¿que tiene de malo el sexo?
El impulso sexual tiene como fin primario la
obtención de placer, el placer sensual, el placer del
cuerpo compartido y que automáticamente tiende a ser cada
vez mas compartido.
Sin embargo, en la experiencia cotidiana de cada
uno, la sexualidad no
siempre nos conduce al placer, ni aun en el terreno de la
fantasía. Contrariamente a esto, es usualmente fuente de
frustración, angustia, culpa, sufrimiento y
soledad.
Uno de los argumentos que se ha esgrimido para
explicar esto -por lo menos desde un buen sector de autores
progresistas-, es nuestra herencia
judeocristiana. El argumento se basa en la represión de la
sexualidad no
reproductiva que estableció el pueblo judío en el
comienzo de su historia.
Esta represión de la libre sexualidad no
tenia para los judíos un fin moral, sino
primariamente un fin de diferenciación ideológica y
religiosa. También una utilidad política y
militar.
Los pueblos del Asia Menor
invadidos por los judíos consideraban el placer sexual
como un regalo de los dioses, y los ritos de fertilidad, las
orgías, los bacanales, la mal llamada prostitución sagrada (de ambos sexos),
formaban parte integral de las religiones no
monoteístas. Por lo tanto, la lucha contra las
demás religiones (fundamento del
carácter nacional de los judíos), adquirió
características de combate contra el placer
sexual. Es decir, la lucha contra la llamada idolatría se
convirtió en lucha contra el cuerpo, propio y
ajeno.
Esto no costó demasiado a los
judíos, puesto que fueron los representantes de las
primeras sociedades
totalmente patriarcales de la historia. Para ellos la
obediencia, la confianza en la autoridad, era
la máxima virtud.
Para mantener un pueblo disciplinado, guerrero,
imperialista, una de las condiciones necesarias es liquidar el
libre juego de la
sexualidad.
Para imponer el poder del
padre en contra del poder natural
de la madre, hace falta un rígido control social,
constantemente presente en todas las esferas de la
vida.
Por ello no debe sorprendernos que fueran
justamente los judíos los que necesitaran establecer (a
través de la mítica figura de Moisés), las
prohibiciones mas severas que conocemos contra la sexualidad, el
cuerpo y la mujer. En el
Libro
Levítico, el tercero de Moisés, dice: «
La mujer, cuando
concibiere y pariere un varón, será inmunda siete
días; conforme a los días que esté separada
por su menstruación, sera inmunda… Y si pariere una
mujer,
será inmunda dos semanas… La mujer que
tuviera con el varón ayuntamiento de semen, será
inmunda hasta la tarde… Y si alguno durmiera con ella y su
menstruación fuera sobre él, será inmundo
por siete días… La desnudez de tu padre o de tu madre,
no descubrirás… No te hecharás con varón
como con mujer: es
abominación… El hombre que
adulterare con mujer de otro, el
que cometiere adulterio con la mujer de su
prójimo, indefectiblemente se hará morir al
adultero y a la adultera… Cualquiera que durmiere con su nuera,
ambos han de morir… Cualquiera que tuviere ayuntamiento con
varón y mujer,
abominación hicieron: todos deben ser
muertos…»
Como vemos, muchas manifestaciones sexuales quedan
prohibidas y son castigadas con la muerte.
Estas son solo un ejemplo, pero hay muchas
más.
Quiero llamar la atención aquí sobre
dos cosas:
La primera -esto es algo que ha sido marcado por
muchos autores-, es que se castiga básicamente a la
sexualidad no reproductiva. La explicación que se da
usualmente a esta actitud es que
funciona como manera indirecta de fomentar la
reproducción, que era el objetivo
realmente perseguido por todas las tribus de guerreros
nómades.
Sobre este lugar común hay varias cosas que
decir. Por un lado, es totalmente cierto que para los
judíos (como para todos los pastores semitas), las
políticas de fomento a la
reproducción (las políticas
conocidas usualmente como «de control de
vientres»), eran necesarias para su supervivencia y
expansión, tanto religiosa como política y militar.
