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Judeocristianismo y sexualidad: Que tiene de malo el sexo?




Enviado por extrem



    ¿que tiene de malo el sexo?

    El impulso sexual tiene como fin primario la
    obtención de placer, el placer sensual, el placer del
    cuerpo compartido y que automáticamente tiende a ser cada
    vez mas compartido.

    Sin embargo, en la experiencia cotidiana de cada
    uno, la sexualidad no
    siempre nos conduce al placer, ni aun en el terreno de la
    fantasía. Contrariamente a esto, es usualmente fuente de
    frustración, angustia, culpa, sufrimiento y
    soledad.

    Uno de los argumentos que se ha esgrimido para
    explicar esto -por lo menos desde un buen sector de autores
    progresistas-, es nuestra herencia
    judeocristiana. El argumento se basa en la represión de la
    sexualidad no
    reproductiva que estableció el pueblo judío en el
    comienzo de su historia.

    Esta represión de la libre sexualidad no
    tenia para los judíos un fin moral, sino
    primariamente un fin de diferenciación ideológica y
    religiosa. También una utilidad política y
    militar.

    Los pueblos del Asia Menor
    invadidos por los judíos consideraban el placer sexual
    como un regalo de los dioses, y los ritos de fertilidad, las
    orgías, los bacanales, la mal llamada prostitución sagrada (de ambos sexos),
    formaban parte integral de las religiones no
    monoteístas. Por lo tanto, la lucha contra las
    demás religiones (fundamento del
    carácter nacional de los judíos), adquirió
    características de combate contra el placer
    sexual. Es decir, la lucha contra la llamada idolatría se
    convirtió en lucha contra el cuerpo, propio y
    ajeno.

    Esto no costó demasiado a los
    judíos, puesto que fueron los representantes de las
    primeras sociedades
    totalmente patriarcales de la historia. Para ellos la
    obediencia, la confianza en la autoridad, era
    la máxima virtud.

    Para mantener un pueblo disciplinado, guerrero,
    imperialista, una de las condiciones necesarias es liquidar el
    libre juego de la
    sexualidad.
    Para imponer el poder del
    padre en contra del poder natural
    de la madre, hace falta un rígido control social,
    constantemente presente en todas las esferas de la
    vida.

    Por ello no debe sorprendernos que fueran
    justamente los judíos los que necesitaran establecer (a
    través de la mítica figura de Moisés), las
    prohibiciones mas severas que conocemos contra la sexualidad, el
    cuerpo y la mujer. En el
    Libro
    Levítico, el tercero de Moisés, dice: «
    La mujer, cuando
    concibiere y pariere un varón, será inmunda siete
    días; conforme a los días que esté separada
    por su menstruación, sera inmunda… Y si pariere una
    mujer,
    será inmunda dos semanas… La mujer que
    tuviera con el varón ayuntamiento de semen, será
    inmunda hasta la tarde… Y si alguno durmiera con ella y su
    menstruación fuera sobre él, será inmundo
    por siete días… La desnudez de tu padre o de tu madre,
    no descubrirás… No te hecharás con varón
    como con mujer: es
    abominación… El hombre que
    adulterare con mujer de otro, el
    que cometiere adulterio con la mujer de su
    prójimo, indefectiblemente se hará morir al
    adultero y a la adultera… Cualquiera que durmiere con su nuera,
    ambos han de morir… Cualquiera que tuviere ayuntamiento con
    varón y mujer,
    abominación hicieron: todos deben ser
    muertos…»

    Como vemos, muchas manifestaciones sexuales quedan
    prohibidas y son castigadas con la muerte.
    Estas son solo un ejemplo, pero hay muchas
    más.

    Quiero llamar la atención aquí sobre
    dos cosas:

    La primera -esto es algo que ha sido marcado por
    muchos autores-, es que se castiga básicamente a la
    sexualidad no reproductiva. La explicación que se da
    usualmente a esta actitud es que
    funciona como manera indirecta de fomentar la
    reproducción, que era el objetivo
    realmente perseguido por todas las tribus de guerreros
    nómades.

