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Salud mental y fin de siglo




Enviado por hsierra



    Héctor Sierra

    (conferencia
    dictada el 27/9/98 en la ciudad de Rafaela –
    transcripción literal)

    Bueno, realmente estoy impresionado por la cantidad de
    gente que hay en la sala, esta claro que el tema de la salud mental
    resulta muy convocante. Realmente creo que es un motivo de
    preocupación para todos, así que eso debe haber
    influido para que Uds. hayan venido a escucharme.

    Quiero empezar aclarando un par de cosas que me parecen
    esenciales para comenzar, por que el tema de la salud mental
    vinculado con el fin de siglo, es de tal extensión y
    complejidad que lamentablemente todo abordaje que se intente
    hacer, más en una charla que, como en este caso va a durar
    relativamente poco tiempo, implica
    un recorte del mismo, que como todo recorte es un poco arbitrario
    y, seguramente, muchas cosas significativas van a quedar afuera.
    Yo me he esforzado para que las cosas que quedan afuera no sean
    tan relevantes. pero Uds. dirán después si es
    así o no.

    Creo que para pensar el tema de la salud mental
    primero es necesario precisar tres o cuatro ideas que son
    fundamentales. Porque el concepto mismo de
    salud mental es
    un concepto
    discutible, es un concepto que
    está muy marcado por el relativismo cultural; lo que cada
    uno de nosotros entiende hoy por salud mental no
    es lo mismo que lo que piensan en otras culturas, ni es lo mismo
    que lo que nosotros mismos entendíamos años
    atrás. Es decir, el primer punto es que no hay una manera
    unívoca de expresar la condición de la salud mental, sino que el
    concepto en
    sí mismo está condicionado culturalmente tanto a lo
    largo del tiempo
    histórico como en cada situación cultural concreta.
    Probablemente en otras culturas o en otros momentos de la
    historia se
    pensaba este tema de la salud mental de manera muy
    distinta a como lo pensamos nosotros hoy.

    Les voy a poner un ejemplo sencillo para que se entienda
    lo que quiero decir, si observásemos a un sujeto que se
    retira a la montaña, se va a vivir a una cueva, come
    raíces, y dedica su vida a orar a Dios, pensaríamos
    con un alto grado de probabilidad que
    tiene alguna clase de desequilibrio, por ejemplo un trastorno
    severo del orden de la psicosis. Pero en
    el medioevo nadie pensaba eso, y entendían que ese
    señor era un santo que había decidido consagrar su
    vida a la oración, a la meditación en Dios, al
    ascetismo. Este es un pequeño ejemplo pero en definitiva
    apunta a poner en claro esta idea del relativismo cultural y
    temporal del concepto de
    salud
    mental.

    De todas maneras no vamos a hacer la historia del concepto que es
    larga y compleja, pero sí quiero puntualizar un par de
    momentos que me parecen que son los más importantes. El
    primero de ellos transcurre entre mediados y finales del siglo
    pasado. Uds. saben que la evolución de las ciencias hacia
    fines del siglo XIX adquiere una importancia significativa y en
    todos los campos del conocimiento
    se vive un proceso de
    clasificación, de ordenamiento. De golpe la mirada del
    científico es una mirada clasificadora. Es una mirada
    ordenadora de la que surgen los grandes ordenamientos, Linneo por
    ejemplo ordena el mundo de las plantas, surgen
    las grandes clasificaciones de las especies y géneros
    animales, etc.
    En el campo de la salud mental también
    empiezan a surgir una serie de clasificaciones, de cuadros
    nosográficos, que intentan describir en una especie de
    mirada panorámica, todos los casos que el descriptor
    entendía que formaban parte de la patología. Por
    supuesto que no hubo consenso en hacer una única
    clasificación sino que la mayoría de los autores
    importantes, construyó la suya, siendo tal vez la
    más importante la de Kraepelin.

    Ahora, Uds. se dan cuenta que, en este momento, fines
    del siglo XIX, lo que predomina es fundamentalmente la mirada.
    Una mirada que ordena el mundo a partir de ciertas ideas que,
    específicamente en el tema de la salud mental, giraban en
    torno al hecho de
    que la patología mental era siempre la consecuencia de una
    lesión cerebral. El modelo a
    partir del cual se organiza esta mirada es el modelo que
    algunos autores llaman órgano-mecanicista. Se parte del
    hecho que, como venía constatándolo la medicina general
    en otros terrenos, siempre había una base lesional y que
    la enfermedad mental era la resultante de alguno tipo de
    lesión. La enfermedad prototípica era la
    parálisis general progresiva que efectivamente es la
    resultante de lesiones concretas.

    Este proceso
    coincidió también con las primeras descripciones
    anatómicas, los primeros mapas del
    cerebro, por
    primera vez se empieza a estudiar el cerebro
    sistemáticamente y comienza a desarrollarse una especie de
    geografía
    del cerebro que dice:
    "este lugar hace tal cosa", "este lugar tiene que ver con tal
    otra". De modo tal que este es un primer intento serio de
    comprender la enfermedad mental a partir de la base física, de la base
    orgánica concreta de tipo lesional.

    Hubo algunas descripciones muy importantes en esta
    época, muy minuciosas y detalladas; insisto en que lo
    central de este período es la mirada sobre el problema de
    la enfermedad mental y el afán clasificatorio. Siempre
    pensando la enfermedad mental como algo que le pasa al otro. Es
    decir, entre el clasificador y el enfermo hay un abismo. El otro
    es el enfermo. Yo soy el que está sano y desde mi salud,
    desde mi conocimiento,
    desde mi saber, lo clasifico, como otros expertos clasifican
    plantas, insectos
    o animales.

    Este punto de vista empezó a declinar hacia fines
    de siglo. Entre otras cosas porque evidentemente, había
    muchas patologías en las que era muy complejo y muy
    difícil sino imposible encontrar la famosa base lesional.
    Enfermos con cuadros muy espectaculares, muertos en los
    hospicios, eran estudiados, sus cerebros eran estudiados
    anatómicamente con los métodos de
    exploración de la época y no había ninguna
    alteración visible.

    Posteriormente a este empeño de la
    psiquiatría por la descripción de enfermedades, desde los
    comienzos del siglo XX se ha venido asistiendo a una
    reacción y, progresivamente, se ha tendido a considerar
    las enfermedades
    mentales como formas cuya tipicidad de estructura y
    evolución no puede ser asimilada a una
    especificidad absoluta de naturaleza,
    puesto que estos síndromes o reacciones derivan o parecen
    derivar de etiologías diversas.

    Esta elasticidad del
    concepto de enfermedades mentales,
    éste carácter más dinámico y, por
    así decir, más personal de sus
    manifestaciones, su complejidad y carácter intrincado, se
    ha operado por la influencia de dos grandes movimientos, por otra
    parte profundamente vinculados entre sí.

    El aspecto orgánico y anatomopatológico,
    del proceso
    morboso fue lo primero que perdió su excesiva vigencia en
    beneficio de las concepciones psicogénicas o
    psicodinámicas. Es así como los descubrimientos
    fundamentales de la estructura del
    inconsciente y de su papel
    patógeno por Sigmund Freud ha
    revolucionado la psiquiatría clásica o
    "kraepeliniana". En efecto, según esta perspectiva, la
    forma rígida de las entidades tiende a desaparecer para
    prestarse a una interpretación más dinámica del papel de la
    actividad psíquica en la formación de los cuadros
    clínicos.

    Freud produce una auténtica ruptura
    epistemológica, ¿por qué?, porque viene a
    plantear un modo de abordar y de pensar la enfermedad mental que
    era totalmente inédito. Hay un salto cualitativo en ese
    momento. Piensen que la primer obra significativa de Freud, "La
    Interpretación de los Sueños", (hay otras
    anteriores el Proyecto, los
    Estudios sobre la histeria, etc.) pero la obra de ruptura que es
    La Interpretación de los Sueños, estuvo terminada
    para 1899 y fue publicada en 1900. El discurso
    Freudiano introduce una profunda transformación, porque
    esta actitud
    epistemológica del psiquiatra tradicional que miraba el
    mundo para ordenarlo, se desplaza, se corre de lugar, porque
    Freud viene a
    proponer que en lugar del ojo hay que usar la oreja. Entonces, la
    mirada pasa, digamos, a un segundo plano, y empieza a funcionar
    el oído, esto es, la escucha. Esto como actitud
    epistemológica es de gran importancia porque ahora el que
    escucha intenta comprender. Ya no está en la actitud del
    que mira el mundo para ordenarlo, sino que el que escucha dice:
    "yo quiero entender", trato de comprender la patología en
    su intimidad, en sus mecanismos mas complejos, por eso Freud plantea,
    (no vamos a desarrollar ni mucho menos el pensamiento de
    Freud), pero
    Freud plantea
    claramente un proyecto
    metapsicológico que intenta dar cuenta justamente de los
    mecanismos y de la intimidad de la patología.

    Este cambio de
    actitud que
    introduce Freud no solo significa cambiar el ojo por la oreja
    sino que también implica la producción de un acortamiento de las
    distancias entre el supuestamente sano y el supuestamente
    enfermo. El enfermo ya no es el otro, como otro distante y
    lejano, el enfermo soy yo. Freud nos dice, que los mismos
    mecanismos que operan en la patología, operan en cada uno
    de nosotros, los así llamados normales. Que las mismas
    estructuras,
    las mismas instancias, los mismos mecanismos de defensa,
    están operando tanto en la patología como en la
    salud. Esto es, que entre el enfermo y la persona llamada
    normal, simplemente hay una diferencia de grado, una diferencia
    de cantidad, no de cualidad. La diferencia no es cualitativa, es
    simplemente cuantitativa. Quiero decir que entre la angustia que
    puedo sentir yo como supuestamente normal y la angustia
    psicótica, no hay una diferencia de calidad, hay
    diferencia en la cantidad. La primera es una angustia que
    aniquila, es una angustia que desborda, que no tiene control porque
    hay un colapso defensivo. En mi caso, mis mecanismos de defensa
    más o menos funcionan y puedo controlarlo, pero no hay una
    diferencia radical.

