Reflexiones de un general en sus últimos días, del emperador Marco Aurelio
- Meditaciones: Libro I
- Libro
II - Libro
III - Libro
IV - Libro
V - Libro
VI - Libro
VII - Libro
VIII - Libro
IX - Libro
X - Libro
XI - Libro
XII
Meditaciones:
Libro I
1. De mi abuelo Vero: el buen
carácter y la serenidad.
2. De la reputación y memoria
legadas por mi progenitor: el carácter discreto y
viril.
3. De mi madre: el respeto a los dioses, la
generosidad y la abstención no sólo de obrar mal,
sino incluso de incurrir en semejante pensamiento; más
todavía, la frugalidad en el régimen de vida y el
alejamiento del modo de vivir propio de los ricos.
4. De mi bisabuelo: el no haber frecuentado
las escuelas públicas y haberme servido de buenos maestros
en casa, y el haber comprendido que, para tales fines, es preciso
gastar con largueza.
5. De mi preceptor: el no haber sido de la
facción de los Verdes ni de los Azules, ni partidario de
los parinularios ni de los escutarios1; el soportar las fatigas y
tener pocas necesidades; el trabajo con esfuerzo personal y la
abstención de excesivas tareas, y la desfavorable acogida
a la calumnia.
6. De Diogneto: el evitar inútiles
ocupaciones; y la desconfianza en lo que cuentan los que hacen
prodigios y hechiceros acerca de encantamientos y
conjuración de espíritus, y de otras
prácticas semejantes; y el no dedicarme a la cría
de codornices ni sentir pasión por esas cosas; el soportar
la conversación franca y familiarizarme con la
filosofía; y el haber escuchado primero a Baquio, luego a
Tandasis y Marciano; haber escrito diálogos en la
niñez; y haber deseado el catre cubierto de piel de
animal, y todas las demás prácticas vinculadas a la
formación helénica.
7. De Rústico: el haber concebido la
idea de la necesidad de enderezar y cuidar mi carácter; el
no haberme desviado a la emulación sofística, ni
escribir tratados teóricos ni recitar discursillos de
exhortación ni hacerme pasar por persona ascética o
filántropo con vistosos alardes; y el haberme apartado de
la retórica, de la poética y del refinamiento
cortesano. Y el no pasear con la toga por casa ni hacer otras
cosas semejantes. También el escribir las cartas de modo
sencillo, como aquélla que escribió él mismo
desde Sinuesa a mi madre; el estar dispuesto a aceptar con
indulgencia la llamada y la reconciliación con los que nos
han ofendido y molestado, tan pronto como quieran retractarse; la
lectura con precisión, sin contentarme con unas
consideraciones globales, y el no dar mi asentimiento con
prontitud a los charlatanes; el haber tomado contacto con los
Recuerdos de Epicteto, de los que me entregó una copia
suya.
8. De Apolonio: la libertad de criterio y
la decisión firme sin vacilaciones ni recursos fortuitos;
no dirigir la mirada a ninguna otra cosa más que a la
razón, ni siquiera por poco tiempo; el ser siempre
inalterable, en los agudos dolores, en la pérdida de un
hijo, en las enfermedades prolongadas; el haber visto claramente
en un modelo vivo que la misma persona puede ser muy rigurosa y
al mismo tiempo desenfadada; el no mostrar un carácter
irascible en las explicaciones; el haber visto a un hombre que
claramente consideraba como la más ínfima de sus
cualidades la experiencia y la diligencia en transmitir las
explicaciones teóricas; el haber aprendido cómo hay
que aceptar los aparentes favores de los amigos, sin dejarse
sobornar por ellos ni rechazarlos sin tacto.
9. De Sexto: la benevolencia, el ejemplo de
una casa gobernada patriarcalmente, el proyecto de vivir conforme
a la naturaleza; la dignidad sin afectación; el atender a
los amigos con solicitud; la tolerancia con los ignorantes y con
los que opinan sin reflexionar; la armonía con todos, de
manera que su trato era más agradable que cualquier
adulación, y le tenían en aquel preciso momento el
máximo respeto; la capacidad de descubrir con
método inductivo y ordenado los principios necesarios para
la vida; el no haber dado nunca la impresión de
cólera ni de ninguna otra pasión, antes bien, el
ser el menos afectado por las pasiones y a la vez el que ama
más entrañablemente a los hombres; el elogio, sin
estridencias; el saber polifacético, sin
alardes.
10. De Alejandro el gramático: la
aversión a criticar; el no reprender con injurias a los
que han proferido un barbarismo, solecismo o sonido mal
pronunciado, sino proclamar con destreza el término
preciso que debía ser pronunciado, en forma de respuesta,
o de ratificación o de una consideración en
común sobre el tema mismo, no sobre la expresión
gramatical, o por medio de cualquier otra sugerencia ocasional y
apropiada.
11. De Frontón: el haberme detenido
a pensar cómo es la envidia, la astucia y la
hipocresía propia del tirano, y que, en general, los que
entre nosotros son llamados «eupátridas», son,
en cierto modo, incapaces de afecto.
12. De Alejandro el platónico: el no
decir a alguien muchas veces y sin necesidad o escribirle por
carta: «Estoy ocupado», y no rechazar de este modo
sistemáticamente las obligaciones que imponen las
relaciones sociales, pretextando excesivas
ocupaciones.
