Introducción
El tema de los posmoderno es difícil de
plantearse en países donde la pobreza, la
exclusión y el analfabetismo
son endémicos. Lo posmoderno puede aparecer como un lujo
exótico; más cuando la dependencia estructural de
nuestros países está fuertemente agudizada por el
problema de la deuda externa. La
emergencia de los cuestionamientos sobre lo posmoderno en
América
Latina indica el abandono de la "teoría
de la dependencia", (y más que la "teoría"
misma, la crítica a esa dependencia) justo en el momento
en que la relación de dependencia estructural resulta
más contrastable.
Actualmente, uno de los hechos de mayor trascendencia
para las ciencias
sociales es el desencantamiento de la política. Es algo
obvio mencionar que esta ya no mueve pasiones, ya la controversia
peronistas/antiperonistas se ve tan lejana que pareciera carecer
de sentido. Se habla de la caída de los grandes relatos
(como si la historia fuera un cuento), y en
el supermercado se puede encontrar todo lo que se
busca.
¿Es esto tan así, o se está
atravesando una etapa de mutación de lo político a
una forma que intuimos más o menos de una forma, pero no
logramos vislumbrar del todo.
Un fenómeno que caracteriza la situación
política
de varios países latinoamericanos es el desencanto.
Ello puede afectar gravemente a los procesos de
democratización al restarles arraigo a las instituciones
políticas. Por esta razón el
desencanto suele ser valorado negativamente. El peligro de un
desencanto con la democracia
existe (el masivo apoyo a Bussi en Tucumán, la
reaparición en el poder de los
señores feudales en Santiago del Estero).
Respecto de estos acontecimientos es mi intención
reflexionar acerca de los cambios de significación de lo
político y aplicarlos a un caso: el de las movilizaciones
en rechazo de la Ley de Educación Superior.
Este es un escenario que conozco porque he formado parte de
él. A pesar de haber estado tan
cerca de los acontecimientos, estimo que se pueden obtener
algunas reflexiones no se si "objetivas", pero sí
demostrables.
Resignificación de la
política
Es evidente que el eje de discusión ha cambiado,
las significaciones culturales sostenidas por los distintos
sectores de nuestras sociedades no
son idénticas a las de décadas pasadas. Primero
vino la oleada revolucionaria y luego las dictaduras militares;
ahora asistimos a un momento donde esas experiencias han dejado
sus consecuencias. La crítica de la cultura de
militancia en las organizaciones
populares y la revalorización de la democracia
política y
los derechos civiles,
han establecido nuevos ejes políticos , los cuales,
suponen una "secularización" de la política y un
desencantamiento sobre los grandes modelos
políticos.
El objetivo de
los golpes militares no fue sólo el derrocamiento de un
determinado gobierno, sino
más que eso: establecer la fundación de un nuevo
orden. Se busca imponer una nueva normatividad mediante procedimientos
propios a la "lógica
de la guerra": la
aniquilación del adversario y a abolición de las
diferencias. de ahí que un primer rasgo de la
discusión intelectual durante el proceso (y
posteriormente) fue la denuncia del autoritarismo en nombre de
los derechos humanos.
Los intelectuales no luchan en defensa de un proyecto, sino
por el derecho a la vida de todos.
El desencanto en el ambiente
intelectual
Aunque el marxismo
influyera en el pensamiento
económico (estructuralismo) y sociológico
(dependencia) nunca alcanzó a tener arraigo en la
región. Aunque se lo siga citando cotidianamente, el uso
de Marx ha
perdido su connotación cuasireligiosa. Se critican
aspectos centrales del marxismo y de
una tradición política:: una
filosofía de la historia, a la idea de
sujeto, al concepto de
totalidad. Es una crítica que toma distancia, sin
pretender elaborar un paradigma
alternativo.
La posmodernidad
es cierto desencanto con la modernidad; que a
su vez ha sido definida por Weber como
"desencantamento del mundo". Se trataría de una especie de
desencanto con el desencanto". Fórmula paradojal que nos
recuerda que el desencanto es más que una perdida de
ilusiones, la reinterpretación de los anhelos. De ser
así, ese desencanto llamado posmodernidad
no sería el triste final de un proyecto
demasiado hermoso para hacerse realidad, sino, por el contrario,
un punto de partida.