    De modo que, esta lejanía del enfermo ya no es
    tal, se reduce drásticamente. El enfermo paso a ser yo. Me
    parece que esto es muy importante, insisto, porque produce un
    gran cambio de
    perspectiva que de alguna manera va a marcar todo el siglo XX.
    Nadie puede dudar de la importancia del pensamiento
    Freudiano en el desarrollo de
    las ideas y de la vida a lo largo del siglo XX. Paul Ricoeur, en
    alguno de sus textos dice que los tres pensadores que más
    han influido a lo largo del siglo XX, son tres pensadores del
    siglo pasado: uno es Nietszche, el otro es Marx y el otro es
    Freud. Los tres son pensadores nacidos el siglo pasado. Esto
    puede ser un poco discutible pero, no hay ninguna duda que si no
    son los tres que más han influido, están por lo
    menos entre los cinco o seis más importantes.

    Los que han estado
    siguiendo el curso de este ciclo de charlas y han escuchado a los
    especialistas en filosofía, creo que tienen claro hasta
    que punto el pensamiento
    nietszcheano sigue teniendo una influencia notable en alguno de
    los pensadores mas importantes de nuestro tiempo. Marx está
    un poco venido a menos, pero creo que todavía hay una gran
    riqueza en el pensamiento
    marxista, y el de Freud que también está un poco
    caído por que inevitablemente forma parte del derrumbe de
    los grandes relatos, de todas maneras sigue, me parece, aportando
    algunas cosas muy significativas.

    Para no seguir yéndonos por las ramas quiero que
    quede claro esto: primero hasta fin del siglo XIX, un paradigma de
    conocimiento
    donde el eje pasa por la mirada, luego desde comienzos del siglo
    XX un paradigma
    donde el interés
    pasa por la escucha, por el entender y la internalización
    de la idea de que el enfermo soy yo. Es decir, queda puesta en
    cuestión nuestra propia salud mental, ya no nos sentimos
    tan seguros de
    nuestra salud mental, como podría sentirse el hombre del
    siglo XIX. Esto es lo que quiero dejar claro.

    El otro aspecto que me parece fundamental es que,
    así como a fines del siglo pasado se pensaba la enfermedad
    mental y se trataba de comprenderla desde una causa muy concreta,
    muy determinada como la lesión orgánica; la
    inclusión del pensamiento
    Freudiano y la profundización del conocimiento
    de la intimidad de la enfermedad mental, empieza a poner en
    evidencia que la salud mental no obedece solamente al
    funcionamiento de las estructuras
    cerebrales, que también el medio, las experiencias
    concretas, las interacciones con los otros y la historia de cada sujeto,
    cuentan para entender el porqué de su mayor o menor
    equilibrio
    emocional. Yo creo que este es uno de los grandes aportes de
    Freud en la medida que desmedicaliza la enfermedad mental, le
    quita esta imagen de
    patología física que tiene que
    ver exclusivamente con el saber médico e introduce los
    factores psicológicos, los factores antropológicos,
    los factores sociales.

    Esto termina derivando en un concepto que hoy se maneja
    habitualmente para comprender la patología mental y es el
    concepto de policausalidad. Es decir, ya no pensamos, salvo en
    cuestiones muy puntuales, en patologías muy claramente
    definidas, ya no pensamos decía, que la pérdida de
    salud mental obedece a un único factor, sino más
    bien a una especie de sumatoria, a una interacción
    acumulativa, de diversos factores. En esto también hay que
    reconocer el aporte Freudiano porque él ya había
    trabajado el concepto de "series complementarias", en el que
    planteaba que la patología se produce por una
    interacción entre aquellos factores que el sujeto trae
    genéticamente y la historia personal, los
    eventos, las
    cosas que le fueron pasando y que le pasan. Entonces Freud
    decía: miren entre estos dos factores, lo que
    llamaríamos lo genético y este otro que
    llamaríamos la historia del sujeto, hay una
    relación inversamente proporcional. Esto es que, cuanto
    mayor sea la carga genética
    del sujeto, menor importancia tendrán que tener los
    eventos de su
    vida para que ese sujeto se descompense y viceversa. De modo que
    depende de una doble serie de factores que tienen que ver, por un
    lado con el cuerpo y por el otro con la historia del sujeto, con
    la historia en el sentido más amplio del término,
    con la historia personal y con la
    historia en el sentido de coyuntura histórica, con el
    contexto de época en el que a cada uno le toca vivir.
    Estas dos series de factores, interactuando, absolutamente
    imbricadas una con la otra, son las que permiten comprender
    más cabalmente porque una persona
    enferma.

    Tal es así que, en los últimos años
    se viene produciendo una especie de transformación del
    concepto de enfermedad mental, en el sentido que se da una
    dilución de la idea de enfermedad mental que empieza a ser
    reemplazada por la idea de trastorno mental, que es otra cosa.
    Los que están en el tema de la salud mental y consultan
    habitualmente un texto como el
    DSM-IV, que es un manual de
    diagnóstico y estadística de los trastornos mentales,
    recordarán que la palabra enfermedad aparece muy poco y la
    que sí se utiliza es la palabra trastorno. Esto es muy
    interesante porque el diccionario
    Dorlan de ciencias
    médicas define la enfermedad como un "conjunto de signos y
    de síntomas que tienen la misma evolución y proceden de una causa
    específica de origen conocido o no", en cambio el
    trastorno es "una alteración o perturbación de una
    función física o
    psíquica". Yo les pido que retengan este concepto de
    trastorno como alteración o perturbación de una
    función psíquica, porque creo que esta es la
    palabra que mejor describe lo que hoy llamamos patologías
    mentales, salvo insisto, la excepciones como las demencias, etc.
    donde realmente hay una lesión orgánica y
    ahí sí se puede utilizar el concepto de
    enfermedad.

    De todas maneras, para que esto quede claro y para que
    empecemos a ver más en detalle otras cuestiones, he
    traído la definición de salud mental que propone
    la
    Organización Mundial de la Salud, que me parece que
    es, claramente, la mejor. Es una definición que surge por
    consenso de un grupo de
    expertos de distintos países del mundo y que dice: "La
    salud mental se definió como aquel estado sujeto
    a fluctuaciones, provenientes de factores biológicos y
    sociales en que el individuo se encuentra en condiciones de
    conseguir una síntesis satisfactoria de sus tendencias
    instintivas, potencialmente antagónicas, así como
    para formar y mantener relaciones armoniosas con los demás
    y para participar constructivamente en los cambios que puedan
    producirse en su medio ambiente
    físico y social".

    Lo que quiero señalar de esta definición
    es que se define la salud mental como "aquel estado sujeto
    a fluctuaciones", es decir, la salud mental nunca es una
    línea recta, sino más bien una línea
    ondulada, con crestas y valles, ondulaciones que se producen
    dentro de ciertos límites, hay un piso y un techo.
    Entonces, es un estado sujeto
    a fluctuaciones pero no cualquier fluctuación, son
    fluctuaciones que se dan dentro de ciertos límites, si
    esas fluctuaciones sobrepasan dichos límites entonces
    estamos en el terreno de lo patológico. Creo que esto es
    claramente comprensible porque nosotros como sujetos humanos
    somos conscientes de las variaciones de nuestros estados de
    ánimo, hay días en que uno se levanta muy contento
    y no sabe por qué y otros en que uno se levanta muy mal y
    tampoco sabe por qué.

    El otro punto que me parece muy importante es considerar
    que estas fluctuaciones son provenientes de factores
    biológicos o sociales. Desde lo biológico un simple
    malestar digestivo, por ejemplo un dolor de estomago, es
    suficiente para que mi estado de
    ánimo cambie, yo no estoy igual, y simplemente estoy
    hablando de algo muy sencillo, de algo muy trivial, ni hablemos
    de un padecimiento físico importante. Pero también,
    si yo pierdo mi trabajo, o si discuto con mi mujer, o si peleo
    con mi hija, también esto provoca una alteración de
    mi estado de ánimo. Entonces, esto que llamamos salud
    mental está sujeto a fluctuaciones biológicas y
    sociales, en el sentido de nuestra relación con el mundo y
    con los otros. Quiero detenerme en este punto para aclarar que
    las alteraciones biológicas tienen una relativa
    estabilidad. Desde el punto de vista biológico el ser
    humano no ha cambiado mucho en los últimos miles de
    años, de modo que las alteraciones que tienen que ver con
    el cuerpo básicamente son las mismas. Lo que sí
    cambia profundamente es lo social. A ese punto es al que quiero
    llegar.

    Creo que no se puede comprender la situación de
    la salud mental hoy en el mundo si uno no la ve en un contexto
    más amplio, que es el de las profundas transformaciones y
    cambios que se han producido en los últimos años.
    Si uno quiere comprender cualquier fenómeno en su
    intimidad hay que pensarlo siempre en función del contexto
    del cual forma parte. Los fenómenos pensados en sí
    mismos como hechos aislados, no son comprensibles. Por que todo
    lo que nos rodea o es un sistema en
    sí mismo o es parte de un sistema mayor. De
    modo tal que no hay opción mejor que esta para pensar las
    cosas con mayor claridad.

    Desde este punto de vista quiero que empecemos a pensar
    la cuestión de la crisis. Creo
    que nadie tiene dudas de que vivimos en un contexto de crisis. Es la
    famosa globalización. Todo el mudo habla de
    la
    globalización, todo el mundo padece algunos
    fenómenos vinculados con la
    globalización. Pero la
    globalización es la resultante, es un fenómeno
    que se inscribe en un proceso de
    transformación a largo plazo de las sociedades, y
    por lo tanto, la crisis en la
    que vivimos tiene varias vertientes. Vamos a detenernos en las
    dos más importantes.

