Análisis de las dimensiones socioculturales, económicas y políticas de la globalización (página 2)
La homogeneización es un proceso
según el cual dos o más elementos se van
configurando según pautas comunes, hasta adquirir la misma
naturaleza o género.
Adhiriéndonos a la definición
expuesta por el Magisterio de la Iglesia mediante el Documento de
Puebla, "con la palabra cultura se indica el modo particular
como, en un pueblo, los hombres cultivan su relación con
la naturaleza, entre sí mismos y con Dios. Es el estilo de
vida común que caracteriza a los diversos pueblos, por
ello se habla de pluralidad de culturas. Es decir, es el conjunto
de valores que lo animan y de desvalores que lo debilitan y que
al ser participados en común por sus miembros, los
reúne en base a una misma conciencia
colectiva."
En sentido general, el concepto de
estándar deriva del que tiene en el lenguaje corriente,
particularmente en la producción de bienes: un elemento,
una pieza que es lo suficientemente extendida, generalizable,
común como para constituirse en típica y
universal.
Los grupos de poder, son una unidad social
constituida por un número de individuos que poseen un
estatus y unas relaciones mutuas estables, y que tienen un
conjunto de valores o normas que regulan su conducta. Estos
tienen las relaciones, bienes o elementos (políticas,
económicas, sociales, etc.) suficientes para llevar a cabo
sus logros e influir sobre el resto de los grupos y la sociedad
por todos los medios posibles valiéndose de un
hábil manejo de sus recursos. Ellos crean nuevas
necesidades de consumo, que "son un impulso irresistible que
obliga a obrar infaliblemente en determinado sentido".
Este nuevo fenómeno de
carácter internacional: la globalización
planetaria, tiene efectos opuestos, como los de
homogeneización y fragmentación cultural; estos
efectos han derrumbado las identidades tradicionales. A
través de los mecanismos de: desterritorialización
y la deshistorialización.
"Debemos comprender que el proceso de
globalización, al impulsar el movimiento de
desterritorialización hacia fuera de las fronteras
nacionales, acelera las condiciones de movilidad y "desencaje".
El proceso de mundialización de la cultura engendra, por
lo tanto, nuevos referentes identitarios".
La globalización impacta en los
procesos de identificación de la gente porque pone delante
de ella a otros individuos que actúan como modelos para
asemejarse o diferenciarse.
Por ello, cuando se produce alguna
modificación en la identidad de un pueblo, éste
entra en crisis hasta que se vuelven a acomodar las nuevas
estructuras, es decir, hasta que los individuos acepten y adopten
como propios los nuevos cambios.
El orden económico mundial exige
homogeneizar patrones de consumo, y esto no se logra tan
sólo mediante agresivas políticas económicas
ni mediante propagandas publicitarias centradas en la oferta de
los permanentemente renovados productos. Lo que se difunde es,
ante todo, un modelo cultural que genere actitudes y motivaciones
orientadas a adoptar nuevos estilos y formas de vida, más
allá e independientemente de las formas concretas que unos
y otros asuman; lo que se difunde es una suerte de "a priori" del
consumo incesante y cambiante, que instala al ciudadano en el
rol, eminente, de consumidor.
Es decir, la globalización de la
economía está definiendo una identidad más
vinculada con los bienes a los que se accede que con el lugar
donde se ha nacido.
En estos nuevos procesos, se percibe una
fragilidad en la identidad colectiva y personal, la misma
está siendo amenazada por los procesos de
internalización, por el despliegue de una cultura
homogeneizadora que se impone a través de los medios de
comunicación y busca, por lo tanto, un sistema de
garantías que la reconforte, que le dé seguridad.
No sólo el nacionalismo exasperado es una respuesta frente
a dichos procesos; el proteccionismo a la economía
regional, la defensa de lo propio, la reivindicación de
las identidades étnicas, son ejemplos de reacciones frente
a la mundialización de los modos de vida y la
estandarización cultural del mundo. Se están
produciendo fuertes desestructuraciones y reestructuraciones,
creándose nuevas segmentaciones sociales y verdaderas
subculturas, que fomentan la desintegración de las
culturas locales.