13. De Catulo: el no dar poca importancia a
la queja de un amigo, aunque casualmente fuera infundada, sino
intentar consolidar la relación habitual; el elogio
cordial a los maestros, como se recuerda que lo hacían
Domicio y Atenódoto; el amor verdadero por los
hijos.
14. De «mi hermano» Severo : el
amor a la familia, a la verdad y la justicia; el haber conocido,
gracias a él, a Traseas, Helvidio, Catón,
Dión, Bruto; el haber concebido la idea de una
constitución basada en la igualdad ante la ley, regida por
la equidad y la libertad de expresión igual para todos, y
de una realeza que honra y respeta, por encima de todo, Marco
Aurelio Meditaciones 2 Existe en el texto griego una laguna.
Farquharson, para salvar el sentido de la frase, sobrentiende:
(«en la vida de sociedad»). la libertad de sus
súbditos. De él también: la uniformidad y
constante aplicación al servicio de la filosofía;
la beneficencia y generosidad constante; el optimismo y la
confianza en la amistad de los amigos; ningún disimulo
para con los que merecían su censura; el no requerir que
sus amigos conjeturaran qué quería o qué no
quería, pues estaba claro.
15. De Máxirno: el dominio de
sí mismo y no dejarse arrastrar por nada; el buen
ánimo en todas las circunstancias y especialmente en las
enfermedades; la moderación de carácter, dulce y a
la vez grave; la ejecución sin refunfuñar de las
tareas propuestas; la confianza de todos en él, porque sus
palabras respondían a sus pensamientos y en sus
actuaciones procedía sin mala fe; el no sorprenderse ni
arredrarse; en ningún caso precipitación o
lentitud, ni impotencia, ni abatimiento, ni risa a carcajadas,
seguidas de accesos de ira o de recelo. La beneficencia, el
perdón y la sinceridad; el dar la impresión de
hombre recto e inflexible más bien que corregido; que
nadie se creyera menospreciado por él ni sospechara que se
consideraba superior a él; su amabilidad en…2
16. De mi padre: la mansedumbre y la
firmeza serena en las decisiones profundamente examinadas. El no
vanagloriarse con los honores aparentes; el amor al trabajo y la
perseverancia; el estar dispuesto a escuchar a los que
podían hacer una contribución útil a la
comunidad. El distribuir sin vacilaciones a cada uno según
su mérito. La experiencia para distinguir cuando es
necesario un esfuerzo sin desmayo, y cuándo hay que
relajarse. El saber poner fin a las relaciones amorosas con los
adolescentes. La sociabilidad y el consentir a los amigos que no
asistieran siempre a sus comidas y que no le acompañaran
necesariamente en sus desplazamientos; antes bien, quienes le
habían dejado momentáneamente por alguna necesidad
le encontraban siempre igual. El examen minucioso en las
deliberaciones y la tenacidad, sin eludir la indagación,
satisfecho con las primeras impresiones. El celo por conservar
los amigos, sin mostrar nunca disgusto ni loco apasionamiento. La
autosuficiencia en todo y la serenidad. La previsión desde
lejos y la regulación previa de los detalles más
insignificantes sin escenas trágicas. La represión
de las aclamaciones y de toda adulación dirigida a su
persona. El velar constantemente por las necesidades del Imperio.
La administración de los recursos públicos y la
tolerancia ante la crítica en cualquiera de estas
materias; ningún temor supersticioso respecto a los dioses
ni disposición para captar el favor de los hombres
mediante agasajos o lisonjas al pueblo; por el contrario,
sobriedad en todo y firmeza, ausencia absoluta de gustos vulgares
y de deseo innovador. El uso de los bienes que contribuyen a una
vida fácil y la Fortuna se los había deparado en
abundancia, sin orgullo y a la vez sin pretextos, de manera que
los acogía con naturalidad, cuando los tenía, pero
no sentía necesidad de ellos, cuando le faltaban. El hecho
de que nadie hubiese podido tacharle de sofista, bufón o
pedante; por el contrarío, era tenido por hombre maduro,
completo, inaccesible a la adulación, capaz de estar al
frente de los asuntos propios y ajenos. Además, el aprecio
por quienes filosofan de verdad, sin ofender a los demás
ni dejarse tampoco embaucar por ellos; más todavía,
su trato afable y buen humor, pero no en exceso. El cuidado
moderado del propio cuerpo, no como quien ama la vida, ni con
coquetería ni tampoco negligentemente, sino de manera que,
gracias a su cuidado personal, en contadísimas ocasiones
tuvo necesidad de asistencia médica, de fármacos o
emplastos. Y especialmente, su complacencia, exenta de envidia,
en los que poseían alguna facultad, por ejemplo, la
facilidad de expresión, el conocimiento de la historia, de
las leyes, de las costumbres o de cualquier otra materia; su
ahínco en ayudarles para que cada uno consiguiera los
honores acordes a su peculiar excelencia; procediendo en todo
según las tradiciones ancestrales, pero procurando no
hacer ostentación ni siquiera de esto: de velar por dichas
tradiciones. Además, no era propicio a desplazarse ni a
agitarse fácilmente, sino que gustaba de permanecer en los
mismos lugares y ocupaciones. E inmediatamente, después de
los agudos dolores de cabeza, rejuvenecido y en plenas
facultades, se entregaba a las tareas habituales. El no tener
muchos secretos, sino muy pocos, excepcionalmente, y sólo
sobre asuntos de Estado. Su sagacidad y mesura en la
celebración de fiestas, en la construcción de obras
públicas, en las asignaciones y en otras cosas semejantes,
es propia de una persona que mira exclusivamente lo que debe
hacerse, sin tener en cuenta la aprobación popular a las
obras realizadas. Ni baños a destiempo, ni amor a la
construcción de casas, ni preocupación por las
comidas, ni por las telas, ni por el color de los vestidos, ni
por el buen aspecto de sus servidores; el vestido que llevaba
procedía de su casa de campo en Lorio, y la mayoría
de sus enseres, de la que tenía en Lanuvio.