    Una es la vertiente económica. Evidentemente
    la
    globalización es un fenómeno que tiene características económicas, esto no
    hace falta discutirlo; pero por otro lado la
    globalización también tiene otra pata en la que
    se apoya y esta tiene que ver con lo antropológico. Con
    una crisis del
    sujeto. Si tratamos de entender el problema de la globalización solo como un fenómeno
    económico, nos va a faltar una pata y lo vamos a entender
    a medias. La globalización debe ser entendida a partir
    de los profundos cambios que se dan con la
    internacionalización de los mercados, el
    borramiento de las fronteras, etc. pero además en el
    contexto de una crisis del
    sujeto que es previa, una crisis del sujeto que empezó
    antes de la globalización. La crisis del sujeto no se
    produce simultáneamente con lo que llamamos globalización, sino que es una crisis que
    tiene un comienzo anterior.

    Lo cierto es, que como consecuencia de este estado de
    cosas donde coinciden la globalización económica
    con la crisis del sujeto, se produce en occidente una triple
    fractura, que son las consecuencias más visibles del
    proceso de
    cambio.

    La primera fractura tiene que ver con el fallo de las
    instituciones
    que hacen funcionar el vínculo social y la solidaridad. Hay
    un derrumbe de las organizaciones
    intermedias, hay un derrumbe del poder
    sindical, hay un derrumbe de todo lo que tiene que ver con la
    solidaridad, esto
    es lo que en la jerga de los economistas se llama la crisis del
    estado benefactor. La crisis del estado benefactor es esto: el
    derrumbe de las instituciones
    que hacen funcionar la solidaridad.
    El estado que
    se hace cargo de la salud, el estado que
    se hace cargo de los viejos, el estado que
    se hace cargo de la educación, de la
    seguridad, deja
    de cumplir con esas funciones. Esta
    es la primera fractura.

    La segunda fractura tiene que ver con un fallo en la
    relación entre trabajo y economía. Es lo que
    llamaríamos la crisis del trabajo. Hay un fallo en las
    relaciones entre trabajo y economía porque
    tradicionalmente economía y trabajo
    funcionaron asociadas, la función de la economía es
    garantizar el trabajo a
    los individuos para que los individuos puedan ser productivos,
    para que a su vez tengan acceso a un salario que les
    posibilite tener acceso a determinados bienes, etc.
    Cuando esto se quiebra, -ya
    vamos a ver que consecuencias tiene-, se produce un fallo que
    implica la exclusión de miles de personas en lo que se
    denomina la crisis del trabajo.

    La tercera fractura tiene que ver con lo
    antropológico, y es un cambio en la
    constitución de las identidades
    individuales y colectivas. Esta fractura incide directamente en
    la amplificación y el ahondamiento de la crisis del
    sujeto.

    Vamos a ver como influye este triple fallo tanto desde
    el punto de vista de la crisis del trabajo como desde el punto de
    vista de la crisis del sujeto, que es lo que a nosotros
    más nos interesa.

    El dato más relevante de la realidad
    económica en el mundo occidental es el desempleo masivo,
    un desempleo que
    tiende a crecer y que no parece demasiado fácil de
    revertir. Yo no soy economista, de modo que no quiero detenerme a
    analizar eso, simplemente creo que ese es un dato de la realidad,
    no hace falta ser economista para saber que hay un desempleo masivo.
    Lo que a mí me interesa, como psicólogo, son las
    consecuencias que ese desempleo masivo
    tiene en la salud mental de la gente.

    El primer aspecto que me parece esencial es el hecho de
    que el desempleo masivo
    provoca en miles de personas una pérdida de la identidad. Uno
    de los puntos centrales de la identidad de
    cada sujeto tiene que ver con lo que hace, uno es lo que hace. Y
    si uno no hace nada, no es nada.

    El segundo elemento también vinculado con el
    desempleo es la incertidumbre sobre el futuro. No hay futuro.
    Esta es la sensación concreta que tiene mucha gente, joven
    y no joven, no hay futuro, -volveremos sobre el tema-, pero me
    parece que es un dato para pensar.

    El otro ítem significativo vinculado a la crisis
    del desempleo. tiene que ver con el quiebre de la
    organización social y de las representaciones
    colectivas. Esto es, con el colapso del poder sindical
    en el mundo entero, con el colapso de las formas organizativas de
    tipo colectivo. Obviamente no vamos a entrar a detallar como
    influye en esto la caída de la Unión
    Soviética, etc…etc. porque sería demasiado
    extenso y no pertinente. Pero de todas maneras, ese quiebre de
    la
    organización social y de las representaciones
    colectivas es otro dato muy vinculado al tema del
    desempleo.

    Otro aspecto, relacionado con lo mismo es la
    transgresión del contrato social y
    vico. El contrato social y
    cívico significa que todos nosotros que formamos parte de
    una sociedad estamos
    dispuestos a respetar ciertas normas, ciertas
    consignas, ciertas reglas. Pero si lo que se ha establecido es
    una guerra de
    todos contra todos, si acá lo único que importa es
    sobrevivir, entonces el contrato social y
    cívico, hablando mal y pronto se va al diablo, o como
    diría Durkheim mucho
    más elegantemente, reina la anomia.

    La otra cuestión vinculada con esto tiene que ver
    con la desconfianza generalizada hacia la dirigencia. Los
    dirigentes han perdido credibilidad, pero no en la Argentina, no
    Menem, han
    perdido credibilidad en el mundo entero. Hay una desconfianza
    generalizada, la gente dice "que me va a resolver este tipo el
    problema a mí", la gente busca respuestas y no las
    encuentra.

    Evidentemente, dentro de este panorama, es casi
    inevitable que muchas personas terminen por desarrollar una
    visión negativa del mundo. Hay miles de personas que
    desarrollan esta visión negativa del mundo y no hace falta
    explicar ni entrar en detalles para comprender la relación
    que hay entre una visión negativa del mundo y el hecho de
    que uno esté deprimido. Esa visión negativa conduce
    hacia dos cosas: en algunas personas genera un rechazo, un
    rechazo ciego, donde el tipo dice "yo no me banco más
    esto, estoy mal, me enojo, protesto, despotrico", y termina
    oponiéndose a todo, aún a lo que eventualmente esta
    bien. En otros, son los más, lo que provoca es una especie
    de resignación, de aceptación pasiva. Y esto le
    pasa a la mayoría, porque el sistema funciona
    en la dirección de transmitir y sostener la idea
    de que este es el único ordenamiento posible, que no hay
    otro, que cualquier alternativa distinta está equivocada,
    es una locura o, lo que es casi lo mismo, una utopía
    irrealizable.

    Todo esto conduce a que se produzca, para millones de
    personas, el fin de un marco de inteligibilidad del mundo, es
    decir, el mundo ha perdido ordenamiento, ya no puede ser
    leído en términos que sean comprensibles. La gente
    sencilla, la gente que no tiene acceso a conocimientos
    específicos no puede entender lo que pasa. Al señor
    que trabajó cuarenta años y que aportó toda
    su vida para una jubilación y ahora tiene que vivir con
    ciento cincuenta pesos, no hay manera de explicarle lo que
    está pasando. Y no porque sea tonto, sino porque se han
    quebrado sus marcos de inteligibilidad del mundo, no lo puede
    entender.

    El otro aspecto, vinculado con el desempleo masivo es la
    inseguridad.
    Porque no solo está mal el sujeto que se quedó sin
    trabajo, también está mal el que tiene trabajo y
    teme perderlo. El que tiene un trabajo y está todo el
    día pensando: "en cualquier momento me echan". Esto
    generalmente es así. Me parece que no requiere ninguna
    explicación adicional porque es notorio, la gente lo dice
    en la calle. La gente tiene miedo. Si el patrón le dice:
    "mirá, yo te pago por ocho horas, pero vas a tener que
    venir nueve", o "vas a tener que venir diez", y no te voy a pagar
    horas extras, el tipo dice: "que va a ser, peor es que me eche",
    y va y trabaja sin protestar, ¿o no es así?. Esto
    tiene que ver con un retroceso, y es un retroceso que se da en el
    mundo entero, no es un problema argentino, es un problema del
    mundo.

    Lo que quisiera puntualizar en relación a este
    tema, es algo que mencionamos antes, pero quiero entrar un poco
    más en detalles, ¿Hasta que punto esta
    situación produce un cambio en la relación con el
    tiempo?. Me
    refiero puntualmente a esto; el tiempo tiene tres
    dimensiones, pasado, presente y futuro. Desde siempre el futuro
    es el lugar de la esperanza. El futuro es el lugar de la
    expectativa, el futuro es el lugar de los sueños, el
    futuro es el lugar donde uno deposita todas las cosas que hoy no
    puede hacer pero que alguna vez hará. ¿Qué
    pasa en la cabeza de la gente cuando empieza a sentir que no hay
    futuro?. Fijensé que se ha producido una inversión tan notable en este aspecto que,
    durante muchos años, como el futuro era el lugar de la
    esperanza, la gente sentía que hoy estaba mal pero que si
    trabajaba, si se esforzaba, si se superaba, iba a progresar, este
    es el mito del
    progreso, el mito del
    positivismo.
    ¿Cuantas personas proviniendo de hogares humildes,
    tuvieron la posibilidad de estudiar, de formarse, de tener una
    profesión y esto les posibilitó una movilidad
    social, un ascenso social, el tener acceso a ciertos bienes, a
    cierto nivel de confort?. Eso parece que hoy ya no es así.
    Entonces empieza a darse este fenómeno: así como
    antes las condiciones iniciales podían ser malas, pero
    había una expectativa de futuro, y la posibilidad de
    mejorar en ese futuro, hoy parece que las condiciones iniciales
    son las esenciales, es decir, según como esté
    posicionado, -pensemos en los jóvenes-, por ejemplo si es
    hijo de una familia acomodada
    económicamente, esto empieza a tener más peso en la
    determinación de su futuro. Por que éste es el que
    va a poder ir a la
    universidad
    privada, éste es el que va a poder hacer el
    posgrado en los EEUU, éste es el que va a tener el trabajo
    asegurado. El futuro del otro, que no parte con estas ventajas
    comparativa, ya no está garantizado. Este país
    concretamente, está lleno de profesionales,
    médicos, psicólogos, arquitectos, etc. que trabajan
    como empleados, que no trabajan, o que trabajan en cualquier otra
    cosa. A esto me refiero cuando hablo de una inversión del sentido del tiempo: lo
    más decisivo para el futuro está en las condiciones
    iniciales que desempeñan un papel
    determinante en el destino de los individuos.

