- Interview a Carlos
Kuraiem - El Canto del Gallo
Rojo - Comentarios sobre
la obra de Kuraiem - Manifiesto
- Cita de
versos - Notas
Kuraiem leyendo a la luz del poema y de los
jóvenes poetas.
Interview a
Carlos Kuraiem
– ¿Qué significa la Literatura para
usted?
Kuraiem: Tal vez no se escribe porque pasan cosas, sino
para que empiecen a pasar…. Es un día decir: los
libros somos nosotros… la literatura expande el amor, el
conocimiento, es un Banco de sensaciones, donde todos los
días tenés que aprender a hacer un poema, saber
mirar el paisaje invertido, vivir en un latido el desafío
de la sangre… Literatura es lo que la gente cree no
necesitar…
ni el amor / ni el poema que escribimos / es
nuestro.
– ¿Puede hablarnos de la nostalgia en la
poesía?
Kuraiem: No tengo minutos, tengo eternidad… mi
poesía se rebela… siempre escribí, compuse
música y publiqué al ritmo del fragor de las
circunstancias que relato…
Hay que vivir como si ya todos te hubieran
olvidado.
– ¿Cómo define su propia
escritura?
Kuraiem: Un delicado universo de simple apariencia y
compleja construcción … robé todas las
palabras/ y estoy tranquilo… en mis versos se entrelazan
ternura y firmeza y un motivo ineludible para la lucha, mi
escritura disuelve las ideologías.
La realidad y yo no somos compatibles.
– ¿Qué es el arte en la vida de un
hombre?
Kuraiem: Es algo así como decir: A qué
esqueletos / continuamos / pidiéndoles los huesos…
es el único registro real y verdadero de nuestro paso por
la vida… quien puede transformar el espacio, es un
artista; y quien es capaz de renovar el lenguaje, es
poeta…
¿Cómo reconstruir un lenguaje?
¿Cómo se hace una mañana? ¿De
qué, de cuántos disímiles sonidos se crea el
canto?
– ¿Cuáles son sus
prisiones?
Kuraiem: Sobreviví a dictaduras, decenios y
escarnios… mi canto y mi palabra me han hecho el
más libre… a mí, las raíces me
crecieron para adentro, conocí la lucha existencial y mi
música y mi poesía me salvaron…
Todo poeta es ilegal.
Yo, como en las Mil y una Noches, voluntariamente
inventé una manera de contar, como estrategia para
retrasar mi muerte; y cada vez que llega el instante de ser
inmolado narro una leyenda fabulosa que dejo suspendida en el
momento más emocionante, como en una novela por entregas
sembrando la intriga en el espectador y deteniendo mi
ejecución hasta que el mundo caiga rendido ante los
encantos de la Poesía convirtiendo su odio en
amor.
El Canto del
Gallo Rojo
de Carlos Kuraiem
Libro
El canto del gallo rojo
El canto del gallo rojo recorría la
mañana
y el viento movía de un lado a
otro
las hojas que se acumulaban de noche en el
patio.
Una mano dormida pantallaba el
brasero
-en esos tiempos las estufas eran un
artículo de lujo-
y mi padre discutía de dinero con mi
madre
que lloraba y decía: «No
alcanza para nada…»
La pava hervía sobre la
hornalla
de la cocina a leña
y mi padre que se quemaba al
sacarla
insultaba a mi madre,
tomaba uno o dos mates que no
acababa
y salía de la casa.
Yo le pregunté a mi madre
pero ella estaba demasiado ocupada
llorando
y nunca supe qué lo preocupaba a mi
padre
hasta que fue tarde.
Ellos jamás hablaban del
futuro
porque estaban atados de manos y
pies
a las deudas del almacén.
Recuerdo el piso de tierra
la lámpara a
kerosén
el vidrio roto de la ventana de la
cocina
y la lluvia que salpicaba en el
patio
y adentro de la casa
***
Los sueños de
Carmelo
Carmelo se jugó la Biblia al
monte
porque ya no tenía con qué
apostar
y la perdió
«¡Que Dios lo
perdone!»
exclamaban las maestras
en la vieja escuela Nro. 45
y Carmelo juró que
mañana
volvería a jugar con dos
Biblias
y lo echaron
porque pensaron que ya
no lo podrían corregir
ni lo intentaron
Carmelo creció y se hizo
grande
y quiso ser actor
dramático
Nos lo dijo un día
que se apareció en el
barrio
con un libro de Laferrere debajo del
brazo
y arrodillándose en medio de la
vereda
nos interpretó (con verdadera
pasión)
un fragmento de una obra de
Shakespeare
y nosotros lo aplaudimos
porque la madre estaba contenta con su
hijo
y lo miraba desde la platea de su
puerta
¡Carmelo como los grandes
actores
quería morir sobre un
escenario!
