-No lo sé – respondió
Bogart – no conozco París en absoluto. Mientras esto
ocurría, Mata-Hari ya había sido informada por
Monet de que eran amigos que pretendían salvarla del
fusilamiento, a lo que ella respondió:
-Conozco un sitio perfecto para escondernos. La iglesia del
Sagrado Corazón posee una cripta adecuada para ello.
Allí es donde tenían montada su emisora los
espías alemanes. Si no les han encontrado a ellos, tampoco
lo conseguirán con nosotros. Velozmente
atravesaron las calles de París, ahora casi totalmente
vacías por el fusilamiento público que se iba
a celebrar próximamente. Su protagonista principal,
Mata-Hari, sonreía mirando por la ventana a la gente que
acudía presurosa hasta la plaza donde supuestamente
iba a ser ajusticiada. Ahora estaba a salvo,
acompañada por cuatro personas que habían
demostrado ser más eficaces que los policías
franceses que la custodiaban. Dentro de una hora
exactamente debería caer muerta bajo las balas del
pelotón de fusilamiento, pero ahora estaba a salvo y
custodiada por unos amigos. Todos estaban satisfechos menos
Wells, preocupado por las paradojas del destino y su
repercusión en la historia de la Humanidad. No
sabía las consecuencias por alterar un hecho
histórico, ni qué les podría ocurrir a
ellos si la policía les detenía. Acusados de
espías y cómplices de la fuga de Mata-Hari
seguramente serían fusilados inmediatamente, algo
incomprensible puesto que no pertenecían a esa
época ni lugar. Bogart tenía aún que llegar
a ser un popular actor de cine y a él le quedaban
todavía muchos viajes en el tiempo que realizar. Si
morían ahora, ¿quiénes eran los que estaban
en el año 1938? Sin encontrar una
respuesta a sus interrogantes, miró su reloj y se dio
cuenta de algo aún más terrible: estaba a
punto de finalizar la energía de la máquina
del tiempo y cuando esto ocurriera regresarían
bruscamente. Si ocurría mientras Bogart estaba
conduciendo el coche, al quedarse sin conductor se
estrellarían y es posible que muriesen todos,
mientras ellos regresaban a salvo a su época.
-¡Bogart! – dijo nervioso –
detenga el coche rápidamente. ¡Hágalo!.
Su tono de voz no dejaban lugar a dudas sobre la necesidad
para detenerse y aparcándolo en un lugar discreto
Bogart esperó la explicación de Wells.
-Aguarden aquí un momento – dijo a sus
acompañantes – mi amigo y yo tenemos que
hablar a solas urgentemente. Ambos se bajaron del coche y
mientras Bogart interrogaba con la mirada a Wells,
intentando adivinar qué es lo que ocurría, los tres
ocupantes del coche hablaban entre ellos asustados por el
suceso. La brusca detención del coche y la salida de
nuestros amigos para hablar a solas, no eran el mejor presagio
para quienes huían de la policía.
Desconfiando de ellos, especialmente por la poca
simpatía que Bogart tenía hacia los comunistas, y
sin esperar una respuesta, Picasso, Monet y Mata-Hari
salieron presurosos del coche, corriendo calle abajo para
escapar de Bogart y Wells, a quienes suponían ya miembros
de los servicios secretos americanos. Si querían
capturarles deberían perseguirlos corriendo
más que ellos. Pero Wells trataba de explicar a
Bogart que estaban a punto de retornar a su época y
no se percató de la huida de sus hasta ahora amigos. En
ese momento, una tenue luz les envolvió y se
encontraron inmediatamente dentro de la máquina del
tiempo de Wells, de nuevo en el año 1938. El peligro para
ellos había pasado. Unos pocos minutos
después, Mata-Hari era detenida de nuevo por la
policía de París cuando intentaba entrar en
la iglesia del Sagrado Corazón. Atrás habían
quedado Monet y Picasso, después que ella les diera
esquinazo sospechando que eran igualmente fascistas al
servicio de Alemania. Su desconfianza la había
llevado a cometer un grave error y ser apresada de nuevo,
mientras que ellos habían conseguido ponerse a salvo
refugiándose en su buhardilla de Montmartre. Y
así, una gran muchedumbre, concentrada en París la
mañana del 15 de octubre de 1917, vio por
última vez a Mata-Hari, ahora con un sencillo pero
elegante vestido, delante del pelotón de
fusilamiento. Ella se negó por dos veces a que la
vendaran los ojos y a que le ataran las manos a la espalda, y
envió un beso al pelotón de fusilamiento
antes de que ellos apretaran el gatillo. Dicen que uno de
los soldados, emocionado por este beso, y apesadumbrado por haber
tenido que disparar la bala fatal, se desmayó
allí mismo.