¡Cómo trató al recaudador de impuestos en
Túsculo que le hacía reclamaciones! Y todo su
carácter era así; no fue ni cruel, ni hosco, ni
duro, de manera que jamás se habría podido decir de
él: «Ya suda», sino que todo lo había
calculado con exactitud, como si le sobrara tiempo, sin
turbación, sin desorden, con firmeza, concertadamente. Y
encajaría bien en él lo que se recuerda de
Sócrates: que era capaz de abstenerse y disfrutar de
aquellos bienes, cuya privación debilita a la mayor parte,
mientras que su disfrute les hace abandonarse a ellos. Su vigor
físico y su resistencia, y la sobriedad en ambos casos son
propiedades de un hombre que tiene un alma equilibrada e
invencible, como mostró durante la enfermedad que le
llevó a la muerte.
17. De los dioses: el tener buenos abuelos,
buenos progenitores, buena hermana, buenos maestros, buenos
amigos íntimos, parientes y amigos, casi todos buenos; el
no haberme dejado llevar fácilmente nunca a ofender a
ninguno de ellos, a pesar de tener una disposición natural
idónea para poder hacer algo semejante, si se hubiese
presentado la ocasión. Es un favor divino que no se
presentara ninguna combinación de circunstancias que me
pusiera a prueba; el no haber sido educado largo tiempo junto a
la concubina de mi abuelo; el haber conservado la flor de mi
juventud y el no haber demostrado antes de tiempo mi virilidad,
sino incluso haberlo demorado por algún tiempo; el haber
estado sometido a las órdenes de un gobernante, mi padre,
que debía arrancar de mí todo orgullo y llevarme a
comprender que es posible vivir en palacio sin tener necesidad de
guardia personal, de vestidos suntuosos, de candelabros, de
estatuas y otras cosas semejantes y de un lujo parecido; sino que
es posible ceñirse a un régimen de vida muy
próximo al de un simple particular, y no por ello ser
más desgraciado o más negligente en el cumplimiento
de los deberes que soberanamente nos exige la comunidad. El
haberme tocado en suerte un hermano capaz, por su
carácter, de incitarme al cuidado de mí mismo y
que, a la vez, me alegraba por su respeto y afecto; el no haber
tenido hijos subnormales o deformes; el no haber progresado
demasiado en la retórica, en la poética y en las
demás disciplinas, en las que tal vez me habría
detenido, si hubiese percibido que progresaba a buen ritmo. El
haberme anticipado a situar a mis educadores en el punto de
dignidad que estimaba deseaban, sin demorarlo, con la esperanza
de que, puesto que eran todavía jóvenes, lo
pondría en práctica más tarde. El haber
conocido a Apolonio, Rústico, Máximo.
El haberme representado claramente y en
muchas ocasiones qué es la vida acorde con la naturaleza,
de manera que, en la medida que depende de los dioses, de sus
comunicaciones, de sus socorros y de sus inspiraciones, nada
impedía ya que viviera de acuerdo con la naturaleza, y si
continúo todavía lejos de este ideal, es culpa
mía por no observar las sugerencias de los dioses y a
duras penas sus enseñanzas; la resistencia de mi cuerpo
durante largo tiempo en una vida de estas características;
el no haber tocado ni a Benedicta ni a Teódoto, e incluso,
más tarde, víctima de pasiones amorosas, haber
curado; el no haberme excedido nunca con Rústico, a pesar
de las frecuentes disputas, de lo que me habría
arrepentido; el hecho de que mi madre, que debía morir
joven, viviera, sin embargo, conmigo sus últimos
años; el hecho de que cuantas veces quise socorrer a un
pobre o necesitado de otra cosa, jamás oí decir que
no tenía dinero disponible; el no haber caído yo
mismo en una necesidad semejante como para reclamar ayuda ajena;
el tener una esposa de tales cualidades: tan obediente, tan
cariñosa, tan sencilla; el haber conseguido
fácilmente para mis hijos educadores adecuados; el haber
recibido, a través de sueños, remedios, sobre todo
para no escupir sangre y evitar los mareos, y lo de Gaeta, a modo
de oráculo; el no haber caído, cuando me
aficioné a la filosofía, en manos de un sofista ni
haberme entretenido en el análisis de autores o de
silogismos ni ocuparme a fondo de los fenómenos celestes.
Todo esto «requiere ayudas de los dioses y de la
Fortuna».