Para ello establecieron legislaciones y normas
positivas.
Pero si el objetivo de la
represión de la sexualidad no reproductiva hubiera sido
sólo fomentar la reproducción, habría sido
contraindicada o por lo menos superflua. Es evidente que con
fomentar el libre intercambio sexual, los hijos llegan
necesariamente (y no precisamente por falta de métodos
anticonceptivos), sino porque no necesitamos estar obligados
a tener hijos para querer tenerlos. Al plantear la
reproducción como una obligación social, el deseo
personal de
descendencia deja de ser personal para
convertirse en obediencia a la ley. De esta
manera se despoja a la gente de su deseo. Mecanismo totalmente
coherente en una sociedad cuyos
fines primordiales son total e inmediatamente políticos,
es decir, una organización anti-deseo.
Así llegamos al punto principal: LO QUE SE
REPRIME NO ES LA SEXUALIDAD NO REPRODUCTIVA, SINO TODOS LOS
ASPECTOS DESEANTES, PLACENTEROS DE LA
SEXUALIDAD.
Porque fue así? Una revisión de las
Escrituras nos da también una respuesta a eso. Y este es
el segundo asunto sobre el que quería llamar la
atención: La terminología utilizada. Todo lo sexual
es inmundo y/o abominable, ambas palabras vinculadas
teológicamente a lo endemoniado y lo maldito. Así,
la Biblia establece de manera concluyente que la sexualidad es un
espacio de exclusiva propiedad de
Satanás.
Esto es algo tan sabido que no creo necesario
multiplicar los ejemplos para convencer a nadie educado en la
tradición cristiano occidental.
Sin embargo, a veces el sentido de las cosas se
oculta en lo acostumbrado y lo obvio. Creo que con esto ocurre
algo así.
Está tan introyectada la relación
sexualidad-placer-demonio-pecado, que si preguntamos a la
generalidad de la gente occidental sobre el sentido y el
significado del pecado original, obtendremos respuestas ligadas
al sexo. Y con la
figura del demonio ocurre lo mismo. (Con el cuerpo de la mujer
también, pero eso es otro tema).
El pecado original (y el principal pecado para el
pueblo judío) fue la desobediencia. La desobediencia al
padre y, por ende, a toda autoridad1. La desobediencia a aquel
que les dio la vida (esta no era la madre, puesto que nadie
sabía si quiso o no tenerlos -ya que el aborto y el
infanticidio estaban prohibidos-, sino el estado, el
gran patriarca que obliga a las mujeres a ser madres). Para los
judíos la mujer no es
dadora de vida, sino una simple incubadora para el deseo del
varón, un ganado regido por la sociedad de
padres, un mal necesario para perpetuar y expandir la familia y
la tribu.
El pecado de Adán, como el de
Satanás, fue la desobediencia, no un pecado carnal. Hasta
San
Agustín plantea esto claramente, haciendo notar,
incluso, que el demonio no puede cometer pecados carnales puesto
que no tiene cuerpo 2.
Por ser tan importante la obediencia y la disciplina
para el pueblo judío, vemos alabar a los padres que
mataban a sus hijos por desobedecerlos, como en el Deuteronomio,
20 : «Cuando alguno tuviere hijo contumaz y rebelde…
Entonces han de tomarlo su padre y su madre… Y dirán a
los ancianos de la ciudad: Este nuestro hijo no obedece a nuestra
voz… Entonces todos los hombres de la ciudad lo
apedrearán y morirá: Así quitarás el
mal de en medio de ti; y todo Israel
oirá y temerá».
Tenemos otra muestra de la
misma situación cuando leemos los castigos genocidas que
Dios aplica a su «pueblo elegido», totalmente
desproporcionados con ofensas que ahora consideraríamos
mínimas. El Dios judío castiga con la misma
severidad el encender incienso, el murmurar del trabajo, la
fornicación con mujeres de otra tribu, la
idolatría, la falta de hospitalidad o hacer el censo de la
población en forma
indebida3.
