Los egipcios y la eternidad. El viaje al más allá en los textos funerarios
- La muerte en
Egipto - Himno
Caníbal - Textos de los
Sarcófagos - Libro de los Dos
Caminos - Juicio de los
muertos - Viajes
iniciáticos - Las Horas de la
Noche - Otros textos
funerarios - Máximas de
Ptahhotep - Los textos de
Petosiris - Los cantos de
arpista - Bibliografía
La muerte, en palabras de Fustel de Coulanges, ha sido
el primer misterio con el que el hombre se ha encontrado en su
existencia. El hecho de la muerte abrió a los hombres el
horizonte de los otros misterios, elevando su pensamiento de lo
visible a lo invisible, de lo pasajero a lo eterno, de lo humano
a lo divino.
En el antiguo Egipto la muerte fue considerada como la
primera etapa de un largo proceso de fenómenos que
habrían de culminar con el renacimiento y la
transfiguración del difunto. El hombre egipcio
desarrollaba su vida en dos momentos. En el primero, limitado en
el tiempo, vivía en la tierra; en el segundo, que
habría de durar toda la eternidad, la vida se desarrollaba
en el Más Allá, en el Occidente, en los lugares
celestes en los que reinaban Re y Osiris, considerado este
último el gran dios de la ultratumba y cuyo sugerente mito
de muerte y resurrección ofrecía a los egipcios una
esperanza de vida tras la muerte.
La muerte en
Egipto
Pensaban los egipcios que la muerte física
podía ser vencida por el hombre que había sido
piadoso. La vida eterna podía ser alcanzada por el hombre
que había actuado de manera justa en su vida. Diversos
textos funerarios, entre ellos el "Libro de los Muertos" exponen
esa creencia acerca del hombre y su trascendencia. Los
antecedentes de estas creencias se remontarían a unos
antiquísimos cultos mistéricos que se
habrían desarrollado en unos momentos en que los egipcios
todavía no conocían, siquiera, la
escritura.
El hombre que ha vivido de manera piadosa y que
habrá de ser declarado Justo de Voz en el Juicio de los
Muertos, necesitará de la eficacia de la magia para poder
afrontar los inmensos peligros que le acecharán durante su
viaje por la ultratumba hasta arribar al Reino Celeste. En un
primer momento, solamente el faraón dispondrá de
textos mágicos plasmados en las paredes de su
pirámide, sin embargo, más adelante, los nobles
también mandarán escribir textos similares en sus
sarcófagos y, finalmente, serán muchos los egipcios
que podrán llegar a disponer del conjunto de
fórmulas mágicas que se integran en el "Libro de
los Muertos".
Sin embargo, a pesar de la elevada noción que
tenían los egipcios acerca de la trascendencia del hombre,
lo cierto es que para que esa vida en el más allá
se desarrollara de manera satisfactoria era necesario el
mantenimiento del culto funerario al difunto en su tumba y, sobre
todo, que se le aportaran ofrendas alimenticias que evitasen que
el fallecido padeciera de hambre y de sed en el otro mundo.
Existen diversos conjuros en el "Libro de los Muertos" que
ofrecen esa idea de intenso miedo a tener que llegar a comer, por
pura necesidad, los propios excrementos; dice, así, el
capítulo 51:
"¡Mi abominación es mi repugnancia! No
comeré (lo que es) mi abominación; mi
abominación son los excrementos y no los comeré;
son las deyecciones y en ellas no pondré mi mano.
¡Que no las toque con mi mano! ¡Que nada me obligue a
caminar por allí con mis sandalias!"
Para garantizar la existencia de ofrendas los egipcios
mandaban grabar las mismas en las paredes de las tumbas, pensando
que, gracias a la magia, habrían de convertirse en
alimentos reales de los que el difunto se aprovisionaría.
Ante la posibilidad, por otro lado, de que el cuerpo momificado
del difunto fuese destruido en la tumba, tanto por la existencia
de momentos de crisis y tumultos como por la acción de los
saqueadores, los egipcios, también atemorizados, mandaron
construir lo que conocemos como cuerpos de recambio, es decir
estatuas en las que se reproducían los rasgos del difunto,
que era igualmente representado en las pinturas y bajorrelieves
de la tumba. Gracias al intenso poder mágico de los
sacerdotes esos cuerpos de sustitución contribuían
a mantener vivo al difunto en el Más
Allá.
La magia egipcia impregnaba unas creencias funerarias
que para el hombre moderno no serían más que
aparentes supersticiones; sin embargo, por encima de todas estas
creencias puramente mágicas (textos funerarios, ofrendas
ideales de las tumbas, cuerpos de sustitución de los
fallecidos, etc.) destaca en los ambientes más
espirituales y místicos del antiguo Egipto la alta idea
que se alcanzó acerca de Dios y del ser humano. El hombre,
dotado de un componente espiritual, tenía ante sí
un elevado destino. El hombre justo, que ha seguido en la vida el
camino del corazón y que ha actuado de conformidad con
Maat, la diosa del orden y la justicia, sirviendo a Dios
día tras día tiene asegurado que tras su muerte su
fin será iniciar un proceso de glorificación que
habrá de permitirle su integración en la Luz del
supremo, transformándose en un espíritu akh (ser de
Luz) que radiará en lo alto del cielo. Los textos
funerarios, con su intenso poder mágico, servirán
para ayudar al difunto a superar las dificultades del proceso de
Glorificación:
"Este Libro –afirma el capítulo 190 del
"Libro de los Muertos"- servirá para transfigurar al
bienaventurado en el corazón de Re, hará que sea
poderoso junto a Atum y magnificado junto a Osiris y
asegurará su prestigio en presencia de la
corporación divina… El alma del bienaventurado para
quien sea recitado (el Libro) podrá salir con los vivos,
saldrá al día, será poderosa entre los
dioses, los cuales no la rechazarán, sino que los dioses
la rodearán y la reconocerán como una de las suyas.
