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El antes y el después de la independencia de República Dominicana (página 6)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

El prócer predicó la «pura y
simple» y fue el abanderado de la independencia absoluta.
Sostuvo que el país disponía de recursos
suficientes para conquistar su libertad por sí solo y para
sostenerla luego sin ayuda extranjera. Santana, por su parte, no
creyó en la viabilidad de la República, y se hizo
el portavoz de los que aspiraban a mantener bajo la sombra de una
bandera extraña la separación establecida entre las
dos partes de la isla por la ley de la raza y por el fuero de la
lengua y de las tradiciones. La realidad, una realidad que tiene
actualmente una duración de más de un siglo, y que
se puede reputar ya como definitiva, le dio la razón a
Duarte, el idealista, sobre Santana, el hombre que todo lo
confió al interés y que juzgó infalibles los
cálculos humanos. Rasgo también sobresaliente de la
personalidad de Duarte es su noción global y no
fragmentaria del patriotismo. El Padre de la Patria aspiró
a que sus conciudadanos vivieran libres en la heredad natal, y
para él era tan inicua la esclavitud bajo Haití
como la esclavitud bajo España o bajo cualquier otra
soberanía extranjera. Santana, a su vez, no
concibió la independencia sino frente a Haití, y
vivió de rodillas, como dominicano y como gobernante, ante
el gobierno de España y ante los cónsules de las
naciones que a la sazón se consideraban ultra-poderosas –
Los agentes consulares de todos los países hicieron
temblar siempre como a un niño al león de las
Carreras. El déspota que tiranizó a sus
compatriotas y erigió el patíbulo en altar de
Moloth para alzarse con el señorío de los
débiles, no fue capaz de un solo gesto de hombría
ante José María Segovia y ante dos gobiernos
extranjeros que impusieron al país, con la complicidad
muchas veces del elemento nativo, las más grandes
humillaciones. Pero Santana fue un guerrero al parecer
invencible, y Duarte fue únicamente un apóstol y un
proveedor de ideales. Las campañas que realizó el
soldado han servido a sus admiradores para insinuar que sin
él no hubiera habido independencia. La tesis es a todas
luces aviesa y no resiste el análisis de los hombres
imparciales.

Lo que la historia enseña a quien no se deje
sugestionar por los subterfugios de los historiadores, es que la
separación de Haití fue una idea que creó
Duarte, que calentó Duarte con su sacrificio, y que
después se abrió paso casi por sí sola. Las
batallas del período de la independencia se redujeron a
una serie de escaramuzas en que no hubo ni de la una ni de la
otra parte ningún alarde de heroísmo guerrero.
¿Qué clase de adversarios eran aquellos que
entregaron la capital de la República sin hacer un
disparo? ¿Qué moral era la de esa tropa que
capituló con Desgrotte ante un grupo de jóvenes
armados con trabucos y con unas cuantas lanzas del tiempo de la
colonia? ¿Qué batalla fue esa del 19 de marzo donde
un puñado de monteros provistos de armas blancas pone en
fuga a un ejército flamante que apenas ofrece resistencia
y donde algunos nativos de Azua combaten blandiendo en campo raso
tizones encendidos? ¿ Qué hazaña fue esa de
«El Número», donde los haitianos fueron
arremetidos con piedras y desalojados de sus posiciones con el
humo del pajonal de la sabana? Y ¿qué batalla fue,
por último, esa del 30 de marzo en que se dice que no hubo
más que un contuso por parte de los defensores de Santiago
a pesar de haberse hecho uso en esa acción de las cargas
al machete? Las famosas batallas de la independencia fueron un
juego de niños si se las compara con las acciones a que
dio lugar la guerra de la Restauración. Compárese
la batalla del 19 de marzo con una cualquiera de las
hazañas de Luperón, y se tendrá la evidencia
de haber pasado del escenario de un cuento de hadas al de una
lucha verdaderamente épica. Hágase el cotejo de la
batalla del 30 de marzo con la que tuvo efecto en la misma ciudad
de Santiago el día 6 de septiembre, y se tendrá la
sensación de que la primera fue un lance de teatro y la
segunda un verdadero encuentro de titanes. El ejército
haitiano de los días en que se realizaron las jornadas de
la independencia, o fue un coloso de cartón, que se
deshizo tan pronto recibió la primera lluvia de balas, o
fue una jauría de bandoleros que se movió impulsada
por el estímulo del botín y que se aprovechó
de la sorpresa para invadir la parte oriental de la isla en el
momento propicio. Haití, desgarrado unas veces por dentro,
y herido de muerte en otras ocasiones por el coraje moral que
sobraba a su adversario, no logró ser nunca un verdadero
peligro para la libertad dominicana. Bastó que, un
visionario, un hombre dulce pero interiormente dotado de
energías descomunales, diera calor con su sacrificio
ejemplar a la idea de la independencia, para que el
ejército invasor desapareciera vencido por su propio
espíritu de indisciplina o por su propia
cobardía.