    Sobre este lugar común hay varias cosas que
    decir. Por un lado, es totalmente cierto que para los
    judíos (como para todos los pastores semitas), las
    políticas de fomento a la
    reproducción (las políticas
    conocidas usualmente como «de control de
    vientres»), eran necesarias para su supervivencia y
    expansión, tanto religiosa como política y militar.
    Para ello establecieron legislaciones y normas
    positivas.

    Pero si el objetivo de la
    represión de la sexualidad no reproductiva hubiera sido
    sólo fomentar la reproducción, habría sido
    contraindicada o por lo menos superflua. Es evidente que con
    fomentar el libre intercambio sexual, los hijos llegan
    necesariamente (y no precisamente por falta de métodos
    anticonceptivos), sino porque no necesitamos estar obligados
    a tener hijos para querer tenerlos. Al plantear la
    reproducción como una obligación social, el deseo
    personal de
    descendencia deja de ser personal para
    convertirse en obediencia a la ley. De esta
    manera se despoja a la gente de su deseo. Mecanismo totalmente
    coherente en una sociedad cuyos
    fines primordiales son total e inmediatamente políticos,
    es decir, una organización anti-deseo.

    Así llegamos al punto principal: LO QUE SE
    REPRIME NO ES LA SEXUALIDAD NO REPRODUCTIVA, SINO TODOS LOS
    ASPECTOS DESEANTES, PLACENTEROS DE LA
    SEXUALIDAD.

    Porque fue así? Una revisión de las
    Escrituras nos da también una respuesta a eso. Y este es
    el segundo asunto sobre el que quería llamar la
    atención: La terminología utilizada. Todo lo sexual
    es inmundo y/o abominable, ambas palabras vinculadas
    teológicamente a lo endemoniado y lo maldito. Así,
    la Biblia establece de manera concluyente que la sexualidad es un
    espacio de exclusiva propiedad de
    Satanás.

    Esto es algo tan sabido que no creo necesario
    multiplicar los ejemplos para convencer a nadie educado en la
    tradición cristiano occidental.

    Sin embargo, a veces el sentido de las cosas se
    oculta en lo acostumbrado y lo obvio. Creo que con esto ocurre
    algo así.

    Está tan introyectada la relación
    sexualidad-placer-demonio-pecado, que si preguntamos a la
    generalidad de la gente occidental sobre el sentido y el
    significado del pecado original, obtendremos respuestas ligadas
    al sexo. Y con la
    figura del demonio ocurre lo mismo. (Con el cuerpo de la mujer
    también, pero eso es otro tema).

    El pecado original (y el principal pecado para el
    pueblo judío) fue la desobediencia. La desobediencia al
    padre y, por ende, a toda autoridad1. La desobediencia a aquel
    que les dio la vida (esta no era la madre, puesto que nadie
    sabía si quiso o no tenerlos -ya que el aborto y el
    infanticidio estaban prohibidos-, sino el estado, el
    gran patriarca que obliga a las mujeres a ser madres). Para los
    judíos la mujer no es
    dadora de vida, sino una simple incubadora para el deseo del
    varón, un ganado regido por la sociedad de
    padres, un mal necesario para perpetuar y expandir la familia y
    la tribu.

    El pecado de Adán, como el de
    Satanás, fue la desobediencia, no un pecado carnal. Hasta
    San
    Agustín plantea esto claramente, haciendo notar,
    incluso, que el demonio no puede cometer pecados carnales puesto
    que no tiene cuerpo 2.

    Por ser tan importante la obediencia y la disciplina
    para el pueblo judío, vemos alabar a los padres que
    mataban a sus hijos por desobedecerlos, como en el Deuteronomio,
    20 : «Cuando alguno tuviere hijo contumaz y rebelde…
    Entonces han de tomarlo su padre y su madre… Y dirán a
    los ancianos de la ciudad: Este nuestro hijo no obedece a nuestra
    voz… Entonces todos los hombres de la ciudad lo
    apedrearán y morirá: Así quitarás el
    mal de en medio de ti; y todo Israel
    oirá y temerá».

    Tenemos otra muestra de la
    misma situación cuando leemos los castigos genocidas que
    Dios aplica a su «pueblo elegido», totalmente
    desproporcionados con ofensas que ahora consideraríamos
    mínimas. El Dios judío castiga con la misma
    severidad el encender incienso, el murmurar del trabajo, la
    fornicación con mujeres de otra tribu, la
    idolatría, la falta de hospitalidad o hacer el censo de la
    población en forma
    indebida3.

