Prólogo, reseñas y ensayos escritos acerca de Atormentado de sentido
- El sentido de
atormentarse - Los tormentos del
sentido (poco) común - Al lado del camino,
Ronel saluda a Fito - Ronel
González Sánchez y la
metadécima
5. Ronel
González Sánchez: un poeta atormentado de
sentido por el Big Bang de la
metaescritura
Atormentado de sentido; para una hermenéutica
de la metadécima. / Pról. Roberto Manzano. –
Las Tunas, Ed. Sanlope, 2007. – 133 p. (Col.
Iberoamericana).
Premio Iberoamericano de la Décima
Cucalambé 2006.
Jurado: Roberto Manzano,
Alex Pausides,
Enrique Sainz.
El sentido de
atormentarse
(Prólogo al libro Atormentado
de sentido; Para una hermenéutica
de la metadécima (Las
Tunas, Ed. Sanlope, 2007)
Por: Roberto Manzano.
Poeta y ensayista.
Muestra hoy un panorama interesante la poesía
cubana. Como no hay una tendencia poética que sea
dueña absoluta del campo, se ven con mayor nitidez todas
las posibilidades artísticas.
De todos modos, es inherente a las tendencias querer
tomar el poder cultural y ejercer su tiranía más
abarcadora. El campo poético se está reorganizando
hoy para la lucha, ante los vacíos de poder
estético.
Los poetas más belicosos de los ochenta, que no
traían giros formales profundos (prefirieron seguir
fraseando sus renglones como los coloquialista), sino un nuevo
sentido estimativo de la realidad social, se vertebraron
profusamente para la lidia.
Pero los noventa, en la misma medida en que la
década avanzaba, fueron apareciendo y acumulando una
actitud de baja pertenencia grupal, apenas enlazados por alguna
que otra opción estilística.
Ya hoy tienen acumulada una obra significativa muchos de
ellos, y han descubierto sus propias fuerzas, y han calibrado la
necesidad de librar las batallas estéticas pertinentes.
Intuyen que si no las dan, quedarán sumergidos en el
campo.
Como no hay crítica de poesía en Cuba,
todo puede suceder, y sucede. Y los poetas saben que uno tiene
dos deberes en cuanto artista: primero, crear, crear, crear;
luego, gestionar lo creado, para que se incorpore realmente al
mundo que vivimos.
Si hubiera crítica verdadera, de la buena, el
riesgo sería menor, pues habría un ojo agudo y
honrado juzgando los empeños, acomodando las miradas,
preparando los deslindes, alzando las
jerarquías.
Pero la que hay, la escasa que hay, está bajo
sospecha: es saludo de amigos, de compañeros de
generación, de cofrades estéticos, de anotadores
emergentes de los nuevos postulados.
Y aquellos que muchos consideran críticos de
poesía, que se pueden contar con los dedos, no lo son en
buen castellano, sino investigadores atentos de lo ya sancionado,
que tienen sus parcelas de gusto y sus nóminas
inamovibles.
Y ya los poetas han aprendido mucho, no sólo de
literatura, de lo que es obligatorio saber hasta lo infinito,
sino de la vida literaria, que es saber de vida o muerte, pues si
no se tienen los ojos abiertos puede perderse íntegramente
una vocación.
Siempre fue la propia creación material
ineludible de escritura, pero hoy, dadas estas circunstancias
dramáticas del entorno social de la expresión, la
literatura se mira el ombligo con suma frecuencia. Ya no basta
intuir y cantar, sino que hay que saber para empujar la
intuición hacia delante.
Y ciertos teóricos literarios, o de la cultura en
sentido general, parecen proveer el pensamiento que muchos poetas
no son capaces de generar en la modelación de su propio
mundo, con lo que la carreta ha adelantado a los
bueyes.
Los poetas legítimos pueden apoyarse en ese
humus, por supuesto, y es muy productivo hacerlo, peor las
demandas pujantes de su mundo interior les dictan profusamente
las coordenadas de su ideología
estética.
Ha de decirse otra peculiaridad de nuestro entorno
poético, y es cómo se han teñido
axiológicamente determinados instrumentos, castrando la
mirada y creando espejismos que impiden valorar con
justicia.
En toda buena aula de poesía (que es necesario
que también las haya, es obvio) se sabe que existen el
verso pautado, el verso libre, el fraseo, la prosa
poética, la línea textual donde ya reina lo
reconstructivo y lo llamado experimental…
Y algunos confunden esto con un vector de progreso
artístico. Es como si de una modalidad a otra se fuese
siendo más poeta, más moderno, más
genuinamente explorador.
Hay conciencias estéticas, sobre todo en aquellas
en que la farándula desempeña un papel importante,
y en las que ese simulacro del arte que es ese tipo de vida
constituye un espacio altamente legitimador, en las que una
décima o un soneto pueden ser vistos como entes retrasados
y abominables.
Sin embargo, hemos de decirlo con rapidez, porque tiene
que ver con el libro que hoy prologamos, ahora mismo en Cuba una
de las áreas poéticas de mayor exploración
estética es precisamente la del verso pautado, y
específicamente la del soneto y la
décima.
