Indice
1.
Introducción
2. Areté
3. Las virtudes.
4. De la gracia del Espíritu Santo
a las virtudes.
5. Conclusión.
6. Bibliografía.
Este trabajo está organizado de la siguiente
manera: Primero hago una aproximación a la Virtud, pasando
casi inadvertidamente a la diferenciación de las Virtudes,
mientras que luego me detengo en una de las virtudes cardinales:
la Prudencia, aquí la desarrollo
tomando varios autores, principalmente Santo Tomás, con la
pregunta ¿qué es la prudencia?, para después
pasar a descubrir el camino que nos propone el padre
Angélico y finalmente el papel de la
Gracia del Espíritu Santo en relación a las
virtudes.
El deseo de responder a varios interrogantes me llevo a
investigar sobre este tema, o sea, aparte del objetivo
principal que tiene como final de una materia. Con
esto me gustaría aclarar que hay varios autores mezclados
(citados al pie) por lo que antes mencionaba, pero que me
ayudaron a ir divisando a través que avanzaba el trabajo la
importancia de la virtudes en nuestra vida.
La virtud en general: Es un "hábito operativo
bueno"; definición completa pero densa: el termino
hábito significa una cualidad permanente que no se pierde
con facilidad; operativo quiere indicar a que esta ordenado el
hábito de la virtud, perfecciona el sujeto directamente
para que este pueda realizar mejor su actividad propia; bueno
podría parecer innecesario: el acto de toda potencia es
bueno, porque no es más que una realización de su
propio dinamismo natural. Este nunca podría ser malo.
Aquí entendemos bueno en sentido pleno: el acto no es
bueno solo respecto de la potencia, sino respecto de todo
el hombre.
Este es una persona que
tiende a su propia perfección: para alcanzarla no puede
permitir que cada potencia actúe de modo independiente,
sino que debe regularla para el pleno y armónico
desarrollo de su personalidad.
La acción será completamente buena solo si ayuda al
hombre a
realizar su perfección humana. Además, el hombre,
al ser una persona creada, solo puede ser perfecto en la
adhesión perfecta a Dios.
En el Bautismo Dios infunde en el alma, sin ningún merito
nuestro las virtudes, que son disposiciones habituales y firmes
para hacer el bien. Las virtudes infusas son teologales y
morales. Las teologales tienen como objeto a Dios, las morales
tienen como objeto los actos humanos buenos.
Si recurrimos al vocabulario de teología podemos afirmar
que, el hombre perfecto, no es el que se esfuerza por ser tal,
sino que el que busca a Dios para alcanzarlo; sigue el camino que
Dios mismo trazó y que es el único por el que se
puede desarrollar y realizar como persona e hijo de Dios; esta
actitud
fundamental se expresa por la formula andar con Dios. Esta
actitud es la que hace de Noé un hombre integro contrario
a los malos que lo rodean. La virtud consiste en una viva
relación con Dios, en una conformidad de sus palabras, en
una obediencia a sus voluntades, en una orientación
profunda y estable hacia Él; esta relación hace al
hombre justo; esta fidelidad en seguir el camino del Señor
es la virtud fundamental que Abraham deberá enseñar
a sus hijos, y cuya práctica es la condición de la
alianza. En el corazón se
halla la raíz de la virtud. En él deben grabarse
las palabras de Dios para que sean en él el principio de
fidelidad amante que es el alma de toda virtud.
"todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de
amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de
elogio, todo eso tenedlo en cuenta".
La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el
bien. Permite a la persona no solo realizar actos buenos, sino
dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles
y espirituales, la persona virtuosa tiende al bien, lo busca y lo
elige a través de acciones
concretas.
Las virtudes teologales son tres: Fe, Esperanza y
Caridad, mientras que las morales o cardinales son cuatro:
prudencia, justicia,
templanza y fortaleza.
Virtudes Teologales.
Fe: es la por la cual creemos en Dios.
Esperanza: Por ella esperamos y deseamos de Dios, con una firme
confianza, la vida eterna y las gracias para merecerlas.
Caridad: Es por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a
nuestros prójimos como a nosotros mismos.
