- Introducción
- Fecha
y lugar de nacimiento de Sócrates, así como sus
padres y la ocupación de los mismos - Los
ascendientes de de Sócrates, abuelo, bisabuelo, hasta
llegar a Júpiter, (Zeus). Se menciona a su hermano
Patrocles - Las
Esposas e hijos de Sócrates. - Los
maestros de Sócrates - Retrato de Sócrates hecho por
Alcibíades - Sobre
la relación homosexualidad de Sócrates y
Alcibíades - Aportes de Sócrates a la poesía y
a la filosofía - El
patriotismo de Sócrates - Sócrates fue una inspiración para
Cicerón - No
todos los debates de Sócrates no fueron
exitosos - Vida
austera de Sócrates - Sócrates se despide de Teétetes y
se encuentra con Eutifrón - La
acusación contra Sócrates - La
defensa de Lisis y de Platón - La
Apología de Sócrates según Platón
y Jenofonte - Las
últimas horas de Sócrates - Ejemplos de la impiedad de los atenienses y
despedida de Diógenes y reflexión de
Seneca - Sócrates en el
infierno
Introducción
Los antiguos griegos llamaban Díkê, a la
diosa de la justicia, y es a ella a la que los latinos llamaban
Ivstitia. Según Hesíodo, era hija de Zeus y de
Temis, y tenía como función, vigilar los actos de
los hombres; y eran grandes sus lamentos, cuando un juez
cometía una injusticia al momento de tomar una
decisión. Se le representaba con una balanza en la mano;
fue luego que se le vendó los ojos, y se le colocó
una balanza en la mano izquierda, y una espada en la
derecha.
La historia de la humanidad conoce juicios injustos, los
cuales han pasado a la historia como un sinónimo de la
injusticia por antonomasia. Ejemplos de esos juicios, son: el que
se le siguió a Alfred Dreyfus, el cual haría
Justicia plañera con lagrimas por montones, o el juicio
que se le celebro a Galileo, con la haría gimotear y
lagrimar a torrentes; como también el que se le
siguió a Jesús, que con justicia haría que
la diosa hipara, gimiera con sollozos entrecortados, por lo que
se le hacía al Hijo de Dios. Pero el juicio seguido a
Sócrates, sería la razón por la cual
Dïkê plañera, cuyos lamentos y gritos
consternarían el Olimpo.
Estos apuntes que he recopilado, no son más que
un conjunto de citas, una selección de escritos, una
compilación de datos, que bosquejan la vida del pensador
ateniense, padre de la mayéutica. De la cuna a la tumba,
de la gloria del debate al infierno de la cárcel,
Sócrates se mantiene fiel a sus principios, apegado al
deber, ciudadano ejemplar, que ve más honroso apurar la
cicuta, que huir, cuando la muerte es lo que el tribunal le
ordena.
Ante ustedes dejo un bosquejo de la vida del hombre,
cuya conducta abochorna a los corruptos, hace avergonzar a los
viles, y es oprobio para los cobardes. A través de los
siglos, la figura de Sócrates, se yergue altiva como una
cordillera, pura como la nieve de las altas montaña, y
recta como la hoja de una espada. Por eso te invito a que
descubra la vida de aquel, que sin haber escrito una sola
línea, es el pensador que más ha influido en el
pensamiento occidental después de Jesucristo, ya que de
él aprendió Platón, que fue el maestro de
Aristóteles, y que en conjunto forman la triada de los
grandes filósofos griegos.
APUNTES PARA LA VIDA DE
SÓCRATES
Fecha y lugar de
nacimiento de Sócrates, así como sus padres y la
ocupación de los mismos
"Nació Sócrates, según
Apolodoro en sus Crónicas, siendo arconte
Apsefión, el año cuarto de la Olimpíada
LXXVII, a 6 de Targelión, en cuyo día los
atenienses lustran la ciudad, y dicen los delios que nació
Diana. Murió el año primero de la
Olimpíada XCV, a los setenta años de su edad. Lo
mismo dice Demetrio; pero aseguran otros que murió de
sesenta años. Ambos fueron discípulos de
Anaxágoras, Sócrates y
Eurípides."[1]
"Sócrates fue hijo de Sofronisco, cantero de
profesión, y de Fenáreta, obstetriz, como lo dice
Platón en el diálogo
intitulado Teeteto. Nació en Alopeca, pueblo
de Ática."[2]
"SÓCRATES.
Esto consiste en que experimentas los dolores de parto,
mi querido Teétetes, porque tu alma no está
vacía, sino preñada.
TEETETES.
Yo no lo sé, Sócrates, y sólo puedo
decir lo que en mí pasa.
SÓCRATES.
Pues bien, pobre inocente, ¿no has oído
decir que yo soy hijo de Fenarete, partera muy hábil y de
mucha nombradía?" [3]
Los ascendientes
de de Sócrates, abuelo, bisabuelo, hasta llegar a
Júpiter, (Zeus). Se menciona a su hermano
Patrocles
"SÓCRATES.
