El apego: ¿entorno cultural de validación? –
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El apego: ¿entorno cultural de
validación?
En todos los espacios de las modernas
comunidades se puede apreciar con toda profusión la
intensa promocionalidad que el sistema hace de "sus valores" tal
que datos de identidad para sus ciudadanos. Los medios de
comunicación, parte connotada del hábitat
ciudadano, permanecen saturados de publicidad que, a más
de promover el consumismo, estatuyen maneras de cómo los
miembros del conglomerado social pueden y deben sentirse
integrados a su mundo, pertenecientes a él: indumentaria,
expectativas laborales y existenciales, preferencias materiales,
hábitos personales… La sensación de
bienestar de la población, aparte del acceso a los
satisfactores promocionados, radica en ese espíritu de
"coincidencia" con el genérico "deber ser" asumido
según se cree con libertad, y que se constituye en
condición irrecusable de pertenencia: el apego.
Para el sistema, la ideología tiene
el significado de "forma de pensamiento" que asocia a su propia
manera de interpretar al mundo como la única correcta, de
donde los desacuerdos en este punto solo indican
disociación con "la lógica" -la "lógica"
propia entendida como patrimonio exclusivo- y por tanto, formas
inválidas o irracionales de pensar.
El marxismo, en su momento, hizo un
análisis de los contenidos ideológicos de la
superestructura de las sociedades en todo y cualquier momento de
la historia para concluir que cualquier forma de pensamiento que
se desfasa de la movilidad material real, objetiva, viene a ser
ideologización bastarda, y por tanto y con ello, forma de
pensamiento espurio, "ideología" precisamente, con una
función convencional en relación al sistema
económico-político en que se da: justificarlo. Y no
andaba tan equivocado: hoy sabemos con certeza que toda forma de
organización social tiene sus patrones mínimos de
"pensamiento aceptable" que no coincide necesariamente con otras
formaciones, desde donde se rechaza toda forma de
valoración ajena a sus intereses. ¿Por qué
toda forma de pensamiento no crítico resulta falaz? Porque
aparte de acotar la realidad a presupuestos falsos aunque
convenientes para el status, tiene la función de crear
identidad en los miembros del conglomerado social. E identidad
convencional es fantasía, irrealidad: esquema postizo
creado exprofeso; el apego es la primera condición de
factibilidad. Y apego es inclinación afectiva con
función sicológica desde donde un individuo
construye su apariencia y ejerce su proceso de valoración.
O sea: el apego genera "convicciones"…
Apariencia es el ejercicio de los
individuos merced al cual consiguen ser lo que socialmente vemos
con independencia de lo que hay realmente en el ámbito
íntimo de cada sujeto. Es el conjunto de cualidades de que
un individuo se rodea, tanto físicas como conductuales,
que lo distinguen de los demás, condición por
demás muy connotada por las aspiraciones del orden
constituido.
Valoración es la escala de elementos
constantes que justifican cada pretensión individual. Las
valoraciones humanas están armadas en función de
las necesidades físicas fundamentalmente, pero a partir de
allí se asiste al redimensionamiento de tales necesidades
con el resultado de hallar toda una jerarquización que se
ostenta como "deber ser social" al cual los individuos de cada
conglomerado se dedican a cumplimentar haciendo de ello
verdaderos objetivos de vida. Como "escala de valores", todos los
pueblos y cada cultura han conferido distintos grados de validez
a los grandes temas de su existencia: la vida material, la vida
política y social, la vida íntima. Y como elementos
de configuración, las grandes racionalizaciones
culturales: las políticas de gobierno, los roles sociales,
el Derecho, la religión, la patrimonialidad… En su
conjunto, todos estos elementos conforman, para cada individuo,
lo que se conoce como identidad, y es resultado de la
formación que cada miembro de la sociedad recibe a
través del proceso educativo, proceso diseñado por
el propio sistema en base a sus paradigmas fundacionales, como
cada cultura hace.
