Cadete del espacio, de Robert A. Heinlein (página 4)
El viaje de regreso transcurrió sin incidentes, salvo en una cosa: Matt no se había acordado de pedir un envase hermético para los dulces. Antes de que pudiera atarse las correas la caja ya se habla hinchado. Cuando llegaron al Randolph la parte delantera izquierda de su traje del espacio estaba cubierta de una asquerosa, pegajosa, y borboteante mezcla de zumo de cerezas, almíbar y manchas pardas de chocolate puesto que el dulce semilíquido había hervido y se dilató en el vacío. Hubiera tirado el paquete si un veterano, atado a su lado en la percha, no le hubiera recordado las severas multas impuestas por echar algo en una ruta de tráfico.
El cadete a cargo del hangar en el Randolph miró a Tex con disgusto:
-¿Por qué no lo metió dentro de su traje?
-¡Oh!, no lo pensé, señor.
-¡Hummph! La próxima vez si que lo hará. Entre allí y dé parte de usted mismo, en el informe, por suciedad general del uniforme. ¡Y limpie este traje!
– Sí, señor.
Pete estaba en su alojamiento cuando volvieron. Salió de su cubiculo.
-¿Os habéis divertido? Caramba, me hubiera gustado no estar de servicio.
– No te has perdido mucho – le dijo Oscar.
Tex les miró:
– Caramba, amigos, lo siento. He estropeado vuestra salida.
– Olvídalo – dijo Oscar -. La Estación Tierra todavía estará aquí el mes próximo.
– Es verdad – asintió Matt -. Pero, mira Tex, dinos la verdad. Era la primera vez que bebías, ¿verdad?
Tex estaba avergonzado.
– Sí… toda mi familia es partidaria de la abstinencia, salvo mi tío Bodie.
– No me importa tu tío Bodie. Si te cojo otra vez bebiendo te mataré a golpes con la botella.
-¡Uff, calma Matt!
Oscar miró a Matt, burlonamente.
– Tranquilo, chaval. Te podría pasar a ti, también.
– Tal vez. Tal vez un día te lleve para que cuides de mí, y veré lo que pasa bebiendo. Pero no en público.
– Cuando quieras.
– Decidme – pidió Pete -. ¿Qué pasa aquí? ¿De qué se trata todo esto?
IX
Largo recorrido
La vida en el Randolph tenía un curioso aspecto de no tener hora fija, o mejor, fecha fija. No había clima, ni estaciones. Las mismas divisiones entre «noche» y «día» eran arbitrarias y continuamente cambiadas por guardias de noche y períodos de laboratorio a cualquier hora, para aprovechar al máximo las limitadas posibilidades. Las comidas se servían cada seis horas y la comida de la una de «la mañana» era casi tan concurrida como el desayuno a las siete de «la madrugada».
Matt se acostumbró a dormir cuando tenía tiempo, y los «días» fueron pasando. Le parecía que nunca habla bastante tiempo para hacer lo que tenía que hacer: Matemáticas y los temas matemáticos, astrogación y física atómica en particular, se volvieron en un espantajo. Se encontraba con que tenía que hacer aplicaciones prácticas de matemáticas ya antes de tener una base sólida.
Se había imaginado, antes de ser cadete, que era bastante brillante en matemáticas y lo era, según un estándar normal. Pero no había pensado lo que seria formar parte de un grupo en el cual cada miembro tenía un talento inusitado en el lenguaje de las ciencias. Pidió enseñanza particular para las matemáticas y estudió con más ahínco que nunca. El esfuerzo extra hizo que no fracasara, pero nada más.
No es posible trabajar continuamente sin quedarse agotado, pero el ambiente le hubiera impedido trabajar demasiado aunque hubiera estado dispuesto a hacerlo. El pasillo número cinco del Puente «A», en el cual vivían Matt y sus compañeros de cuarto, era conocido con el nombre (leí «Callejón del Puerco y había adquirido la reputación adecuada, por su conducta despreocupada incluso antes de que Tex Jarman añadiera sus talentos.
El actual «Alcalde del Callejón del Puerco» era ni veterano, llamado Bill Arensa. Era un estudiante sobresaliente y parecía absorber el carrete de estudio más difícil de una sola sentada, pero estaba en el Randolph desde tiempos inmemoriales por causa de sus puntos negativos acumulados.
Una tarde, tras la cena, poco después de la llegada, Matt y Tex estaban intentando lograr un poco de armonía. Matt armado de un peine y de un trozo de papel higiénico; Tex tenía su armónica. Un bramido, desde la otra parte del pasillo les interrumpió.
-¡Abrid aquí! ¡Vosotros, novatos, salid a paso ligero!
Tex y Matt aparecieron como se les había ordenado. El Alcalde les inspeccionó:
– No veo sangre – dijo -. Apostaría a que oí que se mataba a alguien. ¡Id a buscar vuestras máquinas de ruido!
Arensa les introdujo en su propio cuarto, que estaba muy concurrido. Movió la mano señalando a los ocupantes:
– Aquí está el Foro Popular del Callejón del Puerco: Senador Boca Estropajosa, Senador Filibustero, Senador Conservador, Doctor Bienhechor y el Marqués de Sade. Señores, aquí están el Comisionado Desgraciado y Profesor Ilimitado.
El veterano entró en su cubiculo de estudio.
-¿Cómo se llama, caballero? – dijo uno de los cadetes dirigiéndose a Tex.
– Jarman, señor.
-¿Y usted?
– No tenemos tiempo para estos detalles – anunció Arensa que volvía llevando una guitarra -. Ese número que estabais tocando, intentémoslo otra vez. Prepárense para el compás menor… ¡a la una, a las dos…!
Así nació la Banda del Callejón del Puerco. Aumentó a siete participantes y empezó a trabajar en un repertorio que sería presentado en una función de la nave. Matt lo dejó cuando fue aceptado en la liga de polo del espacio, puesto que no disponía de tiempo para los dos, aunque su pobre talento no resultó una gran pérdida para la banda.
Sin embargo se quedó en la órbita del veterano. Arensa los adoptó a los cuatro, les pidió que se presentaran en su cuarto de vez en cuando, y supervisó sus vidas. No obstante nunca dio parte de ellos. Comparando notas con otros cadetes novatos, sobre este punto, Matt descubrió que él y sus amigos eran muy afortunados. Asistieron a varias sesiones del «Foro», primero por orden, después por elección. La diversión más corriente en el Randolph, como en todos los internados, era el juego de los disparates. La conversación alcanzaba todo tema posible y las ideas originales y habitualmente radicales de Arensa le daban la salsa necesaria.
Sin embargo, fuera lo que fuese lo que se discutía, el tema volvía siempre a las chicas y entonces se interrumpía con la acostumbrada conclusión:
– No tiene sentido discutirlo, no hay ninguna chica en el Randolph. Cambiemos de tema.
Casi igual de divertido era el seminario obligado de «Dudas». La clase había sido instituida por el comandante actual, y resultado de su propia observación de que cada organización militar, sin exceptuar a la Patrulla, tenía un vicio inherente. Toda jerarquía militar es ti mula automáticamente Ja conducta conservadora y la conformación estúpida con los antecedentes. Tiende a penalizar el pensamiento original e imaginativo. El Comodoro Arkwright se daba cuenta de que estas tendencias eran inherentes e ineludibles: esperaba compensarías un poco organizando una clase que requería el tener ideas originales para ser aprobado.
El método era la discusión en grupo, formado por novatos, veteranos y oficiales. El líder del seminario decía alguna frase que atacaba un valor, habitualmente considerado como axiomático. Partiendo de aquí se podía decir cualquier cosa.
Matt necesitó tiempo para entenderlo. Durante su primera sesión el líder propuso:
– Tema a discutir: la Patrulla es perjudicial, y debe ser suprimida.
Matt apenas si lo podía creer.
Sucediéndose con rapidez oyó sugerencias acerca de que los últimos cien años de paz impuesta por la Patrulla habían perjudicado a la raza; que el alud de mutaciones que seguían a una guerra atómica tenían necesariamente que ser un beneficio neto, bajo las leyes inexorables de la evolución; que ni la raza humana ni las otras razas del sistema podían esperar sobrevivir permanentemente en el universo si abandonaban deliberadamente la guerra, y que, en cualquier caso, la Patrulla estaba formada de un hatajo de idiotas santurrones que confundían sus propios prejuicios aprendidos en la instrucción con las leyes de la naturaleza.
Matt no participó durante la primera discusión a la cual asistió.
A la semana siguiente, se puso en duda tanto el amor maternal como el amor a la madre. Quería contestar, pero no pudo pensar en otra respuesta que «¡Pero si yo…!»
Entonces vinieron ataques contra el monoteísmo como una forma de religión deseable, la utilidad del método científico, y la regla de la mayoría en la toma de decisiones. Descubrió que tanto se permitía expresar opiniones ortodoxas como las que no lo eran, y empezó a participar en debate defendiendo algunas de sus ideas favoritas.
En seguida vio como sus propias suposiciones inconscientes, en las que basaba sus opiniones eran salvajemente atacadas y se encontró otra vez reducido a un «¡Pero si yo…!» testarudo y mudo.
Empezó a entender el método y vio que podía preguntar algo inocente, que minaría la argumentación del otro. Desde este momento se lo pasó bien.
Le gustó particularmente cuando Girard Burke fue asignado a su seminario. Matt permanecía a la espera hasta que Girard expresaba alguna opinión categórica, entonces le asaltaba siempre con una pregunta, nunca con una afirmación. Por alguna razón, que no era clara para Matt, las opiniones de Burke era siempre ortodoxas, y para atacarías Matt tenía que pensar algo original.
Pero se lo pregunto a Burke un día, después de la clase.
– Oye, Burke, creía que eras un pájaro con un nuevo punto de vista para cada asunto.
– Bueno, tal vez lo soy. ¿Qué pasa?
– No lo pareces en «Dudas».
