Clitofon, hijo de Aristonimo, me han dicho hace un
instante, que en una conversación que has tenido con
Licias, has criticado las discusiones filosóficas de
Sócrates, y puesto en las nubes las lecciones de
Trasimaco.
Clitofon
Te han referido exactamente, Sócrates, lo que he
dicho de ti a Licias; si en unas cosas te he censurado,
también te he alabado en otras, y como veo en claro, que a
pesar de tu aire de indiferencia estás incomodado conmigo,
seria conveniente, ya que estamos solos, repetirte lo mismo que
he dicho, y te desengañarás de que no soy injusto
para contigo. Indudablemente te han informado mal, y esta es la
causa de tu irritación. Pero si me permites decirte todo
lo que pienso, estoy pronto a hacerlo, y no te ocultaré
nada.
Sócrates
No tendría razón para oponerme a tu deseo,
cuando éste redunda en mi provecho, porque evidentemente
desde el momento que me hagas ver el bien y el mal que residen en
mí, procuraré seguir el uno y huir del otro con
todas mis fuerzas.
Clitofon
En este caso, escúchame. Me ha sucedido muchas
veces, Sócrates, que encontrándome contigo, me he
dejado llevar de la más viva admiración al
oír tus discursos, y me ha parecido que hablabas mejor que
nadie, cuando reprendiendo a los hombres, como un dios que
aparece en lo alto de una máquina de teatro,
exclamabas:
«¿A dónde vais a parar, mortales?
¿No veis que no hacéis nada de lo que
deberíais practicar? El objeto de todos vuestros cuidados
es amontonar riquezas y trasmitirlas a vuestros hijos, sin
inquietaros para nada del uso que puedan hacer de ellas. Tampoco
procuráis darles maestros que les enseñen la
justicia, si puede ser enseñada, o que se ejerciten en
ella, si es que sólo en el ejercicio puede adquirirse.
Tampoco tratáis de gobernaros a vosotros mismos,
educándoos en la virtud. Cuando vosotros y vuestros hijos,
después de conocer las letras, la música y la
gimnástica, lo cual creéis que constituye la
educación más perfecta, veis que no sois menos
ignorantes por lo que hace al uso que hacéis de vuestras
riquezas, ¿cómo no os escandalizáis de esta
educación, y no buscáis maestros que hagan
desaparecer esta ignorancia y esta disonancia? A causa de este
desorden y de esta inconveniencia, y no porque un pié deje
de guardar compás con la lira, tiene lugar la falta de
acuerdo y armonía entre hermanos y hermanos, entre Estados
y Estados, y en sus divisiones y en sus guerras sufren el
cúmulo de males que mutuamente se causan.
Pretendéis que la injusticia es voluntaria, y que no
procede de la falta de ilustración y de la ignorancia, y,
sin embargo, sostenéis que la injusticia es vergonzosa y
aborrecible a los dioses. ¿Qué hombre seria capaz
de escoger voluntariamente un mal semejante? Respondéis
que es aquel que no sabe resistir a los placeres. Pero si la
victoria depende de la voluntad, ¿la derrota no es siempre
involuntaria? La razón nos precisa a convenir en que de
todas maneras la injusticia es involuntaria, y que es un deber
para los individuos en particular y para los Estados en general,
manifestarse más atentos y más vigilantes que lo
están hoy.»
Cuando oigo de tus labios tales discursos,
Sócrates, te cobro cariño, y te elogio lleno de
admiración. Y lo mismo me sucede cuando añades, que
los que ejercitan el cuerpo y desprecian el alma no hacen nada
menos que despreciar lo que tiene el mando y tributar obsequios a
lo que debe obediencia. Así como cuando expones que el que
no sabe servirse de un instrumento, obra mejor
absteniéndose de usarlo, y que el que no sepa servirse de
los ojos, ni de los oídos, ni del cuerpo en general,
obraría más cuerdamente no mirando, no escuchando,
y no sacando ningún partido de su cuerpo, antes que
servirse de él a la aventura. Todo esto no es menos cierto
con respecto a las artes. El que no sabe servirse de su lira,
evidentemente no sabrá servirse mejor de la del vecino, y
recíprocamente, el que no sabe servirse de la lira del
vecino, tampoco sabrá servirse de la suya, y otro tanto
puede decirse de todos los instrumentos y de todas las cosas. De
estos razonamientos deducías esta preciosa
conclusión: el que no sabe servirse de su alma, debe
dejarla inactiva, y no vivir antes que vivir abandonándose
a las sugestiones de la fantasía; y si necesita vivir,
obrará más cuerdamente sometiéndose a otro
más bien que conservando la libertad para tal uso, y al
modo de un buen navegante confiar conducción de su barco
al que es hábil en la ciencia de gobernar a los hombres,
ciencia que llamas tú muchas veces la política,
Sócrates, y que, en tu opinión, es la misma que la
de juzgar y administrar justicia.