Y ella (el alma glorificada) te dará conocimiento, en
plena Luz, de los (bienes) que (le) han llegado"
Himno
Caníbal
Hacia el año 2400 a.C. quedaron fijados por
escrito los viejos conjuros y sortilegios que los sacerdotes
egipcios recitaban a la muerte del rey, rememorando de ese modo
los rituales que habían permitido a Isis conseguir la
resurrección de Osiris. Las fórmulas, que hoy
conocemos con el nombre de "Textos de las Pirámides",
fueron descubiertas por Maspero en las cámaras
subterráneas de las pirámides reales de varios
faraones del Reino Antiguo, desde Unas hasta Pepi II.
Los textos contienen rúbricas en las que se
detallan los rituales y ademanes que el sacerdote oficiante
debía realizar mientras iba recitando las fórmulas
mágicas, es decir, tenían una finalidad
litúrgica, extendiéndose por el interior de cada
pirámide desde los corredores de entrada hasta la
cámara del sarcófago. La finalidad última de
esos conjuros no era sino propiciar el acceso del faraón,
una vez fallecido, a las estrellas, en donde habría de
asimilarse al propio Re e iniciar una vida eterna. A
través de la resurrección gloriosa que los textos
pretendían facilitar se producía la apoteosis del
monarca que ascendía a los cielos y se reunía en
las alturas con sus hermanos los dioses.
La primera recopilación de los "Textos de las
Pirámides" pudo ser obra de los sacerdotes de
Heliópolis y está inscrita en las paredes de la
cámara funeraria de la pirámide de Unas,
faraón que reinó en tiempos de la V
dinastía. Textos similares se han encontrado en otros
sepulcros reales de la VI dinastía y en los de varios
soberanos del Primer Periodo Intermedio (como en el caso de
Iby).
Los "Textos de las Pirámides" reflejan unas
creencias religiosas cuyo origen sería muy antiguo, siendo
su pretensión asegurar, gracias a la magia, la vida eterna
de los faraones. Uno de los textos más inquietantes es el
denominado "Himno Caníbal" de la pirámide de Unas,
que nos ofrece una imagen del faraón (el último que
reinó en la V dinastía) como devorador de dioses.
El himno nos habla de un canibalismo mágico y ritual
gracias al cual Unas se hace con los inmensos poderes de los
dioses. Supone, posiblemente, el reflejo de unas prácticas
ancestrales que, quizás, se remonten a unos tiempos en los
que el canibalismo pudo ser, incluso, una realidad
cotidiana.
El "Himno Caníbal" nos habla de la trascendencia
del rey y de su papel en el Reino del Horizonte (Más
Allá) al frente de los dioses, tras su muerte y
resurrección:
"Unas es un gran Poder que prevalece entre los Poderes.
Unas es la imagen sagrada, la más sagrada de
todas las imágenes del Gran (Dios).
A aquel a quien se encuentra en su camino, lo devora
trozo a trozo.
El lugar de Unas está al frente de todos los
nobles que están en el Horizonte,
porque Unas es un dios, el más antiguo de los
Antiguos.
Le sirven millares, le hacen ofrendas centenares.
Le ha sido otorgado el título de Gran Poder por
Orión, padre de los dioses.
Unas ha vuelto a aparecer en gloria en el cielo,
ha sido coronado como señor del
Horizonte,
ha quebrado vértebras y espinazos,
se ha apoderado de los corazones de los
dioses.
Se ha comido la (Corona) Roja, ha engullido la Verde.
Unas se alimenta de los pulmones de los Sabios,
y queda saciado viviendo de sus corazones y su
magia…"
Textos de los
Sarcófagos
En los tiempos del Reino Antiguo el rey, en cuanto hijo
de los dioses, era el único hombre que tenía
asegurado el acceso al Reino Celeste de Re. En el momento de su
muerte todo era ordenado para asegurar su supervivencia: se
conservaba su cuerpo momificado, se habían construido
imágenes de sustitución, se dotaba a la tumba de un
carácter inviolable y se establecía el
mantenimiento de un culto funerario, consagrado a su
memoria.