La preservación de la propia
identidad es un elemento indispensable de la resistencia a ser
absorbidos por una cultura dominante. Tiene que presentarse bajo
la forma de una reafirmación, a veces excesiva, de la
propia tradición cultural, de la lengua, de las
costumbres.
Los pilares de la identidad son: conocer la
historia propia, reconocer nuestros valores, practicar la
autoestima y la dignidad.
3. Globalización económica
y políticas sociales
La economía globalizada esta
desencadenando profundas transformaciones. La mayor parte de este
proceso se ha enfocado en aspectos macroeconómicos (como
por ejemplo el déficit fiscal o la inflación), la
privatización de empresas públicas y la
reducción de las políticas sociales. Sin embargo,
esta reorganización economicista tiene muchos otros
efectos, en tanto expresa una forma de concebir a la sociedad y
la Naturaleza.
Las propuestas de la escuela
económica austríaca, más conocida en nuestro
país como neoliberalismo, han sido las principales
propulsoras de esos cambios.
Aunque se habla de justicia social y
equidad, hay evidencias de la permanencia de una impronta que una
y otra vez muestra la presencia del reduccionismo de mercado. A
pesar de los acalorados debates que se han suscitado sobre el
neoliberalismo, hay algunos temas que han pasado casi
desapercibidos como el que hace a las repercusiones de la
mercantilización de estirpe neoliberal sobre las
políticas sociales.
Varias son las razones que sustentan la
importancia de examinar este remanente. En primer lugar, es
necesario proveerse de herramientas que permitan identificarlo y
comenzar así a buscarle alternativas. En segundo lugar,
este "fantasma" mercantilista plantea análogas formas de
concebir las relaciones entre las personas. Finalmente, sus
consecuencias, como la mercantilización social y la
erosión de la política, son altamente
negativas.
La perspectiva neoliberal además de
ser un modelo económico, es también una
visión amplia de la vida en sociedad. Postula al mercado
como el escenario social perfecto. Su funcionamiento se
basaría en la aceptación voluntaria de los
individuos, a partir de sus intereses particulares, sin atender a
los fines colectivos. Las interacciones sociales quedan reducidas
a relaciones de mercado. El centro se pone en el individuo, y la
sociedad deja de ser una categoría con
características propias, reflejando en cambio un mero
agregado de personas distintas, cada una atendiendo sus propios
fines.Los derechos personales son reducidos a derechos del
mercado, y la libertad es presentada negativamente, como ausencia
de coerción, y en especial restringida a la libertad de
comprar y vender. Es en el mercado donde se realiza la libertad
personal. Para asegurar su correcto funcionamiento debe estar
protegido de intervencionismos, y en especial, de los
provenientes del Estado.
Un breve vistazo a algunas medidas que se
han tomado en el terreno social, servirán de ejemplo. Las
políticas sociales, en particular los servicios de
seguridad social, y la educación, quedan subordinadas a
criterios de mercado.
Por ejemplo, conceptualmente y
prácticamente, se ha defendido que las políticas
sociales gubernamentales deben restringirse a programas de
amortiguación de los impactos de las reformas de mercado,
mientras que otras tareas se podrían privatizar. La
lógica de esa postura apuesta a que las fuerzas libres del
mercado dispararían el crecimiento económico el
que, a la larga, resolvería la pobreza, de donde no se
necesitaría un apoyo desde el Estado. En varios rubros a
estos argumentos se le suman otros estrictamente
económicos. El caso más claro se da en la reforma
de la seguridad social (pasividades y jubilaciones), donde una de
las principales razones es asegurar capacidad de ahorro interno
mediante la capitalización de los aportes. Las
políticas sociales pasan a concebirse como formas de
inversión o provisión de insumos para los circuitos
económicos. En el terreno educativo, se concibe a la
educación como un "sector productor de insumos" para la
economía, de manera de aumentar la eficiencia de los
procesos productivos.
