las redes sociales, chats y mundos virtuales. Todo tipo de ostentación material o física responde al mismo juego, consistente en provocar la impresión sobrevaluada de la propia persona y el éxito en el mercado de relaciones. El cuidado de la belleza y el deseo de conservarse joven que se ha extendido al mundo adulto hace las delicias de los productores de bienes y servicios estéticos. El marketing personal o autopromoción se va sofisticando hasta límites insospechados imponiéndose como fórmula de comunicación casi obligadas para la competitividad laboral o la adquisición de ciertos privilegios sociales.

"En un mundo atravesado por constantes cambios, donde importan la flexibilidad y la adaptabilidad, medidas a partir de la capacidad de relacionarse con la gente, la movilidad social depende menos de lo que uno es y de lo que uno hace que de lo que los otros piensen de uno y de cuán competente es cada individuo para manejar a los otros y dejarse manejar. El proceso de socialización, en consecuencia, se dirige a promover una excepcional sensibilidad a las acciones y deseos de los otros. La preocupación central de las personas es adaptarse y lograr ser aceptados." (Heler)

La fuerte dependencia que depara la necesidad de afirmar esta identidad por intermedio de los demás, hace también a una individualidad muy volátil y poco desarrollada. El imperativo social al deber ser es en buena medida reemplazado por un No ser, para evitar todo tipo de rigidez y poder adaptarse rápidamente a las exigencias y condiciones cambiantes del entorno. La negación de la identidad auténtica sigue su curso, pero ya sin la necesidad de ser reemplazada por estructuras rígidas bien apuntaladas y al servicio de un "orden social", sino por una corriente de novedad y permanente estimulación que exhorta a vivir a través de nuestros sentidos, el canal de contacto más directo y flexible a una realidad virtual que no soportaría el menor cuestionamiento de nuestra inteligencia.

Panorama futuro

Las revoluciones libertarias se han asociado históricamente a la lucha contra la opresión ejercida sobre el individuo por alguna autoridad social: el régimen de esclavitud, el colonialismo, el poder aristocrático y eclesiástico, la estratificación de clases, la desigualdad de género, los gobiernos dictatoriales, etc. La tendencia es que la libertad individual termina por imponerse a la autoridad social, y a razón de ello hoy podemos gozar de mayor autonomía que en cualquier otra época. En la actualidad, el hombre puede elegir como vivir su vida sin demasiados miramientos morales ni religiosos, sin fuertes restricciones de clase o de género, con la posibilidad de elegir a sus gobernantes y con bastas libertades económicas.

Sin embargo, la autonomía conquistada, liberada de las viejas ataduras sociales, no ha supuesto una libertad completa para el hombre. Desde el enfoque de la identidad significa que se han desarmado en buena medida las identidades sociales falsas, pero no se ha alcanzado aún una identidad humana auténtica. La necesidad de afirmar una identidad hace que el hombre en su desorientación adopte nuevas cadenas, es decir, alguna nueva identidad sustituta. En el camino de liberarnos de todos los marcos de identidad social, nos hemos desembarazado de toda identidad gregaria y de origen, incluida la Humana, y reforzamos por el contrario identidades autoreferenciales muy superficiales, que siguen alejadas de las experiencia humana auténtica.

Mas allá del cambio comentado acerca del significado y preponderancia que han sufrido las identidades a lo largo de los últimos siglos, una cosa es cierta, y es que estamos lejos aún de anular la influencia social que proscribe o devalúa la única identidad real. Es un avance significativo que las viejas identidades sociales hayan perdido su influencia, pero la tendencia a la diversidad, perentoriedad e individualidad en la formación de identidades se aleja precisamente de la posibilidad de asumir una identidad de signo opuesto, una identidad de origen y universal como lo es en el mayor grado la identidad humana.

Bauman es también escéptico con respecto a la posibilidad de que este estado de cosas derive en la afirmación de valores e identidades universales ligados con nuestra esencia humana:

La identidad humana en la actualidad es sólo una de las identidades que están participando en la guerra de mutuo desgaste. … La "humanidad" no parece disfrutar de ninguna ventaja evidente en armas ni en estrategia, en comparación con otros elementos combativos menores en tamaño pero aparentemente más versátiles y de mayores recursos". Con mayor penetración en la conciencia de lo hombres agregaría yo.