Eutifrón, todos los principios que has
establecido se parecen bastante á las figuras de
Dédalo, uno de mis abuelos. Si hubiera sido yo el que los
hubiera sentado, indudablemente te habrías burlado de
mí y me habrías echado en cara la bella cualidad
que tenían las obras de mi ascendiente, de desaparecer en
el acto mismo en que se creían más reales y
positivas; pero, por desgracia, eres tú el que las ha
sentado, y es preciso que yo me valga de otras chanzonetas,
porque tus principios se te escapan como tú mismo lo has
apercibido."[4]
"SÓCRATES.
Y la mía, mí querido Alcibíades, ya
que lo tomas por ese rumbo, ¿no desciende de
Dédalo, y Dédalo no nos lleva hasta Vulcano, hijo
de Júpiter? Pero la diferencia que hay entre ellos y
nosotros es, que remontan hasta Júpiter por una
gradación continua de reyes sin ninguna
interrupción; los unos han sido reyes de Argos y de
Lacedemonia, y los otros siempre han reinado en Persia y han
poseído muchas veces el Asía, como sucede en este
momento; en lugar de que nuestros abuelos no han sido más
que simples particulares como
nosotros."[5]
"SÓCRATES.- ¡Pero qué! ¿En
materia de escultura has visto alguno que esté en actitud
de decidir sobre el mérito de las obras de Dédalo,
hijo de Metión, o de Epeo, hijo de Panope, o de Teodoro de
Samos, o de cualquier otro estatuario, y que se vea dormido,
embarazado y sin saber qué decir de las obras de los
demás escultores?"[6]
"-Respondo -contesté- que Yolao era sobrino de
Heracles, pero mío, por lo que me parece, de ningún
modo. En efecto, su padre no era [e] Patrocles, mi hermano, sino
Ificles, el hermano de Heracles, y que sólo se asemeja un
poco en el nombre.
-¿Y Patrocles es tu hermano?, dijo
él.
-Por cierto -contesté-, tenemos la misma madre,
aunque no el mismo padre.
-Entonces es tu hermano y no es tu hermano.
-Querido… -dije-, no lo es por parte de padre; el
de él, en efecto, era Queredemo, mientras que el
mío, Sofronisco.
-¿Pero Sofronisco era padre -dijo-, y…
Queredemo también?
-Efectivamente -respondí-, uno era el mío
y otro el de él.
-Entonces -preguntó-, ¿Queredemo era
diferente de «padre»?"[7]
Las Esposas e
hijos de Sócrates.
"Aristóteles escribe que tuvo dos mujeres
propias: la primera Jantipa, de la cual hubo a Lamprocle; la
segunda Mirto, hija de
Arístides el Justo, a la que
recibió indotada y de la cual tuvo a Sofronisco y a
Menéxeno. Algunos quieren casase primero con Mirto; otros
que casó a un mismo tiempo con ambas, y de este sentir son
Sátiro y Jerónimo de Rodas; pues dicen que
queriendo los atenienses poblar la ciudad, exhausta de ciudadanos
por las guerras y contagios, decretaron que los ciudadanos
casasen con una ciudadana, y además pudiesen procrear
hijos con otra mujer; y que Sócrates lo
ejecutó así."[8]
"Si hay alguno que abrigue estos sentimientos, lo que no
creo, y sólo lo digo en hipótesis, la excusa
más racional de que puedo valerme con él es
decirle: amigo mío, tengo también parientes, porque
para servirme de la expresión de Homero, yo no he salido
de una encina ó de una roca sino que he nacido como los
demás hombres. De suerte, atenienses, que tengo parientes
y tengo tres hijos, de los cuales el mayor está en la
adolescencia y los otros dos en la infancia, y sin embargo, no
les haré comparecer aquí para comprometeros
á que me absolváis." [9]
Los maestros de
Sócrates
"Habiendo sido discípulo de
Anaxágoras, como aseguran algunos, y de Damón,
según dice Alejandro en las Sucesiones,
después de la condenación de aquél se
pasó a Arquelao Físico, el cual usó de
él deshonestamente, como afirma Aristóxenes
."[10]
"Según Demetrio Bizantino dice, Critón lo
sacó del taller y se aplicó a instruirlo, prendado
de su talento y espíritu. Conociendo que la
especulación de la naturaleza no es lo que más nos
importa, comenzó a tratar de la filosofía moral ya
en las oficinas, ya en el foro; exhortando a todos a que
inquiriesen."[11]
"SÓCRATES.
Aunque temo criticar con alguna dureza á Melito y
á los demás que sostienen que todo es uno é
inmóvil, lo siento menos respecto de estos que con
relación á Parménides. Parménides me
parece á la vez respetable y temible, sirviéndome
de las palabras de Homero. Le traté siendo yo joven y
cuando él era muy anciano, y me pareció que
había en sus discursos una profundidad poco
común."[12]
"SÓCRATES.- En lo más mínimo,
Critón. Tengo, además, una prueba suficiente y
hasta un motivo de aliento como para no temer nada: esos mismos
dos hombres eran viejos – digámoslo así- cuando
comenzaron a dedicarse a este saber que yo quiero alcanzar: la
erística. El año pasado, o el anterior, no eran
todavía expertos. Me inquieta, sin embargo, una cosa: no
quisiera desacreditarlos también a ellos como al citarista
Cono, hijo de
Metrobio, quien me enseña, aún hoy, a
tocar la cítara. Mis condiscípulos – que son
jóvenes- se burlan de mí cuando me ven y llaman a
Cono «maestro de viejos». Por eso me preocupa que
aparezca alguien motejando de la misma manera a esos dos
extranjeros. Temerosos, tal vez, de que les pueda suceder eso, no
estarían quizás dispuestos a aceptarme. Pero yo,
Critón, así como logré persuadir a otras
personas mayores para que asistan a las lecciones de
cítara, como condiscípulos míos,
intentaré también persuadir a otras para que hagan
lo mismo aquí [d] conmigo."[13]
Retrato de
Sócrates hecho por Alcibíades
"»Para elogiar a Sócrates, amigos
míos, tendré que recurrir a comparaciones:
Sócrates creerá quizá que trato de haceros
reír, pero mis imágenes tendrán por objeto
la verdad y no la broma. Empiezo diciendo que Sócrates se
asemeja a esos Silenos[14]que vemos expuestos en
los estudios de los escultores, a los que los artistas
representan con una flauta o con pitos en la mano; si
separáis las dos piezas de que se componen estas estatuas,
encontraréis en su interior la imagen de alguna divinidad.