    Basados en esto podemos entender porque la
    persecución de la libre sexualidad entre los
    judíos. No se hacía por fomentar la
    reproducción, sino por considerar que el impulso sexual es
    absorbente, desenfrenado, «no sujeto a razón»
    y, por lo tanto, fomenta la desobediencia y el
    desorden.

    Una sociedad basada
    en la familia y
    en el respeto absoluto
    a la autoridad, no
    puede permitirse el libre juego del
    placer sexual. Incluso San
    Agustín lo reconoce claramente, cuando dice que la
    sexualidad no es mala per se, pero debe ser combatida y normada
    porque fomenta la desobediencia…

    Ahora podemos entender, si estamos de acuerdo con
    la exposición anterior, porqué los judíos se
    dieron un código sexual represivo, pero que tiene que ver
    esto con las frustraciones, angustias, miedos, culpas e
    insatisfacciones que nos asaltan aquí y ahora cuando
    queremos hacer el amor con
    alguien o cuando no queremos? O cuando no sabemos exactamente que
    queremos de nuestro cuerpo o de los cuerpos
    ajenos?

    Que tiene que ver lo que hacía un pueblo
    campesino, pobre, insignificante e ignorante, en las fronteras
    del imperio, con lo que nosotros vivimos todos los días
    tres mil años más tarde?

    Esta pregunta, que se le podría ocurrir a
    un hipopótamo recién nacido, a la mayoría de
    los estudiosos de la sexualidad no se les ha pasado por la
    cabeza. Se conforman hablando de nuestra herencia de
    represión judeocristiana, como si ese lastre explicara
    todas nuestra taras sexuales.

    No sólo eso. Hablan de
    «judeocristianismo» como si fuera un concepto claro.
    Olvidan que la enseñanza de Cristo, si bien surge en
    Israel, es un
    contra-mensaje. Lo que tiene de revolucionario es su
    oposición a las leyes mosaicas.
    No es casualidad que los sacerdotes lo hayan condenado a muerte5.
    El código ético y sexual de Cristo es absolutamente
    contrario a la tradición judía. Basta recordar a
    María Magdalena, o el episodio de protección a la
    adúltera. Por algo los judíos no lo reconocieron
    -ni lo reconocen hasta el día de hoy- como su
    mesías

    No voy a decir que la moral de
    Cristo fuera la de un hippie, pero evidentemente para los
    judíos ortodoxos parecía un engendro del
    demonio.

    La confusión entre valores
    judíos y cristianos, su no diferenciación, como si
    fueran los mismos o consecuencia unos de los otros, exime a los
    estudiosos de analizar porqué una enseñanza
    permisiva -la de Jesús-, se convirtió en una
    moral
    represiva -la de la Iglesia-. E
    impide, simultáneamente, tomar conciencia de los
    cambios y vaivenes que ha tenido la moral
    sexual cristiana a lo largo de la historia.

    Y esto si tiene que ver con lo que nosotros
    sentimos, con la forma en que vivimos nuestro cuerpo y el de los
    demás.

    La Congregación del Santo Oficio,
    vulgarmente conocida como «la Inquisición», ha
    sido disuelta en 1966, pero la institución religiosa no
    puede renunciar a ciertas amenazas, a ciertas posiciones
    represivas. En 1976, el papa Pablo VI promueve la
    discusión en torno a la
    ética
    sexual cristiana, dada la «crisis
    evidente de valores que
    conmociona al mundo occidental». El dictamen es el
    siguiente: una vez más las relaciones prematrimoniales, la
    homosexualidad, la masturbación, el
    adulterio son condenados. El Concilio Vaticano II prorroga con
    bombos y platillos la vigencia de estos pecados. El cielo vuelve
    a quedarse vacío. Como dijo San Pablo: «No os
    llaméis a engaño: ni fornicadores, ni
    idólatras, ni adúlteros, ni invertidos, ni
    sodomitas… heredarán el reino de
    Dios»

    Ahora bien, la Iglesia no es
    una institución estúpida, retrógrada y
    anquilosada, que sigue repitiendo tercamente estas
    «ingenuidades» porque alguna vez las dijo San Pablo,
    San
    Agustín, o Santo Tomás, mucho menos porque las
    haya dicho Moisés.