CAPÍTULO NUEVE:
Un desconcertante regreso y un
encuentro increíble
Aturdidos, no tanto por el viaje como
por las emociones de la aventura, Wells y Bogart estuvieron
unos minutos sin hablar, tratando de revivir aún los
momentos más apasionantes del viaje. Bogart
pidió enseguida un cigarrillo y un vaso de whisky,
mientras que Wells comenzó a tomar apuntes y a comprobar
el tiempo transcurrido. El reloj de su muñeca
dejaba bien claro que esta vez habían estado en el
pasado durante más de tres días, pero el
implacable reloj de cuco de su biblioteca, así como
el periódico del día, le indicaban que
seguían en el mismo día y hora que antes de
emprender al viaje en el tiempo. Todo permanecía
igual y hasta era posible que no hubieran envejecido ni un
segundo más.
-¿Está usted seguro, amigo
Wells – preguntó Bogart – que no ha sido todo un
sueño o un trance hipnótico producido por
esta endiablada máquina suya?
-Es difícil que dos personas
compartan el mismo sueño, especialmente de
manera simultánea. Además, hay una prueba
irrefutable y son nuestros relojes de pulsera. Si
comprueba el suyo verá que marca una hora y una fecha
distinta a cuantos se encuentran en esta casa,
señal inequívoca de que ciertamente
hay dos universos paralelos en los cuales nos estamos moviendo.
En uno, ese viaje al pasado, el tiempo sigue su
curso, lo mismo que la historia. En el otro
también avanza el tiempo, pero no para nosotros, puesto
que no estamos en este momento ni en esta
dimensión.
-Creo
que saldré de dudas cuando regrese a mi casa y vea el
recibimiento de mi mujer. (Sonriendo) Si la
encuentro durmiendo con otro hombre y me echa de
casa, es seguro que su teoría es una solemne
tontería. (Ahora, más serio) A lo
mejor aquí han pasado doscientos años y ya no tengo
familia ni amigos y posiblemente mi casa haya sido
derruida para construir apartamentos de lujo. -Si es
así no se apene, puesto que por lo menos conocerá
ya su destino y sabrá si su presencia en el
cine ha dejado huella. Además, siempre nos
quedará París.
-Me gusta esa frase; es posible que la
incluya en alguna de mis películas. Bogart se
marchó para acudir presuroso a su fiesta de bodas, si es
que aún continuaba, mientras que Wells apuntaba en
su diario todos los detalles del fabuloso viaje al pasado.
Simultáneamente, empezaba ya a realizar los planes
para su próxima aventura, tratando de encontrar un
lugar o unas personas lo suficientemente importantes como
para que el viaje mereciera la pena. No estaba seguro si lo
mejor era limitarse a ser un simple espectador de la
historia contemporánea, sin tomar parte en
ningún acontecimiento, o intentar, una vez
más, modificar los hechos históricos en bien de la
Humanidad. Su intento fallido para rescatar a Mata-Hari de
su cruel destino le había dejado apesadumbrado,
aunque estaba convencido de que solamente el inoportuno regreso
a su época era la causa del fracaso. Pero
otras dudas le asaltaban y le preocupaban, especialmente sobre la
posibilidad de morir en uno de esos viajes, o cuando
tuviera la oportunidad de estar frente a frente a sí
mismo o su familia. No sabía qué modificaciones se
podrían dar en su vida actual si algo de esto
llegara a suceder, puesto que los libros de ciencia ni
siquiera contemplaban hipotéticamente esa
posibilidad.