Libro
II
1. Al despuntar la aurora, hazte estas
consideraciones previas: me encontraré con un indiscreto,
un ingrato, un insolente, un mentiroso, un envidioso, un
insociable. Todo eso les acontece por ignorancia de los bienes y
de los males. Pero yo, que he observado que la naturaleza del
bien es lo bello, y que la del mal es lo vergonzoso, y que la
naturaleza del pecador mismo es pariente de la mía, porque
participa, no de la misma sangre o de la misma semilla, sino de
la inteligencia y de una porción de la divinidad, no puedo
recibir daño de ninguno de ellos, pues ninguno me
cubrirá de vergüenza; ni puedo enfadarme con mi
pariente ni odiarle. Pues hemos nacido para colaborar, al igual
que los pies, las manos, los párpados, las hileras de
dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios
los unos de los otros es contrario a la naturaleza. Y es actuar
como adversario el hecho de manifestar indignación y
repulsa.
2. Esto es todo lo que soy: un poco de
carne, un breve hálito vital, y el guía interior.
¡Deja los libros! No te dejes distraer más; no te
está permitido. Sino que, en la idea de que eres ya un
moribundo, desprecia la carne: sangre y polvo, huesecillos, fino
tejido de nervios, de diminutas venas y arterias. Mira
también en qué consiste el hálito vital:
viento, y no siempre el mismo, pues en todo momento se vomita y
de nuevo se succiona. En tercer lugar, pues, te queda el
guía interior. Reflexiona así: eres viejo; no
consientas por más tiempo que éste sea esclavo, ni
que siga aún zarandeado como marioneta por instintos
egoístas, ni que se enoje todavía con el destino
presente o recele del futuro.
3. Las obras de los dioses están
llenas de providencia, las de la Fortuna no están
separadas de la naturaleza o de la trama y entrelazamiento de las
cosas gobernadas por la Providencia. De allí fluye todo.
Se añade lo necesario y lo conveniente para el conjunto
del universo, del que formas parte. Para cualquier parte de
naturaleza es bueno aquello que colabora con la naturaleza del
conjunto y lo que es capaz de preservarla. Y conservan el mundo
tanto las transformaciones de los elementos simples como las de
los compuestos. Sean suficientes para ti estas reflexiones, si
son principios básicos. Aparta tu sed de libros, para no
morir gruñendo, sino verdaderamente resignado y agradecido
de corazón a los dioses.
4. Recuerda cuánto tiempo hace que
difieres eso y cuántas veces has recibido avisos previos
de los dioses sin aprovecharlos. Preciso es que a partir de este
momento te des cuenta de qué mundo eres parte y de
qué gobernante del mundo procedes como emanación, y
comprenderás que tu vida está circunscrita a un
período de tiempo limitado. Caso de que no aproveches esta
oportunidad para serenarte, pasará, y tú
también pasarás, y ya no habrá
otra.
5. A todas horas, preocúpate
resueltamente, como romano y varón, de hacer lo que tienes
entre manos con puntual y no fingida gravedad, con amor, libertad
y justicia, y procúrate tiempo libre para liberarte de
todas las demás distracciones. Y conseguirás tu
propósito, si ejecutas cada acción como si se
tratara de la última de tu vida, desprovista de toda
irreflexión, de toda aversión apasionada que te
alejara del dominio de la razón, de toda
hipocresía, egoísmo y despecho en lo relacionado
con el destino. Estás viendo cómo son pocos los
principios que hay que dominar para vivir una vida de curso
favorable y de respeto a los dioses. Porque los dioses nada
más reclamarán a quien observa estos
preceptos.
6. ¡Te afrentas, te afrentas, alma
mía! Y ya no tendrás ocasión de honrarte.
¡Breve es la vida para cada uno! Tú,
prácticamente, la has consumido sin respetar el alma que
te pertenece, y, sin embargo, haces depender tu buena fortuna del
alma de otros.
7. No te arrastren los accidentes
exteriores; procúrate tiempo libre para aprender algo
bueno y cesa ya de girar como un trompo. En adelante, debes
precaverte también de otra desviación. Porque
deliran también, en medio de tantas ocupaciones, los que
están cansados de vivir y no tienen blanco hacia el que
dirijan todo impulso y, en suma, su
imaginación.
8. No es fácil ver a un hombre
desdichado por no haberse detenido a pensar qué ocurre en
el alma de otro. Pero quienes no siguen con atención los
movimientos de su propia alma, fuerza es que sean
desdichados.
9. Es preciso tener siempre presente esto:
cuál es la naturaleza del conjunto y cuál es la
mía, y cómo se comporta ésta respecto a
aquélla y qué parte, de qué conjunto es;
tener presente también que nadie te impide obrar siempre y
decir lo que es consecuente con la naturaleza, de la cual eres
parte.
10. Desde una perspectiva filosófica
afirma Teofrasto en su comparación de las faltas, como
podría compararlas un hombre según el sentido
común, que las faltas cometidas por concupiscencia son
más graves que las cometidas por ira. Porque el hombre que
monta en cólera parece desviarse de la razón con
cierta pena y congoja interior; mientras que la persona que yerra
por concupiscencia, derrotado por el placer, se muestra
más flojo y afeminado en sus faltas. Con razón,
pues, y de manera digna de un filósofo, dijo que el que
peca con placer merece mayor reprobación que el que peca
con dolor. En suma, el primero se parece más a un hombre
que ha sido víctima de una injusticia previa y que se ha
visto forzado a montar en cólera por dolor; el segundo se
ha lanzado a la injusticia por sí mismo, movido a actuar
por concupiscencia.