Los individuos así "domesticados"
viven sus vidas en función y alrededor de las
conceptualizaciones que el sistema prohíja. Eso es el
apego. A título individual, se permiten o toleran
determinados énfasis particulares en algún grado
divergentes siempre que no contesten radicalmente al orden
establecido pero que, con el correr del tiempo, y dada una
posible y creciente aceptación de tales valores
divergentes o marginales, llegan a convertirse en predicados de
reordenación: la ambición de Bienes materiales (por
ejemplo), evaluada originariamente como defecto y pecado, ha
venido a convertirse, en el moderno mundo capitalista, en
condición y exigencia necesaria para la plena
realización humana. El dinero igualmente: más
allá de la función de medida general de valor
comercial, ha advenido ya en verdadero avatar del éxito,
objetivo central de la interacción de los individuos,
centro de la demanda social y económica: la voluptuosidad
observada respecto de este "valor" lo ha convertido ya en
obsesión, exigencia obligada y necesidad al grado de
llegar hoy en día hasta el asedio. El gran fetiche del
sistema, divinidad verdadera en la escala de apreciación
pública y privada.
Desde tiempo inmemorial se ha remarcado,
por pensadores que ubicaron la existencia del Hombre y su
desarrollo como axial en y para el proceder humano, que el apego
a las formas que cobra la realidad cultural del Hombre mismo es
una labor ilusoria, que equivale a decir falsa, alienante o
equívoca. El Eclesiastés lo equipara a la
vocación de "atrapar vientos"…
En primerísimo sitio la doctrina
zoroástrica, definida sobre la base del predicado
convencional de la doctrina aria (derivada de los fundamentos
religiosos de los pueblos del norte medio asiático,
doctrinas de "destinos finales post-mortem" sin consecuencias
concretas –como la generalidad de los enunciados religiosos
de los pueblos del Medio-Este, Akad y Sumer-), Zoroastro o
Zaratustra, un iluminado Medo, cerca de un milenio antes de
Cristo desarrolló el principio de la relatividad del mundo
material, ámbito de choque entre las fuerzas del Bien y
sus principios permanentes y las fuerzas del Mal condenadas a
desaparecer. A posteriori esta "Revelación" se
convirtió en lo que sería conocido como pensamiento
–o religión- persa de carácter dualista,
credo que carecía de templos y ritos, fundada sobre las
revelaciones del Zend-Avesta, libro de la tradición oral
que incluso Lao-Tse de China se acercó a conocer para
llevar esa prédica a su pueblo alrededor del siglo V a.C.
A nosotros, ciudadanos del siglo XXI, esto debe parecernos una
alegoría o un contrasentido ocioso; pero en verdad, fue un
pensamiento consecuente durante más de un milenio…
Que tuvo, incluso, importantes consecuencias en la
estructuración posterior del cristianismo. De hecho, la
destrucción del Imperio Persa por Alejandro no
constituyó el fin de este pensamiento: continuó su
desarrollo hasta lo que se encuentra tardíamente en
época de Jesús como Mitraísmo, cuando la fe
de los Magos (los sacerdotes de Ahura-Mazda) desarrolló la
doctrina de redención, un paso más allá del
lineal "premio o castigo" directo sobre los actos de la vida a
que habían llegado ya las religiones de la humanidad:
griegos, egipcios, e hindúes. En su momento, los dioses
griegos no fueron opción para los dualistas
mazdeístas: su elaboración era superior…
Toda su teogonía era particular y perfectamente
disímbola respecto de las creencias convencionales del
entorno. Al final, el pensamiento de Zoroastro también se
pervirtió al convertirse en filosofía
iniciática, misteriosa.
La promoción de Lao-Tse, por su
parte, en China, de promoción del desapego material, de
renuncia a las pretensiones del mundo y de autenticidad personal
también resultó fallida: en principio hubo de
vérselas con las fórmulas de Kung-Fu-Tse, un
promotor de la filosofía del convencionalismo
socio-político que tampoco tuvo éxito de momento:
China estaba encantada con el pensamiento Tao, una
filosofía magicista y milagrera a la que fundieron
incongruentemente el pensamiento de Lao-Tse hasta llegar a la
decadencia y la corrupción total de un adoctrinamiento
absurdo. Fue entonces que retomaron las ideas de Confucio para
incorporarlas al "deber ser" de su sociedad hasta elevar a ese
predicador a nivel de santón político.