Confundido en relación con
aquello que había narrado en su novela "La máquina
del tiempo", tan diferente a lo que en realidad
ocurría, se le ocurrió la idea de hacer una
segunda parte, ahora viajando al pasado, pero contando fielmente
todas sus vivencias. Sabía que al menos así
millones de lectores disfrutarían y vibrarían
de emoción por estos viajes al pasado, aunque siempre lo
considerarían como pura ficción. Triste
destino para una persona que había inventado la
máquina más asombrosa de todos los tiempos, pero
que no podía mostrarla públicamente ni ganar
fama y prestigio por ello. Incluso su primer
compañero, Humphrey Bogart, dudaba que hubiera sido
real y probablemente ni siquiera podría volver a
contar con él para otro viaje. Una vez en los brazos
amorosos de su esposa y con varias películas a punto
de rodarse, seguramente ni se cuestionaría efectuar
un nuevo viaje. Necesitaba, pues, otro compañero de
fatigas. Su aturdimiento le llevó a deambular por
las calles de Nueva York, esperando que algún
acontecimiento le indicara cuál debería ser su
camino desde este momento. Tenía claro que el viaje
no podría hacerlo en solitario y tampoco le
interesaba, puesto que emocionalmente quería
compartir la experiencia y necesitaba testigos, aunque
fueran tan incrédulos como Bogart. Sentado en un
banco se dedicó a contemplar la gente que pasaba,
hasta que su vista se posó en una sala de cine que
tenía casi enfrente. Allí estaban proyectando la
película "Room Service", de los Hermanos Marx, unos
cómicos que le habían apasionado desde que
vio "The Cocoanuts". No era mala idea distraerse un poco
hasta que las ideas surgieran más precisas en su
mente. Escogió una butaca trasera, alejada del
público, y asistió más relajado a la
proyección de la película, ahora ya bastante
avanzada. Su mente no lograba concentrarse, no tanto porque
su imaginación volaba frecuentemente desde allí
hasta sus vivencias en París, sino porque justo
detrás de él estaban sentados dos
espectadores que gustaban de manifestar su opinión en voz
alta.
-Este
argumento hace aguas por todos los sitios – dijo uno -, parece
solamente una excusa para intercalar los chistes.
-Por lo menos no son tan malos como los que
tú escribes – le replicó su
compañero -.
-¡Vaya!, casi sin
proponértelo te ha salido algo gracioso.
-Pero es que es cierto. Estoy convencido
de que en el departamento de Hacienda es donde más
admiradores tengo. Todos quieren un autógrafo mío
en un cheque.
-Si al
menos pagaras tus impuestos de vez en cuando…
-Es que me tienen acorralado y hasta
sueño con embargos y citaciones. El otro día
fui a comer a un restaurante de lujo y me pusieron cangrejo, pero
no lo comí por si acaso era un inspector de Hacienda
disfrazado. -Deberías haber escogido otra
profesión, así conseguirías comer los
cangrejos sin problemas.
-Mira, yo siempre he querido ser
médico, más que nada para tener guapas
enfermeras a mi alrededor, pero ya sabes que mamá me
quitó esa idea de la cabeza. Decía que era
algo perverso, especialmente si me dedicaba a la
ginecología. -Ahora comprendo tu
interés en hacer papeles de médico en las
películas.
-Fascinante. Ahora cuéntemelo con
más detalle.
-Eso sí que no lo entiendo.
Repítamelo.
-(Levantándose nervioso) Está
bien, ya me voy, no he querido molestarles, es solo que…
-¡Espere!, no puede dejarnos ahora
aquí plantados. Si lo hace tendrá que pasar por
encima de mi cadáver. Pensándolo mejor, si se
marcha seguiré viendo esta horrible película
y le dejaré que acuda a mi funeral otro día
que yo no esté allí. Wells sale
presuroso de la sala, pero en el hall es detenido suavemente por
Groucho, quien esbozando la mejor de sus sonrisas, le dice:
-Perdóneme, era una broma. Solamente suelo
discutir de 3 a 4 de la tarde y así el resto del
día me parece maravilloso. (Extendiéndole la mano)
Soy Groucho Marx y este ratón sin queso que
está a mi lado es mi hermano Harpo. -(Wells,
aún aturdido) Debo confesarles que durante un momento
creí que estaban verdaderamente enfadados.
-Pero, ¿son o no son ustedes los
Hermanos Marx?
-(Groucho, tomando aliento) Lo cierto es
que cuando yo nací quería llamarme Robinson,
pero mis padres fueron más rápidos que yo y me
pusieron Julius. Lo de Groucho fue culpa de mi madre y es
que ella pensaba que así me confundirían con
uno de los Hermanos Marx y tendríamos más trabajo.
¡Pobre mujer!, era una infeliz; se
murió sin poder ir antes al servicio.
-(Wells, ya más tranquilo) Y
usted señor Harpo, ¿cómo ha logrado mantener
el mito de que es mudo? Personalmente siempre he
creído que era cierto.