Claro está, no es la única, pero es una de
las más audaces. Los supuestos poetas de vanguardia no se
enteran, ni tampoco los supuestos críticos. Y los poetas
que ejercen con tanta creatividad y sabiduría esas
rupturas dentro de la tradición se ven obligados a ser
declarativos.
A veces los textos, por esta impronta de la vida
literaria sobre la escritura, se despliegan
estilísticamente como manifiestos, que constituyen una
forma genérica de lo literario que necesita un mayor
acercamiento teórico.
Y en lugar de crear ya, de inmediato, con la nueva
actitud un producto cuajado espiritualmente que sirva para
preguntar con hondura en el destino humano tanto desde el punto
individual como colectivo, se insiste en una declaración
que intenta dialogar con los otros estéticos.
Son batallas que hay que dar, y algunos libros cumplen
esa función. Aunque las batallas definitivas sólo
las vencen los libros en que lo artístico tendencioso
está en el mismo hueso, como una médula ardiente e
invasora.
El libro que tiene el lector en sus manos está
escrito con la pasión del que se encuentra consciente de
su nueva estimativa del arte y del mundo. Dialoga ferozmente con
todos, pero sobre todo con los artistas, con la gestualidad del
que quiere instalar una luz entre los ciegos.
Sabe que funda un camino, y que amalgama sendas, y que
ausculta frentes. Y desplaza los léxicos, reajusta los
sentidos, acoge los más lejanos utensilios textuales,
salta sobre muchas vallas, acopia facetas como el ojo
múltiple de la mosca.
A veces es demasiado vertiginosa su elocución, o
la plasticidad se deforma y aneblina bajo el edificio reciamente
intelectivo. Pero nunca falta la fluidez del pensamiento, la
energía del que convoca un nuevo púlpito, el juego
sorprendente de las palabras.
El dominio de la décima es absoluto: las formas
están convertidas en segunda naturaleza, que es lo que se
llama maestría. Y todos los planos del lenguaje, dentro de
esa estructura proteica, se enderezan hacia nuevos ángulos
de exploración artística.
Ronel González es ya conocido entre nosotros por
una abundante producción, de calidad creciente y
renovadora. Con este libro añade una nueva cota a esa
producción, y ofrece un servicio artístico
indudable a la tradición, al entrar a ella con absoluto
desembarazo.
¿Quién dijo que la décima
está reñida con la complejidad de la psiquis
contemporánea? He aquí una propuesta de
representación de nuestros oscuros entresijos, de nuestros
volteos interiores, de nuestras proyecciones más oscuras,
regurgitadas por la sacudida de un mundo en crisis.
La actitud estética presente en este libro ya
tiene cultores de mérito, y está alcanzando a lo
largo del país notables resultados. Él se inscribe
con todo derecho como una de sus piezas más
representativas. Bien sé que tú, amigo lector, lo
apreciarás en su justa medida.
El Canal, diciembre de 2006
Roberto Francisco Manzano Díaz
(Ciego de Ávila, 1949). Poeta y crítico.
Máster en Cultura Latinoamericana. Profesor Auxiliar.
Autor, entre otros, de Synergos (Premio Nicolás
Guillén 2005), Canto a la sabana (1983), Mito
y texto de José Martí (1996), Tablillas de
barro II (2000), La estrella y el racimo
(Décima, Premio 26 de Julio 1993, 2002).
Los tormentos del
sentido (poco) común
Por: Pedro Péglez
González.
Poeta, periodista e
historietista.
En un primer acercamiento a este libro, algún
lector interesado y honesto, pero poco versado en los actuales
meandros del caudaloso río decimístico cubano,
podrá ser presa del desconcierto. Alguno, inclinado
más a la superficie de las corrientes fluviales y no a los
fondos que laten aún bajo las turbulencias,
recogerá con desenfado el manto olímpico para
calificarlo de hiperbólico y justificar el abandono de sus
páginas. Y habrá, a no dudarlo -ya estamos a ello
acostumbrados- quien encuentre asideros para persistir en su
faena de execración y denuesto.
No hay que temer a ello, ni evadir el riesgo.
Digámoslo sin ambages: Atormentado de sentido. Para
una hermenéutica de la metadécima es un
poemario difícil, como corresponde a un asunto sumamente
complejo, cuya abundancia de sinuosidades revela, precisamente,
la contemporánea magnitud de sus alcances: los
desafíos del actual momento de la poesía cubana
escrita en estrofas de diez versos.
El volumen (136 pp.) fue publicado en el 2007 por la
Editorial Sanlope -en una cuidada edición a cargo de un
equipo encabezado por Alberto Garrido- a resultas de haber
recibido el Premio Iberoamericano Cucalambé en su
séptima edición (2006), por decisión de un
jurado compuesto por Roberto Manzano, Alex Pausides y Enrique
Saiz. Su autor, Ronel González Sánchez (Cacocum,
Holguín, 1971) -además de poeta, escritor para
niños e investigador- , es suficientemente conocido por su
temprana irrupción en la vida literaria de la
nación, entrada tras la cual ha cosechado una notable
nómina y una abundante sucesión de títulos
puestos en papel y tinta.