Virtudes Cardinales.
Prudencia: Dispone de razón práctica para discernir
nuestro verdadero bien y elegir los medios justos
para realizarlo.
Justicia: Consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios
y al prójimo lo que le es debido.
Fortaleza: Asegura la firmeza y la constancia en la
práctica del bien.
Templanza: Modera la atracción hacia los placeres
sensibles y procura la moderación en el uso de los
bienes
creados.
Tomando la "vida espiritual" de Servais pinckaers, nos
dirá que: Las virtudes son actitudes
firmes que nos hacen actuar buscando lo mejor y tender hacia la
perfección que nos conviene a nuestra persona y a nuestras
obras. En una palabra: las virtudes nos permiten ejercer
plenamente nuestro oficio de hombre. Solo la experiencia revela
verdaderamente lo que pueden ser estas cualidades
dinámicas. Recordemos que las virtudes así
entendidas no son simples hábitos, una especie de
mecanismo psíquico formado en nosotros mediante la
repetición de los mismo actos materiales,
que disminuirían el compromiso personal; son
propiamente "hábito", disposiciones a obrar cada vez mejor
obtenidas por una sucesión de actos inteligentes y
libres.
Una virtud especial.
La prudencia.
Después de haber desarrollado brevemente las virtudes en
general me detengo en la virtud llamada por Santo Tomás
"virtud especial": La prudencia.
Para tratar de dilucidar la significación de esta virtud
recurrimos a varias fuentes con la
pregunta: ¿Qué es la Prudencia?
- La prudencia es una virtud de la razón, no
especulativa, sino práctica: la cual es un juicio, pero
ordenado a una acción concreta. Así, por ejemplo
será tarea de la prudencia saber juzgar si en un
determinado caso, considerada determinada circunstancia, nos
podemos comportar de un modo que, normalmente no seria el
adecuado. Será más prudente aquel que, valorando
y confrontando las diversas circunstancias con la ley perenne de
la moralidad, sabrá llegar mejor al centro focal de una
decisión conforme a la misma ley. Acostumbramos a
escribir esta situación psicológica con
expresiones así: en esa circunstancia, después de
haber reflexionado y haberme aconsejado, sentí en
conciencia
que tenia que obrar así. - Honor a los prudentes, poseedores de una cualidad que
los distingue entre todos los otros seres del universo, les
hace diferentes e insignes. La prudencia no mancha las manos de
púrpura, ni se precipita en el abismo de los riesgos
innecesarios, no actúa sin razones ni razona sin
lógica, no procede sin causa, ni propone
sin previsión. Medita sus empresas bajo
todos los aspectos y estudia sus horizontes desde todos los
ángulos. Pocas son las veces que yerra el prudente, y
cuando yerra, su equivocación no le es generalmente
imputable. Hace que fermenten las otras esencias del comportamiento, le da cauce al valor, cielo
despejado a la sabiduría, le pone alas a la esperanza,
cimientos a la fidelidad, camino seguro a la
constancia, hogar duradero a la alegría. Está
aliada con el azar de modo permanente, y la muerte y
ella se tratan con grave respeto. Los
antiguos y sagrados libros
veneran a la mujer
prudente y al prudente varón, los ponen como ejemplos a
seguir y encomiendan este habito sobre otros muchos. Si te
vuelves prudente (no calculador), si te orientas por la
prudencia (no por la frialdad del animo), si sabes en todo
momento distinguir la medida prudencial (no el astuto
beneficio), mucho tendrás ganado en todos los ordenes de
la vida y de la convivencia, pues desde la Ley hasta la
costumbre consideran la prudencia guía segura de los
actos. Aunque pasa con ella, como con tantas otras que es
primeramente buena para quien la posee, y solo de forma delgada
y vicaria con los otros que a su lado se encuentren a los que a
veces llega nada más el fleco escasamente abrigador de
sus deshilachados perfiles. Y nos libren los dioses de un
perverso prudente. - La prudencia es la virtud que dispone la razón
práctica a discernir en toda circunstancia nuestro
verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo.