Paulatinamente, sin embargo, capas cada vez más
amplias de la población habrían de ir participando
de esa idea de esperanza en una vida en el Más Allá
tras la muerte. Primero habrían de ser los poderosos, que
sirven al faraón y que le son necesarios, y posteriormente
también los humildes, que resultarán igualmente
útiles para sus señores. Con la caída del
Reino Antiguo los ritos secretos que envolvían el proceso
de glorificación del rey se fueron divulgando entre los
hombres. Los sacerdotes se habrían visto obligados a ello
en la medida en que los poderosos querían acceder al igual
que el faraón a la inmortalidad. Ahora, desde la
dinastía VII hasta el Reino Medio, será frecuente
encontrar en las tumbas los denominados "Textos de los
Sarcófagos", que se grabarán en los
sarcófagos de los nobles. Sus contenidos estarán
inspirado en las creencias que antes se habían plasmado en
los anteriores "Textos de las Pirámides", si bien
incluirán adiciones y correcciones más apropiadas
para su finalidad de servir a individuos particulares.
Los "Textos de los Sarcófagos" acusan una clara
inspiración osiriana y nos ofrecen la idea de que el
difunto, tras su muerte y resurrección, al igual que
Osiris, se transformará en divinidad y alcanzará la
vida eterna. Los misterios de Osiris serían unas
enseñanzas esotéricas que se impartían en el
secreto de las Casas de la Vida de los templos a determinadas
personas que habían acreditado ser merecedoras de acceder
a ese conocimiento, sobre todo los propios sacerdotes y otros
miembros de las elites del poder. Posiblemente el eje central de
los misterios fuese llegar a conocer que el hombre es dios no
solamente en el Más Allá, tras la muerte, tras
superar un duro juicio y diversas pruebas, sino también
aquí, en la tierra.
Los "Textos de los Sarcófagos" suponen un
conjunto de diversas fórmulas de Glorificación que
los antiguos egipcios conocieron como "Libro de proclamar justo
al difunto en el Reino de los Muertos". Son unos textos que
comenzaron a aparecer en las tumbas de las elites en los momentos
del Primer Periodo Intermedio, a partir del reino de
Heracleópolis. En tanto que los "Textos de las
Pirámides" habrían sido los himnos que los
sacerdotes recitaban en los funerales de los reyes, los "Textos
de los Sarcófagos" habrían sido considerados por
los egipcios como guías que permitían que el
difunto se adentrase por los mundos de la ultratumba. El
espíritu del fallecido, en el viaje al Más
Allá, iba a enfrentarse con multitud de peligros y
debía ser capaz de demostrar que poseía los
conocimientos adecuados que le permitirían vencer esos
peligros. Los textos, en palabras de Molinero Polo: "en su
concepción general manifiestan una profunda
preocupación por peligros ignotos y un clima de
desesperanza que se intenta contrarrestar con la posesión
de estas fórmulas mágicas".
Gracias a estos textos funerarios, cada vez que el
difunto se encontrase con un peligro podría solventarlo de
manera adecuada. Por ejemplo, el espíritu puede llegar
ante una puerta custodiada por un guardián de feroz
aspecto. Si no conoce la fórmula que le permitirá
franquearla corre el inmenso peligro que quedar atrapado en la
nada durante toda la eternidad. Solamente gracias a los conjuros
mágicos que conoce podrá el difunto superar los
obstáculos y avanzar hacia el Reino de la Luz. Parece que
los miembros de las elites egipcias se habían apropiado de
los himnos de los funerales reales pero sentían temor y
desasosiego ante los ignotos peligros que les amenazaban en el
Más Allá. En palabras, nuevamente, de Molinero Polo
no dejaban de ser sino unos advenedizos en el reino de ultratumba
y necesitaban disponer de guías funerarias que les
aseguraran que el viaje que estaban obligados a realizar por
mundos desconocidos iba a tener un buen
término.
En los "Textos de los Sarcófagos" se habla de
diversos lugares de purificación que ya se mencionaban en
los "Textos de las Pirámides". Así, en
relación con el denominado Campo de los Juncos, podemos
citar los conjuros 404 y 405. Pensaban los egipcios que era un
lugar al que para llegar el fallecido debía acreditar que
tenía determinados conocimientos: "Avanza pues –se
le dice al difunto-, ven, espíritu (transfigurado),
hermano mío, al lugar sobre el que tienes
conocimiento".
El Campo de los Juncos se describe, también, como
un lugar fértil en el que los espíritus cultivan
los campos y pueden disfrutar de una amplísima libertad de
movimientos. Los difuntos que conocen las fórmulas
adecuadas, a su voluntad, pueden entrar y salir de este lugar
tantas veces como deseen.
También se encuentran referencias en los "Textos
de los Sarcófagos" al Campo de las Ofrendas, que
sería el reino del dios Hotep. Allí, se nos dice,
los difuntos pueden comer, beber, trabajar, gozar del sexo, etc.
Todo ello de manera plenamente satisfactoria, libres plenamente
de las inquietudes que en la tierra amenazaban a sus vidas, y
dotados de la amplísima libertad de movimientos a la que
antes nos hemos referido.
