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El Apego ¿Entorno Cultural de Validación?




Enviado por Francisco Munguia




    El apego: ¿entorno cultural de validación? –
    Monografias.com

    El apego: ¿entorno cultural de
    validación?

    En todos los espacios de las modernas
    comunidades se puede apreciar con toda profusión la
    intensa promocionalidad que el sistema hace de "sus valores" tal
    que datos de identidad para sus ciudadanos. Los medios de
    comunicación, parte connotada del hábitat
    ciudadano, permanecen saturados de publicidad que, a más
    de promover el consumismo, estatuyen maneras de cómo los
    miembros del conglomerado social pueden y deben sentirse
    integrados a su mundo, pertenecientes a él: indumentaria,
    expectativas laborales y existenciales, preferencias materiales,
    hábitos personales… La sensación de
    bienestar de la población, aparte del acceso a los
    satisfactores promocionados, radica en ese espíritu de
    "coincidencia" con el genérico "deber ser" asumido
    según se cree con libertad, y que se constituye en
    condición irrecusable de pertenencia: el apego.

    Para el sistema, la ideología tiene
    el significado de "forma de pensamiento" que asocia a su propia
    manera de interpretar al mundo como la única correcta, de
    donde los desacuerdos en este punto solo indican
    disociación con "la lógica" -la "lógica"
    propia entendida como patrimonio exclusivo- y por tanto, formas
    inválidas o irracionales de pensar.

    El marxismo, en su momento, hizo un
    análisis de los contenidos ideológicos de la
    superestructura de las sociedades en todo y cualquier momento de
    la historia para concluir que cualquier forma de pensamiento que
    se desfasa de la movilidad material real, objetiva, viene a ser
    ideologización bastarda, y por tanto y con ello, forma de
    pensamiento espurio, "ideología" precisamente, con una
    función convencional en relación al sistema
    económico-político en que se da: justificarlo. Y no
    andaba tan equivocado: hoy sabemos con certeza que toda forma de
    organización social tiene sus patrones mínimos de
    "pensamiento aceptable" que no coincide necesariamente con otras
    formaciones, desde donde se rechaza toda forma de
    valoración ajena a sus intereses. ¿Por qué
    toda forma de pensamiento no crítico resulta falaz? Porque
    aparte de acotar la realidad a presupuestos falsos aunque
    convenientes para el status, tiene la función de crear
    identidad en los miembros del conglomerado social. E identidad
    convencional es fantasía, irrealidad: esquema postizo
    creado exprofeso; el apego es la primera condición de
    factibilidad. Y apego es inclinación afectiva con
    función sicológica desde donde un individuo
    construye su apariencia y ejerce su proceso de valoración.
    O sea: el apego genera "convicciones"…

    Apariencia es el ejercicio de los
    individuos merced al cual consiguen ser lo que socialmente vemos
    con independencia de lo que hay realmente en el ámbito
    íntimo de cada sujeto. Es el conjunto de cualidades de que
    un individuo se rodea, tanto físicas como conductuales,
    que lo distinguen de los demás, condición por
    demás muy connotada por las aspiraciones del orden
    constituido.

    Valoración es la escala de elementos
    constantes que justifican cada pretensión individual. Las
    valoraciones humanas están armadas en función de
    las necesidades físicas fundamentalmente, pero a partir de
    allí se asiste al redimensionamiento de tales necesidades
    con el resultado de hallar toda una jerarquización que se
    ostenta como "deber ser social" al cual los individuos de cada
    conglomerado se dedican a cumplimentar haciendo de ello
    verdaderos objetivos de vida. Como "escala de valores", todos los
    pueblos y cada cultura han conferido distintos grados de validez
    a los grandes temas de su existencia: la vida material, la vida
    política y social, la vida íntima. Y como elementos
    de configuración, las grandes racionalizaciones
    culturales: las políticas de gobierno, los roles sociales,
    el Derecho, la religión, la patrimonialidad… En su
    conjunto, todos estos elementos conforman, para cada individuo,
    lo que se conoce como identidad, y es resultado de la
    formación que cada miembro de la sociedad recibe a
    través del proceso educativo, proceso diseñado por
    el propio sistema en base a sus paradigmas fundacionales, como
    cada cultura hace.

    Los individuos así "domesticados"
    viven sus vidas en función y alrededor de las
    conceptualizaciones que el sistema prohíja. Eso es el
    apego. A título individual, se permiten o toleran
    determinados énfasis particulares en algún grado
    divergentes siempre que no contesten radicalmente al orden
    establecido pero que, con el correr del tiempo, y dada una
    posible y creciente aceptación de tales valores
    divergentes o marginales, llegan a convertirse en predicados de
    reordenación: la ambición de Bienes materiales (por
    ejemplo), evaluada originariamente como defecto y pecado, ha
    venido a convertirse, en el moderno mundo capitalista, en
    condición y exigencia necesaria para la plena
    realización humana. El dinero igualmente: más
    allá de la función de medida general de valor
    comercial, ha advenido ya en verdadero avatar del éxito,
    objetivo central de la interacción de los individuos,
    centro de la demanda social y económica: la voluptuosidad
    observada respecto de este "valor" lo ha convertido ya en
    obsesión, exigencia obligada y necesidad al grado de
    llegar hoy en día hasta el asedio. El gran fetiche del
    sistema, divinidad verdadera en la escala de apreciación
    pública y privada.

    Desde tiempo inmemorial se ha remarcado,
    por pensadores que ubicaron la existencia del Hombre y su
    desarrollo como axial en y para el proceder humano, que el apego
    a las formas que cobra la realidad cultural del Hombre mismo es
    una labor ilusoria, que equivale a decir falsa, alienante o
    equívoca. El Eclesiastés lo equipara a la
    vocación de "atrapar vientos"…

    En primerísimo sitio la doctrina
    zoroástrica, definida sobre la base del predicado
    convencional de la doctrina aria (derivada de los fundamentos
    religiosos de los pueblos del norte medio asiático,
    doctrinas de "destinos finales post-mortem" sin consecuencias
    concretas –como la generalidad de los enunciados religiosos
    de los pueblos del Medio-Este, Akad y Sumer-), Zoroastro o
    Zaratustra, un iluminado Medo, cerca de un milenio antes de
    Cristo desarrolló el principio de la relatividad del mundo
    material, ámbito de choque entre las fuerzas del Bien y
    sus principios permanentes y las fuerzas del Mal condenadas a
    desaparecer. A posteriori esta "Revelación" se
    convirtió en lo que sería conocido como pensamiento
    –o religión- persa de carácter dualista,
    credo que carecía de templos y ritos, fundada sobre las
    revelaciones del Zend-Avesta, libro de la tradición oral
    que incluso Lao-Tse de China se acercó a conocer para
    llevar esa prédica a su pueblo alrededor del siglo V a.C.
    A nosotros, ciudadanos del siglo XXI, esto debe parecernos una
    alegoría o un contrasentido ocioso; pero en verdad, fue un
    pensamiento consecuente durante más de un milenio…
    Que tuvo, incluso, importantes consecuencias en la
    estructuración posterior del cristianismo. De hecho, la
    destrucción del Imperio Persa por Alejandro no
    constituyó el fin de este pensamiento: continuó su
    desarrollo hasta lo que se encuentra tardíamente en
    época de Jesús como Mitraísmo, cuando la fe
    de los Magos (los sacerdotes de Ahura-Mazda) desarrolló la
    doctrina de redención, un paso más allá del
    lineal "premio o castigo" directo sobre los actos de la vida a
    que habían llegado ya las religiones de la humanidad:
    griegos, egipcios, e hindúes. En su momento, los dioses
    griegos no fueron opción para los dualistas
    mazdeístas: su elaboración era superior…
    Toda su teogonía era particular y perfectamente
    disímbola respecto de las creencias convencionales del
    entorno. Al final, el pensamiento de Zoroastro también se
    pervirtió al convertirse en filosofía
    iniciática, misteriosa.

    La promoción de Lao-Tse, por su
    parte, en China, de promoción del desapego material, de
    renuncia a las pretensiones del mundo y de autenticidad personal
    también resultó fallida: en principio hubo de
    vérselas con las fórmulas de Kung-Fu-Tse, un
    promotor de la filosofía del convencionalismo
    socio-político que tampoco tuvo éxito de momento:
    China estaba encantada con el pensamiento Tao, una
    filosofía magicista y milagrera a la que fundieron
    incongruentemente el pensamiento de Lao-Tse hasta llegar a la
    decadencia y la corrupción total de un adoctrinamiento
    absurdo. Fue entonces que retomaron las ideas de Confucio para
    incorporarlas al "deber ser" de su sociedad hasta elevar a ese
    predicador a nivel de santón político.

    Lo importante para nosotros, hoy por hoy,
    es la presencia ya entonces de una prédica
    trascendentalista y su apreciación de un "mundo relativo"
    de muy escaso –y, como consecuencia, muy dudoso- valor
    propio, verdadero hito en su momento por el cuestionamiento que
    involucra, por el contrario del resto de explicaciones habituales
    que se daban los pueblos aledaños para quienes el mundo,
    tal y como es, ES la instancia definitiva del quehacer humano, la
    opción única, natural y obligada para el Hombre, y
    de ningún modo una dimensión transitoria. El hecho
    de que el zoroastrismo terminara como "religión formal" es
    solo indicativo de que el pueblo lato, el conjunto como grupo
    social, no está en condiciones de aceptar una conciencia
    liberadora de su "yo" personal, autónoma e independiente
    de cada individuo respecto del resto: ni en aquellos siglos,
    albores del despertar de esa conciencia que ya era una emergencia
    no-evadible hacia el siglo V a.C., ni aún hoy día
    por causa de la invalidación del espacio no
    empírico de la existencia por la ciencia
    humana.

    Poco después, más al Este, y
    para explicar también el sentido de la vida, Buda hizo una
    sencilla exposición del universo el mundo y la vida por
    sobre la filosofía tradicional brahmánica, en que
    descartó la vida post-mortem de premio y castigo
    perfectamente indemostrable, para en cambio explicar la
    impermanencia del mundo empírico como una fluidez
    constante, continua, una expresión o pulsación del
    Ser-No Ser en que se asienta el mundo material inmediato ( algo
    muy parecido a la exposición del mundo por
    Heráclito en el mundo griego) y lo cual, y por lo mismo,
    revela la existencia como algo ilusorio, fantasmagórico.
    Esto impone la necesidad de renunciar a ese mundo por conciencia,
    con lo cual puede lograrse el avance personal hasta la
    fusión definitiva en/con Nirvana, forma perfecta de
    conciencia de Ser. Buda eliminó así toda forma de
    ritualidad como también dioses y demonios: la ignorancia,
    generadora de toda incontinencia y deseo (que es la
    manifestación de la falta de autocontrol) es justamente el
    "pecado original". Y este concepto es, por cierto, uno de los
    primeros asertos de la primitiva doctrina
    sánscrita… Por lo mismo se ha considerado al
    Budismo, tal y como de origen fue dado, una forma típica
    de doctrina racionalista. Que después los
    discípulos concluyeron en caminos distintos hasta
    consolidar el carácter religioso que hoy le conocemos a
    contrapelo de lo que enseñó el Buda solo indica que
    la doctrina original no estaba al alcance de la mayoría,
    del pueblo lego, que exige y requiere "fórmulas" que
    reconcilien su prendimiento necesario de la realidad convencional
    con la percepción intelectual o racional de las cosas a
    que el Hombre puede llegar. Por eso aparecen las corrientes
    conocidas como Hinayana y Mahayana –así como el
    mismísimo "budismo místico tibetano"-
    transfiguraciones, todas, de los "deber Ser" ideales en los que
    se diluyó el pensamiento psico-filosófico original
    hasta convertir al propio Buda en un dios prodigador de
    "bendiciones mundanas" como se lo conoce hasta hoy.

    Para subsanar la inestabilidad y finitud
    obvia de la existencia real, los pueblos desarrollaron la idea
    del Ultramundo, que al principio solo tenía la imagen de
    continuación anodina de la vida presente. Pero
    aparecía ya el inserto "espiritual" de
    continuación… Esta idea permitía "fijar" la
    existencia: esta ya podía resultar estable y permanente.
    Esta "entidad espiritual" se volvió entonces la constante
    en la mayoría –por no decir en todos- los esquemas
    de pensamiento común, el eje o centro a partir del cual la
    realidad se organiza. De aquí, a validar la existencia
    material inmediata para "premio o castigo" post-mortem solo
    había un paso: los griegos lo dieron con el Elíseo
    y el Hades, al igual que el mazdeísmo y las antiguas
    religiones originales de Mesopotamia y Egipto, cada cual con sus
    particularidades peculiares, que por lo general echaron mano del
    principio de "iniciación" para justificar su
    tránsito; lo importante había quedado a resguardo:
    la vida en el mundo, en la tierra, es definitiva. Y aún
    más: prevaleció el principio elemental de
    retribución en que la propia vida material afortunada, de
    privilegio, era por sí misma una bendición y un
    indicio inequívoco de bienaventuranza, de elección
    por los dioses… O por Dios. La pobreza nunca ha sido para
    ningún pueblo una opción.

    Hacia el fin de la Edad Antigua (el siglo I
    de nuestro tiempo) se presentó Jesús de Nazaret.
    Él tenía un llamado distinto al habitual entonces,
    a pesar de exponer una doctrina prendida de la Revelación
    judaica tradicional: el mundo es providencial, y la trascendencia
    y la Verdad no radican en el mundo habitual, físico y
    material que conocemos, sino en el Conocimiento, y Conocimiento
    de Dios. Los "haberes" que da la civilización obnubilan la
    comprensión y estorban el acceso al Mundo superior. La
    solución de Jesús, como lo propuso Zoroastro, como
    lo explicó Buda, es: Retiro y Renuncia. La
    ciudadanía del Mundo superior pasa por la ajenidad del
    presente. Tal filosofía pareciera atenerse a la idea
    "espiritualizada" del "mundo etéreo" preeminente como base
    del mundo real. Y sin embargo no es así: Jesús no
    predicó "premio o castigo" post-mortem como
    conclusión del comportamiento en el mundo, durante la
    vida. Para él, la herencia humana era el propio mundo
    material, físico, pero reconstituido –como lo
    expusieron los Profetas siglos antes- en plan de "nueva
    opción" a partir de la Voluntad divina. Su propuesta de la
    inmanencia de Dios no involucraba la necesaria similitud del
    Hombre con semejante status. Era una explicación similar a
    la de los filósofos, que llegaban a la necesidad como
    directriz universal eje de la cual era "el Ser" ("Ontos" le
    llamaron los griegos) y que Jesús identificó con el
    Dios revelado a Moisés.

    Como sabemos, la filosofía de
    Jesús fue transformada por Pablo (un hombre que ni
    siquiera fue su discípulo) en una religión
    quasi-iniciatica, a tono con la modalidad de la época, que
    como tal revirtió los valores originalmente dados por
    Jesús para integrar en cambio el antiguo principio
    elemental de logro y riqueza tal que signos de
    predilección de lo Alto; y aunque la "promoción de
    la pobreza" aparece en sus escritos, todos sus correligionarios y
    los dirigentes del post-paulismo, enfrascados en rivalidades
    mortales por este principio y por otros más, construyeron
    un mundo, a la disolución de Roma, fundado en principios
    tradicionales: premio o castigo después de la muerte en
    base a los logros o fracasos tenidos en vida considerando la vida
    humana como sempiterna, por lo que el mundo, su estructura y sus
    valores, eran obligados: habían sido dados por Dios. Era
    lo que Dios quería…

    La transmisión de valores del mundo
    antiguo al capitalismo de hoy día se dio, centralmente, a
    través de Pablo y su doctrina del "mundo en prueba", y
    quedaron inscritos en los pensadores que desde el siglo XVI
    tomaron por cuenta propia la explicación del mundo
    desdeñando, solo en la forma, la doctrina clerical. De
    hecho, y aparte de retirar a Dios de los procesos de
    creación y sostenimiento del mundo vía la
    autonomía evolucionista, se inventó toda una
    teoría paralela para cada uno por separado, de los
    procesos de la vida y de la realidad, de modo que se
    parcializó también el acceso al conocimiento, pero
    que de fondo común, le decía al propio Hombre, como
    comunidad, que era independiente, libre, casual, y sujeto de y a
    las leyes de la naturaleza: la ley del más
    fuerte
    . Esto se volvió el gran paradigma y
    prolegómeno de la cultura universal hasta hoy día:
    el Mundo se salvó a sí mismo. Retomó los
    valores concretos de su realidad material única haciendo
    caso omiso del subterfugio paulista de "la prueba", pero
    aceptando la evidencia ancestral de la consistencia inexpugnable
    del mundo para erigirlo en "el Valor" por excelencia. Accedemos
    hoy día, no solo gracias a eso, sino también a la
    irreductible elementalidad del pragmatismo, al pensamiento plano
    que define a nuestro universo como autónomo, resultado de
    un proceso único y aleatorio validado por sí mismo
    como única y última instancia: los valores
    materiales de aquí y ahora son los que cuentan. La
    religión, la ética, la estética resultan ser
    solo "valores relativos" de una instancia pragmática muy
    reducida, y por lo tanto, confinados al ámbito personal,
    íntimo, individual de cada sujeto. No se les niega
    tajantemente: pero no empatan con la "verdad de la ciencia", y
    por lo tanto, no son temas de validación
    científica. El mundo laico parece no haber tenido otra
    opción de conocimiento: quizá difícilmente
    la haya… Pero sí habría la
    consideración de partir al conocimiento, por lo menos,
    desde la evaluación holística del propio Hombre
    como su propio eje y objetivo, y no como se hace y se
    seguirá haciendo, evidentemente: el Hombre abstracto,
    generalización que no corresponde con el Ser humano
    integral de la realidad.

    Como seres racionales, nos sabemos finitos,
    limitados, y cabalmente materiales. Lo "espiritual" ha venido
    quedando poco a poco en el rincón de lo probable, lo no
    constatable ni evidente: en el espacio religioso. Pero sucede que
    ese comando y sus valores ya no rigen la motivación de
    nuestras vidas cotidianas hoy día, y ha venido a ser de
    lleno una instancia marginal dado que la valoración que se
    tiene actualmente de los principios religiosos es como la estima
    que se hace de la apreciación estética y de los
    grandes sentimientos humanos (amor, honestidad,
    solidaridad…): elementos de relación, más
    asociados a la conveniencia, al "adecuado" manejo, que al
    carácter emancipador que tienen para el Hombre como
    elementos de su integralidad. Y es que el Ser humano social
    promedio, dista mucho de ser plenamente racional: es un individuo
    formado a partir de mutilaciones mentales, condicionado,
    dirigido. Enajenado. Ni siquiera –puede decirse con
    certeza- se debe a sí mismo sino al cuerpo social que lo
    formó, en el cual vive, y el que a su vez lo justifica y
    explica. Un retorno al primitivo entorno social de la infancia
    humana, con el agravante de una conciencia personal rendida al
    alma colectiva por adopción. Una regresión,
    pues.

    Con esto presente, podemos explicarnos la
    promoción reciamente afincada de figuras de
    valoración cuyo resultado más inquietante es la
    deshumanización del Hombre contemporáneo, su
    atadura a las formas que acaban en sí mismas, con ninguna
    trascendencia porque no proyectan consumación alguna de
    valores superiores legítimamente humanos: dinero,
    éxito, escalamiento social; manejo "conveniente" de
    verdades y mentiras… Todas, instancias locales, de valor
    superfluo asociadas al sistema de vida de las personas sin
    referencia holística al Hombre… Y todos los
    miembros de la sociedad decididos a hacerse cargo de esas
    exigencias a título personal como modo de conformidad y
    acuerdo con los reclamos del orden imperante. El drama de todo
    este encuadre es que la civilización, en cualquiera de sus
    expresiones, no corresponde a lo que el Ser humano justamente es:
    un microcosmos plenamente compatible con la realidad material en
    otro encuadre, que es otra definición: Ser cumbre de la
    organización material, expresión de la capacidad y
    calidad de la materia organizada hasta tal nivel, que se expresa
    a sí misma como entidad autoconsciente.

    A cambio de esto, el orden actual ha
    decidido parcelar la personalidad del Ser humano, y con ello,
    exaltar su capacitación para el trabajo y su rendimiento
    como elementos centrales, relegando su raciocinio a "instancia
    intelectual" sin aplicación básica de ningún
    tipo a la lógica que debiera exhibir su praxis, instancia
    que se maneja independiente y libremente como expresión de
    pleno derecho de la conveniencia momentánea, local,
    puramente epicúrea.

    En el decurso de las civilizaciones,
    ¿en qué época fue el Hombre más
    racional, más íntegramente perteneciente a
    sí mismo? En ninguna. Nunca. Todas las edificaciones
    humanas han adolecido de irracionalidad respecto de su medio
    ambiente por su utilización indiscriminada como "recurso"
    gratuito a su disposición; de injusticia y desigualdad
    respecto de sus semejantes, enfatizando siempre diferencias
    estúpidas de carácter social y hasta racial; de
    brutalidad en relación a sus conveniencias
    políticas tenidas como el súmmum de sus
    aspiraciones; de ventajas y abusos en el entorno
    económico, erigido en el sancta-sanctorum de su
    desempeño; y de venalidad y autocomplacencia para sus
    propias pasiones exactamente en proporción opuesta a los
    más altos rangos de su exigencia ético-moral, que
    solo le ha servido para adornarse pomposamente pero con ninguna
    clase de compromiso cierto, lo que hace parecer, seriamente
    considerado, que el Ser humano prescinde de su inteligencia
    cuando se trata de abordar su propia actividad y su mundo,
    resultado de aquella.

    Si todos estos defectos han exhibido las
    culturas del Hombre a través de toda su historia,
    ¿qué podemos encontrar en nuestra moderna
    civilización de predominio tecnológico? Los mismos
    errores, solo que hoy día disimulados, entre otros
    argumentos, con la lisonja de los "derechos humanos" que no se
    cumplen nunca y, antes bien, han servido para promover
    desviaciones del orden natural respecto del mismo Hombre, y que
    proyectan al género humano, como un todo, al
    tobogán ciclónico de la autodestrucción, sin
    contar con los síntomas de la degradación que
    emparentan la actual cultura con las expresiones más
    obtusas de la decadencia.

    Y todo esto sigue siendo apego del Hombre a
    la apariencia del mundo material como divorciado de la
    lógica racional, como si esta realidad siguiera un orden
    distinto, una lógica independiente de la propia
    razón objetiva… ¡Lo cual resulta ser divorcio
    del Ser humano de sí mismo! En estos términos
    encontramos a los Estados nacionales, "cabezas" del desarrollo
    organizacional humano –como lo dijo Hobbes
    arrogándose el papel de divinidades que supervisan,
    controlan, suprimen y castigan: todos sus ciudadanos plegados a
    las disposiciones que esta suprema deidad dicta. Los cleros
    religiosos, por otra parte, reducidos al ámbito de mera
    referencia cultural, aún pelean su antigua
    primacía. Pero con todo ello, normalmente coinciden con el
    Estado para refrendar la idea del "Bien común".

    La sociedad misma, como entidad
    autónoma y depositaria de todo valor y derecho, ejerce su
    propia discrecionalidad rectriz para imponer sus reglas de
    permisibilidad y/o rechazo. En nuestro mundo multi-diverso, como
    antes en los sistemas de dominación esclavista, por la
    estratificación en clases o grupos sociales. La
    estratificación cumple, en este caso, un papel
    fundamental: los estratos desposeídos, con la
    asignación de echar a funcionar los procesos
    básicos, "sucios", de la producción y la
    distribución; y los poseedores, con el roll de "manejar",
    administrar y asignar las cuotas de la riqueza social.

    Para lo mismo, las reglas de
    imitación del estrato dominante por el resto de las clases
    en función de su distancia con el grupo en el poder: a
    mayor distancia, mayor permisibilidad y cierto (y limitado)
    cambio de valores. El bloqueo u objeción por un individuo
    o grupo de individuos de este principio puede provocar su
    extrañamiento y hasta el ostracismo, en casos extremos. Y
    justamente esta estratificación le da juego y cancha a la
    posible movilidad, sin lo cual el juego social humano
    dejaría de tener sentido y su propio "coto de caza". En
    esta misma progresión, la familia moderna, como
    célula social, es la encargada de modular la agenda de
    prohibiciones y aceptaciones, lo cual garantiza la
    continuación y reproducción del esquema
    socio-cultural y sus "valores" parcializados. En la medida en que
    ningún ciudadano puede o se atreve a remontar estas
    limitantes, en esa misma proporción seguirá atado
    al sistema, dependiente de él, apegado a él: el
    "filisteo" de Kierkegaard. Así que, en términos de
    permisibilidad, no es verdad que todo lo no prohibido esté
    permitido: el Estado, de suyo, tiene un orden interminable de
    prohibiciones que, como se dijo, refrenda su clero, todos sus
    santones y corifeos que hacen, frente a los ciudadanos, el papel
    de intérpretes o "exégetas" de la voluntad estatal
    de lo cual no se hace siempre cargo la sociedad porque esta tiene
    a su vez otras prohibiciones, y sus reprensiones suelen ser
    más violentas que las del propio Estado pero menos
    identificadas como represiones. De manera que toda permisibilidad
    se da casi siempre en tono marginal.

    En todo este complejo cuadro,
    ¿dónde entran, dónde están o
    dónde actúan los apegos? Y, ¿qué son?
    El apego es basalmente uno: identidad, rendición al medio
    social y su demanda de sumisión respecto de sus valores y
    expectativas, formas redondas de comportamiento;
    abrevación en sus fuentes y sostenimiento en y de todo
    ello. Es lo que hace al "Ser civilizado" de la sociedad, "Ser", y
    a todos los miembros en común comportarse "adecuada,
    prudente y convenientemente". Como "se debe". Como corresponde,
    como está dispuesto y entendido que se haga. Y no solo
    eso, sino también qué y cómo pensar. Esto es
    crucial, por lo cual el apego no es epidérmico: es
    profunda y esencialmente la parte que ha venido a conformar la
    mentalidad y la identidad de cada individuo en cada grupo social,
    y a nivel global, en cada país. Es toda la serie de
    consideraciones, de expectativas y de "valores" que le dan forma
    y sentido a cualquier ciudadano dándole exactamente un
    lugar en el seno comunal y reconocimiento a sus esfuerzos. Es el
    cúmulo de detalles pintados en la manera de pensar de
    cualquier individuo, de sus preferencias, de sus opiniones e
    intereses.

    ¿Qué inserto es ese, no
    expuesto pero, sin el cual, un individuo viene a ser una
    rémora, un extraño o un renegado? La
    sintetización de esto es el Ethos vivencial, y presenta en
    la vida diaria pequeñas variantes entre un individuo y
    otro de modo que parece encontrarse uno ante una diversidad que,
    bien vista, es solo apariencia. Hasta los delincuentes y los
    bandidos son partícipes de ese élan referente. Y la
    sociedad los reconoce como igualmente reconoce a sus
    políticos dirigentes y a sus usufructuarios, los
    "prohombres". Los únicos que no entran en ese juego son
    sus detractores serios: los revolucionarios y los disidentes
    renegados, los que renuncian a ella.

    Y el problema central en la comunión
    con el entorno social y político de cualquier sociedad es
    que esta se encuentra ordinariamente ajena respecto de su
    realidad material a la cual no acierta a identificar
    objetivamente. De hecho, la ciencia misma, escindida de su
    pertenencia original, la filosofía, ha contribuido
    grandemente a asentar la visión parcelada,
    analítica del mundo en el cual el Hombre se siente ajeno,
    solo "parte" a medias: el universo el mundo y la vida como
    entorno hostil, como "ámbito de conquista"… Una
    pretensión más que atrevida, estúpida. Y es
    que la vida, hoy día, va anclada al pragmatismo
    utilitario.