    Si el discurso de la
    Iglesia sobre
    sexualidad es represivo actualmente, este fenómeno hay que
    explicarlo por las condiciones actuales, de la misma forma que
    entendemos la moral
    judía de hace tres mil años, por las condiciones
    sociopolíticas del pueblo judío de hace tres mil
    años.

    Si el catolicismo y las demás religiones esgrimen en el
    presente un discurso sobre
    la sexualidad más cercano a Moisés que a
    Jesús, no es producto de un
    atavismo, sino una política inteligente
    de instituciones
    que quieren conservarse vigentes y que, evidentemente lo logran,
    puesto que la importancia actual de la religión es bastante
    clara6..

    En otras palabras, si el discurso
    religioso asegura que el sexo es malo y
    para la generalidad de la gente esto es importante7, es porque
    nuestra sociedad espera
    específicamente ese discurso, ya
    que el sistema imperante
    necesita de una justificación religiosa para ayudar a
    mantener su dominio, el orden
    de sus privilegios, aunque tenga que buscar argumentos en
    escritos de hace tres mil años.

    Con la afirmación religiosa y
    dogmática de que la libre sexualidad es
    intrínsecamente inhumana, animalizante y antisocial, queda
    justificado su control represivo
    como una necesidad humana, como una ineludible reacción de
    defensa e higiene social,
    para salvar la civilización y sus instituciones
    fundamentales.

    Por eso se nos habla de la sexualidad como algo
    demoníaco, irracional, destructivo y caótico, como
    una especie de bestia negra que embrutece y animaliza al hombre que no
    se autocontrola, llevándolo a violar hasta las cosas
    más sagradas de la naturaleza
    humana.

    En resumen, si queremos saber que tiene de malo el
    sexo, debemos
    olvidarnos de mirar azorados hacia arriba y sencillamente
    mirarnos a nosotros mismos y a nuestros semejantes, cara a cara y
    sin tapujos.

    Si hacemos esto, lo que vemos es que nuestra
    sexualidad, por lo general, no se expresa ni se realiza con
    espontaneidad; no se rige por las leyes del placer
    personal, sino
    que de hecho está casi siempre reprimida, controlada,
    manipulada y deformada por el poder social,
    por los distintos poderes que actúan, directa o
    indirectamente, sobre nosotros.

    Quizá sea la sexualidad el campo donde
    más se manifiesta la estructura de
    poder en las
    relaciones sociales. Esta manipulación de la sexualidad se
    ha dado más claramente, sobre todo a partir del siglo
    XVIII, con el ascenso de la burguesía como clase en el
    poder.

    En este momento, la familia
    conyugal monogámica (la familia
    nuclear) confisca la sexualidad, la intenta absorber
    monopólicamente en la función reproductiva y la
    convierte en cuestión absolutamente privada. Se deja un
    solo lugar para la sexualidad reconocida, utilitaria y fecunda:
    el dormitorio de los padres. Toda la sexualidad que se realiza o
    meramente se piensa fuera de este lugar, debe ser vivida en forma
    oculta, marginal, como algo pecaminoso, anormal,
    «antinatural», aberrante y sancionable a todo
    nivel.

    La moral sexual
    imperante considera como oficialmente lícita tan
    sólo a la sexualidad restringida a la relación pene
    – vagina entre dos individuos adultos, sin violencia, que
    no tengan relación de parentesco, ambos de distinto
    sexo, en un
    ámbito privado, en una unión consagrada por el
    obligatorio vínculo del matrimonio,
    monogámica, basada en el amor y,
    dentro de lo óptimo, cuyas relaciones sexuales tengan como
    fin la procreación y no simplemente el placer. Fuera de
    este marco, cualquier actividad sexual, fantasía o deseo,
    es considerada como ilícita, pecaminosa, viciosa,
    «anormal», enfermiza, morbosa o perversa y, por lo
    tanto, condenable. No solamente por la sociedad, sino
    también por el propio individuo, que ya ha sido formado
    desde la infancia en
    este código moral.