Lo importante para nosotros, hoy por hoy,
es la presencia ya entonces de una prédica
trascendentalista y su apreciación de un "mundo relativo"
de muy escaso –y, como consecuencia, muy dudoso- valor
propio, verdadero hito en su momento por el cuestionamiento que
involucra, por el contrario del resto de explicaciones habituales
que se daban los pueblos aledaños para quienes el mundo,
tal y como es, ES la instancia definitiva del quehacer humano, la
opción única, natural y obligada para el Hombre, y
de ningún modo una dimensión transitoria. El hecho
de que el zoroastrismo terminara como "religión formal" es
solo indicativo de que el pueblo lato, el conjunto como grupo
social, no está en condiciones de aceptar una conciencia
liberadora de su "yo" personal, autónoma e independiente
de cada individuo respecto del resto: ni en aquellos siglos,
albores del despertar de esa conciencia que ya era una emergencia
no-evadible hacia el siglo V a.C., ni aún hoy día
por causa de la invalidación del espacio no
empírico de la existencia por la ciencia
humana.
Poco después, más al Este, y
para explicar también el sentido de la vida, Buda hizo una
sencilla exposición del universo el mundo y la vida por
sobre la filosofía tradicional brahmánica, en que
descartó la vida post-mortem de premio y castigo
perfectamente indemostrable, para en cambio explicar la
impermanencia del mundo empírico como una fluidez
constante, continua, una expresión o pulsación del
Ser-No Ser en que se asienta el mundo material inmediato ( algo
muy parecido a la exposición del mundo por
Heráclito en el mundo griego) y lo cual, y por lo mismo,
revela la existencia como algo ilusorio, fantasmagórico.
Esto impone la necesidad de renunciar a ese mundo por conciencia,
con lo cual puede lograrse el avance personal hasta la
fusión definitiva en/con Nirvana, forma perfecta de
conciencia de Ser. Buda eliminó así toda forma de
ritualidad como también dioses y demonios: la ignorancia,
generadora de toda incontinencia y deseo (que es la
manifestación de la falta de autocontrol) es justamente el
"pecado original". Y este concepto es, por cierto, uno de los
primeros asertos de la primitiva doctrina
sánscrita… Por lo mismo se ha considerado al
Budismo, tal y como de origen fue dado, una forma típica
de doctrina racionalista. Que después los
discípulos concluyeron en caminos distintos hasta
consolidar el carácter religioso que hoy le conocemos a
contrapelo de lo que enseñó el Buda solo indica que
la doctrina original no estaba al alcance de la mayoría,
del pueblo lego, que exige y requiere "fórmulas" que
reconcilien su prendimiento necesario de la realidad convencional
con la percepción intelectual o racional de las cosas a
que el Hombre puede llegar. Por eso aparecen las corrientes
conocidas como Hinayana y Mahayana –así como el
mismísimo "budismo místico tibetano"-
transfiguraciones, todas, de los "deber Ser" ideales en los que
se diluyó el pensamiento psico-filosófico original
hasta convertir al propio Buda en un dios prodigador de
"bendiciones mundanas" como se lo conoce hasta hoy.
Para subsanar la inestabilidad y finitud
obvia de la existencia real, los pueblos desarrollaron la idea
del Ultramundo, que al principio solo tenía la imagen de
continuación anodina de la vida presente. Pero
aparecía ya el inserto "espiritual" de
continuación… Esta idea permitía "fijar" la
existencia: esta ya podía resultar estable y permanente.
Esta "entidad espiritual" se volvió entonces la constante
en la mayoría –por no decir en todos- los esquemas
de pensamiento común, el eje o centro a partir del cual la
realidad se organiza. De aquí, a validar la existencia
material inmediata para "premio o castigo" post-mortem solo
había un paso: los griegos lo dieron con el Elíseo
y el Hades, al igual que el mazdeísmo y las antiguas
religiones originales de Mesopotamia y Egipto, cada cual con sus
particularidades peculiares, que por lo general echaron mano del
principio de "iniciación" para justificar su
tránsito; lo importante había quedado a resguardo:
la vida en el mundo, en la tierra, es definitiva. Y aún
más: prevaleció el principio elemental de
retribución en que la propia vida material afortunada, de
privilegio, era por sí misma una bendición y un
indicio inequívoco de bienaventuranza, de elección
por los dioses… O por Dios. La pobreza nunca ha sido para
ningún pueblo una opción.
Hacia el fin de la Edad Antigua (el siglo I
de nuestro tiempo) se presentó Jesús de Nazaret.