La prueba es que no existió por parte de los
haitianos ningún rasgo de heroísmo. El caso de Luis
Michel, el oficial haitiano que luchó con un sable hasta
morir sobre la cureña de un cañón en las
Carreras, es un ejemplo aislado que nada prueba en favor del
heroísmo con que los invasores lucharon en tierra
dominicana. El hecho de haber salido triunfador frente a los
haitianos, no constituye, pues, una recomendación digna de
confianza para erigir a nadie en soldado invencible ni en
verdadero hombre de armas. Cuando Santana tuvo que medir sus
fuerzas con las de los grandes caudillos de la
Restauración, la supuesta superioridad militar de que hizo
gala, según se afirma, en las Carreras y en los campos de
Azua, se reduce a algo tan ínfimo que no alcanza a hacerse
visible. Cuando salió a campaña al frente de uno de
los ejércitos más poderosos que se movilizaron
nunca en suelo dominicano, la avaricia o el terror lo paralizaron
en Guanuma y esquivó siempre el medir la fuerza de su
brazo con la de los jefes restauradores, entre los cuales
había algunos que, como Luperón, eran tan
jóvenes que habían crecido bajo los soles de la
independencia. Si Santana tuvo verdadera personalidad militar
fue, sin duda, porque le acompañaron algunas cualidades
superiores como conductor de tropas y como organizador de
victorias: don de mando, sentido de oportunismo, puño
capaz de imponer la disciplina con providencias draconianas, y
cierta sensibilidad patriótica que sólo se
manifestó en la lucha contra las invasiones haitianas .
Fue innegablemente el hombre que organizó la victoria y
precipitó la huida de los invasores, y el único que
supo capitalizar en su propio provecho la gloria siempre
discutible de haber vencido a un coloso de papel y haber
garantizado a sus compatriotas la tranquilidad que ansiaban para
vivir sin la angustia constante de los saqueos y de las
incursiones a mano armada.

Uno de los hombres que militaron bajo las órdenes
de Santana, don Domingo Mallol, nos ha dejado la siguiente
radiografía del ejército haitiano de los tiempos de
la independencia: «Después de haber visto el triste
talante de esta gente, puedo decir a usted que no son hombres
para batirse con nosotros.» Eso no se podía decir,
en cambio, de los soldados peninsulares y de los soldados nativos
que midieron sus armas con los héroes de la
Restauración. Lo demás o hizo en favor del vencedor
de tales tropas, esa especie de sugestión colectiva que
anula el instinto crítico de los pueblos y transforma a
veces a agentes enteramente mediocres en figuras sobrehumanas.
Hay todavía un hecho que prueba la superioridad del alma
de Duarte sobre la de Santana. El Padre de la Patria permanece
veinte años en un desierto, aislado entre las fieras y sin
más compañía que una docena de libros, y
domina hasta tal punto sus pasiones que ni una sola vez acierta a
salir de sus labios una palabra ruin o una solicitud de
clemencia. Santana, en cambio, desterrado por el presidente
Báez, es incapaz de afrontar las durezas del exilio, y
algunos meses después pasa por la humillación de
prosternar se ante el Senado para pedirle en tono
humildísimo que le permita reintegrarse a la heredad
nativa. El dato basta por sí solo para demostrar la
diferencia de las fibras con que estaban tejidas esas dos
naturalezas antagónicas: la una hecha para la
abnegación y el sacrificio, y más grande en el
infortunio que en los días del triunfo fácil y de
la adulación interesada; y la otra, seca como un erial y
más dura que una piedra cuando se halla de pie sobre el
trono del despotismo, pero floja y débil cuando el dolor
la hiere e cuando la adversidad la combate. Nada hay más
triste ni más deplorable que la conducta de Santana cuando
se ve frente al fracaso de la anexión, repudiado por los
suyos y escarnecido por los mismos españoles. Su actitud
es la de un vencido que desahoga su rabia en gritos de
impotencia, y que, incapaz de reconocer su error, se resigna a
morir doblando la frente sobre las cadenas por él mismo
forjadas con cierta soberbia desdeñosa. Nunca un gran
dolor halló naturaleza más flaca donde hincar sus
tentáculos, ni voluntad más miserable para
sostenerse en la desgracia. ¡Qué grande, en cambio,
el Padre de la Patria olvidado allá en Río Negro,
pero tranquilo en su patriotismo bravío y acusador en
medio de su limpia inocencia y de su, grandeza
resignada!