Burke puso expresión astuta:
– No me cogerás exponiendo el cuello.
-¿Qué quieres decir con eso?
-¿Piensas que nuestros queridos superiores se interesan por tus brillantes ideas? ¿Cuándo aprenderás a reconocer una trampa, niño?
Matt lo penso.
– Creo que estás loco – sin embargo, lo rumió.
Los días pasaron volando. El ritmo era tan duro, que quedaba poco tiempo para aburrirse. Matt compartía el credo común a todos los cadetes de que el Randolph era un manicomio, indigno de ser vivienda de humanos, una basura del espacio, etcétera…, pero de hecho no tenía opinión propia sobre la nave escuela, estaba demasiado ocupado. Al principio había echado un poco de menos su casa, después le pareció que se sobreponía. No había nada más que la monotonía fatigosa del estudio, instrucción, más estudio, laboratorio, sueño, comida y estudio otra vez.
Una noche volvía de la oficina de comunicaciones salía de guardia, muy tarde, cuando oyó sonidos saliendo del cubiculo de Pete. Primero pensó que Pete hacía funcionar su proyector, estudiando hasta muy tarde. Estaba a punto de golpear la puerta y pedirle que subiera con él a la cantina, para tomar una taza de cacao, cuando se dio cuenta de que el sonido no venía de un proyector.
Con cuidado, entreabrió la puerta. El sonido era un sollozo. Cerró la puerta sin ruido y llamó, golpeándola. Después de un corto silencio Pete dijo:
– Entre.
Matt entró.
– Tienes algo de comer.
– Hay unos pastelitos en mi mesa. Matt los sacó.
– Pareces enfermo, Pete, ¿algo va mal?
– No, nada.
– No me huyas por la tangente de la órbita. Desembucha ya.
Pete titubeó.
– No es nada. Nada que alguien pueda arreglar.
– Tal vez sí, tal vez no. Dime.
– No puedes hacer nada. Echo de menos mi casa, nada más.
-¡Oh! – Matt vio de repente las colinas onduladas y las amplias granjas de Iowa. Se negó a pensar en aquello -. Eso es malo. Sé como te sientes.
– No, no lo sabes. Caramba, tú estás casi en casa. Puedes dar un simple paso hasta una portilla, y verla.
– Eso no soluciona nada.
– Y no hace tanto tiempo que te fuiste de casa. Yo necesité dos años sólo para venir hasta Base Tierra, y no hay maneras de saber cuando estaré en casa otra vez – los ojos de Pete estaban preocupados, su voz casi sonó poética -. No sabes lo que es aquello, Matt, nunca lo has visto. Pero ya sabes lo que dicen: «Cada hombre civilizado tiene dos planetas, el suyo y Ganímedes.»
-¿Qué?
Pete no le oía.
– Júpiter allá arriba, llenando la mitad del cielo – se interrumpió -. Es una maravilla, Matt, no existe ningún sitio parecido.
Matt se encontró pensando en Des Moines durante una tarde de verano… con luciérnagas parpadeando y las cigarras cantando en los árboles y el aire tan espeso y pesado que podrías cogerlo con la mano. De repente odió la concha de metal que le rodeaba, con su eterna caída libre, su aire filtrado y sus luces artificiales.
-¿Por qué nos hemos matriculado, Pete?
-¡No lo sé, no lo sé!
-¿Vas a renunciar?
– No puedo. Mi padre tuvo que hipotecarse para pagar mi viaje de ida y vuelta, si me voy por propia voluntad se arruinaría.
Tex entró, bostezando y rascándose.
-¿Qué os pasa? ¿No podéis dormir? ¿No queréis, que nadie más duerma?
– Perdona, Tex.
Jarman les observó.
– Parece como si hubiera muerto vuestro perrito favorito. ¿Qué es lo que va mal?
Matt se mordió los labios.
– Nada importante. Echo de menos mi casa, nada más.
De repente, Pete habló:
– Eso no es totalmente cierto. Yo era el que se hacía el bebe, Matt intentaba animarme.
Tex parecía asombrado.
– No lo entiendo, ¿qué importa dónde estés si no estás en Texas?
-¡Oh, Tex, por Dios! – estalló Matt.
-¿Qué pasa? ¿He dicho algo malo? – Tex miró a Matt y después a Pete -. Pete, desde luego estás muy lejos de tu gente, tengo que admitirlo. Te diré algo: en cuanto nos den un permiso, te vienes conmigo a casa, y te dejaré contarle las patas a un caballo.
Pete sonrió débilmente.
-¿Y conocer a tu tío Bodie?
-¡Eso, eso! Tío Bodie te contará cuando montó un toro salvaje, a pelo. ¿Trato hecho?
– Sí, si vienes a visitar mi casa algún día. Tú también, Matt.
– Trato hecho – se estrecharon las manos. Los efectos de la llorera nostálgica de Pete hubieran podido desaparecer, si no hubiera ocurrido algo más poco tiempo después. Matt cruzó el pasillo hacia el cuarto de Arensa, para pedir ayuda al veterano sobre un problema difícil de astrogación. Encontró al veterano haciendo sus maletas.
– Entra, Senador – le dijo Arensa -, no te quedes en la entrada. ¿Qué te ocurre, hijo?
– Oh nada, creo. ¿Ya tiene su nave, señor – Arensa había sido aprobado el mes anterior para «tareas externas»; técnicamente ahora era un «cadete aprobado», así como un «veterano».
– No – cogió un fajo de papeles, los miró, y los partió en dos -. Pero me marcho.
-¡Oh!
– No tienes que ser educado. No fui despedido, he renunciado.
-¡Oh!
-¡No me mires, diciendo «oh>! ¿Que hay de extraño en renunciar?
– Nada. Nada.
– Te preguntas por qué, ¿verdad? Bueno, te lo diré. Se acabó esto para mí, estoy harto. Porque, niñito, no tengo ganas de ser un superhombre. El halo angélico me viene estrecho y me largo. ¿Lo puedes entender?
– Oh, no lo estaba criticando.
– No, pero lo estabas pensando. Tú sigue en ello, Senador, eres el tipo de joven chorra, bien dispuesto, que quieren y necesitan. Pero no es para mí. No voy a ser un arcángel revoloteando por el cielo y blandiendo una espada llameante. ¿Has pensado alguna vez en lo que sería bombardear atómicamente una ciudad? ¿Lo has pensado realmente?
– Caramba, no lo sé. En realidad la Patrulla no ha tenido que utilizar una bomba desde que empezó a funcionar. Y no creo que tenga que hacerlo nunca.
– Pero has firmado para esto, de todos modos. Por esta razón estás aquí, chaval.
Se interrumpió y cogió su guitarra.
– Olvídalo. Ahora, ¿qué puedo hacer con esto? Te la vendo barata, al precio de la Tierra.
– No podría pagar ni el precio de la Tierra, ahora mismo.
– Tómala como regalo – Arensa se la arrojó -. La Banda del Callejón del Puerco necesita un guitarrista y yo puedo encontrar otra. ¡Dentro de treinta minutos estaré en la Estación Tierra, Senador, y seis horas más tarde estaré de vuelta con los que se arrastran por la tierra, la gente pequeña que no sabe jugar a ser Dios… y no querría hacerlo.
A Matt no se le ocurría nada que decir.
A partir de entonces parecía extraño el no oír los bramidos de Arensa en el pasillo, pero Matt no tenía tiempo para pensar en aquello. La sección de instrucción de Matt en pilotaje fue enviada a la Luna, para el aterrizaje sin aíre.
Su sección había pasado de las navecillas a la instrucción en un cohete de carga tipo A-6, aparejado para la enseñanza. El espacio de carga de esta nave N.C.P. Costados temblorosos, para los cadetes, nave de instrucción n.' 106 en los archivos del Randolph había sido convertida en una docena de salas de control duplicadas, parecidas hasta en el más pequeño detalle a las salas de control reales, similares en el más sencillo interruptor, control, pantalla y llave. Los instrumentos en las salas duplicadas tenían los mismos datos que sus gemelos en la sala maestra, sólo que cuando un cadete tocaba el control en las salas de instrucción, no tenía efecto alguno sobre la nave, pero la operación quedaba grabada sobre una cinta.
Las operaciones del piloto estaban también grabadas, para que cada estudiante para piloto pudiera comparar lo que había hecho con lo que hubiera tenido que hacer, después de haber practicado bajo condiciones idénticas con las experimentadas por el verdadero piloto.
La instrucción comprendía todo lo que se podía aprender por medio de contactos de prueba con el Randolph y en la Estación Tierra. Necesitaban correr el riesgo de aterrizar en un planeta. El viaje de dos días hasta la Base de la Luna se hacía en el Costados temblorosos, en condiciones un poco peores que las que encontraba un emigrante.
Matt y sus compañeros no vieron nada de las colonias de la Luna. No hubo salida, vivieron durante dos semanas en cuarteles subterráneos presurizados, en la Base, e iban cada día al campo para su instrucción de aterrizaje, primero en las salas de control falsas del Costados temblorosos, y después en los cohetes A-6 con doble mando, para pilotaje verdadero.
Matt voló a solas al final de la primera semana. Tenía «manitas» para pilotar, y con un plano de vuelo precalculado podía hacer responder a su nave. Aquello le resultaba tan natural como difícil la astrogación matemática.
Volar a solas le dejó tiempo libre. Exploró la Base y pescó con un traje del espacio por las llanuras Lunares quemadas y sin aire. Los estudiantes para piloto estaban acuartelados en un rincón de los cuarteles de la Infantería de marina. Para matar el tiempo Matt observaba a los infantes de marina del espacio y charlaba con los suboficiales.
Le gustaba la forma seria con que actuaban los infantes de marina del espacio. La confianza en si mismos con que se desenvolvían. No existe visión más resplandeciente en el Sistema Solar que un viejo sargento de la Infantería de marina del espacio, con su uniforme de gala, cubierto de galones, símbolos de unidad y cintas de medallas, el plateado de sus sientes haciendo juego con el resplandor dorado de su pecho. Matt empezaba a sentirse poco atractivo con aquel simple uniforme sin insignias que había traído en su bolsa de costado.