Digo en seguida que Sócrates se parece especialmente al
Sátiro Marsyas. En cuanto al exterior, no me
negarás, Sócrates, el parecido, y en cuanto a lo
demás, escucha lo que tengo que decir: ¿no eres un
presumido burlón? Si lo niegas traeré testigos.
¿No eres también un flautista y mucho más
admirable que Marsyas? Él encantaba a los hombres con la
potencia de los sonidos que su boca arrancaba a los instrumentos,
que es lo que todavía hacen hoy quienes ejecutan los aires
de este sátiro; en efecto, los que tocaba Olimpo pretendo
que son de Marsyas, su maestro. Pero gracias a su carácter
divino, sea un hábil artista o una mala flautista quien
los ejecute, tienen la virtud de arrebatarnos a nosotros mismos y
de hacernos conocer a los que tienen necesidad de las
iniciaciones y de los dioses; la única diferencia que hay
en este asunto entre Marsyas y tú, Sócrates, es que
sin necesidad de instrumentos, con simples discursos, haces lo
mismo que él. Otro que hable, aunque sea el más
famoso orador, no nos causa, por decirlo así, ninguna
impresión, pero que hables tú mismo o que otro
repita tus discursos por poco versado que esté en el arte
de la palabra; y todos los que te escuchan, hombres, mujeres y
adolescentes, se sienten impresionados y transportados. Si no
fuera, amigos míos, porque temo que creáis que
estoy completamente borracho, os testimoniaría con
juramento la impresión extraordinaria que sus discursos me
han producido y siguen produciéndome todavía.
Cuando le escucho me late el corazón con más
violencia que a los corybantes, sus palabras me hacen derramar
lágrimas y veo a numerosos oyentes experimentando las
mismas emociones. He oído hablar a Pericles y a nuestros
más grandes oradores y los he encontrado elocuentes, pero
no me hicieron sentir nada parecido. Mi alma no se turbaba ni se
indignaba consigo misma de su esclavitud. Pero escuchando a
Marsyas, la vida que llevo me ha parecido a menudo insoportable.
Tú no discutirás, Sócrates, la verdad de lo
que digo, y ahora mismo siento que si prestara oído a tus
discursos me resistiría a ellos y me producirían la
misma impresión. Es un hombre que me obliga a reconocer
que, faltándome muchas cosas, descuido mis propios asuntos
para ocuparme de los atenienses. Para alejarme de él tengo
que taparme los oídos como para escapar de las sirenas,
porque si no estaría constantemente a su lado hasta el fin
de mis días. Este hombre despierta en mí un
sentimiento del que nadie me creería susceptible: es el de
la vergüenza; sí, únicamente Sócrates
me hace enrojecer, porque tengo la conciencia de no poder oponer
nada a sus consejos; y sin embargo, después de separarme
de él me siento con fuerza para renunciar al favor
popular. Por esto huyo de él y procuro evitarle, mas
cuando le vuelvo a ver me avergüenzo ante él y
enrojezco por haber hecho que mis actos desmintieran mis
palabras, y a menudo creo que desearía que no existiera; y
no obstante, si esto sucediera, sé que sería mucho
más desgraciado todavía, de manera que no sé
como debo proceder con este
hombre."[15]
Sobre la
relación homosexualidad de Sócrates y
Alcibíades
" -¡Socorro, Agatón!, replicó
Sócrates. El amor de este hombre es para mí un
verdadero apuro. Desde que empecé a amarle no puedo mirar
ni hablar a ningún joven, sin que por despecho o celos se
libre a excesos increíbles, colmándome de injurias
y conteniéndose con dificultad para no unir los golpes a
las recriminaciones. Ten, pues, cuidado de que ahora mismo no la
emprenda contra mí y se deje llevar de un arrebato de este
género; procura que haga la paz conmigo o protégeme
si quiere entregarse a alguna violencia, porque tengo miedo de su
amor y de sus furores celosos. -No haya paz entre nosotros, dijo
Alcibíades, pero dejaré la venganza para otra
ocasión. Ahora, Agatón, ten la bondad de devolverme
unas cuantas cintas de tu guirnalda para que ciña con
ellas la maravillosa cabeza de este hombre. No quiero que pueda
reprocharme no haberle coronado como a ti, a él, que en
los discursos triunfa de todo el mundo, no sólo en una
ocasión, como tú ayer, sino siempre. Cogió
unas cintas, coronó a Sócrates, se dejó caer
sobre el triclinio y después de acomodarse dijo:
-¿Qué es esto, amigos míos? Me
parecéis muy sobrios y no me parece que deba
consentíroslo; hay que beber; es lo convenido. Me
constituyo en rey del festín hasta que hayáis
bebido como es preciso. Agatón, manda a un esclavo que me
traiga una copa bien grande, o mejor: esclavo, dame ese vaso.