Basados en esto podemos entender porque la
persecución de la libre sexualidad entre los
judíos. No se hacía por fomentar la
reproducción, sino por considerar que el impulso sexual es
absorbente, desenfrenado, «no sujeto a razón»
y, por lo tanto, fomenta la desobediencia y el
desorden.
Una sociedad basada
en la familia y
en el respeto absoluto
a la autoridad, no
puede permitirse el libre juego del
placer sexual. Incluso San
Agustín lo reconoce claramente, cuando dice que la
sexualidad no es mala per se, pero debe ser combatida y normada
porque fomenta la desobediencia…
Ahora podemos entender, si estamos de acuerdo con
la exposición anterior, porqué los judíos se
dieron un código sexual represivo, pero que tiene que ver
esto con las frustraciones, angustias, miedos, culpas e
insatisfacciones que nos asaltan aquí y ahora cuando
queremos hacer el amor con
alguien o cuando no queremos? O cuando no sabemos exactamente que
queremos de nuestro cuerpo o de los cuerpos
ajenos?
Que tiene que ver lo que hacía un pueblo
campesino, pobre, insignificante e ignorante, en las fronteras
del imperio, con lo que nosotros vivimos todos los días
tres mil años más tarde?
Esta pregunta, que se le podría ocurrir a
un hipopótamo recién nacido, a la mayoría de
los estudiosos de la sexualidad no se les ha pasado por la
cabeza. Se conforman hablando de nuestra herencia de
represión judeocristiana, como si ese lastre explicara
todas nuestra taras sexuales.
No sólo eso. Hablan de
«judeocristianismo» como si fuera un concepto claro.
Olvidan que la enseñanza de Cristo, si bien surge en
Israel, es un
contra-mensaje. Lo que tiene de revolucionario es su
oposición a las leyes mosaicas.
No es casualidad que los sacerdotes lo hayan condenado a muerte5.
El código ético y sexual de Cristo es absolutamente
contrario a la tradición judía. Basta recordar a
María Magdalena, o el episodio de protección a la
adúltera. Por algo los judíos no lo reconocieron
-ni lo reconocen hasta el día de hoy- como su
mesías
No voy a decir que la moral de
Cristo fuera la de un hippie, pero evidentemente para los
judíos ortodoxos parecía un engendro del
demonio.
La confusión entre valores
judíos y cristianos, su no diferenciación, como si
fueran los mismos o consecuencia unos de los otros, exime a los
estudiosos de analizar porqué una enseñanza
permisiva -la de Jesús-, se convirtió en una
moral
represiva -la de la Iglesia-. E
impide, simultáneamente, tomar conciencia de los
cambios y vaivenes que ha tenido la moral
sexual cristiana a lo largo de la historia.
Y esto si tiene que ver con lo que nosotros
sentimos, con la forma en que vivimos nuestro cuerpo y el de los
demás.
La Congregación del Santo Oficio,
vulgarmente conocida como «la Inquisición», ha
sido disuelta en 1966, pero la institución religiosa no
puede renunciar a ciertas amenazas, a ciertas posiciones
represivas. En 1976, el papa Pablo VI promueve la
discusión en torno a la
ética
sexual cristiana, dada la «crisis
evidente de valores que
conmociona al mundo occidental». El dictamen es el
siguiente: una vez más las relaciones prematrimoniales, la
homosexualidad, la masturbación, el
adulterio son condenados. El Concilio Vaticano II prorroga con
bombos y platillos la vigencia de estos pecados. El cielo vuelve
a quedarse vacío. Como dijo San Pablo: «No os
llaméis a engaño: ni fornicadores, ni
idólatras, ni adúlteros, ni invertidos, ni
sodomitas… heredarán el reino de
Dios»
Ahora bien, la Iglesia no es
una institución estúpida, retrógrada y
anquilosada, que sigue repitiendo tercamente estas
«ingenuidades» porque alguna vez las dijo San Pablo,
San
Agustín, o Santo Tomás, mucho menos porque las
haya dicho Moisés.