Le encantaban sus ceremoniales frecuentes. Al principio le sorprendía oír pasar revista a un grupo, sin la espectral repetición de los cuatro nombres:
«¡Dalhíquis! ¡Martin! ¡Rivera! ¡Wheeler!», pero los infantes de marina tenían sus propios rituales.
Fiel a su intención de empollar tanta astrogación como pudiera, Matt se había traído unos típicos problemas. De mala gana los abordó un día. «Datos:
Salida desde la órbita de Deimos, Marte, no antes de las 12 horas de Greenwich, el 15 de mayo del 2087, combustible químico, velocidad máxima 10.000 metros por segundo, destino órbita supraestratosférica alrededor de Venus. Debe calcularse: La órbita más económica hasta el destino y la más rápida, coeficientes de masa, tiempo de salida y de llegada, para cada una. Preparar plan de vuelo y señalar los puntos de control con cálculos previos para cada uno, utilizando estrellas en 2. magnitud o más brillantes. Preguntas: ¿Es posible ganar tiempo o combustible aprovechándose del par Tierra-Luna? ¿Qué meteoros a la deriva se encontrarán y qué planes deberían hacerse, si es necesario, para sortearlos? Toda respuesta tiene que adaptarse al reglamento del espacio, así como a los principios balísticos.»
El problema no podía ser resuelto en un tiempo razonable sin cálculos mecánicos. Sin embargo, Matt podía plantearlo y entonces, con suerte, tener una pequeña charla con el oficial encargado de la sala de computación de la Base para que le dejara utilizar la máquina de cálculo integral balístico. Se puso a trabajar.
Oyó el sonido suave de una corneta, primera llamada para el cambio de guardia. La ignoró.
Estaba sudando con la aproximación estándar preliminar cuando la corneta le interrumpió otra vez con la llamada a revista. Esto rompió completamente el encadenamiento de sus ideas. ¡Demonio de problema! ¿Por qué asignarían problemas tan tontos? La Patrulla no perdía su tiempo con combustibles químicos y órbitas más económicas, eso eran cosas de los marinos mercantes.
Dos minutos más tarde, estaba mirando el cambio de la guardia, en la parte inferior de la sala principal debajo de los barracones. Cuando la banda acabó con «Hasta que los Soles se enfríen y los cielos se oscurezcan», Matt notó un nudo en la garganta.
Se paró frente a la oficina de guardia, poco dispuesto a volver a las complejidades de las matemáticas. Conocía al nuevo suboficial de guardia, Sargento de Primera Macleod.
– Entra, muchacho, y descansa. ¿Has visto el cambio de guardia?
– Gracias. Sí, lo he visto. Es una maravilla.
– Sé lo que quieres decir. Lo he hecho durante veinte años y me sobrecoge ahora más que cuando era solamente un recluta. ¿Cómo te van las cosas? ¿Te tienen muy ocupado?
Matt sonrió tímidamente.
– Estoy haciendo novillos. Tendría que estudiar astrogación, pero estoy tan harto…
– No te echo las culpas… los números me dan dolores de cabeza.
Matt se encontró contando sus problemas al veterano. El Sargento Macleod le miraba con interés y simpatía.
– Mira, amigo Dodson, si no te gustan estas estupideces, ¿por qué no las olvidas
-¿Cómo?
– Te gustan los infantes de marina (leí espacio, ¿no es cierto?
– Caramba, sí.
-¿Por qué no cambias, y te unes a un cuerpo de hombres de verdad? Eres un muchacho prometedor y con educación, dentro de un año te estaré saludando. ¿Nunca lo has pensado?
– Caramba, no. No puede decir que lo haya hecho.
– Entonces, hazlo. No me parece que seas uno de los Profesores. ¿Sabías que llamamos así a los de la Patrulla? ¿Lo sabías? Los «Profesores».
– Lo había oído.
-¿Sí? Bueno, trabajamos para los Profesores, pero no somos corno ellos. Somos… bueno, ya lo has visto. Piénsalo.
Matt lo pensó tanto, que se llevó el problema Marte a Venus con él, todavía sin resolver.
El retraso no le ayudo a resolverlo, ni tampoco se hicieron más simples otros problemas complicados sólo gracias a la idea que le rondaba por la cabeza, que le decía que no necesitaba estrujarse el cerebro con las altas matemáticas para ser un hombre del espacio. Empezó a verse ataviado con los colores llamativos, de faisán macho, de los infantes de marina del espacio.
Al final lo discutió con el Teniente Wong:
-¿Quieres pasarte a la Infantería de marina?
– Sí, creo que sí.
-¿Por qué?
Matt explicó cómo su frustración iba aumentando cuando trataba tanto con física atómica como con astrogación.
Wong asintió con la cabeza.
– Me lo pensé. Pero ya sabíamos que tendrías una tarea difícil, puesto que llegaste aquí insuficientemente preparado. No me gusta el trabajo descuidado que has hecho desde que volviste de la Luna.
– Lo hice lo mejor que podía, señor.
– No, no lo hiciste. Pero puedes llegar a dominar estos dos temas, y procuraré que lo hagas.
Matt le explicó, casi inaudiblemente, que no estaba seguro de quererlo. Por primera vez, Wong parecía enojado.
-¿Todavía sigues con esto? Si pides el traslado, no lo aceptaré, y te puedo decir con antelación que cl Comandante también lo rechazará.
Los músculos de las mandíbulas de Matt temblaron.
– Está dentro de sus prerrogativas, señor.
-¡Maldita sea, Dodson! No es una prerrogativa, es mi deber. Nunca serías un buen infante de marina y lo digo porque conozco tu carrera y tus capacidades. Tienes muchas probabilidades para llegar a ser un oficial de la Patrulla.
Matt parecía asombrado:
-¿Por qué no podría ser un buen infante de marina?
– Porque es demasiado fácil para ti, tan fácil que fallarías.
-¿Cómo?
– No me digas «¿cómo?». La diferencia de C.I. entre un líder y sus seguidores no deberla ser de más de treinta puntos. Estás a mucho más de treinta puntos de esos viejos sargentos… y no me interpretes mal, son buenos hombres. Pero tú no piensas como ellos – Wong continuó- ¿Se te ha ocurrido pensar por qué la Patrulla está compuesta solamente por oficiales y estudiantes de oficiales, los cadetes?
– Hum, no señor.
– Naturalmente que no. Nunca nos preguntamos sobre aquellas cosas que nos son familiares. En rigor, la Patrulla no es en absoluto, una organización militar.
-¿Cómo?
– Ya lo sé… se os prepara para utilizar armas, estáis bajo órdenes, lleváis un uniforme. Pero vuestros fines no son luchar, sino impedir las luchas, de cualquier forma posible. La Patrulla no es una organización de combate, es el depositario de las armas demasiado peligrosas para ser confiadas a los militares.
»Con el desarrollo, en el siglo pasado, de las armas de destrucción en masa, la guerra se volvió en totalmente ofensiva y nada defensiva, hablando en general. Una nación podía lanzar un ataque terrible, pero ni siquiera podía proteger sus propias bases de cohetes. Entonces, llegaron los viajes interplanetarios.
»La nave del espacio es la respuesta más completa, en sentido militar, a una bomba atómica, y a la guerra bacteriológica y climática. Puede lanzar un ataque que no se puede parar, y es totalmente imposible atacar a esa nave del espacio, desde la superficie de un planeta.
Matt asintió con la cabeza:
El problema de la gravedad.
– Sí, el problema de la gravedad. La gente en la superficie de un planeta se halla impotente contra la que va en naves del espacio, tanto como lo sería un hombre intentando pelear con piedras desde el fondo de un pozo. El hombre de arriba tiene la gravedad a su favor.
»Puede que hayamos acabado teniendo la tiranía más hermética y casi inquebrantable que el mundo haya visto jamás. Pero la raza humana tuvo un par de intervalos afortunados y no supo aprovecharlos. Ahora, le toca a la Patrulla procurar que siga la buena fortuna.
»Pero la Patrulla no puede echar una bomba atómica sólo porque un gritón de mal genio, como Hitler, tome el poder y algún día, cuando tenga bastante tiempo, pueda construir naves del espacio y armas de destrucción masiva. El poder es demasiado fuerte, y delicado… es como intentar mantener el orden en una guardería con un fusil cargado, en vez de una varita con la que dar en la palma de la mano.
»Los infantes de marina del espacio son la varita de la Patrulla. Son los mejores…
– Perdone, señor.
-¿Sí?
– Sé cómo actúan los infantes de marina. Son la fuerza de policía activa del Sistema, y por esto es por lo que quiero trasladarme. Son una organización más activa. Son…
– Son más atrevidos, más aventureros, más brillantes, más encantadores, y no tienen que estudiar cosas que el señor Dodson está cansado de estudiar… Ahora, cállate y escucha: hay mucho más que no sabes acerca de la organización, sino no intentarías trasladarte.
Matt se calló.
– La gente tiende a encuadrarse en tres tipos psicológicos, todos por motivaciones diferentes. Está el tipo motivado por factores económicos, el dinero… y está el tipo motivado por el prestigio o la soberbia. Este tipo es gastador, luchador, fanfarrón, amante, deportista, jugador, le gusta el poder y siente ansias de gloria. Y está el tipo profesional, que pretende seguir un código de ética más que buscar dinero o gloría, los curas y pastores, profesores, científicos, algunos artistas y escritores. La idea es que este tipo de hombre cree que está dedicando su vida a algo más importante que su propia persona, ¿me sigues?
– Yo… creo que sí.
– Ten en cuenta que esto está terriblemente supersimplificado y no intentes aplicar estas reglas a no-terrestres, pues no les irán bien. Los marcianos son de otro tipo y también los venusianos.