    De todas maneras, así como recién
    veíamos cuales son las consecuencias del problema del
    desempleo masivo, lo que me interesa ver ahora es la
    cuestión desde el punto de vista antropológico,
    desde el punto de vista de la crisis del sujeto. El aspecto clave
    desde esa perspectiva es el problema del individualismo. Creo que
    en este contexto que venimos narrando, el tema del individualismo
    tiene una importancia central. Primero vamos a tratar de aclarar
    a que nos referimos cuando hablamos de individualismo porque la
    palabra es polisemica, tiene diversas acepciones.

    En primer lugar podemos hablar de individualismo desde
    un punto de vista filosófico, como un principio de
    valoración de la autonomía, de la autenticidad,
    esto es el individualismo filosófico.

    Desde el punto de vista de la evolución moral desde
    hace unos años hablamos de individualismo para hacer
    referencia al triunfo del mercado, a la
    imposición del mercado y al
    repliegue del sujeto sobre sí mismo.

    Finalmente, como hecho sociológico el
    individualismo contemporáneo significa el derrumbe, el
    colapso de los cuerpos intermedios, la fragilización de
    los vínculos entre las personas, de los vínculos
    comunitarios, la tendencia cada vez más marcada a la
    atomización social.

    Sin embargo, no todo es malo en el individualismo. En la
    evolución del individualismo moderno se
    pueden marcar, se pueden discriminar, por lo menos dos momentos.
    Hay un primer momento de crecimiento y desarrollo del
    individualismo que corresponde a los años ’70, que
    son años de cambio, de transformación profunda, tal
    vez un poco antes, el mayo francés es del ’68, el
    movimiento
    "hippie" de los ’60, donde el desarrollo del
    individualismo va en la dirección de una mayor emancipación,
    de un mayor crecimiento de los sujetos, de un incremento de la
    autoestima, de
    una toma de consciencia de los sujetos como portadores de
    derecho, "yo quiero esto", "yo tengo derecho a esto", "yo quiero
    vivir mi vida como me plazca", "yo no quiero más
    situaciones de sometimiento", "no quiero más ataduras",
    "no quiero que nadie venga a decirme lo que tengo que hacer con
    mi vida sexual", "no quiero que me digan a quién tengo que
    votar", etc. etc. Esto es una explosión que, insisto, en
    esta primera etapa tiene un aspecto positivo.

    El problema es que a nosotros nos toca vivir hoy la cara
    oscura del individualismo, la cara negativa del mismo. El
    individualismo de los ’90 ya no es el individualismo
    alegre, feliz, libertario, de los ’60 o de los ’70.
    El individualismo de los ’90 es el de la soledad, el del
    no-encuentro con el otro. Quiero leerles una cita de, Jean-Claude
    Guillebaud, que dice: "En esta etapa, la desigualdad no es lo
    único que se pone en tela de juicio. La cuestión no
    se reduce a la injusticia del reparto, por más que este
    sea cruel y se agrave. La sorda queja que sube en torno a nosotros
    es consubstancial a las mismas dichas de que disfrutamos. Como si
    el triunfo del Yo, el goce bulímico y la ingravidez de
    nuestras vidas estuvieran gangrenadas por una frustración
    incurable: un sentimiento de soledad que estropea nuestra
    libertad, un
    asco que acompaña nuestras comilonas, una violencia que
    acecha nuestros placeres, un vértigo que perturba nuestro
    vagabundeo, un desamparo que nos asedia". Y agrega más
    adelante: "Hasta las falsas audacias del aparato mediático
    –los reality shows, las confesiones interactivas, los
    programas de
    radio
    provocadores-, revelan, como de improviso, una realidad que no
    nos imaginábamos. Lo que se expresa entonces no es la
    exultación del "todo está permitido", sino lo
    contrario: el malestar solitario, el sufrimiento oculto, la
    desesperación. Comprobarlo no significa suscribir los
    moralismos que circulan. Es verificar una evidencia: el
    individualismo absoluto genera sus propios
    padecimientos".

    Es en esta dirección, pensando la cuestión del
    individualismo que quiero marcar cuales son las diferencias que
    existen entre pertenecer a un grupo, estar
    integrado a lo colectivo y lo que significa la disolución
    de lo colectivo.

    En primer lugar y fundamentalmente, pertenecer a un
    grupo le da un
    sentido a la vida. Pertenecer a una familia,
    pertenecer a un gremio, pertenecer a un grupo de
    amigos, le da sentido a nuestra existencia. John Donne
    decía en 1600 y pico, "ningún hombre es una
    isla, todos somos partes del continente, por eso no preguntes por
    quién doblan las campanas, doblan por ti". La producción de sentido en la vida
    está siempre vinculada con los otros.

    Evidentemente la pertenencia a lo colectivo permite
    construir una identidad.
    Decimos: "Yo soy hincha de boca", "yo soy peronista", "yo soy
    radical", es decir, la pertenencia a un sistema colectivo
    construye nuestra identidad. Nos
    definimos por esas cosas. Si yo no soy hincha de nadie, no tengo
    ninguna preferencia en nada, no me vinculo con nadie,
    ¿qué identidad
    tengo?, ¿quién soy yo?.

    Finalmente, la pertenencia a lo colectivo satisface
    necesidades individuales, hay una gran cantidad de situaciones
    que un ser humano tiene que afrontar, que las afronta mejor con
    otros que solo. Así de simple es.

    Veamos entonces qué implica este proceso de
    disolución de lo colectivo por el que atraviesa occidente.
    En primer lugar, tal como lo dijimos antes, implica una
    pérdida de identidad. En la medida en que perdemos las
    identificaciones colectivas, empezamos a perder identidad, cada
    vez nos resulta más difícil decir lo que somos. La
    disolución de lo colectivo también significa una
    mayor presión para el individuo, el sujeto empieza a
    recibir una serie de presiones de todo tipo y no tiene un
    grupo en el
    cual apoyarse. El hecho de ser un individuo aislado, implica una
    necesidad permanente de automejoramiento, de tener que trabajar
    todo el tiempo para ser mejor porque estamos en el contexto de
    una sociedad
    competitiva que nos dice: "si dejás de pedalear,
    perdiste". Por lo tanto tenemos que pedalear siempre. Esto
    significa una enorme presión para todos.

    Si el hecho de pertenecer a un grupo le da sentido a la
    vida, el hecho de permanecer aislado obliga a que cada uno tenga
    que empezar a darle un sentido por sí mismo a la vida, lo
    cual no es nada sencillo, nunca mejor que en esta época
    resultan válidas las palabras de Sartre de que
    "Estamos condenados a la libertad".
    Evidentemente, el hecho de estar solo implica para la
    mayoría de los sujetos una mayor fragilidad
    psíquica, una mayor indefensión, una mayor
    vulnerabilidad.

    La disolución de lo colectivo implica un aumento
    de la incertidumbre, porque en la medida en que tengo que dar una
    respuesta personal, en la
    medida en que tengo que encontrar un sentido para mi vida con mis
    propios medios, en la
    medida en que no tengo donde apoyarme, en la medida en que siente
    que mi futuro es incierto o directamente que no hay futuro,
    evidentemente la incertidumbre se hace cada vez mayor. Ojo que
    esto no es un simple comentario, estoy convencido que todos
    tenemos una mayor incertidumbre, todos, sin excepción. Y
    el problema es que no nos gusta vivir en la incertidumbre, nos
    gustan las certezas. Nos tranquilizan las certezas. Aunque
    estén equivocadas. El hecho de tener una convicción
    profunda, aún equivocada, da tranquilidad. La
    incertidumbre permanente nos intranquiliza permanentemente. Nos
    desestabiliza, nos desacomoda. Finalmente la disolución de
    lo colectivo termina por producir un repliegue sobre sí
    mismo.

    Un par de autores franceses, que en realidad representan
    a un colectivo, a un grupo de reflexión que viene
    produciendo desde hace un tiempo, escriben un libro que
    refleja la postura del grupo, se llaman Jean Paul Fitoussi y
    Pierre Rosanvallon, en este texto dicen:
    "A medida que flaquea el apoyo de las instituciones
    de encuadramiento y las normas sociales
    de conducta, brota
    una angustia tan difusa como apremiante. Incapaces de analizar
    claramente sus mecanismos, polarizamos nuestras actitudes
    sobre las formas mas elementales de la tranquilidad: la del
    retorno del gendarme y la propuesta "pararreligiosa" con el
    fenómeno del desarrollo de
    las sectas".