-(Groucho, sin dejarle hablar a su
hermano) Es que este hermano mío es tonto como un
zorro, un carácter sin alma ni profundidad, un hombre
admirablemente sencillo. Un día se le olvidó
el guión durante una obra de teatro y siguió
actuando sin articular palabra. Le aplaudieron tanto, por
primera vez, que decidió seguir así
toda la vida. ¿Y usted quién es?
-Por desgracia ya no tengo ni perrito
que me ladre. Me di cuenta que ya no ligaba como antes
cuando un día abrí el buzón y solamente
recogí propaganda; antes encontraba bragas de
colores. Bueno, ¡en marcha!. Durante el corto
trayecto hasta la casa de Wells, Groucho no paraba de hacer
chistes, aunque hubo un momento en el cual recuperó
su aliento para preguntarle sobre sus novelas y confesarse
un entusiasta de ellas.
-La que más me gustó fue
"La vuelta al mundo en ochenta días" – dijo -.
-Pero
esa la escribió Julio Verne y yo soy H. G. Wells.
-Ya me parecía que su cara me era
familiar.
-¿Sabe que no ha parado de hablar
desde que salimos del cine?
-Desde
que entramos en el cine, amigo Wells, desde que entramos en el
cine. Mi madre me decía que era porque me
había tragado una aguja de fonógrafo. Wells
se preguntaba ahora si habría sido acertada la
elección de Groucho como nuevo acompañante en
su viaje en el tiempo. Todavía no había escuchado
una palabra o comentario serio de ese hombre y empezaba a
pensar que meterle de lleno en la historia, con los
peligros que ello conllevaría, podía ocasionar
cuando menos un caos imposible de descifrar luego por los
historiadores y biógrafos. Quería que en cada
viaje estuviera asistido por una personalidad diferente,
puesto que así tendría mejor oportunidad para
evaluar los acontecimientos y la utilidad de su
máquina del tiempo, pero empezaba a considerar a
Groucho como una mala opción.
-¿Pero no le gustaría
hacer algo trascendental en la vida?
-La última vez que lo hice fue
cuando escribí una carta muy emotiva a una amiga el
día de su funeral. -Le dije que esperaba que siguiera tan
guapa como siempre y que deseaba verla muy pronto.
CAPÍTULO DIEZ:
Wall Street
-Siempre he creído que la hierba
crece más verde en casa de mi vecino, pero
ahora veo que es cierto.
-Pero… aún no le he explicado
qué es y para qué sirve.
-Pues me sigue pareciendo maravillosa.
-He realizado ya varios viajes con
éxito y quisiera que usted me acompañase
ahora. Mi último compañero fue el actor
Humphrey Bogart, pero su nuevo matrimonio le impide volver
a viajar conmigo. -¿Sabe una cosa?, eso del
matrimonio es algo extraño. Por ejemplo: yo siempre
pensé que mi sobrina era tan tonta que acabaría
casándose con un caballo. El mes pasado me
confirmó que era cierto y ahora se dedican los dos a
correr el Derby.
-¡Espere, espere!, aún no hemos
decidido dónde podemos ir.
-Vayamos a cualquier lugar en donde no tenga
que escuchar ópera. Cada vez que tengo que ir a la
ópera le pido al cochero que vaya despacio. Me sienta
bastante mal que un cochero me lleve justo cuando
aún no ha terminado la función.
-Bien,
pero creo que a mi hermano Harpo no le va agradar la idea.
-¿Por qué?
-Ese día acompañé a su mujer a casa y
aún no ha regresado.
Esbozando por fin una sonrisa ante el
delirio cómico de Groucho Marx, Wells preparó
adecuadamente la máquina del tiempo poniendo una
fotografía del edificio de la bolsa de Nueva York,
en cuyas inmediaciones se encontraban cientos de personas
preocupadas por sus ahorros. Puso en marcha el generador de
energía y rápidamente los rayos X incidieron en la
foto. Después, atravesaron los cuerpos de los dos
amigos y la imagen se fundió perfectamente en el
tubo de rayos catódicos, llevándoles de nuevo en un
rápido viaje a través de la historia.
Cuando llegaron, el alboroto de las personas concentradas
en la calle era intenso, puesto que las noticias que
llegaban desde el interior eran sumamente confusas. El
precio de las acciones subía y bajaba escandalosamente
cada minuto, mientras que los pequeños ahorradores
pasaban de la pobreza a la riqueza con la misma facilidad.