Si el discurso de la
Iglesia sobre
sexualidad es represivo actualmente, este fenómeno hay que
explicarlo por las condiciones actuales, de la misma forma que
entendemos la moral
judía de hace tres mil años, por las condiciones
sociopolíticas del pueblo judío de hace tres mil
años.
Si el catolicismo y las demás religiones esgrimen en el
presente un discurso sobre
la sexualidad más cercano a Moisés que a
Jesús, no es producto de un
atavismo, sino una política inteligente
de instituciones
que quieren conservarse vigentes y que, evidentemente lo logran,
puesto que la importancia actual de la religión es bastante
clara6..
En otras palabras, si el discurso
religioso asegura que el sexo es malo y
para la generalidad de la gente esto es importante7, es porque
nuestra sociedad espera
específicamente ese discurso, ya
que el sistema imperante
necesita de una justificación religiosa para ayudar a
mantener su dominio, el orden
de sus privilegios, aunque tenga que buscar argumentos en
escritos de hace tres mil años.
Con la afirmación religiosa y
dogmática de que la libre sexualidad es
intrínsecamente inhumana, animalizante y antisocial, queda
justificado su control represivo
como una necesidad humana, como una ineludible reacción de
defensa e higiene social,
para salvar la civilización y sus instituciones
fundamentales.
Por eso se nos habla de la sexualidad como algo
demoníaco, irracional, destructivo y caótico, como
una especie de bestia negra que embrutece y animaliza al hombre que no
se autocontrola, llevándolo a violar hasta las cosas
más sagradas de la naturaleza
humana.
En resumen, si queremos saber que tiene de malo el
sexo, debemos
olvidarnos de mirar azorados hacia arriba y sencillamente
mirarnos a nosotros mismos y a nuestros semejantes, cara a cara y
sin tapujos.
Si hacemos esto, lo que vemos es que nuestra
sexualidad, por lo general, no se expresa ni se realiza con
espontaneidad; no se rige por las leyes del placer
personal, sino
que de hecho está casi siempre reprimida, controlada,
manipulada y deformada por el poder social,
por los distintos poderes que actúan, directa o
indirectamente, sobre nosotros.
Quizá sea la sexualidad el campo donde
más se manifiesta la estructura de
poder en las
relaciones sociales. Esta manipulación de la sexualidad se
ha dado más claramente, sobre todo a partir del siglo
XVIII, con el ascenso de la burguesía como clase en el
poder.
En este momento, la familia
conyugal monogámica (la familia
nuclear) confisca la sexualidad, la intenta absorber
monopólicamente en la función reproductiva y la
convierte en cuestión absolutamente privada. Se deja un
solo lugar para la sexualidad reconocida, utilitaria y fecunda:
el dormitorio de los padres. Toda la sexualidad que se realiza o
meramente se piensa fuera de este lugar, debe ser vivida en forma
oculta, marginal, como algo pecaminoso, anormal,
«antinatural», aberrante y sancionable a todo
nivel.
La moral sexual
imperante considera como oficialmente lícita tan
sólo a la sexualidad restringida a la relación pene
– vagina entre dos individuos adultos, sin violencia, que
no tengan relación de parentesco, ambos de distinto
sexo, en un
ámbito privado, en una unión consagrada por el
obligatorio vínculo del matrimonio,
monogámica, basada en el amor y,
dentro de lo óptimo, cuyas relaciones sexuales tengan como
fin la procreación y no simplemente el placer. Fuera de
este marco, cualquier actividad sexual, fantasía o deseo,
es considerada como ilícita, pecaminosa, viciosa,
«anormal», enfermiza, morbosa o perversa y, por lo
tanto, condenable. No solamente por la sociedad, sino
también por el propio individuo, que ya ha sido formado
desde la infancia en
este código moral.