Duarte se lleva al destierro el consuelo de su inocencia
y el convencimiento de su grandeza; Santana, por el contrario,
cuando se refugia, en plena guerra de la Restauración, en
las soledades de «El Prado», lleva a ese asilo de
ignominia la amargura del fracaso y el sentimiento de su gloria
afrentada. En la obra de Duarte no asoma ningún
interés personal que la rebaje o la mancille. En la de
Santana, en cambio, existe siempre algo ruin, propio de un
mercenario o propio de un ambicioso. Aun si se admitiera que
negoció la anexión para salvar al país de
las invasiones haitianas, queda siempre al descubierto en su
conducta el pago que exige el mercader o el que recibe quien
realiza una operación onerosa: un hombre de más
altura hubiera desechado el título de marqués que
se le ofreció por la venta y la investidura de
Capitán General con que se premió su servilismo.
Siempre existirá la duda de si Santana obedeció a
un móvil patriótico o si lo que quiso fue
permanecer, hasta el fin de sus días, gobernando el
país con el apoyo de España. El autor de la
anexión tenía, en efecto, cuando se consumó
esa perfidia, más de sesenta años, y frente a su
poderío declinante se alzaba el de otro político de
garra más segura y de inteligencia más fina:
Buenaventura Báez – No es cierto, por otra parte, que el
país deseaba la anexión, puesto que desde 1843 lo
que los dominicanos persiguieron fue un protectorado y no una
reincorporación pura y simple a otra potencia extranjera.
La experiencia de la Reconquista, con la cual quedaron
escarmentados hasta los más acérrimos partidarios
de la metrópoli, desde el propio Juan Sánchez
Ramírez hasta el último de los lanceros que se
batieron en Sabanamula y en Palo Hincado, determinó un
cambio radical en la opinión del elemento nativo. La
reincorporación de 1809, realizada voluntariamente por los
mismos dominicanos, demostró que bajo la tutela de la
Madre Patria no podía salir el país de su
abatimiento ni sobrellevar siquiera con relativa seguridad las
vicisitudes de su existencia azarosa. De ahí en adelante,
no se pensó en otra solución que la de la
independencia bajo la protección de una comunidad
extranjera. La obra de Núñez de Cáceres en
1821 fue una simple reacción contra el abandono en que
España mantenía la colonia, y el Plan Levasseur
fue, veintidós años más tarde, un
resurgimiento del propósito del antiguo rector de la
Universidad de Santo Domingo bajo la única forma entonces
compatible con las circunstancias reinantes – Santana incurre en
el error de apartarse de esa vía y de imponer a sus
compatriotas, contra las lecciones de la historia, la misma
solución de 1809: tremenda falta de sentido
político al mismo tiempo que testimonio irrecusable de
insensibilidad patriótica. Máximo Gómez
nació en Baní en el año 1836. La primera
educación que recibió fue la que le dieron sus
padres, don Andrés Gómez y Guerrero; y doña
Clemencia Baéz y Pérez. Máximo, hacia los
cuales siempre mantuvo una alta estima. Gracias a los esfuerzos
de estos, aprendió a leer y a escribir en su hogar porque
en esa época había pocas escuelas y él no
pudo ir a ninguna. Después lo siguió educando su
padrino, el cura Andrés Rosón, quien intentó
educarlo para que fuera sacerdote. Pero Máximo
Gómez se fue a participar en el ejército a los 20
años de edad para pelear contra los haitianos. Era un
soldado de los que peleaban con machete, sobre un caballo o a pie
y hasta descalzo. Luego, al llegar la Restauración de la
Independencia en 1865, Gómez se fue para Cuba con el
ejército español.