Libro de los Dos
Caminos
En los mundos de purificación los difuntos
llevaban una vida plenamente satisfactoria, libres de todo tipo
de inquietudes. Sin embargo, la lectura de los textos nos
transmite la creencia de que el destino último de los
espíritus, al menos de los que tenían el
conocimiento adecuado, es decir, los que en la vida terrena
habían sido iniciados en los conocimientos
mistéricos, estaba llamado a superar la felicidad
puramente material que se ofrecía en esos lugares para
trascendiendo de ellos elevarse al Reino Celeste, al Reino de la
Luz de Re. Para servir de guía en ese viaje los sacerdotes
egipcios redactaron los textos que conocemos como "Libro de los
Dos Caminos".
El L2c es un texto que si bien constituye una unidad en
si mismo lo cierto es que aparece integrado en el conjunto de los
"Textos de los Sarcófagos". Su contenido nos habla del
viaje de la Barca Solar, en la que navega el espíritu del
muerto, junto con otros miles de difuntos más, en su
camino hacia el cielo. Se trata de un recorrido por el reino de
Osiris antecedente de los posteriores "Libros del Inframundo" que
se fechan en el Imperio Nuevo y de los que más adelante
nos ocuparemos.
Llama la atención en el L2c que en el comienzo
del viaje el difunto se encontrará con una puerta de
fuego, quizás de Luz, protegida por un guardián al
que se denomina "Aquel que rechaza a los ignorantes". Tras la
puerta se ofrecen dos alternativas: de un lado, la región
de la Luz; de otro, el mundo de las tinieblas. En general, el L2c
nos habla de los diversos caminos que conducen al cielo, uno de
tierra y otro de agua, que aparecen siempre vigilados por
guardianes armados o genios de fuego que rechazan a los que no
tienen conocimientos. El difunto, gracias a los textos grabados
en su sarcófago, podrá avanzar por este mundo
inferior evitando ser desviado a los lugares donde reinan las
tinieblas, ya que conoce como se debe exhortar a esos guardianes
para que le abran una senda de Luz. En otro caso, el difunto
correría el inmenso peligro de quedar atrapado para
siempre en la nada, en la oscuridad.
Especial interés reviste uno de sus pasajes, en
los que se afirma claramente que para arribar al Reino Celestial
es imprescindible tener previamente adecuados conocimientos.
Veamos ese texto en la versión de Molinero
Polo:
"Este es el lugar de un espíritu transfigurado
que sabe como entrar en el fuego y atravesar las tinieblas (pero)
que no tiene el conocimiento para subir a este cielo de Re-Horus
el Antiguo, en el cortejo (de Re-Horus el Antiguo), en medio de
las ofrendas, en el horizonte de Re-Horus el Antiguo".
Textos como estos nos confirman que en estos momentos
del Reino Medio en que se fechan los textos los sacerdotes
egipcios eran conscientes de que el destino final de los difuntos
ofrecía diversas alternativas, en función del grado
de conocimientos alcanzado en vida, y que no todos ellos
arribaban al Reino de la Luz plena.
El L2c llega a su término narrando la llegada de
la Barca Solar, ultimado el recorrido por los mundos donde reina
Osiris, al cielo de Re, que se describe como una inmensa masa de
agua que está rodeada de una extensión envuelta en
llamas que alcanza un millón de codos, símbolo todo
ello de lo que debe ser el Reino de la Luz. Una vez que la Barca
Solar entre en el cielo las puertas de este serán cerradas
y el navío se situará en el interior de un inmenso
huevo del que habrá de brotar con el nuevo
amanecer.
Juicio de los
muertos
El "Libro de los Muertos", que los egipcios
conocían como "Libro para salir a la Luz del Día"
pudo comenzar a ser utilizado a finales de la dinastía
XVII (en el Imperio Nuevo). Sus textos expresan ese mismo deseo
de búsqueda de la inmortalidad que venimos comentando y
representan una situación de compromiso entre las antiguas
creencias propias de los dogmas solares (culto a Re) y las
más novedosas que entraña el mito de la muerte y
resurrección de Osiris.
A lo largo del "Libro de los Muertos" abundan las
referencias al corazón del hombre, sede para los antiguos
egipcios del intelecto humano. El corazón, el
órgano material más importante del hombre, conoce
como cada uno de nosotros ha ido actuando a lo largo de su vida.
De algún modo el corazón sería, en Egipto,
el órgano en el que reside la conciencia del hombre. Las
creencias osiríacas reposan en la idea de que el hombre,
tras su muerte, habrá de someterse al Tribunal de los
Dioses. Allí su corazón será pesado en la
balanza, para saber si ha sido puro durante su existencia en la
tierra. Para los egipcios era muy importante que en ese momento
el corazón no atestiguase contra la persona que lo
había portado, ya que en ese caso el hombre sería
declarado impuro y se produciría la aniquilación de
su espíritu, lo que más temían los
egipcios.
El "Libro de los Muertos" supone un conjunto de
fórmulas mágicas y especulaciones teológicas
a través de las cuales se pretendía facilitar la
salida a la plena Luz del Día del espíritu de la
persona fallecida, es decir, alcanzar esa inmortalidad tan
deseada por los egipcios. El capítulo 125 del libro nos
habla, precisamente, del juicio del corazón. En otros
muchos capítulos abundan las referencias a este importante
órgano de la conciencia; así, en el capítulo
29A se incluyen fórmulas que deben impedir que se arrebate
al difunto su corazón, en tanto que en el capítulo
30B se ofrecen conjuros que buscan que el corazón no
atestigüe contra uno mismo.