Wong continuó:
– Ahora llegamos al núcleo de la cuestión: la Patrulla tiene que estar compuesta exclusivamente del tipo del profesional. En los infantes de marina del espacio, cada miembro del cuerpo, desde los generales hasta los soldados rasos, es o tendría que ser del tipo que vive para el prestigio y la gloria.
– Oh…
Wong esperó que sus palabras surgieran efecto.
– Lo puedes ver en los mismos uniformes: la Patrulla lleva los uniformes más sencillos, los infantes de marina lo llevan de lo más vistoso posible. En la Patrulla todo el énfasis está en el juramento, la responsabilidad hacia la humanidad. En los infantes de marina del espacio el énfasis está en el cuerpo y su historia gloriosa, en la fidelidad hacia los compañeros de armas, las antiguas virtudes del soldado. No estoy desacreditando a la Infantería de marina cuando digo que no se preocupa lo más mínimo de las instituciones políticas del Sistema Solar, solamente le preocupa su organización.
»Pero no es tu estilo, Matt. Te conozco más que tú mismo, porque estudié los resultados de tus pruebas psicológicas. Nunca servirías para infante de marina.
Wong hizo una pausa que duró tanto tiempo que Matt dijo tímidamente:
-¿Es todo, señor?
– Casi. Tienes que aprender astrogación. Si la inmersión en aguas profundas fuera lo más importante de las responsabilidades de la Patrulla, tendrías que aprenderla. Pero lo más importante son los viajes por el espacio, y por esto… te voy a dar un plato difícil de tragar: durante unas semanas no harás nada más que astrogación. ¿Te atrae la idea?
– No, señor.
– No pensaba que lo haría. Pero cuando haya terminado contigo, podrás encontrar tu camino en el Sistema con los ojos vendados. Ahora, déjame ver…
Las siguientes semanas fueron mortalmente monótonas, pero Matt hizo verdaderos progresos. Tenía mucho tiempo para pensar… cuando no estaba inclinado sobre un calculador. Óscar y Tex fueron juntos a la Luna, Pete estaba de turno de noche en la sala de máquinas. Matt permanecía, malhumorado y testarudo, trabajando… y mostrándose melancólico. Se prometió aguantarlo todo hasta que Wong lo dejara en paz. Después, bueno, tendría un permiso uno de esos días. Si decidía abandonar, bueno, muchos cadetes no volvieron nunca de su primer permiso.
Mientras tanto, su trabajo empezó a obtener la aprobación, dada de mala gana, del Teniente Wong.
Al final Wong, dejó de acosarlo, y lo volvió a una rutina normal. Empezaba a descansar, cuando se encontró destinado a trabajo extra. De acuerdo con esto, se presentó una mañana al oficial de guardia, recibió unas breves instrucciones, aprendió de memoria una lista de nombres, y le dieron un brazal negro. Después se fue a la cámara de aire principal y esperó.
Al fin, un grupo de chicos asustados y pálidos empezó a salir de la cámara de descompresión. Cuando llegó su turno, se adelantó y llamó:
-¡Escuadra siete! ¿Dónde está el jefe de la escuadra siete?
Finalmente los reunió y dijo al que actuaba de jefe de la escuadra que le siguiera, y les condujo, lenta y cuidadosamente, hasta la cubierta «A». Cuando llegó allí, se alegró de ver que ninguno se había perdido.
– Este es su comedor – les dijo -. No tardaremos en comer.
Algo en la expresión de uno de ellos le divirtió:
-¿Qué le pasa, caballero? – le preguntó al chico -. ¿No tiene hambre?
– Oh, no, señor.
– Bueno, ánimo, ya la tendrá.
X
Quis custodiet ipsos custodes?
El cadete de la Patrulla Interplanetaria Matthew Dodson se sentó en la sala de espera de la Estación Catapulta de Pikes Peak y miró al reloj. Tenía que esperar una hora antes de embarcar en la Nueva Luna hacia la Estación Tierra; mientras, estaba esperando a sus compañeros de cuarto.
Había sido un buen permiso, suponía; había hecho todo lo que había planeado, salvo reunirse con los otros en la hacienda de Jarman al final, pues su madre había armado una gran algarabía al enterarse de su propósito.
Sin embargo, había sido un buen permiso. Su cara bronceada, por el espacio, flaca y empezando a arrugarse, parecía un poco asustada. No había confiado a nadie su intención de abandonar durante el permiso, y ahora estaba intentando recordar exactamente cuándo y por qué había dejado de tener tal intención.
Había sido destinado temporalmente a la N.C.P. Nobel como ayudante de astrogador, durante una patrulla de rutina por las bombas cohete circunterrestres. Matt había subido a su nave en la Base Luna y, al final de la patrulla; cuando la Nobel hubo aterrizado en la Base Luna para una revisión, le fue dado un permiso antes de presentarse en la Randolph. Se había ido directamente a su hogar.
La familia entera le esperaba en la estación y le habían llevado en helicóptero a casa. Su madre había llorado un poco y su padre le había estrechado la mano, muy fuerte. A Matt le parecía que su hermano pequeño había crecido increíblemente. Le gustaba verlos, y estar de nuevo en el viejo vehículo familiar. Matt hubiera pilotado el helicóptero, si Billie, su hermano, no se hubiera puesto directamente en los controles.
Habían decorado de nuevo toda la casa. Obviamente, su madre esperaba comentarios favorables y Matt los había hecho. Pero en realidad el cambio no le había gustado, no había sido lo que se imaginaba. Además, las habitaciones le parecían más pequeñas. Decidió que debía ser el efecto de la nueva decoración: ¡la casa no había podido encogerse!
Su propia habitación estaba llena con las' cosas su vieja habitación, ahora transformada en sala de pasatiempos para su madre. Los nuevos arreglos eran sensatos, razonables, e inoportunos.
Pensándolo bien, Matt sabía que los cambios en casa no tenían nada que ver con su decisión. ¡Cierto que no! Ni las observaciones de su padre a propósito de ciertas actitudes, aunque se le hubieran quedado atragantadas.
El y su padre se habían quedado solos en el comedor, un poco antes de la cena, y Matt había estado paseando de un lado a otro, contando, de una manera que creía interesante y animada, lo sucedido la primera vez que había volado solo. Su padre había aprovechado una pausa para decir:
– Ponte erguido, hijo – Matt se detuvo.
-¿Cómo?
– Estás completamente encorvado y pareces cojear. ¿Te molesta todavía la pierna?
– No, mi pierna está bien.
– Entonces enderézate y echa atrás los hombros. Muéstrate orgulloso. ¿No se fijan en las posturas en la escuela?
-¿Qué hay de malo en mi manera de andar?
Billí había aparecido en la puerta, cuando se mencionó el tema.
– Te lo enseñaré, Mattie – le había interrumpido, y empezado a caminar arrastrando los pies a través de la sala con una grotesca exageración del deslizamiento relajado y sin nervios de los hombres del espacio. El chico hacía que pareciera el paso de un chimpancé.
– Andas así.
-¡Qué diablos voy a andar así!
-¡Diablo si no lo haces!
-¡Billí! – dijo su padre–. Vete a lavar las manos y prepárate para la cena. Y no hables de esta manera. ¡Vamos ya!
Cuando el hijo más pequeño se hubo ido, su padre dio la vuelta otra vez hacia Matt y le dijo:
– Creía que hablaba en privado, Matt. Sinceramente, no es tan malo como Billí lo describe, sólo lo es la mitad.
– Pero, mira papá, ando como todos los hombres del espacio. Esto viene del hecho de tener que habituarse a la caída libre. Caminas como encogido durante días enteros, listo para pegar con un pie a una mampara, o agarrarte con las manos. Cuando vuelves a estar bajo gravedad, después de días y semanas de esto, andas de la misma manera que yo, lo llamamos «Pies de gato».
– Supongo que debe producir este efecto – le habla contestado su padre, razonablemente -. Pero, ¿no sería una buena idea practicar caminando un poco cada día, solamente para mantenerse en buena forma?
-¿En caída libre? Pero… – Matt se habla parado de repente, consciente de que no había manera de salvar la distancia.
– No importa. Vamos a comer.
Habla sufrido la habitual ronda de cenas de familia con tías y tíos. Cada uno hizo preguntas sobre la escuela, y cómo era ir por el espacio. Pero de alguna manera, no parecían muy interesados. Tía Dora, por ejemplo.
Tía-abuela Dora era la matriarca actual de la familia. Había sido una mujer muy activa, preocupada por la iglesia y el trabajo social. Ahora, hacía tres años que estaba siempre en cama. Matt fue a visitarla porque evidentemente su familia lo esperaba.
– Se queja muchas veces de que no le escribes, Matt, y…
-¡Pero, madre, no tengo tiempo para escribir a cada uno!
– Sí, sí. Pero se enorgullece de ti, Matt, te quiere hacer miles de preguntas sobre todo. Asegúrate de llevar tu uniforme, lo esperará.
Tía Dora no preguntó miles de cosas, sino solamente una: por qué había tardado tanto en venir a verla. Entonces, Matt fue informado, con detalles, de la reciente llegada del nuevo Pastor, de las oportunidades de casamiento de varias chicas, parientes y amigas, y el estado de salud de varias viejas mujeres, de las que conocía a pocas, incluyendo los detalles de sus operaciones y el desarrollo postoperatorio.
Estaba un poco aturdido, cuando se escapó alegando una cita previa.
Sí, tal vez era esto, tal vez había sido la visita a tía Dora lo que le convenció de que no estaba dispuesto a renunciar y a quedarse en Des Moines. No podía haber sido Marianne.
Marianne era la chica que le había pedido que le escribiera regularmente y, en efecto, lo había hecho, más regularmente que ella. Pero le había hecho saber que volvía a casa y ella había organizado un picnic para recibirle. Había sido divertido. Matt se había encontrado a antiguos conocidos y le había gustado la veneración al héroe que había tenido por parte de las chicas presentes. Había un joven, tres o cuatro años mayor que Matt, que no parecía aparejado. Poco a poco Matt se dio cuenta de que Marianne trataba al desconocido como de su propiedad.