El desencanto con la
modernización
En el clima
político actual se evidencia un proceso de
desencanto. Es notorio el desencanto de las izquierdas.
Éstas ya no creen en el socialismo como
meta predeterminada ni en la clase obrera como sujeto
revolucionario y aborrecen una visión omnicomprensiva de
la realidad .
El cumplimiento de la modernización se refiere a
la realización de la "última etapa" de la modernidad y la
secularización y tecnologización que le
serían inherentes, según la idea implícita
de que hay "una" modernidad.
Imponer ciertas normas
"universales" de la racionalización hasta sus
últimas consecuencias en lo económico,
tecnológico, político y cultural. Por tanto, la
modernización no pretende la "entrada a la modernidad", sino
el cumplimiento de sus posibilidades máximas, el impulso
para la realización de tales posibilidades en sociedades en
que no se han dado, y donde hay evidentes obstáculos para
ello.
Una primera dimensión del desencanto posmoderno
es la pérdida de fe en que exista una teoría
que posea la clave para entender el proceso social
en su totalidad. Nuestra época se caracteriza por un
recelo frente a todo tipo de metadiscurso omnicompresivo. Esta
desconfianza nace de una intención totalitaria ; de
homogeneizar lo que es extremadamente
heterogéneo.
El rechazo a la razón se apoya en la existencia
de diversas racionalidades. Los distintos campos sociales se
diferencian aceleradamente, cada cual desarrollándose de
acuerdo a su lógica
específica.
Para los iluministas la modernidad era
concebida como una tensión entre diferenciación y
unificación dentro de un proceso
histórico que tiende a una armonía final. Hoy en
día ha desaparecido el optimismo iluminista acerca de la
convergencia de ciencia,
moral y
arte para
lograr el control de las
fuerzas naturales, el progreso social. La reconciliación
de lo bueno, lo verdadero y lo bello aparece como una
ilusión de la modernidad.
El desencantamiento con esa ilusión sería
la posmodernidad:
la diferenciación de las distintas racionalidades es vista
como una escisión. La ruptura con la modernidad
consistiría en rechazar la referencia a la totalidad. El
desencanto siempre tiene dos caras: la perdida de una
ilusión y por lo mismo, una resignificación de la
realidad. La dimensión constructiva del desencanto actual
radica en el elogio a la heterogeneidad.
La "heterogeneidad estructural" de América
Latina, más allá de haberla considerado un
obstáculo al desarrollo,
podría considerarse para fomentar una interacción
mucho más densa que la que sostiene al Estado como
homogeneizador de la sociedad, ya que
en nuestros países ha desaparecido el halo
metafísico que irradiaba el Estado, ya
no es encarnación de la unidad nacional. El Estado
actual se reduce al Poder
Ejecutivo. De imagen de
colectividad, el estado pasa
a ser una cierta unidad administrativa. En la medida que el estado
deviene un "mercado
político" de intereses particulares, a los ciudadanos les
resulta difícil reconocer en el estado una
"cosa publica". Aparece ahora guiado exclusivamente por una
racionalidad formal instrumental.
.
"Frecuentemente las demandas pueden ser absorbidas
administrativamente por la burocracia
estatal aún antes de entrar a la arena política.
Con lo cual el debate
político/parlamentario aparece como un "teatro" frente al
predominio absoluto de la racionalidad formal. Esta racionalidad
es imprescindible, pero ella sola no asegura la
articulación del proceso
social. Por eso fracasa una política que se guíe
exclusivamente por un cálculo de
medios y
fines."(1)
Siendo esta forma de política racional/formal la
amanera actual predominante, hay que referir a ella el
desencanto. No es un desencanto con la política como tal,
sino como con determinadas formas de hacer política y en
concreto con
una política incapaz de crear una identidad
colectiva. (La política de estos tiempos tiene como
referencia identidades acotadas -estudiantes, gremios,
ecologistas, gays). Homogeneización anhelada. El discurso
omnicomprensivo que algunos posmodernos atribuyen a una
razón planificadora, controladora, esa razón
totalizante, es la racionalidad formal.