Aquel vaso podría contener más o menos ocho
cotyles."[16]
"AMIGO. – ¿De dónde sales,
Sócrates? Seguro que de una partida de caza en pos de la
lozanía de Alcibíades. Precisamente lo vi yo
anteayer y también- a mí me pareció un bello
mozo todavía, aunque un mozo que, dicho sea entre
nosotros, Sócrates, ya va cubriendo de barba su
mentón.
.SÓCRATES. – ¿Y qué
con eso? ¿No eres tú, pues, admirador de Homero,
quien dijo que la más agraciada adolescencia era la del
primer bozo, esa que tiene ahora Alcibíades?
AM. – ¿Qué hay, pues, de nuevo?
¿Vienes, entonces, de su casa? ¿Y cómo se
porta contigo el muchacho?
SÓC. -Bien, me parece a mí, y
especialmente en el día de hoy. Que mucho ha dicho en mi
favor, socorriéndome, ya que, en efecto, ahora vengo de su
casa. Pero voy a decirte algo sorprendente. Aunque él
estaba allí, ni siquiera le prestaba mi atención, y
a menudo me olvidaba de él.
AM. – ¿Y qué cosa tan enorme puede haberos
ocurrido a ti y a él? Porque, desde luego, no
habrás encontrado a alguien más bello, en esta
ciudad al menos.
SÓC. -Mucho más todavía.
AM. -¿Qué dices? ¿Ciudadano o
extranjero?
SÓC. – Extranjero.
AM. -¿De dónde?
SÓC. -De Abdera.
AM. – ¿Y tan hermoso te pareció ser ese
extranjero, al punto de resultarte más bello que el hijo
de Clinias?"[17]
"SÓCRATES.- Si los hombres, Callicles, en vez de
estar sujetos a las mismas pasiones, unos de una manera y otros
de otra, tuvieran cada uno su pasión particular diferente
de las de los otros, no sería empresa fácil hacer
conocer a los demás lo que uno mismo experimenta. Hablo
así porque sé que tú y yo nos hallamos en
una misma situación, porque ambos amamos dos cosas: yo a
Alcibíades, hijo de Clinias, y a la filosofía, y
tú al pueblo de Atenas y al hijo de
Pirilampes." [18]
"Este hombre despierta en mí un sentimiento del
que nadie me creería susceptible: es el de la
vergüenza; sí, únicamente Sócrates me
hace enrojecer, porque tengo la conciencia de no poder oponer
nada a sus consejos; y sin embargo, después de separarme
de él me siento con fuerza para renunciar al favor
popular. Por esto huyo de él y procuro evitarle, mas
cuando le vuelvo a ver me avergüenzo ante él y
enrojezco por haber hecho que mis actos desmintieran mis
palabras, y a menudo creo que desearía que no existiera; y
no obstante, si esto sucediera, sé que sería mucho
más desgraciado todavía, de manera que no sé
como debo proceder con este hombre.
»Tal es la impresión que produce en
mí y en muchos otros también la flauta de este
sátiro. Pero todavía quiero convenceros aún
más de lo justo de mi comparación y del poder
extraordinario que ejerce sobre los que le escuchan. Porque
tenéis que saber que ninguno de nosotros conoce a
Sócrates. Puesto que he empezado, os diré todo.
Veis el ardiente interés que Sócrates demuestra por
los bellos mancebos y adolescentes y con qué
apasionamiento los busca y hasta qué extremo le cautivan;
veis también que ignora todo y que no sabe nada; al menos
así lo parece. ¿No es propio todo esto de un
Sileno? Enteramente. Tiene todo el exterior que los estatuarios
dan a Sileno, pero ¡abridle!, mis queridos comensales,
¡qué tesoros no encontraréis en él!
Sabed que la hermosura de un hombre le es el objeto más
indiferente. Nadie se podría imaginar hasta qué
punto la desdeña e igualmente a la riqueza y las otras
ventajas que envidia el vulgo. Para Sócrates, carecen de
todo valor, y a nosotros mismos nos considera como nada; su vida
entera transcurre burlándose de todo el mundo y
divirtiéndose en hacerle servir de juguete para
distraerse. Pero cuando habla en serio y se abre, no sé si
otros habrán visto las bellezas que guarda en su interior;
yo sí las he visto y me han parecido tan divinas, tan
grandes, tan preciosas y tan seductoras, que creo es imposible
resistirse a Sócrates. Pensando al principio que lo que le
interesaba en mí era mi belleza, me felicité por mi
buena fortuna; creí haber encontrado un medio maravilloso
de medrar contando con que complaciéndole en sus deseos
obtendría con seguridad de él que me comunicara
toda su ciencia. Tenía yo, además, la más
elevada opinión de mis atractivos exteriores. Con este fin
empecé por despedir al servidor que se hallaba siempre
presente en mis entrevistas con Sócrates, para quedarme
solo en él. Necesito deciros toda la verdad; escuchadme
atentamente, y tú Sócrates, repréndeme si
mintiere. Me quedé, pues, sólo con Sócrates,
amigos míos; esperaba inmediatamente me
pronunciaría uno de esos discursos que la palabra inspira
a los amantes cuando se encuentran sin testigos con el objeto
amado, y de antemano experimentaba un placer al
imaginármelo. Pero mi esperanza me engañó:
Sócrates estuvo conmigo todo el día
hablándome como de costumbre, hasta que se retiró.