No le había molestado, Marianne era el tipo de chica que nunca podría llegar a distinguir entre un planeta y una estrella. No lo había visto antes, pero esto y temas similares se habían presentado en la única cita que había tenido con ella, a solas.
Y decía que su uniforme le parecía «mono».
Empezó a entender, gracias a Marianne, por qué la mayoría de los oficiales de la Patrulla no se casan hasta que tienen unos treinta años y pico, después de su jubilación.
El reloj de la Estación de Pikes Peak señalaba que faltaban treinta minutos para que despegaran. Matt empezó a preocuparse de que las maneras descuidadas de Tex podrían haber hecho que los otros tres hubieran perdido la conexión, cuando los descubrió entre la muchedumbre. Cogió su bolsa de costado y se fue hacia ellos.
Estaban de espalda y todavía no le habían visto. Anduvo sigilosamente detrás de Tex y dijo en voz ronca:
– Señor, preséntese a la oficina del Comandante.
Tex dio un salto y se giró por completo.
-¡Matt! ¡So cuatrero, no me asustes de esta manera!
– Es tu conciencia culpable. ¿Qué tal Pete? ¡Hola Oscar!
-¿Cómo está el chico, Matt? ¿Buen permiso?
– Estupendo.
– Por nuestra parte también – se estrecharon las manos.
– Vamos a bordo.
– De acuerdo – dentro fueron pesados, sus pases sellados, y les dieron permiso para subir hasta el sitio donde se hallaba el Nueva Luna, vertical y listo en la catapulta, con sus alas enormes extendidas, Una azafata les enseñó sus asientos.
Al aviso de que faltaban diez minutos Matt anunció:
– Subo para ver si aprendo algo. ¿Alguien se viene conmigo?
– Voy a dormir – se negó Tex.
– Yo también – añadió Pete -. Nadie duerme en Texas, y estoy muerto.
Oscar decidió ir con él, subieron a la sala de control y hablaron con el capitán:
– Cadetes Dodson y Jensen, señor. Pedimos permiso para observar.
– Me lo imagino gruñó el capitán -, aténse.
La sala de mandos de cualquier nave con licencia oficial estaba abierta a todos los miembros de la Patrulla, pero los capitanes de la ruta de Tierra-Estación estaban, lógicamente, hartos de esta vieja costumbre.
Oscar tomó la silla del inspector, Matt tuvo que utilizar los cojines y las correas de cubierta. Su posición le daba una vista perfecta del copiloto y primer oficial, esperando ante unos controles del tipo del de los aviones. Si el cohete no se encendía, después del catapultado le correspondía al primero el poner a la nave a nivel de vuelo y hacerla aterrizar sin motor en la pradera del Colorado.
El capitán pilotaba los controles de tipo cohete. Habló con la cabina de control de la catapulta, y entonces hizo sonar la sirena. Poco después remontaron la ladera de una montaña, a seis gravedades agobiantes, que les molían los huesos. La aceleración sólo duró diez segundos, después, la nave salió disparada hacia el cielo, alejándose de la catapulta a 1.950 kilómetros por hora.
Estaban subiendo en caída libre. El capitán parecía tardar en poner en marcha el cohete, y por un momento Matt tuvo la emocionante esperanza de que sería necesario hacer un aterrizaje de emergencia. Pero el motor empezó a rugir en el momento preciso.
Cuando se hubieron instalado en su órbita y el motor se apagó de nuevo, Matt y Oscar dieron las gracias y volvieron a sus asientos. Tex y Pete estaban dormidos, y Oscar en seguida les imitó. Matt decidió que debía haberse perdido algo al dejar que le disuadieran para no terminar su permiso en Texas.
Sus pensamientos volvieron al problema que había estado considerando. Desde luego, no se habla decidido a quedarse simplemente por el hecho de que su permiso hubiera sido tranquilo; nunca había pensado en su casa como en un lugar de diversión o un recinto de feria.
Una noche, a la hora de la cena, su padre le había pedido que describiera qué era lo que el Nobel había hecho en su patrulla alrededor de la Tierra. Tuvo que complacerle:
– Cuando dejamos la Base Luna nos dirigimos hacia la Tierra en una órbita elíptica. A medida que nos acercábamos, frenábamos gradualmente, y nos aparcamos en una estrecha órbita circular de polo a polo.
-¿Por qué de polo a polo?
– Verás, porque los cohetes atómicos tienen órbitas de polo a polo. Sólo así pueden cubrir el globo entero. Si circularan alrededor del ecuador…
– Ya comprendo – le interrumpió su padre -, pero vuestro propósito, según entiendo, es inspeccionar las bombas cohete. Si vosotros, vuestra nave, circulaseis alrededor del Ecuador, sólo tendríais que esperar a los cohetes cuando pasaran.
– Tú puede que lo entiendas – le había dicho su madre a su padre -, pero yo no.
Matt miro a uno y a otra, preguntándose a quien debía responder, y cómo.
– Cada uno a su tiempo… por favor – protestó -. Papá no podemos limitarnos a interceptar las bombas, tenemos que acercarnos a ellas, coordinar las órbitas, hasta que estemos justo a su lado, manteniendo exactamente el mismo rumbo y velocidad. Entonces, se lleva la bomba adentro, la embarcamos y la inspeccionamos.
-¿Y en qué consiste la inspección?
– Espera un momento, papá. Madre, mira aquí, por favor – Matt cogió una naranja de la mesa -. Los cohetes atómicos van dando vueltas, así, de polo a polo, cada dos horas. Mientras tanto, la Tierra da una vuelta alrededor de su eje cada veinticuatro horas. – Con su mano izquierda, Matt giraba lentamente la naranja mientras, con un dedo de su mano derecha la recorría rápidamente de punta a punta como si fuera un cohete yendo de polo a polo. Esto significa que si un cohete pasa por encima de Des Moines en este viaje, al siguiente pasará justo encima de la costa del Pacífico. En veinticuatro horas cubre todo el globo.
-¡Santo Cielo! Matthew, me gustaría que no hablaras de bombas atómicas encima de Des Moines, ni siquiera en broma.
-¿En broma? – Matt se asombro -. De hecho… déjame pensar, estamos más o menos a cuarenta y dos norte y diecinueve oeste.
Miró su reloj y lo estudió algunos segundos.
– J-tres debería pasar por aquí, dentro de unos siete minutos; sí, pasará prácticamente por encima de nuestras cabezas cuando terminemos el café – largas semanas en el Nobel, trazando, calculando y observando radioscopios habían hecho que Matt conociera las órbitas de los cohetes circunterrestres mejor que la esposa de un granjero conocería sus propias gallinas, J-tres era como un individuo para él, alguien con hábitos fijos.
Su madre estaba horrorizada. Habló directamente a su esposo, como si esperara que él hiciera algo acerca de aquello.
– John -.. no me gusta esto, no me gusta esto, ¿me oyes? ¿Qué pasaría si cayera?
– Tonterías, Catherine, no puede caerse.
El hermano pequeño de Matt espetó:
-¡Mamá ni siquiera sabe qué es lo que aguanta arriba a la Luna!
Matt se volvió hacia su hermano:
-¿A ti quién te manda hablar? ¿Sabes qué es lo que aguanta a la Luna?
– Claro, la gravedad.
– No exactamente. ¿Por qué no me lo explicas un poco, con diagramas?
El chico lo intentó, su esfuerzo no dio demasiado buen resultado. Matt le mandó callar.
– Sabes un poco menos de astronomía que los antiguos egipcios. No te burles de tus mayores. Ahora, mira madre, no te preocupes. J-tres no puede caerse encima de nosotros. Está en una órbita libre que no hace intersección con la Tierra; no puede caerse, como tampoco puede caerse la Luna. De todas formas, si la Patrulla tuviera que bombardear Des Moines esta noche no utilizaría el J-tres, por la sencilla razón de que está encima. Para bombardear una ciudad, utilizas un cohete dirigido a tu objetivo y a unos dos mil quinientos kilómetros de distancia, porque tienes que indicar al robot que conecte el propulsor y localice el blanco. De modo que no sería J-tres, sería… – volvió a pensar -. E-dos o quizás H-uno – sonrió entre dientes -. Me gané una bronca a causa de E-dos.
-¿Por qué? – preguntó su hermano.
– Matt, creo que no has elegido la mejor explicación para calmar a tu madre – dijo su padre secamente -. Sugiero que no hablemos de bombardeos de ciudades.
– Pero, si no… Lo siento, padre.
– Catherine, no hay motivo para que te alarmes… también podrías tener miedo de los policías locales. Matt, ibas a hablarme de la inspección. ¿Por qué tienen que ser inspeccionados los cohetes?
-¡Quiero saber por qué le riñeron!
Matt levantó una ceja dirigiéndose a su hermano.
– También podría empezar contestándole a él, papá, pues tiene que ver con la inspección. De acuerdo, Billí, hice una mala inmersión cuando empezamos a cogerla y tuve que volver con el propulsor de mi traje, e intentarlo de nuevo.
– ¿Que quieres decir, Matthew?
– Quiere decir…
– Cierra el pico, Billie. Papá, se hace salir a un hombre para conectar el seguro del disparador y fijar una cuerda al cohete para poder traerlo hacia dentro de la nave y trabajar con él. Yo era el hombre. Hice un mal despegue y perdí por completo el cohete, lo tenía a unos treinta y cinco metros y supongo que calculé mal la distancia. Di la vuelta y vi que ya lo había pasado. Tuve que regresar, e intentarlo de nuevo.
Su madre todavía parecía aturdida, pero no le gustó lo que oía.
– Matthew, esto me parece peligroso.