Él tenía un llamado distinto al habitual entonces,
a pesar de exponer una doctrina prendida de la Revelación
judaica tradicional: el mundo es providencial, y la trascendencia
y la Verdad no radican en el mundo habitual, físico y
material que conocemos, sino en el Conocimiento, y Conocimiento
de Dios. Los "haberes" que da la civilización obnubilan la
comprensión y estorban el acceso al Mundo superior. La
solución de Jesús, como lo propuso Zoroastro, como
lo explicó Buda, es: Retiro y Renuncia. La
ciudadanía del Mundo superior pasa por la ajenidad del
presente. Tal filosofía pareciera atenerse a la idea
"espiritualizada" del "mundo etéreo" preeminente como base
del mundo real. Y sin embargo no es así: Jesús no
predicó "premio o castigo" post-mortem como
conclusión del comportamiento en el mundo, durante la
vida. Para él, la herencia humana era el propio mundo
material, físico, pero reconstituido –como lo
expusieron los Profetas siglos antes- en plan de "nueva
opción" a partir de la Voluntad divina. Su propuesta de la
inmanencia de Dios no involucraba la necesaria similitud del
Hombre con semejante status. Era una explicación similar a
la de los filósofos, que llegaban a la necesidad como
directriz universal eje de la cual era "el Ser" ("Ontos" le
llamaron los griegos) y que Jesús identificó con el
Dios revelado a Moisés.
Como sabemos, la filosofía de
Jesús fue transformada por Pablo (un hombre que ni
siquiera fue su discípulo) en una religión
quasi-iniciatica, a tono con la modalidad de la época, que
como tal revirtió los valores originalmente dados por
Jesús para integrar en cambio el antiguo principio
elemental de logro y riqueza tal que signos de
predilección de lo Alto; y aunque la "promoción de
la pobreza" aparece en sus escritos, todos sus correligionarios y
los dirigentes del post-paulismo, enfrascados en rivalidades
mortales por este principio y por otros más, construyeron
un mundo, a la disolución de Roma, fundado en principios
tradicionales: premio o castigo después de la muerte en
base a los logros o fracasos tenidos en vida considerando la vida
humana como sempiterna, por lo que el mundo, su estructura y sus
valores, eran obligados: habían sido dados por Dios. Era
lo que Dios quería…
La transmisión de valores del mundo
antiguo al capitalismo de hoy día se dio, centralmente, a
través de Pablo y su doctrina del "mundo en prueba", y
quedaron inscritos en los pensadores que desde el siglo XVI
tomaron por cuenta propia la explicación del mundo
desdeñando, solo en la forma, la doctrina clerical. De
hecho, y aparte de retirar a Dios de los procesos de
creación y sostenimiento del mundo vía la
autonomía evolucionista, se inventó toda una
teoría paralela para cada uno por separado, de los
procesos de la vida y de la realidad, de modo que se
parcializó también el acceso al conocimiento, pero
que de fondo común, le decía al propio Hombre, como
comunidad, que era independiente, libre, casual, y sujeto de y a
las leyes de la naturaleza: la ley del más
fuerte. Esto se volvió el gran paradigma y
prolegómeno de la cultura universal hasta hoy día:
el Mundo se salvó a sí mismo. Retomó los
valores concretos de su realidad material única haciendo
caso omiso del subterfugio paulista de "la prueba", pero
aceptando la evidencia ancestral de la consistencia inexpugnable
del mundo para erigirlo en "el Valor" por excelencia. Accedemos
hoy día, no solo gracias a eso, sino también a la
irreductible elementalidad del pragmatismo, al pensamiento plano
que define a nuestro universo como autónomo, resultado de
un proceso único y aleatorio validado por sí mismo
como única y última instancia: los valores
materiales de aquí y ahora son los que cuentan. La
religión, la ética, la estética resultan ser
solo "valores relativos" de una instancia pragmática muy
reducida, y por lo tanto, confinados al ámbito personal,
íntimo, individual de cada sujeto. No se les niega
tajantemente: pero no empatan con la "verdad de la ciencia", y
por lo tanto, no son temas de validación
científica. El mundo laico parece no haber tenido otra
opción de conocimiento: quizá difícilmente
la haya… Pero sí habría la
consideración de partir al conocimiento, por lo menos,
desde la evaluación holística del propio Hombre
como su propio eje y objetivo, y no como se hace y se
seguirá haciendo, evidentemente: el Hombre abstracto,
generalización que no corresponde con el Ser humano
integral de la realidad.