Con la mayoría de las acciones sobrevaloradas a
causa del gran crecimiento económico de la posguerra, los
norteamericanos se habían dejado engañar por
los agentes de bolsa y pidieron créditos a los
bancos para comprar acciones que suponían seguras.
En ese momento, más de un millón de personas
estaban endeudadas con los bancos y no lograban pagar sus
créditos por la gran fluctuación de las
acciones. Cuando Wells y Groucho aparecieron bruscamente en
medio del griterío, nadie les prestó la menor
atención.
-Tenía que haber viajado en
primera clase – protestó Groucho – este viaje me
ha mareado un poco.
-No se preocupe, los efectos de la
radiación se le pasarán pronto. Ahora es
importante que planifiquemos bien nuestro tiempo disponible
puesto que la máquina funcionará
apenas tres días. ¿Dónde le parece que
vayamos en primer lugar?
-Me gustaría ir a visitar a mi
mujer para ver si es cierto que me engaña con ese
gran hombre que se llama Groucho Marx. Me han dicho que es una
fiera haciendo el amor. -Debería
tomarse este salto en el tiempo con mayor seriedad. Mi consejo es
que no intervenga en su propio destino; las consecuencias
son imprevisibles.
-¡Oh, no se preocupe por eso!. Mi mujer
ha decidido quitarse años en cada cumpleaños
y si tengo suerte dentro de poco ni siquiera estaremos casados y
podré visitarla en su bautizo. Será como
visitar a mi nieta. -Espere un poco, tiene que
meditar las consecuencias de sus actos y aprovechar bien
este viaje en el tiempo. Creo que lo primero es vender todas
nuestras acciones, ahora que todavía tienen cierto
valor. Dentro de dos días, justo el 24 de octubre,
se pondrán a la venta más de 13 millones de
acciones y ninguna valdrá más de un centavo.
Tenemos que ir ahora mismo al banco para que las vendan al
mejor precio. -La operación bursátil de venta
no constituyó ningún problema para ninguno
de los dos, puesto que bastó con su
identificación personal para poner en venta todas sus
acciones y que el dinero resultante se depositara
automáticamente en sus cuentas corrientes.
-¿Pero no me ha dicho que
estaré nueve años más joven?
-Me
refería a su otro yo, el que vive en 1929. Usted sigue
siendo el mismo porque pertenece al 1938.
-¿Sabe usted por qué me
casé con Ruth? -Me temo que me lo
dirá aunque no me interese, así que…
-(Claramente mareado) Está bien,
usted gana. Iremos a ver a su familia
Pero cuando por fin llegan, tratando de
permanecer ocultos ante los ojos de los vecinos, un
féretro portado a hombros de unas personas les indican sin
lugar a dudas que habían llegado tarde. Su madre
emprendía ya su último viaje en esta vida,
ahora más aclamada que durante toda su anterior vida como
actriz. A su alrededor estaban los cinco hermanos Marx,
numerosos parientes venidos de todos los estados
americanos, la prensa y docenas de aficionados que
habían acudido con el deseo de poder estar cerca de los ya
populares Hermanos Marx. Groucho intentó
acercarse, pero la férrea mano de Wells sujetándole
le hizo reflexionar. Su semblante pasó del inicial
abatimiento a mostrar su habitual ironía mordaz.
-¿Es posible que no se reconozca a
sí mismo?
-¿Qué?, ¡Eso que dice es
un insulto!. Si no fuera mayor que usted le pegaría por
eso que ha dicho.
-Pero si yo soy más grande que
usted…
-Así ya podrá.
-(Nuevamente alterado) Señor Marx, está
consiguiendo que termine hablando las mismas
tonterías que usted. Esperaba que asistir de nuevo a la
muerte de su madre le hiciera ponerse más serio, pero veo
que es incorregible.
-Bien, yo propongo que vayamos a comer a
un restaurante italiano. ¿Sabe usted que mi hermano Chico
no era italiano? Bueno, yo tampoco lo soy y nunca he
presumido de ello, pero al menos sé hacerme entender en
perfecto italiano. Conozco cuatro palabras claves para
moverme sin problemas por el centro de Roma: "Bésame,
rápido", "¡Ayuda, me ha mordido una serpiente!",
"Tengo que alimentar a mi gato" y "¡Vaya, otra
multa!".
-(Desanimado) Está bien, me
rindo. Iremos a comer a un restaurante italiano.