Sobre la condición posmoderna
Al hablar de la condición posmoderna hay que
analizar atentamente el traslado de esos conceptos a la
situación de América
Latina. Aquí lo posmoderno nunca podría darse
aquí en "estado puro",
no puede incorporarse sin modificaciones, porque las situaciones
que lo han generado no son las mismas que experimentamos en
nuestras sociedades.
Aunque en estos últimos años los índices del
consumo han
aumentado, no estamos en el paraíso del consumo, no
hemos llegado a hartarnos de los excesos de la productividad y
el industrialismo, no se nos ha perdido la naturaleza ni la
automatización ha encerrado todas nuestras
rutinas. Lejos estamos de que así sea en todo su desarrollo
para toda la población. Sin embargo, habitamos grandes
ciudades donde la contaminación y la impersonalidad son
omnipresentes, cosa que nos emparienta con las sociedades del
norte.
Diríamos que desde el punto de vista
tecnológico estamos afectados de hecho por algunos de los
fenómenos que han dado lugar a la irrupción de lo
posmoderno en los países "centrales". Lo que no implica
decir que se esté afectado "igualmente", ya que la
situación socioeconómica estructural en que el
fenómeno se sitúa es diferente, lo que ofrece es
una lectura
diferencial del mismo fenómeno. Por supuesto que los
sectores sociales concernidos más directamente son sobre
todo urbanos; en el caso de las poblaciones rurales, la
situación no se da del mismo modo.
Sin embargo, algo común con aquellos
países es la desesperanza frente al modelo
moderno, tanto en su vertiente funcional como en la
revolucionaria, resulta evidente. Lo que produce, por causas
diferentes y aún opuestas un "efecto" similar al del mundo
"cool" del capitalismo
avanzado. Un "no future" distinto, no una sensación de
haberlo vivido todo, sino la de no poder llegar a
vivirlo (al futuro). La proyectualidad ha
desaparecido.
Latinoamérica no sería lo "otro" absoluto
de los países centrales, el lugar donde se da aún
el pintoresquismo de las culturas "puras", donde "está
todo por hacer".(no está fuera de la historia como dice Hegel). Esto
supone la idea de que estos países se encuentran "fuera"
de la influencia dominante del capitalismo
occidental, y el romanticismo de
la no contaminación pensada como "atraso". Lo
correcto sería más bien interpretar modos
diferentes de la modernidad, y en el caso de Latinoamérica
no como diferente del europeo, en el sentido de incluir "restos"
evidentes que salen fuera del esquema weberiano de la
racionalización.
Podemos hacer nuestra la afirmación de que en
América
Latina la modernidad ha tenido (no implica que se haya
terminado) consecuencias menos emancipatorias y mucho más
trunca, y que se están produciendo situaciones de pos
modernidad que gestan valores sobre
bases diferentes de las del Centro.- pero con efectos similares-.
Desde que llegaron a estas tierras , las promesas de la Ilustración nunca dejaron de chocar con la
realidad de nuestros países, es así que podemos ver
en el realismo
mágico esa transgresión que fue el "boom" y que
presenta un universo colorido
y pintoresco irreductible a las categorías del pensamiento
dominante en Occidente.
En el concepto de
"modernización", la modernidad ha quedado reducida al
despliegue de la racionalidad formal. El proceso social es
pensado exclusivamente desde el punto de vista de la
funcionalidad de los elementos para el equilibrio del
sistema.
El desencanto actual se refiere a la
modernización y en particular a un estilo
gerencial-tecnocrático de hacer política. Se
podría decir que el desencanto emergente es más
efecto del proceso de modernización, que de la modernidad
misma. Los objetivos que
se plantearon los iluministas han sido los más caros a
toda la humanidad. El problema no estaría en aquellos
objetivos sino
en los medios con los
que se quería llegar a ellos. La liberación del
hombre a
través de la razón, la técnica, ha terminado
conviertiéndose en su opuesto. Lo que se pone en
cuestión es la pretensión de hacer de la
racionalidad formal el principio de totalidad. Esto sería
una ilusión, ya que el "rompimiento de los lazos sociales"
es un hecho, la atomización impide la formación de
criterios que puedan sustentar la conformación de un nuevo
todo social homogéneo.
El desencanto de las izquierdas
Volviendo la mirada hacia épocas en las que uno
no ha vivido (pero le han contado), parecía que el mundo
estaba marcando hacia el socialismo.
Entendiendo por esto una sociedad
más justa, no el socialismo real
de los soviéticos. Ahora , el panorama social es muy
distinto de épocas pasadas. La izquierda ya no puede creer
en una utopía cercana, de modo que existe un consiguiente
"ablandamiento" de posiciones y una pérdida de la
adherencia al "gran relato" revolucionario. Paradoja de un
momento donde a juzgar por la sola variable económica las
reacciones sociales y la radicalización, podrían
parecer altamente esperables. (Si nos guiáramos desde un
marco de interpretación moderno).
Las izquierdas se replantean sus concepciones
tradicionales, la lucha de clases no puede ser concebida ni como
una guerra a
muerte ni como
una lucha entre sujetos preconstituidos. Sólo abandonando
la idea de una predeterminación económica de las
posiciones político-ideológicas se hace posible
pensar lo político. Y uno de los rasgos específicos
de la construcción de un orden democrático
es justamente la producción de una pluralidad de
sujetos
Las izquierdas atraviesan una crisis de
proyecto. La
idea de una sociedad
socialista parece haber perdido actualidad. La construcción del orden social es concebida
como la transformación democrática de la sociedad. El
Vuelco de la discusión intelectual hacia la
cuestión democrática significa una importante
innovación en unas izquierdas
tradicionalmente mas interesadas en cambios
socioeconómicos.
Como dice Fernando Calderón "No se me ocurre
mejor recurso que el de la astronomía para graficar el actual universo societal
latinoamericano. Vistos desde el modernismo los
movimientos sociales habrían perdido su impulso vital y su
orden constelar estaría siendo reemplazado por una especie
de big-bang; aquellos sujetos y actores que. construían la
historicidad hoy estarían fragmentados y dispersos y las
nuevas practicas y actores sociales serían mas expresivos
y simbólicos que políticos. El universo
societal semejaría como una gran galaxia en
formación, incandescente y embrionaria pero
espasmódica, con identidades restringidas pero con gran
cohesión ética,
sería un conjunto de energías dispersas en torno de un hueco
negro, pero que mañana quizás serán
estrellas."(2)
Fragmentación de la sociedad
Podemos ver en la modernización un proceso de
reducción de la validez de algunas formas tradicionales de
integración social y que, al empujar hacia
una creciente secularización en la cultura,
debilita las viejas formas de legitimación basadas en
creencias religiosas. Lo anterior no significa, sin embargo, que
la modernización no genere sus propias formas de integración .
La cuestión en América
latina es si acaso la heterogeneidad cultural constitutiva de
su propia y especifica modernidad hace posible todavía el
funcionamiento de los sistemas sociales
en un mundo crecientemente secularizado.
El llamado a una secularización de la
política puede apoyarse n la cultura
posmoderna en tanto esta implica cierto desvanecimiento de los
afectos, propiciando una conducta "cool" e
irónica. La "moda"
internacional contribuye a enfriar la carga emocional de la
política, disminuyendo las presiones y por tanto permite
al ámbito político mayor autonomía. Tales
tendencias probablemente favorezcan una consolidación
democrática en nuestros países. Pero no por eso
entramos en la posmodernidad.
La cultura
posmoderna no orienta un proceso de secularización; es su
producto.
Acepta la visión liberal de la política como
"mercado": un
intercambio de bienes.
La crítica posmoderna de la noción de
sujeto tiende a socavar las bases para repensar la
política. Al identificar la lógica
política con el mercado y el
intercambio no puede plantearse el problema de identidad.
Esta es una de las tareas mayores que enfrenta la cultura
política democrática.
Sobre el proceso de
secularización
La democracia
moderna nace junto al desencanto del mundo. En el origen del
orden recibido se encuentra la religión, la
anterioridad de la religión como
principio constitutivo del orden hace de la sociedad un reino
del pasado puro, inmutable. La posterior racionalización,
socava el carácter trascendente del fundamento. Con el
debilitamiento de la garantía exterior e indiscutible
surge el problema moderno de la libertad y de
la certidumbre.
El fin de la religión como
principio constituyente del cuerpo social marca una ruptura
total. La sociedad se sigue reconociendo y afirmando a "sí
misma" por medio de un referente exteriorizado, pero se trata de
un dios sujeto presente en el mundo. El Estado.
"En una región tan impregnada por la Iglesia y la
religiosidad popular no es fácil renunciar a la
pretensión de querer salvar el alma mediante la
política. Ello explica muchos rasgos de la práctica
política en América
Latina, lo que pareciera exigir una concepción
secularizada es renunciar la utopía como objetivo
factible; sin por ello abandonar la utopía como el
referente por medio de lo cual concebimos lo real y determinamos
lo posible."(3)
La democracia
supone la secularización. Sólo una actitud laica
que no reconoce ninguna autoridad o
norma como portadora exclusiva y excluyente de la verdad permite
a una sociedad organizarse según el principio de la
soberanía popular y el principio de
mayoría. La secularización significa desvincular la
legitimidad de la autoridad y de
las leyes de las
pretensiones de verdad absoluta. Al hacer de la fe religiosa y de
los valores
morales un asunto de la conciencia
individual, la secularización traslada a la
política la tarea de establecer normas de validez
sobreindividual (a través de criterios de racionalidad
formal).
Perdido el encanto de un principio absoluto, desde
siempre válido para todos, las divisiones de la sociedad,
lo diferentes intereses y experiencias dan lugar a
múltiples principios
reguladores. Puesto que la religión ya no opera
como un mecanismo de neutralización de los conflictos, se
produce una reestructuración del conjunto de las
relaciones sociales.
La secularización no abarca solamente un proceso
de descontrucción. La misma descomposición del
orden recibido plantea la recomposición. Esta
reconstrucción ya no puede apoyarse en una
legitimación divina o orientarse por criterios de
algún pasado ejemplar. En vez de restaurar un orden
consagrado, se trata de instituir el orden a partir de la
sociedad misma. Así, la secularización hace de
autoidentificación el problema fundamental de la
modernidad.
"La carga religiosa de la política asume la
función integradora que antaño cumplía la
religión.
La convivencia social es reinterpretada como comunidad a
través de una "teología política". Esta
ofrece a la sociedad una imagen de
plenitud en la cual reconocerse venerarse en tanto orden
colectivo y así estabilizarse en el tiempo. Pero no
solo la noción de bien común, también el
principio de la soberanía popular contiene una promesa de
armonía final. Tanto en la interpretación liberal
como en la marxista, la voluntad popular remite a la
felicidad."(4)
Esta utopía secularizada es denunciada hoy en
día, en una alusión a una desproporción
entre los objetivos
prometidos y los recursos
disponibles. Lo que habría permitido a la política
asumir la dirección integradora de la sociedad, hoy
provoca una desconfianza generalizada en la
política.
La secularización del principio religioso por
parte de la política significa no sólo fundar la
integración social en una "última
instancia" (principio lógico y teleológico) sino
además institucionalizar ese fundamento en un esquema
centralizado. La sociedad constituye el sentido de orden a
través de una instancia físicamente
metafísica: el Estado. En
adelante, el vértice colectivo reside en el Estado donde
confluyen el ordenamiento constitutivo de la vida social y su
ordenamiento material-concreto.
La redención
La posmodernidad
expresaría no sólo un desmoronamiento de la idea de
futuro, sino aún de la historia misma. El
desencanto con el futuro es fundamentalmente una pérdida
de fe en determinada concepción del progreso: el futuro
como redención. La creencia en que podemos salvar nuestras
almas por medio de la política es un sustituto al
vacío religiosos dejado por la secularización. Esta
da lugar a un proceso de "destrascendentalización" que
traslada las esperanzas escatológicas en la historia humana
proyectándolas al futuro como la finalidad del desarrollo
social. El futuro se condensa en utopías concebidas
como metas factibles.
La idea de redención opera fundamentalmente como
un mecanismo de legitimación: nos afirmamos a nosotros
mismos, en contra de todas las vicisitudes existentes,
proyectándonos a un futuro salvaguardado. En el marxismo
ocurrió algo similar, al poner en el futuro todas las
esperanzas, se olvidaron de las penas del presente. (Que son las
que movilizan hacia el futuro).
El encantamiento con las rupturas salvacionistas va a la
par con una visión monista de la realidad social. Desde
este punto de vista, la revolución
sería un salto a un orden nuevo, igualmente
monolítico. El objetivo no es
cambiar las condiciones existentes sino romper con
ellas.
Si consideramos que el proceso social está
cruzado por diferentes racionalidades, su transformación
ya no puede consistir en "romper el sistema", sino
reformarlo. Reformar la sociedad es discernir las racionalidades
en pugna y fortalecer las tendencias que estimamos
mejores.
Cuando la secularización recupera como producto de
los hombres lo que estos habían proyectado al cielo, la
política asume aspiraciones anteriormente entregadas a la
fe religiosa. Esta carga religiosa de la política suele
ser considerada hoy una sobrecarga de expectativas.
De la salvación al realismo
El realismo tiene
una afinidad con la cultura posmoderna. Ambos rechazan las
grandes gestas, exploran lo político en la vida cotidiana.
Así la cultura posmoderna alimenta un realismo
político en tanto prepara una nueva sensibilidad sobre lo
posible. El abandono de las grandes gestas puede hacer que la
política mire lo cotidiano, lo micro. Soluciones
efectivas de problemas
cotidianos a los que no parece responder. Sin embargo la
decisión no es tan sencilla. Tras esta posición no
se evidencia una noción de la política como
construcción de futuro.
Renuncia a una idea de emancipación.
Aparentemente la cultura posmoderna se libera de ilusiones
iluministas, o tal vez realmente pierde capacidad para elaborar
un horizonte de sentido. La posmodernidad presume un agotamiento
de la secularización; la capacidad innovadora de la
sociedad se habría extendido y acelerado a tal punto que
rutiniza el progreso y finalmente lo vacía de contenido.
"Es la inercia de todo lo existente. Las cosas siguen funcionando
cuando su idea lleva mucho tiempo
desaparecida. Siguen funcionando con una indiferencia total hacia
su contenido. La idea de progreso ha desaparecido, pero su
inercia continúa."(5)
Se abandona una perspectiva futura que enfoca los
problemas
exclusivamente a través de algún modelo de
sociedad futura ( para muchos el mundo marchaba hacia el socialismo). Ni
capitalismo ni
socialismo, ni
izquierda ni derecha ofrecen un "modelo" que
resuma las aspiraciones mayoritarias. Los anhelos parecieran
desvanecerse sin cristalizar en un imaginario
colectivo.
Desencanto y movilización
Las recientes movilizaciones en contra de la Ley de Educación Superior
que logró sacar el P.E.N han sido de una concurrencia
fuera de lo común en estos tiempos. Inclusive se dice que
se ha vuelto a niveles de movilización estudiantil de hace
20 años. En este punto se debe tener cuidado al efectuar
comparaciones. En el reclamo sobre la Ley se ve la
demostración de disgusto sobre un aspecto puntual de la
política universitaria que se viene imponiendo. En pocas
palabras, lo que movilizó fue la posibilidad (ahora real)
del arancelamiento de los estudios de grado (de que les tocaran
la billetera).
Solamente algunos militantes de agrupaciones y miembros
de claustros que tenían injerencia en el gobierno de
distintas universidades. Es decir quienes estaban en la arena
política universitaria (¿sobrevivientes de una
vieja concepción de lo político?), realmente se
fijaron en el trasfondo que presentaba la sanción de esta
ley: la
legalización de lo que ya se estaba implementando de
hecho.
El estado de movilización prendió en el
estudiantado a través de la insistencia de las
agrupaciones estudiantiles en el peligro del cobro de aranceles como
una violación a derechos adquiridos de larga
data.
Es curioso que en esta insistencia estaba basada el
discurso de
muchas de las agrupaciones políticas
universitarias desde alrededor del año 1991, y sin embargo
los altos niveles de movilización sólo se dieron
cuando el peligro no parecía, sino que era
inminente.
Este discurso
instrumentado por las agrupaciones se puede entender como un
intento de volver a articular un estudiantado apático,
individualista -desencantado- a través de un recurso
efectista: golpear la billetera.
Lamentablemente el golpe a la billetera movilizó
mucho más que los golpes que se le venían dando a
la universidad
pública. A partir de este caudal de gente, los dirigentes
universitarios pudimos articular un tipo de discurso
más abarcativo en defensa de la universidad. Es
decir que todo ese apoyo nos sustentaba nos permitió
dedicarnos a problemas de
política universitaria más globales que el
arancelamiento como reivindicación de claustro. Con esto
tratábamos de demostrar -y demostranos- que el interés de
los estudiantes no era meramente corporativo. Quienes
comprendieron que no era un sólo interés de
claustro fueron quienes tienen un proyecto
político en la universidad, los
cuales son muy pocos.
Se presenta aquí un problema para las organizaciones
políticas estudiantiles con proyecto de
poder (sobre
todo las que son gobierno) :
saciar el disgusto estudiantil y promover acciones
tendiantes a consolidar una mejor baza en el terreno de la
disputa. Muchas veces estos dos objetivos
encierran un dilema, porque no son totalmente compati-bles. Los
estudiantes no ven que las acciones que
se pueden tomar en los órganos de gobierno
universitario puedan tener eficacia
política. La eficacia la ven
en grandes demostraciones donde puedan hacer gala de su
descontento. Entonces, para el resto de la sociedad, para los que
nos estaban viendo, la discusión se armó en
torno al
arancelamiento, no en torno a los
principios que
tendría que tener una educación
pública democratizadora.
Es así que la causa de la súbita
adhesión estudiantil en masa un proceso de larga data,
para decirlo en términos weberianos, no fue una
acción con arreglo a valores sino
con arreglo a fines. En esto reside la característica de todo este estado de
movilización.
El momento actual es tal que los lugares
políticos tradicionales han desaparecido. Han mutado. Se
han hecho más individuales, privados. En las
movilizaciones se volvió a la calle. Sin embargo no tiene
la misma significación de antaño. Parecido hecho
empírico (movilización), pero causas diferentes.
Según lo que puedo interpretar de una época en la
que no viví, en las otras movilizaciones habían
banderas, había identificación política.
Ahora las banderas son de identificación gremial (centros
de estudiantes, federaciones). Sin idealizar un pasado, creo que
la capacidad movilizatoria respondía aspectos puntuales,
pero también a aspectos más generales de los
problemas que
estaba atravesando el país.
La reivindicación sigue estando presente, aunque
puntual. Esto muestra la
permanencia de lo político, aunque en transición,
mutación hacia algún nuevo tipo de
significación.
No es la muerte de
lo político. Es redefinición. Se fija en
términos más reducidos, es más realista. Se
siguen contemplando medios y fines
(siguiendo las reglas de la racionalidad formal), pero se los
contempla de manera más acotada, en un sentido similar a
lo ocurrido con la planificación social. De planificación centralizada a planificación
estratégica. Se le da importancia a los problemas que
se vislumbran con posibilidad de solución efectiva en un
plazo próximo. Ciertamente esto no permite plantearse un
escenario a futuro donde definir un proyecto.
Movilización política en un ambiente de
desencanto.
Calificarla de "política" es cuestionable. Muchos
de los que participaron juran que no lo ha sido. No fue entendida
como relacionada a un proyecto alternativo. Los mismos
estudiantes la sintieron más como reacción ante un
ataque hacia ellos, pero no como un problema de política
social. En muchos existía la idea de que este estado de
movilización no tenía rasgos "políticos", no
era parte del juego
político. Se evidenciaba un rechazo a las concepciones
imperantes de lo político, intentado hacer notar que "esta
lucha era pura". Aunque muchos de sus actores no pudieran verlo,
fue (o es, todavía no termina) una movilización
política con objetivos bien
reducidos, circunscriptos a reivindicaciones de claustro en
peligro, que afuera de la isla que es la universidad, -en
la calle- no se terminó de comprender del todo.
Quedan lejos los días en que la humanidad se
sentía llamada a "transformar el mundo". El sentimiento de
omnipotencia que reinaba en los ‘60s ha cedido el lugar a
la impotencia. La ofensiva del neoliberalismo
contra la Intervención estatal, pero más contra la
idea de soberanía popular, es un signo de la
época. Al cuestionar la construcción deliberada de la sociedad por
sí misma no se cuestiona sólo a la democracia; se
cuestiona toda la política moderna. La fe que antes
depositaron en la fuerza de la
voluntad política se diluido. Pero no sólo
desaparece el voluntarismo, se tiende a restar importancia a toda
acción política.