Carmelo un día se compró un
carro
un caballo viejo y se consiguió un
perro flaco
que lo seguía a muerte
(Los vecinos miraron con
desconfianza
cada uno de sus pasos esta vez)
Carmelo se cuidaba la garganta
-porque ahora cantaba-
mientras tanto para vivir era
botellero
un trabajo como cualquier otro
y juntaba botellas
compraba vestidos rotos
y cubiertas de autos
ya descartadas
y los domingos descansaba el
caballo
y el perro
Carmelo era feliz
porque lo que ignoraban los
vecinos
es que este era un medio
que le permitiría con el
tiempo
alcanzar su verdadero sueño de
cantor
***
Mary
Mary tenía el vestido subido a la
cintura
y Franco la acariciaba
y la sujetaba de atrás
Mary se agitaba y con sus manos
de uñas pintadas
se afirmaba al estante
donde se movían las botellas de
aceite y vino.
Mary era la dueña del
almacén
una hija de italianos rubia y
bajita.
Yo había ido por un
sifón
ese mediodía
y encontré la persiana
baja
y sentí murmullos adentro
y respiraciones agitadas
y que él después de muchos no
y sí
la tenía convencida de que a esa
hora
ya no iba a venir nadie.
Yo entré y la vi a Mary
con el vestido subido a la
cintura
de espalda al hombre que le
palpaba
los pechos, le mordía el
cuello
y le hacía el amor
Salí corriendo, ni vi el
baldío.
En casa me retaron mucho
porque mi padre tuvo que apurarse el vino
puro
y le hacía mal.
A la tarde Mary
me andaba buscando y en su casa me
dijo
que nadie debía saberlo y
compró
con unas revistas mi silencio.
Linda la Mary almacenera;
traidor el barrio chico.
***
Maestras
Un cielo azul y blanco.
Desde mi banco de madera, sin
moverme,
puedo espiar el patio de la
escuela:
Cruza el portero,
–ruido de llaves-.
Puertas que abren y se cierran,
teléfonos que dejan sus
mensajes.
La maestra me llama la
atención:
Guardapolvo blanco,
manos frías.
Pizarrón oscuro,
como mi aula.
***
Fundadores
En invierno no se resiste la sombra de los
árboles
y salgo a recorrer las calles y
ver
a dos vecinos tomando mate y
conversando
de puerta a puerta
y sé por primera vez qué es
la política.
El oficinista reniega
con el coche que no arranca
su mujer sale en batón a
consolarlo
y decirle que baje la voz.
La señora del
albañil
arrastra con pereza la escoba que no
barre.
La del mecánico
tiene ojeras pronunciadas y apura el
paso
envuelta en su echarpe arreglándose
el cabello
antes de entrar al
almacén.
-Anoche habrá hecho el
amor
con su marido-
pienso y sigo.
En la esquina chocan los
paraguas
un fumador tose y se toma el
pecho
y un piedrazo se estrella
contra la claraboya de una
terraza.
-Qué puntería-
Digo.
¡Los fundadores del barrio salen para
sus trabajos!
y todos saludamos a todos
sin quitarnos las manos de los
bolsillos.
***
Miguel
El no vende su mandolina.
Todo el año trabajó de
albañil
rompiéndose las manos con la
cal
y esperando diciembre
en que saca la silla a la vereda
y pulsa la mandolina.
No necesitan más que cuatro
cuerdas
sus manos
para arrancarle los sonidos
de su provincia
-él hunde en ella su
canto-
él sólo pide cuatro
cuerdas
para llegar a las estrellas,
dormir la tarde en su rodilla
y a las doce de la noche parar
guardar la mandolina en su
estuche
y tomarse todo el vino
que encuentre en la casa,
-él no la cambia ni por un
pasaje
a su provincia-
porque cuando la toca
tiene a toda su tierra bailando en sus
manos.