No me detengo, pues, en lo sabido, y tampoco soy yo
quien va a reiterar las excelencias en forma y contenido ya
justipreciadas por un tribunal de reconocido
prestigio.
Lo que me interesa es lo que
Atormentado… aporta al caudal. Poemario que juega
—las más de las veces con guiño
irónico, en ocasiones no fácilmente
perceptible— con los patrimonios discursivos del ensayo,
aparece cuando el proceso de revitalización de la estrofa
iniciado a fines de los 80 y alzado a cotas significativas en la
segunda mitad de los 90 y el primer lustro del nuevo milenio,
comienza a acusar una recurrencia sospechosa de retoricismo que
abusa de los procederes escriturales de la dominante cultural de
la posmodernidad, en detrimento del temblor humano deseable en la
expresión poética más perdurable. Un
fenómeno, entre otras causales, prohijado por el desvelo
de los escritores de décimas en borrar las virtuales
distancias entre las estructuras "abiertas" del verso libre y las
estructuras "cerradas" tradicionales. Aguas limpias que trajeron
estos lodos.
En ese sentido, Atormentado…, tras la
primera mitad del conjunto -que aborda tópicos de corte
existencial, ontológico y sociológico ya antes
tratados, aquí por supuesto con personalísima
proyección- emprende desde el mediodía de sus
páginas, y hasta el final, un "empeño intelectivo"-
como tal lo calificó el propio Ronel en reciente
entrevista por evidenciar peligros ("también el arte se
ahoga entre superlativos", apunta en el título de uno de
sus poemas) y desde las propias entretelas discursivas de tales
riesgos, demandar un cambio estético para que el
inmarcesible/ paraninfo escritural/ más que exceso de
lo real/ sea carne de lo invisible.
Con su acostumbrado acierto, Roberto Manzano, en el
prólogo, llama la atención sobre un ángulo
de este empeño, después de calificar como una de
las más audaces la exploración estética que
ocurre hoy día en la décima cubana: "los supuestos
poetas de vanguardia no se enteran, ni tampoco los supuestos
críticos. Y los poetas que ejercen con tanta creatividad y
sabiduría esas rupturas dentro de la tradición se
ven obligados a ser declarativos". Pero "hay más
allá -para decirlo con palabras de César
López en otro prólogo de otro libro merecedor del
mismo premio-: este decimario de Ronel, a un tiempo "declara"
hacia afuera, hacia ¿inconsciente? e imperdonable
desconocimiento de las ganancias considerables que para la
poesía del país han obrado los cultivadores de la
estrofa y "declara" dentro los escollos que debe sortear el ya
vigoroso movimiento decimístico cubano para no
anquilosarse: Pero renombrar lo escrito/ por la
tradición vehemente/ significativamente/ implica anular el
mito,/ elidir el monolito/ verbal y fosilizado./Lo que puede ser
nombrado/ con palabras y abolir/ la sospecha de existir/
deberá ser renombrado.
Atormentado de sentido. Para una hermenéutica
de la metadécima, pues, opera como una vuelta de
tuerca para que acabe de estallar lo pernicioso del dispositivo
en marcha. Y, desde la plena demostración de saber
esgrimir incluso esas armas que ya apuntan a la decadencia, una
interesante y necesaria convocatoria artística:
Novedad: yo te conmino / a que te
resemantices.
Periódico Trabajadores, La
Habana, 5 de mayo de 2008.
Cubaliteraria, 04 de julio de
2008
http://www.cubaliteraria.com/articulo.php?idarticulo=8710&idseccion=31
Pedro Péglez González (Jesús
del Monte, Ciudad de La Habana, 1945). Nombre profesional de
Pedro Julio González Viera. Poeta, periodista e
historietista. Autor, entre otros, de (In)vocación por
el paria (2001) y Cántaro inverso (2005),
ambos Premio Iberoamericano Cucalambé 2000 y
2004.
Al lado del
camino, Ronel saluda a Fito
Por: Rolando Bellido Aguilera
Ensayista, poeta, narrador.
Me gusta estar al lado del
camino
fumando el humo mientras todo
pasa
Me gusta abrir los ojos y estar
vivo
Tener que vérmelas con la
resaca.
Fito Páez,
Al lado del camino.
1.
Acabo de leer, gustar, degustar y disgustarme con
Atormentado de sentido. Para una hermenéutica de la
metadécima, de Ronel González Sánchez,
Premio Iberoamericano Cucalambé-2006, que por un
modestísimo precio, la Editorial Sanlope, de Las
Tunas, ofrece a los lectores cubanos desde el primer semestre de
2007.