Hay que apuntar que la represión sexual
hubiera fracasado siempre, desde el momento que nunca ha logrado
hacer desaparecer la sexualidad ilícita, si esa hubiera
sido su única intención. En la realidad, las
actividades y fantasías sexuales prohibidas han
constituído siempre la mayor parte de la vida sexual de
cualquier persona. Pero la
eficacia del
código moral
represivo no se basa solamente en lo que prohibe, sino que, al
prohibir muchas cosas – sabiendo que son humanamente imposibles
de evitar -, crea una red de culpabilidad de la
cual nadie se escapa, y que es mucho más efectiva que la
misma represión directa.
Por otra parte, como el código moral nos
lleva a vivir la sexualidad como competencia
exclusiva de nuestra vida privada, estas conductas y sentimientos
que avergüenzan y culpabilizan, las vivimos como problemas
personales, como si fuéramos los únicos en violar
los códigos, como si todos los demás llevaran una
vida santa y beata, y los únicos «desviados» y
«perversos» fuéramos
nosotros8..
Pero eso no es todo. Al manejar nuestra sexualidad
como íntima, como individual, como si cada cuerpo fuera
una isla, se ataca y se aliena el fundamento mismo del Eros, que
es por obligación y deseo el más social,
comunitario y compartido de todos los impulsos
humanos.
Esto es lo que tiene de malo nuestra vida sexual:
en vez de estar al servicio del
placer personal,
automáticamente compartido entre los que libremente
intervienen en el juego,
está supeditada a los códigos que nos dicen lo que
es bueno o malo sentir; lo que está bien o mal compartir
e, incluso, comunicar; lo que está bien o está mal
hacer, y con quien y en que circunstancias; y, sobre todo, con
que fines. Hemos sido educados de tal manera, que la sexualidad
la podemos aceptar si y sólo si nuestras conductas
sexuales son un medio, un instrumento para alcanzar fines no
sexuales: Formar parejas, establecer una familia, tener
descendencia, prolongar el apellido, agredir, humillar, cazar un
marido, sobrevivir económicamente, escapar de los roles,
autoafirmarse, estar enamorado, pagar la ternura o la
protección, establecer dependencias, pagar el
«débito conyugal», demostrar nuestro poder, o
nuestras técnicas, o nuestra capacidad de
seducción, o nuestra hombría, o nuestro amor. La lista
es, de hecho, interminable. Y si no, que cada uno se
analice.
Y el núcleo de nuestro ser, lo que real y
únicamente somos: NUESTROS DESEOS ¿Donde queda? En
el submundo de lo reprimido, inconsciente, desconocido, oculto,
culposo y patológico. En otras palabras, lo que realmente
nos define como personas, como seres humanos únicos,
irremplazables, lo hemos arrojado al lugar de lo no reconocido, y
lo seguimos manteniendo firmemente ahí.
Tampoco confundamos este deseo del que hablo con
el llamado deseo sexual, ya que eso sería hacer una burda
caricatura del mismo y es otra trampa del sistema. El deseo
es deseo de ser, de manifestarnos en el mundo real, de lograr que
el entorno se ajuste a lo que queremos, de actuar como realmente
somos, no es deseo de poseer a alguien o ser poseído por
alguien.
Por eso, no importa que tan activa sea la vida
sexual de cualquier persona, eso no
lo enriquece. El deseo no busca multiplicar actos de acoplamiento
más o menos mecánicos9. Lo que busca el deseo es el
placer, la excitación, no sólo a nivel
«carnal», sino como relación total -no en el
sentido de imperialista, sino como ilimitada-, profunda y extensa
a la vez. Y no con personajes obligados a seguir un libreto, sino
con personas reales, que sean capaces de autoreconocerse como
sujetos deseantes y actúen en consecuencia. Lo que busca
el deseo es la comunión entre seres
libres10.
Las relaciones cotidianas -públicas y
privadas- a las que estamos acostumbrados, no tiene nada de esto.
Nos relacionamos con los demás como actores amarrados a un
personaje, y de los demás obtenemos exactamente lo mismo.