En todos estos discursos y otros muchos semejantes,
todos verdaderamente bellos, en que sostienes que la virtud puede
por su naturaleza ser enseñada y que es preciso ante todo
tener cuidado de sí mismo, jamás he censurado nada,
y me atrevo a decir, que nunca lo haré. Tales
razonamientos son, a mi parecer, muy útiles, porque son
muy eficaces para excitarnos, sacudirnos y despertarnos de
nuestro entorpecimiento. Pero quise aplicar mi espíritu a
saber más, y para ello me propuse interrogar, no a ti
directamente, Sócrates, sino a tus compañeros de
edad y de gustos, a tus discípulos, a tus amigos o como
quiera que se llamen tus relaciones. En primer término me
dirigí a los que tú más estimas,
preguntándoles qué objeto debería tratarse
después de tales razonamientos e interpelándoles de
este modo según tu método:
¡Oh mis excelentes amigos! decidme:
¿qué deberemos pensar de las exhortaciones a la
virtud que Sócrates nos dirige? ¿No deberemos pasar
de ahí? ¿No deberemos caminar a la práctica
de la misma y marchar hacia un fin? ¿o es cosa que se nos
ha dado la vida únicamente, para dirigir exhortaciones a
los que aún no han sido exhortados, para que éstos
a su vez exhorten a otros? ¿O bien deberemos preguntar a
Sócrates, o preguntarnos unos a otros, admitiendo la
utilidad de estas exhortaciones, qué es lo que a ellas
debe seguirse? ¿Cómo y por dónde
comenzaremos el estudio de la justicia? Si alguno nos exhortara a
cuidar de nuestro cuerpo, viéndonos extraños como
niños a estas artes que se llaman gimnástica y
medicina, y que nos echara en cara que nos entregábamos
con exceso a cuidar nuestro trigo, nuestra cebada, nuestras
viñas y las demás cosas que cultivamos y destinamos
a las necesidades de nuestro cuerpo, sin cuidarnos ni remotamente
de un arte ni de un ejercicio para fortificar nuestro cuerpo, no
obstante existir este arte; si a este hombre le
preguntáramos de qué artes quería hablar,
sin duda respondería que de la gimnástica y de la
medicina. ¿Pero cuál es el arte para educar el alma
en la virtud? Responded. Este arte, me dijo el que parecía
más decidido, es el que Sócrates ha llamado muchas
veces delante de ti la justicia.
Pero, repliqué yo, no basta que me digas el
nombre. La medicina es un arte, pero tiene un doble fin; primero,
formar nuevos médicos mediante los cuidados de los que ya
lo son; y después, curar. Una de estas dos cosas no es el
arte mismo, sino el producto del arte enseñado o
aprendido, a saber, la salud. En igual forma en la arquitectura
es preciso distinguir el producto y el arte, pues de una parte
está la arquitectura que enseña, y de otra la obra,
es decir, la casa. Con respecto a la justicia, de una parte forma
hombres justos, como las artes de que acabamos de hablar forman
sus artistas, pero de otra, ¿cuál es esa obra?
cuál es la obra del hombre justo? cómo la
llamaremos? Responde.
Uno me dijo: yo creo, que es lo ventajoso; otro, lo
conveniente; otro, lo útil; otro, lo
provechoso.
Pero, les respondí, esas palabras se encuentran
en todas las artes en general, y en todo lo que tiene un buen
resultado se dice que es provechoso, que es útil y todo lo
demás. Pero, además de esto, todo arte tiene un
objeto particular, al que se aplican todos estos términos.
Y así, en el arte del carpintero, el bien, lo bello, lo
conveniente se refiere a la construcción de muebles, y no
se trata del arte puro y simple. Explicadme en la misma forma la
obra de la justicia.