Si el fallecido era declarado Justo de Voz (Justificado)
en el Juicio de Osiris se iniciaba un proceso de
Glorificación que habría de culminar con la llegada
del espíritu a la Luz y su transformación en un
Luminoso (espíritu akh o ser de Luz). Desde ese momento el
espíritu disfrutaría de una inmensa libertad de
movimientos y sería libre de entrar y salir, a su
voluntad, del Más Allá durante toda la eternidad.
Lo usual es que cada cierto tiempo el espíritu visitase su
propia tumba, bien provista de ofrendas alimenticias y en la que
sus deudos seguían manteniendo el culto funerario. Ese es
el sentido de las pinturas en las que se representa a un animal
con forma de pájaro y cabeza humana (el ba o alma del
fallecido) que vuela desde o en dirección a la
tumba.
El mito de la muerte y resurrección de Osiris,
germen de las creencias egipcias sobre la vida en el Más
Allá, servía para explicar a los iniciados que el
dios había sido asesinado y luego resucitó y fue
Glorificado para enseñar a los hombres que en cada uno de
ellos se encierra un indudable componente divino: el hombre
participa de las cualidades de Dios y tras su muerte le espera la
gloria y la eternidad.
Los textos funerarios, que culminan con las
enseñanzas del "Libro de los Muertos", mantienen la
creencia de que para superar la muerte y lograr la trascendencia
en el Más Allá solo se puede ofrecer al hombre un
posible medio y este es asimilarle a Dios. En otro caso, no se
podrá materializar ese ansia de inmortalidad. Llama
también la atención que en ese libro se contienen
indicaciones de que ciertas partes de su texto son útiles
tanto en la tierra como en el Más Allá y que el
hombre que desee alcanzar el Reino de la Luz deberá
leerlas todos los días. Se sugiere así que esos
textos se daban a conocer en vida y que eran estudiados por
círculos de iniciados. François Daumas cita una
inscripción de Paheri El Kab en la que este personaje nos
habla de una enseñanza iniciática que ha recibido,
que le permite conocer que Dios está en el hombre. Dice el
texto:
"He sido puesto en la balanza. He salido de ella
examinado, intacto, salvado. Yo iba y venía, con las
mismas cualidades en mi corazón. No he dicho mentiras
contra nadie, pues conocía al Dios que está en el
hombre, estaba perfectamente instruido y sabía distinguir
esto de aquello. He cumplido con todas las cosas con arreglo a
las palabras"
Viajes
iniciáticos
Entre los textos funerarios fechados en los tiempos del
Reino Nuevo se incluye un genero literario específico que
nos ha transmitido valiosas imágenes de uno de los mundos
del Más Allá, el Inframundo, por el que diariamente
se producía el viaje de la Barca Solar durante las horas
de la noche. Entre esos libros que se ocupan del Inframundo
habría que incluir el "Libro del Amduat", el "Libro de las
Puertas", el "Libro de las Cavernas", el "Libro de la Tierra", el
"Libro de la Letanía de Re" y el "Libro de la Vaca
Sagrada". Se trata de unos textos funerarios que habrían
de ser reproducidos una y otra vez en las paredes de las tumbas
que los reyes del Reino Nuevo se hicieron construir en el Valle
de los Reyes, en las inmediaciones de Tebas.
En una de esas tumbas, que albergó en su
día los restos de Tutmosis III, fueron identificadas las
primeras copias que se han conservado del denominado "Libro del
Amduat", obra que nos habla del viaje nocturno del dios Re y su
sequito a lo largo de las doce horas de la noche por la Duat, el
reino del Inframundo que es gobernado por Osiris, dios de los
muertos.
El viaje de Re por el reino de los muertos se iniciaba
en la primera hora de la noche, cuando la Barca Solar se
hundía en el Horizonte, tragada aparentemente por la
tierra. En ese momento del crepúsculo, Re era representado
con cabeza de carnero, símbolo de la vejez y la
decrepitud. A la mañana siguiente, con el nuevo amanecer,
Re habría de salir del Inframundo triunfante, representado
ahora como un escarabajo, el animal que para los egipcios
habría llegado a la existencia por si mismo.
Re surgía cada nuevo día con una renacida
juventud anunciando una esperanza de eternidad para todos los
hombres justos. Cada noche, en la Duat, Re permitía que
los difuntos bendecidos subieran a su barca para elevarse todos,
al amanecer, hacia el Reino de los Cielos. Ese es el motivo de
que los textos egipcios denominen a la barca de Re como la "Barca
de los Millones". El viaje de Re por la oscuridad suponía
un claro símbolo de la esperanza de resurrección
que esperaba a los muertos en la Duat, en el reino de
Osiris.
Veamos seguidamente el modo en que se desarrollaba ese
viaje de la Barca Solar por el mundo de la noche, de acuerdo con
la interpretación que del "Libro del Amduat" representado
en la tumba de Tutmosis III realizaron Eric Hornung y Theodor
Abt.
Las Horas de la
Noche
El viaje nocturno de Re se iniciaba en la Hora Primera
de la noche, cuando se había producido la puesta del sol
en el Horizonte. En su barca, Re era acompañado por un
séquito de divinidades entre las que destacaba su hija
Maat, responsable del orden del cosmos y guía en el camino
de la oscuridad. En cada una de las doce horas de la noche Re
habría de ser guiado también por la diosa Hathor,
representada en doce diferentes acepciones, una para cada hora
respectiva. Además, doce serpientes uraeus,
símbolos de la Luz divina, se encargarían de
iluminar la oscuridad, manteniendo así alejados a los
enemigos del dios sol.
En la Hora Segunda se iniciaba el viaje de la Barca
Solar por el río que atraviesa el Inframundo, del que se
nos ofrece la imagen de una región fértil cuyos
campos son trabajados por personas que llevan en sus manos
espigas de cereal, símbolo de la buena cosecha producida.
Se confirma, así, la creencia de que Osiris, en su reino,
tendría asignadas diferentes parcelas de tierra a diversos
personajes que se ocupan de su laboreo.
En las Horas Tercera y Cuarta de la noche, Re
avanzará en su barca por las denominadas Aguas de Osiris,
símbolo de las aguas fertilizantes del Nilo, y
arribará al desierto de Rosetau, también llamado
tierra de Sokar, divinidad que encarna a una de las acepciones de
Osiris. Llegará así Re, en la Hora Quinta, a la
Caverna de Sokar, donde se sitúa la propia tumba de
Osiris, que está flanqueada por Isis y Neftis que han
adoptado la forma de pájaro. Es aquí donde se
produce la unión de Osiris-Sokar con Re y con el propio
difunto bendecido. En esta Hora Quinta se sitúa
también el Lago de Fuego, lugar de castigo para los
difuntos no justificados, que no superaron el Juicio de Osiris.
Serían unas aguas de Luz que resultan gratas de beber para
los muertos bendecidos pero que suponen un inmenso castigo para
los pecadores.
En la Hora Sexta, en la media noche, es cuando se
produce la unión del cuerpo y el alma de Re. Es ahora
cuando llega la Luz y la vida para los muertos bendecidos. Es en
esta hora en la que se sitúa el momento clave del renacer
de los muertos a la vida eterna, a la vida de millones de
años.
El viaje de Re por la noche está plagado de
peligros. Las fuerzas del caos están acechantes y
pretenden conseguir que la renovación de la
creación sea interrumpida. Los enemigos de Re buscan que
el sol no surja en el nuevo amanecer y que el orden del cosmos
sea quebrantado. Precisamente el momento de máximo peligro
llegará en la Hora Séptima, cuando Re deberá
enfrentarse con la serpiente Apofis, paradigma del caos y del
desorden. La victoria de Re cada noche permitirá que el
orden natural de las cosas no se derrumbe. Será en la Hora
Octava, tras la victoria de Re cuando quede asegurado ese retorno
del orden cósmico, en tanto que en la Hora Novena las
diversas divinidades ayudarán a remolcar la Barca Solar,
que seguirá avanzando por el Inframundo y en la Hora
Décima habrá de producirse el episodio, cada noche
repetido, de la cura y reparación del Ojo de Re por los
dioses Thot y Sejmet.
Cuando llega la Hora Undécima estamos ya muy
cerca del nuevo amanecer. Es en este momento cuando se nos habla
de los castigos que sufren los muertos no bendecidos. Cuatro
diosas, que montan sobre serpientes, emiten un aliento de fuego
que protege a Re y aniquila, una y otra vez, noche tras noche, a
sus enemigos. Se representan pozos ardientes en donde los
declarados impuros sufren el castigo de su eterna
destrucción.
Finalmente, la Barca Solar llega a la Hora
Duodécima. Se produce el nuevo amanecer del sol. Es el
momento del renacimiento y de la regeneración plena de Re
y de los muertos bendecidos. Re se muestra ahora en todo su
esplendor, coronado por el disco solar y protegido por la
serpiente uraeus. La Barca de los Millones, en la que navegan los
muertos declarados justos en el juicio de Osiris, avanza hacia la
Luz, hacia el Reino Celestial, en medio de una alegría
generalizada. El proceso de regeneración se ha completado.
La creación se ha renovado una vez más. Re ha
salido victorioso de las amenazas del Inframundo, en donde noche
tras noche se produce continuamente la renovación de la
vida. A partir de ahora cada difunto brillará en el cielo
como Re.
Otros textos
funerarios
Es también interesante, en relación con
tema que nos ocupa, el denominado "Libro de las Puertas", que fue
encontrado en el sarcófago del faraón Horemheb; sus
textos nos informan del modo en que se pueden franquear las
diferentes puertas que deben permitir a los espíritus
puros llegar a la región de la Luz. Cada una de esas
puertas está vigilada por un guardián fuertemente
armado y es preciso conocer los conjuros del libro para que esos
guardianes faciliten el paso a los difuntos.
Podemos, también, mencionar el "Libro de las
Cavernas", de tiempos de los reyes ramésidas, que nos
habla de cómo puede el difunto afrontar los peligros
inmensos que habrán de acecharle en las diferentes
cavernas que existen en los accesos al Reino de
Occidente.
En general, en todos estos textos funerarios,
fuertemente impregnados de un componente mágico y ritual,
se nos habla del viaje de Re por el mundo de las tinieblas, que
el difunto también deberá recorrer antes de llegar
a la Luz. Un río subterráneo atraviesa esas
regiones de la oscuridad y se hace necesario que el
espíritu del fallecido conozca las diferentes
fórmulas y sortilegios que le permitirán vencer los
peligros innumerables que allí se le han de presentar. Los
textos funerarios egipcios nos hablan, en suma, de unos
conocimientos de tipo iniciático que han de facilitar que
el espíritu pueda traspasar peligrosas cavernas o puertas
poderosamente vigiladas, afrontar peligros, enfrentarse a
guardianes, etc. Pensamos que estos conocimientos eran los que se
brindaban a las personas que se iniciaban en los misterios de
Osiris. A través de ellos los individuos tomarían
conciencia de los peligros que habrían de amenazarles,
tras la muerte, en el mundo subterráneo. Todos estos
textos, en suma, serían conocidos por los iniciados en los
misterios que finalmente llegarían a ser conscientes de
que Dios impregna nuestra personalidad y que para alcanzar
plenamente esa divinidad resulta imprescindible morir y renacer,
del mismo modo que Osiris había muerto, asesinado por su
hermano, y había sido luego resucitado y glorificado
gracias a la magia de Isis. La pasión, muerte y
resurrección de Osiris brindaba esperanza a los iniciados
sobre lo que habría de acontecer tras la
muerte.
Máximas de
Ptahhotep
En las creencias osirianas, para alcanzar el mundo de la
Luz, vimos que resultaba imprescindible que el difunto, durante
su vida en la tierra, hubiese sido un hombre justo, lo que
sería acreditado, según comentamos, en el Juicio de
Osiris, acto en el que el corazón del fallecido era pesado
colocándose en el otro platillo de la balanza una leve
pluma de avestruz, símbolo de la diosa Maat, que encarnaba
la idea de lo Justo.
A lo largo de los siglos, sobre todo en los denominados
"Textos Sapienciales", encontramos abundantes referencias a la
necesidad de que el hombre, para que pueda ser declarado
Justificado o Justo de Voz en el Juicio de Osiris, adapte su
existencia terrena a lo que los egipcios conocían como
vía o camino del corazón. Así, en las
"Máximas de Ptahhotep" que fue visir, es decir responsable
de que Maat reinase en Egipto, en tiempos del faraón
Djedkare-Isesi (V dinastía) se nos dice (máxima 11)
que el corazón es el que muestra al hombre el camino de la
vida eterna:
"Sigue tu corazón –nos dice Ptahhotep-
durante el tiempo de tu existencia, no cometas excesos en
relación con lo prescrito y no abrevies el tiempo de
seguir al corazón. Desperdiciar el momento en que el
corazón desea actuar sería la abominación
del ka"
Según este sabio egipcio, el hombre debe actuar
en su vida de acuerdo con lo que su corazón (en suma, su
conciencia) le va indicando en cada momento. A través del
corazón el hombre puede llegar a entrar en contacto con lo
sagrado por lo que no debe escamotear el tiempo que su propia
conciencia le indique que debe destinar al cuidado del
espíritu. En otro caso, es decir, si el hombre
actúa de acuerdo con su vientre, siguiendo una vida
puramente material, es posible que no llegue a franquear el
juicio que le espera tras la muerte y su espíritu
será finalmente aniquilado.
Si el hombre, a través del camino del
corazón, consigue entrar en contacto con lo trascendente,
si desperdicia ese momento se producirá lo que Ptahhotep
califica como abominación del ka, es decir, una inmensa
pérdida de energía espiritual (el ka vendría
a ser una especie de doble inmaterial del hombre, que se
distinguiría sobre todo por su intenso componente
energético; ese es el motivo de que en los cultos
funerarios se hagan ofrendas de alimentos al ka del difunto, que
precisa de la energía de los mismos).En su máxima
número 14 Ptahhotep nos insiste en que el camino del
corazón vuelve dichoso al hombre, en tanto que el camino
del vientre le condena a la desgracia. El hombre en el que
prevalecen sus apetencias materiales habrá de contemplar
como: "su corazón será desnudado y su cuerpo no
será ungido", es decir, no participará en los
rituales de la resurrección. El hombre, en suma, no debe
olvidar que: "tener un gran corazón es un don de Dios" y
que a través del corazón es como el hombre puede
acercarse al Supremo.
Los textos de
Petosiris
Muchos siglos después, a fines del siglo IV a.C.,
en los tiempos de la segunda dominación persa de Egipto,
Petosiris, sumo sacerdote de Thot en Hermópolis Magna
habría de ser considerado como una persona cuya vida de
santidad y dedicación al Supremo constituía un
modelo de actuación para los hombres durante su paso por
la tierra. Los textos de la tumba de Petosiris, conservados desde
entonces, están impregnados de misticismo, nos ofrecen una
elevada noción de Dios y nos indican que para poder
acceder a él resulta necesario –tal y como Ptahhotep
había afirmado miles de años antes- seguir el
camino del corazón.