LA INDEPENDENCIA NACIONAL: La noche del 27 de
febrero del año 1844,los defensores de la patria iban a
hacer realidad sus sueños: sacar a los haitianos de
nuestra tierra. En la madrugada, con el trabucazo de Mella en la
Puerta de la Misericordia, nace la República Dominicana.
Ese mismo día se leyó en la Puerta del Conde ,el
Acta de Separación, que se convirtió en el Acta
Constitutiva del Estado Dominicano. El 27 de febrero del 1844,
los patriotas encabezados por Sánchez declararon la
independencia e hicieron capitular a la guarnición
haitiana de Santo Domingo encabezada por Desgrotte. Como en el
régimen existían unos cuantos destacamentos con
efectivos haitianos y resultó empresa fácil
sacudirse inicialmente de su dominación. Durante el
período llamado de La Primera República
(1844-1861), los haitianos intentaron en numerosas ocasiones
recuperar el control sobre la parte dominicana, pero fueron
derrotados una y otra vez por las fuerzas criollas. La
decisión de la gran mayoría de los dominicanos de
ser libres e independientes, la lucha en el propio territorio,
generalmente desde posiciones más ventajosas, el uso de
animales de carga para los traslados y los combates, mientras los
haitianos marchaban a pie y no recibían apoyo de
alimentos, medicinas y otros suministros de su país cuando
estaban en campaña; fueron factores que contribuyeron a
consolidar militarmente nuestra independencia frente
Haití. Desde el día siguiente de la
Declaración de la Independencia, el poder político
pasó al grupo conservador de hateros y burócratas
afrancesados, por la vía del control de la mayoría
y de la presidencia de la Junta Central Gubernativa en la persona
de Tomás Bobadilla y el del Ejército Liberador con
el Gral. Pedro Santana, y sus lanceros seibanos, porque
éstos eran quienes tenían la experiencia en el
manejo de hombres para la guerra que se avecinaba y eran aliados
de la burguesía de importadores y exportadores extranjeros
que respaldaban la anexión de nuestro país a una
gran potencia. Luego de un fracasado intento de la pequeña
burguesía de recuperar el poder bajo el liderazgo de
Duarte, el sector hatero encabezado por Santana, caudillo del
Este del país, estableció la dictadura, que
sólo fue disputada por su ex-protegido Buenaventura
Báez, hatero-maderero y comerciante del Sur, más
educado y mejor administrador, aunque con menos honestidad
personal que el anterior. Ambos caudillos extendieron su
influencia sobre toda la nación y la fueron apartando de
su destino soberano. En 1857 los agricultores tabacaleros y
comerciantes detallistas del Cibao con centro de Santiago, que
habían seguido creciendo económicamente sin lograr
mayor influencia en el gobierno, se levantaron contra el gobierno
de Báez bajo la dirección de José Desiderio
Valverde; acusándolo de especular en su contra con el
tabaco y la moneda fuerte. Los revolucionarios situaron a los
baecistas en torno a Santo Domingo, proclamaron una
constitución liberal y trasladaron la capital a Santiago,
pero aceptaron el regreso de Santana y lo pusieron al mando de
las tropas sitiadoras. Luego de triunfar finalmente frete a
Báez, Santana también se volvió contra los
liberales cibaeñós, restableció su control
sobre el país y aprovechó las condiciones
internacionales la guerra civil norteamericana y el nuevo auge
del colonialismo europeo, para anexar el país nuevamente a
España en 1861.

LA GUERRA DE LA RESTAURACIÓN DE LA
REPÚBLICA:
Pero España, aún con resabios
feudales en la metrópoli y esclavista en su colonias
americanas de Cuba y Puerto Rico, atrasada económica,
política y culturalmente, poco positivo tenía que
ofrecer entonces a este país. En cambio nos trajo su fardo
de intolerancia racial, religiosa y política y una
burocracia incapaz de enfrentar adecuadamente los problemas de
todo orden que padecía nuestro pueblo. En poco tiempo el
descontento alcanzó a todo el país, particularmente
en la zona norte, donde estaban los núcleos más
progresistas de la República y fue discriminada con el
cambio del papel moneda nacional por el español. A partir
de 1863 se proclamó la Restauración de la
República presidida por el joven Gral. José Antonio
Salcedo (Pepillo), y se inició una ardua lucha contra
España encabezada por prohombres como Gregorio
Luperón, Gaspar Polanco, Pimentel y otros. Frente a la
superioridad española en disciplina y armamentos, el
prócer Mella introdujo la guerra de guerrillas como
recurso táctico fundamental que a la postre obligó
a la corona española a abandonar nuevamente el país
en manos de los patriotas el 11 de julio del 1865.