    Hay que apuntar que la represión sexual
    hubiera fracasado siempre, desde el momento que nunca ha logrado
    hacer desaparecer la sexualidad ilícita, si esa hubiera
    sido su única intención. En la realidad, las
    actividades y fantasías sexuales prohibidas han
    constituído siempre la mayor parte de la vida sexual de
    cualquier persona. Pero la
    eficacia del
    código moral
    represivo no se basa solamente en lo que prohibe, sino que, al
    prohibir muchas cosas – sabiendo que son humanamente imposibles
    de evitar -, crea una red de culpabilidad de la
    cual nadie se escapa, y que es mucho más efectiva que la
    misma represión directa.

    Por otra parte, como el código moral nos
    lleva a vivir la sexualidad como competencia
    exclusiva de nuestra vida privada, estas conductas y sentimientos
    que avergüenzan y culpabilizan, las vivimos como problemas
    personales, como si fuéramos los únicos en violar
    los códigos, como si todos los demás llevaran una
    vida santa y beata, y los únicos «desviados» y
    «perversos» fuéramos
    nosotros8..

    Pero eso no es todo. Al manejar nuestra sexualidad
    como íntima, como individual, como si cada cuerpo fuera
    una isla, se ataca y se aliena el fundamento mismo del Eros, que
    es por obligación y deseo el más social,
    comunitario y compartido de todos los impulsos
    humanos.

    Esto es lo que tiene de malo nuestra vida sexual:
    en vez de estar al servicio del
    placer personal,
    automáticamente compartido entre los que libremente
    intervienen en el juego,
    está supeditada a los códigos que nos dicen lo que
    es bueno o malo sentir; lo que está bien o mal compartir
    e, incluso, comunicar; lo que está bien o está mal
    hacer, y con quien y en que circunstancias; y, sobre todo, con
    que fines. Hemos sido educados de tal manera, que la sexualidad
    la podemos aceptar si y sólo si nuestras conductas
    sexuales son un medio, un instrumento para alcanzar fines no
    sexuales: Formar parejas, establecer una familia, tener
    descendencia, prolongar el apellido, agredir, humillar, cazar un
    marido, sobrevivir económicamente, escapar de los roles,
    autoafirmarse, estar enamorado, pagar la ternura o la
    protección, establecer dependencias, pagar el
    «débito conyugal», demostrar nuestro poder, o
    nuestras técnicas, o nuestra capacidad de
    seducción, o nuestra hombría, o nuestro amor. La lista
    es, de hecho, interminable. Y si no, que cada uno se
    analice.

    Y el núcleo de nuestro ser, lo que real y
    únicamente somos: NUESTROS DESEOS ¿Donde queda? En
    el submundo de lo reprimido, inconsciente, desconocido, oculto,
    culposo y patológico. En otras palabras, lo que realmente
    nos define como personas, como seres humanos únicos,
    irremplazables, lo hemos arrojado al lugar de lo no reconocido, y
    lo seguimos manteniendo firmemente ahí.

    Tampoco confundamos este deseo del que hablo con
    el llamado deseo sexual, ya que eso sería hacer una burda
    caricatura del mismo y es otra trampa del sistema. El deseo
    es deseo de ser, de manifestarnos en el mundo real, de lograr que
    el entorno se ajuste a lo que queremos, de actuar como realmente
    somos, no es deseo de poseer a alguien o ser poseído por
    alguien.

    Por eso, no importa que tan activa sea la vida
    sexual de cualquier persona, eso no
    lo enriquece. El deseo no busca multiplicar actos de acoplamiento
    más o menos mecánicos9. Lo que busca el deseo es el
    placer, la excitación, no sólo a nivel
    «carnal», sino como relación total -no en el
    sentido de imperialista, sino como ilimitada-, profunda y extensa
    a la vez. Y no con personajes obligados a seguir un libreto, sino
    con personas reales, que sean capaces de autoreconocerse como
    sujetos deseantes y actúen en consecuencia. Lo que busca
    el deseo es la comunión entre seres
    libres10.