Al fin, uno de tus amigos, Sócrates, que a mi
parecer habla con maravillosa elegancia, me respondió, que
la obra propia de la justicia, que nada tiene que ver con ninguna
de las otras artes, es el establecer la amistad entre los
Estados. Interrogado sobre la naturaleza de la amistad,
declaró, que es un bien, nunca un mal. En cuanto a la
amistad entre los niños y los animales, no quiso darle
este nombre cuando le pregunté sobre este punto, porque
convino en que estas amistades eran casi siempre más
dañosas que buenas; y para evitar esta consecuencia, no
quiso llamarlas amistades; reservando este nombre para la
mancomunidad de pensamientos. Como se le preguntara, si esta
mancomunidad de pensamientos se refería lo mismo a la
opinión que a la ciencia, rechazó la
opinión; porque no puede negarse, que entre los hombres
hay muchas veces lamentables acuerdos de opiniones, y
había afirmado que la amistad es siempre un bien y la obra
de la justicia; de suerte que debió decir que la
conformidad de pensamientos, en este caso, está fundada en
la ciencia y de ningún modo en la
opinión.
Cuando llegamos a este punto embarazoso de la
discusión, todos los que estaban presentes se levantaron
contra él, exclamando, que esta definición no
valía más que las precedentes, y le echaron en cara
que la medicina también es cierto acuerdo de pensamientos
y lo mismo las demás artes; y que todas están en el
caso de decir cuál es su objeto; que, por el contrario, en
cuanto a esa justicia, que él llama un acuerdo de
pensamientos, no se sabe ni el objeto que se propone, ni la obra
que realiza.
Por último, Sócrates, te pregunté a
ti mismo. Me has dicho que la justicia consiste en hacer mal a
sus enemigos y bien a sus amigos. Posteriormente te ha parecido,
que el hombre justo jamás podrá hacer mal a otro,
cualquiera que él sea, y que debe procurar más bien
ser de todas maneras útil a todo el mundo.
Por consiguiente, después de haberte preguntado,
no ni dos, sino mil veces, he renunciado a hacer vanas
súplicas, persuadido de que eres el hombre del mundo
más capaz para exhortar a los demás a la virtud;
pero que, una de dos cosas, o bien tu poder no pasa de
aquí y no se extiende más lejos (lo cual puede
suceder en todas las artes; por ejemplo, sin ser piloto, puede
hacerse un elogio de este arte que pruebe cuán digno es de
la actividad humana, y hacerse lo mismo con las demás
artes; de suerte que tú mismo podrías acusarte de
no conocer la justicia, ensalzándola al mismo tiempo hasta
las nubes, por más que no sea esta mi opinión).
Pero una de dos cosas, digo, o no sabes lo que es la justicia, o
no quieres comunicarnos el conocimiento que de ella tienes. He
aquí por qué iré yo indudablemente en busca
de Trasimaco o de cualquiera otro con la esperanza de que me
enseñe, a menos que tú consientas poner
término a todas esas exhortaciones. Por ejemplo, si me
hicieses el elogio de la gimnasia y me animases a tener cuidado
de mi cuerpo, después de tan preciosa exhortación,
¿no me dirías cuál es mi temperamento y
cuáles los cuidados de que necesito? Pues obra ahora de la
misma manera. Supón que Clitofon te concede que es
ridículo ocuparse de todo lo demás y despreciar el
alma, objeto verdadero de todos sus cuidados; supón, que
yo te he referido todo lo que de esto se sigue y todo lo que
acabamos de decir. Ahora, responde a mi pregunta, para que no me
vea forzado, como acabo de hacerlo y como lo hice con Lisias, a
alabarte en unas cosas y criticarte en otras; porque, lo repito,
para el que no ha sido aún exhortado a la virtud eres
tú el más precioso de los hombres; pero para el que
lo ha sido ya, tú serías quizá un
obstáculo que le impidiera llegar al verdadero objeto de
la virtud, que es la felicidad." [31]
Vida austera de
Sócrates
"Pongamos los ojos en los ejemplos de
aquellos cuya paciencia alabamos, como fue Sócrates, que
tomó en buena parte los dicterios contra él
esperados y publicados en las comedias: y se rió de ellos,
no menos que cuando su mujer Xantipa le roció con agua
sucia, e Iphicrates cuando se le objetó que su madre Tresa
era bárbara respondió que también la madre
de los dioses era de Frigia."[32]
"Diráte Sócrates estas razones:
«Hazme vencedor de todas las gentes y desde el nacimiento
del Sol, hasta Tebas, me lleve triunfante el delicado coche de
Baco: pídanme leyes los reyes de Persia, que con todo eso,
cuando en todas partes me reverenciaren como a Dios,
conoceré que soy hombre.» Junta luego a esta grande
altura una precipitada mudanza, diciendo: «Que he de ser
puesto en ajeno ataúd, habiéndome de despojar de la
pompa de soberbio y fiero vencedor; que no por eso iré
más desconsolado, asido al ajeno coche, de lo que estuve
en el mío; pero tras todo eso deseo más vencer que
ser cautivo. Yo despreciaré todo el reino de la fortuna;
pero si me dieren a escoger, elegiré lo mejor de
él. Todo lo que en mi poder entrare, se convertirá
en bueno. Pero con todo eso, quiero venga lo más suave y
más deleitable, y lo que ha de dar menor vejación
al que lo hubiere de pasar.»"[33]
"Y encajaría bien en él lo que se recuerda
de Sócrates: que era capaz de abstenerse y disfrutar de
aquellos bienes, cuya privación debilita a la mayor parte,
mientras que su disfrute les hace abandonarse a ellos. Su vigor
físico y su resistencia, y la sobriedad en ambos casos son
propiedades de un hombre que tiene un alma equilibrada e
invencible, como mostró durante la enfermedad que le
llevó a la muerte."[34]
"Tenía ánimo para sufrir a cuantos lo
molestaban y perseguían. Amaba la frugalidad en la mesa, y
nunca pidió recompensa de sus servicios. Decía que
«quien come con apetito, no necesita de viandas exquisitas;
y el que bebe con gusto, no busca bebidas que no tiene a
mano». Esto se puede ver aún en los poetas
cómicos, los cuales lo alaban en lo mismo que presumen
vituperado. Así habla de él
Aristófanes:
¡Oh tú, justo amador de
la sapiencia,cuán felice serás con los de
Atenas, y entre los otros griegos cuán
felice!
Y luego:
Si memoria y prudencia no te
faltan, y en las calamidades sufrimiento, no te
fatigarás si en pie estuvieres,sentado, o
caminando. Tú no temes el frío ni la
hambre, abstiéneste del vino y de la gula, con
otras mil inútiles inepcias.
Amipsias lo pinta con palio, y dice:
¡Oh Sócrates, muy bueno
entre los pocos,y todo vanidad entre los
muchos!¡Finalmente, aquí vienes y nos
sufres! Ese grosero manto ¿de dónde lo
tomaste? Esa incomodidad seguramente nació de la
malicia del ropero."
Por más hambre que tuviese, nunca pudo hacer de
parásito. Cuánto aborrecía esta vergonzosa
adulación lo testifica Aristófanes,
diciendo:
Lleno de vanidad las calles
andas, rodeando la vista a todas partes.Caminando descalzo,
y padeciendo trabajos sin cesar, muestras no obstantesiempre
de gravedad cubierto el rostro.
Sin embargo, algunas veces se acomodaba al tiempo y
vestía con más curiosidad, como hizo cuando fue a
cenar con Agatón: así lo dice Platón en
su Convite."[35]
"Y si hubiere alguno que tenga osadía a confesar
que quiere ser Mecenas y no Régulo, este tal, aunque lo
disimule, sin duda quisiera más ser Terencio.
¿Juzgas a Sócrates maltratado porque, no de otra
manera que como medicamento, para conseguir la inmortalidad
escondió aquella bebida mezclada en público,
disputando de la muerte hasta la misma muerte, y porque
apoderándose poco a poco el frío, se encogió
el vigor de las venas? ¿Cuánta más
razón hay para tener envidia de éste, que de
aquellos a quien se da la bebida en preciosos vasos; y a quien el
mancebo desbarbado, de cortada o ambigua virilidad, acostumbrado
a sufrir le deshace la nieve colgada del oro? Todo lo que
éstos beben lo vuelven con tristeza en vómitos,
tornando a gustar su misma cólera; pero aquél,
alegre y gustoso beberá el
veneno."[36]
"Por lo demás, nunca descuidó su cuerpo, y
reprochaba su descuido a los que se abandonaban. Así,
desaprobaba el comer en demasía para hacer un trabajo
excesivo, pero aceptaba trabajar proporcionalmente a lo que el
espíritu admite de buen grado, pues decía que este
régimen es suficientemente sano y no estorba el cuidado
del alma. Tampoco era afectado ni presumido en el vestir ni en el
calzar, ni en su régimen de vida en general. Nunca
fomentaba la codicia en sus discípulos, pues además
de liberarles de otras apetencias no intentó cobrar dinero
a los que deseaban su compañía.