LA SEGUNDA REPÚBLICA (1865-1880):
Después de la Restauración de la República y
como efecto del carácter local de la lucha guerrillera, el
escaso desarrollo urbano, la falta de comunicaciones terrestres y
la carencia de un verdadero mercado nacional, el caudillismo
regional o caciquismo predominó en la escena social y
política dominicana. Esta vez las fuerzas se polarizaron
entre los seguidores de Báez, que muerto Santana
representaba a los grandes hateros y una burguesía
comercial todavía esencialmente extranjera y anexionista.
Constituyendo el partido conservador o rojo, y los liberales o
azules, quienes tuvieron en Luperón su máximo
líder, con el respaldo de los agricultores del Cibao, la
pequeña burguesía comercial, los intelectuales
jóvenes y la nueva burguesía criolla.

LOS 6 AÑOS DE BUENAVENTURA BAEZ:
(1868-1874):
desde 1864 en este periodo en la
economía al principio la economía estaba en un auge
debido a los restablecimientos de la industria azucarera con
inmigrantes cubano que llegaron y invirtieron sus recurso,
también se dice que desde aquí en adelante la rep.
Dom. Empezó el endeudamientos que consistió con el
préstamo de hartmont que consistió en un
préstamo por la suma 420,000 libra de esterlina pero solo
el gobierno solo recibió 38,000 libra de esterlina, en
este periodo los principales partido eran los azules de Gregorio
Luperón y lo rojo de buenaventura Báez. En
conclusión el gobierno de BAEZ se caracterizo por ser un
gobierno corrupto, el endeudamiento, la represión
política. El despotismo y anexionismos. Sus gobiernos se
caracterizaron por ser muy corruptos y por gobernar en beneficio
de su fortuna, siendo el acto más destacado el cometido en
1857 cuando compró con moneda inorgánica la cosecha
récord de tabaco, que era el principal producto de
exportación del país, y que luego vendió
quedándose con las divisas; la moneda emitida por el
gobierno se devaluó en 1000%, causando la ruina de los
productores tabacaleros. La realización del
empréstito harmont: este nos llevo al endeudamiento
externo de nuestro país. Fue el proyecto de anexión
de nuestro país en el 1970 en los estados unidos, y por
último Fortaleció su régimen de terror con
el objetivo claro de liquidar la oposición del partid
azul. Finalmente la guerra contra el baecismo dirigida por los
azules culmino con el derrocamiento de Báez.
Después el estado dominicano quedo bajo los
gobiernos de los azules:
Este se preocupo por la
organización tanto del ejercito como de la
educación, También se preocupo por regular las
relaciones con Haití procediendo a establecer
vínculos diplomáticos.
El 23 de julio de 1880
se produjo un cambio de gobierno, asciende a la presidencia
Fernando Arturo de meriño con todo el apoyo del
partido azul.
Después del gobierno de Báez
surgen barios gobierno hasta el 23de julio de 1880 al poder el
primer padre como lo fue Fernando Arturo de Meriño en este
gobierno se produjo un cambio totalmente pacifico, pero el
baesismos le hizo una oposición que lo llevo a dictar un
decreto conocido como el decreto de san Fernando, que
consistió que toda aquella persona que se encontraran con
alma en la mano se castigaban con la pena de muerte.
Después del gobierno de Meriño llega la
tiranía de ULISES HEURAUX Este gobierno se
caracterizó por tener ambición de poder lo que lo
llevo al momentos de las elecciones a tomar medida fraudulenta
que era perseguir a su opositores políticos y tomar
represión contra sus opositores, es tanto así que
al momentos de la elecciones los votos de los opositores no
aparecían, promulgo una constitución en 1887 y otra
en 1896en esta se aumento el periodo a cuatros años, pero
en este gobierno pasaron cosas positiva en este periodo en 1892
llega al país la primera telecomunicaciones para
comunicarse con el resto del mundo, el alumbrado
eléctrico. A partir de entonces (1874), el Partido Azul de
Luperón fue aumentando su influencia junto con el
crecimiento de la agricultura, el comercio manejado por
dominicanos organizados en "juntas de crédito" y la
educación básica y profesional de mayores
núcleos de dominicanos, hasta que en 1879 éste
encabezó una insurrección desde Puerto Plata, que
dió origen a una verdadera revolución liberal en el
país. El gobierno de Luperón y los tres
regímenes bienales bajo su influencia: Meriño,
Heureaux y Billini-Woss y Gil, continuaron una línea
política de nacionalismo y de fomento de la agricultura y
la industria, que a la postre produjeron un importante
crecimiento económico del país, aunque
también tuvo la virtud a largo plazo de incrementar la
dependencia del país de las metrópolis
capitalistas. Durante ese período se desarrolla asimismo
la educación normalista y profesional bajo la
orientación de Hostos y Meriño, y surgen en el
país grandes valores nacionales en las letras y el
derecho. La auto marginación de Luperón de las
tareas de gobierno y su falta de apoyo a las pretensiones anti
civilistas de los caciques regionales, dieron paso a que el
principal lugarteniente del primero (Ulises Heureaux), se aliara
con estos caudillos y con la creciente burguesía
comercial, para lo que obtuvo nuevos empréstitos
extranjeros y estableció una dictadura personal, en la que
dió vigencia además a los hateros y burgueses
baecistas para neutralizar a los liberales de su viejo
partido.