Ya desde la misma dedicatoria se vislumbran los
ríos postmodernos, los juegos intertextuales y la ansiedad
por superar los límites, romper los géneros y
acceder a los campos de la hybris. El libro cuenta con
un prólogo preciso de uno de los poetas más
profundamente cultos y, al mismo tiempo, intensamente humanos de
la ínsula (Roberto Manzano, que también
presidió el Jurado que premió este cuaderno de
décimas, textos, meta, para y paja textos), en el cual se
nos avisa que dentro del panorama de la poesía cubana
actual no hay una tendencia poética que sea
dueña absoluta del campo. (p. 7) y que la
situación se hace mucho más inciertamente compleja
debido a que no hay crítica de poesía en
Cuba, afirmación esta última demasiado
categórica, pero entendible en el sentido en que la
expresa Manzano: advertir sobre la importancia cardinal de la
crítica, sobre todo cuando se realiza con un ojo agudo
y honrado que juzga, acomoda, deslinda y jerarquiza. (p.
8)
Que la farándula poética puede ser
importante, pero que no es lo funda-mental, es uno de los
principales aprendizajes que encierra el prólogo de
Manzano. Vivir en ese espectacular mundo puede ser, y es en
múltiples ocasiones, un simulacro, en tanto que la
poesía y el poeta verdaderos, o esenciales, no necesitan
de candilejas y artificios socio faranduleros.
Pero, como el libro invita y hasta desafía a que
se entre en las heredades de la desmesura y hasta de la
insolencia, no le bastó al autor con un solo
prólogo y, en consecuencia, procedió también
a auto prologarse, para hacernos creer que en él la
creación del poema nace siempre de una ardua
preparación artillera, cultural y teórica, de una
fundamentación, primero, y de la expresión de un
hallazgo, después. Rigor de los rigores, poeta de pulidos
marfiles, por una parte, y, al mismo tiempo, de concretas
participaciones, por la otra. Un atormentado en múltiples
dimensiones y sentidos, consciente de que la literatura exige
muchísimo más que candilejas y
cosméticos.
Formula de entrada lo que debería demostrar: que
la décima pervive en sí misma, en las resistentes
honduras, y en los esplendorosos hallazgos de sus creadores. Que
se salva y se impone, por sobre apologías y calumnias
porque, como en la socorrida cita de Joyce, emerge de profundas
aguas vitales. Pero, de tanto cavar en los cimientos, en
ocasiones Ronel se atraganta por exceso de terminologías.
Por lo general, sale airoso de las encrucijadas contextuales e
históricas, no solo por su experimentado y fecundo oficio,
sino más que nada por su pasión de servicio y su
vocación de diálogo. Pertenece al selecto grupo de
los que solo son deshacedores después de haber aprendido
prolijamente a hacer, pero, se vuelve insoportable cuando se pone
dostoievscano y puntillosamente epistemológico, como en
las prescindibles (debió aclararlo en el auto
prólogo) décimas tituladas Hermetismo
susprasensorial, Anagnorisis y Conceptos por
transcodificar, entre algunas otras. Su excesiva
pasión por acecinar (salar y secar los poemas al humo y al
aire) ocasiona o produce décimas muy enjutas de
poesía.
Se trata de algunos poemas demasiado ahumados por las
aún no superadas incertidumbres postmodernas. Los
extremos, como ya se sabe, se encuentran y saludan, y en el
abrazo se confunden, así, algunas de las más
repetidas dudas terminan por volverse certezas, y excesivas
irreverencias se vuelven en otras partes solemnidades: Voz
que clama en el desierto / la traición de lo solemne.
(p. 99) Por estas sendas, aparecen sus poemas más
arrugados e infelices. Ronel ha buscado lo perfecto formal, lo
indiscutible, ciñéndose a contenidos inapelables y,
así, resta a su libro con una sucesión de
intemperies que bien debieron ser tachadas por innecesarias
en un poeta que ha sabido encontrar muchísimas veces
el Todo: /El hombre se resiste a la inocencia / porque su
vanidad lo ha vuelto crítico. (p. 122) Y honradamente
críticos hemos de ser: estas inconsecuencias son, como
él mismo dice: inútiles parodias o
inconscientes escolios. (p. 103) Ronel lo sabe, y lo
repite más de una vez: Sometido a su intelecto / el
poietés desfallece / (p. 113)
2.
Habrá que declararse
incompetente
en todas las materias del
mercado
Habrá que declararse un
inocente
o habrá que ser abyecto y
desalmado.
Fito Páez,
Al lado del camino.
Poeta de la isla y del mundo, Ronel alcanza la
universalidad, siempre, desde los temas telúricamente
insulares, y no siempre, desde los aparentemente más
universales. Su viaje esencial es el de regreso, el eterno
retorno a las raíces. Este poeta no parte. No se deslumbra
ante las velas peregrinas y es leal a su literatura, a sus
circunstancias y a su gente, hasta el tuétano leal y
sincero, y no por ello, o por ello mismo, deja de dar
también sus legítimos traspiés, como un
animal utópico, según confiesa: Mi mal /
es duro porque, al final, / siempre regreso a mi cueva / y pido a
Dios que no llueva / bajo el cielo nacional. (p. 55), de su
poema Al partir, que simple y sencillamente es luminoso
desde todo punto de vista.
Poco después, una de sus más radicales y
convincentes descargas, su discurso contra la guerra, contra
todas, las con y las sin pretextos, pues Para la guerra
siempre hay un motivo y, según concordamos,
Podrá cambiar la guerra el universo, / pero no
sanará ciertas heridas. / (p. 68) Su originalidad es
ceñidamente consciente, fruto de extensos y profundos
aprendizajes. Ante las bifurcaciones e incertezas de la compleja
contemporaneidad, Ronel se alza con las más saludables
fuerzas de la tradición y con identidad y cambio, arma
prolijamente una obra de enjundiosa cultura.