11. En la convicción de que puedes
salir ya de la vida, haz, di y piensa todas y cada una de las
cosas en consonancia con esta idea. Pues alejarse de los hombres,
si existen dioses, en absoluto es temible, porque éstos no
podrían sumirte en el mal. Mas, si en verdad no existen, o
no les importan los asuntos humanos, ¿a qué vivir
en un mundo vacío de dioses o vacío de providencia?
Pero sí, existen, y les importan las cosas humanas, y han
puesto todos los medios a su alcance para que el hombre no
sucumba a los verdaderos males. Y si algún mal quedara,
también esto lo habrían previsto, a fin de que
contara el hombre con todos los medios para evitar caer en
él. Pero lo que no hace peor a un hombre,
¿cómo eso podría hacer peor su vida? Ni por
ignorancia ni conscientemente, sino por ser incapaz de prevenir o
corregir estos defectos, la naturaleza del conjunto lo
habría consentido. Y tampoco por incapacidad o inhabilidad
habría cometido un error de tales dimensiones como para
que les tocaran a los buenos y a los malos indistintamente,
bienes y males a partes iguales. Sin embargo, muerte y vida,
gloria e infamia, dolor y placer, riqueza y penuria, todo eso
acontece indistintamente al hombre bueno y al malo, pues no es ni
bello ni feo. Porque, efectivamente, no son bienes ni
males.
12. ¡Cómo en un instante
desaparece todo: en el mundo, los cuerpos mismos, y en el tiempo,
su memoria! ¡Cómo es todo lo sensible, y
especialmente lo que nos seduce por placer o nos asusta por dolor
o lo que nos hace gritar por orgullo; cómo todo es vil,
despreciable, sucio, fácilmente destructible y
cadáver! ¡Eso debe considerar la facultad de la
inteligencia! ¿Qué son esos, cuyas opiniones y
palabras procuran buena fama ¿Qué es la muerte?
Porque si se la mira a ella exclusivamente y se abstraen, por
división de su concepto, los fantasmas que la recubren, ya
no sugerirá otra cosa sino que es obra de la naturaleza. Y
si alguien teme la acción de la naturaleza, es un
chiquillo. Pero no sólo es la muerte acción de la
naturaleza, sino también acción útil a la
naturaleza. Cómo el hombre entra en contacto con Dios y
por qué parte de sí mismo, y, en suma, cómo
está dispuesta esa pequeña parte del
hombre.
13. Nada más desventurado que el
hombre que recorre en círculo todas las cosas y «que
indaga», dice, «las profundidades de la
tierra», y que busca, mediante conjeturas, lo que ocurre en
el alma del vecino, pero sin darse cuenta de que le basta estar
junto a la única divinidad que reside en su interior y ser
su sincero servidor. Y el culto que se le debe consiste en
preservarla pura de pasión, de irreflexión y de
disgusto contra lo que procede de los dioses y de los hombres.
Porque lo que procede de los dioses es respetable por su
excelencia, pero lo que procede de los hombres nos es querido por
nuestro parentesco, y a veces, incluso, en cierto modo, inspira
compasión, por su ignorancia de los bienes y de los males,
ceguera no menor que la que nos priva de discernir lo blanco de
lo negro.
14. Aunque debieras vivir tres mil
años y otras tantas veces diez mil, no obstante recuerda
que nadie pierde otra vida que la que vive, ni vive otra que la
que pierde. En consecuencia, lo más largo y lo más
corto confluyen en un mismo punto. El presente, en efecto, es
igual para todos, lo que se pierde es también igual, y lo
que se separa es, evidentemente, un simple instante. Luego ni el
pasado ni el futuro se podría perder, porque lo que no se
tiene, ¿cómo nos lo podría arrebatar
alguien? Ten siempre presente, por tanto, esas dos cosas: una,
que todo, desde siempre, se presenta de forma igual y describe
los mismos círculos, y nada importa que se contemple lo
mismo durante cien años, doscientos o un tiempo
indefinido; la otra, que el que ha vivido más tiempo y el
que morirá más prematuramente, sufren
idéntica pérdida. Porque sólo se nos puede
privar del presente, puesto que éste sólo posees, y
lo que uno no posee, no lo puede perder.
15. «Que todo es
opinión». Evidente es lo que se dice referido al
cínico Mónimo. Evidente también, la utilidad
de lo que se dice, si se acepta lo sustancial del dicho, en la
medida en que es oportuno.
16. El alma del hombre se afrenta, sobre
todo, cuando, en lo que de ella depende, se convierte en
pústula y en algo parecido a una excrecencia del mundo.
Porque enojarse con algún suceso de los que se presentan
es una separación de la naturaleza, en cuya parcela se
albergan las naturalezas de cada uno de los restantes seres. En
segundo lugar, se afrenta también, cuando siente
aversión a cualquier persona o se comporta hostilmente con
intención de dañarla, como es el caso de las
naturalezas de los que montan en cólera. En tercer lugar,
se afrenta, cuando sucumbe al placer o al pesar. En cuarto lugar,
cuando es hipócrita y hace o dice algo con ficción
o contra la verdad. En quinto lugar cuando se desentiende de una
actividad o impulso que le es propio, sin perseguir ningún
objetivo, sino que al azar e inconsecUentemente se aplica a
cualquier tarea siendo así que, incluso las más
insignificantes actividades deberían llevarse a cabo
referidas a un fin. Y el fin de los seres racionales es obedecer
la razón y la ley de la ciudad y constitución
más venerable.