"He llegado aquí –nos dice Petosiris- a la
ciudad de la eternidad, porque realicé el bien sobre la
tierra, porque llené mi corazón con el camino del
Dios, desde mi juventud hasta este día. Me tiendo con su
poder en mi corazón, me alzo haciendo lo que su ka
desea…"
Y más adelante: "El buen camino es servir a Dios.
Bendito aquél cuyo corazón le conduce a ello….
Ningún hombre lo alcanzará (el Reino de Occidente)
a menos que su corazón sea recto practicando la
justicia"
Situado cronológicamente entre Ptahhotep y
Petosiris, otro gran hombre, Amenemope, habría de
transmitirnos otro texto que conocemos como "Sabiduría",
que constituye una cima de la literatura sapiencial egipcia. Esta
datado en los tiempos de los ramésidas y constituye un
conjunto de sentencias a través de las cuales Amenemope
desea que el ignorante llegue a ser sabio. Entre ellas
(capítulo 24) nos dice, nuevamente, que: "el
corazón de un hombre es un don de la divinidad;
guárdate de tratarlo sin delicadeza".
Los cantos de
arpista
Las creencias egipcias sobre la vida en el más
allá no fueron, sin embargo, tan monolíticas como a
primera vista puede parecer. En efecto, en la capilla del
faraón Intef, que reinó a fines del Primer Periodo
Intermedio, delante de una representación de un cantor que
está tocando el arpa se reprodujo un himno que nos habla
de la muerte y del Más Allá en un tono muy singular
y que por ello nos produce una inmensa sensación de
sorpresa por el gran pesimismo que, en contra de las creencias
que en general existían en Egipto, se desprende del texto.
Más sorprendente todavía es que Intef accediera a
que ese canto quedara reflejado en la capilla de su
tumba.
"… Una generación pasa;
otra permanece, desde el tiempo de los
antepasados.
Los dioses que existieron antes
y que reposan en sus pirámides,
los nobles glorificados que igualmente
fueron enterrados en sus pirámides,
los que construyeron los templos,
sus lugares (ya) no existen
¿qué se ha hecho de ellos?
Yo he escuchado las palabras de Imhotep y Hordjedef,
cuyas máximas son plenamente repetidas
¿qué ha sido de sus lugares?,
sus muros se han arruinado,
sus lugares (ya) no están
igual que los que nunca existieron.
Nadie ha vuelto de allí para hablarnos de su
situación,
para contarnos lo que han perdido
(de forma que) nuestro corazón halle
consuelo
hasta que marchemos al lugar al que ellos han ido
…."
Llama la atención el intenso escepticismo ante la
muerte que impregna esta canción de arpista. El autor no
oculta su falta de fe y la actitud negativa de su alma ante la
desesperanza. El tono es similar al del texto conocido como
"Diálogo de un desesperado", en el que un hombre abatido
conversa con su alma, fechado también en el Primer Periodo
Intermedio, momento de crisis en el que los egipcios sintieron
como el orden y la justicia eran derribados.
En todo caso, el hedonismo que se desprende del "Canto
del arpista" causaría menos sorpresa en momentos
más tardíos, cuando las firmes creencias religiosas
egipcias se habían ido relajando. El autor nos insiste en
que debemos aprovechar el día a día para vivir y
sentimos la amenaza de su amargura cuando nos advierte que tras
la muerte no existe ninguna seguridad de que podamos desarrollar
otro tipo de existencia.
"… (Así pues) pasa una feliz
jornada,
no languidezcas en ella.
Mira, nadie puede llevar sus cosas consigo.
Mira, no hay nadie que haya partido
(y después) haya regresado"
Los cantos de arpista se debían interpretar en
los banquetes funerarios que se celebraban en las
necrópolis con motivo, sobre todo, de la
presentación de ofrendas al ka del difunto. Mucho tiempo
después, cuando el viajero griego Heródoto
visitó Egipto, pudo contemplar la práctica de una
costumbre que encierra una evidente similitud con el tono de los
cantos de arpista. En "Historia" (II, 78) nos narra
que:
"En los festines que celebran los egipcios ricos, cuando
terminan de comer, un hombre hace circular por la estancia, en un
féretro, un cadáver de madera, pintado y tallado en
una imitación perfecta y que, en total, mide
aproximadamente uno o dos codos, y, al tiempo que lo muestra a
cada uno de los comensales, dice: "Míralo y luego bebe y
diviértete, pues cuando mueras serás como
él". Eso es lo que hacen durante los
banquetes".
Más adelante nos dice Heródoto que los
egipcios se distinguen por venir observando a lo largo de los
siglos las mismas normas religiosas y funerarias establecidas por
sus antepasados, sin introducir apenas modificaciones. Parece que
Heródoto no acierta en esta apreciación. En los
tiempos del Reino Antiguo, en el esplendor del culto solar,
ningún faraón hubiera consentido que en las paredes
de su tumba se esculpiesen cantos tan claramente
escépticos sobre la vida en el Más Allá como
los que el arpista de Intef habría de atreverse a
cantar.
Bibliografía
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Textos de las Pirámides" (en Yale Egyptological
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Madrid.
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