Como seres racionales, nos sabemos finitos,
limitados, y cabalmente materiales. Lo "espiritual" ha venido
quedando poco a poco en el rincón de lo probable, lo no
constatable ni evidente: en el espacio religioso. Pero sucede que
ese comando y sus valores ya no rigen la motivación de
nuestras vidas cotidianas hoy día, y ha venido a ser de
lleno una instancia marginal dado que la valoración que se
tiene actualmente de los principios religiosos es como la estima
que se hace de la apreciación estética y de los
grandes sentimientos humanos (amor, honestidad,
solidaridad…): elementos de relación, más
asociados a la conveniencia, al "adecuado" manejo, que al
carácter emancipador que tienen para el Hombre como
elementos de su integralidad. Y es que el Ser humano social
promedio, dista mucho de ser plenamente racional: es un individuo
formado a partir de mutilaciones mentales, condicionado,
dirigido. Enajenado. Ni siquiera –puede decirse con
certeza- se debe a sí mismo sino al cuerpo social que lo
formó, en el cual vive, y el que a su vez lo justifica y
explica. Un retorno al primitivo entorno social de la infancia
humana, con el agravante de una conciencia personal rendida al
alma colectiva por adopción. Una regresión,
pues.
Con esto presente, podemos explicarnos la
promoción reciamente afincada de figuras de
valoración cuyo resultado más inquietante es la
deshumanización del Hombre contemporáneo, su
atadura a las formas que acaban en sí mismas, con ninguna
trascendencia porque no proyectan consumación alguna de
valores superiores legítimamente humanos: dinero,
éxito, escalamiento social; manejo "conveniente" de
verdades y mentiras… Todas, instancias locales, de valor
superfluo asociadas al sistema de vida de las personas sin
referencia holística al Hombre… Y todos los
miembros de la sociedad decididos a hacerse cargo de esas
exigencias a título personal como modo de conformidad y
acuerdo con los reclamos del orden imperante. El drama de todo
este encuadre es que la civilización, en cualquiera de sus
expresiones, no corresponde a lo que el Ser humano justamente es:
un microcosmos plenamente compatible con la realidad material en
otro encuadre, que es otra definición: Ser cumbre de la
organización material, expresión de la capacidad y
calidad de la materia organizada hasta tal nivel, que se expresa
a sí misma como entidad autoconsciente.
A cambio de esto, el orden actual ha
decidido parcelar la personalidad del Ser humano, y con ello,
exaltar su capacitación para el trabajo y su rendimiento
como elementos centrales, relegando su raciocinio a "instancia
intelectual" sin aplicación básica de ningún
tipo a la lógica que debiera exhibir su praxis, instancia
que se maneja independiente y libremente como expresión de
pleno derecho de la conveniencia momentánea, local,
puramente epicúrea.
En el decurso de las civilizaciones,
¿en qué época fue el Hombre más
racional, más íntegramente perteneciente a
sí mismo? En ninguna. Nunca. Todas las edificaciones
humanas han adolecido de irracionalidad respecto de su medio
ambiente por su utilización indiscriminada como "recurso"
gratuito a su disposición; de injusticia y desigualdad
respecto de sus semejantes, enfatizando siempre diferencias
estúpidas de carácter social y hasta racial; de
brutalidad en relación a sus conveniencias
políticas tenidas como el súmmum de sus
aspiraciones; de ventajas y abusos en el entorno
económico, erigido en el sancta-sanctorum de su
desempeño; y de venalidad y autocomplacencia para sus
propias pasiones exactamente en proporción opuesta a los
más altos rangos de su exigencia ético-moral, que
solo le ha servido para adornarse pomposamente pero con ninguna
clase de compromiso cierto, lo que hace parecer, seriamente
considerado, que el Ser humano prescinde de su inteligencia
cuando se trata de abordar su propia actividad y su mundo,
resultado de aquella.
Si todos estos defectos han exhibido las
culturas del Hombre a través de toda su historia,
¿qué podemos encontrar en nuestra moderna
civilización de predominio tecnológico? Los mismos
errores, solo que hoy día disimulados, entre otros
argumentos, con la lisonja de los "derechos humanos" que no se
cumplen nunca y, antes bien, han servido para promover
desviaciones del orden natural respecto del mismo Hombre, y que
proyectan al género humano, como un todo, al
tobogán ciclónico de la autodestrucción, sin
contar con los síntomas de la degradación que
emparentan la actual cultura con las expresiones más
obtusas de la decadencia.
Y todo esto sigue siendo apego del Hombre a
la apariencia del mundo material como divorciado de la
lógica racional, como si esta realidad siguiera un orden
distinto, una lógica independiente de la propia
razón objetiva… ¡Lo cual resulta ser divorcio
del Ser humano de sí mismo! En estos términos
encontramos a los Estados nacionales, "cabezas" del desarrollo
organizacional humano –como lo dijo Hobbes–
arrogándose el papel de divinidades que supervisan,
controlan, suprimen y castigan: todos sus ciudadanos plegados a
las disposiciones que esta suprema deidad dicta. Los cleros
religiosos, por otra parte, reducidos al ámbito de mera
referencia cultural, aún pelean su antigua
primacía. Pero con todo ello, normalmente coinciden con el
Estado para refrendar la idea del "Bien común".
La sociedad misma, como entidad
autónoma y depositaria de todo valor y derecho, ejerce su
propia discrecionalidad rectriz para imponer sus reglas de
permisibilidad y/o rechazo. En nuestro mundo multi-diverso, como
antes en los sistemas de dominación esclavista, por la
estratificación en clases o grupos sociales. La
estratificación cumple, en este caso, un papel
fundamental: los estratos desposeídos, con la
asignación de echar a funcionar los procesos
básicos, "sucios", de la producción y la
distribución; y los poseedores, con el roll de "manejar",
administrar y asignar las cuotas de la riqueza social.
Para lo mismo, las reglas de
imitación del estrato dominante por el resto de las clases
en función de su distancia con el grupo en el poder: a
mayor distancia, mayor permisibilidad y cierto (y limitado)
cambio de valores. El bloqueo u objeción por un individuo
o grupo de individuos de este principio puede provocar su
extrañamiento y hasta el ostracismo, en casos extremos. Y
justamente esta estratificación le da juego y cancha a la
posible movilidad, sin lo cual el juego social humano
dejaría de tener sentido y su propio "coto de caza". En
esta misma progresión, la familia moderna, como
célula social, es la encargada de modular la agenda de
prohibiciones y aceptaciones, lo cual garantiza la
continuación y reproducción del esquema
socio-cultural y sus "valores" parcializados. En la medida en que
ningún ciudadano puede o se atreve a remontar estas
limitantes, en esa misma proporción seguirá atado
al sistema, dependiente de él, apegado a él: el
"filisteo" de Kierkegaard. Así que, en términos de
permisibilidad, no es verdad que todo lo no prohibido esté
permitido: el Estado, de suyo, tiene un orden interminable de
prohibiciones que, como se dijo, refrenda su clero, todos sus
santones y corifeos que hacen, frente a los ciudadanos, el papel
de intérpretes o "exégetas" de la voluntad estatal
de lo cual no se hace siempre cargo la sociedad porque esta tiene
a su vez otras prohibiciones, y sus reprensiones suelen ser
más violentas que las del propio Estado pero menos
identificadas como represiones. De manera que toda permisibilidad
se da casi siempre en tono marginal.
En todo este complejo cuadro,
¿dónde entran, dónde están o
dónde actúan los apegos? Y, ¿qué son?
El apego es basalmente uno: identidad, rendición al medio
social y su demanda de sumisión respecto de sus valores y
expectativas, formas redondas de comportamiento;
abrevación en sus fuentes y sostenimiento en y de todo
ello. Es lo que hace al "Ser civilizado" de la sociedad, "Ser", y
a todos los miembros en común comportarse "adecuada,
prudente y convenientemente". Como "se debe". Como corresponde,
como está dispuesto y entendido que se haga. Y no solo
eso, sino también qué y cómo pensar. Esto es
crucial, por lo cual el apego no es epidérmico: es
profunda y esencialmente la parte que ha venido a conformar la
mentalidad y la identidad de cada individuo en cada grupo social,
y a nivel global, en cada país. Es toda la serie de
consideraciones, de expectativas y de "valores" que le dan forma
y sentido a cualquier ciudadano dándole exactamente un
lugar en el seno comunal y reconocimiento a sus esfuerzos. Es el
cúmulo de detalles pintados en la manera de pensar de
cualquier individuo, de sus preferencias, de sus opiniones e
intereses.
¿Qué inserto es ese, no
expuesto pero, sin el cual, un individuo viene a ser una
rémora, un extraño o un renegado? La
sintetización de esto es el Ethos vivencial, y presenta en
la vida diaria pequeñas variantes entre un individuo y
otro de modo que parece encontrarse uno ante una diversidad que,
bien vista, es solo apariencia. Hasta los delincuentes y los
bandidos son partícipes de ese élan referente. Y la
sociedad los reconoce como igualmente reconoce a sus
políticos dirigentes y a sus usufructuarios, los
"prohombres". Los únicos que no entran en ese juego son
sus detractores serios: los revolucionarios y los disidentes
renegados, los que renuncian a ella.
Y el problema central en la comunión
con el entorno social y político de cualquier sociedad es
que esta se encuentra ordinariamente ajena respecto de su
realidad material a la cual no acierta a identificar
objetivamente. De hecho, la ciencia misma, escindida de su
pertenencia original, la filosofía, ha contribuido
grandemente a asentar la visión parcelada,
analítica del mundo en el cual el Hombre se siente ajeno,
solo "parte" a medias: el universo el mundo y la vida como
entorno hostil, como "ámbito de conquista"… Una
pretensión más que atrevida, estúpida. Y es
que la vida, hoy día, va anclada al pragmatismo
utilitario.
Lo que queda de todo esto es otra duda en
verdad seria: ¿por qué cambiar? Y, ¿para
qué cambiar? ¿Para qué "des-apegarse" de los
cartabones ordinarios de la vida en sociedad?
Basalmente, porque el mundo en que vivimos
es un producto estrictamente lineal del teorema darwiniano
aderezado con las terribles teorías del "laissez-faire" y
del desarrollo plano como lo propusieron Rousseau, Hobbes y A.
Smith según lo cual la vida, la presencia
multigenérica de seres vivos y la organización del
universo son, todas, fortuitas, cabalmente intrascendentes y que
a fortiori verán su oclusión en una perspectiva
más o menos distante (para las proporciones humanas) sin
mayor contenido que solo la casualidad ciega del
cosmos.
Ante una mística tan materialista
del entorno existencial, por supuesto que se justifica y explica
la actitud desencantada, profundamente hedonística,
pragmatista a ultranza y hasta nihilista de una visión
arrogante del mundo que se siente exclusiva: de hecho, esas
mismas corrientes de pensamiento (pragmatismo, hedonismo,
pesimismo, nihilismo) son producto explicado del propio sistema y
parte de él. Por esa misma razón la antigüedad
vio ya emerger escuelas como la de los Cínicos, la de
Epicuro y algunas más: también ellos, a la
caída de sus dioses, quedaron sin el "Telos" de la
existencia, sujetos a la viabilidad inmediata de lo tangible como
entidad sin contenido, en un mundo en el que todo se vale porque
todo es posible: la ley del más fuerte y la sobrevivencia
del más apto como paradigma rector de lo posible…
La organización social y política solo como ardid
para darle cordura convencional y dirección a un
movimiento y un proceso humano que inevitablemente compite para
imponerse, sin más razón que su propio impulso
endógeno.
Sea que se tenga una visión como la
budista, o que se persiga un propósito justipreciativo
como el propuesto por Jesús de Nazaret, o que tan solo se
tenga un valor de la vida como de algo que merece una
orientación racional y congruente en función del
Hombre porque este, como Ser pensante, amerita la
justipreciación de su propia razón (sin incluir
entidades "espirituales" o de otra índole –como lo
fueron los dioses en su oportunidad, o como empiezan a ser "los
extraterrestres"-) como expresión suprema de la conciencia
material, entonces habrá que estar al tanto de los vicios
distorsionadores del orden que nos ha tocado vivir y que dan al
traste con las necesidades humanas de ascenso a nombre de una
animalidad que purga la existencia de toda aspiración real
y trastorna la propia salud física y mental del propio
Hombre a la par que banaliza sus expectativas para encadenarlo a
las disponibilidades que otorga el dinero, a las frustrantes
experiencias amorosas fugaces y multimodales, y a la alienante
experiencia de una vida social y política de orden y pompa
sin contenido, de carácter puramente temporal,
convencional y local: terminal en sí misma. Pensemos,
pues.
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¿Qué es el Hombre? Martin
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El Sacrificio Inútil. Jean
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1977
Autor:
Francisco Munguia