Little Italy era el lugar donde
residían la mayor parte de los inmigrantes italianos
y su aroma se dejaba notar incluso en los barrios
periféricos. Pegado al también
emblemático Chinatown, ambos modos de vida lograron
convivir sin problemas hasta que la llegada de los
gángsteres les complicó seriamente la
existencia. El restaurante elegido fue el Umberto"s Clam House,
situado en Hester Street, un lugar famoso por su exquisito
marisco.
-Groucho, ¿no cree que este lugar es
demasiado caro para nosotros?
-Para
mí, no; quizá para usted que es quien va a pagar.
De todas formas, nos pondremos cerca de la salida por si
acaso. No olvide aquello de "las mujeres y los niños
primero"; en ocasiones yo me siento como si fuera un bebé.
-Desde
ese punto de vista no me parece una mala idea.
-Pues olvídela y comience a comer
esos raviollis con tomate, no esperará que
además de pagar usted tenga que comerme yo su
comida.
CAPÍTULO
ONCE:
Al Capone
Todo parecía transcurrir con
normalidad y hasta H. G. Wells empezó a pensar que
precisamente la presencia de Groucho Marx le podía aportar
mayores beneficios de los planeados. Su carácter y
su punto de vista para juzgar los acontecimientos
proporcionaban una visión de la historia de la Humanidad
nueva y reconfortante. Con un margen todavía de dos
días para poder realizar acciones y visitas a Nueva
York, antes de que la máquina del tiempo les hiciera
retornar a su época, podrían tratar de avisar al
mundo de posibles desgracias y alertarles sobre el peligro
que supone el avance al poder de algunos líderes
políticos. Les podría advertir del expolio
que sufrirían los judíos residentes en
Alemania que les privaría de todos sus derechos y
bienes, o de la desastrosa marcha de Mao Zedong hacia la
provincia de Shaanxi que provocaría la muerte de
90.000 hombres.
También sabía la futura
invasión de Abisinia por parte de Italia, el
desastre del dirigible Hindenburg en el que murieron 37 personas
a causa de un sabotaje, y las consecuencias mundiales de la
Gran Depresión. Pero su problema era el mismo que en
los otros viajes, puesto que no le serviría de nada
acudir a uno de los diarios neoyorquinos y explicar que gracias a
su máquina del tiempo conocía el destino de
la humanidad de los próximos nueve años. Ni
siquiera su bien ganado prestigio como escritor de ficción
le podría proporcionar un mínimo de
credibilidad. Todos estos pensamientos fueron interrumpidos
bruscamente con la entrada al restaurante de cuatro hombres
armados con ametralladoras Thompson.
-¡Todo el mundo al suelo!,
¡Esto es un atraco!. Esa enérgica advertencia
debía ser algo habitual en aquella zona, puesto que
los camareros primero y posteriormente los clientes, todos
se tiraron al suelo inmediatamente sin que se oyeran gritos
o voces de protesta. Los cuatro matones, vestidos tan
impecablemente que parecían banqueros, realizaron
algunos disparos al techo y a las estanterías,
mientras que un quinto apareció en escena portando
sobre sus hombros un lujoso abrigo de lana. Wells y
Groucho, por su parte, aún no habían tenido
tiempo de reaccionar y seguían sentados mirando con
estupor los acontecimientos. El recién llegado se
dirigió a ellos.
-Veo que estos dos señores no
entienden nuestro idioma. Quizá entiendan mejor el
sonido de mi Tommy – dijo señalando su ametralladora -.
-¡No, espere! – gritó Wells
-.
(Risas)
-(Conteniendo la risa) Como me llamo Al Capone que yo a
este tío le pego un tiro antes que me mate de risa.
¿Y este abuelo que está a su lado tan
pálido, es su padre?
Wells se levantó
también y algo más sereno que hace un momento le
tendió la mano al gángster, obviamente sin
encontrar respuesta por su parte. Nervioso y sumamente
asustado ante la respuesta tan poco cordial, miró a
Groucho demandándole una ayuda inmediata.
-(Groucho, de nuevo) ¡Oh, no se
preocupe por mi amigo!. En realidad se quedó
así, sin habla, cuando vio la lista de precios de
este restaurante. Yo le aconsejaría,
señor matón con ametralladora, que nos
marchásemos a otro lugar en donde nos
pudieran servir unos raviollis al horno, o mejor aún, una
espina de pescado para dársela a mi gato.
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