    Las relaciones cotidianas -públicas y
    privadas- a las que estamos acostumbrados, no tiene nada de esto.
    Nos relacionamos con los demás como actores amarrados a un
    personaje, y de los demás obtenemos exactamente lo mismo.
    Somos esposos con nuestras esposas, padres con nuestros hijos,
    hijos con nuestros padres, jefes con nuestros subordinados,
    subordinados con nuestros jefes, maestros con nuestros alumnos,
    amantes con nuestras amantes, y así hasta agotar todo el
    repertorio de figuras sociales.

    La sexualidad vivida de esta manera es, por
    supuesto, destructiva para uno mismo y para todos. Pero es una
    destructividad fomentada socialmente. El sistema necesita
    que la gente se mueva, actúe, piense y sienta sólo
    como un soporte material para los distintos roles sociales. Un
    sujeto deseante es creativo y, por lo tanto, imprevisible y
    desordenado; en otras palabras, inadaptado
    socialmente.

    Si la represión del deseo (y de la vida),
    genera frustración, agresividad y violencia,
    ésto se maneja de un modo socialmente útil,
    canalizándolo hacia el «deseo de
    superación», la competitividad, la «lucha por la
    vida», la búsqueda del éxito individual y
    egoísta. Y si la frustración deriva hacia la
    autodestrucción (sufrimiento, enfermedad, neurosis,
    alcoholismo,
    drogadicción, suicidio),
    tampoco es un grave problema para la sociedad -salvo que afecte
    la producción-, sino para los sujetos que lo
    viven y sufren individual y culpablemente.

    Ahora bien, ¿cual es el mecanismo
    básico que utiliza nuestra sociedad para lograr que
    actuemos de esta manera? Ese instrumento de dominación es
    el amor. Por
    amor a los
    padres aceptamos toda la represión infantil, por miedo a
    perder su amor sufrimos
    la educación,
    por asegurar el amor
    establecemos parejas, aceptamos la dependencia, cumplimos con los
    roles, nos desgastamos persiguiendo perfecciones inalcanzables y
    sufrimos y nos culpabilizamos cuando los ideales
    fallan.

    Corriendo el riesgo de parecer
    cínico, diría que esto es lo que tiene de malo el
    sexo: que, lamentablemente, está al servicio del
    amor y no del
    placer. Somos demasiado románticos cuando hablamos y
    pensamos en sexualidad. Exigimos a la sexualidad cosas que nada
    tienen que ver con ella: que nos devuelvan el amor de
    nuestra madre, que nuestra pareja sea todo para nosotros y
    nosotros todo para ella, que los orgasmos sean institucionales,
    hasta que nuestra sexualidad nos defina como
    personas.

    Me atrevo a terminar esta exposición
    citando algunos puntos que considero necesarios para establecer
    una ética
    diferente:

    * EROTIZAR LA VIDA

    * DESCENTRAR EL PLACER SEXUAL, ENCERRADO AHORA
    EN LOS GENITALES.

    * ACEPTAR Y DISFRUTAR EL CUERPO TOTAL,
    INCLUYENDO LOS GENITALES.

    * DEJAR DE HACER UN DRAMA DE CADA ASUNTO
    SEXUAL.

    * RECUPERAR EL JUEGO.

    * HACER EL AMOR SIEMPRE
    QUE POR LO MENOS DOS PERSONAS QUIERAN, SIN IMPORTAR LAS
    CIRCUNSTANCIAS.

    * NO HACER EL AMOR CUANDO ES OTRA COSA LO QUE SE
    QUIERE HACER.

    * HACERLO SIEMPRE CON ALGUIEN, Y NUNCA CONTRA
    ALGUIEN.

    * SABER «TECNICAS
    SEXUALES», PERO HABERLAS OLVIDADO COMO SE OLVIDA TODO
    AQUELLO QUE SABEMOS BIEN.

    * NO HACER DE LA MASTURBACION UN SUSTITUTO DE LA
    RELACION.

    * NO HACER DE LA RELACION UN SUSTITUTO DE LA
    MASTURBACION.

    * HACER UN LUGAR EN LA CAMA PARA EL HUMOR Y LA
    TERNURA.

    * PROBAR HACER EL AMOR PARA CONOCERSE, PERO
    TAMBIEN PROBAR A CONOCERSE PARA HACER EL
    AMOR.

    * OLVIDAR PARA SIEMPRE LAS INHIBICIONES Y LOS
    RECORDS.