– Es tan seguro como las casas, madre. No puedes caerte como tampoco lo puede el cohete, o la nave. Pero es complicado. De todas formas, al final le enganché la cuerda y me monté, para volver a la nave.
– ¿Quiéres decir que ibas montado en una bomba atómica?
– Caramba, madre, es muy seguro… el moderador que cubre los materiales de fisión absorbe casi toda la radiactividad. De todas formas, el tiempo de exposición es muy corto.
– Pero, ¿y si hubiera estallado?
– No puede. Para hacerlo, o bien tiene que chocar contra la Tierra a la velocidad suficiente para que golpee las masas subcríticas tan deprisa como lo haría su cañón disparador, o se tiene que conectar el disparador por radio. Además, yo había puesto el seguro del disparador, que no es nada más ni nada menos que una pequeña palanca, pero cuando está en su lugar ni un milagro podría dispararlo, porque no se pueden reunir las masas subcríticas.
– Puede que sea mejor que olvidemos este tema, Matt. Parece que estás poniendo nerviosa a tu madre.
– Pero, papá, ella me lo preguntó.
-Ya lo sé. Pero todavía no me has explicado por qué hacéis la inspección.
– Bien, en primer lugar, para revisar la bomba, pero nunca hay ningún fallo en la bomba. De todos modos, todavía no he hecho el curso de oficial de bombas, para eso se tiene que ser ingeniero nuclear. Revisas el motor del cohete, especialmente los tanques de combustible. Algunas veces, tienes que reemplazar un poco que se ha escapado por las válvulas de seguridad. Pero sobre todo, le haces un examen balístico y compruebas los circuitos de control. –
-¿Examen balístico?
– Claro, en teoría, uno tendría que estar en condiciones de decir donde estaría una de estas bombas en cada momento de los próximos mil años. Pero no funciona así. Hay pequeños detalles, como el efecto de las mareas, el hecho de que la Tierra no es una esfera completamente uniforme, y algunos otros, que, gradualmente, la apartan un poco de la órbita predicha. Cuando se encuentra una, y se revisa, y nunca está muy lejos de donde debería estar, se corrige la órbita poniendo justamente la nave en la trayectoria exacta, tras lo que se saca el cohete fuera de la nave otra vez. Después, vas a por otro.
– Muy bien… ¿Y estas correcciones se hacen tan a menudo que mantienen a una nave ocupada sólo con estas inspecciones?
– Bueno, no, papá, las inspeccionamos mas a menudo de lo necesario, pero eso mantiene ocupados a la nave y a la tripulación. No deja tiempo para la monotonía. Y, de todas formas, las inspecciones frecuentes mantienen la seguridad.
– Me suena a un derroche del dinero de los contribuyentes en unas inspecciones demasiado frecuentes.
– Pero, ¿es que no lo entendéis? No estamos allí para inspeccionar, estamos allí para patrullar. La nave de inspección es la que lanzaría el ataque, en caso de que alguien lo provocase. Estamos patrullando, hasta que otra nave viene a relevarnos; de modo que, de paso, ¿por qué no inspeccionar? De acuerdo en que se puede bombardear una ciudad desde la Base Luna, que se puede hacer un trabajo mejor y más preciso, con menos probabilidades, de que, por proximidad, alcances a quien no debes.
Su madre parecía muy preocupada. Su padre levantó las cejas y dijo:
– Hemos vuelto otra vez al tema de los bombardeos, Matt.
– Unicamente respondía a tu pregunta.
– Me temo que he hecho preguntas que no debía. Tu madre no sabe tomarse las respuestas impersonalmente. Catherine, no existe la menor posibilidad de que la Unión de Norte América sea bombardeada. Díselo tú, Matt, supongo que a ti te creerá.
Matt había permanecido en silencio. Su padre había insistido.
– Vamos. Matt. Mira, Catherine, después de todo, es nuestra Patrulla. En la práctica, las otras naciones no cuentan. La mayoría de los oficiales de la Patrulla son norteamericanos. ¿Verdad que es así, Matt?
– Nunca lo había pensado. Supongo que si.
– Muy bien. Ahora Catherine, no vas a imaginarte a Matt bombardeando Des Moines, ¿no? Y esto es lo que vale. Díselo, Matt.
-¡Pero, papá, no sabes lo que estás diciendo!
-¿Qué? ¿Qué me dices, muchacho?
– Yo… – Matt había mirado a su alrededor y entonces, de repente, se habla levantado y abandonado la sala.
Su padre entró en su habitación, poco tiempo después.
-¡Matt!
-¿Sí?
– Mira, Matt, dejé que la conversación se me escapara de las manos. Lo siento, y no te culpo por haberte enfadado. Tu madre… Ya sabes. Intento protegerla. Las mujeres se preocupan muy fácilmente.
– De acuerdo, papá. Perdona por haberos dejado plantados.
– No importa. Olvidémoslo. Sólo hay una cosa que tendríamos que dejar sentada enseguida. Sé que eres leal a la Patrulla y a sus ideales, y es bueno que lo seas; pero todavía eres un poco joven para ver las realidades políticas involucradas, aunque ya deberías saber que la Patrulla no podría bombardear la Unión de Norte América.
– Podría hacerlo, en un momento decisivo.
– Pero no habrá ningún momento decisivo. Además, incluso si lo hubiera, ni tú ni tus compañeros de nave podríais bombardear a vuestra propia gente.
Matt pensó en esto, intensamente. Recordó al Comandante Rivera, uno de los Cuatro de la orgullosa Tradición… y como, enviado a razonar con el dirigente de su propia capital, su ciudad natal, había mantenido la confianza. Sospechando que podía ser retenido como rehén, había dejado órdenes de llevar a cabo el ataque, a menos que regresara personalmente para cancelarlo. Rivera, cuyo cuerpo era ahora polvo radiactivo, pero cuyo nombre estaba presente siempre que pasaba lista una unidad de la Patrulla.
Su padre todavía estaba hablando:
– Claro, la Patrulla tiene que patrullar este continente del mismo modo que patrulla todo el sistema. No sería correcto, pero por lo demás, no hay razón para asustar a las mujeres con un imposible.
– Prefiero no hablar de esto, papá.
Matt miró su reloj y calculó cuanto tardaría el Nueva Luna en llegar a Estación Tierra. Deseó poder dormir, como los otros. Ahora estaba seguro de qué fue lo que le hizo cambiar de opinión acerca de dimitir y permanecer en Des Moines. No era el deseo de emular a Rivera. No, era una acumulación de cosas… que se sumaban en una sola idea: que el pequeño Mattie no vivía ya allí.
Durante las primeras semanas que siguieron al permiso, Matt estaba demasiado ocupado para sentirse preocupado. Tenía que regresar a aquella tortura cotidiana, con más cosas que estudiar y menos tiempo para hacerlo. Ahora, estaba en la lista de guardia de los cadetes, y tenía más horas de laboratorio, tanto en electrónica como nucleónico. Además, compartía con los otros veteranos la responsabilidad de educar a los cadetes novatos. Antes del permiso, normalmente había tenido las veladas libres para estudiar, ahora, tres noches por semana, tenía que instruir a los jóvenes en astrogación.
Empezaba a pensar que tendría que renunciar al polo espacial, cuando se vio elegido como capitán del equipo del Callejón del Puerco. Entonces, estuvo más ocupado que nunca. Prácticamente no penso en ningún problema abstracto, hasta la siguiente sesión con el Teniente Wong.
– Buenas tardes – dijo su instructor -. ¿Cómo va tu clase de astrogación?
– Oh, resulta extraño estar enseñándola en lugar de suspenderla.
– Por eso tienes que darla: porque todavía te acuerdas de lo que le confundía y el porqué. ¿Cómo va la atómica?
– Bueno… supongo que me las arreglaré, pero nunca seré un Einstein.
– Me sorprendería si lo fueras. De todas formas, ¿cómo te va? – Wong esperó.
– Bien, supongo. ¿Sabe, señor Wong? Cuando me fui de permiso no tenía intención de regresar.
– Ya me lo imaginaba. Aquello de la Infantería de marina del espacio era, simplemente, tu manera de escurrir el bulto, intentando evitar tu verdadero problema.
– Oh, dígame, señor Wong, sin rodeos: ¿Es usted un oficial de Patrulla regular, o un psiquiatra?
Wong casi sonrió.
– Soy un oficial de Patrulla regular, Matt, pero he sido entrenado especialmente para este trabajo.
– Oh, ya veo. ¿Qué era de lo que yo me escapaba?
– No lo sé. Tú dirás.
– No sé por dónde empezar.
– Cuéntame tu permiso, entonces. Disponemos de toda la tarde.
– Sí, señor – Matt empezó a divagar, contando todo lo que podía recordar -. De modo que ya ve – dijo al fin -, fueron muchas cosas. Estaba en casa, pero era un extraño. No hablábamos el mismo idioma.
Wong se rió entre dientes.
– No me río de ti – se disculpó -. No es divertido. Todos pasamos por esto, el descubrimiento de que no hay forma de volver. Forma parte de nuestro crecimiento; pero, con los hombres del espacio, el proceso es particularmente agudo y salvaje.
Matt meneó la cabeza.
– Ya me he hecho a la idea de esto. Pase lo que pase no volveré, no para quedarme. Puede que vaya al servicio mercante, pero permaneceré en el espacio.
– No vas a fallar a estas alturas, Matt.
– Quizá no, pero todavía no sé si la Patrulla es el lugar para mí. Esto es lo que me preocupa.
– Bien, ¿puedes explicarte?
Matt lo intentó. Narró la conversación con su padre y su madre, que tanto les había preocupado.
– Es eso. Si llega un momento decisivo, se supone que debo bombardear mi pueblo natal. No estoy seguro de poder hacerlo. Quizá no pertenezco a esta organización.
– No es posible que tal cosa suceda. Tu padre tenía razón.
– Esta no es la cuestión. Si un oficial de la Patrulla sólo es leal a su juramento, cuando no se interponen sus asuntos por medio, entonces el sistema entero se derrumba.