17. El tiempo de la vida humana, un punto;
su sustancia, fluyente; su sensación, turbia; la
composición del conjunto del cuerpo, fácilmente
corruptible; su alma, una peonza; su fortuna, algo difícil
de conjeturar; su fama, indescifrable. En pocas palabras: todo lo
que pertenece al cuerpo, un río; sueño y vapor, lo
que es propio del alma; la vida, guerra y estancia en tierra
extraña; la fama póstuma, olvido.
¿Qué, pues, puede darnos compañía?
Única y exclusivamente la filosofía. Y ésta
consiste en preservar el guía interior, exento de ultrajes
y de daño, dueño de placeres y penas, si hacer nada
al azar, sin valerse de la mentira ni de la hipocresía, al
margen de lo que otro haga o deje de hacer; más
aún, aceptando lo que acontece y se le asigna como
procediendo de aquel lugar de donde él mismo ha venido. Y
sobre todo, aguardando la muerte con pensamiento favorable, en la
convicción de que ésta no es otra cosa que
disolución de elementos de que está compuesto cada
ser vivo. Y si para los mismos elementos nada temible hay en el
hecho de que cada uno se transforme de continuo en otro,
¿por qué recelar de la transformación y
disolución de todas las cosas? Pues esto es conforme a la
naturaleza, y nada es malo si es conforme a la naturaleza. En
Carnunto
Libro
III
1. No sólo esto debe tomarse en
cuenta, que día a día se va gastando la vida y nos
queda una parte menor de ella, sino que se debe reflexionar
también que, si una persona prolonga su existencia, no
está claro si su inteligencia será igualmente capaz
en adelante para la comprensión de las cosas y de la
teoría que tiende al conocimiento de las cosas divinas y
humanas. Porque, en el caso de que dicha persona empiece a
desvariar, la respiración, la nutrición, la
imaginación, los instintos y todas las demás
funciones semejantes no le faltarán; pero la facultad de
disponer de sí mismo, de calibrar con exactitud el
número de los deberes, de analizar las apariencias, de
detenerse a reflexionar sobre si ya ha llegado el momento de
abandonar esta vida y cuantas necesidades de
características semejantes precisan un ejercicio
exhaustivo de la razón, se extingue antes. Conviene, pues,
apresurarse no sólo porque a cada instante estamos
más cerca de la muerte, sino también porque cesa
con anterioridad la comprensión de las cosas y la
capacidad de acomodarnos a ellas.
2. Conviene también estar a la
expectativa de hechos como éstos, que incluso las
modificaciones accesorias de las cosas naturales tienen
algún encanto y atractivo. Así, por ejemplo, un
trozo de pan al cocerse se agrieta en ciertas partes; esas
grietas que así se forman y que, en cierto modo, son
contrarias a la promesa del arte del panadero, son, en cierto
modo, adecuadas, y excitan singularmente el apetito. Asimismo,
los higos, cuando están muy maduros, se entreabren. Y en
las aceitunas que quedan maduras en los árboles, su misma
proximidad a la podredumbre añade al fruto una belleza
singular. Igualmente las espigas que se inclinan hacia abajo, la
melena del león y la espuma que brota de la boca de los
jabalíes y muchas otras cosas, examinadas en particular,
están lejos de ser bellas; y, sin embargo, al ser
consecuencia de ciertos procesos naturales, cobran un aspecto
bello y son atractivas. De manera que, si una persona tiene
sensibilidad e inteligencia suficientemente profunda para captar
lo que sucede en el conjunto, casi nada le parecerá,
incluso entre las cosas que acontecen por efectos secundarios, no
comportar algún encanto singular. Y esa persona
verá las fauces reales de las fieras con no menor agrado
que todas sus reproducciones realizadas por pintores y
escultores; incluso podrá ver con sus sagaces ojos cierta
plenitud y madurez en la anciana y el anciano y también,
en los niños, su amable encanto. Muchas cosas semejantes
se encontrarán no al alcance de cualquiera, sino,
exclusivamente, para el que de verdad esté familiarizado
con la naturaleza y sus obras.
3. Hipócrates, después de
haber curado muchas enfermedades, enfermó él
también y murió. Los caldeos predijeron la muerte
de muchos, y también a ellos les alcanzó el
destino. Alejandro, Pompeyo y Cayo César, después
de haber arrasado hasta los cimientos tantas veces ciudades
enteras y destrozado en orden de combate numerosas
miríadas de jinetes e infantes, también ellos
acabaron por perder la vida. Heráclito, después de
haber hecho tantas investigaciones sobre la conflagración
del mundo, aquejado de hidropesía y recubierto de
estiércol, murió. A Demócrito, los gusanos;
gusanos también, pero distintos, acabaron con
Sócrates. ¿Qué significa esto? Te
embarcaste, surcaste mares, atracaste: ¡desembarca! Si es
para entrar en otra vida, tampoco allí está nada
vacío de dioses; pero si es para encontrarte en la
insensibilidad, cesarás de soportar fatigas y placeres y
de estar al servicio de una envoltura tanto más ruin
cuanto más superior es la parte subordinada: ésta
es inteligencia y divinidad; aquélla, tierra y sangre
mezclada con polvo.