Las expresiones de esta corriente se
expresan en los países del cono sur con la difusión
de los "fondos de inversión social", en la
privatización de ciertas áreas de la salud y la
educación, propuestas peregrinas como el manejo
"gerencial" de escuelas secundarias, y la transmutación
del vocabulario: la cobertura social y la educación son
una forma de "inversión", las personas son "capital
humano", y se entrena en "tecnologías
sociales".
El sesgo neoliberal no niega al Estado,
sino que lo minimiza, dándole un nuevo papel, subsidiario
al mercado: debe asegurar que éste funcione, en particular
manteniendo los derechos de propiedad y el orden público.
En el área social, estas propuestas apuntan a la
transferencia de diversas tareas al ámbito privado. En ese
caso las medidas extremas son, por ejemplo, la
privatización de los servicios de salud o de
educación. En muchas circunstancias se desatienden las
medidas de fondo, por ejemplo las que aseguren pleno empleo, y se
recurre a un asistencialismo descentralizado. Existe un terreno,
más incierto, que es la transferencia a la "sociedad
civil". Pero al tomar el concepto en sentido estricto se
evidencia un amplio abanico, que va desde organizaciones no
gubernamentales ciudadanas, como las que dan coberturas
específicas para comedores o guarderías infantiles,
a las empresas privadas, donde los ejemplos notorios son la
privatización de servicios estatales o la tolerancia a
éstas, como es el caso de la proliferación de las
compañías privadas de seguridad a costa del papel
de la policía.
Lo mas preocupante es, sin embargo, que el
sesgo mercantil avanza sobre todo en la cotidianidad. Allí
se observa una avalancha de conceptos y términos
mercantiles. Pero no menos relevante, es el hecho de cómo
esos cambios están pasando inadvertidos o son tomados con
toda naturalidad. Un ejemplo ilustrativo lo constituye
cómo algunos gobernantes que se expresa sobre la reforma
educativa o de la cobertura social en términos de ofrecer
al "consumidor" un nuevo "producto" en el "mercado" social. De la
misma manera, en las campañas electorales siempre se
detecta algún político que se presenta como un
"gerente" que vendrá a "administrar" con "eficiencia" el
país, tal como si se tratara de una "empresa".
Términos como éstos son
utilizados incluso por personas que están muy lejos del
paradigma neoliberal. Esto revela precisamente como esa
concepción mercantil ha invadido nuestra vida y es
invocada abiertamente. Sorprende también que esta forma de
expresarse pase inadvertida; Varios años atrás
seguramente hubieran desencadenado furiosas reacciones por
implicar una reducción de algo tan amplio y valioso como
la educación, la salud o el gobierno a un producto de
consumo. También es sorprendente que este lenguaje es
(aparentemente) comprendido por la gente. Todo esto
expresaría que está en marcha un profundo cambio
cultural.
Lo más alarmante es cómo la
globalización económica sólo beneficia al
20% de la población mundial que tienen en sus manos el
control de la economía planetaria, es decir que la
globalización no conlleva beneficios territoriales sino al
capital.
Cuando las economías emergentes
intentan desarrollar en algún nivel la manufactura de sus
propios recursos, las economías más desarrolladas
imponen aranceles proteccionistas que no permiten el acceso de
dicha manufactura a su territorio.
4. Efectos políticos de la
globalización
Hoy en día, las presiones
internacionales buscan la adecuación de las leyes e
instituciones nacionales a los intereses mundiales, sin importar
las consecuencias para el hombre, su hábitat y su
moralidad. Esta corriente esta regida por el viejo maquiavelismo
de: "Que el fin justifica los medios", en donde el crecimiento
económico es la meta, aunque desigual y al margen de la
ética y del amor. Como consecuencia, las leyes se fijan en
dirección a los intereses de este nuevo orden privatizador
y al servicio de esas grandes metrópolis de dueños
y gendarmes del Libre Mercado Mundial.