Conclusion
Vivimos en América
Latina (y no sólo aquí) una crisis de
proyecto. Puede conllevar a una abdicación a nuestra
responsabilidad por el futuro. Pero también
puede expresar una nueva concepción del porvenir. Intuimos
que el mañana son mil posibilidades no menos
contradictorias que las opciones de hoy e irreductibles en una
visión coherente y armoniosa. Vislumbramos un futuro
abierto que resulta incompatible con la noción habitual de
proyecto. Entonces, más que un proyecto alternativo, lo
que necesitamos es una manera diferente de encarar el
futuro.
No es que existan menos posibilidades o menos anhelos;
ellos crecen al igual que las necesidades, pero no encuentran un
marco donde interpretarse.
La significación instrumentalista de la
política: el presente como "transición" hacia la
realización de una utopía. Que el futuro sea
imaginado como mercado o como
sociedad sin clases, se trata de un orden pospolítico. Y
al concebir la "abolición de la política" como una
meta factible, la acción política presente tiene un
carácter exclusivamente instrumental. Para superar este
enfoque se ha propuesto reconceptualizar la utopía como
una imagen de
plenitud imposible, pero indispensable para descubrir lo posible,
ya que la utopía al resumir los deseos imposibles de
realizar en el presente, empuja hacia el futuro.
El debate en el
primer mundo sobre posmodernidad contribuye a reflexionar
precisamente la articulación de un orden colectivo por
medio de una cultura política democrática. La
dictadura no
es un mero paréntesis. No podemos repetir formas
anteriores.
El ambiente
posmoderno ayuda a desmitificar el mesianismo y carácter
religioso de una "cultura de militancia", a relativizar la
centralidad del Estado, del partido y de la política
misma. Contribuye a replantear los límites de la
política, aunque no aporte criterios para acotar el
campo.
El actual clima intelectual
está marcado por las críticas neonietzcheanas al
racionalismo
iluminista. El debate sobre
la modernidad tiene el mérito de replantear la
dialéctica de la secularización. Se abre
aquí un camino fértil para repensar la democracia.
Podemos considerarla una hija de la secularización en un
doble sentido. Por un lado, la democracia proclama la
incertidumbre al instituir la voluntad popular como principio
constitutivo del orden. Por el otro, ha de hacerse cargo de las
demandas e certidumbre que provoca precisamente una sociedad
secularizada.
El desencanto posmoderno contempla como desafío
valorar la articulación de las diferencias sociales.
Asumir la heterogeneidad social como un valor e
interrogarnos por su articulación como orden colectivo. No
se puede concebir una política democrática a partir
de la "unidad nacional" sino a partir de las
diferencias
El desencanto puede ser políticamente muy
fructífero. La sensibilidad posmoderna fomenta la
dimensión experimental e innovadora de la
política:" el arte de lo
posible". Pero esta revalorización de la política
descansa sobre una premisa: una conciencia
renovada de futuro. El problema no es el futuro, sino la
concepción que nos hacemos de él.
Entonces, el "pensar la derrota" es redefinir el
significado de la propia política. En tal contexto
considero favorable cierto "ambiente
posmoderno" y su desencantamiento con las ilusiones de plenitud y
armonía. Las fantasías de omnipotencia se evaporan
y nos descubrimos frágiles. El desencanto podría
entonces ser una situación fértil para la
democracia o tal vez no. Depende de la capacidad de los actores
sociales comprometidos para articular una propuesta
superadora.
Bibliografía
(1) Lechner, Norbert, "los patios interiores de la
democracia"
(2) Calderón, Fernando; "América
Latina: identidad y
tiempos mixtos. O como tratar de pensar la modernidad sin dejar
de ser indios"; pag5.
(3) Lechner, Norbert, "los patios interiores de la
democracia"
(4) Lechner, Norbert, "los patios interiores de la
democracia"
(5) Baudrillard, Jean "La trasparencia del mal";
Anagrama; 1991
– Baudrillard, Jean ;"América", Ed. Anagrama; Barcelona;
1987.
-Lechner, Norbert; "los patios interiores de la
democracia: subjetividad y política"; F.C.E.; Chile;
1990
-Lipovetsky, Gilles, "el crepúsculo del
deber".
Mariano Fischer
Lic. en Sociología Universidad
Nacional de Cuyo
Argentina