Otro día le desafié a ejercicios
gimnásticos, esperando conseguir algo por este medio. Nos
ejercitamos y a menudo luchamos juntos sin testigos, pero nada
adelanté. No pudiendo conseguir nada por este camino, me
decidí a atacarle enérgicamente. Había
empezado y no quería declararme vencido antes de saber a
qué atenerme. Le invité a cenar como hacen los
amantes cuando quieren tender un lazo a sus bien amados; al
pronto rehusó, pero con el tiempo concluyó por
acceder. Vino, pero apenas hubo cenado quiso marcharse. Una
especie de pudor me impidió retenerle. Pero otra vez le
tendí un nuevo lazo, y después de cenar
prolongué nuestra conversación hasta muy avanzada
la noche, y cuando quiso marcharse le obligué a quedarse,
pretextando que era demasiado tarde. Se acostó en el lecho
en el cual había cenado, que estaba muy cerca del
mío, y nos quedamos solos en la sala.
»Hasta aquí no hay nada que no pueda
referir delante de quienquiera que sea. Lo que va a seguir no lo
oiríais de mis labios si el vino, con la infancia o sin
ella, no dijera siempre la verdad, según el proverbio, y
porque ocultar un admirable rasgo de Sócrates
después de haberme propuesto elogiarlo, no me parece
justo. Me encuentro además en la misma disposición
de ánimo de los que han sido mordidos por una
víbora, que no quieren hablar con nadie de su accidente si
no es con aquellos a quienes ocurrió lo propio, como los
sólo capaces de concebir y excusar todo lo que hicieron y
dijeron en sus sufrimientos. Y yo, que me siento mordido por algo
más doloroso y en el sitio más sensible,
llámesele corazón, alma o como se quiera, yo que he
sido mordido y estoy herido por los discursos de la
filosofía, cuyos dardos son más acerados que el
dardo de una víbora, cuando alcanzan a un alma joven y
bien nacida y la hacen decir o hacer mil cosas extravagantes;
viendo en derredor mío a Phaidros, Agatón,
Eryximacos, Pausanias y Aristodemos, sin contar a Sócrates
y a los otros, afectados como yo de la locura y la rabia de la
filosofía, no cavilo en proseguir delante de vosotros el
relato de aquella noche, porque sabréis excusar mis actos
y a todo hombre profano y al sin cultura cerradle con triple
candado los oídos.
»Cuando se apagó la lámpara, amigos
míos, y los esclavos se hubieron retirado, juzgué
que no me convenía usar rodeos con Sócrates y que
debía exponerle claramente mi pensamiento. Le
toqué, pues, con el codo y le pregunté
-¿Duermes, Sócrates? -Todavía no,
me respondió. -¿Sabes en lo que estoy pensando?
-¿En qué? -Pienso en que tú eres el solo
amante digno de mí y me parece que no te atreves a
descubrirme tus sentimientos. De mí puedo asegurarte que
me encontraría muy poco razonable si no buscara
complacerte en esta ocasión, como en toda otra en la que
pudieras quedarme obligado bien por mí mismo o bien por
mis amigos. No tengo empeño mayor que el de perfeccionarme
todo lo posible y no veo a nadie cuyo auxilio para esto pueda
serme más provechoso que el tuyo. Si rehusara alguna cosa
a un hombre como tú, temería más verme
criticado por los sabios que no por los necios y vulgares
concediéndote todo. Y Sócrates me contestó
con su habitual ironía:
»Si lo que dices de mí es cierto, mi
querido Alcibíades; si tengo, en efecto, el poder de
hacerte mejor, no me pareces en verdad poco hábil, y has
descubierto en mí una maravillosa belleza muy superior a
la tuya. Por consiguiente, al querer unirte a mí y cambiar
tu belleza por la mía, me parece que comprendes muy bien
tus intereses, porque en vez de la apariencia de lo bello quieres
adquirir la realidad y darme cobre para recibir oro. Pero
míralo más de cerca, buen joven, no vaya a ser que
te engañes acerca de lo que valgo. Los ojos del
espíritu no empiezan a ver con claridad hasta la
época en que los del cuerpo se debilitan, y tú
estás todavía muy lejos de ese momento. -Tales son
mis sentimientos, Sócrates, le repliqué, y no he
dicho nada que no piense; tú adoptarás la
resolución que te parecerá más conveniente
para ti y para mí. -Está bien, me respondió;
la pensaremos y haremos en esto, como en todo, lo que más
nos convenga a los dos.