Wong esperó antes de replicar.
– Si la idea de bombardear a tu pueblo y a tu familia no te preocupara, te echaría de esta nave en menos de una hora, pues serias un hombre extremadamente peligroso. La Patrulla no espera que un hombre tenga una perfección divina. Dado que los hombres son imperfectos, la Patrulla actúa sobre un principio de riesgo calculado. La posibilidad de que surja una amenaza al Sistema en tu ciudad natal es mínima. Y la de que seas destinado a llevar a cabo ese ataque es igual de pequeña… puede que estés en Marte. Si consideras las dos posibilidades en conjunto, obtendrás prácticamente un cero.
»Pero si tuvieras tan mala suerte, lo más probable es que tu oficial superior te encerrara en tu habitación, antes de correr un riesgo contigo.
Matt todavía parecía preocupado.
-¿No estás satisfecho? – continuó Wong -. Matt, tú padeces la enfermedad de la juventud: esperas que los problemas morales tengan respuestas agradables, netas y claras. Supón que te relajas, y dejas que yo me preocupe de si tienes o no los requisitos necesarios. Oh, algún día te verás metido en un lío y sin nadie a tu alrededor para darte la respuesta adecuada. Pero soy yo quien tengo que decidir si puedes o no dar esta respuesta, cuando se presente el problema… ¡Y todavía no Sé cuál va a ser tu problema! ¿Te gustaría estar en mi sitio?
Matt sonrió tímidamente.
– No me gustaría.
XI
N.C.P. Aes Triplex
Oscar, Matt y Tex estaban juntos en la sala común, poco antes de la comida, cuando entró Pete. Caramboleó, literalmente, en el marco de la puerta pasó silbando, gritando:
– ¡Hey, amigos!
Oscar le cogió del brazo, mientras el otro rebotaba de la pared interior.
– Apaga tu propulsor y aterriza. ¿Cuál es el motivo de este jaleo?
Pete se dio la vuelta y se les encaró:
-¡La nueva lista de «aprobados» está puesta en el tablón!
-¿Quién está en ella?
– No sé, solamente lo he oído decir. ¡Vamos!
Le siguieron, Tex se puso frente a Matt y dijo:
– No sé porque me pongo a sudar, no estaré en la lista.
-¡Pesimista!
Salieron del Callejón del Puerco, pasaron por tres cubiertas y siguieron adelante. Había un grupo de cadetes reunidos alrededor del tablón de anuncios, cerca de la oficina de guardia. Se unieron a ellos.
Pete descubrió su nombre enseguida.
¡Mira! – el párrafo decía -. Armand, Pierre. Destino temporal en N.C.P. Charles Wain, presentarse en Estación Tierra con destino a Leda, Ganímedes. Esperará allí nuevas órdenes.
-¡Mira! – repitió -. ¡Me voy a casa: a esperar órdenes!
Oscar tocó su espalda:
– Felicidades, Pete. Es estupendo. Ahora, si fueras tan amable de sacar tu cadáver del camino…
Matt dijo en voz alta:
-¡Estoy!
-¿Qué nave? – preguntó Tex.
– La Aes Triplex.
Oscar se dio la vuelta.
-¿Qué nave?
– Aes Triplex.
– Matt… es mi nave. ¡Somos compañeros de nave, chico!
Tex se apartó desconsolado:
– Como lo había dicho no hay ningún «Jarman». Estaré aquí cinco, diez, quince años, viejo y canoso. Prometedme que me escribiréis en mi cumpleaños.
– Anda, Tex, lo siento… – Matt intentó tragar su propio regocijo.
– Tex, ¿has mirado la segunda parte de la lista? – preguntó Pete.
-¿Qué segunda parte? ¿Dónde?
Pete la señaló. Tex entró de nuevo en la muchedumbre: en un momento reapareció.
-¿Qué os parece? ¡Me aprobaron!
– Probablemente no querrán exponer otra promoción de novatos a tu influencia. ¿Qué nave?
– N.C.P. Oak Ridge. ¡Eh! Tú y Oscar tenéis la misma nave.
– Sí, la Aes Triplex.
– Esto es discriminación, ya lo creo. Bueno, venga, llegaremos tarde para la comida.
Se encontraron con Girard Burke en el pasillo. Tex le paró.
– No tienes que ir a ver, pegajoso. Tu nombre no está en la lista.
-¿Qué lista? ¡Oh! ¿quieres decir la lista de «Aprobados»? No me molestéis niños, habláis con un hombre libre.
-¿Así que te echaron al final?
-¡Qué divertido¡ Aceptaron mi renuncia que entra en vigor hoy mismo. Voy a trabajar con mi padre.
Construyendo chatarra espacial, ¿eh? No te envidio.
– No, empezamos un comercio de exportación, con nuestras propias naves. La próxima vez que me veáis, acuérdate de llamarme «Capitán» – se fue.
-¡Vaya si le voy a llamar «capitán»! – murmuró Tex.
– Apuesto a que renunció porqué se lo pidieron.
– Tal vez no – dijo Matt -. Girard tiene un carácter muy retorcido. Bien, espero que no lo volveremos a ver.
– No lo voy a echar en falta.
Después de la comida, no encontraban a Tex. Se presentó casi dos horas más tarde.
– Lo conseguí, chocadla con vuestro compañero de nave.
-¿En serio?
-¡Y tan en serio! Primero localicé a Dvorak y le convencí de que le convendría más una nave en la Patrulla circunterrestre que la Aes Triplex, para que pudiera ver a su chica más a menudo. Después fui a ver al Comandante y le dije que vosotros dos, chicos, os habíais acostumbrado a mis consejos y que estabais perdidos sin mí. Y nada más. El comandante apreció la sabiduría de mis palabras, y aceptó el cambio con Dvorak.
– Apuesto que no fue por eso – contestó Matt -. Probablemente quería que yo continuara cuidándote.
Tex puso una expresión extraña.
-¿Sabes, Matt que no estás tan lejos de la verdad?
-¿Qué dices…? Estaba bromeando.
– Lo que me dijo fue que pensaba que el Cadete Jensen tendría una buena influencia sobre mí. ¿Qué te parece, Oscar?
Oscar lanzó un bufido.
– Si he llegado al punto en que ejerzo una buena influencia sobre cualquiera, me ha llegado también la hora de cultivar nuevos vicios.
– Me encantaría ayudarte.
– No quiero tu ayuda, quiero la de tu tío Bodie. ¡Ése sí que es un hombre de mundo!
Tres semanas más tarde, en la Base Luna, Oscar y Matt estaban instalándose en su camarote de la Aes Triplex. Matt no se sentía muy bien, pues la noche anterior en la Colonia Tycho se habían acostado tarde, tras irse de juerga. Habían cogido el último vuelo del transbordador hacia la Base Luna.
Sonó el interfono de su cuarto y Matt contestó para no escuchar aquel chillido:
-¿Sí? Cadete Dodson al habla.
– Oficial de Guardia. ¿Está Jensen también ahí?
– Sí, señor.
– Preséntense los dos al Capitán.
– Sí, señor – Matt miró a Oscar con preocupación.
-¿Qué voy a hacer, Os? El resto de mis uniformes está en la sastrería de la base, y el que llevo parece que haya dormido con él.
– Lo hiciste. Toma uno de los míos.
– Gracias, pero me sentarían como un par de calcetines a un gallo. ¿Crees que tengo tiempo de ir corriendo a buscar los míos, limpios?
– Lo veo difícil.
Matt se rascó la barbilla.
– Tendría que afeitarme, de todas maneras.
– Mira – dijo Oscar -. Si no me equivoco al juzgar a los capitanes, será mejor que aparezcas en cueros y con una barba hasta aquí, que hacerle esperar. Vamos.
La puerta se abrió y Tex introdujo la cabeza.
– Eh, ¿os han llamado para presentaros al Viejo?
– Sí. Tex, ¿me puedes dejar un uniforme?
Tex podía. Matt cruzó el pasillo hacia el pequeño camarote de Tex, y se cambió. Se apretó fuertemente el cinturón arregló las arrugas y esperó que todo fuese bien. Los tres se fueron hacia el camarote del Capitán.
– Me alegro no tener que presentarme solo – anunció Tex -. Estoy nervioso.
– Cálmate – le aconsejó Oscar.
– Se dice que el Capitán McAndrews es un tipo muy humano.
-¿No te has enterado? McAndrews no está de servicio, se rompió el tobillo. En el último minuto el Departamento mandó el capitán Yancey para dirigir la expedición.
-¡Yancey! – Oscar dejó escapar un silbido. ¡Oh, santo cielo!
-¿Qué pasa, Oscar? – inquirió Matt -. ¿Le conoces?
– Mi padre le conocía. Papá tenía la con trata de aprovisionamiento de alimentos frescos al puerto de New Auckland, cuando Yancey, entonces el Teniente Yancey, era jefe de puerto…
Se detuvieron frente a la cabina del comandante.
– Esto debería enchufarte.
-¡Ni hablar! No se llevaban bien.
– Me pregunto si hice bien – reflexionó Tex, preocupado, cuando me las arreglé para que me cambiaran de la Oak Ridge.
– Es demasiado tarde para preocuparte. Bueno, creo que tendríamos…
Oscar se interrumpió, puesto que la puerta de enfrente se abrió de repente, y se encontraron frente al Comandante. Era alto, de hombros anchos, caderas estrechas, y tan guapo que parecía un actor de televisión en el papel de un oficial de la Patrulla.
-¿Y bien? – les espetó. No se queden charlando en mi puerta, ¡entren!
Entraron en fila, silenciosos. El Capitán Yancey se sentó frente a ellos, y los examinó uno a uno.
-¿Qué les pasa, caballeros? – dijo al fin -. ¿Se han quedado sin habla?
Tex pudo hablar.
– Se presenta el cadete Jarman, mi Capitán – los ojos de Yancey pasaron rápidamente hacia Matt.