Rodeándose de esta abstención pensaba que aseguraba
su libertad. En cambio, a los que aceptaban un salario por su
conversación les acusaba de venderse como esclavos, porque
se obligaban a conversar con aquellos de quienes
recibían dinero. Se sorprendía de que hiciera
dinero uno que predicaba la virtud, en vez de pensar que la mayor
ganancia era adquirir un buen amigo, como si temiera que el que
llegó a convertirse en hombre de bien no fuera a sentir el
mayor agradecimiento hacia quien le había hecho el mayor
favor. Sócrates nunca hizo tal ofrecimiento a nadie, pero
tenía confianza en que los discípulos que aceptaban
las recomendaciones que él les hacía serían
para él y entre sí buenos amigos para toda la vida.
¿Cómo habría podido entonces un hombre
así corromper a la juventud? A no ser que el cuidado de la
virtud sea corrupción."[37]
"Si alguien arrebata sus riquezas al sabio, le
dejará todo lo suyo: pues vive contento con el presente,
tranquilo sobre el porvenir. "Nada -dirá Sócrates,
o alguno otro que tenga la misma autoridad y el mismo poder sobre
las cosas humanas- me he prometido con más firmeza que no
plegar los actos de mi vida a vuestras opiniones. Acumulad por
todas partes vuestras palabras acostumbradas: no pensaré
que me injuriáis, sino que gimoteáis como infelices
criaturas". Esto dirá aquél a quien ha sido dada la
sabiduría, a quien su alma libre de vicios ordena
reprender a los demás, no porque los odie, sino para
curarlos. Y añadirá esto: "Vuestra opinión
me afecta, no por mí sino por vosotros: odiar y atacar la
virtud es renunciar a la esperanza de
enmienda". "[38]
"También me parece sorprendente que algunos se
dejaran convencer de que Sócrates corrompía a los
jóvenes, un hombre que, además de lo que ya se ha
dicho, era en primer lugar el más austero del mundo para
los placeres del amor y de la comida, y en segundo lugar
durísimo frente al frío y el calor y todas las
fatigas; por último, estaba educado de tal manera para
tener pocas necesidades que con una pequeñísima
fortuna tenía suficiente para vivir con mucha
comodidad. ¿Cómo entonces una persona
así habría podido hacer impíos a otros o
delincuentes, glotones o lujuriosos, o blandos frente a las
fatigas? Más bien apartó a muchos de estos vicios
haciéndoles desear la virtud e infundiéndoles la
esperanza de que cuidándose de sí mismos
llegarían a ser hombres de bien. Aun así, nunca se
las dio de maestro en estas materias, pero poniendo en evidencia
su manera de ser hizo nacer en sus discípulos la esperanza
de que imitándole llegarían a ser como
él."[39]
Sócrates
se despide de Teétetes y se encuentra con
Eutifrón
"SÓCRATES.
Si en lo sucesivo, Teétetes, quieres producir, y
en efecto produces frutos, serán mejores gracias á
esta discusión; y si permaneces estéril, no te
harás pesado á los que conversen contigo, porque
serás más tratable y más modesto, y no
creerás saber lo que no sabes. Es todo lo que mi arte
puede hacer y nada más. Yo no sé nada de lo que
saben los grandes y admirables personajes de estos tiempos y de
los tiempos pasados, pero en cuanto al oficio de partear, mi
madre y yo lo hemos recibido de mano del Dios, ella para las
mujeres y yo para los jóvenes de bellas formas y nobles
sentimientos. Ahora necesito ir al pórtico del rey, para
responder á la acusación de Melito contra mi; pero
te aplazo, Teodoro, para mañana en este mismo
sitio."[40]
"Eutifrón: ¿Qué
novedad, Sócrates? ¿Abandonas tus hábitos
del Liceo para venir al pórtico del Rey? Tú no
tienes, como yo, procesos que te traigan a
aquí.
Sócrates: Lo que me trae aquí
es peor que un proceso, es lo que los atenienses llaman negocio
de Estado.
Eutifrón: ¿Qué es lo
que me dices? Precisamente alguno te acusa; porque jamás
creeré que tú acuses a nadie.
Sócrates: Seguramente que
no.