    * NEGARSE A ACEPTAR CUALQUIER TIPO DE ETIQUETA,
    CLASIFICACION O CALIFICACION.

    * DESTRUIR TODO MODELO DE
    BELLEZA.

    * HACER UNA POLITICA MILITANTE ANTI FAMILIA Y ANTI
    DEPENDENCIA.

    * PERDER EL MIEDO AL CAMBIO.

    * FOMENTAR Y DISFRUTAR LAS FANTASIAS, PERO NO
    CONFUNDIRLAS CON LA REALIDAD.

    * ACERCARNOS CADA VEZ MAS A UNA POSTURA
    DIONISIACA ANTE LA VIDA; ES DECIR, PAULATINAMENTE, DESTERRAR EL
    NO DE NUESTRO VOCABULARIO, CAMBIANDOLO POR UN
    «¿POR QUÉ NO?»

    NOTAS

    1 : La asociación padre-autoridad es
    directa en estas sociedades, ya
    que la tribu es una asociación de familias patriarcales;
    el patriarca es jefe, padre y Dios.

    2 : «La Ciudad de Dios»,
    Sección xiv.

    3 : Por diferentes motivos este padre cruel
    destruye Tiro, Sidón, Babilonia, Jerusalén,
    Judá y Nínive. En el Levítico, capitulo 10,
    narra que habiendo tomado los hijos de Aarón, fuego de los
    incensarios para ofrecérselo al Señor, cuando
    éste no se los había pedido, «salió
    fuego del Señor y los devoró». En el capitulo
    11 de los Números, porque el pueblo se quejaba del
    trabajo, «…encendió contra ellos el fuego del
    Señor y devoró la última parte del
    campamento». En el capítulo 16, cuando el pueblo se
    rebeló contra Moisés y blasfemó de Dios,
    «…se abrió la tierra bajo
    los pies de ellos y abriendo su boca se los tragó».
    Más adelante, en el capítulo 25, castigó al
    pueblo de Israel por
    fornicar con las hijas del pueblo de Moab «…y murieron
    24,000 hombres». El Deuteronomio, capítulo 7, dice
    que Dios mandó al pueblo Hebreo que destruyera los
    siguientes pueblos « al Heteheo, al Gergeseo, al Amorreo,
    al Cananeo, al Perezezeo, al Heveo y al Jebuseo». Les dice:
    «Los pasarás a cuchillo sin dejar uno solo. No
    tendrás alianza con ellos ni tendrás
    compasión de ellas». En Los Reyes, capítulo
    24, enojado Dios con David por que mandó hacer un censo
    del pueblo israelita, le dio a escoger entre tres castigos:
    hambre por siete AÑOS, tres meses huyendo de sus enemigos,
    o la peste durante tres días. David elige la peste, y
    así murieron 60,000 hombres.

    4 : San
    Agustín, op.cit., Sección
    xiv.

    5 : Que lo hayan crucificado en vez de lapidarlo
    fue una cuestión romana, no
    judía.

    6 : Aquí estamos hablando de la Iglesia
    Católica, pero las demás religiones occidentales
    plantean el mismo tipo de discurso
    represivo.

    7 : Aunque les sirva nada más para
    frustrarse y sentirse culpables por no poderlo
    cumplir.

    8 : Por supuesto, esto es una mentira
    ideológicamente cultivada. El sistema no cree
    realmente que la sexualidad sea una cuestión privada del
    individuo. Si así fuera, no se molestaría en
    legislar las conductas y preferencias sexuales, penalizando y
    prohibiendo acciones que,
    teóricamente, son íntimas y no afectan a nadie
    más que a las personas implicadas.

    9 : Las variaciones técnicas en esto son
    bastante limitadas, a pesar de lo que diga el Kama Sutra, el
    Ananga Ranga, o los manuales sexuales
    modernos.

    10 : No me gustaría que se tome esto como
    alguna forma de misticismo. De ninguna manera estoy negando el
    cuerpo y hablando de cuestiones supracarnales, sino todo lo
    contrario. Sólo somos cuerpo. Nuestros deseos son deseos
    corporales y, por lo tanto, deseamos con todo el cuerpo, pero
    también pensamos con todo el cuerpo.

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