"El hombre cauto medito sus pasos", "sed sensatos y sobrios
para daros a la oración". La prudencia es la "regla
recta de la acción", escribe Santo Tomás,
siguiendo a Aristóteles. No se confunde ni con la
timidez ni con el temor, ni con la doblez ni con la
disimulación. Es llamada "auriga virtutum": Conduce las
otras virtudes indicándole regla y medida. Es la
prudencia quien guía directamente el juicio de
conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta
según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin
error los principios
morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el
bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar. - Según San
Agustín la prudencia es: Cognitio rerum
appetendarum, et fugiendarum. Su objeto formal no es asignar su
fin a las virtudes morales, sino lo que conduce para el, esto
es; como y porque medios tocara el hombre el de la
razón. Y así el objeto formal de la prudencia es
aquella honestidad
peculiar que se halla en dictar, que es lo que se halla de
practicar, atendidas todas las circunstancias ocurrentes, para
que hic et nunc, sea recta la operación. Su objeto
material trasciende por la materia de todas las virtudes, pues
a todas las encamina la prudencia, para que consigan su fin y
toque el medium rationis.
De esta manera descubrimos que la prudencia es la virtud
que permite abrir la puerta para la realización de las
otras virtudes y las encamina hacia el fin del hombre, "la
felicidad"; entonces vemos su relación con la aquella otra
virtud esencial: "La caridad", y podemos decir que estas dos
virtudes son los nexos necesarios para todas las otras. Volviendo
a la "Vida Espiritual" leemos:
La caridad es el amor de
Dios dado por el Espíritu Santo, que ejerce tanto en
nosotros como en la Iglesia, su
poder
unificador: la caridad reúne todas las virtudes, como en
un cuerpo vivo, y las ordena, cada una en su rango, según
su papel, a la vida amorosa de Dios, fin ultimo verdadero y pleno
del hombre. La caridad es la virtud por excelencia. Se encuentra
en la fuente misma de la vida espiritual. Podemos compararla con
la sangre, que bajo
el impulso del corazón, circula por todo el cuerpo para
alimentar los órganos. Sin ella, las otras virtudes se
vuelven estériles y se marchitan; no pueden fructiferar
ante Dios. Sin embargo la caridad no podría desarrollar su
obra sin la prudencia, que representa para la vida espiritual lo
que el ojo para el cuerpo. Gracias a la prudencia, virtud del
juicio y la decisión, es como sabemos descubrir la medida
que conviene en el ejercicio de cada virtud, incluida la
práctica de la caridad. Por muy generosa que sea esta, se
echaría a perder sin el discernimiento de la razón.
La prudencia, como virtud de la razón creyente y amorosa,
ejerce, también una función
general entre las virtudes: asegura su conexión en el
juicio sobre la acción concreta y nos guía paso a
paso por los caminos que nos conducen a la bienaventuranza
prometida.
Como alcanzarla.
Santo Tomás nos propone un camino por recorrer para llegar
a una acción regulada por la prudencia:
- El recuerdo de la experiencia pasada: Si una persona
no sabe reflexionar sobre lo que le ha sucedido a él y a
los demás, no podrá aprender a vivir. De esta
manera la historia se transforma en
maestra de la vida. - Inteligencia del estado
presente de las cosas: El obrar prudente es el resultado de un
"comprender – juzgar" y no de un "amar – desear", mirando la
comprensión como la total responsabilidad, como el verdadero amor que
libera de las pasiones para llegar al final de la
vocación humana "felicidad – gloria a Dios" y
mirando el amar – desear como un apego desordenado a las
pasiones. - La sagacidad en ponderar lo que puede pasar en el
futuro: Se tendría que saber valorar y prever las
posibles consecuencias e implicaciones que pueden derivar de la
posición de un determinado acto. Santa Teresa nos ofrece
un ejemplo cuando ella refiriéndose a los coloquios
entre los confesores y las monjas fuera del confesionario,
observa que conviene pensar que podría
ocurrir. - Discernimiento al confrontar un hecho con el otro:
una determinación con la otra: Descubrir en cada
opción las desventajas y las ventajas que ofrecen para
poder llegar a realizar una buena elección. - Docilidad en seguir el consejo de personas
experimentadas: Esto significa asumir con humildad nuestras
limitaciones, recurrir al consejo de todas aquellas personas
que puedan aportarnos algo de luz. - Circunspección para confrontar las
circunstancias con lo que esta ordenado al fin: Esto seria que
alguna acción mirada y tomada independientemente puede
llegar a ser muy buena y conveniente, pero viéndola
desde dentro de un plan de vida,
de un proyecto de
Dios, se vuelve mala o inoportuna.