4. No consumas la parte de la vida que te
resta en hacer conjeturas sobre otras personas, de no ser que tu
objetivo apunte a un bien común; porque ciertamente te
privas de otra tarea; a saber, al imaginar qué hace fulano
y por qué, y qué piensa y qué trama y tantas
cosas semejantes que provocan tu aturdimiento, te apartas de la
observación de tu guía interior. Conviene, por
consiguiente, que en el encadenamiento de tus ideas, evites
admitir lo que es fruto del azar y superfluo, pero mucho
más lo inútil y pernicioso. Debes también
acostumbrarte a formarte únicamente aquellas ideas acerca
de las cuales, si se te preguntara de súbito:
«¿En qué piensas ahora?», con franqueza
pudieras contestar al instante: «En esto y en
aquello», de manera que al instante se pusiera de
manifiesto que todo en ti es sencillo, benévolo y propio
de un ser sociable al que no importan placeres o, en una palabra,
imágenes que procuran goces; un ser exento de toda
codicia, envidia, recelo o cualquier otra pasión, de la
que pudieras ruborizarte reconociendo que la posees en tu
pensamiento. Porque el hombre de estas características que
ya no demora el situarse como entre los mejores, se convierte en
sacerdote y servidor de los dioses, puesto al servicio
también de la divinidad que se asienta en su interior,
todo lo cual le inmuniza contra los placeres, le hace
invulnerable a todo dolor, intocable respecto a todo exceso,
insensible a toda maldad, atleta de la más excelsa lucha,
lucha que se entabla para no ser abatido por ninguna
pasión, impregnado a fondo de justicia, apegado, con toda
su alma, a los acontecimientos y a todo lo que se le ha asignado;
y raramente, a no ser por una gran necesidad y en vista al bien
común, cavila lo que dice, hace o proyecta otra persona.
Pondrá únicamente en práctica aquellas cosas
que le corresponden, y piensa sin cesar en lo que le pertenece,
que ha sido hilado del conjunto; y mientras en lo uno cumple con
su deber, en lo otro está convencido de que es bueno.
Porque el destino asignado a cada uno está involucrado en
el conjunto y al mismo tiempo lo involucra. Tiene también
presente que todos los seres racionales están emparentados
y que preocuparse de todos los hombres está de acuerdo con
la naturaleza humana; pero no debe tenerse en cuenta la
opinión de todos, sino sólo la de aquellos que
viven conforme a la naturaleza. Y respecto a los que no viven
así, prosigue recordando hasta el fin cómo son en
casa y fuera de ella, por la noche y durante el día, y
qué clase de gente frecuentan. En consecuencia, no toma en
consideración el elogio de tales hombres que ni consigo
mismo están satisfechos.
5. Ni actúes contra tu voluntad, ni
de manera insociable, ni sin reflexión, ni arrastrado en
sentidos opuestos. Con la afectación del léxico no
trates de decorar tu pensamiento. Ni seas extremadamente locuaz,
ni polifacético. Más aún, sea el dios que en
ti reside protector y guía de un hombre venerable,
ciudadano, romano y jefe que a sí mismo se ha asignado su
puesto, cual sería un hombre que aguarda la llamada para
dejar la vida, bien desprovisto de ataduras, sin tener necesidad
de juramento ni tampoco de persona alguna en calidad de testigo.
Habite en ti la serenidad, la ausencia de necesidad de ayuda
externa y de la tranquilidad que procuran otros. Conviene, por
consiguiente, mantenerse recto, no enderezado.
6. Si en el transcurso de la vida humana
encuentras un bien superior a la justicia, a la verdad, a la
moderación, a la valentía y, en suma, a tu
inteligencia que se basta a sí misma, en aquellas cosas en
las que te facilita actuar de acuerdo con la recta razón,
y de acuerdo con el destino en las cosas repartidas sin
elección previa; si percibes, digo, un bien de más
valía que ese, vuélvete hacia él con toda el
alma y disfruta del bien supremo que descubras. Pero si nada
mejor aparece que la propia divinidad que en ti habita, que ha
sometido a su dominio los instintos particulares, que vigila las
ideas y que, como decía Sócrates, se ha desprendido
de las pasiones sensuales, que se ha sometido a la autoridad de
los dioses y que preferentemente se preocupa de los hombres; si
encuentras todo lo demás más pequeño y vil,
no cedas terreno a ninguna otra cosa, porque una vez arrastrado e
inclinado hacia ella, ya no serás capaz de estimar
preferentemente y de continuo aquel bien que te es propio y te
pertenece. Porque no es lícito oponer al bien de la
razón y de la convivencia otro bien de distinto
género, como, por ejemplo, el elogio de la muchedumbre,
cargos públicos, riqueza o disfrute de placeres. Todas
esas cosas, aunque parezcan momentáneamente armonizar con
nuestra naturaleza, de pronto se imponen y nos desvían.