Su énfasis a favor del verso pautado se comprende
y apoya como contraposición a los falsos escarceos y
excesivos ruidos versilibristas del seudo sector
postmoderno. Solo como énfasis es legítimo, pero
nunca como extremo ni, mucho menos como extremismo. Lo
poético es correr el riesgo pero con sumo cuidado para no
caer en deslumbramientos artificiales y artificiosos. Como
reflexiona Heidegger, en "Hölderin y la esencia de la
poesía": Pero ¿puede ser instaurado lo
permanente? ¿No es ya lo siempre existente? ¡No!
Precisamente lo que permanece debe ser detenido contra la
corriente, lo sencillo debe arrancarse de lo complicado, la
medida debe anteponerse a lo desmedido. En este libro, Ronel
corre valientemente grandes riesgos y, por supuesto,
también cae en teatralidades y pirotecnias.
Es legítimo, entonces, sospechar sinceramente de
Ronel, de sus prolijas citas, de sus a veces excesivas
intertextualidades. Se debe ser crítico con honestidad
meridiana. Encontrar más allá del esplendor
autoritario y de las cultísimas referencias, el grano. Y
el grano en su obra se encuentra abundante, a pesar de tantos Mc
Cullers, Heidegger, Poes, Schopenhauer, Holderlín, Zeneas,
Nervos, Lezamas…, que no siempre dan el tono justo, es decir,
que no siempre se corresponden con, ni amparan, los poemas que
les siguen.
Es necesario, es hasta muy bueno, tener dudas. Lo malo
es ser vencido por ellas: en algún aposento
intelectivo / alguien siempre es vencido por las dudas. (p.
125) y, entonces, vienen las sobredosis más evidentes de
irracionalismo snob, de hermetismos banales y de alambiquismos
conceptuales. No obstante, en la mayor parte del libro, en ramas
como La libertad del suicida, Historia de
cruzados y Materia cognoscente (dedicada esta
última a José Luis Serrano, poeta de iguales
profundidades pero menores hermetismos, y escrita en su misma
cuerda o estro). Las preguntas, ceñidas y fértiles,
hábilmente repartidas por todo el poemario, resultan mucho
más poéticamente productivas que algunas
categóricas y hasta transcendentales afirmaciones, casi
autoritarias, que se le escapan, como, por ejemplo: La
existencia es una farsa / agnóstica. Pura niebla. (p.
30)
En la mayor parte de las décimas, unas
octosílabas y otras endecasílabas, en estrofas y en
bloque, y de las más diversas y originales maneras,
está demostrada la amplísima cultura y, al mismo
tiempo, la honda sensibilidad humana del poeta. No obstante, a
veces se excede en el uso de fuegos artificiales que pasan a ser
un despilfarro cuando, en una misma estrofa o acto, se disparan
agnosias, didascalias, dicterios, facistoles,
beatíficos, falsarios y devocionarios. Por estos
excesos, en algunos poemas se descubren las costuras y el
antinatural fraguado, que se deben a la falta de espontaneidad,
la cual se ha suplido con búsquedas excesivas,
artificiosas, no legales, enciclopédicas. Un ejemplo:
Morirás, pero no todo / habrá acabado.
Incorpóreo / volverás a un tiempo
ecuóreo / como el amnios. Serás lodo
/ teorético. "Grosso modo": / reo de la lasitud /
entrarás a un ataúd / insenescente,
inconsútil, / pero jamás será
inútil / prolongar tu juventud. (p. 34. Por esta
única vez, los subrayados en negritas son del
crítico, RBA)
Ronel González tiene que elegir, no le sirve ser
ecléctico en la tradición europea, más le
aporta ser electivo en la tradición insular. Tampoco le
sirven sus relaciones de índices bibliográficos ni
sus listas referativas, con las cuales arma más
de un poema frío, no natural, no propio del calor humano y
de la espontaneidad y fuerza creadora con que le nacen los otros.
Tiene que terminar en calma los análisis, para no
indigestarse, para poder expresar poéticamente su
diálogo con los dioses y con la esencia de las cosas.
Cuando disecciona el Apocalipsis, falla; triunfa cada vez que su
síntesis se transforma en poesía, en
instauración de la historia. Véase, por ejemplo,
Los viejos mitos, donde enumera lecturas y problemas,
simplemente. Estos pretendidos escudos meta literarios y las
reiteradas incertidumbres (no por incertidumbres, sino por
reiteradas) se notan como parches nuevos en tejidos viejos. De
esta forma, se producen sus más acrobáticos
fracasos. Fracasa como poeta cuando confunde sociologismo con
poesía y, también, cuando intenta ser
teórico y exégeta de su propia obra. V. Gr.:
Fundar sobre la arena movediza.