»Después de estas palabras le creí
alcanzado por el dardo que le había lanzado. Sin dejarle
tiempo para añadir una palabra, me levanté envuelto
en este mismo manto que veis, porque era invierno, y
tendiéndome sobre la vieja capa de este hombre,
ceñí con mis brazos a esta divina y maravillosa
persona y pasé a su lado toda la noche. Espero,
Sócrates, que de todo lo que estoy diciendo no
podrás desmentir una palabra. Pues bien: después de
tales insinuaciones permaneció insensible y no tuvo
más que desdenes y desprecios para mi belleza y no ha
hecho más que insultarla, y yo, amigos míos, la
juzgaba de algún valor. Sí, sed jueces de la
insolencia de Sócrates; los dioses y las diosas pueden ser
mis testigos de que me levanté de su lado como me
habría levantado del lecho de mi padre o de un hermano
mayor."[19]
"He aquí, amigos míos, lo que elogio en
Sócrates y de lo que le acuso, porque he unido a mis
elogios el relato de los ultrajes que me ha inferido. Y no soy yo
solo a quien ha tratado así, porque también ha
engañado a Charmides, hijo de Glauco, a Authydemos, hijo
de Diocles, y a una porción más de jóvenes
aparentando ser su amante cuando más bien representaba
cerca de ellos el papel del bien amado. Y tú
también, Agatón, aprovéchate de estos
ejemplos y procura no dejarte engañar a tu vez por este
hombre; que mi triste experiencia te ilumine y no imites al
insensato, que según el proverbio por la pena es
cuerdo».
Cuando acabó de hablar Alcibíades, se
rieron de su franqueza y de que parecía que todavía
estaba enamorado de
Sócrates."[20]
"Sócrates: Hijo de Clinias,
estarás sorprendido de ver, que habiendo sido yo el
primero a amarte, sea ahora el último en dejarte; que
después de haberte abandonado mis rivales, permanezca yo
fiel; y en fin, que teniéndote los demás como
sitiado con sus amorosos obsequios, sólo yo haya estado
sin hablarte por espacio de tantos años. No ha sido
ningún miramiento humano el que me ha sugerido esta
conducta, sino una consideración por entero divina, que te
explicaré más adelante. Ahora que el Dios no me lo
impide, me apresuro a comunicarme contigo, y espero que nuestra
relación no te ha de ser desagradable para lo sucesivo. En
todo el tiempo que ha durado mi silencio, no he cesado de mirar y
juzgar la conducta que has observado con mis rivales; entre el
gran número de hombres orgullosos que se han mostrado
adictos a ti, no hay uno que no hayas rechazado con tus desdenes,
y quiero explicarte la causa de este tu desprecio para con ellos.
Tú crees no necesitar de nadie, tan generosa y liberal ha
sido contigo la naturaleza, comenzando por el cuerpo y
concluyendo con el alma. En primer lugar te crees el más
hermoso y más bien formado de todos los hombres, y en este
punto basta verte para decir que no te engañas. En segundo
lugar, tú te crees pertenecer a una de las más
ilustres familias de Atenas, Atenas que es la ciudad de mayor
consideración entre las demás ciudades griegas. Por
tu padre cuentas con numerosos y poderosos amigos, que te
apoyarán en cualquier lance, y no los tienes menos
poderosos por tu madre. Pero a tus ojos el principal apoyo es
Pericles, hijo de Xantippo, que tu padre dio por tutor a tu
hermano y a ti, y cuya autoridad es tan grande, que hace todo lo
que quiere, no sólo en esta ciudad, sino en toda la Grecia
y en las demás naciones extranjeras. Podría hablar
también de tus riquezas, si no supiera que en este punto
no eres orgulloso. Todas estas grandes ventajas te han inspirado
tanta vanidad, que has despreciado a todos tus amantes, como
hombres demasiado inferiores a ti, y así ha resultado que
todos se han retirado; tú lo has llegado a conocer, y
estoy muy seguro de que te sorprende verme persistir en mi
pasión, y que quieres averiguar qué esperanza he
podido conservar para seguirte sólo después que
todos mis rivales te han abandonado.
Alcibíades: Lo que tú no
sabes, Sócrates, es que me has llevado de ventaja un solo
momento, porque tenía intención de preguntarte yo
el primero qué es lo que justifica tu perseverancia.
¿Qué quieres y qué esperas, cuando te veo,
importuno, aparecer siempre y con empeño en todos los
parajes a donde yo voy? Porque, en fin, yo no puedo menos de
sorprenderme de esta conducta tuya, y será para mí
un placer el que me digas cuáles son tus miras.
Sócrates: Es decir, que me
oirás con gusto, puesto que tienes deseo de saber
cómo pienso; voy, pues, a hablarte como a un hombre que
tendrá la paciencia de escucharme, y que no tratará
de librarse de mí.
Alcibíades: Sí,
Sócrates, habla pues.
Sócrates: Mira bien a lo que te
comprometes, para que no te sorprendas si encuentras en mí
tanta dificultad en concluir como he tenido para
comenzar.
Alcibíades: Habla, mi querido
Sócrates, y por mí te doy todo el tiempo que
necesites.