Eutifrón: ¿Es otro el que te
acusa?
Sócrates: Sí.
Eutifrón: ¿Y quién es
tu acusador?
Sócrates: Yo no le conozco bien; me
parece ser un joven, que no es conocido aún, y que creo se
llama Melito, de la villa de Pithos. Si recuerdas algún
Melito de Pithos de pelo laso, barba escasa y nariz
aguileña ese es mi acusador.
Eutifrón: No le recuerdo,
Sócrates. ¿Pero cuál es la acusación
que intenta contra ti?
Sócrates: ¿Qué
acusación? Una acusación que supone no ser un
hombre ordinario; porque en los pocos años que cuenta no
es poco estar instruido en materias tan importantes. Dice que
sabe lo que hoy día se trabaja para corromper la juventud,
y que sabe quiénes son los corruptores. Sin duda este
joven es mozo muy entendido, que habiendo conocido mi ignorancia
viene a acusarme de que corrompo sus compañeros y me
arrastra ante el tribunal de la patria como madre común. Y
es preciso confesarlo; es el único que me parece conocer
los fundamentos de una buena política; porque la
razón quiere que un hombre de Estado comience siempre por
la educación de la juventud, para hacerla tan virtuosa
cuanto pueda serlo; a la manera que un buen jardinero fija su
principal cuidado en las plantas tiernas, para después
extenderlo a las demás. Sin duda Melito observa la misma
conducta, y comienza por echarnos fuera a nosotros, los que dice
que corrompemos la flor de la juventud. Y después que lo
haya conseguido extenderá indudablemente sus cuidados
benéficos a las demás plantas más crecidas,
y de esta manera hará a su patria los más grandes y
numerosos servicios; porque no podemos prometernos menos de un
hombre que comienza con tan favorables auspicios.
Eutifrón: ¡Ojala sea
así, Sócrates! Pero me temo que ha de ser todo lo
contrario; porque atacándote a ti me parece que ataca a su
patria en lo que tiene de más sagrado. Pero te suplico me
digas qué es lo que dice que tú haces para
corromper la juventud.
Sócrates: Cosas que por lo pronto, al
escucharlas, parecen absurdas, porque dice que fabrico dioses,
que introduzco otros nuevos, y que no creo en los dioses
antiguos. He aquí de lo que me acusa.
Eutifrón: Ya entiendo; es porque
tú supones tener un demonio familiar que no te abandona.
Bajo este principio él te acusa de introducir en la
religión opiniones nuevas, y con eso viene a
desacreditarte ante este tribunal, sabiendo bien que el pueblo
está siempre dispuesto a recibir esta clase de calumnias.
¿Qué me sucede a mí mismo, cuando en las
asambleas hablo de cosas divinas y predigo lo que ha de suceder?
Se burlan todos de mí como de un demente; y no es porque
no se hayan visto realizadas las cosas que he predicho, sino
porque tienen envidia a los que son como nosotros. ¿Y
qué se hace en este caso? El mejor partido es no curarse
de ello y seguir uno su camino.
Sócrates: Mi querido Eutifrón;
no es un gran negocio el verse algunas veces mofado, porque al
cabo los atenienses, a mi parecer, se cuidan poco de examinar si
uno es hábil, con tal que no se mezcle en la
enseñanza. Pero si se mezcla, entonces montan en
cólera, ya sea por envidia como tú dices, o por
cualquiera otra razón.
Eutifrón: En estas materias,
Sócrates, no tengo empeño en saber cuáles
son sus sentimientos respecto a mí.
Sócrates: He aquí sin duda por
qué eres tú tan reservado, y por qué no
comunicas voluntariamente tu ciencia a los demás; pero
respecto a mí, temo no creen que el amor que tengo por
todos los hombres me arrastra a enseñarles todo lo que
sé; no sólo sin exigirles recompensa, sino
previniéndoles y estrechándoles a que me escuchen.
Que si se limitasen a mofarse de mí, como dices se mofan
de ti, no sería desagradable pasar aquí algunas
horas de broma y diversión; pero si toman la cosa
seriamente, sólo vosotros los adivinos podréis
decir lo que sucederá.
Eutifrón: Espero que ningún
mal te suceda, y que llevarás a buen término tu
negocio, como yo el mío."[41]
La
acusación contra Sócrates
"Estas y otras muchas cosas que decía y ejecutaba
fueron causa de que la pitonisa testificase de él tan
ventajosamente, dando a Querefón aquel oráculo tan
sabido de todos:
Sócrates es el sabio entre los
hombres.