El investigador Ronel sí saca provecho de las
estructuras ausentes, de Eco, las condiciones
postmodernas, de Lyotard, y los estructuralismos de Levy-Straus,
por solo mencionar algunas de las ladrillosas edificaciones (que
usa como condimentos) superfluas porque no las necesita ni las
aprovecha el poeta Ronel que conocimos y conoceremos, no solo en
textos anteriores y futuros, sino en este mismo. Cuando se le
encorva la estatura, por el peso de tantos bloques
teóricos, cae en preguntas retóricas y copiadas,
como estas: ¿Lo ausente contradice el sensitivo /
fragmento de raíz sobreabundante? / Hay algo cierto que no
sea flagrante / summa, derivación, logos,
motivo?/ (p. 129) Bueno, ni entomólogo, ni anatomista
ni terapeuta es el poeta. Lo que es, no lo sabemos; pero
sí lo que no es.
El poeta tiene siempre algo que ofrecer. El poeta es el
creador, el demiurgo. Ronel lo es en muchos de sus poemas,
incluso, en muchas de sus preguntas. Pero no lo es cuando la duda
le mueve el piso. El poeta ha sido monstruoso en todas las
épocas y, también, luminosamente bueno. Poeta es el
que logra alzar su verso, y alzarse a sí mismo por encima
de realidades, ficciones, olas y volcanes. Maldad y bondad forman
la unidad contradictoria de lo humano. No basta con plantear las
dicotomías cerebro–corazón, parte-todo,
efímero-eterno, identidad-cambio… No basta: hay que
superarlas a verso limpio.
Algunas redundancias, casi disparates, que se le escapan
por el rebuscamiento lexicográfico: Mi madre
despreciaba lo rahez. Si aceptamos que rahez es lo
despreciable, queda en evidencia el dislate. Más adelante
escribe: las sajaduras de la luz infernal en la ceniza
andrófoba, donde los imperativos de la rima provocan
las evidentes imprecisiones en el uso de las palabras, pues de la
misma manera que un barco navega, no corre; y una
bandera ondea, no flota; y un asno rebuzna, no
relincha; las libertades poéticas no justifican eso de que
la luz, ni siquiera la infernal, corte, ni siquiera a la
ceniza y, mucho menos, que ésta adopte posiciones
androfóbicas. O, en otras décimas, encontremos un
río que se disuelve.
Con semejantes desenfrenos de verborrea, Ronel no hace
otra cosa que demostrar su condición humana. No es
perfecto ni divino, sobre todo por permitir que se deslicen hasta
sus poemas pleuras, amnios, arterias, médulas y sustancias
que le quedan mucho mejor en sus interludios meta poéticos
(espacios a los que con más naturalidad corresponden).
Porque, si bien es legítimo apropiarse de todo lo
apropiable, no lo es /acusar de plagiario al que te
observa / diseccionar tus frases en conserva/ (p.
65)
Ese pesado fardo, ese exceso referencial, angustia al
poeta de tal modo que, en más de un poema le contamina
explícitamente desde los mismos títulos: El
abuso de la literatura y La angustia de las
intertextualidades, por ejemplo, o el mismo nombre
seleccionado para todo el libro: Atormentado de sentido,
que es, otra vez, cita. Estas desmesuras culturológicas o
parapoéticas y sus afanes auto justificativos hacen agua,
sobre todo en las décimas ensayísticas, por
rebuscadas y laberínticas, donde en lugar de explicar,
complican, al confundir la difícil sencillez con el
fácil esoterismo. Tómese como ejemplo la
Introducción, en la Diatriba contra la
décima. Ensayo de reinterpretación (p. 77). En
esta parte se ve claramente que Ronel incorpora algunas
décimas con argucias y veleidades a los
cauces misérrimos de la estrofa (p. 78) y, por
consiguiente, en sus peores pasos, también contribuye a
multiplicar el coro ahogado de preceptivas. (p.
78)
En el libro editado, las palabras urdir, aquelarre,
ontología (ontológico, ontogénico…),
ente, metatexto (metaliteratura, metaescritura…) y
episteme (epistema, epistemología…) se llegan a
convertir en tic de tanto repetirse y conjugarse. Por otra parte,
el exceso de términos inventados, o tan rebuscados que
casi son lo mismo, termina por desconcertar y hasta mortificar al
lector (y esto puede ser legítimo, y parece que es uno de
los objetivos que se propuso Ronel), pero por el excesivo uso de
los mismos, por su abuso, cansan: antropocinismo,
gnosivo, literaturicidio¸ posludio, ambulacro,
desoccidentalizado, grafomanía, yoidad,
asinartético, indianismo, modernólatras,
neotransmutacionismo, desretorizable y preposterarle, entre
otros.
Las cuatro verdades que a otros les canta Ronel
(siboneyistas y naboríes) son válidas contra
él mismo. Su estro en ocasiones se vuelve dogma
y, como en todo credo, le traiciona. Si sus críticas a los
excesos de emoción, en otros, son válidas,
también deberá aceptar como válidos estos
amistosos señalamientos a sus excesos racionalistas y de
preceptiva, a sus desenfrenos intelectualistas. Ahora bien,
reconozco que muy por encima de estos lunares está su
originalidad, sus inventivas, su espíritu renovador, su
profunda cultura poética y vital, sus discursos
desprejuiciados y su aliento participativo.