    Lo que queda de todo esto es otra duda en
    verdad seria: ¿por qué cambiar? Y, ¿para
    qué cambiar? ¿Para qué "des-apegarse" de los
    cartabones ordinarios de la vida en sociedad?

    Basalmente, porque el mundo en que vivimos
    es un producto estrictamente lineal del teorema darwiniano
    aderezado con las terribles teorías del "laissez-faire" y
    del desarrollo plano como lo propusieron Rousseau, Hobbes y A.
    Smith según lo cual la vida, la presencia
    multigenérica de seres vivos y la organización del
    universo son, todas, fortuitas, cabalmente intrascendentes y que
    a fortiori verán su oclusión en una perspectiva
    más o menos distante (para las proporciones humanas) sin
    mayor contenido que solo la casualidad ciega del
    cosmos.

    Ante una mística tan materialista
    del entorno existencial, por supuesto que se justifica y explica
    la actitud desencantada, profundamente hedonística,
    pragmatista a ultranza y hasta nihilista de una visión
    arrogante del mundo que se siente exclusiva: de hecho, esas
    mismas corrientes de pensamiento (pragmatismo, hedonismo,
    pesimismo, nihilismo) son producto explicado del propio sistema y
    parte de él. Por esa misma razón la antigüedad
    vio ya emerger escuelas como la de los Cínicos, la de
    Epicuro y algunas más: también ellos, a la
    caída de sus dioses, quedaron sin el "Telos" de la
    existencia, sujetos a la viabilidad inmediata de lo tangible como
    entidad sin contenido, en un mundo en el que todo se vale porque
    todo es posible: la ley del más fuerte y la sobrevivencia
    del más apto como paradigma rector de lo posible…
    La organización social y política solo como ardid
    para darle cordura convencional y dirección a un
    movimiento y un proceso humano que inevitablemente compite para
    imponerse, sin más razón que su propio impulso
    endógeno.

    Sea que se tenga una visión como la
    budista, o que se persiga un propósito justipreciativo
    como el propuesto por Jesús de Nazaret, o que tan solo se
    tenga un valor de la vida como de algo que merece una
    orientación racional y congruente en función del
    Hombre porque este, como Ser pensante, amerita la
    justipreciación de su propia razón (sin incluir
    entidades "espirituales" o de otra índole –como lo
    fueron los dioses en su oportunidad, o como empiezan a ser "los
    extraterrestres"-) como expresión suprema de la conciencia
    material, entonces habrá que estar al tanto de los vicios
    distorsionadores del orden que nos ha tocado vivir y que dan al
    traste con las necesidades humanas de ascenso a nombre de una
    animalidad que purga la existencia de toda aspiración real
    y trastorna la propia salud física y mental del propio
    Hombre a la par que banaliza sus expectativas para encadenarlo a
    las disponibilidades que otorga el dinero, a las frustrantes
    experiencias amorosas fugaces y multimodales, y a la alienante
    experiencia de una vida social y política de orden y pompa
    sin contenido, de carácter puramente temporal,
    convencional y local: terminal en sí misma. Pensemos,
    pues.

    BIBLIOGRAFÍA.-

    La Estructura del Mal. Ernest Becker.-
    Fondo de Cultura Económica. México, 1980

    La Incógnita del Hombre. Alexis
    Carrel.- Fondo de Cultura Económica. México,
    1980

    Así Hablaba Zaratustra. Federico
    Nietzsche.- Ed. Edimat, Madrid, 1997

    Buda. Maurice Percheron.- Ed. Salvat,
    Barcelona, 1985

    El Eclipse de la Muerte. Alexis Carrel.-
    Fondo de Cultura Económica, México, l977

    La Lucha Contra el Mal. Ernest Becker.-
    Fondo de Cultura Económica, México, l980

    ¿Qué es el Hombre? Martin
    Buber.- Fondo de Cultura Económica, México,
    1983

    El Sacrificio Inútil. Jean
    Dubignaud.- Fondo de Cultura Económica, México,
    1977

     

     

    Autor:

    Francisco Munguia

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