    Me parece interesante este comentario porque mirando lo
    que pasa en Europa, el
    retorno del gendarme es muy notorio. El Frente Nacional de LePenn
    que representa a la derecha xenófoba en Francia cada
    vez convoca más gente, los movimientos neonazis en
    Alemania, los
    neofacistas en Italia, cada vez
    convocan más gente. Es el retorno del gendarme, es la
    gente que dice: no podemos vivir en esta incertidumbre, no
    podemos vivir en medio del desorden y de la angustia, que venga
    alguien con mano dura. Esta historia, en el país,
    también nosotros la conocemos. Esto esta empezando a pasar
    en muchos lugares del mundo, no solo en Europa. Cuando a
    la gente en Buenos Aires se
    le pregunta cuales son sus motivos de preocupación
    responde con dos cosas: la desocupación y la seguridad. Y el
    problema de la seguridad,
    ¿cómo se resuelve?, y la gente dice: hay que poner
    más policía. La cuestión es que el problema
    no se resuelve con más policía, el problema se
    resuelve con más trabajo, con una distribución más justa del ingreso.
    Lo que pasa es que el sistema no
    está en condiciones de dar más trabajo, pero no
    podemos pensar que el problema se va a resolver porque metamos
    preso a la gente.

    El otro tema es el fenómeno de las sectas que
    también es muy interesante y es un fenómeno no solo
    de Argentina sino de
    todo occidente. Con respecto a esto quiero decir dos cosas: la
    primera es una definición que a mi me encanta, pertenece a
    Chesterton y ya tiene no menos de 70 u 80 años, Chesterton
    dijo: "Desde que los hombres ya no creen en Dios, no es que no
    creen en nada, creen en todo". Creen en el horóscopo, en
    el tarot, en los "videntes", en los manosantas, en cualquier
    cosa. Me parece que la opinión de Chesterton es una buena
    síntesis. La otra es una definición de Harold Bloom
    que hablando de la New Age dijo: "La new age es al pensamiento lo
    que las hamburguesas McDonald son a la comida". Esta
    también me parece una excelente definición. Por que
    el fenómeno de las sectas es un fenómeno que se
    generaliza y, sin ser experto en sectas, tengo la
    sensación de que las hay de dos clases. Una que
    llamaríamos las sectas de la línea dura, que
    funcionan como una estructura de
    encuadramiento extremadamente rígida, de sometimiento casi
    a nivel de esclavitud del
    sujeto que ingresa en ella, donde hay verdaderas aberraciones,
    uno se pregunta ¿cómo la gente se engancha es
    esto?, ¿cómo lo tolera?, ¿cómo lo
    soporta?. Esto es un síntoma, y es un síntoma
    porque en un contexto social de anomia en que cada cual hace lo
    que quiere; así como algunos adhieren al partido neonazi o
    al frente nacional de LePenn, otros adhieren a las sectas, desde
    otra línea digamos, pero que también les organiza
    la vida estricta y rígidamente. "Vos tenés que
    hacer esto, esto y esto" y ya no tenés más
    necesidad de pensar, porque para eso está el "gurú"
    que piensa y te dice lo que tenés que hacer. Ese es un
    tipo de secta. El otro, tipo "new age", es el grupo de
    "está todo bien", "todo es lindo, hay que armonizarse,
    serenarse, relajarse, hacer vida sana, cuidarse en la comida,
    estar en contacto con la naturaleza, todo
    es mágico", es decir, un pensamiento casi infantil,
    liviano, sin contradicciones, sin deberes ni obligaciones
    fuertes donde cada uno hace lo que quiere. Por eso Bloom dice que
    esto es al pensamiento lo que las hamburguesas son a la comida. A
    la verdadera comida. Sin embargo esa onda prende mucho, es la
    onda de una religiosidad "light". La religión en serio
    implica adherir a ciertos principios, la
    religión
    en serio dice "esto está bien, esto está mal", el
    creyente sabe que es lo que está bien y que es lo que
    está mal, si actúa en función de lo que
    está mal, sabe que está pecando y tendrá que
    pagar las consecuencias. Si quiere tener un premio, tendrá
    que portarse de acuerdo a los preceptos establecidos, no por
    él sino por una autoridad
    superior. Pero no hay medias tintas. Las religiones tradicionales
    tienen un sistema organizado de ideas y fijan normas claras.
    Que uno las siga o no es otra historia. Pero estas pseudo
    religiones en
    realidad son "haz lo que quieras", lo importante es sentirse
    bien, si el individuo se siente bien, está todo
    bárbaro. El problema es que la gente hace todo eso, pero
    no se siente bien. Se siente cada vez peor.

    Pero, volvamos a nuestro tema. Dice Guillebaud: "…la
    ruina de la ciudadanía, la delicuescencia sindical, el
    gran deterioro educativo, el hundimiento del civismo, el
    repliegue medroso sobre la esfera privada, la declinación
    de los modelos de
    parentesco… todos estos fenómenos participan de un mismo
    origen: la victoria definitiva del "yo" sobre el "nosotros", la
    disolución programada del vínculo social". Estos
    son, diagnósticos, si Uds. quieren. Guillebaud es un
    sociólogo francés y estamos citando textos del
    año pasado.

    En este contexto de disolución de los social, me
    voy a detener un minuto en el tema de la familia.
    Quiero rápidamente hacer una pequeña
    comparación entre lo que llamamos la familia
    tradicional y la actual.

    La familia
    tradicional era autoritaria. Había un papá que
    decía: "mirá viejo esto es así, si te gusta
    está bien, si no te gusta te fajo", y uno tenía que
    bancarse eso, no era una familia, entre
    comillas, "democrática", la democracia
    quedaba afuera de la familia.
    Era una estructura
    jerárquica, con una autoridad
    firme y sólida, con sus injusticias, si Uds. quieren, pero
    así funcionaba. Esa familia
    tradicional, más allá del autoritarismo que
    indudablemente tenía, también operaba como un
    espacio de sostén social y afectivo para los sujetos que
    la componían. Operaba como un lugar de
    redistribución económica. El ingreso que
    tenía la familia se
    repartía equitativamente entre todos los miembros
    según sus necesidades. O comemos todos o no come nadie,
    pero no que este come y este no. Había un fuerte
    vínculo de solidaridad en
    ese tipo de familia.

    Otro dato importante es que la familia
    tradicional nos incluía en una historia. Nos
    incluía en una genealogía, uno tenía primos,
    abuelos, tíos, bisabuelos en algunos casos. Nos
    incluía en una historia y nos juntábamos para
    festejar algunos eventos de los
    que participaba toda la familia, y nos contaban historias del
    nono que alguna vez hizo esto o aquello. Nosotros no
    éramos sujetos que se habían generado
    espontáneamente aquí y ahora, detrás nuestro
    había una historia. Muchas veces esa historia nos marcaba,
    nos condicionaba, pero había una historia. Y tener una
    historia, siempre, aún siendo mala, es mejor que no tener
    ninguna. Esto lo podemos discutir, pero yo creo que es
    así. Es preferible tener una historia, aún mala,
    aún llena de baches, una historia a reparar, a redefinir,
    a cambiar y a modificar, esto es mejor que no tener ninguna. Esta
    familia tradicional era evidentemente para todos los sujetos un
    punto de apoyo y referencia.

    ¿Cómo es la familia actual?, en esto
    quiero hacer una aclaración, cuando hablo de la familia
    actual me refiero en general al problema de la familia actual en
    occidente, no al problema de la familia en Rafaela, que
    todavía en muchos casos sigue teniendo la característica de familia tradicional,
    aunque esté cambiando. En primer lugar pareciera que la
    familia está tornándose simplemente en un espacio
    contractual, hay un contrato, yo te
    doy esto, vos me das aquello, tenemos más o menos
    reglamentado los deberes, derechos y obligaciones
    de cada uno de los miembros de este contrato y
    así funcionamos. Ya no circulan los afectos de la misma
    manera que antes, los afectos circulan de otra manera, de una
    manera más "light". En la familia de los italianos, cuando
    había una discusión se agarraban a piñas, se
    puteaban, se querían matar, después se abrazaban,
    lloraban todos juntos. La circulación de los afectos era
    intensa, vital, notoria. Hoy los afectos circulan de una manera
    mucho mas suave. La familia parece reducirse en muchos casos,
    simplemente a un espacio contractual. Esto está vinculado
    al hecho de que se ha producido una fragilización de los
    lazos de parentesco, la familia en occidente tiende a recluirse
    en sí misma, en muchos casos ya no incluye a sus miembros
    en la historia de las generaciones. Los abuelos son unos viejos
    que están allá y no se los ve nunca, los
    tíos están desparramados, ya no interesa juntarse
    porque cada uno tiene sus propias actividades y no está
    dispuesto a renunciar a ninguna. Cada uno hace lo que puede en
    este espacio contractual de la familia contemporánea. Es
    notoria la fragilización de los lazos de parentesco, tanto
    hacia la familia extensa, como entre los miembros del mismo
    sistema familiar.

    La familia actual también se caracteriza por la
    baja fecundidad. Las tasas de crecimiento poblacional, en
    Europa por
    ejemplo, cada vez se caen más, son sociedades que
    tienden a envejecer. Las parejas tienen en el mejor de los caso
    un hijo y en muchos ninguno. Pero no porque no pueden,
    simplemente porque eligen no tenerlo. Y eligen no tenerlo, (esto
    se vincula con el individualismo), porque tener un hijo implica
    renunciar a muchas cosas. Tener un hijo significa por ejemplo,
    renunciar a cambiar el auto el año próximo,
    significa que por mucho tiempo hay que hacerse cargo de su
    cuidado, de su educación, de su
    salud, eso molesta mucho, la gente quiere disfrutar, vivir su
    vida, y en ese proyecto, los
    hijos son una molestia.

    Naturalmente, vínculos de pareja constituidos de
    esta manera terminan siendo muy frágiles, por lo tanto
    esto implica una alta divorcialidad. Las tasas de divorcio
    tienden a crecer. El vínculo de la pareja se torna
    más frágil, más volátil, más
    inestable.