3. DIÁLOGO:
Bellido: Ronel, buscas por los caminos más
difíciles, sin miedo por las zarzas y guijarros, en el
intento por devolver a la métrica su plenitud
irradiante. (p. 80) En ese rumbo superas las incertidumbres
y te alzas victorioso, con afirmaciones poéticamente
logradas: la praxis en soledad no es rito
valedero. (…) /Sólo entelequias ven lo
pitagórico / como una plenitud de lo teórico / y no
como una cancela del lenguaje / (p. 126) Tus triunfos contra
el ente empírico son por amplia mayoría,
aunque sepamos que las votaciones, incluso las unánimes,
bien poco tienen que hacer en el mundo de las artes. Tú
vences, sobre todo cuando no sustentas un efluvio en la
destreza del artesano. (p. 127) y no vences, cuando te
atragantas con preocupaciones bibliotecarias y
arqueologías desconcertantes y paralizantes: /
¿Para qué tanta histeria y para qué /
atarse al banco de la erudición? (p. 128) En el
libro, has pecado de fysis y polihidramnios. Por ello te
someto a una amniocentesis en pro de la salud
poética.
Ronel: Mira, Bellido, en este punto ya el
lector bosteza. El proemio lo aburre (no hay prefacio que no
derive en fraude.) Soy reacio a preludios cifrados con destreza
(o sin ella). Me mueve la certeza de que no en todo afán
versolibrista encarna la poiesis. "Fetichista de la rima y el
metro", con cinismo me niego a disfrazar el "vanguardismo", con
la teatralidad postmodernista. (p. 12)
Bellido: No todos los poemas son desbordes de
guarismos, ni todos los críticos somos reos de la
alquimia. Tu obra es eximia, Ronel, y por ello mismo no te
la saludo con eufemismos, sino con el ejercicio del criterio
riguroso y sincero. En todas las décimas que te brotan del
alma (corazón, a estas alturas, resultaría
insoportable) susurran las esferas. (p. 132) Es que, en
ti, predomina el alma, que tanto tiene que ver con la
ética, y con la estética, más o menos la
misma cosa en la Antigua Grecia: y morirá(s)
por ella, aunque (te) cueste / abjurar de sus
hábitos gnosivos. (p. 132) Con poetas como tú
podremos recuperar el esplendor de los comienzos (p.
133), si te curas de los excesos de líquido
amniótico.
4. Final
Tendré que hacer lo que es y no
debido
Tendré que hacer el bien y
hacer el daño
No olvides que el perdón es lo
divino
Y errar a veces suele ser
humano.
Fito Páez,
Al lado del camino.
No obstante los advertimientos ponzoñosos que
este crítico le hace, Ronel sabe acercarse desnudo al
que le nombra y, también, que un árbol
retorcido no da sombra (p. 66). Es que, como él mismo
exclama, hay que incorporar una dosis / de subversión
al poema / y, en consecuencia, también a la
crítica. El mismo Heidegger que seguramente Ronel
leyó, ha demostrado con puntual precisión, que la
frase de Hölderlin sobre la poesía, en carta a su
madre, como la más inocente de las ocupaciones es cierta
y, al mismo tiempo, no lo es. El poeta y su poesía tienen
que parecer inocentes, para poder cumplir con el mandato de los
más graves peligros. La mayor libertad para el poeta, pero
sabiendo que esa absoluta libertad consiste en ser uno
mismo. Esa es su misión sagrada.
Ronel tiene todas las armas, todos los instrumentos para
una poesía que se incorpore más naturalmente a lo
mejor de nuestra cultura, a lo mejor de nuestra vida. Pueden
sobrarle algunas citas, algunas frases, prefijos y sufijos
grecolatinos y hasta anglo sajones, pero su humanismo, por un
lado, y su técnica poética, por el otro, son tan
hondos que puede volvernos a conmover con cada uno de sus
legítimos ahorcados, especialmente cuando a sí
mismo se proteja de su literaturicidio.
Báguanos, 2008.
Víctor Rolando Bellido Aguilera
(Báguanos, 1958). Doctor en Ciencias Filosóficas.
Ensayista, poeta, narrador. Profesor Auxiliar de la Universidad
de Holguín. Preside la Sociedad Cultural José
Martí de su provincia y es Vicepresidente de la UNEAC en
el territorio. Ha publicado, entre otros, Martí, la
juntura maravillosa (2000), El mito de la poiesis
(2003), El oro nuevo (2003, 2004, 2013), El humo de
Battle Creek (2011)
Ronel
González Sánchez y la
metadécima
Por: Zahily Salazar
Rodríguez.
Licenciada en Estudios Socioculturales por
la Universidad Oscar Lucero Moya de Holguín.
No hay que temer a ello, ni evadir el riesgo.
Digámoslo sin ambages: Atormentado de sentido. Para
una hermenéutica de la metadécima es un
poemario difícil, como corresponde a un asunto sumamente
complejo, cuya abundancia de sinuosidades revela, precisamente,
la contemporánea magnitud de sus alcances: los
desafíos del actual momento de la poesía cubana
escrita en estrofas de diez versos.