Somos esposos con nuestras esposas, padres con nuestros hijos,
hijos con nuestros padres, jefes con nuestros subordinados,
subordinados con nuestros jefes, maestros con nuestros alumnos,
amantes con nuestras amantes, y así hasta agotar todo el
repertorio de figuras sociales.
La sexualidad vivida de esta manera es, por
supuesto, destructiva para uno mismo y para todos. Pero es una
destructividad fomentada socialmente. El sistema necesita
que la gente se mueva, actúe, piense y sienta sólo
como un soporte material para los distintos roles sociales. Un
sujeto deseante es creativo y, por lo tanto, imprevisible y
desordenado; en otras palabras, inadaptado
socialmente.
Si la represión del deseo (y de la vida),
genera frustración, agresividad y violencia,
ésto se maneja de un modo socialmente útil,
canalizándolo hacia el «deseo de
superación», la competitividad, la «lucha por la
vida», la búsqueda del éxito individual y
egoísta. Y si la frustración deriva hacia la
autodestrucción (sufrimiento, enfermedad, neurosis,
alcoholismo,
drogadicción, suicidio),
tampoco es un grave problema para la sociedad -salvo que afecte
la producción-, sino para los sujetos que lo
viven y sufren individual y culpablemente.
Ahora bien, ¿cual es el mecanismo
básico que utiliza nuestra sociedad para lograr que
actuemos de esta manera? Ese instrumento de dominación es
el amor. Por
amor a los
padres aceptamos toda la represión infantil, por miedo a
perder su amor sufrimos
la educación,
por asegurar el amor
establecemos parejas, aceptamos la dependencia, cumplimos con los
roles, nos desgastamos persiguiendo perfecciones inalcanzables y
sufrimos y nos culpabilizamos cuando los ideales
fallan.
Corriendo el riesgo de parecer
cínico, diría que esto es lo que tiene de malo el
sexo: que, lamentablemente, está al servicio del
amor y no del
placer. Somos demasiado románticos cuando hablamos y
pensamos en sexualidad. Exigimos a la sexualidad cosas que nada
tienen que ver con ella: que nos devuelvan el amor de
nuestra madre, que nuestra pareja sea todo para nosotros y
nosotros todo para ella, que los orgasmos sean institucionales,
hasta que nuestra sexualidad nos defina como
personas.
Me atrevo a terminar esta exposición
citando algunos puntos que considero necesarios para establecer
una ética
diferente:
* EROTIZAR LA VIDA
* DESCENTRAR EL PLACER SEXUAL, ENCERRADO AHORA
EN LOS GENITALES.
* ACEPTAR Y DISFRUTAR EL CUERPO TOTAL,
INCLUYENDO LOS GENITALES.
* DEJAR DE HACER UN DRAMA DE CADA ASUNTO
SEXUAL.
* RECUPERAR EL JUEGO.
* HACER EL AMOR SIEMPRE
QUE POR LO MENOS DOS PERSONAS QUIERAN, SIN IMPORTAR LAS
CIRCUNSTANCIAS.
* NO HACER EL AMOR CUANDO ES OTRA COSA LO QUE SE
QUIERE HACER.
* HACERLO SIEMPRE CON ALGUIEN, Y NUNCA CONTRA
ALGUIEN.
* SABER «TECNICAS
SEXUALES», PERO HABERLAS OLVIDADO COMO SE OLVIDA TODO
AQUELLO QUE SABEMOS BIEN.
* NO HACER DE LA MASTURBACION UN SUSTITUTO DE LA
RELACION.
* NO HACER DE LA RELACION UN SUSTITUTO DE LA
MASTURBACION.
* HACER UN LUGAR EN LA CAMA PARA EL HUMOR Y LA
TERNURA.
* PROBAR HACER EL AMOR PARA CONOCERSE, PERO
TAMBIEN PROBAR A CONOCERSE PARA HACER EL
AMOR.
* OLVIDAR PARA SIEMPRE LAS INHIBICIONES Y LOS
RECORDS.