Esto excitó contra él la envidia de muchos
que se tenían también por sabios, infiriendo que el
oráculo los declaraba ignorantes. Meleto y Ánito
eran de éstos, como dice Platón en el
diálogo Memnón. No podía Ánito sufrir
que Sócrates se burlase de él, e
incitó primeramente a Aristófanes contra él;
después indujo a Meleto a que lo acusase de impío y
corrompedor de la juventud. En efecto, Meleto lo acusó y
dio la sentencia Polieucto, según dice Favorino en
su Historia varia. Escribió la disertación
acusatoria el sofista Polícrates, como refiere Hermipo, o
bien Ánito, según otros afirman; pero el orador
Licón lo ordenó todo. Antístenes en las
Sucesiones de los filósofos y Platón en
la Apología dicen que los acusadores
de Sócrates fueron tres, a saber: Ánito,
Licón y Meleto. Que Ánito instaba en nombre de los
artesanos y magistrados del pueblo; Licón por parte de los
oradores, y Meleto por la de los poetas, a todos los cuales
había reprendido Sócrates. Favorino en el
libro II de sus Comentarios dice que no es de
Polícrates la disertación
contra Sócrates, puesto que en ella se hace
mención de los muros de Atenas que restauró
Conón; lo cual fue seis años después de la
muerte de Sócrates, y así es la
verdad.
La acusación jurada que, según Favorino,
todavía se conserva en el Metroo, fue como sigue:
«Meleto Piteense, hijo de Meleto, acusa
a Sócrates Alopecense, hijo de Sofronisco, de
los delitos siguientes: Sócrates quebranta las leyes
negando la existencia de los dioses que la ciudad tiene recibidos
e introduciendo otros nuevos; y obra contra las mismas leyes
corrompiendo la juventud. La pena debida es la
muerte»."[42]
"Pero Sócrates, decía el acusador,
enseñaba a ultrajar a los padres , persuadiendo a sus
amigos de que los hacía más sabios que sus padres,
afirmando que, según la ley, podían incluso atar a
su padre convicto de locura, empleando como argumento que era
lícito que el más sabio encadenara al más
ignorante. En realidad, Sócrates creía que solo
quien encadenaba a otro por ignorancia, él mismo
debería en justicia ser encadenado por los que saben lo
que él mismo no sabe. Por este motivo, con frecuencia
examinaba en qué se diferencia la ignorancia de la locura
y consideraba el que los locos fueran atados como algo
conveniente para ellos mismos y para sus amigos, y que los que
ignoraban las cosas necesarias era justo que las aprendieran de
quienes las sabían. Pero Sócrates, decía el
acusador, hacía que no sólo los padres sino
también los otros allegados fueran despreciados por los
que trataban con él afirmando que ni a los enfermos ni a
los encausados les sirven de nada sus parientes, sino los
médicos a los primeros y a lo, otros los que saben
defender en un juicio. Decía también de los amigos
que su benevolencia no sirve de nada, a no ser que puedan ser
útiles. Únicamente merecen consideración,
decía, los que saben lo necesario y son capaces de
explicarlo. Y así, como trataba de convencer a los
jóvenes de que él era el más sabio y
también el más capaz de hacer sabios a los otros,
disponía de tal manera a sus adeptos que entre ellos los
demás no eran nada en comparación con
él.Ahora bien, yo sé que empleaba este lenguaje
refiriéndose a los padres, a los demás parientes y
amigos. Y a esto añadía que cuando ha salido el
alma, única sede de la inteligencia, sacan cuanto antes el
cuerpo, aunque sea el más querido, y lo hacen desaparecer.
Decía que todo hombre, mientras vive, aparta personalmente
de su propio cuerpo, que estima sobre todas las cosas, y se lo da
a otro, lo que considera innecesario e inútil. Se deshacen
de sus propias uñas, sus cabellos, los callos, se dejan
sajar y quemar por los médicos entre sufrimientos y
dolores y creen que, en agradecimiento, incluso deben pagar
honorarios. Escupen la saliva de la boca lo más lejos que
pueden, porque dentro no les sirve de nada, sino que más
bien les perjudica, Ahora bien, cuando decía esto no
estaba dando, lecciones para enterrar al padre vivo o
automutilarse, sino tratando de explicar que lo absurdo es
indigno de estima, y exhortaba a preocuparse para ser lo
más razonable y útil posible, con el fin de que, si
alguien quiere tener la consideración de su padre o de
otro cualquiera, no debe descuidarse confiando en el parentesco,
sino que debe intentar ser útil a aquellos cuya estima
desea.También decía el acusador que Sócrates
había seleccionado los pasajes más perversos de los
poetas más ilustres, y, empleándolos como
testimonio, enseñaba a sus discípulos a ser
malvados y despóticos. De Heródoto citaba lo de
que:
El trabajo no es ninguna vergüenza, la
ociosidad es vergüenza.