    Pero además, el alargamiento de las expectativas
    de vida como consecuencia del desarrollo de
    la medicina,
    significa que cada vez con más frecuencia en el seno de
    una familia se da la coexitencia de hasta cuatro generaciones.
    Esto hecho provoca dificultades inéditas porque genera el
    problema de las personas mayores, que hacer con los más
    viejos. Sobre todo que hacemos con los más viejos en un
    contexto social de baja tasa de natalidad, porque los más
    viejos se van a acumular en un extremo de la escala y cada vez
    son más, mientras que, por otro lado cada vez hay menos
    gente en el proceso productivo que genere los recursos para
    darle de vivir a los de la tercera edad. No se si alguien tiene
    una respuesta para esto. Y en un contexto familiar como el que
    estamos describiendo, el viejo queda excluido.

    Otras de las características de la familia actual es que
    cada vez se da con más frecuencia la presencia de familias
    reconstituidas o ensambladas. Son familias que se forman con
    personas que vienen de situaciones de divorcio, que
    traen hijos de matrimonios anteriores y a su vez tiene nuevos
    hijos con sus nuevas parejas, el título de una
    película de hace algunos años sintetiza la
    situación de los hijos de estas familias: "Los
    míos, los tuyos, los nuestros". Este tipo de familias
    ensambladas crean dificultades inéditas, y situaciones de
    convivencia complejas y muchas veces conflictivas.

    También hay un crecimiento significativo de las
    familias monoparentales, familias de un solo miembro, madres
    solteras que tienen un hijo, hombres o mujeres divorciados que
    conviven con un hijo, etc. En muchos casos se trata de un
    elección consciente sobre de todo de parte de algunas
    mujeres que quieren tener un hijo pero no un marido. En Nueva
    York el 50% de la gente vive sola, hombres y mujeres. Y
    establecen vínculos que casi siempre son transitorios. Las
    parejas se arman y se desarman con mucha facilidad. Hay pocos
    vínculos que comprometan profundamente, la mayoría
    son superficiales.

    Con respecto a la familia tradicional quiero citar a
    Irene Théry, que ha trabajado el tema: "El espacio
    privado, en oposición al espacio público, era, en
    la tradición del siglo XIX, aquel en el cual el individuo
    aceptaba que su libertad fuera
    limitada por reglas de organización social de carácter
    prepolítico. Era una zona franca de la democracia en
    la que se ejercían lisa y llanamente las reglas de la
    autoridad
    paterna. El espacio público, al contrario, era el lugar de
    referencia común y por consiguiente de los principios. Por
    eso mismo era el lugar de la política, es decir
    aquel donde se definían las reglas sociales destinadas a
    transformar el mundo y, substrayendo al individuo del reino de la
    necesidad, hacerlo avenir como ciudadano. Más: el
    individuo podía emanciparse tanto mejor afuera por estar
    sólidamente anclado en la tradición dentro del
    espacio doméstico: el segundo servía de palanca al
    primero".

    Irene Théry es una socióloga francesa, tal
    vez la cita es un poco densa, pero vamos a tratar de hacerla un
    poco más comprensible. Théry dice: el espacio
    privado en oposición al espacio público era en al
    tradición del siglo XIX aquel en el cual el individuo
    acepta que su libertad fuera
    limitada por reglas de organización social de carácter
    prepolítico, se refiere a la familia, por ejemplo y en ese
    espacio no había democracia,
    para los hijos no había democracia,
    por eso dice que era una zona franca de la democracia, en
    las que se ejercían lisa y llanamente las reglas de la
    autoridad
    paterna. El espacio público, al contrario, era el lugar de
    referencia común y por consiguiente de los principios, por
    eso mismo era el lugar de la política, la política estaba fuera
    de la familia, correspondía al espacio público. Si
    alguien quería pelear por la libertad, por
    la democracia, salía a pelearlo afuera, no se peleaba con
    sus padres, por que en la casa no había democracia. Es
    interesante el planteo de Théry, por que en realidad lo
    que nos está diciendo es que esta estructura, a
    lo mejor rígida, del espacio privado, familiar,
    ponía en condiciones y preparaba a los sujetos para la
    pelea en el afuera, para la lucha por los principios, para
    vivir como ciudadano en el afuera. La democracia había que
    pelearla afuera, el mundo más justo había que
    buscarlo afuera y según ella, este espacio entre comillas
    de "sometimiento" en lo privado era lo que posibilitaba el salir
    a pedir algo en lo público, en el plano de la política.

    De todas maneras, otro francés, como verán
    parece que he estado leyendo solo a los franceses, pero
    francamente, los franceses tienen en estas cosas una lucidez y
    una claridad, por lo menos para hacer diagnósticos, que en
    mi opinión es notable. Un autor francés como les
    decía, que se llama Robert Castel, acuñó el
    concepto de "desafiliación", estamos desafiliados y esta
    idea es interesante, porque estar afiliado tiene que ver con
    filium, tiene que ver con los afectos, es decir, estar afiliado a
    algo es tener los afectos puestos en algo y estar desafiliado
    literalmente quiere decir que se está alejado
    afectivamente. Es interesante el concepto, entonces Castel dice
    que: "Podría ser que llevados por el movimiento de
    la individualización concebida como "libertad sin
    límite para instituirse a sí mismo",
    hubiéramos olvidado esa parte de anclaje de la familia en
    la construcción social, que consiste en
    procurar sobrevivirse a sí mismo a través de la
    descendencia, en que se tienen deberes, una especie de deuda
    primaria de solidaridad para
    con aquellos en quienes se encarna ese deseo y, en especial, el
    de vincularlos a un puerto de amarre del que puedan lanzarse a
    asumir su libertad. Si la pertenencia (a una familia) es el
    tesoro de quienes tienen la suerte de gozar de ella, es en cambio
    la tumba de aquellos que, cada vez más numerosos, no se
    inscriben en ninguna trayectoria familiar estructurante […] el
    aislamiento familiar desempeña un papel
    determinante en los fenómenos de ruptura social". Es
    evidente, como dice Castel que el tener una trayectoria familiar
    nos estructura como sujetos, el no tenerla nos deja librados a lo
    que podamos hacer.

    Antes de terminar, quedan unos minutos todavía,
    quiero que veamos como opera esta situación de crisis de
    la que hemos estado hablando, a nivel de hechos puntuales en la
    vida de los sujetos, por ejemplo, ¿qué pasa con la
    sexualidad en
    el fin de siglo?, este es un tema caro a los psicoanalistas. Para
    empezar tenemos un dato estadístico: la frecuencia de las
    relaciones sexuales disminuyó a la mitad, en
    relación a la década del ’60. Este dato
    sorprende porque uno ve sexualidad por
    todos lados, pero estadísticamente, (esto es un dato de la
    Argentina pero se
    corrobora con la información de otros países, por
    ejemplo en EEUU pasa lo mismo), la frecuencia de las relaciones
    sexuales disminuyó a la mitad, esto es, la gente de los
    años sesenta se acostaba dos veces más que la de
    los años noventa.

    Otro dato que también es estadístico, el
    año pasado en EEUU, se gastaron 8.000 millones de
    dólares en pornografía. Es mucha plata. Es un negocio
    enorme. Esto incluye videos, películas, revistas,
    espectáculos, shows, etc. todo lo que tenga que ver con la
    pornografía.

    Estos datos son
    interesantes por que creo que reflejan algunas características de la sexualidad de
    fin de siglo. En primer lugar hay un proceso de
    "erotización electrónica". ¿Qué quiere
    decir esto?, quiere decir que la TV, los videos, las "hot lines"
    (esas líneas telefónicas donde la gente habla con
    chicas que le dicen cosas eróticas), han crecido
    enormemente, quiere decir que la gente se erotiza por medios
    artificiales, que la tecnología se utiliza
    como soporte para hacer circular un erotismo ficcional, virtual,
    imaginario, pero…en la práctica se acuesta
    menos.

    Otra característica de la sexualidad de
    fin de siglo es que se ha instaurado en buena parte de occidente
    una cultura de la
    desconfianza. La cultura de la
    desconfianza tiene que ver, y este es el aspecto más
    evidente, con el temor a las enfermedades como el HIV,
    pero no solo con eso. También es una cultura de la
    desconfianza hacia el otro, es decir, no solo es el temor, el
    miedo a enfermar gravemente como de hecho puede suceder, sino que
    también la cultura de la
    desconfianza involucra esta fragilidad de los vínculos que
    ya mencionamos, esta dificultad para conectarse realmente con el
    otro, para sentir con el otro.

    El otro aspecto de la sexualidad de
    nuestro tiempo es que en un buen número de casos el otro,
    el otro real de carne y hueso, es suplantado por un accesorio,
    por una prótesis,
    digamos. La venta de
    prótesis sexuales
    tanto para varones como para mujeres es un negocio
    próspero en occidente. Bueno, estamos hablando de un
    negocio de 8.000 millones de dólares solo en EEUU, las
    prótesis no
    contagian, no protestan, están siempre disponibles, no
    piden nada, no exigen nada, ¡son bárbaras!, no hay
    que complicarse la vida.

    El otro dato que me parece típico, es el
    exhibicionismo histérico. Hay un trabajo permanente sobre
    el cuerpo para embellecerlo, un cuidado obsesivo, una
    mostración del cuerpo, una exhibición permanente
    del cuerpo, pero… "¡no me toques!". Mirame pero no me
    toques. Esto es cada vez más notorio, tanto en mujeres
    como en hombres. Hay una especie de histerización de la
    sexualidad, donde se despliega mucho juego de
    seducción, muchos preliminares, pero pocos partidos
    jugados. Pocos goles. La evolución de la moda va en esa
    dirección de la mostración del
    cuerpo, pero es una exhibición histérica, lejana,
    distante. Hay una especie de erotización permanente que no
    se convierte en encuentros reales. En encuentros reales con todo
    lo que tienen de humano, con todo lo que tienen de riesgo, con todo
    lo que tienen de posible desencuentro y sufrimiento. Nadie quiere
    sufrir, ni complicarse la vida. Esta es una postura muy fin de
    siglo.