Matt se mojó los labios:
– Cadete Dodson, señor.
Cadete Jensen, señor, presentándose según órdenes.
El oficial miró a Oscar atentamente entonces le habló en venusiano:
-¿Acaso estas orejas perciben algún eco del lenguaje del Hermoso Planeta?
– Es verdad, venerable y sabio anciano.
– Nunca pude soportar esta manera de hablar tan tonta – comentó Yancey, volviendo al básico. No le preguntaré de dónde es, pero… ¿está su padre en el jaleo de los víveres?
– Mi padre es mayorista en alimentación.
– Me lo pensaba – el Capitán continuó mirándole unos momentos, y después se dirigió a Matt.
– Ahora, señor, ¿a qué viene esta mascarada? Parece un refugiado de una nave de emigrantes.
Matt buscó una explicación, pero Yancey le interrumpió:
– No me interesan las excusas. Quiero una nave perfecta. Recuérdelo.
– Sí, señor.
El Capitán se arrellanó en su silla y encendió un cigarrillo.
– Ahora, caballeros, seguro que se están preguntando el porqué les hice venir. Debo admitir que sentía un poco de curiosidad por ver el tipo de producto que la vieja escuela produce ahora. En mis tiempos, era un verdadero curso para hombres de pelo en pecho, y no se aceptaban disparates. Pero ahora veo que los psicólogos han tomado la dirección y que las viejas reglas han cambiado del todo.
Se inclinó y clavó sus ojos en Matt.
– Aquí no han cambiado, caballeros. En mi nave las viejas reglas continúan en pie.
Nadie le contestó. Yancey esperó y después continuó:
– Las reglas establecen que tienen que hacer una visita de cortesía a su comandante, antes de que pasen veinticuatro horas después de la llegada a una nueva nave o destino. Por favor, consideren que esta visita de cortesía ha empezado. Siéntense, caballeros. Señor Dodson, encontrará café allá a su izquierda. ¿Me haría el favor de servirlo?
Cuarenta minutos más tarde se fueron, bastante aturdidos. Yancey había demostrado que podía entretenerlos de la manera más encantadora y había dado muestras de un ingenio caluroso y peculiar y de un cierto talento para contar anécdotas. Matt decidió que le gustaba.
Pero cuando salían, Yancey echó un vistazo a su reloj y dijo:
– Le veré más tarde, señor Dodson, dentro de quince minutos.
Una vez fuera, Tex preguntó:
-¿Por qué te quiere ver, Matt?
-¿No te lo imaginas? – contestó Oscar -. Mira, Matt, voy a ir al sastre por ti, pues no puedes ir allá y afeitarte, en quince minutos.
– Eres mi salvador, Os.
La N.C.P. Aes Triplex despegó de la Base Luna trece horas más tarde en una trayectoria pensada para trazar una órbita elíptica con su extremo lejano en el cinturón de asteroides. Sus órdenes eran buscar a la nave perdida N.C.P. Pathfinder.
La Pathfinder había sido encargada de levantar, por radar, el mapa de un sector del cinturón de asteroides, para la Oficina Uranográfica de la Patrulla. Su misión la habla llevado fuera del alcance de la típica radio de nave, sin embargo, hubiera tenido que comunicarse por radio hacía casi seis meses, en el momento en que hubiera tenido que acercarse a la conjunción con Marte. Pero la Estación Deimos, sita en el satélite de Marte, no había podido descubrir a la Pathfinder, por lo que se suponía que estaba perdida.
La posible localización de la Pathfinder se hallaba en una zona movediza en el espacio, calculada por geometría, balística, las características de la nave, su misión y su última localización, recorrido y velocidad. Esta zona estaba dividida en cuatro sectores y la Aes Triplex tenía que explorar un sector mientras las otras tres naves de la Patrulla cubrían los demás sectores. La tarea común fue llamada «Operación Samaritano», pero cada nave actuaba independientemente, puesto que estarían demasiado alejadas para ser dirigidas como una fuerza conjunta.
Durante la exploración las naves continuarían la misión de la Pathfinder, hacer un mapa del pedregal espacial que forma el cinturón de asteroides.
Además del comandante de la nave y de los tres cadetes, la tripulación de la Aes Triplex comprendía al Comandante Hartley Miller, oficial ejecutivo y astrogador, al Teniente Novak, ingeniero jefe, al Teniente Thurlow, oficial de bombardeo, al Teniente Brunn, oficial de comunicaciones, y a los Subtenientes Peters, Gómez y Cleary, ayudante de ingeniero y oficiales de guardia de las comunicaciones, respectivamente, y al cirujano de la nave, el doctor Pickering, que debía cuidar a los supervivientes, si es que se encontraba alguno.
La nave no llevaba infantes de marina, salvo si se quería considerar al doctor Pickering como a uno de ellos, pues técnicamente era miembro del estado mayor de la Infantería de Marina, y no miembro de la Patrulla. Todas las tareas de la nave correrían a cargo de los oficiales y los cadetes. Hubo un tiempo en el que hasta el último de los suboficiales de un regimiento de infantería tenía su asistente personal, pero los sirvientes son un lujo demasiado caro, en términos de combustible, de espacio y de alimentos, para poderlos llevar a través de millones de kilómetros del espacio. Además, el hacer algunas tareas manuales es un buen remedio para el aburrimiento, en la monotonía infinita del espacio; hasta la indeseable tarea doméstica de limpiar el cuarto de baño se hacía por turnos de toda la tripulación de la nave, de acuerdo con la costumbre, exceptuando al Capitán, el Oficial Ejecutivo y el Cirujano.
El Capitán Yancey asignó al Teniente Thurlow como oficial de instrucción, y éste, a su vez, creó los puestos de astrogador auxiliar, oficial ayudante de guardia de comunicación, ingeniero auxiliar, y oficial auxiliar de bombardeo, y coordinó una tabla de rotación entre estos puestos, casi innecesarios. Le tocaba también al señor Thurlow el hacer que Matt, Óscar y Tex utilizaran al máximo el proyector de estudio, al servicio de los cadetes.
El oficial Ejecutivo asignó otras tareas que no estaban relacionadas completamente con instrucción formal. Matt fue destinado a la «granja» de la nave. Puesto que los tanques hidropónicos proporcionaban a la nave tanto aire fresco como legumbres, era responsable del acondicionamiento del aire de la nave y compartía con el Teniente Brunn las tareas de la cocina de la nave.
Teóricamente, cada ración tomada a bordo de una embarcación de la Patrulla está precocinada y lista para comer tan pronto como se descongela y calienta a alta frecuencia, durante los segundos, marcados claramente sobre el paquete. De hecho, a muchos oficiales de la Patrulla les encaprichaba actuar como cocineros. El señor Brunn era uno de éstos, y sus resultados justificaban sus presunciones: la Aes Triplex tenía una buena mesa.
Matt se dio cuenta de que el señor Brunn no sólo esperaba de la «granja» el que las plantas verdes se alimentaran con bióxido de carbono del aire y lo cambiaran por oxígeno; el oficial de cocina quería cebolletas verdes pequeñas, menta fresca y fragante, tomates, coles de Bruselas, patatas nuevas. Matt empezó a preguntarse si no le hubiera resultado más fácil quedarse en Iowa y plantar maíz.
Cuando empezó su trabajo como oficial de acondicionamiento del aire. Matt no estaba seguro de como se medía el bióxido de carbono, pero al poco tiempo ya hacía exámenes de las disoluciones de cultivo y añadía cápsulas de sal con la seguridad y la rapidez de un veterano, gracias a Brunn, y al carrete n. 62A8134 del fichero de la nave: «Hidroponia Simplificada para Naves del Espacio, con Tablas de cultivo y Fórmulas Adicionales». Empezó a gustarle cuidar de su «granja».
Hasta que los humanos dejen de comer, las naves espaciales deberán llevar, en los largos recorridos, unos trescientos kilos de comida por hombre y por ano. Las plantas verdes que crecían en el acondicionador de aire de la nave permitían al oficial de víveres el no estar tan condicionado por este límite puesto que las plantas cultivadas utilizaban las mismas materias primas para sus ciclos: aire, dióxido de carbón, y agua, repetidas veces, añadiendo solamente cantidades bastante pequeñas de ciertas sales como el nitrato potásico, el sulfato ferroso y el fosfato de calcio.
La economía equilibrada de una nave del espacio se parece a la de un planeta, la energía se utiliza para hacer funcionar los ciclos, pero las mismas materias primas se utilizan repetidas veces. Puesto que el bistec y muchos otros alimentos no pueden ~r cultivados convenientemente a bordo de la nave, tienen que llevarse algunos alimentos, y la nave va acumulando basuras, papel de desecho, y otros desperdicios. Teóricamente, esto podría ser tratado de nuevo, aprovechando en los ciclos de la economía biológica equilibrada, pero en la práctica resulta demasiado complicado.
Sin embargo, toda masa puede ser utilizada en una nave de motor atómico, si se quiere, como masa de reacción para alimentar el cohete. Las materias radiactivas en la pila de energía de una nave de motor atómica no se utilizan en gran cantidad, pero calientan a otras materias hasta temperaturas extremas y las expelen por el tubo del cohete a velocidades muy altas, como si fueran un chorro de «vapor».
Aunque los nabos y similares pueden ser utilizados en el reactor, la utilidad primaria de la «granja» es la de sacar el dióxido de carbono del aire. Para esto cada hombre de la nave tiene que estar en equilibrio con unos nueve metros cuadrados de hojas de plantas verdes. El Teniente Brunn, con su demanda continua de variedad en los alimentos frescos, hacía que normalmente Matt tuviera demasiados cultivos al mismo tiempo, el aire de la nave se oxigenaba demasiado y las plantas empezaban a morir por falta de bióxido de carbono para alimentarse. Matt tenía que observar cuidadosamente el nivel del C02 y algunas veces aumentarlo, quemando papeles de desperdicios o recortes de plantas.
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