De allí que los políticos hoy
no se dividen entre la izquierda ni la derecha de cara a la
globalización, sino entre los que se subyugan de manera
servil a las presiones neoliberales de los poderes
hegemónicos de las metrópolis y
sub-metrópolis y los que encaran el proceso con la firme
decisión de salvaguardar la soberanía y dignidad
nacional. Perú con Fugimori ha sido el triste ejemplo del
primer caso, quizá Chávez en Venezuela sea una
señal que apunte hacia una mejor opción.
La globalización se define
también como un proceso gradual de transferencia de las
soberanías económicas, políticas, militares
y culturales desde la esfera política del
estado-nación en la que estuvieron ancladas hasta tiempos
muy recientes hacia un sistema de agencias, organismos e
instituciones internacionales de diversos órdenes que
asumen la tarea de una construcción de orden planetario.
La de un Nuevo Orden o Poder Mundial, donde las relaciones entre
los estados que van siendo incorporados no son
igualitarias.
La consecuencia de ésto desde la
perspectiva particular de las naciones es el debilitamiento
acelerado del estado nacional y de los fundamentos en que
descansa éste: las instituciones sociales en las que se
expresa la voluntad de su ciudadanía como fuente
originaria del poder político, económico y
social.
Ante estos hechos surge la pregunta: existe
actualmente la Argentina como nación? Esta existe porque
su pueblo ocupa un territorio y creó una cultura cuya
identidad y trascendencia podemos apreciar, basta mencionar el
tango. En cambio, no se verifican los requisitos de un
país democrático y soberano.La soberanía,
entendida aquí como la capacidad de decidir el propio
destino en el orden global, requiere que el país tenga
suficiente capacidad decisoria para organizar sus recursos y
diseñar sus relaciones con el resto del mundo conforme a
sus propios objetivos.
Esto nos lleva a formular otra pregunta no
menos grave: ¿Qué capacidad decisoria
autónoma tiene el Estado nacional sobre las cuestiones
centrales que hacen a la vida cotidiana de la gente, el rumbo y
destino mismo de la Argentina? La respuesta recorre el mundo. La
economía de mercado y la apertura al mundo reemplaza a los
estatismos nacionales. La globalización, con sus distintas
caras —con las oportunidades que abre y con los
daños que causa—se abre por encima de gran parte de
la capacidad decisoria de los Estados nacionales.
Cuando el mercado globalizado avanza
más allá de ciertos límites sobre la
competencia de un Estado nacional, se va vaciando la
política y el mismo estado de derecho.
Lo que está surgiendo es un sistema
de "mercantilismo corporativo" en el cual las decisiones sobre la
vida social, económica y política se concentran
cada vez más en manos de grupos de poder privados, exentos
de toda responsabilidad social.
Un panorama abarcador de nuestro
continente, muestra hasta qué punto los estragos de este
fundamentalismo económico, han acentuado el endeudamiento
de la región y aumentado significativamente la
desocupación y la pobreza.
De esta manera es necesario que el Estado y
la política vuelvan a intervenir para controlar las
fuerzas económicas, pero a través de nuevas formas
de participación y de consenso. El mundo retomará
un cauce democrático verdadero, en el marco de las nuevas
fuerzas sociales que asoman contra los efectos negativos de la
globalización, en la medida en que encuentre modelos
económicos alternativos basados en el desarrollo
productivo y en el bienestar social.
Por lo tanto, el gran desafío es
reconquistar la democracia y soberanía erradicando los
factores que determinan su vulnerabilidad externa. Es decir,
trata de vivir con lo nuestro dentro de la globalización.
Esta es una empresa imperiosa, urgente y posible que depende,
esencialmente, de nosotros mismos.
5. Reflexión
Ante todo, es muy importante aclarar, como
lo hace el Papa en sus discursos, que la globalización es
un hecho humano. Por ello, la globalización no es ni buena
ni mala. Será lo que la gente quiera que sea.
Es así que la globalización
es un "hecho humano", los principios que han de orientar la
ética en tiempos de la aldea global hay que buscarlos, en
la misma persona y en los principios que regulan sus
interrelaciones sociales.
El primer principio que ha de regir la
globalización "es el valor inalienable de la persona
humana, fuente de todos los derechos humanos y de todo orden
social. El ser humano debe ser siempre un fin y nunca un medio,
un sujeto y no un objeto". Esto muchas veces se ve violado y
más hoy, donde el individuo se ha transformado en un
porcentaje dentro de estudios sobre desocupación, pobreza
y preferencias de consumo.
Sobre esto la "Sollicitudo rei socialis,
Nº 33" nos dice que: "No sería verdaderamente digno
del hombre un tipo de desarrollo que no respetara ni promoviera
los derechos humanos, personales y sociales, económicos y
políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los
pueblos (…)"
La pregunta por el respeto de la dignidad
humana, se podría expresar en términos muy
concretos: ¿qué papel tienen los más
débiles de la sociedad, sus discapacitados, sus ancianos,
sus no nacidos?
Los Estados hoy son subyugados por
intereses a los que sólo les interesa que las deudas que
ellas tienen sobre las naciones sean pagadas, aun a costa de las
jubilación , sueldos estatales y cobertura de las
necesidades indispensables de la población.
El "Centesimus annus, Nº 35" hace
referencia a esto: " Es ciertamente justo el principio de que las
deudas deben ser pagadas. No es lícito, en cambio, exigir
o pretender su pago, cuando éste vendría a imponer
de hecho opciones políticas tales que llevaran al hambre y
a la desesperación a poblaciones enteras. No se puede
pretender que las deudas contraídas sean pagadas con
sacrificios insoportables.(…)"
A la globalización de la
economía, por tanto, le debe seguir una
globalización de los auténticos derechos
humanos.
Del principio fundamental del respeto a la
dignidad de la persona se deriva la necesidad de globalizar la
solidaridad. El principio de solidaridad, tal y como lo enuncia
la doctrina social cristiana constituye una apuesta por la
opción preferencial por los pobres. Afirma que "los
individuos, cuanto más indefensos están en una
sociedad tanto más necesitan el apoyo y el cuidado de los
demás, en particular de la intervención de la
autoridad pública" (Centesimus Annus, Nº
10).
Esta solidaridad se ve atropellada por un
pensamiento liberal donde la felicidad se basa en los logros
económicos alcanzados aun a costa del sufrimiento de otros
hombres. No importa a cuantos se deba pisotear con tal de obtener
aquel objetivo, lo que produce fundamentalmente la pérdida
de la noción de fraternidad.
"El hombre pecador, habiendo hecho de
sí su propio centro, busca afirmarse y satisfacer su
anhelo de infinito sirviéndose de las cosas: riqueza,
poder y placeres, despreciando a los demás hombres a los
que despoja injustamente y trata como objetos o
instrumentos.(…)" (Congregación para la Doctrina de la
Fe, "Libertatis conscientia" Nº 42).
El mundo hoy constata que el aumento de la
interdependencia ha dado a estos retos (guerras, persecuciones,
desastres, epidemias) una dimensión global que requiere
nuevas formas de pensamiento y nuevos tipos de cooperación
internacional para hacerles frente de manera efectiva.
Se trata, de "entretejer de solidaridad las
redes de las relaciones recíprocas entre lo
económico, político y social, que los procesos de
globalización en la actualidad tienden a aumentar"
(Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de
2000).
A la globalización de la
economía se debe responde con la globalización de
la solidaridad y ésta se logra a través de la
subsidiaridad, es decir, por medio de la ayuda al prójimo.
La subsidiariedad es, quizás, el principio ético
más revolucionario de la doctrina social cristiana para
los tiempos de globalización.
El Papa advierte: en esta aldea global "las
unidades sociales más pequeñas –naciones,
comunidades, grupos religiosos o étnicos, familias o
personas– no deben ser absorbidos anónimamente por una
comunidad mayor, de modo que pierdan su identidad y se usurpen
sus prerrogativas. Por el contrario hay que defender y apoyar la
autonomía propia de cada clase y organización
social, cada una en su esfera" (Discurso a la Academia Pontificia
para las Ciencias Sociales, 24 de febrero de 2000).
Se debe evitar que la globalización
sea una nueva versión del colonialismo. Los pueblos y las
naciones tienen derecho a su desarrollo pleno, que si bien
implica los aspectos económicos y sociales, debe
comprender también su identidad cultural y su apertura a
lo trascendente. La abundancia de bienes y recursos
resultará insatisfactoria si los individuos y las
comunidades no ven respetadas las exigencias morales, culturales
y espirituales fundadas sobre la dignidad de la persona y sobre
la identidad de cada comunidad.
La "Conferencia Nacional de los Obispos del
Brasil, "Educación, Iglesia y Sociedad, Nº 77" en
referencia a este tema declaran que el Estado, en su
función de garantizar todos los derechos sociales, debe
fomentar los derechos básicos y el acceso a la
educación. Para eso es su deber:
– fomentar una escuela pública de
calidad para todos;
– reconocer el derecho que las comunidades
y grupos culturales tienen de organizar escuelas propias, en
todos los niveles, a partir de sus valores y concepción de
vida, dentro de las exigencias de la ley;
– garantizar que el acceso a esas escuelas
sea posible en las mismas condiciones que el acceso a las
escuelas instituidas por el Estado, de acuerdo con la libre
opción de los padres;
– proveer los recursos públicos
necesarios para el sostenimiento de estas escuelas, bajo el
control fiscal de la comunidad y del Estado;
– garantizar que la sociedad tenga el
control de la calidad de la enseñanza y de los principios
morales de la escuela.
Esto no hace más que afirmar la
importancia que tiene la educación en la función de
preservar la cultura, que es la base de cualquier comunidad y
nación.
La integración que impulsa la
globalización para que sea realmente útil al
progreso de la dignidad y de los derechos del hombre, e inclusive
para su propia consolidación y permanencia, no puede
prescindir de la constante búsqueda de las
"garantías sociales, legales y culturales… necesarias
para que las personas y los grupos intermedios mantengan su
centralidad" y para no "destruir las estructuras construidas con
esmero, exigiendo la adopción de nuevos estilos de
trabajo, de vida y de organización de las
comunidades".
Este principio es de suma importancia y su
desconocimiento es tan grave que Juan Pablo II ha pedido "que la
opinión pública adquiera conciencia de la
importancia del principio de subsidiariedad para la supervivencia
de una sociedad verdaderamente democrática" (Discurso a la
Academia Pontificia para las Ciencias Sociales, 24 de febrero de
2000).
Es por esto que el Estado debe protejer los
derechos de la sociedad civil y no ceder ante las presiones de
los mercados.
Puesto que el bien común se nos
presenta como criterio orientador de la acción social,
también ha de ser el eje de la acción estatal, pues
para la Doctrina Social de la Iglesia, el Estado es el garante
del bien común. En palabras de Juan XXIII: "La
razón de ser de cuantos gobiernan radica por completo en
el bien común. De donde se deduce claramente que todo
gobernante debe buscarlo, respetando la naturaleza del propio
bien común y ajustando al mismo tiempo sus normas
jurídicas a la situación real de las
circunstancias" (Pacem in Terris, Nº 54).
Por tanto, los gobernantes deben examinar
continuamente la realidad social para establecer en cada momento
lo que constituya el bien común de la comunidad por ellos
regida. La Doctrina Social, queriendo eliminar cualquier
interpretación subjetivista del concepto de bien
común ofrece un criterio específico: "por bien
común, es preciso entender ´el conjunto de aquellas
condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada
uno de sus miembros conseguir más plena y
fácilmente su propia perfección´ (Gaudium et
spes, Nº 26).
Para que se pueda alcanzar, es menester que
la sociedad civil tenga la mayor libertad posible para realizar
las tareas que se encuentran a su alcance. El Estado debe
concentrarse en las tareas exigidas que superan las fuerzas y
capacidades de la sociedad civil.
Asímismo, las consecuencias nefastas
de un Estado decidido a intervenir como actor privilegiado de la
economía incurre en la injusticia al violentar los
derechos de la sociedad civil.
La experiencia diaria nos prueba, en
efecto, que cuando falta la actividad de la iniciativa
particular, surge la tiranía política. No
sólo esto; se produce, además, un estancamiento
general en determinados campos de la economía,
echándose de menos, en consecuencia, muchos bienes de
consumo y múltiples servicios que se refieren no
sólo a las necesidades materiales, sino también, y
principalmente, a las exigencias del espíritu; bienes y
servicios cuya obtención ejercita y estimula de modo
extraordinario la capacidad creadora del individuo.
Juan XXIII advierte cómo la
intervención estatal en materia económica conduce a
severos peligros: "Sin embargo, el bien general del país
también exige que los gobernantes, tanto en la tarea de
coordinar y asegurar los derechos de los ciudadanos como en la
función de irlos perfeccionando, guarden un pleno
equilibrio para evitar, por un lado, que la preferencia dada a
los derechos de algunos particulares o de determinados grupos
venga a ser origen de una posición de privilegio en la
nación, y para soslayar, por otro el peligro de que, por
defender los derechos de todos, ocurran en la absurda
posición de impedir el pleno desarrollo de los derechos de
cada uno" (Pacem in Terris, Nº 65).
Por lo tanto, el correcto sentido de la
acción gubernamental ha de garantizar la expansión
de esa libre iniciativa de los particulares, salvaguardando, sin
embargo, incólumes los derechos esenciales de la persona
humana.
Esta acción estatal que garantiza la
expansión de la libre iniciativa debe ser realizada con la
mayor brevedad posible. El Concilio Vaticano II nos insta:
"Según las diversas regiones y la evolución de los
pueblos, pueden entenderse de diverso modo las relaciones entre
la socialización y la autonomía y el desarrollo de
la persona. Esto no obstante, allí donde por razones de
bien común se restrinja temporalmente el ejercicio de los
derechos, restablézcase la libertad cuanto antes una vez
que hayan cambiado las circunstancias" (Gaudium et Spes, n.
75).
De este modo, podremos lograr que la
intervención que realice el estado se haga en pos del
pueblo, respetando tanto sus derechos como su
libertad.
En el análisis de estas tres
dimensiones, la doctrina social de la Iglesia ha ofrecido
elementos irrenunciables para dar un rostro humano a la
globalización.
Ahora bien, esta empresa puede parecer
desproporcionada. Las dimensiones planetarias de un mundo global
parecen aplastarnos. Sin embargo, los cristianos debemos lograr
presentarnos como respuesta concreta a estos problemas, pues,
como el mismo pontífice recuerda " El mundo se cambia con
la santidad" (Discurso a los participantes en el Congreso
Universitario "UNIV 2001", 9 de abril de
2001).
6. Bibliografía
Andino Mario. Ciclo de Síntesis
Cultural – Seminario Interdisciplinario. "La Sociedad de
Consumo". U.C.S.F. 1993.
Catecismo de la Iglesia
Católica.
Las propuestas de Juan Pablo II para vivir
en la aldea global, "Claves para dar un rostro más humano
a la globalización".
A Wall Street no le gusta
Latinoamérica, Suplemento Económico
Clarín.
Hacia una nueva gobernabilidad mundial,
Sección Internacional Carín.
La modernidad y la democracia, a prueba,
Sección Internacional Clarín.
Latinoamérica debe abandonar la
fantasía de salvarse por obediencia, Sección
Opinión Clarín.
Ese Estado, gris de ausencia, Suplemento
Zona Clarín.
Rodolfo Luis Brardinelli – Carlos
Luis Galán. "Manual De Doctrina Social De La Iglesia".
Editorial del Encuentro, 1998.
"Gran Diccionario Salvat". Salvat Editores,
S.A., 1992.
Autor:
Santiago Carreras.
Poliya_ar[arroba]yahoo.com
Estudiante de Ciencias
Económicas
Facultad Católica Argentina de
Rosario. 20 años.
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