INICIO DE LA TIRANÍA DE ULISES
HEUREAUX:
Más tarde al finalizar el periodo de
gobierno de Meriño, el general Luperón
recomendó a Ulises Heureaux quien gano las elecciones en
1888. La paz forzada del régimen de Heureaux (Lilis) y su
administración ineficiente y corrupta, crearon las
condiciones de un superior desarrollo de la agricultura y
particularmente de la industria azucarera; pero terminaron
sumiendo al país en la insolvencia monetaria y la
creciente dependencia financiera y política hacia
Norteamérica. La quiebra del comercio y de la agricultura,
la baja en los precios del azúcar, la falta de recursos
económicos para mantener bajo control a los caudillos
locales, y la fatiga del país de su dictadura,
precipitaron su asesinato y la posterior caída de su
régimen residual en 1899. La dictadura de Lilis constituye
el periodo político más típico del siglo XIX
dentro de la historia dominicana. Con Lilis, la política
económica del un partidismo azul se caracterizo en lo que
respecta al desarrollo de la economía nacional, por una
manifiesta tendencia entreguista que se tradujo en concesiones,
favores y privilegios a los capitanes extrajeras. La dictadura
contrajo serios y numerosos compromiso en materia de
empréstitos y circulación monetaria. La
corrupción y el régimen personalista como norma
administrativa, conllevaron la liquidación de los
principios democráticos y liberales, y la
restricción de un capitalismo nacional a base auspiciar el
inversionalismo extranjero. La muerte de Ulises Hereaux
ocurrió el 26 de julio del año 1889, mientras se
encontraba en moca. Fue un grupo de mocanos, a la cabeza del cual
se encontraba Ramón Cáceres, Jacobo Lara y Horacio
Vásquez, los que prepararon la conspiración; y
fueron los dos primeros quienes abrieron fuego y mataron a
Lilis.