    Naturalmente todo esto se traduce en un aumento de la
    soledad, tengo sobre esto una cita que a mi me parece muy
    interesante, una del mismo Galende que mencionamos antes, que es
    alguien muy inteligente y con una gran experiencia como analista.
    En un reportaje le preguntan: ¿Ud. lee el amor de
    pareja como si fuera un síntoma social?, y escuchen la
    respuesta de Galende que por ahí en pocas palabras resume
    muchas de las cosas de las que venimos hablando. Galende dice:
    "Absolutamente. Por eso puedo ver que hay un cambio en las formas
    del amor y en las
    relaciones de pareja. Y en ese cambio hay una marca distintiva:
    el aumento de la soledad. […] las parejas son más
    inestables y las relaciones duraderas son más improbables.
    Yo creo que, articulando esto con los ideales tan fuertes de
    autonomía e individualidad, lo que ha ocurrido es una
    disgregación del lazo amoroso. Las personas están
    ahora menos dispuestas a resignar las cuestiones personales por
    los compromisos de pareja. El amor pide
    renunciamiento, postergar cosas personales en función de
    un compromiso que se toma con el otro. Pero el discurso de la
    economía
    prendió: la libre competencia
    obliga a cada uno a asumir sus propios riesgos en la
    vida, sin compartirlos con los otros ni hacerse cargo de los de
    los otros […] los valores
    del mercado y de la
    economía en general han inundado la subjetividad. Hoy no
    es posible pensar a las personas sin el valor de la
    competencia. La
    competencia
    funciona casi como un mecanismo de terror que está en la
    base de todo pensamiento humano. Mujeres y hombres tienen que, en
    función de esa competencia,
    mantener su cuerpo en forma porque en cuanto el cuerpo envejece o
    engorda se desvaloriza frente a los modelos
    dominantes. Todo vínculo social está contaminado
    por la idea de competitividad: el otro es potencialmente un
    rival. Y esto ha influido también en las relaciones que
    tradicionalmente estaban preservadas de la vida pública,
    como son las relaciones familiares y de pareja". Creo que esta es
    una buena síntesis de muchas de las cosas que hemos estado
    diciendo. Por eso les decía que hay una cultura de la
    desconfianza, pero no solo la desconfianza porque el otro puede
    contagiarme una enfermedad, sino porque, como dice Galende, el
    otro es fundamentalmente un rival con el que hay que
    competir.

    El mismo Guillebaud, hablando de este tema, dice: "La
    emancipación del placer, el libre goce de los cuerpos son
    conquistas que merecen ser defendidas contra el asalto de los
    santurrones. Desde luego. Pero la mentira del discurso
    moderno, por no decir su impostura, consiste en hacer creer que
    un universo
    permisivo sería naturalmente armonioso, feliz, liberado,
    mientras que el que perpetuara algunas prohibiciones no
    engendraría más que padecimientos" (esta es la
    mentira, la que dice que, si no hay reglas el sujeto va a ser
    feliz y si surge alguna regla, entonces esto ya es
    represión, esta es la impostura, esta es la mentira), y
    continúa: "En realidad también la permisividad, es
    portadora de injusticias, desigualdades y dolores". Más
    adelante agrega: "El obstáculo más cruel para el
    placer ya no es –y desde hace mucho tiempo- la
    prohibición moral o
    religiosa. (como fue durante siglos, la prohibición
    moral y
    religiosa, los prejuicios, eran el obstáculo para el
    placer, Guillebaud dice, esto ya no es así, nadie o muy
    pocos se privan hoy de tener una relación sexual por
    prejuicios morales o religiosos, muy pocos, dice: no es un
    obstáculo). "Es una realidad más ambigua a la que
    se mira menos fácilmente de frente: el no deseo del otro,
    la miseria del fracaso, la violencia
    simbólica del puro libertinaje, la competencia
    sexual, donde la derrota es más dolorosa y la soledad,
    más inconsolable".

    Este es el problema de la sexualidad hoy: el no deseo
    del otro, la competencia con el otro. Este es un tema que ya fue
    planteado en la década del ’60 por Rollo May, un
    psicólogo norteamericano, en un texto que se
    llama "El amor y la
    voluntad", ya planteaba la diferencia entre lo que llamaba el
    "hombre
    victoriano" y el "hombre
    moderno", y decía: el hombre
    victoriano era apasionado pero no tenía sexo, las
    relaciones sexuales eran pocas, pero era un hombre
    apasionado, que sentía y expresaba su pasión,
    el hombre
    moderno tiene sexo
    –decía Rollo May-, pero perdió la
    pasión. Es un sexo "light",
    que se toma y se deja, pasa, va y viene, es un sexo que hace
    más hincapié en la técnica que en el amor, sin
    compromiso, sin continuidad, una sexualidad superficial. Esto
    él ya lo veía y lo anticipaba en los años
    ’60.

    Dejando un poco de lado la cuestión de la
    sexualidad, quiero mencionar un par de cosas con respecto al tema
    de las adicciones,
    porque me parece que este es otro de los grandes temas del fin de
    siglo. Vivimos en culturas que son adictivas. La soledad y el
    malestar de la gente conduce inevitablemente a la
    adicción, y quiero aclarar que cuando hablo de adicciones no me
    refiero solamente al que consume cocaína, marihuana,
    LSD, o cualquier otra droga
    prohibida, me refiero a las adicciones a
    drogas
    permitidas por ejemplo el alcohol y
    fundamentalmente los psicofármacos.

    Hay una tendencia a pensar que adicto es solo el que
    consume drogas
    prohibidas, cuando en realidad el mayor porcentaje de adicciones y las
    peores consecuencias por el consumo de
    drogas
    están vinculadas a las drogas
    permitidas.

    Veamos algunas estadísticas: entre 1988 y 1996, es decir
    en los últimos siete años, el consumo de
    psicofármacos aumentó en Argentina un
    200%. En el mismo período los laboratorios incrementaron
    sus ganancias en este rubro en un 172%. Son datos
    inobjetables proporcionados por la Cámara Argentina de
    Especialidades Medicinales. En 1996 se vendieron en el
    país más de 34 millones de unidades de
    psicofármacos, esto es, el equivalente a 320 millones de
    dólares.

    ¿Hay que extrañarse entonces que una
    industria que
    gana miles de millones de dólares anualmente en el mundo
    entero, impulse alegremente el consumo de
    tales sustancias?.

    ¿Tendría que sorprendernos que los
    laboratorios, que han llegado a intervenir en la política interna de
    muchos países contribuyendo a derrocar presidentes que
    trataron de oponerse a sus intereses, como ocurrió
    concretamente con el presidente Illía cuando
    sancionó la ley
    Oñativia, hayan montado un formidable aparato
    científico-publicitario para convencernos que la
    solución mágica de nuestros problemas y
    padecimientos está en una píldora?.

    Es natural que en defensa de estos intereses, se
    minimice la importancia y el valor de la
    psicoterapia a favor de las pseudo soluciones que
    proporcionan las drogas. En
    los años noventa un medicamento, el Prozac (fluoxetina),
    se convirtió en el antidepresivo más famoso de los
    EEUU. Fue tapa de Time y Newsweek que lo bautizaron como "la
    droga de la
    felicidad" transformándolo en el estandarte de la droga
    psicoactiva euforizante de la década. El laboratorio
    que lo produce lo presentó al gran público con el
    slogan "Mejorando vidas, devolviendo esperanzas", como si se
    tratase de una especie de milagro científico. Poco y nada
    se dice de sus contraindicaciones y efectos adversos, tampoco
    nadie sabe que pasa con el delicado equilibrio
    químico de un cerebro que lo
    consume sistemáticamente durante muchos años.
    Más allá de los casos donde su prescripción
    está justificada, cientos de personas –se puso de
    moda entre los
    yuppies de Nueva York- lo consumen alegremente "para estar
    mejor".

    Dicen Fitoussi y Rosanvallon: "El lugar que ocupa la
    droga en
    nuestras sociedades
    corresponde a un verdadero fenómeno de
    civilización. La droga, en
    efecto, promete la reconstitución del yo, de manera
    temporaria y ficticia, es cierto, pero en todo caso durante un
    tiempo, aligerándolo del peso de las restricciones. Los
    tranquilizantes permiten resolver la gran contradicción
    moderna: ser uno mismo y estar a la vez liberado de sí
    mismo", y agregan más adelante "Hoy ya no se consumen
    drogas para
    evadirse sino para ser más fuerte, para sentirse a gusto
    consigo mismo. La droga afecta a todos aquellos que carecen de
    esos materiales
    culturales y simbólicos que permiten crear una identidad,
    alimentar una interioridad. Como la sociedad no
    ofrece a la interiorización nada valioso que no sea uno
    mismo, son los psicotrópicos los que van a permitir el
    "autoconsumo de sí".

    Fijensé que esta opinión de dos
    intelectuales franceses es absolutamente coincidente con la de
    Galende que en la otra punta del planeta afirma: "…las drogas
    existieron siempre, pero por mucho tiempo se vincularon con el
    interés
    por aislarse de la realidad, de evadirse. Sin embargo, hoy el
    consumo de
    drogas
    –hablo de los psicofármacos sobre todo que se
    consumen de manera cada vez más alarmante- está
    destinado exactamente a lo opuesto: a integrarse a la sociedad. La
    gente consume ansiolíticos y antidepresivos para
    sostenerse en la vida social. Depende de esas pastillas para
    seguir afrontando una realidad que parece resultarle cada vez
    más oscura y exigente."

    ¿Hace falta agregar algo más?. Creo que
    no.

    El último tema que me interesa mencionar
    rápidamente, vinculado con el malestar del fin de siglo es
    el de la violencia.
    También en este aspecto las estadísticas son por demás
    elocuentes, el crecimiento de la violencia en
    todas sus manifestaciones es un fenómeno
    planetario.