***
El perro de la tormenta
Un día de pólvora
antigua
lo vi llegar y detenerse
a dos pasos del árbol de mi
caída
en la neblina brillaban
sus zapatos negros de cabritilla
su poncho marrón
provinciano
su faja roja y su boina gallega
el hombre que me miraba con todo su
cuerpo:
era Pepe Feal
y recordé el trabuco de
plata
el rebenque trenzado
una yegua llamada coca
y el perro de la tormenta
Pepe Feal
caminó a mí pisando la tierra
amarilla
cargando una valija en su mano
cuando todo el barrio
dormía
Y en el mármol de su
puerta
bajo la sola luz de la losa
me habló en pasado
y me enseñó cómo se
degüella un chivo.
***
Las luces del arca marean
En este lugar donde las piedras son el
camino,
canto.
Una pala ancha como un
corazón
se arrastraba por el piso,
más allá crecían las
cañas
y en la huella, el Sicilia,
maldiciendo el dinero
y entregándose al trabajo
por un vino.
Murió al pie de su
montaña,
en el bolsillo le encontraron una
botella,
una mecha húmeda
y un fósforo que no
prendió.
Las cañas siguieron creciendo bajo
el cielo,
otros ladrilleros fueron enterrados en una
huella
y arriba pasaron carretas cargadas de
piedras.
Tiempo de fogaratas,
mucho antes de que mi amigo
Popey
me llevara a trabajar con
él
en la fundición de
vidrio.
Cuando las mariposas llegaban en
bandadas
y nosotros éramos los dueños
de las veredas.
Y si uno hoy no tiene nada,
es como dice Doña Blanca,
porque se la pasó tirado bajo los
árboles,
metido en los baldíos
o cazando ranitas en la zanja
y nunca tuvo cabeza
para los negocios.
Uno está solo cuando se queda sin
canto
y el camino pasa a su lado y no lo
lleva.
Música es el beso de mi
madre,
la tintorería de Lorenzo,
mi tío Armando
a quien perseguían los
espíritus
y le gustaba bromear;
el gesto de Don Romero,
el canto del gallo rojo
el carro de Blas entrando de
culata
y el grito brutal que ordena
Panga y el camión de los
repartos
la calle Perú donde
nací
la hermana del turco
que murió quemada
y las luces del Arca que marean.
***
Mirábamos el mundo
Nos subíamos a algún
árbol
ocultando nuestras culpas
del regaño de los viejos,
por un vidrio que sin querer
quebramos de un hondazo.
Pasábamos horas contando
las estrellas en nuestros
cuerpos
sentados en el regazo de las
ramas.
Mirábamos el mundo desde
arriba
cuando pibes.
Abajo era el tiempo
de la vida en alpargatas.
***
Vecinos
Don Juan picaba cascote y me
decía:
«De músico se sufre mucho,
pero si es lo tuyo
no hagas caso a lo que diga la gente del
barrio»
y paraba la maza en el
adoquín
y mirándome de nuevo
agregaba:
«¡Quien no sufre no puede ser
un buen músico!».
Yo le decía si me dejaba y
él
«Pasame los
blandos»,
y picábamos juntos
en el baldío de al lado de su
casa
en aquel verano de mariposas
sueltas,
lo recuerdo, descamisado y todo su
cuerpo
cubierto de vellos.
¡Parecía un bisonte en su
grandeza!
Yo trabajé con la
guitarra
y cuando necesité la
camioneta
supe que Don Juan dijo: «Si es por su
bien
todas las veces que
quiera».
Y recordó una mañana de
lluvia
en que se encajó con el
rastrojero
que bramaba y patinaba sobre sus ruedas en
el barro
sin que el caballo del
kerosenero
lo pudiera sacar
y mi padre, un hombre solo que salía
para el trabajo,
dejó la vianda
y de espalda al paragolpe
delantero
la movió de la huella
¡Ninguno se olvidó nunca de
aquellos brazos!
Don Juan, en aquél verano de
barriletes de cañas,
-mientras otros perdían el tiempo de
su vida-
él, picaba cascote y parando la
maza
en el adoquín, me
decía:
«Tocame algo en la
guitarra».
***
La madre de Aldo
La madre de Aldo
era fuerte como el olor del
jazmín
y se daba siempre
Pañoleta de los tiempos
quiero urdirme
en tu trama de colores
y en sus hombros
hamacarme
que me lleve el viento
Quién me da un
empujoncito?
Quiero tocarle la frente
con la mano
***
Pedro Loco
El que camina mirando el cielo
no ve los cardos
y Pedro Loco
se subió
a buscar la estrella
que cayó
en el techo
de Pascual el Carpintero
que lo corría con un
palo.
***
Luis
(Canción)
Se rayó el sol de tus
ojos;
tu cuerpo sólo se
quedó,
desgastándose en el
tiempo
y tu alma se voló.
Voló.
Voló.
Voló.
Más allá de los
astros
yo te puedo imaginar,
y hasta me pretendo ver
tu sonrisa tan real.
Real.
Real.
Real.
No se puede olvidar a un amigo:
Luis.
De tu voz ya no se
escuchará
-cantando en la vida ya
jamás-,
aquellas vivas palabras:
-¡Mamá!
-¡Luis!
-¡Mamá!
***
El Monte Dorrego
Quien no pisó una calle de tierra
descalzo
no puede saber qué es la
vida.
Quién pudiera volver a
hundirse
en una huella de carro
y seguirla hasta que muera
y cansado tenderse a lo largo de
ella
esperando que setiembre
nos prenda en el cuerpo.
Para nosotros
los que trabajamos de chicos
el mundo cabía en la huella que se
abría
de casa hasta el Monte Dorrego.
De alguna ventana
una señora italiana
nos daba una jarra de agua
fresca
-que pedíamos-
y mientras nosotros la
apurábamos,
exclamaba como desentendida:
«¡Qué lindos
animales!»
y después nos preguntaba:
-¿Qué sale
aquella?
-¿Cuál, la
mochita?
-Sí.
-No, ésa no se vende.
-¿Y para qué la
tienen?
-Para dar leche.
-¿Y la otra?
-¿La de manchas blancas y negras que
lleva la campanita?
-Sí, esa.
-Ah! esa sabe mi papá.
Y quedábamos en averiguarle el
precio para mañana
pero al otro día cuando
volvíamos a pedirle agua fresca
se había olvidado de la
conversación.
Nosotros tampoco le decíamos
nada.
***
Día festivo
Las campanas de la Catedral de San
Justo
anuncian día festivo
y todos nos despertamos con otro
humor
«Hoy no se trabaja»
Le oigo decir a mi padre,
y mi madre se queda un rato más en
la cama
Afuera el vecino pinta la casa,
otro limpia el tanque,
otro poda el árbol
y una vecina barre más abajo de su
ojo
que fotografía la vida de las
visitas que llegan
Las ventanas no se callan al
abrirse
y todos enteran a todos de lo que
soñaron anoche
Algunos salen a pisonar las calles de
tierra
-cuando llueve el carro se
encaja
y el caballo no lo puede tirar-
Los almacenes atienden hasta el
mediodía
y ya de golpe se vino la tarde
-La gente se excusa y siempre se
están
debiendo algo-
El cura de la Catedral
se cansó de tocar las campanas y se
fue,
pero todos en sus casas y en sus
puertas
ríen sin detenerse un
instante.
Comentarios sobre
la obra de Kuraiem
(O lo que dicen en el barrio…)
***
Kuraiem: una sombra que ilumina.
En un lenguaje capaz de restituir el peso de la
presencia, Carlos Kuraiem opone a las tropas virtuales su mano,
su gesto y una sombra que se proyecta sobre la realidad y la
ilumina.
A lo largo de toda su evolución, la poesía
de Kuraiem es una muestra de profundidad reflexiva, sin
mecanismos efectistas, poesía que no saca los pies de la
tierra, visualización de los juegos cotidianos que
conducen al des-cubrimiento de la geografía humana, su
abnegación y sus dolores tan profundos como
antiguos.
Hay en El canto del gallo rojo personajes y hechos
cotidianos moviéndose libres y auténticos en la
memoria. Recuerdos animados que no pretenden jerarquizar el
pasado, sólo reclaman ser nombrados, reconocidos como
parte de lo esencial que nos compone y nos sostiene conmovidos.
Como Miguel, que "sólo pide cuatro cuerdas para llegar
a las estrellas", o Pepe Feal "me miraba con todo su
cuerpo".
Y si vamos a hablar de una fuerza que se expande en este
libro, hablemos de ternura, ese suave esplendor contenido que
inunda a quien se busca y muestra en la intemperie, como lo hace
Kuraiem en el poema "El canto…"
Poesía de quien sabe habitar el silencio, la Obra
poética de Carlos Kuraiem, es un acontecimiento del que se
nutren los sentidos y se revitaliza el pensamiento, no ante la
imagen conspicua de "la verdad" sino ante la provocación
de lo que está siendo verdadero.
Silvia Marina Crespo, Poeta y Artista
Plástica, 2007.
***
Mucho se habla de la prosa poética, más de
lo que los pocos practicantes de la disciplina hayan
soñado. Se habla y no se practica, y es que nosotros, los
argentinos, tenemos como costumbre extendernos en los delirios
verbales, en la vanidad y en las artimañas con el fin de
mostrarnos unos a otros. Estamos ahora frente a El Canto del
Gallo Rojo, de Carlos Kuraiem, y es posible que con un poco de
buena voluntad y otro poco de lectura superemos alguno de
nuestros defectos cuando comprendamos el profundo sentido de
«… el camino pasa a su lado y no lo lleva…»;
«El que camina mirando al cielo/ no ve los
cardos…»; y muchos otros versos de una rara y
lamentablemente desaparecida ética.
Ricardo Rubio, Poeta, narrador, dramaturgo,
1995.
***
El Canto del Gallo Rojo, de Carlos Kuraiem. Un grito
contra toda forma cotidiana de opresión. No intenta quedar
bien con nadie. Ni la escuela -último pilar del viejo
estado– se salva. Sin embargo hay un gesto de ternura.
Lenguaje coloquial pero no chabacano. Cuidado. Formas
propias de la intriga que pueden chocar contra la poesía
entendida como arte del silencio. Hay una vuelta a la vieja
costumbre de contar.
Es un desafío que intenta apresar en el fluir de
la acción la maravilla de las percepciones y los
movimientos interiores del lenguaje involucrados estrechamente
con el pensar lo cotidiano.
Busca la complicidad, la solidaridad del lector no de
forma pasiva sino desde el nivel de las expresiones y no
simplemente del contenido.
Patricia Verón, poeta, escritora,
2003.
***
El mundo llega apenas a los confines del canto del
gallo.
De las cañas al Monte Dorrego, para el
niño que conduce una línea de chivas y pisa en
patas la calle de tierra.
¡Qué envidia! no haber tenido un vecino
«Don Juan» de parar maza en el adoquín y decir
«si es lo tuyo», ¡qué
sofocón señor! encontrar a la tanita del
almacén en semejantes menesteres, en esa posición,
¿quién se va a acordar del sifón?
El libro tiene un subtítulo «poemas del
barrio», no he encontrado la luna pero sí «la
sola luz de la losa», el misterio, ese deseo frustrado
tocar la frente de la madre de Aldo, una costumbre ya olvidada
para con los muertos. Y la ternura, la ternura del niño
asombrado ante los acontecimientos, añorando el beso de la
madre.
El gallo canta el día y sus trabajos.
El día y su fiesta.
Me gusta ver al cura de la Catedral bajando derrotado
del campanario. Con su sotana ya descolorida y sus botines sin
lustrar, en la penumbra de la escalera caracol, pisa con cuidado
cada peldaño de madera reseca mientras el barrio sigue
chicharreando sin haber juntado ni una hojita para el
invierno.
Qué quiere que le diga, soy argentino y
sentimentalote, como la mayoría, y ese barrio me tira.
Allí vive Juan, el apacible Juan, el carpintero amigo de
los poetas; pero a mi violín le falta una cuerda, esa
cuerda que tan bien tensa y pulsa Kuraiem para cantarle al barrio
del Gallo Rojo.
Pedro Chappa, Narrador, 2001.
***
El Canto del Gallo Rojo o los espejos de
carne.
Testigo, juez y parte, Kuraiem con su voz poética
desenvuelve un monólogo interior que nos inicia como a
través de los espejos de los cuentos maravillosos al mundo
épico de la infancia.
Renueva la iniciación al mundo, desde el canto de
un animal: el gallo.
Dentro del monólogo los personajes dialogan entre
sí, con cierta indiferencia del aspecto textual, ya que se
expresan con su propia voz. Sin embargo, el juicio de valor se
manifiesta en la voz del poeta.
La población del barrio se divide entre los
personajes singularizados y los anónimos, es decir,
aquello que se muestra a partir de sus quehaceres: «el
oficinista reniega / con el coche que no le arranca…»,
«…la gente se excusa y siempre se están debiendo
algo…»
En El canto del gallo rojo, la unidad dialógica
(prejuicios, rumores, valores) producen la impresión de un
mundo suspendido, trágico y, cuya temática central
es la inserción del hombre en el trabajo, la
elección del arte como un lugar social vedado a las clases
bajas, la muerte y el sacrificio.
Anahí Cao, poeta.
***
Me encantó el libro "El Canto del Gallo Rojo", de
Carlos Kuraiem, ahí hay una veta de usar nuestro querido
lenguaje del barrio como materia poética (como hicieron
Dante Alighieri y otros advenedizos).
Eduardo D"Anna, poeta, ensayista, Rosario,
2005.
***
En El Canto del Gallo Rojo el autor retoma la
tradición narrativa del poema, con imágenes de
enorme encanto plástico; es la épica barrial y
doméstica, con personajes y ambientes que atrapan y
emocionan. Son hombres y mujeres, lugares que uno parece
contemplar a través de una ventana y que nos dejan el
deseo de ingresar en ellos para compartirlos porque sería
un modo más de acceder al mundo interior del poeta. Como
Miguel, que "sólo pide cuatro cuerdas para llegar a
las estrellas", Kuraiem, que también es músico
y guitarrero, no pide, nos deja la resonancia de su mensaje para
seguir deleitándonos con su poesía visceral y
conmovedora.
El barrio, el hogar, la familia, el trabajo
indispensable, las carencias, la presencia del padre, ese "en el
nombre del padre", entre cristiano y freudiano, han dejado una
marca que distingue su poética.
Susana Lamaison, Licenciada, 2007.
***
El título del libro es tan bello como sugerente:
El canto del gallo rojo. Los poemas de Kuraiem siempre tienen
presente al lector, delicadeza que se está perdiendo cada
vez más en la poesía argentina. Poemas tan
sencillos como sentidos, y tan directos como verdaderos.
Poesía del barrio, de la memoria emotiva, que se vuelven
sobre lo más querido y valioso: "Quien no pisó
una calle de tierra descalzo / no puede saber lo que es la
vida". Estos versos son un desafío.
Entre otras muchas cosas, la poesía de Kuraiem,
es otra forma de la amistad. Me hace bien. Es como una foto
tridimensional que muestra al autor de cuerpo y alma.
Una música ronda sus versos, una música de
guitarra que tocan unos dedos que escriben
poesía.
Juan Carlos Moisés, Poeta, Dibujante y
Dramaturgo, 2007.
***
No se puede hallar poesía sin alguna forma de
belleza, así sea la que parte del dolor y el desgarro. Y
en este libro de Carlos Kuraiem abunda la belleza, que
generalmente es gratuita, pues qué interés
podría llevar al poeta a decir "El cuello de la noche/
es tan hermoso/ y parecido al de una botella de vino/ inclinado
sobre el vaso del día…" Desde luego, esta belleza
no es abstracta, arraiga en la cotidianidad de la vida, y
arrastra consigo el sentimiento de amor al mundo y a los otros,
la solidaridad con el que sufre, la memoria de todo lo que se
amó.
Creo que existe un equívoco cuando se juzga la
poesía teniendo en cuenta si es o no es social, pues esas
fronteras no existen, el poeta descubre su interioridad y
descubre al otro, rara vez se queda exclusivamente en su propia
introspección, pero cuando lo hace también es
válido, y esa introspección les sirve a otros
cuando es comunicada. Puede abrir un camino, revelar un mundo,
cambiar una vida.
Graciela Maturo, noviembre, 2008. Escritora, Lic.
en Letras, Investigadora del (CONICET). Fundadora en 1970 del
Centro de Estudios Latinoamericanos.
***
Estimado Kuraiem: Me gusta la originalidad y
vocación de plantear la factibilidad de una poesía,
-yo diría, no sé si bien- democrática;
abierta y para muchos. Despojada de odiosos códigos
excluyentes, ya que la poesía (hoy más que nunca)
de nada sirve si no sirve para acercar a los hombres.
Además te siento próximo al amor a la tierra, la
naturaleza y las criaturas que sufren la injusticia y el
desamparo social. Aprecio también tu coraje para trabajar
a partir de los desvíos y rupturas de modelos y
formas.
Aldo Parfeniuk, Licenciado, poeta y ensayista,
Córdoba, 1998.
***
El Canto del Gallo Rojo en otros libros de
Kuraiem
Por rojo y libre saltó éstas
páginas y en otros libros ha soltado su canto, sin
prestarse a las apuestas. Desde otros frentes presagió la
guerra cuando en abril del 82 demoró la aurora y ante "las
vecinas limpiadoras de veredas" con toda su firmeza grabó
su grito para el futuro, sobre el cartel que decía: "El
poeta salió a pelear la realidad". (1)
Los confines del barrio son escurridizos cuando se lo
mira desde las copas de los árboles. La voz de Kuraiem
vibra y se expande desconociendo toda frontera. En su afán
de llegar cada vez más lejos con su canto, responde con
más poemas y canciones al reto de sus rivales, y si la
circunstancia obliga, se batirá a duelo contra esta
realidad bestial, engarzando con aguda vehemencia sus
trágicas metáforas.
"El Chupatijera/desplegaba toda su crueldad / y su mente
enferma y asesina/ empalaba perros/ delante de una platea que lo
festejaba/ contra las pobres criaturas / que no habían
hecho nada/ que no tenían la culpa" (2)
Él es quien construye y desarma las torres,
reinventa las coordenadas, desordena el mundo que encuentra a su
paso y realiza su gran Obra: el barrio bulle, está vivo y
se vuelve a fundar cada vez que alguien le canta para que el
Presente se haga Eterno.
"Por el brazo del viento / subiendo en fila / los
barriletes / media bomba-media estrella contra la espalda / la
punta mojada del dedo nos decía / hacia dónde
había que remontar / carrera hacia atrás / ovillo
de hilo desovillándose / galleta / coleada / susto comba /
y pulso / la cartita mensaje a las nubes / zumbido de flecos / y
runrún de roncadores / contra la oreja / palito donde
muere el hilo / enganchado en el ojal del alambre. / Las manos
ociosas, manoseándonos" (3)
"Busqué a mi perra Toba/ y la vi muerta/contra el
cordón de la calle Formosa/ yo lloraba/ mi mano la
acariciaba lentamente/una y otra vez. / Recuerdo mi
mano"
¿Se acuerdan aquella vez cuando los vecinos
entraron sus sillas desapareciendo de las veredas? Aún en
ese tiempo oscuro el poeta –que confía en el
niño que lleva en él- cantó. (4)
"Una mañana me sorprendió el gallo cantor
con su plumaje de plata y su cresta caída sobre un ojo y
sus espuelas mortales y su gran pico escarbando el día.
Llegaron los amigos y se armaron ruedas de canciones y poemas.
Solo supe que estuve en casa cuando escuché la voz de mi
madre llamándome. "Volvió Solista", comentaban en
el barrio. Ya se los había dicho: "Volveré cuando
haga falta. Ahora yo debo completar la historia. Lo que sigue lo
he visto con mis ojos". (5)
Kuraiem, emigra de todos los zaguanes para memorizar el
ritmo original de su poesía, con una épica que
cautiva, se roza y hermana con Carriego, Carlos de La Púa,
Borges, los poetas del tango, el grotesco; la brecha se abre y
otra literatura se funda. Kuraiem se despega de lo conocido, con
la asimetría que lo caracteriza, narra los "hechos
cotidianos" desde otra visión. Al abordar su obra, el
lector advertirá que en su recorrido literario y musical,
Kuraiem no utiliza ningún atajo que lo desvíe del
camino elegido. Basta ubicarnos en los años de cada uno de
sus escritos o de sus piezas musicales para afirmar que la
vigencia de cada trabajo se sustenta en el don del autor para
liberar a los personajes de sus claustros, como también la
precisión en el vaticinio de sucesos posteriores y
actuales.
Al barrio del Gallo Rojo le siguió este otro
barrio huérfano y sin nombre, con sus atributos de pureza
y ajenidad, con sus encantos y amenazas, con sus lenguas
entreveradas venidas de otras latitudes, con sus pobladores
enzarzados en la lucha cruel por la existencia.
Tucata y su guitarra : "Latido mortal siento/ como si me
quebrara/ mitad sobre la mesa/ mitad sobre la cama/ unas manos me
acomodan/ y callan". (6)
Oscar el militante: con ciegas razones / tercos
índices / y sordas victorias / señalabas / a los
traidores del pueblo. / Tu voz se hacía otra vez humana /
nombrando al barrio / con versos de Drummond y Apollinaire / tus
ojos compañeros / se iluminaban". (7)
El poder de sublimar con un ademán a todas las
criaturas, abstraerse de la temporalidad cada vez que afirma Oigo
el "no te olvides de mí" de mi madre, (8) nos permite
espiar desde el umbral de la poesía cómo ella
humedeciendo sus manos acomoda cada mechón rebelde del
hijo.
Irrepetibles cantos, en los que Kuraiem reparte sus
pedazos: su perro Sultán, el día que nunca
usó, dos años de rehén en un hospital de
curas, sus tías calabresas: un enjambre de avispas
africanas, el tordo azabache, la navaja de Godoy (9) verso
emparentado con El perro de la tormenta y el pesebre de Miguel /
su banco de carpintero/era el camino hacia Belén, con el
poema a La Madre de Aldo.
"-Estoy hojeando azules, tristes boletines / o empinado
sobre el mármol pulido y esquinero. / La lluvia viniendo
de la casa de altos…"
"Sentí hasta los huesos / la luminosa intemperie
/ de los días / el gorjeo de las ratuchas / en el
laberinto del ligustre / escabroso y cerrado / de árboles
y plantas / de cielo y tierra / de espalda y luna / fueron mis
paredes / coloridas, cambiantes / de sucesivas mutilaciones / en
los instantes quebradizos". (Del libro La rama inquebrantable)
Donde el Hogar –lugar de afectos que contienen y amparan,
tesoro que no es comparable con otro bien, para el poeta es el
Mundo. (10)
El canto trasciende la aldea, la obra se sigue
escribiendo con la complicidad del lector, poniendo en evidencia
lo que nos instituye o destituye como personas: la argamasa de la
identidad, aquello que nos instala en este aquí y este
ahora. Todo en la poesía de Kuraiem estremece, al punto de
ubicarnos en una realidad incómoda, es el pulso que
imprime al pensamiento y nos lleva a indagar en qué estado
se encuentra nuestra subjetividad, si estamos a salvo, o si acaso
hemos reducido nuestra condición humana a la de meros
objetos.
"me canso del sonido monótono de mi voz / de los
ladridos del Jagger / de Lucho que no deja de hablar /de abrir mi
corazón para que entren todos / me canso del paso de los
camiones Darritchón / que hacen temblar el edificio /
(Doña Rosa descansa para siempre) / del timbre que suena
por error" (11)
Junto a los "mil golpes por hora en el balancín
de Rubén", el poeta escribirá: "la
última vez que vi a mi padre / olor de ramas recién
cortadas". Una máquina de coser, Rosa y Mabel: "mis
hermanas / su locura / que ahora me salpica". Ellas, ausentes en
los poemas de El Canto, irrumpirán en los escritos
posteriores unidas a otros nombres salvados del olvido con solo
ser nombrados por el poeta: "Minga Gina Gloria Yoli Elsa Nilda
Mirta Beta Hugo Horacio Aurelio José Néstor y
Daniel una pirámide de sueños y cacharros".
(12)
El recorrido literario que aquí proponemos
intenta invitar a los ávidos de hermosura a seguir
explorando en la obra de este poeta libre de todo amarre, con la
osadía de ostentar un don que no abunda por mucho que se
pregone, el de cantarle al mundo que está al alcance de la
mano, aún en las circunstancias más terribles,
absolutamente despreocupado de todo aquello que no sea el
instante magnífico de estar a la altura de una
situación extraordinaria, ya sea desde estas
páginas o de otras.
"Y yo / mal jugador / soñé / que daba el
pase/ para un gol". No un gol, un pase. Eso da memoria.
Aquí toda la revelación. (13)
Prof. Marta Goddio
Manifiesto
Cierta vez sorprendí a mi padre empezando una
carta para enviársela a mi tío en Santiago.
Tardó meses en escribirla. Cada noche, después de
regresar del trabajo y en la sobremesa, le iba agregando una o
dos líneas. Paraba, con sumo cuidado apoyaba la lapicera a
un costado de la hoja blanca y se ponía a leer en voz
alta, con dificultad, su propia letra, como si gozara escuchando
su voz que leía lanzando una risa cada vez que terminaba
en el punto. La firma la practicó no sé cuantas
veces hasta que se decidió por la que mejor le
salió.
Cuando acabó la carta y compró el sobre
para mandarla, mi tío que estaba muy enfermo había
muerto.
La carta estuvo guardada en su valija durante muchos
años. Era un hecho.
Mientras esto ocurría yo juntaba cobre, plomo y
aluminio por las calles y los iba a vender para, con esas
monedas, comprar las primeras revistas y libros de aventuras. Con
el tiempo se multiplicarían hasta no caber en el ropero
familiar o en el aparador de mi madre junto a platos, vasos y el
cestillo del pan.
La casa conoció así los libros.
Con esas primeras experiencias comencé a caminar
y me dí cuenta que para escribir, un papel basta, luego
otro y otro más.
Si algo somos es poetas entre todas las cosas y no sobre
todas las cosas.
Kuraiem, junio 1996
***
Manifesto
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