(Péglez González, Pedro;
2008: 10)
Atormentado de sentido. Para una hermenéutica
de la metadécima (Premio Iberoamericano
Cucalambé 2006; Las Tunas, Editorial Sanlope, 2007), este
es, sin dudas, el libro de décimas de mayor complejidad
desde el punto de vista conceptual, el de mayor aliento
postmoderno y también el más extenso de los premios
iberoamericanos Cucalambé de Cuba.
Dividido en cinco secciones, e integrado por 190
estrofas -excluyendo los poemas en verso libre que inauguran
algunas secciones- el discurso múltiple del hablante
lirico evoluciona desde un autoprólogo del autor para
rebatir la ubicación de su obra como "neomodernista", al
decir del también poeta y crítico Jesús
David Curbelo en un extenso artículo utilizado como
prólogo del decimario Toque de queda, del tunero
Carlos Esquivel Guerra (Curbelo, Jesús David; 2006:12.),
hacia una deliberada diversidad de tonos, temas y formas que
hacen de este libro uno de los más interesantes, incluso
entre los volúmenes de poesía publicados en las
últimas décadas.
Atormentado de sentido; para una hermenéutica
de la metadécima, parte de un verso de la
transgresora canción "Al lado del camino" del cantautor
argentino Fito Páez, como un ejemplo inaugural de
intertextualidad con otros discursos de las artes y para proponer
la idea del poeta como un ser en persistente búsqueda de
sentidos, comprensiones, significados, etc. que ha llegado al
zenit de sus razonamientos respecto al mundo y a la obra
literaria como totalidad, y que, acosado por sus propias
percepciones, necesita comunicar sus inquietudes, rozando la
propuesta de un manifiesto poético.
Luego, en la enunciación titular del personal
concepto metadécima, paráfrasis y
también ironía respecto a la llamada
metapoesía, o sea, un discurso
octosilábico que es su propio referente, una especie de
décima de la misma décima, un texto que intenta
explicarse desde dentro, que formula una poética
autoexplicativa, sobre todo por el añadido del
término hermenéutica, que es el arte de
interpretar textos para fijar su verdadero sentido, construye y
propone un poemario que muestra cómo también en
décimas se puede llegar a un grado sumo de
experimentación, a una expresión coherente de
conceptos y referencias culturales y, en esencia, a un
conocimiento esencial de la literatura y de la teoría que
la genera.
Valiéndose de los presupuestos de la
ensayística y de sus estudios de la hermenéutica
para su aplicación a la valoración de la
décima, R.G. permite que su libro fluya desde
temáticas inherentes al tránsito vital del hombre y
a la madurez con que se perciben por el poeta. No por casualidad
la propia dedicatoria del decimario a teóricos de la
postmodernidad resulta sintomática (el filósofo
francés Michel Foucault, quien puso en tela tela de juicio
la influencia de Carlos Marx y del psicoanalista Sigmund Freud;
el crítico y semiólogo francés, autor del
Grado cero de la escritura, Roland Barthes, quien
intentó construir una filosofía de la
semiótica; el filósofo francés Jacques
Derrida, acoplado fundamentalmente a la idea de la
deconstrucción textual en estrecha relación con el
estructuralismo; el crítico estadounidense Harold Bloom,
autor del archicitado volumen La angustia de las
influencias, quien planteó la idea de la obra como un
tejido comunicante e intercomunicante con obras anteriores; y el
escritor y profesor universitario italiano Umberto Eco, famoso
por sus estudios semióticos de los signos y los
significados) es un gesto conectivo de las ideas fundamentales a
desarrollar por el poeta en el volumen y el tópico de los
estudios literarios, críticos, filosóficos que
algunas veces en los textos funcionará como simple
referencia o especie de paráfrasis y, en otras
oportunidades será una parodia, una ironía, una
burla.
La cita del libro, escogida hábilmente y en
función de la idea fundamental, pertenece a la
revolucionaria novela Ulises, del irlandés James
Joyce: "El arte tiene que revelarnos ideas, /esencias
espirituales sin forma. /La cuestión suprema sobre una
obra de arte/ es desde qué profundidad de vida emerge."
Aseveración que da preeminencia a las ideas, a los
contenidos, por encima de las formas y, sobre todo, al hecho de
que éstos conceptos, estas esencias deben provenir de una
relación intensa del creador con lo vital, de
gnoseológicas inmersiones permanentes y bien meditadas a
lo largo de su vida. O sea, R. G. desde el principio insiste en
que la obra, en este caso literaria, y el cuerpo
ideotemático que desarrolle, no nace de la casualidad sino
de las búsquedas constantes y de la reflexión en
aras de rebasar lo establecido, de dar un paso más hacia
la transgresión como sentido de rebasamiento, de necesario
avance, de quiebra de normas y códigos en una actitud
típicamente postmoderna de asunción creativa para
que la décima no siga reducida a la idea de una estrofa
detenida en el exteriorismo del canto a la naturaleza y del
campesino como individuo ancestralmente apegado a la
tierra.
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