Sócrates: Es preciso obedecerte, y
aunque es difícil hablar como amante a un hombre que no ha
dado oídos a ninguno, tengo, sin embargo, valor para
decirte mi pensamiento. Tengo para mí, Alcibíades,
que si yo te hubiese visto contento con todas tus perfecciones y
con ánimo de vivir sin otra ambición, ha largo
tiempo que hubiera renunciado a mi pasión, o, por lo
menos, me lisonjeo de ello. Pero ahora te voy a descubrir otros
pensamientos bien diferentes sobre ti mismo, y por esto
conocerás que mi terquedad en no perderte de vista no ha
tenido otro objeto que
estudiarte." [21]
"Sócrates: Si alguno se ha enamorado
del cuerpo de Alcibíades, no es Alcibíades el
objeto de su cariño, sino una de las cosas que pertenecen
a Alcibíades.
Alcibíades: Estoy convencido de
ello.
Sócrates: El que ha de amar a
Alcibíades ha de amar su alma.
Alcibíades: Consecuencia
necesaria.
Sócrates: He aquí por
qué el que sólo ama tu cuerpo se retira desde que
esta flor de belleza comienza a marchitarse.
Alcibíades: Es cierto.
Sócrates: Pero el que ama tu alma, no
se retira jamás, en tanto que puede ella aspirar a mayor
perfección.
Alcibíades: Así
parece.
Sócrates: Aquí tienes la
razón por qué he sido yo el único que no te
ha abandonado y que permanece constante, después que
aparece marchita la flor de tu belleza y que todos tus amantes se
han retirado.
Alcibíades: Gran placer me das, y te
suplico que no me abandones.
Sócrates: Trabaja sin descanso con
todas tus fuerzas para hacerte mejor.
Alcibíades: Trabajaré.
Sócrates: Al ver lo que sucede, es
fácil juzgar que Alcibíades, hijo de Clinias,
jamás ha tenido, y aun ahora mismo no tiene, más
que un único y verdadero amante; y este amante fiel, digno
de ser amado, es Sócrates, hijo de Sofromico y de
Ferarete.
Alcibíades: Nada más
verdadero.
Sócrates: ¿No me dijiste,
cuando me avisté contigo y antes de que yo te hiciera
prevención alguna, que tenías intención de
hablarme para saber por qué era el único que no me
había retirado?
Alcibíades: Así te lo dije, y
es muy cierto.
Sócrates: Ahora ya sabes la
razón, y es, que yo te he amado a ti mismo, mientras que
los demás sólo han amado lo que está en ti.
La belleza de lo que está en ti comienza a disiparse
cuando tu belleza propia comienza a florecer; y si no te dejas
malear y corromper por el pueblo, yo no te abandonaré en
toda mi vida. Pero temo que infatuado con el favor del pueblo,
como ha sucedido a un gran número de nuestros mejores
ciudadanos; porque el pueblo de la magmánima Erectea tiene
una preciosa máscara; pero es preciso verle con la cara
descubierta. Créeme, pues, Alcibíades, y toma las
precauciones que te digo."[22]
"A menudo decía que estaba enamorado de alguien,
pero estaba claro que no se refería a los del cuerpo bien
dotado por naturaleza, sino que deseaban a los que tenían
un alma bien dotada para la virtud. Deducía la buena
naturaleza de las personas por la rapidez para aprender las
materias a las que se dedicaban, de su memoria para recordar lo
que habían aprendido, y de su pasión por todas las
enseñanzas gracias a las cuales se puede administrar bien
una casa, una ciudad y, en suma, sacar buen partido de las
personas y de las cosas humanas. Porque creía que esta
clase de personas, una vez instruidas, no sólo
serían felices ellas mismas y gobernarían bien sus
casas, sino que también estarían en condiciones de
hacer felices a los más hombres y
ciudades."[23]
Aportes de
Sócrates a la poesía y a la
filosofía
"Sócrates, que se dio al estudio de las virtudes
éticas, fue también el primero que buscó
acerca de ellas definiciones universales (pues, de entre los
físicos, Demócrito se limitó a tocar el
problema, y definió en cierto modo lo caliente y lo
frío. Por su parte, los pitagóricos habían
intentado anteriormente la definición de unas cuantas
cosas, cuyos conceptos reducían a los números; por
ejemplo, qué es la oportunidad o lo justo o el casamiento.
Sócrates, en cambio, buscaba, con razón, la
quididad; pues trataba de razonar silogísticamente, y el
principio de los silogismos es la quididad; entonces, en efecto,
la habilidad dialéctica no era aún tanta como para
poder investigar los contrarios, incluso prescindiendo de la
quididad, y si es una misma la ciencia de los contrarios. Dos
cosas, en efecto, se le pueden reconocer a Sócrates con
justicia: la argumentación inductiva y la
definición universal; estas dos cosas atañen
efectivamente al principio de la ciencia). Pero Sócrates
no atribuía existencia separada a los universales ni a las
definiciones. Sus sucesores, en cambio, los separaron, y
proclamaron Ideas a tales entes, de suerte que les
aconteció que hubieron de admitir, por la misma
razón, que había Ideas de todo lo que se enuncia
universalmente; algo parecido a lo que le sucedería a uno
que, queriendo hacer una cuenta, creyera que, siendo pocas las
cosas, no podría, y las multiplicara para
contarlas."[24]
"Pienso
que Sócrates trató también
de las cosas naturales, puesto que dice algo de la providencia,
según escribe Jenofonte; aunque él mismo asegura
que sólo disputó de lo perteneciente a la moral.