INICIO DEL CAUDILLISMO DE HORACIO
VÁZQUEZ:
A la caída de Heureaux el
caudillismo regional se acentuó, aunque bajo el ropaje de
dos nuevos caudillos nacionales: Juan Isidro Jiménes,
comerciante de Montecristi que recibió el apoyo de los
viejos caciques, los hateros, la Iglesia Católica y la
burgusía de Santiago; y el Gral. Horacio Vásquez,
quien se apoyó en los nuevos caudillos, los agricultores
del Cibao, los intelectuales positivistas forjados por Hostos, la
burguesía de la capital, Puerto Plata y Este y por el
imperialismo norteamericano. 66. Tras el derrocamiento de
Jiménes por el horacismo en 1902, el país fue
cayendo en un estado de guerra civil casi permanente, mientras
las exigencias norteamericanas por un mayor control
económico y político que le permitieran la libre
expansión de sus intereses, fueron agudizando la
situación. A fin de cuentas, luego de un segundo gobierno
provisional de Horacio Vásquez (1902-03) y otro de una
coalición de jimenistas y antiguos lilisistas encabezado
por el Gral. Alejandro Woss y Gil, tomó el poder el Gral.
Morales Languasco, jimenista quien con apoyo de los horacistas
abandonó a su caudillo para quedar aislado y marginado del
poder por éstos, y ser sustituido finalmente por el
vicepresicende horacista Gral. Ramón Cáceres en
enero de 1906. Bajo Morales y sobre todo con Ramón
Cáceres, el gobierno se plegó totalmente a las
exigencias financieras, políticas y de mayor
penetración económica norteamericana; sus ingenios
azucareros operaban sin pagar impuestos de exportación e
importación, el transporte marítimo fue
monopolizado por la empresa Clyde de esa nacionalidad y los
productos de dicho país desplazaron casi totalmente a los
europeos. Luego de una Convención
Domínico-Americana firmada en 1905 que no llegó a
aprobarse en el senado norteamericano, acaso por su
carácter ultracolonialista, se concertó ésta
por fin en 1907, en virtud de la cual los Estados Unidos no
sólo pasaron a controlar todas las aduanas del país
y retener por lo menos el 40% de sus ingresos, sino que
establecieron la prerrogativa del gobierno norteamericano de
entregar el resto de lo recaudado al gobierno dominicano que
éste reconociera como legítimo y la
prohibición de que se contrajeran nuevos
empréstitos sin su consentimiento. En el orden
político, ese régimen, llamado por algunos de
"despotismo ilustrado", gozó del pleno respaldo
norteamericano, que lo hizo patente con su incursión
militar y ametrallamiento de Villa Duarte y de los sitiadores
jimenistas en febrero del 1904, lo cual permitió a Morales
vencer la formidable insurrección que se le oponía.
Pero también contó con el apoyo firme de los
intelectuales, la burguesía local, los caudillos
regionales del Cibao central y los agricultores. Con este
respaldo y luego de consolidarse en el poder por la fuerza,
Cáceres intentó bajo la orientación
norteamericana quitarle el poder de que disfrutaban los caciques
locales, merced al desarrollo de un ejército profesional y
una guardia civil adictos personalmente al presidente y al
comandante de armas de Santo Domingo, Gral, Alfredo Victoria. A
ese efecto, marginó como "generales en disponibilidad" a
muchos de estos "caciques" retirándoles sus adictos de las
filas del ejército. Con estas medidas, acompañadas
de la construcción de carreteras y telecomunicaciones, y
el incremento de la agricultura, la industria azucarera, el
comercio y la educación, la industria azucarera, el
comercio y la educación, se comenzaron a crear condiciones
para el desarrollo de un régimen centralizado dominado por
la burguesía dependiente de los Estados Unidos de
América que suplantara al caudillismo imperante. Pero
todavía no había condiciones totales para ese
cambio.

Horacio Vásquez y los caudillos regionales de
ambos bandos se sintieron marginados y algunos de ellos
encabezados por Luis Tejeda le dieron muerte a Cáceres
(1911). El Gral. Alfredo Victoria a su tío Eladio en la
presidencia, pero ante el repudio e insurrección
generalizados hubo de deponer el mando un año más
tarde (1912).. A la muerte de Cáceres surgen a la palestra
pública dos nuevos partidos: el Partido Progresista de
Federico Velázquez, ex-ministro de hacienda de
Cáceres a quien se le atribuía la mayor
responsabilidad en dicha administración; y el Partido
Legalista encabezado por el Gral. Luis Felipe Vidal, caudillo
regional sureño participante en el magnicidio de
Cáceres, quien le quitó al jimenismo gran parte del
apoyo de que disfrutaba en esa región del país.
También se manifestó brevemente un "Partido Liberal
Reformista" compuesto fundamentalmente por jóvenes
estudiantes universitarios dirigidos por Rafael Estrella
Ureña. En esta situación surge el caudillo
guerrillero noroestano Desiderio Arias, de origen jimenista,
dominante en el Cibao, quien representó la
oposición de ese sector de la pequeña
burguesía rural a un gobierno centralizado y sujeto al
imperialismo americano. Así, los breves gobiernos del
arzobispo Nouel (1912-1913) y del Gral. José Bordas Valdez
(1913-1914), no pudieron sobrevivir a las crecientes presiones
norteamericanas, así como de los desideristas y los
horacistas por igual. A fin de cuentas el gobierno
norteamericano, empeñado en controlar totalmente el estado
dominicano para utilizarlo en su beneficio político y
económico, impuso un gobierno provisional encabezado por
el Dr. Ramón Báez y elecciones en 2 meses. Estas
elecciones resultaron muy reñidas, pero fueron ganadas por
Juan Isidro Jiménes en alianza con el Partido Progresista
de Velásquez (1914).