Si seguimos este camino podremos actuar prudentemente y
es camino seguro hacia la felicidad, aunque falta agregar la
acción que el Espíritu
Santo realiza dentro nuestro.
4. De la gracia del Espíritu Santo a las
virtudes.
En la vida espiritual y en el origen de su estructura se
encuentra el Espíritu Santo que recibimos por la fe en
Cristo, cuando abrimos nuestra inteligencia y
nuestra voluntad a la luz de la Palabra de Dios. A la fe se le
asocian, en un mismo movimiento la
esperanza y la caridad, que la vuelven activa. Mediante este
compromiso espiritual, la gracia del Espíritu penetra en
las virtudes morales, regidas por la razón y agrupadas en
torno a la
prudencia, que discierne lo que conviene hacer. La Gracia llega
hasta la sensibilidad y la imaginación y desciende hasta
las profundidades del inconsciente; se encarna asociando el mismo
cuerpo al obrar espiritual, y de este modo ordena a todo el
hombre a la bienaventuranza de Dios.
Por otra parte, en virtud de nuestra condición carnal
asumida por Cristo, a la gracia interior le corresponden como
instrumentos exteriores y visibles, la Escritura en
su texto, la
Biblia, y los Sacramentos con la liturgia. Así se
establece una conexión esencial entre la vida espiritual,
animada por las virtudes, la lectura de
la Escritura como Palabra de Dios y la vida sacramental,
dispuesta en torno al Bautismo y la Eucaristía, como
celebración de la Pasión del
Señor.
Me gustaría citar la parábola de la diez
jóvenes ya que creo que aquí aparece completamente
dibujado como deberíamos actuar y como no; ya que si
hacemos una lectura
detenida, vemos como las jóvenes prudentes descubren que
sus lámparas podían llegar a quedarse sin aceite,
esto lo saben porque supieron tener en cuenta un hecho anterior
(alguna vez se habrán quedado sin aceite) del cual
aprendieron, quizás la duración del aceite u otra
cosa, y obraron en virtud del daño que podían
sufrir si se les acababa el aceite y de la recompensa que
tendrían si no. Al final vemos que las prudentes son las
que entran a celebrar con el esposo mientras que las imprudentes,
quedan fuera; aquí quedo claro: la imprudencia nos aleja
de la espera firme del Señor y nos obstaculiza el
encuentro con Él. También en esta lectura se
trasluce el camino ofrecido por Santo Tomás para llegar a
actuar prudentemente.
A todo esto creo que hay que sumarle la Gracia bautismal que nos
ayuda a tener en cuenta al momento de obrar si lo hacemos con
caridad, y en virtud de aquella perenne Ley: Cristo encarnado:
Señor y modelo de
todas las virtudes.
6. Bibliografía.
Santo Tomás de Aquino.
Suma de Teología. II-II. BAC. 1990.
Servais Pinckaers, op.
La vida espiritual. Cap. XI. EDICEP. 1994.
Ermanno Ancilli.
Diccionario de
Espiritualidad. Tomo III. HERDER. 1984.
Catecismo de La Iglesia Católica.
Cap. III – La vida en Cristo – Art. 7.
LIBRERÍA JUAN PABLO II. 1992.
Miguel Cobaleda.
Libro de las
Horas. Fragmentos Filosóficos.
Moral
Salmanticense, Compendio.
Tratado IV, de las virtudes. Cap. II, punto. I.
León – Dufour.
Vocabulario de teología bíblica. HERDER.
Autor:
Andrés F. Espíndola
Seminarista de la Diócesis de Resistencia.
Chaco, Argentina
Seminario
Interdiocesano "La encarnación"