El acusador pretendía que Sócrates citaba
este verso haciendo ver que el poeta exhorta a no abstenerse de
ningún trabajo, ni injusto ni vergonzoso, sino a hacer
también éstos con vistas a la ganancia, Pero aunque
Sócrates había reconocido que el ser trabajador es
útil y bueno para el hombre y ser vago es perjudicial y
malo, o sea, que el trabajo es ,una bendición y la
ociosidad una desgracia, también decía que trabajan
los que hacen algo bueno y son buenos trabajadores, mientras que
a los que juegan a los dados o realizan alguna otra
ocupación mala o sancionarle los llamaba vagos. En este
sentido podría ser correcto el verso de que
el trabajo no es ninguna vergüenza, la
ociosidad es vergüenza.
De Homero afirmaba el acusador que Sócrates
citaba con frecuencia aquel pasaje en el que muestra cómo
Ulises
Cada vez que encontraba a un rey y a un hombre
distinguido, colocado ante él lo detenía con
palabras suaves:
Ilustre, no está bien que sientas miedo como
un cobarde. Antes bien, siéntate y haz que los pueblos se
sienten. Pero cuando veía a un hombre del pueblo y lo
encontraba gritando, golpeábale con el cetro y le
increpaba con palabras:
desdichado!, siéntate en silencio y escucha
las palabras de otros que son más poderosos que tú,
Tú eres pacífico y débil, no cuentas ni en
ni en el consejo.
Decía que explicaba este pasaje dando a entender
que el poeta elogiaba el que se golpeara a los hombres pobres
.del pueblo, Pero Sócrates no quería decir tal
cosa, porque en otro caso habría pensado que él
mismo debía ser golpeado. Decía más bien que
las personas que no son útiles ni de palabra ni de obra,
incapaces de ayudar al ejército, a la ciudad y al propio
pueblo en caso necesario, sobre todo si encima son atrevidos,
deben ser castigados por todos los medios, por muy ricos que sean
, Sócrates, por el contrario, era evidentemente un hombre
popular y amigable, pues a pesar de tener numerosos
discípulos, extranjeros y ciudadanos, nunca sacó
dinero de este trato, sino que a todos les hacía
partícipes de sus bienes con prodigalidad. Algunos de
ellos, después de recibir de él gratis algunas
cosas insignificantes, las vendieron a buen precio a otros y no
se mostraron como él amigos del pueblo, sino que se
negaban a tratar con quienes no tenían dinero. De modo que
Sócrates ante los ojos de todo el mundo fue orgullo de la
ciudad, mucho más que Licas lo fue para Esparta, y se hizo
famoso por ello. Porque Licas recibía en su mesa a los
extranjeros que acudían a Esparta en las Gimnopedias , y
Sócrates, en cambio, a lo largo de toda su vida fue
generoso con su hacienda y prestó los mayores servicios a
todos los que lo deseaban, pues despedía perfeccionados a
los que acudían a
él."[43]
La defensa de
Lisis y de Platón
"Habiéndole leído Lisias una
apología que había escrito en su defensa,
respondió: «La pieza es buena, Lisias; pero no me
conviene a mí». Efectivamente, era más una
defensa jurídica que filosófica.
Preguntándole, pues, Lisias por qué no le
convenía la disertación, supuesto que era buena,
respondió: «¿Pues no puede haber vestidos y
calzares ricos, y a mí no venirme bien?» Justo
Tiberiense cuenta en su Crónica que
cuando se ventilaba la causa
de Sócrates subió Platón al
púlpito del tribunal, y que habiendo empezado a decir
así: «Siendo yo, oh atenienses, el más joven
de los que a este lugar subieron… », fue interrumpido por
los jueces, diciendo: «Bajaron, bajaron»;
significándole por esto que bajase de
allí."[44]
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