El nuevo gobierno de Jiménes, no obstante su base
constitucional, se vio enfrentado a pasiones aún
más intensas que las anteriores, toda vez que junto a un
gobierno norteamericano impaciente por imponer su voluntad, el
cual ya en 1915 intervino militarmente en Haití,
debió enfrentar a un Desiderio Arias evalentonado y mucho
más poderoso que nunca en su calidad de ministro de Guerra
y Marina y con partidarios suyos en el control del ministerio de
interior y policía, la comandancia de armas de la capital,
la guardia republicana y la mayoría de los cargos del
Congreso Nacional en manos del jimenismo. En supremo intento por
hacer valer su autoridad, Jiménes destituyó
finalmente a Desiderio y a sus seguidores más calificados,
pero éste tomó el control de la Foltaleza Ozama y
de la capital, e inició el operativo para hacer acusar a
Jiménes ante el senado. Los norteamericanos desembarcaron
entonces efectivos militares "para garantizar la vida de sus
ciudadanos", pero amenazaron con tomar la Fortaleza Ozama y ante
su importancia Jiménes renunció. Poco
después penetraron en la ciudad las tropas norteamericanas
sin ninguna oposición de los desideristas. Los dominicanos
seleccionaron entonces al Dr. Francisco Henríquez y
Carvajal como presidente, pero al éste no plegarse a los
designios norteamericanos, éstos desconocieron su
gobierno, declararon un régimen militar bajo su absoluto
control (1916), disolvieron el congreso, desarmaron el
país y suprimieron las libertades
públicas.

El gobierno militar norteamericano cambió la
legislación de tierras, inmigración y aduanas, de
manera que los centrales azucareros pudiesen expandirse
rápidamente y alquilar haitianos como trabajadores
temporeros a bajo costo, y quedaron exonerados de todo impuesto.
También bajaron drásticamente los impuestos de
importación a los productos norteamericanos, con lo que la
naciente manufactura dominicana se fue a pique.. El
régimen comunicó por carreteras la principales
regiones del país, amplió las comunicaciones
telefónicas, mejoró las condiciones sanitarias y
restableció el sistema educativo paralizado a consecuencia
de la anarquía imperante tras la muerte de Cáceres,
con lo que se abrieron nuevos caminos a la agricultura y al
comercio interior. Luego de finalizada la primera Guerra Mundial,
en la que se reivindicaron los derechos de las pequeñas
nacionalidades, el pueblo dominicano inició en 1919, una
campaña cívica nacional e internacional para
recuperar su soberanía perdida, y se organizó en
torno a la consigna de la retirada "pura y simple" de las fuerzas
de ocupación, sin condiciones de ninguna clase. Pero
frente a la intransigencia norteamericana, los partidos
caudillistas tradicionales aceptaron una retirada gradual, la
vigencia de todas las medidas dictadas por los interventores el
mantenimiento de las fuerzas armadas creadas por el gobierno de
ocupación, la renovación de la antinacional
Convención Dominico-Americana, el mantenimiento del
arancel de aduanas y las exoneraciones de impuestos a los
ingenios azucareros, favorables a sus intereses
económicos. Bajo esos términos del "Plan
Hughes-Peynado", con la única concesión del
establecimiento de un gobierno provisional exclusivamente civil
encabezado por Juan Bautista Vicini Burgos, con el encargo de
organizar unas elecciones para elegir las autoridades nacionales,
se terminó en 1924 el régimen de
intervención militar norteamericano.

BIBLIOGRAFIA:

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    General de la Historia Dominicana sexta edición
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  • Mejia Ricart "Breve Historia Dominicana",
    3ra. edición, Editora Corripio, Santo Domingo,
    1997.

  • Recopilación de diversos Folletos de Historia
    Dominicana.

 

Enviado por:

Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo
S.

"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA
LIBERTAD DE INFORMACION"®

Monografias.com

Santiago de los Caballeros,

República Dominicana,

2015.

"DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH -POR
SIEMPRE"®

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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