Por tanto, reitero, elige sencilla y libremente lo mejor y
persevera en ello. «Pero lo mejor es lo conveniente.»
Si lo es para ti, en tanto que ser racional, obsérvalo.
Pero si lo es para la parte animal, manifiéstalo y
conserva tu juicio sin orgullo. Trata sólo de hacer tu
examen de un modo seguro.
7. Nunca estimes como útil para ti
lo que un día te forzará a transgredir el pacto, a
renunciar al pudor, a odiar a alguien, a mostrarte receloso, a
maldecir, a fingir, a desear algo que precisa paredes y cortinas.
Porque la persona que prefiere, ante todo, su propia
razón, su divinidad y los ritos del culto debido a la
excelencia de ésta, no representa tragedias, no gime, no
precisará soledad ni tampoco aglomeraciones de gente. Lo
que es más importante: vivirá sin perseguir ni
huir. Tanto si es mayor el intervalo de tiempo que va a vivir el
cuerpo con el alma unido, como si es menor, no le importa en
absoluto. Porque aun en el caso de precisar desprenderse de
él, se irá tan resueltamente como si fuera a
emprender cualquier otra de las tareas que pueden ejecutarse con
discreción y decoro; tratando de evitar, en el curso de la
vida entera, sólo eso, que su pensamiento se comporte de
manera impropia de un ser dotado de inteligencia y
sociable.
8. En el pensamiento del hombre que se ha
disciplinado y purificado a fondo, nada purulento ni manchado ni
mal cicatrizado podrías encontrar. Y no arrebata el
destino su vida incompleta, como se podría afirmar del
actor que se retirara de escena antes de haber finalizado su
papel y concluido la obra. Es más, nada esclavo hay en
él, ninguna afectación, nada añadido, ni
disociado, nada sometido a rendición de cuentas ni
necesitado de escondrijo.
9. Venera la facultad intelectiva. En ella
radica todo, para que no se halle jamás en tu guía
interior una opinión inconsecuente con la naturaleza y con
la disposición del ser racional. Esta, en efecto,
garantiza la ausencia de precipitación, la familiaridad
con los hombres y la conformidad con los dioses. 10. Desecha,
pues, todo lo demás y conserva sólo unos pocos
preceptos. Y además recuerda que cada uno vive
exclusivamente el presente, el instante fugaz. Lo restante, o se
ha vivido o es incierto; insignificante es, por tanto, la vida de
cada uno, e insignificante también el rinconcillo de la
tierra donde vive. Pequeña es asimismo la fama
póstuma, incluso la más prolongada, y ésta
se da a través de una sucesión de hombrecillos que
muy pronto morirán, que ni siquiera se conocen a sí
mismos, ni tampoco al que murió tiempo ha.
11. A los consejos mencionados
añádase todavía uno: delimitar o describir
siempre la imagen que sobreviene, de manera que se la pueda ver
tal cual es en esencia, desnuda, totalmente entera a
través de todos sus aspectos, y pueda designarse con su
nombre preciso y con los nombres de aquellos elementos que la
constituyeron y en los que se desintegrará. Porque nada es
tan capaz de engrandecer el ánimo, como la posibilidad de
comprobar con método y veracidad cada uno de los objetos
que se presentan en la vida, y verlos siempre de tal modo que
pueda entonces comprenderse en qué orden encaja,
qué utilidad le proporciona este objeto, qué valor
tiene con respecto a su conjunto, y cuál en
relación al ciudadano de la ciudad más excelsa, de
la que las demás ciudades son como casas. Qué es, y
de qué elementos está compuesto y cuánto
tiempo es natural que perdure este objeto que provoca ahora en
mí esta imagen, y qué virtud preciso respecto a
él: por ejemplo, mansedumbre, coraje, sinceridad,
fidelidad, sencillez, autosuficiencia, etc. Por esta razón
debe decirse respecto a cada una: esto procede de Dios; aquello
se da según el encadenamiento de los hechos, según
la trama compacta, según el encuentro casual y por azar.
Esto procede de un ser de mi raza, de un pariente, de un colega
que, no obstante, ignora lo que es para él acorde con la
naturaleza. Pero yo no lo ignoro; por esta razón me
relaciono con él, de acuerdo con la ley natural propia de
la comunidad, con benevolencia y justicia. Con todo, respecto a
las cosas indiferentes, me decido conjeturando su
valor.
12. Si ejecutas la tarea presente siguiendo
la recta razón, diligentemente, con firmeza, con
benevolencia y sin ninguna preocupación accesoria, antes
bien, velas por la pureza de tu dios, como si fuera ya preciso
restituirlo, si agregas esta condición de no esperar ni
tampoco evitar nada, sino que te conformas con la actividad
presente conforme a la naturaleza y con la verdad heroica en todo
lo que digas y comentes, vivirás feliz. Y nadie
será capaz de impedírtelo.
13. Del mismo modo que los médicos
siempre tienen a mano los instrumentos de hierro para las curas
de urgencia, así también, conserva tú a
punto los principios fundamentales para conocer las cosas divinas
y las humanas, y así llevarlo a cabo todo, incluso lo
más insignificante, recordando la trabazón
íntima y mutua de unas cosas con otras. Pues no
llevarás a feliz término ninguna cosa humana sin
relacionarla al mismo tiempo con las divinas, ni tampoco al
revés.
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