Cuando Platón en
su Apología hace memoria de
Anaxágoras y otros físicos, dice de éstos
muchas cosas que Sócrates niega, siendo
así que todas las suyas las atribuye
a Sócrates."[25]
"Hubo quien creyó
que Sócrates ayudaba a Eurípides en la
composición de sus tragedias, por lo cual dice
Mnesíloco:
Los Frigios drama es nuevo de
Eurípides, y consta que a Sócrates se debe
(88).
Y después:
De Sócrates los
clavos corroboran de Eurípides los
dramas.
Igualmente Calias en la
comedia Los cautivos dice:
Tú te engríes, y
estás desvanecido:pero puedo decirteque a Sócrates
se debe todo eso.
Y Aristófanes en la
comedia Las nubes, escribe:
Y Eurípides famoso, que
tragedias compone, lo hace con el auxilio de ese que
habla de todo: así le salen útiles y
sabias."[26]
"Duris dice que se puso a servir y que fue escultor en
mármoles: y aseguran muchos que las Gracias vestidas que
están en la Roca son de su mano. De donde dice
Timón en sus Sátiras:
De estas Gracias provino el
cortador de piedras; el parlador de
leyes, oráculo de Grecia. Aquel sabio aparente y
simulado, burlador, y orador semiateniense.
En la oratoria era vehementísimo, como dice
Idomeneo; pero los treinta tiranos le prohibieron
enseñarla, según refiere Jenofonte. También
lo moteja Aristófanes porque hacía buenas las
causas malas. Según Favorino en su Historia
varia, fue el primero que con Esquines, su discípulo,
enseñó la retórica: lo que confirma Idomeneo
en su Tratado de los discípulos de
Sócrates. Fue también el primero que
trató la moral, y el primero de los filósofos que
murió condenado por la justicia.
Hay quien le atribuye un himno a Apolo, que
empieza:
Yo os saludo, Apolo Delioy Diana,
ilustres niños.
Pero Dionisiodoro dice que este himno no es suyo.
Compuso una fábula como las de Esopo, no muy elegante, que
empieza:
Dijo una vez Isopo a los
corintios la virtud no juzgasen por la
persuasión y voz del
pueblo."[27]
"Hasta ahora había tomado esta orden por una
simple indicación y me imaginaba que, a la manera de las
excitaciones con que alentamos a los que corren en la lid, estos
sueños que me prescribían el estudio de las bellas
artes me exhortaban sólo a continuar en mis ocupaciones
acostumbradas; puesto que la filosofía es la primera de
las artes, y yo vivía entregado por entero a la
filosofía. Pero después de mi sentencia y durante
el intervalo que me dejaba la fiesta del dios, pensé que
si eran las bellas artes, en el sentido estricto, a las que
querían los sueños que me dedicara, era preciso
obedecerles, y para tranquilizar mi conciencia no abandonar la
vida hasta haber satisfecho a los dioses componiendo al efecto
versos, según lo ordenaba el sueño. Comencé,
pues, por cantar en honor del dios cuya fiesta se celebraba; en
seguida, reflexionando que un poeta, para ser verdadero poeta, no
debe componer discursos en verso, sino inventar ficciones, y no
reconociendo en mí este talento, me decidí a
trabajar sobre las fábulas de Esopo; puse en verso las que
sabía, y que fueron las primeras que vinieron a mi
memoria. He aquí, mi querido Cebes, lo que habrás
de decir a Eveno. Salúdale también en mi nombre y
dile que si es sabio, que me siga, porque al parecer hoy es mi
último día, puesto que los atenienses lo tienen
ordenado."[28]
El patriotismo de
Sócrates
"5. Militó en la expedición de
Amfípolis; y dada la batalla junto a Delio, libró a
Jenofonte, que había caído del caballo.
Huían todos los atenienses, mas él se retiraba a
paso lento, mirando frecuentemente con disimulo hacia
atrás, para defenderse de cualquiera que intentase
acometerlo. También se halló en la
expedición naval de Potidea, no pudiendo ejecutarse por
tierra en aquellas circunstancias. En esta ocasión dice
estuvo toda una noche en una situación misma. Peleó
valerosamente, y consiguió la victoria; pero la
cedió voluntariamente a Alcibíades, a quien amaba
mucho, como dice Aristipo en el libro IV De las delicias
antiguas."[29]
Sócrates
fue una inspiración para Cicerón
"Si embargo podéis constatar que la vejez, no
sólo no es debilitada y vulnerable, sino que por e
contrario, la vejez es laboriosa y lleva siempre algo entre manos
con igual inquietud que en las etapas anteriores de su vida.
¿Y qué decir de los ancianos que estudian cosas
nuevas de interés para ellos? El ilustre Solón,
dice él mismo en sus versos, que cada día que
envejece aprende algo. Yo mismo, ya anciano, he estudiado griego
y lo domino. Puse tanto empeño en ello que no hacía
otra cosa día y noche que estudiar griego. Os cuento esto
de mí para que os sirva de ejemplo.
Cuando oí contar que Sócrates
aprendió a tocar el arpa, ya anciano, quise hacer yo lo
mismo y trabajé con ahínco en el aprendizaje de la
lengua griega."[30]
No todos los
debates de Sócrates no fueron exitosos
"Sócrates –
Clitofon
Sócrates
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