Al lado de los competidores menos inclusivos, la "humanidad" parece ahora discapacitada y más débil, en vez de privilegiada y más fuerte. Al contrario que otras identidades rivales, carece de armas de coerción (instituciones políticas, códigos legales, tribunales, etc.) para proporcionar coraje a los sumisos, resolución a los vacilantes, y solidez a los logros de las incursiones para ganar adeptos.

"… la lucha de la humanidad por la autoafirmación no parece fácil, ni mucho menos se ha renunciado a su conclusión. El ideal de humanidad nunca se había enfrentado al reto de construir una comunidad que incluya a todos. Una especie humana fragmentada y profundamente dividida se enfrenta hoy a este reto sin otras armas que el entusiasmo y la entrega de sus militantes." (Bauman, 2007, p.169)

Sin embargo, existen algunos signos positivos que no debemos soslayar: si esta composición dinámica de identidades transitorias y diversas, llegase por algún motivo a ser insuficiente, forzando al hombre a crear una identidad que le ofrezca un sentimiento de arraigo y seguridad, el único vínculo de este tipo que encontrará, y que pudo soportar inquebrantable la erosión que han sufrido todas las identidades gregarias de origen, es precisamente la identidad humana. Este es el único momento de esta parte de la historia en el que las fuerzas sociales representadas por la familia, la escuela, el mercado laboral, han debilitado su legitimidad y poder a ojos de las nuevas generaciones, haciendo que los jóvenes estén en mejores condiciones y con más recursos a mano para poder decidir por sí mismo si seguirán la corriente fluctuante de los modelos de Ser perentorios que propone la sociedad de consumo, o si seguirán un camino de autodescubrimiento que los llevará, de ser suficientemente persistentes, a la respuesta dada en este ensayo. Más allá de esto, no creo que ni la nueva conciencia planetaria inaugurada por medio de las nuevas tecnologías, la globalización, la defensa del medioambiente, ni una más enérgica proclama de los derechos humanos universales, puedan contrarrestar la desidia e individualidad imperante.

De cualquier manera es interesante preguntarse: ¿Qué sucedería si un gran número de personas comenzara a afirmar su identidad humana, o al menos abandonaran la avidez consumista a la que predisponen las identidades emergentes? Sería sin duda un golpe muy duro al mercado, el colapso del sistema tal como lo conocemos sería inevitable. Si se frenara fuertemente el consumo, muchas industrias acabarían cerrando, habría gran desocupación y el Estado no podría recaudar lo suficiente para realizar su heroica tarea de redistribución. Como se ve, aquellas identidades flexibles y perecederas cumplen una función de supervivencia de la sociedad de consumo y hay fuertes intereses en que esto siga funcionando de esta manera.

Creo que la lucha por una verdadera identidad comienza en el momento que se erosiona el poder de las instancias que fuerzan a desconocer la identidad humana y a adoptar identidades sustitutas. Sin embargo, nos encontramos en un estadio intermedio en el que la anarquía y la anomia se extienden en un terreno liberado y que necesitará ser reconquistado para que el hombre vuelva a pensar por sí mismo qué clase de sociedad desea habitar. Una sociedad más humana es una posible respuesta, no sólo la necesaria, sino la real. Pero el hombre bien podría continuar con el engaño solucionando de una manera contractual los problemas candentes de la desocupación tecnológica y el agotamiento de los recursos naturales; para que, en última instancia, todos se sientan satisfechos y no pongan bajo amenaza el orden imperante.

Del hombre mismo depende ahora más que nunca que la humanidad recobre su esencia, que vea por fin la verdad sobre un cielo oscurecido hasta ahora por los artificios de la cultura, que rompa cadenas y se libere de esta prisión mental pergeñada por los pequeños beneficiarios del sistema. La identidad humana no será un nuevo refugio de las libertades que conquistaremos algún día, será por fin la vuelta a casa, un hogar para todos los que quieran compartir, crear e integrar su individualidad. La última conquista habilitará un viaje de retorno a nuestra esencia humana, para expresar desde allí todas las virtudes superiores del hombre en integración y abundancia.

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