    Quiero focalizar el problema en dos niveles: la violencia
    juvenil y la violencia
    familiar. Con relación al primero hay que decir que el
    40 % de todos los delitos
    perpetrados en la Prov. de Buenos Aires son
    cometidos por menores. El 48 % de los menores delincuentes son
    reincidentes, el 90 % utiliza armas de gran
    calibre, y tiene algún grado de compromiso con las drogas y el
    alcohol, el 92
    % fueron maltratados o abusados en sus propios hogares. En 1995,
    sujetos menores de 18 años cometieron 150 asesinatos en la
    Capital, en
    1996 el número trepó a 240. En EEUU, los menores de
    18 años cometen el 14 % de todos los asesinatos, el 15 %
    de todas las violaciones, el 24 % de todos los asaltos y el 43 %
    de todos los robos de autos.

    Es evidente que la desarticulación de la familia
    influye directamente en este problema, Antoine Garapon dice:
    "Para numerosos jóvenes delincuentes que abandonaron muy
    pronto la escuela y viven
    en familias sin padres, sin ninguna perspectiva de empleo, la
    delincuencia
    les ofrece una oportunidad de probarse, de hacerse viriles, en
    suma , de socializarse aunque sea de manera negativa". La crisis
    del trabajo y la falta de oportunidades para conseguir un
    empleo digno,
    empuja a los jóvenes hacia la delincuencia
    tal como lo demuestran las investigaciones
    del sociólogo norteamericano James Petras.

    Petras investigó al relación entre
    desindustrialización y aumento de la delincuencia
    en cinco ciudades de los EEUU: Detroit, Boston, Nueva York,
    Chicago y Newark. En sus comentarios afirma: "Trabajamos con un
    plantel de estudiantes en cinco ciudades, investigando los lazos
    entre la creciente desindustrialización y el aumento de la
    delincuencia
    en el período que va de 1950 a 1988. Hay una
    relación perfectamente notable. En todos los casos, cuando
    caen la industrialización y el empleo
    industrial, aumentan la delincuencia y
    el crimen. Hemos buscado la relación causal entre una y
    otra, e hicimos un pequeño estudio: el proceso de un padre
    de familia que pierde el trabajo. Se
    cierra la industria, el
    padre es indemnizado y, a partir de allí, los lazos con su
    hijo empiezan a quebrarse. ¿Por qué? Porque el hijo
    no puede seguir al padre en su misma fábrica, no tiene una
    integración social a través de los
    sindicatos.
    Por otro lado, la autoridad del
    padre desocupado sobre la familia va siendo minada. El hijo
    camina suelto en trabajos mal pagos en el sector servicios,
    carece de seguridad
    laboral y de
    integración. El costo de
    oportunidad entre una "changa" mal pagada y lo que puede obtener
    con la droga o con los robos empieza a pesar. Quebrada la
    autoridad familiar y sus posibilidades de integración, todo pasa a ser una
    cuestión de conveniencia. Eso fue en Detroit, donde la
    crisis aumentó el desempleo industrial y,
    automáticamente se elevaron los robos y los asesinatos.
    Pero sucedió igual en las otras grandes ciudades.[…]
    Pero la explicación no está simplemente en la pobreza. Es
    sobre todo la pérdida de integración. La industria
    nuclea a la gente en la fábrica, permite la
    organización social y asegura la estabilidad de la
    familia. Cuando el hombre es
    marginado por un desempleo prolongado, su autoridad de padre
    suele quedar lesionada, y en más de una ocasión
    termina abandonando la familia y dejándola en un cuadro de
    desamparo y quebranto."

    Otra investigación del mismo Petras efectuada en
    Barcelona ("Padres e hijos, dos generaciones de la clase
    trabajadora bajo el impacto del neoliberalismo"), corrobora absolutamente los
    resultados anteriores.

    En relación directa con este tema aparece el
    concepto de "postadolescencia", esto es, el hecho de que,
    así como hace algunos años la problemática
    del adolescente estaba centrada en los cambios y desajustes
    propios de esa etapa del desarrollo, en este momento el mayor
    problema de los jóvenes ya no es pasar la adolescencia
    sino ingresar al mundo adulto. En tanto es el acceso al trabajo
    lo que más claramente marca este
    pasaje, si los chicos no consiguen trabajo, continúan
    siendo adolescentes
    aunque tengan 30 años. Siguen viviendo con la familia que
    los mantiene y dependiendo para su subsistencia del apoyo
    familiar, esto también genera situaciones de
    tensión, choques y enfrentamientos entre los miembros de
    la familia.

    Precisamente, el incremento de la violencia
    familiar es otro dato de la realidad que tiene evidencia
    estadística: la comuna porteña
    recibe más de 40 llamadas diarias que denuncian hechos de
    violencia
    familiar. Más de la mitad tienen que ver con maltrato
    físico a menores y un 25 % con maltrato emocional. Las
    víctimas como siempre, son los más débiles e
    indefensos, en el 55 % de los casos la violencia se ejerce sobre
    niños de 0 a 12 años. Entre los victimarios se
    viene produciendo un aumento significativo de profesionales con
    título universitario, para dejar claro que la violencia no
    es solo una cuestión de educación o de
    pobreza. El
    aumento de la violencia
    familiar está claramente vinculado a la
    implosión del modelo
    familiar, a la falta de trabajo, y a todos los fenómenos
    que venimos explicando.

    Como verán, el tema de la salud mental en este
    fin de siglo tiene una enorme complejidad. Espero que al menos
    haya quedado claro que no puede pensarse esta cuestión al
    margen del contexto social, económico, político y
    cultural que se da en la mayor parte del planeta. Que el hecho de
    perder la salud mental no es solo la consecuencia de un fatalismo
    biológico o la resultante de una historia personal
    desafortunada, sino el resultado de las experiencias concretas
    que nos tocan vivir aquí y ahora dentro de los sistemas en los
    que estamos integrados. Que no existen soluciones
    mágicas para estos problemas y
    que nada puede cambiar si no dejamos de lado nuestro propio
    individualismo y mezquindad y empezamos a reconstruir los lazos
    afectivos y solidarios que nos unen con los otros.

    Para terminar quiero leerles un poema. Tiene más
    de 70 años y fue escrito por el que –en mi modesta
    opinión- ha sido el más grande poeta de América
    Latina. Era peruano y se llamaba César Vallejo. Tengo
    la impresión que, con esa chispa de genialidad que a
    menudo tienen los poetas, Vallejo intuyó hace muchos
    años, la crisis de fin de siglo:

    LOS NUEVE MONSTRUOS

    Y, desgraciadamente.

    el dolor crece en el mundo a cada
    rato,

    crece a treinta minutos por segundo, paso
    a paso,

    y la naturaleza del
    dolor es el dolor dos veces,

    y la condición del martirio,
    carnívora, voraz,

    es el dolor dos veces,

    y el bien de ser, dolernos
    doblemente.

    Jamás, hombres humanos,

    hubo tanto dolor en el pecho, en la
    solapa, en la cartera,

    en el vaso, en la carnicería, en
    la aritmética!

    Jamás tanto cariño
    doloroso,

    jamás tan cerca arremetió
    lo lejos,

    jamás el fuego nunca

    jugó mejor su rol de frío
    muerto!

    Jamás, Señor Ministro de
    Salud, fue la salud más mortal

    y la migraña extrajo tanta frente
    de la frente!

    Y el mueble tuvo en su cajón,
    dolor,

    el corazón,
    en su cajón, dolor,

    la lagartija, en su cajón,
    dolor

    Crece la desdicha, hermanos
    hombres,

    mas pronto que la máquina, a diez
    máquinas, y crece

    con la res de Rousseau, con
    nuestras barbas;

    crece el mal por razones que
    ignoramos

    y es una inundación con propios
    líquidos,

    con propio barro y propia nube
    sólida!

    Invierte el sufrimiento
    posiciones,

    da función en que el humor acuoso
    es vertical al pavimento,

    el ojo es visto y esta oreja
    oída,

    y esta oreja da nueve campanadas a la
    hora del rayo,

    y nueve carcajadas a la hora del
    trigo,

    y nueve sones hembras a la hora del
    llanto,

    y nueve cánticos a la hora del
    hambre,

    y nueve truenos y nueve
    látigos,

    menos un grito.

    El dolor nos agarra, hermanos
    hombres,

    por detrás,

    de perfil,

    y nos aloca en los cinemas,

    nos clava en los
    gramófonos,

    nos desclava en los lechos,

    cae perpendicularmente a nuestros
    boletos,

    a nuestras cartas;

    y es muy grave sufrir,

    puede uno orar…

    Pues de resulta del dolor,

    hay algunos que nacen, otros
    crecen,

    otros mueren, otros que sin haber nacido,
    mueren,

    y otros que no nacen ni mueren (son los
    mas).

    ¡Y también de resultas del
    sufrimiento,

    estoy triste hasta la cabeza,

    y más triste hasta el
    tobillo,

    de ver al pan, crucificado, al nabo,
    ensangrentado,

    llorando, a la cebolla,

    al cereal, en general, harina,

    a la sal, hecha polvo, al agua,
    huyendo,

    al vino, un ecce homo,

    tan pálida a la nieve, al sol tan
    ardío!

    ¡Cómo, hermanos
    humanos,

    no deciros que ya no puedo

    y ya no puedo con tanto
    cajón,

    tanto minuto, tanta lagartija y tanta
    inversión,

    tanto lejos y tanta sed de
    sed!

    Señor Ministro de Salud:
    ¿qué hacer?

    ¡Ah!, desgraciadamente, hombres
    humanos,

    hay, hermanos, muchísimo que
    hacer.

    Muchas gracias.

    Transcripción de Conferencia
    dictada por:

    Lic. Héctor Sierra

    Psicólogo

    TE: 03492-428849

    Víctor Manuel 769 (2300) Rafaela

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