* NEGARSE A ACEPTAR CUALQUIER TIPO DE ETIQUETA,
CLASIFICACION O CALIFICACION.
* DESTRUIR TODO MODELO DE
BELLEZA.
* HACER UNA POLITICA MILITANTE ANTI FAMILIA Y ANTI
DEPENDENCIA.
* PERDER EL MIEDO AL CAMBIO.
* FOMENTAR Y DISFRUTAR LAS FANTASIAS, PERO NO
CONFUNDIRLAS CON LA REALIDAD.
* ACERCARNOS CADA VEZ MAS A UNA POSTURA
DIONISIACA ANTE LA VIDA; ES DECIR, PAULATINAMENTE, DESTERRAR EL
NO DE NUESTRO VOCABULARIO, CAMBIANDOLO POR UN
«¿POR QUÉ NO?»
NOTAS
1 : La asociación padre-autoridad es
directa en estas sociedades, ya
que la tribu es una asociación de familias patriarcales;
el patriarca es jefe, padre y Dios.
2 : «La Ciudad de Dios»,
Sección xiv.
3 : Por diferentes motivos este padre cruel
destruye Tiro, Sidón, Babilonia, Jerusalén,
Judá y Nínive. En el Levítico, capitulo 10,
narra que habiendo tomado los hijos de Aarón, fuego de los
incensarios para ofrecérselo al Señor, cuando
éste no se los había pedido, «salió
fuego del Señor y los devoró». En el capitulo
11 de los Números, porque el pueblo se quejaba del
trabajo, «…encendió contra ellos el fuego del
Señor y devoró la última parte del
campamento». En el capítulo 16, cuando el pueblo se
rebeló contra Moisés y blasfemó de Dios,
«…se abrió la tierra bajo
los pies de ellos y abriendo su boca se los tragó».
Más adelante, en el capítulo 25, castigó al
pueblo de Israel por
fornicar con las hijas del pueblo de Moab «…y murieron
24,000 hombres». El Deuteronomio, capítulo 7, dice
que Dios mandó al pueblo Hebreo que destruyera los
siguientes pueblos « al Heteheo, al Gergeseo, al Amorreo,
al Cananeo, al Perezezeo, al Heveo y al Jebuseo». Les dice:
«Los pasarás a cuchillo sin dejar uno solo. No
tendrás alianza con ellos ni tendrás
compasión de ellas». En Los Reyes, capítulo
24, enojado Dios con David por que mandó hacer un censo
del pueblo israelita, le dio a escoger entre tres castigos:
hambre por siete AÑOS, tres meses huyendo de sus enemigos,
o la peste durante tres días. David elige la peste, y
así murieron 60,000 hombres.
4 : San
Agustín, op.cit., Sección
xiv.
5 : Que lo hayan crucificado en vez de lapidarlo
fue una cuestión romana, no
judía.
6 : Aquí estamos hablando de la Iglesia
Católica, pero las demás religiones occidentales
plantean el mismo tipo de discurso
represivo.
7 : Aunque les sirva nada más para
frustrarse y sentirse culpables por no poderlo
cumplir.
8 : Por supuesto, esto es una mentira
ideológicamente cultivada. El sistema no cree
realmente que la sexualidad sea una cuestión privada del
individuo. Si así fuera, no se molestaría en
legislar las conductas y preferencias sexuales, penalizando y
prohibiendo acciones que,
teóricamente, son íntimas y no afectan a nadie
más que a las personas implicadas.
9 : Las variaciones técnicas en esto son
bastante limitadas, a pesar de lo que diga el Kama Sutra, el
Ananga Ranga, o los manuales sexuales
modernos.
10 : No me gustaría que se tome esto como
alguna forma de misticismo. De ninguna manera estoy negando el
cuerpo y hablando de cuestiones supracarnales, sino todo lo
contrario. Sólo somos cuerpo. Nuestros deseos son deseos
corporales y, por lo tanto, deseamos con todo el cuerpo, pero
también pensamos con todo el cuerpo.
Trabajo realizado
por: