Introducción |
Lista Cronológica |
Línea de Tiempo |
Capítulo I |
Bulas de Alejandro VI sobre las |
La cristianización del |
Evangelización |
La iglesia en América |
El Regio Patronato Indiano |
El Ejercicio del Patronato |
Organización |
La diócesis del Río de la |
La Inquisición |
Capítulo II |
Contrarreforma |
Peticiones para la Reforma |
Iniciativas para la Reforma |
Instrumentos de la Contrarreforma |
Evolución de la Contrarreforma |
Concilio de Trento |
Primera Fase |
Segunda Fase |
Tercera Fase |
Significación |
Capítulo III |
Mención Histórica sobre las |
Historia de la Compañía de |
Capítulo IV |
El Territorio de Misiones |
Mapa del Territorio de Misiones |
Los Habitantes |
El Régimen de las |
Organización de los |
Capítulo V |
Los últimos años de las |
La Expulsión de los Jesuitas |
Resultados de la Obra Misionera. |
Biografías Funcionales |
San Ignacio de Loyola |
Francisco de Javier |
Bibliografía |
Introducción:
El siguiente trabajo se va a dedicar a analizar
los aspectos previos a la llegada de los jesuitas al continente
americano y analizará como fueron los pueblos (reducciones
o misiones) que crearon y, qué legado cultural le
ofrecieron a los indígenas junto con la
evangelización que le venían a
traer.
Es importante recalcar que el trabajo
está hecho en base a una visión objetiva de la
historia y de los
hechos. Éste comienza explicando cuáles eran los
derechos de
España
sobre las nuevas tierras recién descubiertas y
cuáles eran sus obligaciones,
según las bulas del Papa Alejandro VI, las cuales le
otorgaron a España
todo el territorio que descubriese con la condición de que
iban a evangelizar a los aborígenes de dicho
descubrimiento.
Así comienza el movimiento de
la Iglesia y
el Estado para
evangelizar. Juntos llevarán la palabra de Dios a los
indios, pero entre todos estos evangelizadores, hay un grupo, que
merece una mención especial, los jesuitas y la labor que
hicieron en todo el territorio del Guyrá (a ser, la
provincia de Misiones –Argentina–
y sus alrededores). Sin ellos, como se verá en las
páginas del trabajo, la región no hubiese
prosperado tanto, y, se hubiera terminado esclavizando y matando
muchísimos indios.
Lo que busca el trabajo es
obtener una respuesta a la hipótesis formulada, la cual recordemos era
la siguiente: "Las misiones
jesuíticas ayudaron al indígena a progresar en su
vida, siendo de esta forma de mucha importancia de nivel
cultural".
Lista
Cronológica:
- Nacimiento
de San Ignacio de Loyola
12 octubre 1492
Colón descubre América
3 mayo 1493
Bula Inter caetera I
3 de mayo de
1493 Bula Eximiae Devotionis
4 mayo 1493
Bula Inter caetera II
25 junio 1493
Bula Piis Fidelium
25 septiembre
de 1493 Dudum Siquidem
- Llega "Vasco
de Gama" a América
- Nacimiento
de Francisco de Javier
1512 Nacimiento
de Diego Laínez
- 5º
Concilio de Letrán.
- Revolución de Lutero negando al
Papa.
1534
Fundación de la Compañía de
Jesús.
1536 1º
Fundación de Buenos
Aires.
- Concilio
de Trento
- Muerte de
Francisco de Javier
31 de julio de
1556 Muerte de San
Ignacio de Loyola
1565 Muerte de
Diego Laínez
- Asentamiento
de la Diócesis de Tucumán.
1580 2º
Fundación de Buenos Aires
27 de julio de
1609 beatificación de San Ignacio de Loyola por Paulo
V.
- Asentamiento
de la Diócesis de Buenos Aires
12 de marzo de
1622 canonización de San Ignacio de Loyola por Gregorio
XV
- Culmina la
Compañía de Jesús
Capítulo I
Las Bulas de Alejandro VI sobre las
Indias.
esde la llegada
de Colón de regreso de su primer viaje el 15 de marzo de
1493 hasta su nueva salida para el segundo en 25 de noviembre del
mismo año fueron dadas por la Santa Sede cinco Letras
Apostólicas, generalmente denominadas bulas, que son:
Inter caetera, breve secretarial de 3 de mayo; Piis Fidelium,
bula del 25 de junio; Inter caetera, bula extraordinaria, segundo
documento de este título, de 4 de mayo; Eximie devotionis,
breve extraordinario de 3 de mayo y por último, Dudum
siquidem, bula de 25 de setiembre. El catedrático doctor
Giménez Fernández, en reciente y luminoso trabajo
ha estudiado minuciosamente estas letras pontificias, sin dejar
de subrayar la inexactutid de las fechas en que algunas aparecen
expedidas conforme las costumbres de la época y debido a
varias causas. Según el mencionado trabajo, la Inter
caetera de 3 de mayo es un breve secreto de Curia concedido por
la Cámara Apostólica en el que constan encargo,
indulto e investidura de tipo gracioso a los reyes solicitantes
de España,
respetando los derechos adquiridos de
Portugal y una cláusula de motu propio destinada a "eludir
los vicios posibles de obrepción o subrepción, en
el fuero de la conciencia a los
efectos de absolución de censuras por infracción de
juramentos solemnes". El título del breve es una
fórmula muy repetida en otras varias letras Pontificias.
Constan asimismo: el propósito de descubrir tierras e
islas remotas para extender la fe; el envío de
Colón por los mismos reyes a descubrir regiones
occidentales del mar océano, ‘hacía los
indios según se dice’; la existencia de gentes
salvajes y pacíficas ‘bastantes aptos para recibir
la Fe católica y serles enseñadas buenas
costumbres; toma de posesión de aquellas tierras en donde
Colón hizo ‘construir y edificar una torre bien
fortificada en la que situó varios cristianos de los que
había llevado consigo’, y por última la
riqueza de los parajes descubiertos, en los que se han encontrado
oro, especias y otras muchísimas cosas preciosas de
distinto género y diversa calidad’.
De modo explícito hace constar el breve a
continuación cómo los monarcas de España
‘como corresponde a Reyes y Príncipes
Católicos, decidisteis según costumbre de nuestros
progenitores, Reyes de ilustre memoria, someter
a Nos las tierras e islas predichas y sus habitantes moradores y
convertirlos con el auxilio de la divina misericordia a la Fe
Católica. El papa, habiendo recibido dichas tierras e
islas y habitantes, alabando mucho en el Señor ese vuestro
santo y loable propósito, y deseando que sea llevado a su
debida finalidad, de que el nombre de nuestro Salvador sea
introducido en aquellas regiones…" en nombre del bautismo
requiere a los reyes a proseguir la empresa
evangelizadora, para auxilio de la cual les concede diversidad de
gracias; motu proprio. Estas gracias son: la devolución de
los territorios descubiertos; "con la plenitud de nuestra
potestad apostólica, por la autoridad de
Dios Omnipotente concedida a Nos en San Pedro, y del Vicario de
Jesucristo que representamos en la tierra, a
vosotros y a vuestros herederos y sucesores los reyes de Castilla
y león, para siempre por autoridad
apostólica según el tener de los presentes, donamos
concedemos y asignamos todas y cada una de las tierras e islas
supradichas así las desconocidas como las hasta
aquí descubiertas…’’, siempre que no se
hallaren sometidas al dominio de
algún príncipe cristiano; otra de las gracias de
que se hace concesión por parte del Pontífice es la
soberanía política de los
territorios así descubiertos, tierras e islas,
‘’con todos los demonios de las mismas, son ciudades,
fortalezas y lugares y villas, derechos, jurisdicciones y
todas sus pertenencias. Y a vosotros y a vuestros dichos
herederos y sucesores investimos de ellas y os hacemos,
constituirnos diputamos señores de ellas con plena, libre
y omnímoda potestad,
autoridad y
jurisdicción con la condición de enviar a la
doctrina y conversión de los naturales de las mencionadas
tierras…" "…varones probos y temerosos de Dios,
doctos, instruidos y experimentados para adoctrinar a los
indígenas y habitantes dichos en la fe católica e
imponerles en las buenas costumbres, poniendo toda la debida
diligencia en todo lo antedicha…"; la tercera gracia es la
prohibición que hace el Papa bajo pena de
excomunión "a cualesquiera personas, sean de cualquier
dignidad, estado, grado,
orden o condición" de ir a las islas y tierras
mencionadas, "para granjear mercaderías o por cualquier
causa…"sin especial licencia de los reyes y de sus
sucesores y herederos. Caracterizan por último este breve
la concesión a los monarcas de España""
de todas las gracias, privilegios, libertades e inmunidades y
extensiones concedidas a su tiempo por otros
Sumos Pontífices a los reyes de Portugal sobre sus
respectivos territorios descubiertos en Africa, como
asimismo los indultos de que les fue hecha merecedor la Santa
Sede, todo lo cual debe ser considerado incluido en las presentes
Letras "…como si estuviese aquí transcrito y
palabra por palabra, para que sea como si a vosotros y a vuestros
citados herederos y sucesores hubiesen sido especialmente
concedidos. Así pues, con igual motu, autoridad,
ciencia y
plenitud de Potestad Apostólica y como especial
donación graciosa, concedemos todo ello en todo y por
todo, a vosotros y vuestros indicados herederos y
sucesores…"derogando cuanto en contrario estuviere
anteriormente decretado o dispuesto, conminando con
sanción penal a todo cristiano que contra lo contenido en
el presente documento osare ir o procede y dando validez a
cualquier instrumento notarial en el que legalmente constase la
copia o transcripción del susodicho breve, siempre que
fuere "legalizada con el sello de alguna persona
constituían en dignidad eclesiástica…". La
fecha del documento es de 3 de mayo de 1493,aunque para el
señor Giménez la data en que fue extendida es del
28 al 30 de abril.
La bula Piis
Fidelium fue solicitud por los reyes el 7 de junio
de 1493 y expedida en la fecha que en ella aparece, de 25 de
junio. El documento es una bula menor a título gracioso
concedida por la vía ordinaria de la Cancillería
Apostólica. Está dirigida a Bernardo Boyl, vicario
de la orden de los Mínimos en España y en ella
constan las preces de los reyes de Castilla y Aragón, su
propósito de cooperar a la expansión de la fe en
las tierras e islas hasta ahora desconocidas por todos y que por
otros sean posteriormente descubiertas hacia las regiones
orientales y el mar Océano…" el envío de
fray Boíl por los reyes para que "…la palabra de
Dios predicada y sembrada entre los naturales y habitantes de
dichas tierras e islas que ahora no tienen conocimiento
de la fe, para convertirles a nuestra fe y religión cristiana, y
enseñarlos e instruirlos en la práctica de los
mandamientos del Señor…"; constan,
además, los privilegios concedidos al mencionado fray
Boíl: "…te traslades y residas allí
cuanto tiempo quisieres
tú y con aquellos compañeros de tu orden o de otra
cualquiera designados por ti o por los mismos rey y
reina…" y predicar. Administrar los Sacramentos.,
incluso absolver de pecados reservados a la Santa Sede, edificar
y erigir iglesias o casas religiosas y bendecirlas y dispensar de
los ayunos y vigilias, derogando por su parte el Papa cuantas
disposiciones pontificias se opongan a la presente y autorizando
las copias debidamente legalizadas de la citada bula.
La bula Inter
caetera, segunda de este título, fue
solicitada de la Santa Sede pocos días después del
28 de mayo para substituir a la primera Inter caetera y es una
bula menor de carácter gracioso concedida por la
Cámara Apostólica, vía extraordinaria.
Contiene, al igual de su homónima, los mismos encabezados,
preámbulo y relación de los hechos que la motivan
con las siguientes adiciones: que los reyes habían
decidido someter "…las tierras firmes e
islas…"; llama a Colón "…hombre apto y
muy conveniente a tan gran negocio y digno de ser tenido en
mucho…", refiriéndose a que los descubridores
de las tierras firmes e islas con el divino auxilio habían
navegado por el mar desconocido, suprime la afirmación que
consta en la primera Inter caetera de haberlo hecho por las
"…regiones occidentales hacia los Indios, según
se dice, que desde ella buscasen otras tierras firmes remotas y
desconocidas…" Llegado el punto en que en la presente
bula se hace la concesión de los privilegios, se suprime
el concepto
"…por autoridad
Apostólica…" y se limita la localización
de las tierras atribuidas a los reyes en la primera Inter caetera
"…según el tenor de las presentes, donamos,
concedemos y asignamos todas las islas y tierras firmes
descubiertas y por descubrir, halladas y por hallar hacia el
occidente y Mediodía fabricando y construyendo una
línea del Polo Artico que es el Septentrión hasta
el Polo Antártico que es el Mediodía, otra que
hayan hallado islas y tierras firmes, ora se hayan de encontrar
hacia la India o hacia
otra cualquiera parte, la cual línea diste de las islas
que vulgarmente llaman Azores y Cabo verde, cien leguas hacia el
Occidente y Mediodía, así que todas sus islas y
tierra firme
halladas y que hallaren, descubrieren y que se descubrieren desde
la dicha línea hacia el Occidente y Mediodía que
por otro rey cristiano no fuesen actualmente poseídas
hasta el día del nacimiento de Nuestro Señor
Jesucristo próximo pasado del cual comienza el año
presente de mil cuatrocientos y noventa y tres, cuando fueron por
vuestros mensajeros y capitanes halladas algunas de las dichas
islas con todos los dominios de las mismas…"; en la
concesión se suprime el concepto y
vocablo investidura limitándola según la zona ya
expuesta, dentro de la cual se prohibe navegar y descubrir sin
permiso de los reyes, los cuales reciben las dichas tierras con
las circunstancias misionera y civilizadoras que constan en la
primera Inter caetera. Los demás extremos de la bula
homónima , tales como derogación de otros
privilegios anteriores, penas espirituales a los infractores y
validez de las copias debidamente legalizadas, se mantienen en
esta segunda. La fecha de la presente Inter caetera es, para el
doctor Giménez Fernández de 28 de junio en vez de
la de 4 de mayo que aparece en el documento.
La cuarta bula alejandrina sobre el Descubrimiento y la
concesión de las tierras occidentales, es la
Eximie devotionis cuyo
contenido literal ya consta parcialmente en la primera Inter
caetera y su carácter es el de bula menor a título
gracioso por la vía extraordinaria secreta, mediante la
que se conceden a los Reyes Católicos los indultos y
privilegios otorgados a los reyes de Portugal en sus respectivos
territorios ultramarinos. "Y como hoy dice –hemos
donado, concedido y asignado, como más claramente se
contiene en nuestras letras a tal fin redactadas, a vosotros, y a
vuestros herederos y sucesores los Reyes de Castilla y
León perpetuamente, motu proprio et ex certa scientia y
con la plenitud de nuestro poder
apostólico todas y cada una de las tierras firmes e islas
remotas y desconocidas existentes hacia las regiones occidentales
y en el mar Océano, descubiertas o que se descubrieren por
vosotros o por vuestros enviados empleando grandes trabajos,
peligros y gastos, siempre
que no estén bajo el actual dominio temporal
ni sometidas a alguno de los soberanos cristianos, con todos sus
dominios, ciudades, campamentos, lugares, poblados y todos sus
derechos y
jurisdicciones; y porque también algunos Reyes de Portugal
descubrieron y adquirieron en las regiones de Africa, Guinea y
Mina de Oro otras islas , igualmente por apostólica
concesión y donación hecha a ellos, y les fueron
concedidos por la Sede Apostólica diversos privilegios,
gracias, libertades, inmunidades, excensiones, facultades,
descriptos, Nos, por existir conveniencia y honestidad en
ellos y por desear que Vos y vuestros referidos herederos y
sucesores no tengáis menores gracias, prerrogativas y
favores… os concedemos… que en las islas y tierras
descubiertas por vosotros o en vuestro nombre o que se descubran,
podáis y debáis poseer y gozar libre y
lícitamente de todas y cada una de las gracias […]
concedidos hasta hoy a los reyes de Portugal…" las
cuales gracias y privilegios son concedidos sin condición
o limitación de ninguna especie. Termina el documento con
las usuales cláusulas y a anteriormente repetidas de
imposición de penas por incumplimiento y la validez de las
copias debidamente legalizadas. La fecha la sitúa
Giménez Fernández en 3 de julio, frente a la de 3
de mayor que aparece en la bula.
El quinto y
último documento de Alejandro VI sobre el tema, es la bula
Dudum siquidem de fecha facial auténtica, 25 de
septiembre; es una bula menor y mandamiento de justicia por
vía ordinaria en la que a petición de los reyes se
amplían las concesiones territoriales otorgadas en la
primera Inter Caetera porque "…pudiera ocurrir que los
embajadores, capitanes y vasallos vuestros -dice- que navegasen
hacia Occidente o Mediodía arribasen a las regiones
orientales y encontrasen islas y tierras firmes que hubiesen sido
o sean de la India…"; en vista de lo cual el Papa
extiende las concesiones anteriormente hechas a los reyes de
Castilla "…a todas y cada una de las islas y tierras
firmes halladas o por hallar, descubiertas o por descubrir que
estén o fuesen apareciesen a los que navegan o marchan
hacia occidente y aun el Mediodía, bien se hallen tanto en
las regiones occidentales como en las orientales y existan en la
India…" bajo pena de excomunión
en la forma acostumbrada a quienes lo contrario hicieren o
enviase "…alguna de sus gentes a navegar, a pescar o a
buscar islas o tierras firmes a las dichas regiones sin expreso y
especial permiso vuestro o de vuestros ya citados herederos o
sucesores…", derogando cuantas ordenaciones
apostólicas o donaciones se opusieren a la
presente.
De todas estas
letras Apostólicas, no eran conocidas en los años
de la polémica sobre los títulos de dominio, la
primera Inter caetera fechada en viernes 3 de mayo, ni la Piis
Fidelium de 25 de junio; refiriéndose por lo tanto todas
las argumentaciones a las otras tres restantes, de las cuales la
segunda Inter caetera de fecha sábado 4 de mayo se
hallaban contenida en su homónima a la sazón
desconocida; y en cuanto a la Piis Fidelium no se concreta de
modo fundamenta a la concesión pontificia de las Indias a
los Reyes Católicos y a sus sucesores, sino que se refiere
a fray Bernardo Boíl, su misión y
sus atribuciones en las tierras descubiertas.
Dado a conocer
siquiera substancialmente el carácter y contenido de las
aludidas bulas, base de la discusión, corresponde ahora
enfocar las posiciones más notoriamente adoptadas desde el
descubrimiento y concesión de las Indias por los
más famosos y representativos juristas y
teólogos.
La Cristianización del
indio:
El hecho social y cultural más importante
del siglo XVII
La
cristianización de los indios es, sin duda, el hecho
social y cultural más importante del siglo XVII,
así como el máximo factor en la
transformación de las culturas indígenas durante la
época de dominio hispano.
Hasta entonces los esfuerzos evangelizadores habían tenido
resultados más bien pobres: limitado número de
conversiones duraderas, resistencia
frecuente de religiones y costumbres
paganas y abundantes casos de sincretismo religioso, es decir,
amalgamas incongruentes de conceptos religiosos
prehispánicos a los que se mezclan y superponen otros de
origen cristiano. La verdadera cristianización de los
indios no pudo ser rápida ni anterior a la fecha general
que hemos dado, por exigir la concurrencia de dos factores que
requieren bastante tiempo: primero,
la desaparición del poder de
supervivencia implícito en las religiones nativas, que
sólo se logra tras las porfiadas campañas de
extirpación de idolatrías que tienen lugar entre
1580 y 1630 más o menos, y que incluyen la
destrucción sistemática de ídolos, lugares y
objetos de culto, arresto y aislamiento de sacerdotes o
hechiceros paganos, tenaz castigo de prácticas y usos
considerados nefandos, predicaciones continuas contra la
idolatría, etc.; y segundo, un largo programa de
educación
llevado a cabo por suficiente número de clérigos en
una gran cantidad de misiones, parroquias y escuelas, educación cuya
eficacia
cristaliza al cabo de una o dos generaciones, al llegar a edad
madura los indios catequizados desde su
niñez.
El catolicismo
llega entonces a ser una parte funcional de la vida
indígena, pese a numerosas y tenaces supervivencias de
ritos o prácticas prehispánicas y aun de errores y
confusiones doctrinales. […]
Es muy
importante reiterar qué a las filas del clero tuvieron
acceso casi exclusivamente los blancos, criollos o chapetones.
Vimos que los esfuerzos iniciales para preparar un clero
indígena se consideraron prematuramente fracasados y se
juzgaron peligrosos para la ortodoxia religiosa; el Vaticano
mostró por este asunto un interés
más bien tardío e insuficiente, o por lo menos,
ineficaz; el Regio Patronato dificulta o veta de modo
sistemático toda iniciativa sobre el particular, por
razones políticas.
No tuvieron así los indios otro papel en la
Iglesia que el
de modestos y dóciles fieles, el clero blanco no
podía concebir hacia ellos más alto sentimiento que
un amor compasivo
y una actitud
protectora, paternal; en las misiones y en las parroquias el
clero tendió en consecuencia a mantener los indios en una
situación de tutela perpetua, terminando por hacerles
incapaces de valerse por sí mismos: fomentan su docilidad,
desarrollan su disciplina y
adormecen su personalidad y
espíritu de iniciativa, en general ya bastante escaso.
Así se explican los graves casos de regresión
cultural y espiritual acaecidos en misiones abandonadas por uno u
otro motivo, así se comprende que los indios sintieran
(aunque sea difusamente) la religión como algo
exterior y en cierto modo impuesto, no como
cosa íntima y personal, y la
Iglesia como
una estructura
ajena, propia más que de ellos del pueblo dominador: el
escaso carácter nacional de la Iglesia en
todos estos países guarda estrecha relación con
tales hechos.
Hasta cierto
punto, algo de ello le ocurre a toda la sociedad
colonial, incluidos los blancos. El clero monopoliza casi la
cultura, la
vida y el prestigio religiosos; la Inquisición, velando
celosamente por la ortodoxia, llega a hacer peligrosas las
inquietudes espirituales del individuo. La Iglesia, en
consecuencia, es cada vez más clerical, y los seglares
acaban por no tener en ella otro lugar que el muy pasivo de
dóciles fieles; de la pasividad al desinterés el
camino es corto.
Céspedes del Castillo. G. La sociedad
colonial americana, en Historia social y
económica de España y América.
Evangelización
La Iglesia
en América
La obra
espiritual de la colonización. Desde los momentos
iniciales de la conquista, la difusión de la doctrina
católica y el afán evangelizador constituyeron uno
de los fines esenciales de la colonización.
Recuérdese que la Bula Intercaetera dada por el Papa
Alejandro VI en el año 1493, concedió a los
monarcas de Castilla "todas las islas y tierra firme
que descubriesen al occidente" con la obligación de "que
al conquistarlas enviasen allí predicadores a convertir a
los indios idólatras". Este compromiso fue asumido por la
Corona con gran responsabilidad. A tal fin orientó su
acción de gobierno
ultramarino procurando, dentro de lo posible, dar cumplimiento a
los ideales católicos asumidos por el pueblo
español.
Tanto los
reyes como los conquistadores estuvieron sinceramente imbuidos de
la fe cristiana, y aunque no siempre los jefes de la hueste
indiana estuvieron a la altura del mensaje de paz y concordia
propuesto por Cristo, debe reconocerse el notable esfuerzo por
dotar a las empresas
colonizadoras de un sentido espiritual y
evangelizador.
La Iglesia,
como natural guardiana y ejecutora del dogma cristiano,
constituyó un elemento de extraordinaria influencia en el
medio americano. La religión obró
no sólo como reguladora de las costumbres y de las
normas morales
sino también como fuente de la vida social y
cultural.
Los reyes
actuaron en consecuencia, ligando a la Iglesia a todos los
acontecimientos relacionados con la conquista y la
colonización, de ahí la importancia alcanzada por
esta institución, cuya influencia se hizo sentir sobre los
fieles, a veces por encima de los propios funcionarios
gubernamentales. La Iglesia, pues, se hizo presente tanto en los
grandes actos oficiales como en los pequeños de la vida
cotidiana.
A partir del
segundo viaje de Colón la influencia de sacerdotes y
misioneros fue en constante aumento. La oportunidad
histórica que representaba para la Iglesia Católica
el hecho de propagar el catolicismo en las extensas regiones
indianas, fue asumida con responsabilidad y hasta con heroísmo por un
gran número de animosos frailes contagiados por el inicial
espíritu de cruzada que dieron a la empresa
evangelizadora.
El Regio
Patronato Indiano.
Se
denomina patronato al derecho exclusivo del rey para proponer y
presentar a las personas para los oficios eclesiásticos y
otras dignidades y prebendas destinadas a la administración del culto
católico.
Mediante el
pleno ejercicio del derecho de patronato, los Reyes
Católicos se aseguraron, la administración sobre la Iglesia
Católica. Tal derecho les fue reconocido expresamente por
la bula del 3 de mayo de 1493 –Eximiae Devotionis –
expedida por Alejandro VI y confirmada por otra resolución
papal dictada por Julio II el 8 de junio de
1508.
Por la
primera, el pontífice cedió a los Reyes el derecho
de percibir el diezmo para el mantenimiento
de la Iglesia y la evangelización de los indios; y por la
segunda, los monarcas eran reconocidos como patronos de todas las
iglesias del Nuevo Mundo. De ella surgió también la
facultad de nombrar a todos los eclesiásticos. La Corona
se reservaba, además, los siguientes derechos:
- El erigir
nuevas diócesis y cambiar los límites de las ya
existentes. - El percibir
las rentas de los beneficios vacantes. - El autorizar
la erección de nuevas iglesias o monasterios y la
deposición de eclesiásticos por sus
superiores. - Además, todas las bulas papales y cualesquiera
otras comunicaciones emanadas de la Santa Sede,
destinadas a las iglesias de España y América debían, para poder ser
publicadas y entrar en vigor, contar con el pase o
autorización del Consejo de Indias, organismo que se
reservaba asimismo el derecho de revisarlas, y en caso de no
estar de acuerdo parcial o totalmente, de devolverlas a su
lugar de origen, lo cual incluía su
rechazo.
Ningún
clérigo podía pasar a Indias sin la correspondiente
autorización real y las altas dignidades de la Iglesia
–obispos, arzobispos– resultaban de una terna elevada
al pontífice por el Consejo de Indias.
Bajo la
dinastía de los Borbones, y como consecuencia de las
nuevas ideas liberales, surgió entre los juristas
españoles una doctrina nueva: el patronato y la
sumisión de la Iglesia al Estado no
derivaban de una concesión de la Santa Sede, sino que era
la resultante de un derecho inherente a la soberanía de los reyes. Esta doctrina,
mantenida en España, fue invocada por algunos de los
jóvenes Estados emancipados entre ellos la Argentina que se
reservaron el derecho de patronato sobre la Iglesia
Católica dentro de sus territorios.
El
Ejercicio del Derecho de Patronato
"El
Patronazgo de todas las indias pertenece al
Rey"
Por cuanto el
derecho de patronazgo eclesiástico nos pertenece en todo
el estado de
las Indias, así por haberse descubierto y adquirido aquel
Nuevo Mundo, edificado y dotado en él las iglesias y
monasterios, a nuestra costa, como por habérsenos
concedido por bulas de los Sumos Pontífices de su propio
motu, para su conservación y de la justicia que a
él tenemos. Ordenamos y mandamos que este derecho de
patronazgo de las Indias, único e Insolidum, siempre sea
reservado a Nos y a nuestra Real Corona, y no pueda salir de ella
en todo ni en parte, y por gracia, merced, privilegio o
cualquiera otra disposición que diéramos en el
dicho nuestro derecho de patronazgo […] y que ninguna
persona
secular ni eclesiástica, orden ni convento, religión o comunidad de
cualquier estado,
condición, calidad y
preeminencia, judicial o extrajudicial; por cualquier
ocasión o causa, sea osado a entrometerse en cosa tocante
al dicho patronazgo real, ni a Nos perjudicar en él, ni a
proveer Iglesia, ni beneficio, ni oficio eclesiástico, ni
a recibirlo, siendo proveído en todo el estado de
las Indias, sin nuestra presentación, o de la persona a quien
lo contrario hiciere, siendo persona secular,
incurra en perdimiento de las mercedes que de Nos tuviere en todo
el estado de
las indias […]
Ley dictada por Felipe II el 1º de junio de
1574
Organización |
La organización eclesiástica
hispanoamericana estaba dirigida por arzobispos, obispos y
deanes. Subordinados a estas jerarquías se encontraban los
párrocos, que realizaban su acción
evangélica en las parroquias, y los doctrineros, que
actuaban en las reducciones indígenas.
Cada
diócesis, es decir, cada distrito donde ejercía su
jurisdicción un prelado, contaba con un cabildo
eclesiástico encargado de asesorar al obispo y de formar
el tribunal que entendía en los asuntos relacionados con
el fuero eclesiástico encargado de asesorar al obispo y de
formar el tribunal que entendía en los asuntos
relacionados con el fuero eclesiástico.
Los arzobispos
y obispos se encargaban, además, de promover y proponer al
monarca, de acuerdo con el derecho de patronato ejercido por
éste, los candidatos a ocupar las altas dignidades
eclesiásticas.
Los integrantes
del clero regular, o sea los miembros de distintas órdenes
religiosas, realizaban su labor misionera con cierta independencia
de acción pues no dependían directamente de las
jerarquías episcopales; peor su establecimiento en
suelo
americano estaba sujeto al correspondiente permiso emanado de la
Corona. Con el avance de la colonización los miembros del
clero regular, en general con mayor preparación. Fueron
llamados a ocupar los más altos cargos de las
jerarquías eclesiásticas.
Los primeros
arzobispados americanos se crearon en Santo Domingo, México,
Bogotá y Lima. Con la fundación de nuevos
núcleos poblacionales se fueron creando otras
jurisdicciones eclesiásticas para atender las necesidades
religiosas de los pobladores y de los indígenas
convertidos.
La diócesis del Río de la Plata.
En esta
región, el asentamiento de la primera diócesis data
de 1556 y tuvo su asiento en la ciudad de Asunción. En
1570 se instaló la diócesis del Tucumán con
sede en Santiago del Estero (posteriormente trasladada a
Córdoba), en tanto que la de Buenos Aires
comienza a actuar en 1620. Cuando ya llegaba a su término
el dominio
hispánico en la región –hacia 1806– se
creó la diócesis de Salta. Estos cuatro obispados
dependían del arzobispado de Charcas.
La
Inquisición era un tribunal eclesiástico para
castigar los delitos contra la
fe, cuya fundación se remonta a 1218, a raíz de una
resolución del papa Inocencio IV.
El tribunal de
la Inquisición o Santo Oficio, como se lo llamaba
vulgarmente, actuaba en secreto. Sus sentencias, ejecutadas por
autoridades civiles, eran proclamadas en un acto de
fe.
El inculpado
era sancionado con penas de distinta índole y, en casos de
reincidencia (relapsos), podía llegar a ser quemado vivo
en la hoguera, aunque por lo general se le quitaba la vida
primero y luego se incineraba el cadáver sujeto a un
poste.
La
Inquisición fue establecida en España por los Reyes
Católicos y mediante una real cédula expedida por
Felipe II (enero de 1569) se dispuso instituirla en las
Indias.
La primera
sede inquisitorial americana fue la ciudad de Lima,
extendiéndose enseguida a México y
Caracas. En su afán de bregar por la pureza de la fe, el
Santo Oficio indiano se preocupó especialmente de evitar
la infiltración de doctrinas consideradas heréticas
así como la entrada de judíos y protestantes a
quienes se persiguió. Igual rigurosidad se aplicó a
los sacerdotes acusados de inconducta y a los blasfemos. Un
delito bastante
generalizado en América, que también mereció
la persecución inquisitorial, fue la bigamia, pues muchos
españoles alejados de sus hogares volvían a
contraer nupcias en tierras indianas, con lo cual se
hacían pasibles de las sanciones eclesiásticas y
civiles.
Una de las más importantes preocupaciones del
Santo Oficio americano fue la relacionada con la
introducción de libros o
publicaciones registradas en el IndexI , cuya entrada y lectura estaba
estrictamente prohibida. No obstante, fueron abundantes los
permisos especiales otorgados a particulares de notoria solvencia
intelectual y moral para
poder
introducir lecturas vedadas.
En Indias, el
Santo Oficio no aplicó con frecuencia la pena de la
hoguera. Su actuación se hizo sentir obrando como elemento
de presión ante determinadas circunstancias. Sus penas
más frecuentes eran los confinamientos, destierros y
azotes, realizados en medio de aparatosas ceremonias presididas
por autoridades civiles y eclesiásticas.
La
región del Río de la Plata dependió, en
materia
inquisitorial, del tribunal instalado en Lima. En 1754 se
proyectó establecer un Tribunal del Santo Oficio en esta
región, pero el Consejo de Indias no otorgó la
correspondiente autorización. Por tal razón, los
pocos casos sustanciados (no superaron el centenar) estuvieron a
cargo de jueces inquisidores, llegados expresamente de
Lima.
Capítulo
II
Contrarreforma
a
Contrarreforma fue un movimiento que
tuvo lugar dentro de la Iglesia católica apostólica
romana en los siglos XVI y XVII. Intentó revitalizar la
Iglesia y oponerse al protestantismo. Algunos historiadores
rechazan el término porque implica sólo los
elementos negativos del movimiento y
prefieren las denominaciones de Reforma o Restauración
católica. Han resaltado la alta espiritualidad que
animó a muchos de los que encabezaron el movimiento,
que a veces no tenía relación directa con la
Reforma protestante.
Peticiones para la Reforma
El siglo XV se
caracterizó por las exigencias de una reforma de la
Iglesia, como reacción al escándalo del Gran Cisma
de Occidente y para corregir los abusos religiosos. El reformista
religioso italiano Girolamo Savonarola (1452-1498) criticó
con mordacidad la actitud
mundana de su contemporáneo, el papa Alejandro VI. El
llamado movimiento
observantista desarrollado por las órdenes mendicantes
intentó que sus miembros volvieran a una vida más
austera, y humanistas como Desiderio Erasmo de Rotterdarm
trataron de crear alternativas a las estériles
especulaciones de la teología académica. Aun siendo
sinceros estos esfuerzos, durante mucho tiempo no
estuvieron coordinados y no lograron tener un impacto perceptible
en la institución.
Iniciativas para la Reforma
Sólo
cuando Pablo III se convirtió en Papa en 1534 tuvo la
Iglesia el liderazgo que
necesitaba para orquestar esos impulsos en favor de la reforma y
enfrentarse al reto que supuso la aparición de los
protestantes. Una de las iniciativas más importantes de
Pablo III fue nombrar reformadores sinceros como Gasparo
Contarini y Reginald Pole e incorporarlos al colegio
cardenalicio. También impulsó nuevas órdenes
religiosas como los teatinos, capuchinos, ursulinas y en especial
los jesuitas.
Este
último grupo, bajo la
dirección de san Ignacio de Loyola
(1491-1556), estaba constituido por hombres muy instruidos,
dedicados a renovar la piedad a través de la
predicación, la instrucción catecumenal y el uso de
los ejercicios espirituales establecidos por san Ignacio, donde
debía profundizarse en la meditación personal.
Tal vez la
más destacada actuación de Pablo III fue la
convocatoria del Concilio de Trento en 1545 para tratar las
cuestiones doctrinales y disciplinarias suscitadas por los
protestantes. Actuando a menudo en una difícil alianza con
el emperador Carlos V, Pablo III, como muchos de sus sucesores,
no dudó en utilizar tanto medidas diplomáticas como
militares contra los protestantes.
Instrumentos de la
Contrarreforma
Una poderosa
corriente represiva, que empezó hacia 1542, penetró
en el propio catolicismo romano cuando se instituyeron el
Índice de Libros
Prohibidos y una nueva Inquisición. El pontificado de
Pablo IV aportó el más vigoroso apoyo a estas
medidas. En España la Inquisición se
convirtió en un instrumento dependiente de la corona,
usado con eficacia por los
monarcas españoles, en especial por el rey Felipe II para
asegurarse la ortodoxia de sus súbditos y suprimir tanto
la disidencia política como la
religiosa.
Hacia finales
del siglo, en parte bajo la influencia del Concilio de Trento,
apareció en Italia un
grupo de
obispos, celosos por reformar su clero e instruir a su pueblo.
San Carlos Borromeo (1538-1584), de Milán, fue un modelo para
muchos de ellos. El establecimiento de seminarios en muchas
diócesis garantizó un clero honrado en la orden
teológico y moral. En
Roma, san Felipe
Neri (1515-1595) puso música a textos
religiosos y llevó a cabo reuniones informales que pronto
desembocaron en la figura (y el espacio físico) del
oratorio.
Evolución de la
Contrarreforma
En Alemania los
católicos siguieron intranquilos después de la Paz
de Augsburgo de 1555, considerada por muchos como una victoria de
los luteranos. Los sacerdotes formados en Roma regresaron a
su tierra natal
mejor instruidos y con más deseos de llevar a efecto su
labor eclesiástica que sus antecesores. San Pedro Canisio
elaboró un catecismo que intentó servir de
contrapeso al de Lutero, aunque no lo consiguió. Las
tensiones internas, en las que se produjo una destacada
intervención militar en ambos bandos, culminaron en los
horrores de la guerra de los
Treinta Años, que hizo estragos desde 1618 hasta 1648 y
dejó a Alemania
devastada.
Debido a las
guerras de
Religión
en Francia, la
Contrarreforma no tuvo apenas implantación allí
hasta el siglo XVII. La devoción hacia los pobres, como
ejemplificó san Vicente de Paúl y santa Luisa de
Marillac, caracterizó la experiencia francesa. En este
país se prestó mucha atención, al igual que
en Italia, a las
misiones populares que surgieron entre los campesinos. Mientras
tanto, san Francisco de Sales, obispo de Ginebra, publicó
su Introducción a la vida devota (1608) que se
cuenta entre las más populares de todas las obras de la
espiritualidad cristiana.
La
espiritualidad de la Contrarreforma fue militante, encaminada a
la evangelización de los nuevos territorios recién
explorados en el Lejano Oriente y en el norte y sur de América. Semejante entusiasmo se
desplegó en el establecimiento de escuelas confesionales,
donde los jesuitas desempeñaron un destacado papel de
vanguardia. A
pesar del énfasis puesto en el activismo, la
Contrarreforma dio en España dos de los mayores
místicos del cristianismo:
santa Teresa de Jesús y san Juan de la
Cruz.
Concilio de Trento
(1545-1563)
Es el
decimonoveno concilio ecuménico de la Iglesia
católica apostólica romana que, en respuesta a la
Reforma protestante, inició una reorientación
general de la Iglesia y definió con precisión sus
dogmas esenciales. Los decretos del concilio fueron confirmados
por el papa Pío IV el 26 de enero de 1564, y fijaron los
modelos de fe
y las prácticas de la Iglesia hasta mediados del siglo
XX.
Todo el mundo
consideraba necesario, a finales del siglo XV y principios del
XVI, un concilio para reformar la Iglesia. El quinto concilio de
Letrán (1512-1517) fracasó a este respecto y
concluyó sus deliberaciones antes de que se plantearan las
nuevas cuestiones suscitadas por Martín Lutero. Ya en 1520
Lutero subrayó la necesidad de celebrar un concilio para
reformar la Iglesia y resolver las polémicas que
habían surgido. Aunque numerosos dirigentes de ambos lados
se hicieron eco de esta petición, el papa Clemente VII
temía que una reunión de este tipo pudiera
favorecer la idea de que los concilios, en lugar del
pontífice, tenían la autoridad suprema de la
Iglesia. Además, las dificultades políticas
que el luteranismo planteó al emperador Carlos V hizo que
otros gobernantes, y de forma significativa el rey Francisco I de
Francia, se
mostraran reacios a apoyar cualquier acción que pudiera
fortalecer el poder del
emperador, liberándole de estos conflictos.
Pablo III fue
elegido papa en 1543 debido en parte a su promesa de convocar un
concilio. Tras los fallidos intentos de convocarlo en Mantua en
1537 y en Vicenza en 1538, el concilio se inauguró a la
postre en Trento, en el norte de Italia, el 13 de
diciembre de 1545. Con escasa participación al principio y
nunca libre de obstáculos políticos, el concilio
aumentó en número de asistentes y prestigio a lo
largo de las tres fases en que se
reunió.
Primera fase
(1545-1547)
En muchos
aspectos esta primera fase del concilio fue la que tuvo mayor
alcance. Una vez fijadas las numerosas cuestiones de procedimiento, el
concilio abordó los temas doctrinales centrales planteados
por los protestantes. Uno de los primeros decretos afirmaba que
las Escrituras tenían que ser entendidas dentro de la
tradición de la Iglesia, lo que representaba un rechazo
implícito del principio protestante de 'sólo
Escrituras'. El largo y refinado decreto sobre la
justificación, condenaba el pelagianismo, detestado por
Lutero, aunque intentaba al mismo tiempo definir un
papel para la
libertad
humana en el proceso de la
salvación. Esta sesión también se
ocupó con menos tino de ciertas cuestiones disciplinarias,
como la obligación de los obispos de residir en las
diócesis de las que fueran titulares.
Segunda fase
(1551-1552)
Después
de una interrupción, provocada por una profunda
desavenencia política entre Pablo
III y Carlos V, la segunda fase del Concilio centró su
atención en los sacramentos. Esta sesión,
boicoteada por los representantes franceses, fue seguida por
algunos representantes protestantes.
Tercera fase
(1561-1563)
Suspendido por
una declaración de guerra, el
concilio se volvió a reunir para su fase final. En sus
deliberaciones se impusieron cuestiones disciplinarias, para
hacer hincapié en el problema pendiente de la residencia
episcopal, considerado por todas las partes clave para la
ejecución de la reforma. El hábil legado pontificio
Giovanni Morone armonizó posturas opuestas y logró
clausurar el concilio. En 1564 Pío IV publicó la
Profesión de la fe tridentina (por Tridentum, el
antiguo nombre romano de Trento), resumiendo los decretos
doctrinales del concilio. Sin embargo, a pesar de su
duración, el concilio nunca se ocupó del papel del
pontificado en la Iglesia, un tema planteado repetidas veces por
los protestantes. Entre los muchos teólogos que
participaron en el concilio, Girolamo Seripando, Reginald Pole,
Diego Laínez, Melchor Cano y Domingo de Soto fueron los
que desarrollaron una actividad más intensa en las
polémicas.
Significación
Además
de resolver algunas cuestiones doctrinales y disciplinarias
fundamentales para los católicos romanos, el concilio
también impartió entre sus dirigentes un sentido de
cohesión y dirección que se convirtió en un
elemento esencial para la revitalización de la Iglesia
durante la contrarreforma. Los historiadores actuales opinan que
el concilio se interpretó y aplicó en un sentido
más estricto del que pretendieron sus participantes, y
algunos creen que tuvo menos importancia en el resurgimiento del
catolicismo romano que otros factores de naturaleza
más espontánea. No obstante, la designación
de era tridentina para los siglos comprendidos entre Trento y el
concilio Vaticano II, refleja la decisiva trascendencia que tuvo
este concilio en la Iglesia católica
moderna.
Capítulo III
Mención
Histórica sobre las Misiones.
esde el
año 1607 hasta 1767, florecieron en América
del Sur, especialmente en las provincias del Río de la
Plata, reducciones de indios gobernadas espiritualmente y
administradas peor padres de la Compañía de
Jesús.
Estas misiones
cuyo principal asiento en la América del Sur fue el actual
territorio de Misiones, se constituyeron fundamentalmente con
indios Guaraníes y en menor proporción con Lules,
Tobas, Abipones, Mocobíes, Serranos y Pampas,
Guaycurúes y Chiquitos.
Anteriormente,
dichos padres habían ya intentado establecer otras
misiones, sin alcanzar éxito. Sus primeros ensayos se
remontan al año 1585. En esta fecha los padres Francisco
Angulo y Alfonso Barzana, constituyeron algunas reducciones con
indios Savironas, Matarás y Tonocotes, que tuvieron una
vida inestable.
Algunos
años después los padres Tomás Fiel y
José Ortega emprendieron idéntica tarea en las
regiones del Guayrá.
Fue en 1605
cuando, procedente del Perú, llegó al Paraguay el Padre
Diego Torres, acompañado por numerosos misioneros,
quedando constituída dos años más tarde la
Provincia Jesuítica del Paraguay, cuyo
primer provincial fue el P. Torres. Las misiones se iniciaron con
indios Guaycurúes al Noroeste de Asunción, con
Guaraníes al Sur y con Tapes al Nordeste, en la zona del
Guayrá.
El gobernador
Hernandarias, resolvió entregar para el sustento de los
misioneros, a cada dos de ellos la mensualidad que
correspondía a cura párroco en las Indias. Dispuso
además se proporcionase a los Jesuitas los implementos
necesarios para su obra.
Estas
providencias fueron aprobadas por Real Cédula en octubre
de 1611, eximiendo por otra anterior de pagar todo tributo por el
término de diez años a los indios
conversos.
Los primeros en
fundar pueblos estables fueron los misioneros destinados al
Guayrá, José Cataldino y Simón Massetta, a
quienes se unió el beato González después de
dos años entre los Guaycurúes.
Para los
guaraníes fueron destinados los padres Marcial Lorenzana y
Francisco de San Martín, quienes después de
conquistar al cacique Arapizandu, fundaron la primera
reducción en 1609 ó 1610, denominándola San
Ignacio Guazú, a doce leguas del Río Paraná,
sobre su ribera Norte y a unas veinte leguas al Este de las
reducciones Franciscanas que ya estaban instaladas en esos
lugares.
Posteriormente,
el beato González acompañado por el P. Diego de
Beroa, recorrió una extensa zona comprendida entre los
ríos Paraná y Uruguay,
fundando en 1615 la reducción de Itapua o Villa
Encarnación, cuya ubicación definitiva algunos
años más tarde, fue el lugar ocupado hoy por el
pueblo del mismo nombre.
Al mismo beato
González, de notable actividad, se debió más
tarde, en 1620, la fundación de Concepción, San
Nicolás, San Javier y Yapeyú, posterior asiento de
las autoridades misioneras.
Una actividad
no menor se desplegaba en el Guayrá. En el
cuadrilátero formado por los ríos Iguazú,
Paraná y Paranapanema, ya estaban constituídos en
1610 los pueblos de San Ignacio y Loreto, sobre este
último río. Al Padre Ruiz de Montoya se
debió algunos años después la
fundación de las reducciones de San Javier de
Tayatí, Encarnación de Nantiqui, San José de
Tucutí, Concepción y San Pedro de Gualacos, Siete
Ángeles de Tayaoba, San Tomás y Jesús
María.
Félix
de Azara, naturalista, geógrafo y comisario de
límites para las fronteras surgidas del tratado de San
Ildefonso (1777), sostuvo que estos pueblos estaban ya fundados
mucho antes de la llegada de los jesuitas.
El Padre
Francisco Díaz Taño, declaró que en 1652, es
decir cuarenta y dos años después de su
instalación, habían fundado 48 pueblos, de los
cuales 26 destruyeron los "mamelucos", provenientes de San
Pablo.
En cuanto a la
población de estas reducciones, en 1690 se
calculó en 77.646 indígenas, que en 1702 llegaron a
114.599. Decreció esta cifra en 1739, pese al aumento de
pueblos, a causa de una terrible peste. Volvió de
inmediato a subir, alcanzando en 1762 a 102.988
habitantes.
Hay otros
historiadores que sostienen que esta población superó la cifra de 150.000
en los años más florecientes.
Tal es a
grandes rasgos, la mención histórica de las
Misiones Jesuíticas en América del Sur, cuyos
antecedentes históricos, desarrollo,
organización, métodos de
trabajo y luchas, nos proponemos analizar.
Historia de la Compañía de
Jesús.
En 1521 uno de
los vástagos de los señores de Loyola, defensor del
Castillo de Pamplona contra los ataques de las tropas francesas,
cayó herido de una bala de
cañón.
Este hecho tuvo
una importancia extraordinaria al determinar la conversión
del herido y posteriormente la formación de una nueva
milicia: la Compañía de
Jesús.
Ignacio de
Loyola, el herido, fue su fundador y su historia está
íntimamente ligada a la vida de la
Compañía.
Nació en
1491. Convertido a Dios mientras convalecía de sus
heridas, su primer ideal fue de austera penitencia y humildad;
ideal que comenzó a practicar con disciplinado fervor en
la ciudad de Manresa, donde se encuentra el primer germen de la
Compañía.
"Pedía
limosna cada día; no comía carne, ni bebía
vino aunque se lo diesen."
Celoso por
lograr la salvación de las almas y por obtener su
conquista espiritual, comienza a buscar
adeptos.
Su primer
compañero fue Pedro Fabro, nacido en 1506. Alma
cándida y piadosa, poseía una alta filosofía
espiritual, siendo inmediatamente reconocido por sus
méritos.
El segundo de
sus compañeros fue Francisco Javier. En un principio se
manifestó reacio a las insinuaciones del santo, pero
posteriormente ganado por éste, se transformó en
uno de los más grandes santos de la iglesia, llegando a
ser el príncipe de los misioneros.
Se unieron
también a San Ignacio, Diego Laínez y Alfonso
Salmerón, dos jóvenes españoles de gran
talento, Simón Rodríguez, que era portugués
y Nicolás Alfonso apodado Bobadilla, nombre del lugar
donde naciera.
Todos estaban
resueltos a ir a Jerusalén, donde iniciarían una
santa cruzada por la conquista espiritual de las almas y si
allí no era posible, donde lo indicara el Romano
Pontífice.
A este grupo se
unieron en 1536, Claudio Jayo, saboyano; Juan Coduri, provenzal;
y el francés Pascasio Broet.
Estos diez
fueron el primer núcleo de la futura
Compañía.
Nació
ésta en un momento decisivo para la humanidad. Grandes
acontecimientos se destacan en este período que conmueven
la vida de los pueblos.
Termina una
época se inicia una nueva era. En 1492, Cristóbal
Colón, navegante atrevido y audaz se lanza a la conquista
de tierras ignoradas y descubre un nuevo mundo que está
destinado al gran imperio español.
Seis
años después, en 1498, llegaba también a las
Indias un navegante portugués, Vasco de Gama y ambos
países rivalizan en la conquista de las nuevas
tierras.
Unidos en 1496
los reinos de Castilla y Aragón con el enlace de Isabel,
la reina prudente, y Fernando, hábil político, se
agigantó el brillante porvenir del reino ibérico,
aumentando su autoridad y su fuerza.
Pero en medio
de estos descubrimientos que acrecentaban el poderío de
las monarquías ibéricas y de la iglesia, un monje
sajón, Lutero, levantó en 1517 la bandera de la
rebelión, incitando a la reforma religiosa, negando la
autoridad del Papa, sembrando por doquier la llama de la
discordia. Esta rebelión dio origen a una lucha denodada
en contra de los reformistas y en defensa de la Iglesia, que fue
encabezada por Carlos V.
La
Compañía de Jesús, se inicia por lo tanto
como una poderosa auxiliar de la Iglesia Católica en la
lucha contra los males de la época: Barbarie en el Nuevo
Mundo. Herejía en el Viejo Mundo.
La
Compañía se extiende por doquier, en las inmensas
tierras descubiertas por Colón, y en las regiones abiertas
al Viejo Mundo por Vasco de Gama. Se instala también en
las naciones católicas donde se arraiga
firmemente.
Penetra en
forma cautelosa en los países rebeldes a ambos lados de la
Mancha, de los Alpes y del Mosa.
La Bula de
1540, dio vía jurídica a la Compañía
de Jesús. Ésta debía tener como objetivo la
ayuda de las almas en la vida, la enseñanza cristiana y
demás ministerios espirituales, en los lugares y en las
misiones que determinara el Pontífice.
En 1544, es
cuando por primera vez se dio el nombre de Jesuitas a los
miembros de la Compañía.
En una carta de San
Pedro Canicio al beato Pedro Fabro, en 1545, le daba a entender
que este nombre era un remoquete. "Continuamos en nuestro
instituto a pesar de la envidia y detracciones de algunos que nos
han dado el nombre de jesuitas."
Fue
después que el Concilio de Trento sancionó y
autorizó el nombre de jesuita, cuando éste
comenzó a generalizarse entre los católicos para
referirse a la Compañía de
Jesús.
También
se llamó Teatinos a los miembros de la
Compañía, confundiéndoles con la Orden
fundada por San Cayetano conjuntamente con Juan Pedro Carafa,
obispo Teatino.
Ambas
Órdenes nacidas casi simultáneamente, eran
confundidas por la semejanza en el vestido, en los ministerios,
etc.
En Italia se
dejó muy pronto de llamarlos en esta forma, pero en
España se los siguió denominando Teatinos durante
los siglos XVI Y XVII, degenerando posteriormente en un
apodo.
La
Compañía de Jesús, tuvo desde su origen una
actuación triunfal en los países cristianos. Se
estableció en España, en Portugal, Bélgica,
Francia,
Alemania,
Inglaterra.
Constituida en
sociedad
religiosa por la Bula Pontificia, debía elegirse un
superior que le diera fuerza y
unidad.
Todos los votos
fueron en favor de Ignacio, "nuestro antiguo superior y verdadero
padre" como decía Javier. Ignacio coronaba su obra, con la
emisión de la profesión solemne de votos religiosos
que se verificó en la Basílica de San
Pablo.
La
"mínima" compañía, como él
solía llamarla, desarrolló desde su constitución una actividad
extraordinaria.
Su
número de adeptos crecía constantemente. Muchos de
éstos eran jóvenes que no habían terminado
sus estudios eclesiásticos, siendo reunidos dentro de la
Orden de colegios.
Éstos
eran en un principio casas de estudio para la formación de
los jóvenes religiosos. Poco a poco se amplió este
campo primitivo, hasta llegar a la apertura de escuelas
eclesiásticas y auxiliares primero y luego para las letras
profanas, teniendo como norte la educación cristiana
de la juventud.
En Roma tenía
la Orden dos sedes. Una llamada "de Jesús", era la casa
profesa. La otra de formación literaria, el Colegio
Romano.
En
España la Compañía fue establecida por
Francisco de Villanueva con la ayuda de Pedro Fabro.
Posteriormente, éste, que conjuntamente con Antonio
Aráoz conquistaron el aprecio de la Corte instalaron un
Colegio en Valladolid. Ya se habían comenzado los de
Valencia y Gandía, creándose también los de
Barcelona, Zaragoza, Madrid y Salamanca.
En
España la Compañía se inició con gran
éxito. En cambio en
Francia y
Portugal su instalación sufrió grandes
obstáculos.
El
pequeño grupo que
constituía la Compañía en estos dos
países debía actuar en condiciones muy
difíciles. El Obispo les prohibió predicar y la
facultad de Teología por medio de un decreto
condenó sus actividades, originando un plebiscito en favor
de la Compañía.
En Alemania se
instaló el beato Pedro Fabro que trabajó
incansablemente confortando a los católicos y sosteniendo
la autoridad del Papa.
A Inglaterra fueron
dos compañeros de San Ignacio, Broet y Salmerón con
la misión de
Nuncios Apostólicos. De allí se trasladaron a
Irlanda y se proponían pasar a Escocia, pero fueron
condenados y perseguidos, siendo llamados por el
Papa.
Es así
como la Compañía apenas iniciada su
actuación, penetraba en los países del
protestantismo.
Muerto el
fundador de la Orden, fue elegido para gobernarla, el padre Diego
Laínez. Sencillo y activo, dio gran impulso a la
Compañía, que se desarrolló especialmente en
España.
Contribuyó muy eficazmente a su feliz
desenvolvimiento el Papa Pío IV que se declaró
protector de la misma. Entre otros favores concedidos por
éste, uno de los más importantes fue el de conferir
grados académicos en filosofía y teología al
Colegio Romano, confiando además tareas de gran
importancia a los miembros de la Compañía, entre
otras la de intervenir en el Concilio de Trento, honor que
dispensó al Padre Laínez.
La actitud del
Papa Pío IV aumentó el prestigio de la
Compañía, acreditando la labor de su director y
dando lugar a que el Concilio aprobara y continuara la
Orden.
Fallecido el
Padre Laínez, fue elegido Francisco de Borja para
gobernarla.
De corazón
noble y generoso, durante su dirección se amplió enormemente el
campo del apostolado. América abría grandes
perspectivas a los nuevos misioneros. Primero se dirigieron al
Brasil,
después a México y
Perú.
Muerto
Francisco de Borja, fue elegido vicario de la Orden Juan Alonso
de Polanco. Durante su dirección su suscitó una fuerte
campaña entre los portugueses e italianos contraria a los
españoles que predominaban en número y se los
consideraba como demasiado severos. Consiguieron mediante esta
campaña que Gregorio XIII prohibiese la designación
de un nuevo español para gobernar la
Compañía.
Electo el
flamenco Everado Mercuriano, engrandeció la Orden.
Mercuriano concluyó el libro
comenzado por Borja sobre las "Reglas de la
Compañía". Constituyó misiones entre los
infieles y herejes como las de Inglaterra,
India,
Japón y China, y entre
los maronitas del Líbano.
Siguió a
Mercuriano en la dirección de la Compañía, el
padre Claudio Acquaviva que la gobernó durante treinta y
cuatro años.
Acquaviva,
espíritu juvenil y activo dio un formidable impulso a la
Orden, superando infinidad de dificultades de orden interno y
externo.
Impulsó
notablemente los estudios eclesiásticos y particularmente
la teología positiva. Asimismo fomentó el uso de la
oración y práctica de los ejercicios
espirituales.
Debió
combatir los ataques contra la Compañía que se
habían iniciado durante la dirección de Mercuriano
y que ahora aumentaban.
La
agitación comenzó en España, especialmente
en las provincias de Castilla y Toledo. Se atacaba duramente la
autoridad del gobernador de la Orden, que pretendían
disminuir, y como no lograban que fuera español quien la
dirigiera, pedían que se designara un comisario de la
misma en España, con tan amplios poderes que he hecho
independizaban su acción.
Apoyados por le
rey y la Inquisición, presionaron al Papa Sixto V para que
reformara la Compañía en
España.
Muerto Sixto V,
fue designado Sumo Pontífice Gregorio XIV, quien
apoyó calurosamente la actuación de la Orden,
revocando algunas resoluciones de su antecesor, contrarias a la
misma.
El rey de
España que alentaba la campaña de los descontentos,
logró que se juzgara la labor del padre Acquaviva por
orden del nuevo pontífice Clemente VIII que cedió a
su pedido.
La conducta del
gobernador de la Orden fue ampliamente aprobada. Se dictó
un decreto condenando severamente a los descontentos y
perturbadores. La autoridad del padre Acquaviva, que fue objeto
de posteriores ataques, y la de la Compañía,
salieron robustecidas de este juicio.
Para sucederlo
fue a su muerte Mucio
Vitelleschi, cuya actuación fue secundada con todo
cariño por los cuatro Papas que se sucedieron durante ese
período, Paulo V, Gregorio XV, Urbano VIII e Inocencio
X.
Fue durante la
dirección de Vitelleschi cuando se celebró
jubilosamente, el 15 de noviembre de 1639, el primer centenario
de la fundación de la
Compañía.
La Orden
continuará ampliando su obra. En España se abrieron
dieciocho nuevos colegios, creándose otros en el
Perú, México,
las islas Filipinas, Nueva Granada y Paraguay.
Durante este
período, tomó gran incremento el movimiento
científico y literario.
El padre
Vicente Carafa ocupó la dirección de la Orden
después de la muerte de
Vitelleschi. En 1648 durante la carestía que sufrió
Roma, se
dedicó a facilitar alimentos a
millares de pobres, muriendo a consecuencia de la peste que
sucedió a la carestía.
Su continuador
en la jefatura de la Compañía fue Francisco
Piccolomini que se dedicó especialmente a la
formación de novicios y jóvenes
alumnos.
Después
de Piccolomini, fue elegido Alejandro Gottifredi, quien
falleció antes de poder ocupar su cargo, siendo
inmediatamente designado el padre Gosvino Nickel cuya
elección contribuyó a la conversión de la
reina Cristina de Suecia.
Debido a la
avanzada edad del padre Nickel, fue designado vicario general de
la Compañía el padre Pablo Oliva, pasando a ocupar
la dirección de la Orden al morir
aquél.
Se
dedicó especialmente a fomentar las ciencias
físicas y matemáticas y las lenguas orientales.
Durante su vida aumentaron notablemente los colegios, casa
profesas y misiones de la
Compañía.
La influencia
de ésta crecía y la autoridad de los jesuitas se
afianzaba como resultado de la estima que se tenía por sus
maestros, en las escuelas por ellos dirigidas, por sus literatos
y sabios, y especialmente por sus misioneros y
mártires.
A pesar de
esto, en España la Orden sufrió las consecuencias
del decaimiento general de la nación, hasta llegar a su
total decadencia durante el reinado de los últimos reyes
de la casa de Austria.
En la primera
mitad del siglo XVIII, volvió a renacer la
Compañía en ese país.
El padre Carlos
de Noyelle, asumió el mando de la Orden al fallecer Pablo
Oliva y debió luchar como lo había hecho
éste contra el espíritu de la
época.
Tirso
González de Santalla, elegido director por
indicación del papa Inocencio XI, fomentó
considerablemente las misiones de Ultramar, afrontando asimismo
las luchas de los enemigos y rivales de la Compañía
que arreciaban su campaña contra la
misma.
Sucedió
al padre Tirso, Miguel Ángel Tamburini que tuvo que sufrir
los violentos ataques de los jansenistas, orden religiosa que
sostenía teorías
contrarias a las de los jesuitas, sobre todo después de
haber sido condenado su jefe Quesnel.
Francisco Retz,
elegido posteriormente por unanimidad gobernador de los jesuitas,
recomendaba a éstos para defenderse de sus enemigos, gran
reserva en el hablar y serenidad al escribir.
Esta conducta no fue
tenida en cuenta por los enemigos de la Orden, jansenistas,
masones e incrédulos, que intensificaban especialmente en
Francia, los
ataques contra los jesuitas.
Bajo su
dirección, fueron ampliados, de acuerdo al gusto de la
época, los estudios históricos, las matemáticas y las ciencias
modernas.
Muerto el padre
Retz, ocupó su puesto Ignacio Visconti que tuvo que
afrontar las más serias calumnias contra la
Orden.
El Portugal
primero, en Francia, España e Italia
posteriormente, se desencadenó una intensa campaña
contra ellos. Se les acusó en Portugal de promover
revoluciones y de haber fundado un reino jesuítico en el
Paraguay. En
Francia los jansenistas y volterianos los atacaron violentamente.
En España e Italia se llevaba una seria campaña
para lograr su disolución.
Este clima de violencia, de
luchas y amenazas, obligó al Papa en 1773 a disolver la
Compañía para lograr el restablecimiento de la paz
católica.
A pesar de
todo, ésta no fue totalmente aniquilada. En Rusia la reina
Catalina y en Prusia Federico II, impidieron su supresión,
viviendo en esos países con el consentimiento de Clemente
XIV y Pío VI.
Al fallecer
Visconti, lo sucedió el Padre Luis Centurione y a
éste Lorenzo Ricci.
El primero
severo, y tímido el segundo, se esforzaron ambos por
defender a la Orden de los ataques que amenazaban
aniquilarla.
Animaron a la
Compañía para que no decayera su espíritu
religioso y para mantenerse firmes ante el clima de rencor y
de calumnias que la rodeaban.
El
período en que gobernó el padre Ricci fue muy
doloroso para la Orden. Las misiones de Portugal, del Brasil y de las
Indias Orientales comenzaron a declinar, después de la
decadencia de las que actuaban en Francia, España, Parma y
Sicilia. A esto siguió la orden de destrucción
total de las misiones, deteniéndose al padre Ricci que
murió en la cárcel del castillo de Sant Angelo en
noviembre de 1775.
El cardenal
Hergenroether, al narrar la supresión de la
Compañía, dice: "Por la notoria laboriosidad de sus
hijos, había obtenido gran difusión en todos los
países católicos y una singular eficacia."
"Pero no le
faltaban enemigos poderosos: los protestantes de todas las
confesiones, los jansenistas, los miembros de los Parlamentos
gobernados por ellos y los doctores de la Sorbona en Francia, los
hombres de Estado
adversos a los derechos del Papa, además personas doctas
celosas de la fama de la Compañía, religiosos de
otras órdenes, literatos, gente de mundo, librepensadores
conjurados contra el presente orden del Estado y de la
Iglesia."
"Se acusaba a
los jesuitas de moral
relajada, de abuso en las confesiones, de acaparar dominio y
poderío temporal, de intervenir en la política, de no
obedecer a los mandatos de los Papas, de despreciar a los
obispos, de orgullo, de codicia y muchas otra
acusaciones."
"Pero todas
éstas fundadas en casos particulares en parte exagerados,
en parte inventados y muy pocas veces
verdaderos."
Pasada la ola
revolucionaria que convulsionó a las naciones del Viejo
Mundo, el papa Pío VII, resolvió "restituir en el
mismo estado antiguo y en todo el orbe católico a la
Compañía, fue electo el padre Luis
Fortis.
La Orden
resurge con nueva vida y toma gran impulso,
desarrollándose vigorosamente bajo la dirección del
P. Juan Rootham, que sucedió al Padre Luis
Fortis.
Las antiguas
Misiones de ultramar se abrieron nuevamente en una nueva
época de prosperidad.
Después
de las direcciones del Padre Beckx, durante treinta años y
del P. Andrledy, surge la figura del padre Luis Martin, quien
impulsó los estudios históricos a base de una seria
investigación y de una severa
crítica.
A su muerte, el
Padre Francisco Javier Wernz que lo siguió en el cargo,
fomentó la formación intelectual de los jesuitas,
aumentando notablemente la labor de la Compañía,
especialmente en España, Estados Unidos y
Alemania. Pero
en cambio en
Portugal, eran objeto de una seria persecución, se
abolía su residencia en Lisboa, sus casas eran asaltadas,
y sus miembros perseguidos.
En 1715
correspondió dirigir los destinos de la orden al P.
Wladimiro Ledochowski.
A través
de toda esta vida azarosa, de triunfos y persecuciones, la
Compañía tuvo la capacidad de ponerse de acuerdo
con su época, explicándose en esta forma su
éxito sorprendente. Constituyó desde sus comienzos
una tendencia moderna de la iglesia, que conjugó una
intransigencia absoluta con un sagaz espíritu de
adaptación al mundo exterios.
Mientras que
otras órdenes fundadas casi al mismo tiempo, como la de
los Teatinos, y la de los padres del Oratorio permanecieron
estacionadas, la de los Jesuitas alcanzó
rápidamente un éxito
extraordinario.
Predominaba en
ellos la razón y el examen, sobre el sentimiento, y
abundaban los hombres de ciencia.
Significaron en
el seno de la Iglesia un factor de progreso, representando una
corriente moderna, inflexible en el dogma, pero adaptable a la
realidad, hábiles y observadores.
Capítulo IV
El territorio de misiones
Sus características
l territorio
donde habría de constituirse el centro del imperio
jesuítico en América del Sur, parecía dar
realidad a las leyendas
fabulosas que en España y Portugal habían circulado
sobre el Nuevo Mundo, al cual se suponía tierra
cubierta de fantásticas riquezas fácilmente
arrebatables.
El actual
territorio de Misiones se abría dócil y generoso a
los conquistadores. El clima era
agradable y el acceso nada difícil. Las proporciones de
bosques, llanura y ríos eran ideales. Tampoco
ofrecían mucha resistencia sus
naturales.
Hernán
Cortés, en México,
quemó sus naves y se lanzó a la conquistado un
imperio guerrero y dispuesto a defender su suelo.
Decidió morir triunfar. Los conquistadores del Perú
también debieron enfrentar un imperio poderoso que
luchó por su suelo y sus
riquezas.
El centro del
futuro imperio jesuítico, limitado por la actual laguna de
Iberá, en la provincia de Corrientes y los ríos
Uruguay,
Paraná y Miriñay, es decir, casi exactamente el
actual territorio de la gobernación de Misiones, se
presentaba acogedor, libre casi de enemigos, como tierra de
ensueño. No era necesario ni quemar las naves ni tampoco
afilar las armas en
exceso.
Su suelo está
constituido por un vasto derrame de basalto y otros dos productos que
le dan sus características particulares: un ocre
ferruginoso, oxidable al contacto con el aire, que toma el
tono colorado de la arcilla y que ha dado a Misiones el renombre
de su suelo rojo, y un
conglomerado que se puede extraer en bloques regulares, conocido
popularmente con el nombre de "piedra tacurú", por ser
semejante con la estructura de
los grandes hormigueros que tienen este nombre.
En los
ríos se hallan cantos rodados en los que predomina el
cuarzo cristalino. Se suelen hallar también cantos de
cornalinas y calcedonias, provenientes del Brasil, que
debieron efectuar un largo recorrido para llegar a esas regiones.
Las aguas son dulces, faltando casi por completo la
sal.
Ese mismo ocre
ferruginoso que da al territorio de Misiones su color rojo, es el
que forma el suelo de la gran selva americana. De gran
permeabilidad, absorbe las aguas y facilita la rica
vegetación de la zona. Las lluvias alcanzan a dos metros
anuales y a tres algo más al norte.
El aspecto no
podía ser más hermoso y tentador para la
instalación de colonias, como las que habrían de
fundar los jesuitas.
Contrastando
con la lista uniformidad de buena parte de nuestro territorio, el
suelo es generalmente ondulado, alcanzando en la Sierra
Imán, que la atraviesa corriendo paralela al curso de sus
dos ríos, alturas de 750 metros.
El bosque no es
continuo, pero tan profundamente espeso que su centro está
despoblado. La vegetación es tan impenetrable que ni los
animales se
aventuran. La luz está
sólo en lo alto y en su busca van los árboles
elevándose a grandes alturas.
Leopoldo
Lugones, en su libro sobre
las Misiones Jesuíticas que escribiera por encargo del
Gobierno
nacional, dice de esta región: "Los escasos claros,
redondeados por la expansión helicoidal de los ciclones o
las sendas que cruzan el bosque, permiten distinguir sus
detalles. Admirables parásitas exhiben en la
bifurcación de los troncos, cual si buscaran el contraste
con su rugosa leña, elegancias de jardín y frescura
de legumbres.
Las
orquídeas sorprenden aquí y allá con el
capricho enteramente artificial de sus colores; la
preciosa "aljaba" es abundantísima, por ejemplo.
Líquenes profusos envuelven los troncos en su lana
verdácea. Las enredaderas cuelgan en desorden como los
cables de un navío desarbolado, formando hamacas y
trapecios a la azogada versatilidad de los monos; pues todo es
entrar libremente el sol en la
maraña y poblarse ésta de salvajes
habitantes.
Abundan
también los frutos y en su busca vienen a rondar al pie de
los árboles el pecarí porcino, la avizora paca, el
gutí, de carne negra y sabrosa, el tatú bajo su
coraza invulnerable, y como ellos son cebo s su vez, acuden sobre
su rastro el puma, el gato montés elegante y pintoresco,
el aguará con piel de lobo;
cuando no, el jaguar, que a todos ahuenta con su sanguinaria
tiranía.
"Bandadas de
loros policromos y estridentes se abaten sobre algún
naranjo entre la inculta arboleda; soberbios colibríes
zumban sobre las azahares que a porfía compiten con los
frutos maduras; jilgueros y cardenales cantan por allá
cerca; algún tucán precipita su oblicuo vuelo, alto
el pico enorme en que resplandece el anaranjado más bello;
el negro ‘"yucutoro" muge, inflando su garganta que adorna
roja gundola; y en la espesura, amada de las tórtolas,
lanza el pájaro campana su sonoro
tañido.
"Haya en las
cercanías un arroyo y no faltarán los capivaras,
las nutrias, el tapir que el menor amago se dispara como una bala
por entre los matorrales, hasta azotarse en la onda salvadora; el
venado, nadador esbelto; cloqueará con carcajada
metálica la chuña anunciadora de tormentas;
silbarán en los descampados las perdices y más de
un yacaré somnoliento yglotón, sentará sus
reales en el próximo estero.
"En el suelo
fangoso brotarán los helechos, cuyas elegantes palmas
alcanzarán metro y medio de desarrollo,
ora alzándose de la tierra, ora
encorvándose al extremo de un tronco arborescente, con un
simetría de quitasol. Tréboles enormes
multiplicarán sus florecillas de lila delicada; y la
ortiga gigante, cuyas fibras dan seda, alzará hasta cinco
metros su espinoso tallo que arroja a la punción un chorro
de agua
fresca.
"Por el faldeo
y las cimas, la vegetación arbórea alcanza su
plenitud en los cedros, urundayes y timbúes gigantescos.
El follaje es de una frescura deliciosa, sobre todo en las
riberas, donde un verdadero muro de altura uniforme y verdor
sombrío, que acentúa su aspecto de seto hortense
sobre el cual destacan las tacuaras su panoja, en penachos de
felpa amarillenta que alcanzan ocho metros de elevación;
descollando por su elegancia entre todos esos árboles ya
tan bellos, el más clásico de la región, la
planta de la yerba, semejante a un altivo
jazminero.
"Reina un
verdor eterno en esas arboledas y sólo se conoce en ellas
el cambio de
estación cuando al entrar la primavera se ve surgir sobre
sus copas las más eminentes de algún lapacho,
rugoso gigante que no desdeña florecer en risa, como un
duraznero, arrojando aquella nota tierna sobre la tenebrosa
esmeralda de la fronda".
Y más
adelante, prosiguiendo con la descripción de esa naturaleza
esplendorosa, dice Lugones: "Serrezuelas entre las cuales corren
abocinados arroyos clarísimos, que acaudalan con violencia a
casa paso las lluvias, figuran en el paisaje como un verdadero
adorna formando por enormes ramilletes. Los pantanos nada tienen
de inmundos, antes parecen floreros en su excesivo verdor
palustre. Los naranjos, que se han ensilvecido en las ruinas,
prodigan su balsámico tributo de frutos y flores, todo en
uno. El más insignificante manantial posee su marco de
bambúes; y la fauna, aun con
sus fieras, verdaderas miniaturas de las temibles bestias del
viejo mundo, contribuye a la impresión de inocencia
paradisíaca que inspira ese privilegiado
país.
‘’Reptiles numerosos, pero mansos, causan
daño apenas; los insectos no incomodan sino en el corazón
del bosque; hasta las abejas carecen de aguijón y no
oponen obstáculo alguno al hombre que las
despoja o al hirsuto -"tamandua" que las devora con su
miel."
En cuanto a la
temperatura,
es la de un eterna primavera algo
cálida.
El suelo, pese
a su riqueza, carece de humus, tierra vegetal, excepto en agostas
franjas paralelas a los arroyos y en algunos lugares, en forma
muy limitada, en los bosques.
Esta falta de
humus determina escasez en los pastos y dificulta la cría
de ganado, no solamente en invierno sino también en
verano. A este factor adverso se agrega la falta casi absoluta de
sal que facilita entre los animales la
propagación de la sarna, de la tuberculosis y de
afecciones intestinales.
En maderas,
Misiones es de riqueza extraordinaria. En cuando a los cereales,
los jesuítas cultivan trigo en cantidad suficiente para su
consumo y el
maíz arrojaba dos cosechas anuales. También
iniciaron con éxito el cultivo del arroz, no faltando
algodón, caña de azúcar, que crecía
pródigamente, tabaco que
abundaba y naranjos que eran la fruta peculiar.
En cuanto a
minerales,
además de la piedra "tucurú" utilizada en la
construcción, los jesuitas hallaron
cobre y en las
sierras de Imán hay hierro. Lo que
ha permanecido aún en el mundo del secreto es de
dónde extraían dichos misioneros la cal con
qué blanqueaban sus edificios, ya que este mineral no
existe en esa región.
Entre las
muchas suposiciones está la de que empleaban la
"batatunga", un ocre blanquezco que abunda en el Brasil o que la
extraían de caracoles blancos que molían, o bien
que la importaban de Buenos Aires. Es
también probable que los jesuitas hubiesen descubierto
alguna cantera, cuyo paradero permanece oculto.
Pero una de las características de la región en
cuanto a su riqueza vegetal es la existencia de la yerba mate,
desconocida para los europeos. Oigamos al Padre Jesuita Lozano, uno de
los cronistas de la época, la descripción de este
vegetal, así como del trato inhumano que recibían
los indios:
"Si se mira
a la fertilidad que reina, sobresale entre todos los
árboles el que produce la yerba que se llama
comúnmente del Paraguay, el cual
es tan propio de estas provincias que no se hallan en otra
alguna; bien que no falta quien diga que se da en otras
provincias de América, pero que no goza sus virtudes,
porque el milagro por donde se le comunicaron a este
árbol, de que hablaré después, no se
extiende fuera de las del Río de la
Plata.
"Pero sin
atender a milagros que en toda buena filosofía no se
admiten sin forzosa y urgente necesidad, más fácil
fuera decir que aunque se halle en otros países no tienen
sus virtudes, porque no concurren allí algunas causas
naturales, con o la constitución del cielo o la calidad del
terreno, porque a veces las adquieren en las plantas,
más por el lugar donde nace que por la especie de que son,
variando tanto por estas razones, que lo que en Persia fue mortal
veneno, trasplantado a España e Indias es gustoso y
saludable alimento.
"Son
árboles bien altos, frondosos y gruesos; la hoja es algo
gruesa, muy verde y en figura aparece una lengua. El
modo de hacer la yerba es cortar los ramos y poniéndolos
sobre zarzos lo tuestan a fuego lento; muelen las hojas tostadas
a fuerza de
brazos, en unos hoyos que abren en la tierra y
aforran con cueros, en todo lo cual, es tal el trabajo de
los indios, que se resuelven en sudor, porque perseveran todo el
día entero en continua acción, muy faltos de
alimento, pues no prueban en todo el día el que les ofrece
su ventura en algunas frutas silvestres y cuando a la noche cenan
tienen tan corto reposo, que dentro de cuatro horas les obligan a
levantarse para trasegar a hombros la hoja molida a otros sitios,
donde se forman los zurrones de cuero en que se conducen a otras
provincias.
"Llamamos a
esta penosa labor beneficio y cierto que no sé por
qué, pues en el dueño no lo es no lo es porque
generalmente es su suerte cual la de los mineros de Potosí
y otras partes, que enriqueciendo el mundo con sus afanes y
sudores, son por lo común la gente más pobre,
cargada de deudas que no les deja convertir en propia sustancia
su trabajo. De los indios mucho menos, porque es el medio
más idóneo que pudieran haber discurrido los
tiranos para destruir el género humano a la nación
miserabilísima de los indios. Era la provincia del
Paraguay la más poblada de naturales que se había
descubierto en la Indias, y hoy está casi desierta, que
apenas se hallan sino los de las Misiones que están a
cargo de Jesuitas.
"Es ida y
vuelta y trabajo de los yerbales suelen emplear los indios
dieciséis meses o cuando menos un año; el
afán es allá continuo, sin interrupción aun
en los tiempos que el sol más
abrasa que calienta; el alimento tenue y de poca sustancia por lo
que perecen tantos que afirma el venerable padre Antonio Ruiz de
Montoya que vio por aquellos bosques osarios bien grandes de
indios que dieron por allí, sin ningún alivio, fin
a sus desdichas. Con tan larga ausencia no les queda tiempo para
atender a sus casa, hacer sus sementeras y criar sus hijos; no
pueden cobrar amor a sus
consortes y muchísimos desamparan de una vez sus pueblos y
se huyen a provincias distantes o entre infieles, para no
experimentar tan pesado yugo; de donde los pueblos se fueron
disminuyendo de tal forma que hoy desmerecen el
renombre."
En lo que
respecta al resto de la vegetación, este mismo misionero
menciona la riqueza en árboles, entre los cuales cita el
cedro, los palmares, el palo blanco, el ceibo, el guayacán
o palo santo, los pinos llamados por los indígenas
"curiy", el árbol del copal denominado "anguai" y por sus
virtudes curativas ïbirá-paye", es decir árbol
de los hechiceros, el molle o mulli, cuya fruta madurada los
indios echaban en su bebida, el árbol de la goma, el
laurel, el paraparay, el mamón, cuya fruta sabrosa alcanza
el tamaño de un melón.
La
imaginación que estas tierras despertaba en los europeos
se pone de manifiesto cuando este cronista sostiene la teoría,
sólo posible en aquella época, por el
desconocimiento exacto del origen de las especies animal y
vegetal, que de la flor del palo santo nacían unas
mariposas que eran sus frutos, las cuales al sentir cercano su
fin, "se aferran a la tierra
introduciendo por ella sus piececillos que con facilidad se
convierten en raíces y por las espaldas, entre las
junturas de las alas, empieza a brotar el retoño, como
otro cualquiera de su propia semilla. Va creciendo y de
raíz tan débil va formándose un árbol
robusto y muy alto, cosa verdaderamente digna de
admiración para alabar al autor de la naturaleza, que
de una mariposa inútil que lleva el aire, sabe
levantar un árbol tan duro, fuerte y
provechoso".
No menos
fértil es su imaginación cuando habla de las
serpientes. Se refiere en primer término a una que llama
"curiju", a la que atribuye la posibilidad de tragarse un venado
entero, sin masticarlo. Da también crédito
a las fábulas de los naturales de que renacen de sí
mismas, seguramente engañado por el cambio de la
piel que
sufren estos animales.
Ruiz
Díaz de Guzmán, otro cronista de la época,
sostiene haber visto una serpiente de veinticinco pies de largo,
gruesa en su parte media como un novillo. El mismo Padre Lozano
decía que existían culebras que se comían a
los hombres, y pone como testigo al padre Ruiz de Montoya, quien
afirma haber visto a una de ellas comerse un indígena cuya
estatura era de dos varas (cada vara mide 83,5
centímetros) y vomitarlo al otro día entero, pero
con los huesos tan
quebrantados como si lo hubiese molido. Cuando se refiere a los
yacarés, afirma que tienen cuatro ojos.
Los
Habitantes
Costumbres y Características
Esta zona rica
en vegetales y animales, de
clima benigno,
de aguas dulces y abundantes, estaba habitada por indios
guaraníes, agrupados en diversas tribus de costumbres
comunes.
Usaban barbote
embutiéndose en el labio inferior cuñitas de
madera o
cristal de cuarzo, se cortaban una falange de los dedos por cada
pariente muerto, enterraban a sus deudos con la cabeza
sobresaliente del suelo y cubierta por un tazón de barro.
En materia
religiosa adoraban al sol y a la luna, a los que creían
unidos en ‘vinculo nupcial.
Es probable
que estas tribus que tenían costumbres y lenguaje
semejante, eran restos de una raza guerrera, en disolución
en la época de la conquista. De estas tribus las que
habían emigrado al norte y mando contacto con la
civilización incásica, sufrieron su influencia
moderadora y adquirieron algunas de sus
costumbres.
La benignidad
del clima, la
calurosa primavera casi permanente, les permitía ir
desnudos. A veces llevaban un casquete adornado con plumas,
así como pulseras. Las mujeres usaban un delantalillo y
pendientes.
Los guerreros,
como símbolo de su categoría, se pintaban el cuerpo
con tinturas de tabatinga y almagre y usaban collares de
uñas o dientes de animales
salvajes.
Sus armas eran el
arco y la flecha. También usaban la "macana", pesado
garrote que se solía incrustar con trozos agudos de
piedras, convirtiéndola en arma aún más
temible. Eran valerosos y sufridos, pero carecían de una
verdadera organización guerrera.
Vivían
de la caza y de la pesca,
buscando también ávidamente los panales. Raramente
y por corto tiempo acampaban a orillas de los ríos. En
estos casos sembraban, haciendo agujeros en el suelo,
maíz, papas, mandioca y zapallo.
Construían canoas labradas a fuego en los
troncos de los árboles denominados "guabiroba", siendo
nadadores y remeros de gran habilidad.
En general
eran monógamos. No cultivaban el comercio y
eran fácilmente conquistables con decoraciones vistosas.
La música
los atraía.
Música para la
fiesta de San Ignacio.
(Obras de la tradición Jesuítica
sudamericana)
En
América, durante los siglos XVII y XVIII, la actividad
musical se centró en las Misiones Jesuíticas.
Cuentan los documentos que
los indígenas tenían una sensibilidad especial para
la música,
de la que se valían tanto para sus acciones
guerreras como para sus ceremonias religiosas.
Tenían
amplios dotes naturales, así para la música vocal como
para el rápido aprendizaje de la
construcción y ejecución de
instrumentos, enseñados y guiados por los padres jesuitas;
eran muy buenos imitadores de cuanto veían y
oían.
Los sacerdotes
y misioneros de la Compañía de Jesús,
conocedores del misterioso poder ejercido por la música en el alma de
los hombres, entonaban cánticos espirituales llamando la
atención de tropas de indios que acudían a
oírlos y aprovechando este especial gusto y sensibilidad,
recurrieron a este arte como
irresistible argumento de
evangelización.
El Papa
Benedicto XIV, habiendo tomado conocimiento
del grado de adelanto que habían alcanzado las Misiones
Jesuíticas en el arte musical, en
la Encíclica del 19 de febrero de 1749, expresaba:
"…Tomaron ocasión de esto los misioneros,
valiéndose de piadosos y devotos cánticos para
reducirlos a la fe de Cristo, de suerte que actualmente casi no
hay diferencia alguna entre las misas y las vísperas de
nuestros países y las que allí
cantan."
En cada
reducción se estableció una capilla de
músicos indios muy bien instruidos.
El material
aquí presentado corresponde a la Colección de
Manuscritos Musicales del Archivo de la
Catedral de Concepción de Chiquitos, Bolivia, y
representa parte del testimonio más importante de la
utilización de las artes, en especial de la música,
en la evangelización de América.
El clima
había moderado su carácter. De los arranques
violentos pasaban a la depresión.
La naturales, de extraordinaria riqueza, habían puesto a
su fácil alcance los medios
necesarios para vivir. Sobraban alimentos y no
les era necesario construir casas para resguardarse de las
inclemencias del tiempo.
No se ha
podido comprobar que fueran caníbales, tal como lo
sostuvieron los primeros conquistadores. Por el contrario, hay
documentos
fehacientes de su mansedumbre, de su temor por los blancos, de su
buena disposición para servirlos, tanto de guías
como llevándoles alimento.
Las versiones
de su antropofagia y de su ferocidad fueron exageradas, como lo
demostró la facilidad con que se los sometió a la
vida de las misiones.
Hubo autores
que insistieron en el canibalismo de los indígenas del
Río de la Plata y del Paraguay. Lo afirmaron los
compañeros de Solís, el gran navegante que
descubriera nuestro estuario. También lo dijo el Padre
Lozano. El marinero Puerto, sobreviviente de la expedición
de Solís, sostuvo que los charrúas, a quienes debe
considerarse como pertenecientes a la raza guaraní, se
habían comido a su jefe.
Idéntica aserción sobre la antropofagia
de los indios de esas regiones se encuentra en otros documentos, como
en la carta de Pedro
Ramírez
sobre el viaje de Gaboto al Alto Paraná, y en los trabajos
de Schmidel, uno de los cronistas de la época que mejores
documentos ha
dejado sobre estos temas.
La verdad es
que el espíritu guerrero de los indígenas lo
provocaba la codicia ilimitada y los malos tratos de los
conquistadores. Es por esto por lo que tan mal fin tuvieron los
primeros fundadores de Buenos aires y la
tripulación del bergantín bermejo, acuchillada por
los naturales de la región.
En cambio,
Álvar Nuñez, en su largo viaje por tierra, desde
Cananea hasta Asunción, atravesando tierras
vírgenes para los europeos, recibió buena ayuda de
ellos.
Tampoco
tuvieron dificultades las múltiples expediciones
despachadas desde Asunción para la fundación de
nuevas ciudades, ni los audaces conquistadores que desde esta
ciudad partieron en busca del Perú.
La verdad es
que desde que los conquistadores ponen su planta en el Nuevo
Mundo, los acucia el deseo de descubrir oro, arrebatándolo
a quienes lo tenían. La explotación inhumana del
indígena se convirtió en una norma impuesta por los
expedicionarios, contra las mismas disposiciones reales. Este
trato despertó el espíritu de rebelión de
los indígenas, que defendieron armados su tierra, sus
mujeres y su libertad.
La
crónica de la conquista es pródiga en luchas contra
los indígenas. A veces los españoles se
imponían desde el primer momento por el terror. Otras los
indios tomaban la iniciativa.
Entre estas
rebeliones la más famosa fue la encabezada por
Oberá. Este cacique, cuyo nombre significaba "resplandor
del cielo", prometió a los indios que los
libertaría de la dominación española,
presentándose ante ellos como el hijo de Dios, que
compadecido de las miserias que azotaban a la nación
guaraní, se había hecho hombre para
libertar a su pueblo. La principal arma que emplearía en
la lucha contra los españoles era un cometa que
había aparecido por occidente y que él
sostenía haber escondido para abrasar con él a los
invasores.
Rápidamente Oberá conquistó
adeptos. Pueblos guaraníes enteros, cansados del
régimen de esclavitud al
cual habían sido sometidos, se ponían a sus
órdenes. Pronto, encabezando una gran masa de
indígenas, con sus mujeres y sus hijos, buscó poner
distancia entre él y los españoles,
dirigiéndose al Paraná mientras enviaba a uno de
sus jefes, Quirará, en busca de nuevas
adhesiones.
No en vano los
españoles habían sometido a los indígenas a
tal explotación. El verbo de Oberá cundió
rápidamente y en corto tiempo no quedaron indios
dispuestos a servir a los conquistadores.
Ante la
amenaza de una rebelión que día a día tomaba
mayores proporciones, Juan de Garay, dejando a Asunción
preparada para la defensa, resolvió marchar hacia el norte
con ciento treinta de sus mejores soldados, subiendo por el
Paraguay y luego por tierra hasta el nacimiento del Iparé,
con el fin de cortar el paso a los indios que bajaban para unirse
a Oberá.
Fue en este
último lugar donde, según cuenta el Padre Lozano,
dos jefes guaraníes, Pitum y Coraci, enviados por el
cacique Tapuy-Guazú, desnudos y sólo con dardos en
la mano, se acercaron a las tropas españolas
lanzándoles este desafío:
"Venimos
enviados de nuestro cacique a castigar el atrevimiento de haber
venido hasta aqueste paraje con tal débil poder. Salga
cualquiera de vosotros armado de lanza y escudo, o de espada y
rodela, que aunque pudiéramos traer arcos y flacas,
cedemos gustosos a esas ventajas, porque es voluntad de nuestro
cacique escarmentemos vuestra osadía venciéndolos
con esta arma desigual. Y si no queréis medir las armas, midamos
siquiera los brazos peleando desarmados hasta decidir el pleito
con la muerte de
los más cobardes, que sois vosotros. Y si aun esto os
desagrada, salgan dos españoles para cada uno de nosotros
y sean los más preciados valientes, porque en venceros
quede acreditado el valor heroico
de los guaraníes."
Fueron dos
soldados, Espeluca y Juan Fernández de Enciso, los que,
armados de espada, recogieron el reto trabándose en
singular combate con los indígenas en presencia de sus
compa164eros, venciéndolos y poniéndolos en fuga,
según la crónica de dicho padre jesuita. Los dos
combatientes guaraníes fueron luego condenados por su jefe
a morir quemados por haber huido.
El resultado
de este combate fue tan decisivo que, reunidos los jefes que
acompañaban a Tapuy Guazú, resolvieron ofrecer la
paz a Juan de Garay, abandonando la idea de reunirse con
Oberá. De allí, guiado por sus nuevos aliados,
marchó el jefe español contra los
"taquimirís", a quienes sorprendió y
acuchilló. Poco después pudo comprobar que nada
tenían que ver los tapuimiríes con la
rebelión de Oberá. Tres pueblos más
corrieron igual suerte.
Mientras tanto
Oberá estaba preparándose para la guerra de
Ipanemé, lugar en el cual Guayracá, capitán
de sus tropas, había construido un fuerte con torreones.
Tenía a sus órdenes dos mil indios traídos
por el cacique Yaguatatí. Mil por Tanimbaño.
Novecientos por Curapy, famoso por su valor.
Doscientos cincuenta por Ibiriyú. Por su parte, Tapucane y
Yacaré comandaban trescientos cincuenta cada
uno.
El encuentro
fue en extremo sangriento, imponiéndose la
organización y las armas de fuego de
los españoles. Casi todos los jefes indios murieron en la
lucha. Oberá pudo desaparecer. Su nombre perduró
entre los indígenas como el de una divinidad
salvadora.
LA CARTA DE GONZALO
DOBAS A FELIS DE
AZARA(documento)
Para recoger una impresión directa de cómo
veían el territorio de Misiones los españoles, es
interesante reproducir algunos párrafos de la carta que
el Capitán Gonzalo
Doblas envió a Félix de Azara sobre
las características de la
región.
"La temperatura es
benigna y saludable, y aunque se distinguen las estaciones de
invierno y estío, ni uno ni otro son rigurosos, sucediendo
en esta provincia lo que es común a la de Buenos Aires y
Paraguay, de experimentarse muchos días de calor en el
rigor del invierno y otros fríos en el verano. Es el
aire más
húmedo que seco a causa de los muchos bosques y
ríos y en los pueblos inmediatos a ellos experimentan en
invierno frecuentes neblinas que duran hasta los diez
días.
Donde has
árboles es tanta la espesura desde su orilla y tan
cubiertos de maleza, que es muy difícil el entrar en ellos
y en los terrenos descubiertos apenas se ve un
árbol.
"En estos
bosques, así como en los que se hallan en las alturas,
como en los valles o quebradas, se encuentran muchas maderas de
varias especies a propósito para construcción de embarcaciones,
fábricas de casa y muebles; algunas bastante preciosas,
que para especificarlas todas se necesita una prolija
relación que omito.
"La calidad de
la tierra es
gredosa, mezclada con cieno o tierra hortense, con mucho esmeril
y alguna arena; su color es rojo
como la almagra y sólo en algunos bajíos se halla
tierra negra.
"El trigo
aunque no rinde tanto como en Buenos Aires, con todo se recogen
buenas cosechas, siendo por lo regular dar diez por una. El arroz
se cría bien y viene con abundancia, el maíz lo
mismo y todo cuanto se siembra produce bien.
"Lo mismo
sostiene en lo que respecto a la yerba mate y al algodón,
así como de la caña de azúcar, el cacao, el
añil, las batatas y la mandioca.
"En cuanto a
los frutales, destaca la corpulencia de los naranjos y limones,
así como la bondad de las vides".
Menciona
Gonzalo de Doblas las minas de cobre y de
cristal de roca, y la existencia de canteras de piedra para
edificar, "muy dóciles de labrar y de mucha consistencia
para permanecer".
Señala
la falta de sal y de cal y afirma que ésta se puede suplir
con caracoles grandes calcinados, método al
cual hemos hecho referencia al describir el territorio de
Misiones.
Insiste mucho
en la bondad del clima, en la inexistencia de insectos
parasitarios, en la falta de enfermedades y en la
mansedumbre y espíritu de obediencia de los
indígenas.
En este
territorio de clima acogedor y naturaleza
pródiga, libre casi de enemigos, se instalarán los
Jesuitas.
El Régimen de las
Misiones.
Puesta en sus manos la reducciónI de los indios,
los jesuitas apelaron en la mayoría de los casos a un
régimen pacífico, designando en cada misión
además de un representante del gobierno
español, un cacique indígena que daba a los
naturales cierta sensación de seguir manteniendo sus
propias autoridades.
Conferían a estos caciques el título de
capitanes, con mando para la guerra sobre
un número determinado de hombres, y ciertos hombres, como
por ejemplo: un bastón con puño de plata que
podían usar dondequiera que estuviesen y un lugar de
preferencia en la iglesia. Estos honores, hereditarios, se
transmitían de generación en
generación.
Las obligaciones
fiscales con la Corona fueron reducidas notablemente;
consistieron en un impuesto anual de
un peso sobre cada hombre de
dieciocho a cincuenta años y un diezmo establecido en cien
pesos anuales.
Este
régimen era mucho más favorable que el impuesto a los
encomenderos quienes debían pagar un jornal de cuarenta
reales mensuales (un real es un cuarto de peseta) a cada
indígena y cinco pesos anuales por cada uno de ellos a la
Corona.
El privilegio
concedido a los Padres Jesuitas provocó fuerte resistencia entre
los encomenderos, y disputas de las cuales fueron víctimas
los indígenas.
Pero pese al
trato indudablemente superior que imperaba en las misiones y a
las ventajas que importaba sobre el sistema de las
encomiendas, no todos los indígenas aceptaron esta
tutela.
Los más
rebeldes quisieron mantener su libertad.
Así fracasaron las misiones de Baradero y Quilmes, las
más próximas a Buenos Aires y las que se intentaron
fundar en la Patagonia,
hasta donde trataron de extender su influencia los miembros de la
Compañía de Jesús, destruídas en una
rebelión de los indígenas de esa
región.
Tampoco
pudieron ser dominados los malineyas, los guatas y los
ninaguiguilas, tribus de gran belicosidad.
Nunca aceptaron
el régimen de las misiones los guayanas, que
comprendían a todas las tribus no guaraníes, aun
cuando eran mansos y vivieron en buenas relaciones con los
religiosos, con los que intercambiaban productos.
Igual cosa ocurrió con los charrúas, los bugres,
los payaguas, los tobas y los mocovíes.
Otras tribus
como la de los guanás, reclamaron volver a su antiguo
estado después de algún tiempo en las misiones,
alegando no querer sentir siempre sobre sí la vigilancia
de Dios que, tal como ellos habían entendido las
enseñanzas de los padres, estaba en todas partes espiando
sus actos.
Fracasó
asimismo después de 17 años de esfuerzos, el
intento de someter a los guaycurúes.
Pero los
jesuitas no solamente apelaron a los métodos
pacíficos, a la prédica del evangelio, a las
promesas. También lo hicieron a las armas. Bajo su
dirección, el cacique guaraní Maracana
venció a los caciques rebeldes Taubiú y Atiguaje.
También fueron derrotados por las fuerzas de la
Compañía de Jesús Yagua-Pitá,
Guirá-Vera y Chimboí. Estas victorias dieron fama
militar a los misioneros, introduciendo entre los
indígenas el temor como nuevo elemento de
persuasión.
Algunos
jesuitas perdieron la vida, muriendo asesinados los padres
González, Mendoza, Castañares, Castillo y
Rodríguez, cantidad de muertes insignificante en un medio
indómito al que
había que dominar.
Instalados ya
en su nuevo centro de actividad, la Compañía
dedicó buena parte de sus energías a buscar el
camino del Atlántico, a través del Brasil, siguiendo
la ruta que años antes tomara el conquistador Nufrio
Chaves: por el Mamoré y el
Marañón.
Este intento
provocó un fuerte choque con las colonias de deportados
lusitanos y piratas holandeses, que la provincia de San Pablo se
dedicaban a la explotación de los
indígenas.
Los paulistas,
llamados también mamelucos, frente a la amenaza que para
ellos representaba la actividad de los misioneros en busca de un
camino hasta la costa del Atlántico, decidieron poner
límites a dichas actividades por medio de la fuerza.
Asaltaron las reducciones de la provincia del Guayrá, las
más antiguas, arrasaron las construcciones, mataron a
cuantos pretendieron oponérseles y se apoderaron de todo
el botín posible. Los jesuitas calcularon en 60.000 la
cantidad de indios que se llevaron a sus colonias, dejando un
tendal de moribundos por el camino.
Una nueva
amenaza de ataque decidió a los jesuitas a abandonar sus
13 misiones en la provincia mencionada.
Bajo la
dirección del Padre Montoya, doce mil personas en
setecientas embarcaciones emprendieron el camino hacia el actual
territorio de Misiones bajando por las aguas del
Paraná.
Fue una
emigración trágica en la cual sólo la
firmeza y el temple del Padre Montoya, hombre de gran
prestigio entre los misioneros, pudo evitar desastres
mayores.
Los rompientes
del río destrozaban las embarcaciones y la peste diezmada
a los indígenas, que pagaron un duro tributo a la
evacuación de las misiones del Guayrá. No menos que
el de los 60.000 naturales arrebatados por los
paulistas.
Después
de haber tenido que suspender el viaje durante toda una
estación acampando a orillas del río y sembrando
para mantenerse, llegaron a las reducciones instaladas a orillas
del río Yabebirí. Estas reducciones constituyeron
el núcleo central del imperio jesuítico en el
Paraguay, denominando a las 13 primeras con los nombres de las
que habían abandonado en el Brasil.
Sólo
treinta años después, florecientes las nuevas
reducciones, volverían a buscar la salida por el
Atlántico, pero en esta oportunidad a la altura de Porto
Alegre.
El progreso de
las misiones fue rápido. Todos los productos
obtenidos por el trabajo, de
los indígenas eran almacenados, encargándose los
jesuitas de distribuir lo necesario para la alimentación. El
resto era enviado a Buenos Aires, donde tenían
establecidas oficinas que eran las que se encargaban de comerciar
estos productos.
Los tejidos
utilizados eran los de algodón que se hacían en la
región. El suelo daba alimentos
abundantes. Sólo la sal se traía del Río de
la Plata para las viviendas se utilizaban los materiales de
la región a los cuales hemos hecho ya referencia.
También fabricaban sus armas y la
pólvora.
Constituía además una fuente de abundante
riqueza la yerba mate y los algodonales.
Doblas,
teniente de gobernador del departamento de Concepción, uno
de los cinco en que fueron divididas las misiones, calculó
que cada pueblo de 1.200 personas dejaba a la
Compañía un saldo anual favorable de 30.000
pesos.
Además
de la agricultura y
de los tejidos, las
misiones explotaban la ganadería. Habían conseguido
formar grandes rebaños, dedicando algunas de las misiones
a su cuidado, mientras otras se especializaban en el
algodón y la yerba.
Tenían
monopolizado el comercio.
Salvo en seis de las misiones que podían comerciar
libremente, en las demás todo tráfico de cosas se
hacía por intermedio de los padres.
Los
indígenas no conocían la moneda. Se reemplazaba
ésta por una cantidad dada de productos, que
constituía su equivalente. Era también de este modo
como se efectuaba el intercambio entre una misión y
otra.
Vestían
los indios calzón, camisa y gorro de algodón,
llevando sobre los hombros el inseparable poncho, el cual en
invierno le servía también de
manta.
Las indias
vestían lo que se llamaba "tipoy", camisa de
algodón también, con mangas, larga y suelta, que
anudaban a la cintura. Sobre esto iba la
pollera.
El uso del
calzado era desconocido en absoluto, yendo todos
descalzos.
En la comida
predominaban los vegetales, especialmente el maíz y la
mandioca, que eran servidos abundantemente, y en distintas
formas. El primero pisado y mezclado con grasa y queso, cocido al
horno en pequeños panecillos, era efectivamente el
sustitutivo del pan. Aún ahora se consume en el Paraguay y
en el norte argentino y se conoce como antes con el nombre de
"chipa". El maíz, ligeramente aplastado en un mortero, y
cocido con leche o
agua y
azúcar es la "mazamorra", y cocido con agua y sal,
pero menos espeso que el anterior, se conoce con el nombre de
"locro". Fermentado, da la chicha, bebida alcohólica muy
apreciada por los naturales del lugar.
En cuanto a la
mandioca, era servida ya sea cocida o tostada al fuego. Otras
veces se partía en trozos que secados al sol durante
varios días eran convertidos luego en harina, mezclados
con un poco de agua y
calentados sobre el fuego. Formaba esta mezcla una especie de
torta conocida con el nombre de "mbeyú", que
también reemplazaba al pan.
El otro gran
alimento era la yerba, consumida en forma de infusión,
bebida directamente de un recipiente formado por una
pequeña calabaza vacía, el mate, o sorbida por
medio de la bombilla.
Carne se
comía poca. Era repartida dos o tres veces por semana, de
acuerdo a las reservas de que dispusiera la comunidad,
pasando a veces quince días o más sin que la
probasen. En algunas reducciones, donde había posibilidad
de fabricarlo, se consumía también
queso.
Era para
exportar todos los productos que obtenían de las
reducciones sin dar intervención a Buenos Aires, por lo
que durante tantos años, aún después de las
sangrientas disidencias con los mamelucos, buscaron los jesuitas
una salida directa al mar.
Tuvieron, las
Misiones, una independencia
casi absoluta, pese a formar parte de la Monarquía
Española, cuyas disposiciones y leyes respetaban.
El superior de estas reducciones era directamente designado de
Roma, residiendo
en Yapeyú.
Los obispos en
cuya jurisdicción se hallaban ubicadas, no podían
intervenir para nada en su vida, ni aún como autoridades
supremas de la iglesia para investigar o inspeccionar el
cumplimiento de las disposiciones religiosas. Dos obispos
tuvieron con los padres Jesuitas incidencias famosas. El Obispo
Cárdenas, que fracasó en su intento de visitarlas y
el Obispo Antequera, quien finalmente pagó con su vida su
lucha contra la Compañía de Jesús. En
realidad, Antequera representaba los intereses de los
franciscanos, rivales de los jesuitas.
Fueron los
padres jesuitas sobrios y disciplinados en un ambiente en el
cual había imperado hasta entonces un discrecionalismo
absoluto en las costumbres.
No solamente se
dedicaron a la
organización de los indígenas y a la vigilancia
de su trabajo o al cual comercio de
los productos que obtenían. Prestaron atención a
las investigaciones
científicas y a los estudios. Construyeron cuadrantes
solares, analizaron la naturaleza de la
región, su geografía, su
población animal y vegetal, describieron
los ríos y las montañas dejando valiosos elementos
para su estudio posterior.
En San Miguel,
Santa María, San Javier, Loreto y Corpus instalaron
imprentas en las cuales se imprimía en lengua
guaraní. El primer libro
publicado fue Martirologio Romano, aparecido en 1700. Cinco
años después, se imprimió, con cuarenta y
tres láminas grandes y sesenta pequeñas, Diferencia
entre lo temporal y lo eterno, de Nieremberg. Cada pueblo
tenía su escuela, donde la
enseñanza era impartida en guaraní. Y no fueron
sólo los jesuitas los que se dedicaron a la literatura y a los estudios.
Hubo entre los indios algunos que demostraron verdadero talento y
pudieron ver publicadas sus obras. Así a Nicolás
Yapuguay le fueron publicadas dos de carácter religioso, a
otro indígena la historia del pueblo de
Yapeyú, a un tercero un drama religioso. Hubo entre ellos
uno que se dedicó a la cartografía y levantó
un mapa de la región.
Además a
los que demostraban inclinación a ello, les
enseñaban los misioneros mecánica, escultura, pintura, etc.
Se fabricaban así en los talleres de las reducciones
bargueños, estanterías, puertas y ventanas de
hierro forjado
o de madera
tallada, estatuas, pinturas. Y era tal la habilidad demostrada en
estos trabajos, que acudían a adquirir estos objetos los
españoles de los pueblos vecinos, quienes muchas veces se
los hacían hacer de encargo.
Se trabajaba
también el cuero. Se hacían con él arcas,
cajas, correas, y era con estas correas con lo que se
reemplazaban los clavos, atando fuertemente con ellas lo que se
había de clavar.
Organización de los
pueblos.
Cada uno de
ellos estaba constituido por una plaza de 125 metros de lado, en
uno de cuyos costados se levantaba la iglesia, el convento y el
cementerio, y en cada uno de cuyos ángulos había
enclavada una cruz.
En la plaza
desembocaban las calles formadas por dos filas de casas
distribuidas en manzanas cuadrangulares. Estas casas eran de una
sola habitación con puerta y ventana, y en cuyo frente se
levantaba una galería de unos dos metros de ancho, de modo
que se podía andar todo alrededor de una manzana sin que
el sol o la
lluvia molestaran.
Algunas casa
eran de sillería, otras tenían además adobe
en su construcción; las había
también de tapia y de palos y barro.
Se empleaban
las piedras de las canteras próximas y las maderas de los
bosques que las rodeaban.
Los techos a
dos aguas tenían una inclinación pronunciada, para
soportar lluvias continuas, y en su construcción se utilizó en primer
término la paja, pero como esto dio lugar a que ardieran
completamente durante las invasiones de los mamelucos, se
hicieron luego de tejas.
El piso era de
tierra, salvo las celdas de los padres que estaban embaldosadas.
En cada habitación, cuyo tamaño era de cinco metros
por cinco, vivía una familia.
Las calles
estaban sombreadas por naranjos que daban a la fisonomía
de los pueblos un matiz simpático.
Para
defenderlos de las incursiones de los mamelucos de San Pablo, se
los rodeaba de poderosas tapias o fosos profundos,
combinándose en muchos casos ambos medios de
defensa.
Estaban casi
siempre ubicados en mesetas por razones de vigilancia y de
higiene y eran
uniformes en su planimetría, para ajustarse a las
disposiciones de la Ley de
Indias.
Los conventos
eran de gran amplitud divididos en dos partes correspondientes a
los dos patios. Sobre el primero, de sesenta metros por cuarenta,
daban las celdas, generalmente de seis metros por seis,
blanqueadas, el depósito, la escuela y la
armería. Se comunicaba con el pueblo por caminos
subterráneos. También un camino subterráneo
conducía a una cripta, en la que se depositaban solamente
los restos de los padres jesuitas, la que caía bajo el
altar mayor.
Muchas novelas se han
tejido con respecto a estos subterráneos en cuya
construcción denotaban los jesuitas ser hábiles
ingenieros. En realidad, lo más probable es que se
utilizasen, tanto en momentos de peligro para poder comunicarse
directamente con el pueblo o con la parte exterior, como para
poder vigilar a los indígenas.
En el segundo
patio estaban los talleres de pinturas, dorado, escultura,
fábricas de utensilios en cuerno y madera y en
varios casos un taller de relojería. Cada convento
poesía
además una huerta para proveer de verduras a los
padres.
Las iglesias
eran suntuosas y amplias, de tres y cinco naves. Buena prueba de
esta suntuosidad la dan no solamente la observación de las ruinas sino el hecho de
que todavía en 1817, cuando el general portugués
Chagas saqueó los pueblos jesuitas de la margen izquierda
del Uruguay,
obtuvo un botín de 750 kilos de plata, siendo lo
más probable que para esa fecha ya los mismos padres
hubiesen extraído casi todas las
riquezas.
Los
indígenas, antes de la venida de los jesuitas, curaban sus
males con yerbajos y conjuros, ejerciendo la profesión de
médico el brujo de la tribu. Fácil es de imaginar
que en estas condiciones las enfermedades y las pestes
hacían estragos entre ellos. Los jesuitas establecieron
hospitales en cada pueblo, donde con mayor eficacia pudo
lucharse contra esos enemigos que en ocasiones devastaban zonas
enteras.
Cada pueblo
tenía además una casa donde se recluía a las
mujeres de vida libre, a las esposas cuyos maridos
emprendían largos viajes y a las
viudas que así lo deseaban.
Para comunicar
sus reducciones, construyeron una buena red de caminos. Abrieron en
los bosques "picadas", una de las cuales, de mucha
extensión, iba desde Santa María a Mártires
y de aquí a Candelaria. Este último tramo
tenía más de 60 kilómetros, requiriendo su
conservación gran cuidado por la tendencia de la selva a
invadir el terreno que le era arrebatado.
Además
de esos caminos principales que comunicaban entre sí las
reducciones, tenían una extensa red de caminos y sendas
secundarias, que llegaban a todos los pueblos y a las
estancias.
Para tener
agua en forma
permanente, cada pueblo poseía piletas y depósitos.
En las ruinas de los Apóstoles aun es posible observar una
piscina de forma exagonal, cuya base tiene 21,2 metros, 12 en los
lados noroeste y sudoeste, 9 en los restantes y 1,35 de
profundidad, a la cual dos canales subterráneos
conducían el agua de dos
manantiales cercanos.
El excedente de
agua iba por otro canal a un depósito más
pequeño de forma trapezoidal.
No menos
hábiles que en la construcción de caminos,
subterráneos y depósitos de agua, lo fueron los
jesuitas en la construcción de puentes. Sobre el arroyo
Chirimay, cuyo cauce normal tiene 15 metros de ancho y 1,5 de
profundidad, pero cuyas crecidas son muy peligrosas, quedan
restos de uno de ellos.
Tenía
una anchura de 4 metros y una longitud de 19. Su altura sobre le
nivel común del agua era de 3 metros.
Pero
más que puentes, el problema para facilitar las comunicaciones
era le paso de los pantanos. Con este fin se construían
calzadas de piedra que cumplían suficientemente sus
fines.
Hasta se
supone, sin que existan datos serios, que
iniciaron el drenaje de la laguna de Iberá, para convertir
los bañados en tierras de pastoreo.
La población de cada misión se
puede calcular en 3.000 habitantes. En Yapeyú, asiento de
las autoridades principales, se elevaba a 7.000, y en Santa Ana,
a 5.000.
En el
año 1743, cuando las misiones alcanzaron su mayor
prosperidad, su población total llegó a
150.000.
Para guardar el
orden y hacer frente a cualquier ataque, tenían fuerzas
propias autorizadas por la Corona. Estas fuerzas estaban
especialmente destinadas a hacer frente a los
mamelucos.
Eran los
mamelucos los principales enemigos, aunque no los únicos.
Éstos atacaban las reducciones tanto por la amenaza que
significaba para ellos su presencia, de lo que ya hemos hablado,
como también con le fin de tomar prisioneros a los indios
y venderlos como esclavos no sólo en San Pablo, sino en el
vasto mercado que
representaba todo el Brasil.
Los otros
enemigos a los que tenían que hacer frente eran algunas
tribus de indios no reducidos, como los yarás mimanes,
mohanes y charrúas, que cuando llegaba la mala
época, época de sequías, de hambre,
acometían las misiones guaraníes para robarlas.
Pero no se contentaban con esto, sino que además asaltaban
las capillas y estancias, donde sabían que había
indios en pequeño número, los mataban y se llevaban
las mujeres y niños.
Generalmente se
juntaban en gran número y atacaban por sorpresa. Otras
veces se juntaban en bandas de salteadores, saliendo a los
caminos a robar y matar, volviéndolos intransitables. En
estas ocasiones las tropas guaraníes que les hacían
frente eran comandadas por jefes españoles, enviados por
el Gobernador de Buenos Aires. Tal lo ocurrido, por ejemplo, en
1701 cuando fue enviado el Maestre de Campo don Alejandro
Aguirre. También en 1708, 1714 y años siguientes,
fue necesario recurrir a estos procedimientos.
Constituían los guaraníes en cierto modo
una avanzada de defensa sobre las fronteras, ya que al defender
sus tierras defendían también las fronteras de la
provincia, por estar situadas en el límite Oriental.
Fueron llamadas las milicias guaraníes algunas veces para
ayudar a los españoles de las dos gobernaciones en que
estaban, y aún a veces en ayuda de Buenos Aires. Una de
las veces que esto ocurrió fue en 1679, en la toma de
Colonia.
Se
componía esta milicia de infantes y caballería,
armados de arcos, flechas, "bolas", que los indios arrojaban con
gran habilidad, macanas y hondas, mosquetes, sables, lanzas,
rodelas y fusiles livianos para la caballería. Cada
pueblo, como se mencionó, tenía su armería y
su fábrica de pólvora.
Para la
instrucción militar de los indígenas trajeron de
Chile padres
jesuitas con conocimientos en esta materia. Hubo
naturales que obtuvieron el grado de generales de las fuerzas
indígenas, como José Tiarayú y
Nicolás Languirú. Sobre este último los
enemigos de los jesuitas hicieron correr la versión de que
estaba destinado por los misioneros de dicha orden a convertirse
en rey del Paraguay, separando a esta provincia de la
monarquía española.
Había en
cada misión centinelas permanentes y un servicio de
vigilancia sobre el río Uruguay. Para
fines de guerra, cada
pueblo poseía además 200 caballos
seleccionados.
En cuanto a las
autoridades civiles, estaban constituidas por un corregidor, dos
alcaldes mayores de primero y segundo voto, teniente de
corregidor, alférez real, cuatro regidores, alguacil
mayor, alcalde de la hermandad, procurador y escribano. La
elección de estas autoridades se efectuaba en la misma
forma que la de los cabildos de las ciudades.
Cuando la
reducción alcanzaba a estar compuesta ya de ochenta
familias, se elegía un Alcalde, si había más
de este número se elegían dos, pero aunque el
número de familias fuese mucho mayor, más de dos no
podían nombrarse.
A medida que el
pueblo crecía, aunque no se aumentase el número de
Alcaldes, se aumentaba en cambio el de Corregidores, que tampoco
debía pasar de cuatro.
Cada tres
años se nombraba por Indias un Corregidor español
que vivía en el pueblo principal o cabecera, el que
tenía atribuciones civiles, militares y judiciales. Cuando
las misiones crecieron en importancia se nombró esta
autoridad en cada pueblo crecía y al cabo de cinco
años debían estar ya provistos.
En general, la
justicia era
administrada por los padres jesuitas, y para los delitos menores,
que eran comunes, el correctivo eran azotes.
Delitos
más graves se castigaban con prisión y a veces con
expulsión de las reducciones.
Existía
también un tribunal integrado por tres misioneros de
pueblos vecinos, para dirimir los pleitos sobre inmuebles que en
cada uno de ellos podían producirse.
En cuanto a la
dependencia de los indígenas con respecto a los padres,
era casi absoluta. Pertenecían a la comunidad desde
los cinco años. Desde esa edad, su día comenzaba al
alba, en que marchaban a la iglesia, de donde una vez oída
misa se encaminaban a sus trabajos en el campo o en los
talleres.
Se
dirigían al trabajo todos juntos, llevando cada día
el santo correspondiente, que era el que abría la
procesión en medio de los cánticos y coros
religiosos, que por otra parte, seguían entonando durante
todo el tiempo del trabajo.
El regreso era
a las tres de la tarde y, después de una nueva misa,
volvían a su casa. Luego, después de unas horas, se
daba la señal de la queda después de la cual estaba
prohibido transitar por la calle. El que, violando esta
disposición, fuera encontrado por los encargados de la
vigilancia, era castigado.
Los tres
primeros días de cada semana, se había prescrito
que los indios trabajasen para la comunidad, en
aquellas tareas que los misioneros dispusieran. Los demás
días laboraban en sus chacras, siempre bajo la rigurosa
vigilancia de los padres jesuitas.
Los
niños en las reducciones pasaban poco tiempo en su casa,
pues una parte del día la pasaban en la iglesia rezando,
otra trabajaban en el campo común donde recogían
algodón o maíz, yendo los muchachos y las muchachas
en grupos separados.
Luego iban a la escuela o los
talleres y los que no acudían a uno u otro eran ocupados
en trabajos fáciles de cultivo de los campos comunes,
así: limpiar la tierra ya removida por el arado, sembrar,
arrancar las hierbas, recoger los frutos maduros. Esto para los
varones, que al igual que las mujeres no dejaban de estar
vigilados en su trabajo por un mayor, que a veces era un padre y
otras un indio de confianza.
Las
niñas se ocupaban de recoger los capullos de
algodón, de espantar a gritos y con mucho ruido las
bandadas de loros y otras aves
dañinas, y cuando eran ya mayores,
hilaban.
Los
niños que demostraban capacidad eran instruidos,
enseñándoles a leer, escribir y contar.
Además de ésta, que venía a ser la
instrucción primaria, había una escuela superior
donde aprendían canto, música y danza.
Había
también una escuela de artes
y oficios, de donde salían pintores, escultores, herreros,
tejedores, etc.
Los
niños se mantenían separados de las niñas
hasta que éstas cumplían quince años y
aquéllos diecisiete. Entonces era llegada la época
en que se trataba de casarlos. La dote que llevaban ambos al
matrimonio era
más o menos la misma para los dos e igualmente
pobre.
Era
común que se celebrasen varios matrimonios
juntos.
Los
guaraníes no conocieron la monogamia hasta la llegada de
los jesuitas, pues convivían con varias mujeres,
especialmente los caciques y los indios ricos que podían
mantenerlas, viviendo todos además e completa
promiscuidad.
Los misioneros
instauraron la familia
monogámica, consiguiendo al cabo de bastante tiempo y con
mucha paciencia, que cada indio tuviera una mujer, y ocupase
con ella y sus hijos una casa.
Por otra parte,
los indios eran admitidos en las reducciones, pero no bautizados
hasta que ese requisito no fuese estrictamente cumplido. Las
indias eran antes de las misiones, tomadas como mercancía
de cambio por el padre o los hermanos que las vendían,
entregándolas por un precio
convenido al futuro esposo. Éste a su vez podía
realizar la misma transacción, con lo que las indias no
disfrutaban de ningún respeto ni de
ninguna estabilidad, no sabiendo nunca cuál sería
su porvenir matrimonial.
Esta
condición de la mujer
cambió con la llegada de los jesuitas, los cuales al
cimentar la familia
monogámica, le permitieron tener un
hogar.
Historia Activa
El testimonio de un jesuita–maestro:
cómo se instruían y trabajaban los jóvenes
en una misión.
La distribución cotidiana de todos Los mutates
y muchachas, es ésta al oír la campana de las
Avemaría, un cuarto de hora después de tocar a
levantar Los padres, suenan en la plaza Los tamboriles de Los
mutates y sus alcaldes o mayorales, esparcidos por las calles,
comienzan a gritar: "Hermanos, ya es hora de levantar ya han
tocado a la oración: enviad luego vuestros hijos e hijas a
rezar y encomendarse a Dios; no seáis flojos y dormilones;
que vengan a la iglesia a oír la Misa para que dios eche
la bendición a las labores del
día.
A estas voces y
al ruido de Los
tamboriles van saliendo de sus casas y encaminándose al
patrio de la iglesia, a un lado Los mutates y a otros las
muchachas. En juntándose, comienzan las oraciones
(…)
Acabada la Misa
(…) salen Los mutates al patrio de Los padres; vuelven
allí a rezar un poco y cantar algunas de sus canciones.
(todas estas canciones son en su Lengua), se
les del de almorzar. Después, cargan con la comida de
medio día, Los peroles para cocerla, Los escardillos para
escardillar Los sembrados, que es faena muy frecuente, u otros
instrumentos para otros tabajos y una pequeña estatua de
san Isidro labrador en sus andas, con su caja para resguardo
cuando llueve. Tocan sus tamboriles y flautas y; al son de estos
rudos instrumentos, van alegres a su labor que se les manda, con
sus alcaldes. Las muchachas hacen lo mismo por otro lado,
haciendo otra faena, nunca se junta con Los mutates. Los de leer,
escribir, cantar y danzar, van a sus escuelas. Los de danza, tal
cual vez, que no es menester tanto ejercicio, y comúnmente
es un día a la semana Los que ya saben y en Los restantes
van con la turba magna a sus labores. No van con sus padres,
porque no saben cuidar de ellos, como lo han mostrado muchas
experiencias, y andan vagos y ociosos, sin alimento ni vestido:
por esto han tomado estos medios Los
padres. Por la tarde tocan una de las campanas de la torre, que
ellos llaman Tain Tain, a venir a la iglesia; para lo cual, si
están distantes del pueblo, ponen un espía. Vienen
con su santo tamboriles y flautas; van de presto a su casa a
dejar su poncho de trabajo y se ponen otro mejor para la iglesia.
Vienen en verano a las cinco y en invierno a las cuatro; que
allí, en este tiempo, no son Los días tan cortos
como en España.
Colocados en su
lugar, empiezan Los de las más claras voces el Padre
Nuestro y demás oraciones, repitiendo todos.
Después empieza el catecismo con preguntas y respuestas
entre cuatro: y hacen dos coros. Acabado el catecismo, viene un
alcalde de Los suyos, que siempre está con ellos, a avisar
al padre que ya se ha acabado el catecismo para que vaya a
enseñar la doctrina. Al ir a la iglesia comienza a tocar
la campana al Rosario, para que mientras dura la doctrina pueda
venir el pueblo. Acabada ésta, entra el Rosario y lo
demás como se dijo. Van Los mutates al patio: rezen otro
poco: dáselas ración de carne, y diciendo a voz en
grito todos juntos: Tupá Tanderaaró Cheruba, Dios
te guarde, padre mío, se van a sus
casas.
José S.
Cardiel S. J. Este sacerdote se desempeñó como
maestro en una misión. Citado por J. L. Busaniche,
Estampas del pasado.
Capítulo V
los últimos años de las
misiones.
n 1750 se
inició la decadencia de las misiones. Fue el punto de
partida de esta decadencia, que finalizó con la
expulsión de los padres jesuitas de América del
Sur, el tratado de los límites firmado ese año
entre la Corona española y la
portuguesa.
De acuerdo a
sus términos, en compensación de la Colonia del
Sacramento, que debía volver a manos españolas,
pasaba al dominio portugués el territorio de Río
Grande del Sud comprendido entre los ríos Uruguay e
Ibicuy, en el cual había siete pueblos jesuitas con 29.191
habitantes.
Se
autorizó el traslado de estos millares de indígenas
a la orilla occidental del río Uruguay, territorio
español, recibiendo en compensación del terreno,
las casas y los edificios que deberían dejar a los
portugueses, 4.000 pesos por cada pueblo.
Además
de los perjuicios que este traslado significaba, los jesuitas
sufrieron con él un rudo golpe a sus deseos
expansionistas. La salida al mar por Porto Alegre, que
habían venido buscando desde su expulsión del
Guayrá, quedaba cerrada para siempre.
Desde el primer
momento los jesuitas expresaron a las autoridades
legítimas su disconformidad con la escasa
compensación y el corto plazo que se les concedía
para el traslado. Con sus quejas acudieron al virrey de Lima, al
confesor del Rey, al monarca y su Consejo, sin obtener
satisfacción a sus demandas.
No fue
extraño que posteriormente, cuando los indios se alzaron
en armas contra el tratado, el marqués de Valdelirios,
venido de España para su cumplimiento, y las autoridades
portuguesas sostuvieran que los misioneros los habían
incitado, aun cuando los jesuitas lo negaron.
Hubo
indígenas prisioneros que declararon haber sido incitados
por los jesuitas, pero otros afirmaron que se habían
alzado en defensa de sus tierras, que les había dado el
apóstol Santo Tomé.
Un año
después de la firma del tratado se inició la
rebelión de los indígenas de las siete misiones
afectadas por el traslado.
En 1750, cuando
los demarcadores, protegidos por fuerzas militares, llegaron a
San Miguel, alcanzó su punto culminante.
Mandados por el
general José Tiarayú, lucharon contra las fuerzas
españolas y lusitanas durante casi un año. Vencido
y prisionero, Tiarayú fue puesto en libertad,
organizó nuevamente sus fuerzas y volvió a la lucha
hasta que murió en 1576.
Mandados por su
sucesor, Languirú, volvieron los indígenas atacar,
librándose una sangrienta batalla en Caybaté, en la
cual perdió la vida el jefe guaraní. Con esta
batalla terminó la guerra, y las tropas hispanolusitanas
pudieron ocupar San Miguel y San Lorenzo.
El tratado fue
declarado nulo en 1759 por Carlos III, quien enseguida de
proclamado rey obtuvo su suspensión. Pero el desbande y la
ruina de los siete pueblos jesuitas ya se había
producido.
En 1767 los
jesuitas fueron expulsados de toda América del
Sur.
De esta
expulsión dijo un comentarista de la época,
Jerónimo Becker: "La expulsión de los jesuitas en
1767 fue el mayor golpe asestado a los indios desde el tiempo de
la conquista. En los pueblos de españoles, sus colegios
contenían los súbditos del Rey más capaces,
industriosos y amigos del orden: historiadores, naturalistas,
geógrafos,
maestros y ministros espirituales de los pobres y enfermos; en
las fronteras fueron los mejores pedagogos y protectores de los
naturales y los pilares más firmes de la monarquía.
Esta expulsión constituyó también un gran
desastre para las misiones y para la influencia europea en las
fronteras."
El decreto por el cual se expulsaba a los
jesuitas de los dominios de España, fue el
siguiente:
"Habiéndome conformado con el parecer de
los de mi Consejo Real en el Extraordinario que se celebra con
motivo de las ocurrencias pasadas, en consulta de 29 de enero
próximo, y de lo que sobre ella me han expuesto personas
del más elevado carácter; estimulado de
gravísimas causas, relativas a la obligación en que
me hallo constituido de mantener en subordinación,
tranquilidad y justicia mis
pueblos, y otras urgentes, justas y necesarias que reservo en mi
Real ánimo; usando de la suprema autoridad
económica que el Todopoderoso ha depositado en mis manos
para la protección de mis vasallos y respeto de mi
Corona: he venido en mandar que se extrañen de todos mis
dominios de España e Indias, Islas Filipinas y
demás adyacentes, a los Religiosos de la
Compañía, así Sacerdotes, como Coadjutores o
Legos que hayan hecho la primera profesión, y a los
Novicios que quisieran seguirles; y que se ocupen todas las
Temporalidades de la Compañía en mis Dominios; y
para su ejecución uniforme en todos ellos, os doy plena y
privativa autoridad; y para que forméis las instrucciones
y órdenes necesarias, según lo tenéis
entendido y estimaréis para el más efectivo, pronto
y tranquilo cumplimiento. Y quiero que no sólo las
Justicias y Tribunales Superiores de esos Reinos ejecuten
puntualmente vuestros mandatos, sino que los mismos se entiendan
con los que dirigiereis a los Virreyes, Presidentes, Audiencias,
Gobernadores, Corregidores, Alcaldes Mayores y otras cualesquiera
Justicia de
aquellos Reinos y Provincias; y que en virtud de sus
requerimientos cualesquiera tropa, milicia o paisanaje den el
auxilio necesario sin retardo ni tergiversación alguna, so
pena de caer el que fuere omiso en mi Real indignación; y
en cargo a los Padres Provinciales, Propósitos, Rectores y
demás Superiores de la "Compañía de
Jesús", se conformen de su parte a lo que se les prevenga,
puntualmente y se les tratará en la ejecución con
la mayor decencia, atención, humanidad y asistencia de
modo que en todo se proceda a mis soberanas intenciones.
Tendréis lo entendido para su exacto cumplimento, como lo
fío de vuestro celo, actividad y amor a mi Real
servicio, y
daréis para ello las órdenes e instrucciones
necesarias, acompañando ejemplares de este mi Real
Decreto, a los cuales estando firma de vos, se les dará la
misma fe y crédito
que al original. (Rubricado por la Real Mano. En el Pardo a
veintisiete de Febrero de 1767. Al Conde de Aranda, Presidente
del Consejo.)"
Esta copia del
real decreto por el cual se ordenaba la expulsión de los
jesuitas del reino de España, está extraída
del libro del
padre Paolo Hernández, titulado El extrañamiento
de los jesuitas del Río de la Plata y de las Misiones del
Paraguay por decreto de Carlos III.
Comenzó
la expulsión, por la de los padres de los distintos
colegios que tenían establecidos en las ciudades
más importantes, y siguió luego la de los
misioneros.
En ambos casos
hubo gran despliegue de fuerzas militares, con el fin,
según dice el padre Pablo Hernández, de amedrentar
a los numerosos partidarios que tenían en las ciudades y
de impedir en las reducciones el levantamiento de los
indios.
Tratóse
de mantener lo más en secreto posible la orden de
expulsión a fin de que se enterasen los interesados
sólo en el momento de su ejecución, por temor
siempre de las reacciones que podían esperarse. No
obstante esto la noticia se había esparcido y un
año antes ya se esperaba ese desenlace.
Siguiendo
siempre el padre Hernández, vamos a relatar cuál
era el procedimiento
seguido por las autoridades militares, comisionadas por el
gobernador Buccarelli, el mayor enemigo de los jesuitas a estar
de lo que dice el autor arriba citado.
Un buen
día llegaba de improviso un oficial español al
mando de una pequeña tropa y pedía hablar con el
jesuita encargado de la misión al que entregaba la orden
de abandonarla y entregar al oficial la reducción, las
cuentas, y todos
los habitantes que en ellas había. Debían asimismo
seguirlos hasta Buenos Aires, donde se embarcarían rumbo a
Europa. Esto se
hizo con todos los padres, sin distinción de edad ni
estado de salud.
Había algunos tan viejos y otros tan enfermos que no
alcanzaron a llegar a destino, muriendo a mitad de
camino.
Los
indígenas, preparados o no por los jesuitas para la
resistencia,
trataron de llevarla a cabo por todo los medios, ya sea
implorando a los oficiales que no se los llevaran, y sea dejando
abandonada la misión. Del padre Hernández que en
todos estos casos sólo la gran influencia de los padres
podía contenerlos, y que en el caso de un cacique que
abandonó con toda su gente la misión, tuvo el
jesuita encargado de ella que caminar dos días hasta
encontrarlo y a duras penas consiguió convencerlo de que
volviera.
En la mayor
parte de los casos los jesuitas fueron tratados
duramente por los comisionados de Buccarelli, los cuales, una vez
que recibían las llaves y los libros, los
dejaban encerrados en una pieza hasta el momento de partir. Otro
hubo, en cambio, que los trataron más humanamente,
lamentando verse obligados a cumplir con esa
comisión.
Una vez en
Buenos Aires, fueron los misioneros encerrados en conventos y
privados de todo contacto con el mundo exterior. No podía
llegar a ellos nadie ni nada de afuera, bajo graves penas. Hasta
estaban privados de celebrar misa al principio. Esto luego fue
derogado.
Esperaron
así seis meses hasta que llegó el barco que los
llevaría de nuevo a tierras de Europa. Salieron
de Buenos Aires para ir a Italia o a Alemania.
Expulsados los
jesuitas, se trató de mantener el régimen de las
reducciones, nombrando para administrarlas empleados civiles y
para los asuntos religiosos a sacerdotes de las comunidades de
San Francisco, Santo Domingo y La Merced.
Ni los
empleados ni los religiosos conocían a los indios, se
lenguaje y sus
costumbres, así como tampoco el régimen
económico de las mismas.
Una mala
administración en la cual no se
ponía interés
alguno de conservación, fue minando la riqueza de las
misiones.
El
establecimiento de españoles en los pueblos que
componían las misiones trajo frente al ejemplo de
sobriedad y trabajo que habían dado los jesuitas, el de
los vicios y malos ejemplos de muchos de ellos, lo que
desmoralizó a los indígenas y los empujó a
volver a sus antiguos hábitos.
El ganado
comenzó a mermar y los yerbales a desaparecer por la falta
de reposición. Los indios volvían a su vida
nómada.
Los algodonales
fueron también destruidos, terminando así lo que
constituía la riqueza de las misiones.
A los diez
años de la expulsión, los habitantes habían
disminuido en una octava parte y treinta años
después a la mitad.
La pobreza
obligó a los indios a descuidar la vestimenta a la que se
habían ya acostumbrado y andaban sucios y
rotosos.
Las casas
fueron destruyéndose sin que nadie se ocupara de
repararlas.
La
disminución se operó de acuerdo al siguiente
gráfico:
Al ser
expulsados los jesuitas se puede calcular la población en
88.864 indígenas; en 1772, 80.352; en 1785, 70.000; en
1797, 54.388, y en 1801 42.885. Un censo efectuado en 1814 arroja
21.000 indios para un total de 23 pueblos, calculándose en
otros 7.200 los que habitaban en los siete pueblos que tomaron
los portugueses.
En cuanto al
ganado, sufrió una disminución semejante. A los
cuatro años de la expulsión de la
Compañía de Jesús, había quedado
reducido en una cuarta parte.
La miseria
progresiva que fue envolviendo a las misiones se pudo apreciar ya
en 1776. Los pueblos tenían en esta fecha muy escasos
recursos. El
algodón y los yerbales estaban desapareciendo. El administrador
general, Cassero, decía en un informe: "En poco
tiempo, abandonada la industria y la
agricultura,
consumieron lo que con desvelo adelantaron sus antecesores,
destruyeron las estancias de ganado, se aniquilaron los yerbales
de cultivo."
De este
desastre daba también cuenta el virrey Vértiz en
1784, lamentando que las misiones tuviesen en caja un
déficit de 67.000 "sin embargo de toda aquella exactitud y
diligencia de los ex jesuitas."
El afán
de encontrar los tesoros que, según se decía, esta
Orden había acumulado, contribuyó con excavaciones,
que se iniciaron febrilmente, a convertirlas en ruinas, sin que
el ansia de los buscadores se
viese recompensada.
En 1803 el
gobernador Velazco abolió el régimen de comunidad que
imperaba en las reducciones.
En el
año de 1801, comenzó el desmembramiento de las
misiones. Declarada en ese año la guerra entre
España y Portugal, aprovechó el Gobernador de
Río Grande la ocasión para arrojarse sobre las
codiciadas posesiones españolas de la Banda Oriental del
Uruguay. Peleaba en las filas portuguesas un bandido de nombre
Canto, el cual al frente de solo cuarenta hombres se
presentó en San Miguel, donde estaba guarnecido el
Teniente de Gobernador Rodrigo, y promoviendo la deserción
de los guaraníes que estaban descontentos de la mano
excesivamente dura del Teniente lo rodeó e hizo que
éste capitulara, y entregara la plaza. Al poco tiempo se
entregaron otros seis pueblos. Y así una vez firmada la
paz entre España y Portugal, quedaron en posesión
de esta última siete misiones uruguayas. Los portugueses
hicieron a los indígenas aún más duras las
condiciones de vida, y éstos continuaron
desbandándose.
La segunda
separación tuvo lugar entre los años 1810 y 1811
cuando, separándose la Argentina y el
Paraguay de la metrópoli, dejaron fijado qué
pueblos pertenecían al uno y al otro.
Al estallar la
Revolución
de Mayo, los indígenas vivían en montoneras, no
quedando ningún resto de su antigua organización.
Todavía
el nombre de los guaraníes volvió a agitarse cuando
Artigas, para luchar contra los portugueses, armó una
montonera a cuyo frente puso al indio Andrés
Tacuarí, más conocido por
Andresillo.
Era éste
Andresillo, un indio de una vivacidad tal y demostraba tan
grandes cualidades, que admirado Artigas de ellas y como fuera
huérfano, lo adoptó y lo nombró
Capitán General de Misiones.
En 1815
formó Andresillo por orden de Artigas un pequeño
ejército de guaraníes y al frente de 250 de ellos
tomó al Paraguay los pueblos de Candelaria, Santa Ana,
Loreto, San Ignacio Miní y Corpus.
Alentados por
este éxito quiso repetirlo el año siguiente con las
misiones que fueran arrebatadas por los portugueses. Esto siempre
bajo las órdenes de Artigas.
Se hizo
preceder por una proclama a los indígenas de los pueblos
sojuzgados, exhortándolos a sacudir el yugo
portugués, y prometiéndoles que si combatían
a su lado no dependían ni de españoles ni de
portugueses, sino que serían libres y se
gobernarían a sí mismos.
Produjo esto un
efecto enorme entre los indios, tanto que no sólo
consiguió formar con los que acudieron, un gran
ejército, sino que incluso el regimiento de Milicias
Guaraníes que habían puesto los portugueses para
custodiar la frontera se pasó casi totalmente a sus
filas.
Formó un
ejército de 2.000 hombres, comenzó su
expedición con muy buena fortuna: destrozó toda la
guardia brasileña de Itaquí por donde cruzara y
dispersó luego una avanzada de 300 hombres a caballo que
enviaron los portugueses para hacerle frente. Puso sitio a San
Borja, capital de las
misiones brasileñas, donde se encontraba el general
Chagas. El sitio duró diez días, e iba ganando poco
a poco todas las disposiciones, hasta que el último
día en que debía dar la batalla decisiva,
recibieron los portugueses, sin que Andresillo pudiera impedirlo,
un fuerte refuerzo que hizo posible su derrota.
Derrotados, la
represión fue terrible. El marqués de Alegrete y el
general Chagas asaltaron los siete pueblos argentinos donde
Artigas había organizado las montoneras y los incendiaron.
Los restos de las construcciones jesuitas desaparecieron bajo el
fuego.
Antes de
incendiar estos pueblos, Chagas efectuó un saqueo
minucioso, llevándose todos los objetos de valor, las
imágenes, las campanas de las iglesias y
los objetos de plata. De este metal recogió 750
kilos.
Al tener
noticias de la feroz destrucción llevada a cabo por los
portugueses en las misiones, Francia, que el año anterior
se había hecho reconocer como soberana perpetua, hizo
pasar sus tropas a las cinco misiones que le fueran arrebatadas
al Paraguay y llevó a cabo una acción semejante, ya
sea a fin de quedar bien con los portugueses, ya por vengarse de
Artigas.
La lucha, sin
embargo, no había terminado. Mientras Chagas se tomaba tan
terrible venganza, Andresillo
reorganizó.
Por tercera vez
el general portugués y el jefe indígena se
encontraron en San Carlos. Esta vez Chagas era el sitiador y
Andresillo el sitiado. Después de terribles combates, la
plaza fue tomada por los lusitanos, pero el valeroso cacique
guaraní se abrió paso sable en mano a través
de sus enemigos rodeado de unos pocos adeptos.
La carrera de
Andresillo no había aún llegado a su fin.
Consiguió reunirse con Artigas y entendiéndose con
él y con el caudillo entrerriano Ramírez,
este jefe indígena que se estaba convirtiendo en una
pesadilla para los portugueses, inició una acción
contra Porto Alegre, tomando de inmediato el pueblo de San
Nicolás.
Finalmente,
vencido y hecho prisionero, fue llevado a Río de Janeiro,
en cuya cárcel falleció.
Fue Andresillo
el último de los grandes jefes guaraníes, el
continuador de la tradición de Oberá,
Tiarayú y Languirú. Al colocarse junto a Artigas
luchó por la libertad y la
independencia
de sus pueblos, interpretando las aspiraciones de los
demás indios, que lo siguieron en la lucha y en la muerte,
volviendo a la vida nómada los que le
sobrevivieron.
En Paraguay,
dentro del mismo régimen de las misiones, los indios
entraron a trabajar para el gobierno en el
año 1823, hasta que el general López abolió
definitivamente ese sistema en
1848.
Al ir huyendo
de las misiones sus habitantes indígenas, fueron estos
pueblos quedando abandonados, pero con el tiempo fueron
poblándose algunos de nuevo, por los españoles esta
vez y adquiriendo y conservando su aspecto del pasado. Otras
quedaron definitivamente despobladas, dejando apenas como
recuerdo de su existencia, las ruinas de sus casas e
iglesias.
La Expulsión de los
Jesuitas: Impresiones de un Testigo (1767)
Los
jesuitas son detenidos en todas las ciudades
españolas
Las
órdenes del Rey se ejecutaron con la misma facilidad en
todas las ciudades. En todas partes lo jesuitas fueron
sorprendidos, sin haber tenido el menor indicio, y se puso mano
sobre sus papeles. Se les hizo bien pronto partir de sus
diferentes casas, escoltados por destacamentos de tropas que
tenían orden de tirar sobre los que intentaran escaparse.
Pero no hubo necesidad de llegar a este extremo. Dieron muestras
de la más perfecta resignación, humillándose
bajo la mano que los castigaba y reconociendo, decían que
sus pecados habían merecido la pena con que Dios les
castigaba. Los jesuitas de Córdoba, en número de
más de ciento, llegaron a fines de agosto a la Ensenada,
donde se les reunieron, poco después, los de Corrientes,
Buenos Aires y Montevideo. Fueron enseguida embarcados y este
primer convoy aparejó, como hemos dicho ya, a fines de
septiembre. Los demás, en tanto, estaban en camino para
llegar a Buenos Aires a esperar un nuevo
embarque.
Llegada de los caciques y corregidores de las
Misiones a Buenos Aires.
Se vio llegar,
el 13 de septiembre a todos los corregidores y un cacique de cada
pueblo con algunos indios de su séquito. Habían
salido de las Misiones antes de que se supiese por qué se
les hacía llamar. La noticia, que supieron en el camino,
les hizo impresión; pero no les impidió continuar
su marcha. La única instrucción con que los curas
hubiesen previsto al partir a sus queridos neófilos,
había sido no creer nada de todo lo que les dijese el
Gobernador General, "Preparaos, hijos míos, les
habían dicho, a oír muchas mentiras". A su llegada,
se les condujo en derechura al Gobierno, donde
yo estuve presente a su recepción. Entraron a caballo en
número de ciento veinte y se formaron en media luna, en
dos filas: un español, sabedor de la lengua de los
guaraníes, les servía de
intérprete.
Se
presentan al Gobernador General.
El Gobernador
apareció de un balcón; les hizo decir eran
bienvenidos, que fuesen a descansar y que les informaría
del día en que resolviese significarles las intenciones
del Rey. Añadió sumariamente que acababa de
sacarlos de la esclavitud y de
ponerles en posesión de sus bienes, de que
hasta el presente no habían gozado. Respondieron con un
grito general, alzando la mano derecha hacia el cielo y deseando
mil prosperidades al Rey y al Gobernador. No parecían
descontentos, pero era fácil distinguir en sus caras
más sorpresa que alegría. Al salir del Gobierno, se
les condujo a una casa de los jesuitas, donde fueron alojados,
alimentados y mantenidos a expensas del Rey. El Gobernador, al
hacerles venir había llamado en persona al famoso
cacique Nicolás: pero escribieron que su mucha edad y sus
achaques no le permitían moverse.
A mi partida
de Buenos Aires, los indios no habían sido llamados
todavía a la audiencia del General. Quería dejarles
tiempo para aprender un poco la lengua y
conocer la manera de vivir de los españoles. He estado
varias veces a verlos. Me han parecido de un natural indolente y
les encontraba el aire
estúpido de animales cogidos en una trampa. Me hicieron
notar que se decían muy instruidos; pero, como no hablaban
más que la lengua guaraní, no puede apreciar el
grado de sus conocimientos; únicamente oí tocar el
violín a un cacique que se nos aseguraba ser un gran
músico: tocó una sonata y creí oír
los sonidos rutinarios de aristón.
Bougainville de, L.A. (1729-1814). Viaje alrededor
del mundo
Resultados de la obra misionera: la
transculturación del
indígena.
El mantener a
una comunidad indígena en permanente actividad productiva,
no era una tarea fácil. Los guaraníes,
acostumbrados al seminomadismo, a la práctica de una
primitiva agricultura, a
la caza y a la pesca, estaban
habituados a procurarse nada más que lo necesario para el
sustento diario; por lo tanto, les era extraño el concepto de
producción y de ganancia. Los jesuitas
debieron, pues, inculcarles el concepto de
desarrollo
económico, pero para ello no apelaron a medidas
coercitivas, sino que se predicó con el ejemplo
recurriéndose a una paciente
explicación.
La labor
cumplida por las misiones se tradujo en meritorios resultados:
los indígenas aprendieron a trabajar la tierra, muchos
jóvenes fueron iniciados en la práctica de
artesanías (carpintería, herrería,
platería, albañilería). Las mujeres, por su
parte, aprendieron a hilar el algodón, dedicándose
en especial a la tejeduría, en tanto que el trato apacible
y humanitario, se mantuvo alejado del desmedido afán de
lucro que caracteriza a las encomiendas.
La
instrucción tampoco estuvo ausente: en cada misión
jesuítica se instaló una escuela para iniciar a los
indígenas en la lectura y
escritura; y
otra para orientarlos en la enseñanza de la música
y el canto. Para ello, los padres misioneros debieron aprender la
lengua guaraní —convertida prácticamente en
idioma oficial— al tiempo que trataron también de
difundir el idioma castellano entre
los naturales.
Hubo
indígenas que demostraron una especial aptitud para los
trabajos artísticos —pinturas, tallas,
esculturas—, muchos de los cuales se conservan. En tales
casos, los misioneros supieron alentar esas vocaciones que se
tradujeron en obras consagradas por lo general al culto y al
adorno de las iglesias.
Las misiones
también utilizaron la imprenta. Cuando en Buenos Aires y
otras ciudades importantes aún no se practicaban las artes
gráficas, algunas misiones imprimían sus propios
libros
—catecismos en idioma guaraní–castellano,
diccionarios,
gramáticas, obras de carácter religioso—
destinados a adoctrinar a los naturales.
La
concentración indígena en las misiones atrajo la
codiciosa atención de aventureros (como los bandeirantes
portugueses provenientes de San Pablo) que caían sobre
ellas con la intención de capturar indios para venderlos
como esclavos. Frente a tal actitud las
misiones debieron defenderse y en 1641 los guaraníes,
dirigidos por los misioneros, obtuvieron la victoria de
Mbororé tras una sangrienta batalla librada contra
centenares de bandeirantes. Por su parte, la Corona dictó
una Real Ordenanza (1649) autorizando a las misiones a
organizarse en milicias y a adiestrar a los naturales en el
manejo de las armas para hacer frente a las constantes
amenazas.
Conclusión:
Hemos llegado al final de este trabajo. Como pudimos ver
a lo largo de estas páginas los jesuitas fueron de mucha
importancia para la colonización de nuestro territorio ya
que con sus reducciones lograron hacer buenos
asentamientos.
En ellos
enseñaron a los indios cómo trabajar para construir
mejores casas, para tener buenas cosechas, para saber cuidar el
ganado y para muchas otras cosas muy importantes. Les
enseñaron cómo llevar una vida como la que Dios nos
manda.
Logramos
conocer, en el trabajo,
muchas de las cosas que los jesuitas les enseñaron hacer a
los indígenas; pero más allá de darles
"tecnicismos" le trajeron la palabra de Dios y les trataban de
enseñar lo mejor que podían a que la entiendan, ya
que como sabemos, ellos poseían grandes diferencias
culturales y una de las más difíciles fue haber
aprendido hablar el idioma guaraní para poder comunicarse
de la mejor manera posible.
Es una
lástima que les hayan impuesto que
debían dejar de
Biografías Funcionales
Biografía Funcional
de:
Nacimiento: Loyola
nació en el año de 1491 en el castillo ancestral de
la familia en
Azpeitia (Guipúzcoa) y de joven fue paje en la corte de
Fernando el Católico, rey de Castilla.
Muerte: murió
en Roma el 31 de julio de 1556. Ignacio fue beatificado por el
papa Paulo V, el 27 de julio de 1609, y canonizado por Gregorio
XV el 12 de Marzo de 1622. Su cuerpo fue sepultado debajo de un
altar del templo del Gesú, en Roma. Aunque murió al
cabo de solo dieciséis años de fundada la
Compañía, esta Orden contaba ya unos 1000 miembros
y cien casas de distribuidas en 10 provincias.
Familiares: Fue el
último de los hijos de Beltrán Yañez de
Oñaz y Loyola y de doña Marina Sáenz de
Licona y Balda. En la pila bautismal se le puso el nombre de
Iñigo, que después había de cambiar por el
de Ignacio, nombre que aparece por primera vez en 1537, y desde
esta fecha figuran los dos nombres indistintamente hasta 1542, en
que desaparece el de Iñigo para no figurar ya más
que una vez en 1546.
Estudios: Ignacio de
Loyola se educó en Arévalo en casa del noble
caballero Juan Velázquez de Cuéller, contador mayor
de los Reyes Católicos. En su juventud y
antes de 1515 recibido la tonsura eclesiástica sin que se
sepa dónde y cuando la recibió ni cuando y
porqué fue relevado de las obligaciones
inherentes a esta orden sagrada. Lo que sí consta es que
estuvo en la corte de España y que hizo la carrera militar
a las órdenes del duque de Nájera, Antonio
Manrique, virrey de Navarra, en cuyo servicio dio
muestras de grandeza de ánimo y liberalidad en cierta
ocasión que las fuerzas del duque tomaron a Nájera
y la saquearon, y aunque él pudiera mucho tomar de la
presa (son palabras de uno de su biógrafos), le
pareció caso de menos valer, y nunca cosa alguna quiso de
ella. También dio muestras en muchas cosas de ser
ingenioso (prosigue el mismo autor) y prudente en las cosas del
mundo y de saber tratar los ánimos de los hombres,
especialmente en acordar diferencias o discordias; y una vez se
señaló notablemente en este siendo enviado por el
virrey de Navarra a procurar de apaciguar la provincia de
Guipúzcoa, que estaba muy discorde, y tuvo tan buen modo
de proceder que con mucha satisfacción de todas partes,
los dejó concordes. Lo que no se sabe si Ignacio de Loyola
fue en su niñez paje de los Reyes Católicos.
Según el padre Antonio Astrain, ningún documento
contemporáneo lo insinúa; el padre Maffeo fue el
primero en afirmarlo en el capítulo primero de su vida del
santo, impresa en 1585; pero en un ejemplar de dicha obra que se
conserva anotado por el padre Ribadeneira, el primer
biógrafo de san Ignacio de Loyola, escribió al
margen este historiador: "Da a entender (el padre Maffeo) que fue
paje del rey, y no lo fue sino de Juan Velázquez, su
contador mayor, y hay hoy muchos que lo saben, y algunos que se
acuerdan de ello.
Determinó emprender los estudios, luego de su
accidente, a fin de hacerse más apto para ayudar a sus
prójimos, empezó estudiando el latín con los
muchachos de la escuela, y en 1526 había ya hecho los
progresos necesarios para comenzar a cursar filosofía,
para lo cual partió a Alcalá de Henares, desde
donde a fines de 1527 pasó a Salamanca de allí a
París (junio de 1528), en cuya Universidad
repitió el curso de antes, obteniendo el grado de Magister
artium el 14 de marzo de 1535. Entre tanto había dado
comienzo al estudio de la teología y licenciándose
en esta facultad en 1534. Su estancia en París fue para
Ignacio de Loyola una escuela de ejercicios de obras de caridad y
de celo por la disciplina
escolar, habiendo sufrido por este motivo duras
persecuciones.
Grupo social al que
pertenecía: Militar español y
más tarde sacerdote.
Cargo
Público: Ignacio recibió las
órdenes menores el 10 de junio, el subdiaconado el 15; el
diaconado el 17 y; por fin, el presbiterado el 24, de
1537.
Colaboradores: .
Entabló amistad con
algunos estudiantes, entre ellos padre Fabro, saboyano; Francisco
Javier, navarro; Diego Laínez, Alonso Salmerón y
Nicolás Bobadilla, castellanos, y Simón
Rodríguez; portugués; luego se le juntaron otros
tres, Claudio Le Jay, saboyano; Juan Codure y Pascasio Broet,
franceses.
Actividad
pública: Entre las obras que llevó
a cabo el santo en Roma, las que realizó con mayor
cariño, según se ve por su correspondencia, fueron
la fundación del Colegio Romano (1551) y del Colegio
Germánico (1552), habiendo hecho para las mismas toda
clase de sacrificios. El éxito de la primera de estas dos
instituciones
se aseguró con la generosa esplendidez del duque de
Gandía, virrey de Cataluña, que luego abrazó
el instituto de la Compañía, y en ella
terminó sus días, mereciendo el honor de los
altares, con nombre de san Francisco de Borja. La
fundación del Colegio Germánico atravesaba
aún un período de luchas y dificultades al morir
Ignacio; pero el resultado posterior probó a las claras la
viabilidad y utilidad del
plan que el
santo había concebido.
Ideología: La
vida de Ignacio durante su juventud hasta
caer herido en Pamplona e iniciarse el proceso de su
conversión, fue la común y ordinaria de todos los
jóvenes militares de su época. Sobre esto, empero,
se carece de pormenores, y, además, hay gran
contradicción entre los que escribieron de san Ignacio de
Loyola; sin embargo, consta que a su conducta ligera
unía grandes virtudes naturales: como soldado, era
valeroso y esforzado; como caballero, cumplidor fiel de todos los
deberes de su clase, y como cristiano y católico, en
varias ocasiones dio a entender que era hombre de convicciones
religiosas muy arraigadas y que profesaba especial
devoción a la Virgen Santísima y al Príncipe
de los Apóstoles.
El grande y complejo carácter de san Ignacio de
Loyola, cuyas características fueron: una gran firmeza y
decisión reguladas por la razón y el deber; un
valor a toda
prueba, una gran constancia, la sencillez informada por la
prudencia, la humildad y al amor al
prójimo. La concepción protestante y la jansenista
de Ignacio de Loyola, que hacen de él un hombre
insaciable, inquieto y pragmatista, no guarda relación
alguna con la apacibilidad y activa, pero suave firmeza, que
caracterizaron al hombre en la vida real. Que fue un hombre
intensamente disciplinado, no hay lugar a dudarlo, y esta
cualidad era innslable, tratándose de una
institución joven y que crecía con gran pujanza;
pero aunque tenía gran fe en la disciplina
como factor educativo, subordinaba los motivos encaminados a la
acción, al puro amor de Dios y
del prójimo. Estudiando a Ignacio de Loyola como
gobernante fue cuando Francisco Javier comprendió e hizo
propio el principio de que la Compañía de
Jesús se había de llamar "la Compañía
del amor y de la conformidad de las almas".
Valoración:
Son indudables los numerosos talentos que Ignacio poseía
desde su juventud. Dios
quiso que él mismo los descubriera y que encontrara el
camino donde ponerlos en práctica. Su accidente
significó un cambio radical. Gracias a este, se puso al
servicio de la
Iglesia y de la humanidad entera y a través de su ejemplo
propagó el Evangelio y la alegría de vivir como
cristiano. Su fe, su coraje y su empeño por enaltecer a
Cristo, lo llevó a fundar la Compañía de
Jesús, institución que, a través de sus
seguidores, hizo de pueblos indígenas, carentes de
religión, verdaderas comunidades y demostraron ser, tras
las advenientes persecuciones, incansables voces sedientas de
proclamar la Verdad, sin importar dar la vida por
defenderla.
Fuentes:
- Enciclopedia
Encarta’97. - Astrain,
Historia de la
Compañía de Jesús, en la Asistencia de
España, Tomo 1: San Ignacio de Loyola pág.
1540-1558, Madrid 1902. - Bartoli,
Della vita di San Ignazio (Roma,1650). - Estudio
crítico y documentado de los hechos ignacianos
relacionados con Montserrat, Manresa y Barcelona
(Barcelona,1922). - Vida del
padre Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía
de Jesús (1º edición, en latín,
Nápoles, 1572; edición castellana, Madrid,
1583). - Diccionario
Clarín. - Diccionario
Enciclopédico Larousse.
Biografía Funcional
de:
Nacimiento:
Nació en el castillo de Javier en1506. Último
vástago de loas castellanos de Javier, fue sexto hijo, que
vino al mundo el martes Santo, 7 de abril de 1506, recibiendo en
el sagrado bautismo el nombre de Francisco.
Muerte:
Glorificación del
apóstol (muerte de
Francisco Javier)
Muerto el santo
padre, Antonio de Santa Fe amortajó el cadáver, lo
encerró en una caja de madera, y a
fin de que consumiéndose más fácilmente las
carnes se pudiesen después trasladar mejor los huesos,
echó dentro buena cantidad de cal, y así fue
sepultado el 4, después de mediodía, y allí
estuvo hasta el 17 de febrero del siguiente año, en que el
capitán de la nao Diego Pereira mandó desenterrarlo
para llevarlo a Malaca, siendo hallado entero y sano. Sabido en
Malaca que venía el cuerpo del santo padre Francisco de
Javier entero e incorrupto, su devoto amigo Diego Pereira
mandó apercibir gran cantidad de cera y disponer un
solemne recibimiento, como se ejecutó a la mañana
del día siguiente de la llegada, siendo conducido
procesionalmente a la iglesia de la Compañía de
Jesús, de donde por agosto fue nuevamente desenterrado
para ser llevado a la iglesia del Colegio de San Pablo de Goa. El
solemnísimo y piadoso recibimiento que se hizo entonces al
santo cuerpo fue el comienzo del maravilloso culto con que
así en las Indias como en las demás partes de la
cristiandad fue venerado el apóstol de las Indias y del
Japón. Su culto se propagó mayormente
después de beatificado por Paulo V (25 de octubre de 1619)
y canonizado por Gregorio XV (12 de Marzo de 1622), a lo cual
contribuyó poderosamente el celo del venerable padre
Marcelo Mastrilli, quien curado milagrosamente en Nápoles
el 3 de enero de 1634, por intercesión de san Francisco de
Javier, acostumbraba a recurrir a su valedor en sus necesidades y
recomendaba a los demás hiciesen lo mismo; y como el santo
respondiese con abundantes favores a la confianza de sus devotos,
empezó a llamarse Novela de la
Gracia la que viene celebrándose desde el 4 al 12 de marzo
(aniversario de su canonización) en gran
número de iglesias de todas las partes de la cristiandad
con gran concurso y provecho espiritual de fieles, para cuya
mayor difusión los Soberanos Pontífices la han
ennoblecido con el tesoro de indulgencias. Su última forma
fue aprobada y enriquecida con nuevas indulgencias por Pío
X el 23 de marzo de 1904.
Ha fascinado al
pueblo cristiano aquel prodigo de santidad, aquel
heroísmo, aquel maravilloso celo acompañado de los
más extraordinarios carisma de su apostolado; por esto las
multitudes se agolpan en grandes peregrinaciones alrededor de su
cuerpo incorrupto, conservado en el Jesús de Goa en la
magnífica urna de plata debida la primera al
reconocimiento e iniciativa del padre M. Mastrilli y la actual
mas rica que aquella a la piedad del Gran Duque de Toscana, que
le costeó a fines del siglo XVII, y con ocasión del
tercer centenario de la canonización, su brazo trasladado
del Gesú de Roma a Javier, fue paseado en prodigioso
triunfo por España e Italia, obrando no solo numerosos
milagros de orden sensible, sino lo que es mas maravilloso, la
inaudita conmoción espiritual de entusiasmo de piedad y de
señaladas conversiones, según relata la prensa,
especialmente local, de los lugares por donde pasó la
sagrada reliquia. A san Francisco se ha atribuido por algunos el
conocido soneto: "No me mueve, mi Dios, para
quererte…"(que otros atribuyeron a santa Teresa de
Jesús y otros a fray Pedro de los Reyes). Realmente
existen razones a favor de tal paternidad, que expone
eruditamente el jesuita D. Restrepo, en Raza Española.
Tribuna hispanoamericana (Madrid, 1919), examinando los
fundamentos en pareceres de otros autores, como
‘Foulché-Delbosch, el jesuita húngaro
Drébitka y el literato mejicano Alberto María
Carreño. De todo ello deduce Restrepo que si san Francisco
no es el autor, por lo menos le corresponde
probabilísimamente el honor de haberlo inspirados por
medio de un cántico o himno portugués compuesto por
él, que después tradujo al latín el jesuita
Possino en el ritmo.
Familiares: don Juan
de Jassu y doña María de Aspilcueta
Estudios: De la
educación
e instrucción que el niño Francisco
recibiría en el castillo de Javier, sólo nos es
dado conjeturar por el piadoso ambiente que
en él se respiraba y por la noble tradición de tan
ilustre casa. Por lo que creemos que en el mismo, junto con las
primeras ideas religiosas infundidas en la infancia por
su piadosos madre, también aprendería las primeras
letras, y por ventura en Sangrase, latín y humanidades.
Huérfano de padre desde los nueve años, subyugaba
su patria a la ambición de Fernando, un año
después de la capitulación de Fuenterrabía,
en Setiembre de 1525, consintió su madre que se dirigiera
a París para buscar en la carrera de las letras la gloria
y honroso porvenir que a sus hermanos había negada la de
las armas.
Los estudios en
París (1525-1535). Con altas pretensiones llegó
Francisco de Javier a París el 1º de Octubre,
instalándose en calidad de
interno en el colegio de Santa Bárbara. Comenzó por
el repaso de las humanidades (1525-26) en el colegio de Mantaigu,
y después sucesivamente oyó en el mismo colegio de
Santa Bárbara los cursos de
filosofía, graduándose de bachiller (1526),
licenciado (1530) y más tarde de maestro, para lo cual
antes había pretendido una cátedra de
filosofía y la había obtenido en el colegio de
Dormans-Beauvais, en el que hacía sus clases al mismo
tiempo que estudiaba Teología. Este fue, en suma, el marco
exterior en que se desenvolvió la vida de Francisco de
Javier en París. En los once años que allí
vivió fueron por demás trascendentales las
transformaciones que en él se obraron. En el orden
científico cursó los estudios de filosofía y
teología, alcanzando los grados académicos con gran
loa, lo cual era para las altas pretensiones del joven navarro el
abrírsele las puertas para las honras y dignidades
acompañadas de pingües beneficios
eclesiásticos en la catedral de Pamplona, a cuya
consecución había ya enviado sus despachos para la
verificación de su nobleza. Pero en el orden espiritual
fue grande el riesgo que
corrió así en la ortodoxia de las ideas por la
solapada propaganda
luterana que se hacía en algunos colegios de la Universidad, como
principalmente en las costumbres por los perversos ejemplos que
daban algunos profesores, pero principalmente los
compañeros estudiantes. Dos años estuvo fluctuando,
si bien confesó más tarde que, por merced de Dios,
nunca había naufragado.
Grupo social al que
pertenecía: Apóstol de las Indias
y del Japón, declarado por el santo padre Pío X
"patrono de la Obra de la Propagación de la FE", cuya
significación en la historia de la iglesia moderna
ponderó el papa Pío XI en sus Letras
Apostólicas Meditanlibus Nobis, al reverendo padre V.
Ledochoswki, propósito general de la
Compañía de Jesús. Fue el más
glorioso e ilustre de los Javieres.
Colaboradores: La
Providencia, que velaba por él, le deparó para
guías al español doctor Peña y al angelical
saboyano, hoy beato Pedro Le Fèvre, cuyo compañero
de aposento fue en el colegio de Santa Bárbara, y desde el
otoño de 1528 al guipuzcoano san Ignacio de Loyola. Desde
su llegada, el alma de éste y de Le Fèvre pronto se
fundieron en una íntima, y ya para siempre amistad.
Francisco de Javier, en cambio, sentía desvío a las
pláticas serias y demasiado elevadas para él de
Ignacio, las cuales no se avenían bien con sus
aspiraciones terrenas. Pero el de Loyola, que penetró las
grandes prendas que encerraba el alma de Francisco de Javier, se
propuso conquistarla para el servicio de
Dios. Como Francisco de Javier daba entonces sus clases de
Aristóteles y por otra parte, a causa de
los gastos que
había hecho, andaba escaso de recursos, Ignacio
estudió de ganarle la voluntad procurándole
discípulos y ayudándole delicadamente con dinero. Con
esto pudo Ignacio hacer penetrar en el corazón
del altivo maestro aquella sentencia del Divino Maestro:
«¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el
mundo, si pierde su alma?». La cual repetida por el
penitente de Manresa con aquel espíritu y constancia que
eran el resorte de su eficacia,
obró con la gracia divina la maravillosa
transformación de que el 15 de Agosto de 1534 el maestro
Francisco de Javier se hallará en Nuestra Señora de
Montmartre con Ignacio, Le Févre, Alfonso (de Bobadilla),
Laínez, Salmerón y Rodríguez, para hacer
cada uno el voto de ir a Jerusalén… y volviendo de
ponerse en la obediencia del Pontífice Romano. Item de
comenzar de dejar cada uno parientes el retia, como dice Le
Févre en su Memorial. Del fervor con que Francisco de
Javier durante aquellas vacaciones y después del voto hizo
los ejercicios, dio eximio testimonio del mismo San Ignacio
años adelante: «Maestro Francisco ultra de su
abstinencia grande (había estado cuatro o cinco
días sin comer), porque era en la isla de París uno
de los mayores saltadores, se ató todo el cuerpo y las
piernas con una cuerda reciamente; y muy atado, sin poder mover,
hacia las meditaciones». Aquel espíritu brioso
encaminado hasta entonces a las pretensiones temporales,
había tan entera y fervorosamente dirigido su rumbo a
Dios, que al llegarle de Pamplona el propio en el que aquel
ilustrísimo Cabildo ofrecía al hidalgo maestro don
Francisco de Jassu y Xavier una prebenda, había él
ya renunciado a todas las pretensiones temporales por abrazar
la pobreza de
Cristo. Ignacio, por razón de su salud, hubo de volver a los
aires natales por la primavera de 1535. Francisco de Javier le
entregó una carta para el
capitán don Juan, su hermano, en la cual escribe
cariñosos párrafos de reconocimiento. «Y por
que V. md. a la clara conozca quánta merced nuestro
Señor me ha hecho en jauer conocido al S.or
Maestro Iñigo por esta le prometo mi fe que en mi vida
podría satisfacer lo mucho que le deudo, así por
hauerme fauorescido muchas vezes con dineros y amigos en mis
necessidades, como en hauer él seido causa que yo me
apartasse de malas compañías, las quales yo por mi
poca experiencia no conoscía» (Monumenta
histórica Societatis Jesu: Xav. I204). De esta
ternura que entonces brotó en el noble pecho de Francisco
de Javier para con el padre de su alma, se entienden aquellas
cariñosas expresiones que escribía después
desde la India.
Cargo Público:
Ministerio por Italia y ordenación Sacerdotal
(1536-1537)
Los
compañeros de Ignacio habían permanecido en
París a fin de terminar los estudios. A principios de
Enero de 1536 se reunieron de nuevo en Venecia. Mientras
esperaban embarcación para cumplir su voto de peregrinar a
Tierra Santa se entregaron al servicio de los enfermos del
hospital, y en este tiempo el hidalgo descendiente de los Jassu y
Azpilcueta hizo aquel heroico acto de abnegación de chupar
el pus de la llaga de un enfermo para vencer las repugnancias de
la naturaleza. En estos oficios de misericordia se ocuparon hasta
entrada primavera, que entonces se encaminaron en binas a Roma
para besar el pie de Su Santidad y pedirle licencia de recibir
las sagradas órdenes antes de partir a Jerusalén.
El compañero de maestro Francisco de Javier era maestro D.
Laínez, el cual contó años más tarde
a Pedro de Ribadeneyra, según éste refiere, que en
las posadas le asaltaban de noche extraños sueños,
y así al despertar le dijo alguna vez: "Jesús,
¡qué cansado estoy! Soñaba que traía a
cuestas un indio, y que pesaba tanto que su peso casi me
aplastaba. En roma, estando recogidos en el hospital,
despertó a veces a Rodríguez gritando más,
más, más y era, como se lo dijo antes de separarse
en Lisboa que soñaba hallarse en grandes peligros y
trabajos por servicio de Dios, cuya gracia le sustentaba y
fortalecía para pedir otros mayores. Vueltos a Venecia
renovaron sus votos delante del legado Jerónimo Veralloo,
e Iñigo, Francisco de Javier, Laínez,
Salmerón, Bobadilla, Coduri y Rodríguez aun no eran
aún sacerdotes, recibieron las órdenes de manos del
obispo de Arba,, Vicente Nigusanti, las menores el 10 de junio
(1537, el subdiaconado el 15, el diaconado el 17 y el
presbiterado el 24, y después de algunos días de
retiro celebraron su primera misa. Estorbada providencialmente la
peregrinación a Jesurasalén se repartieron por
diversas ciudades, dedicándose parte a la
contemplación, parte al ministerio apostólico.
Francisco de Javier se ejercitó en Montselice, Vicensa (en
donde celebró su primera misa), y después en
Bolonia. Por la primavera de 1538 se trasladaron a Roma.
Francisco de Javier y N. Alfonde (de Bobadilla), allí
Iñigo y sus compañeros deliberaron sobre su manera
de vivir estable; fruto de aquellas deliberaciones fue la
fórmula del nuevo Instituto que presentada a Paulo III por
el cardenal G. Contarini fue aprobada verbalmente por Su Beatitud
el 3 de setiembre de 1539. Pero pronto el vicario de Cristo
comenzó a echar mano de aquellos fervorosos operarios.
Francisco de Javier quedó al lado de su santo
padre.
Actividad
Pública:
Vaso de elección
(1540)
El momento de
la Providencia se acercaba para Francisco de Javier. Precisamente
el 4 de Agosto el rey de Portugal don Juan III, por medio de su
embajador Pedro Mascarenhas había pedido a S.S., Paulo
III, misioneros de la naciente Orden para sus colonias de la
India. Los señalados por Ignacio para aquella
expedición fueron Rodríguez y Alfonso (de
Bobadilla), el cual apenas llegado a Roma, cayó enfermo de
suerte que no pudiendo seguir a Mascarenhass, san Ignacio
llamó a maestro Francisco de Javier para substituirle; era
el 14 de marzo de 1540. Al día siguiente redactó
tres documentos
importantísimos: uno en que declara recibir las
constituciones de la Compañía de Jesús, que
en adelante se aprobaren, otro en que da su voto para la
elección de propósito general y el último en
que da fe de sus votos simples (consúltese Monumenta
historica Societatis Jesu, Xav., I811-14). Reparó su pobre
ropa, tomó su brevario, y despidiéndose tiernamente
de sus queridos hermanos en religión y de los amigos y
especialmente de su santo padre Igancio, y recibida la
bendición del Vicario de Cristo, partió de Roma el
16 de marzo, llegando a Lisboa por junio o julio de 1540.
Recibidos por los serenísimos reyes de Portugal don Juan
III y doña Catalina con mucho amor y cortesía, se
entregaron a los sagrados ministerios con increíble fruto
y edificación, así de la corte como de la ciudad de
Lisboa. En este tiempo fueron expedidos por el papa Paulo III los
breves en que le nombraba su legado o nuncio apostólico
para las partes de la India, y le otorgaba amplísimas
facultades para ejercitar su ministerio, al mismo tiempo que se
resolvía entre el Papa, y el rey y san Ignacio que
Rodríguez quedara en Portugal para establecer en aquel
reino la Compañía de Jesús aprobada el 27 de
septiembre de 1540, y que maestro Francisco de Javier partiese a
la India con otros dos compañeros recientemente admitidos,
Francisco Mansilhas y Pablo Cmerte.
Hacia la
India (1541-1542)
Vino,
finalmente, el 7 de Abril de 1541, día en que partiendo de
Lisboa, el corazón
del apóstol de las Indias palpitó fuertemente de
gozo y ansia por llevar el
conocimiento de Jesucristo a millares de infieles y dilatar
los confines de la Iglesia católica. Francisco de Javier
cumplía aquel mismo día los treinta y cinco
años edad. Las antiguas narraciones de los viajes
marítimos de entonces y la misma correspondencia de
Francisco de Javier nos dan lugar a conjeturar las grandes
penalidades propias de aquellas difíciles y largas
travesías, especialmente hachas por un varón
apostólico cuya provisión sea la santa pobreza. Las
enfermedades que
se apoderaron de los navegantes y los escándalos a que
éstos se entregaban con frecuencia le dieron
ocasión abundantísima de ejercitar con ellos su
caridad heroica acompañada de la fervorosa asistencia
espiritual que demandaban los diversos casos. Por esta
razón era ya llamado el "santo padre". Por haberles
sorprendido las calmas en la costa de Guinea no doblaron el Cabo
de Buena Esperanza hasta Septiembre, y en el mismo mes llegaron a
Mozambique, de donde escribía el 1Oºde enero de 1542
hallarse enfermo, de suerte que, según testimonio del
padre Gaspar Barzeo (1548), llegó a peligro de muerte.
Salieron de allí a fines de febrero, y haciendo escala en Melinde
y Sokotora, llegó a Foa el 6 de mayo de1542m ella por
cierto bienaventurado y dichoso para aquella ciudad y para todas
aquellas partes de la India, pues en él aportó a
ella el bienaventurado siervo de Dios por quien Nuestro
Señor optó en ella tantas maravillas, según
exclama M. Teixera (Monmenta historia Societatis Jesus:Xav.
II841)
Vuelta a
la India (1547-48)
La vuelta de
Francisco a Malaca y de Malaca a la India había de ser
providencial. Acababan de llegar nuevos misioneros. Visitó
con la celeridad que le infundía su ardiente celo e
incansable caridad las cristiandades ya fundadas. Cochín,
Manapar, Bazain y Goa le recibieron dos veces en menos de dos
años. Distribuyó el personal
según las necesidades, avivó con su presencia los
ministerios y consoló a todos con indecible caridad. En
esta primera mitad de su apostolado o sea a principios de
1549 dejaba establecidos domicilios de la Compañía
de Jesús en Goa, Pesquería, Travancor, Molucas,
Malaca, Santo Tomé de Meliapur, Coulam, Bazain, Ormuz. En
este tiempo no dejó de escribier nuevas cartas al rey de
Portugal y a san Ignacio solicitando con fervorosas instancias el
envío de más operarios. Como hubo arreglado los
negocios a que
debía atender como superior, se puso en camino para el
Japón.
Regreso a
la India (1551)
Por
otoño de 1551, el padre Francisco de Javier se hizo a la
vela en dirección a la India a fin de dar orden en los
negocios de
aquellas casas y misiones, y para después acometer la
conquista del vastísimo Imperio de la China, que
desde muchos años atraía los ardores de su celo.
Expuso Francisco de Javier los motivos de tan magnánima
empresa en
la carta
escrita a san Ignacio desde Cochín el 19 de enero de 1552.
Declaradas las condiciones de los chinos, prosigue el santo
misionero: "Si acá en la India no hubiere algunos
impedimentos que me estorben la partida, este año de 1552
espero ir a la China por el
grande servicio de Dios que se puede seguir así en la
China como en
el Japón, porque sabiendo los japones que la ley de Dios
resciben los chinas han de perder más presto la fe que
tienen a sus sectas. Grande esperanza tengo que así los
chinas como los japones por la Compañía del nombre
de Jesús, han de salir de sus idolatrias y adorar a Dios a
Jesucristo, salavador de todas las gentes" (Monumenta historica
Sovietatis Jesu: Xav., I672). Por ferero de 1552
estaba en Goa, en donde dio las ordenaciones convenientes para el
buen proceder de los de la Compañía; nombró
superior de todos al padre Gaspar Barzeo y habiéndose
despedido de unos y otros con aquella exquisita caridad,
despachó cartas a san
Ignacio y al rey de Portugal y se hizo a la vela llevando consigo
al mercader Diego Pereira, que iba con presentes como embajador
de Juan III, al hermano Antonio Ferreira y al intérprete
Antonio de Santa Fe.
Ideología:
san Francisco de Javier era sumamente creyente y todo lo que
hacía lo hacía por Cristo y en su nombre, era su
inspiración. Aquel prodigo de santidad, aquel
heroísmo, aquel maravilloso celo acompañado de los
más extraordinarios carisma de su apostolado; por esto las
multitudes se agolpan en grandes peregrinaciones alrededor de su
cuerpo incorrupto, conservado en el Jesús de Goa en la
magnífica urna de plata debida la primera al
reconocimiento e iniciativa del padre M. Mastrilli y la actual
mas rica que aquella a la piedad del Gran Duque de Toscana, que
le costeó a fines del siglo XVII.
Valoración:
San Francisco Javier tuvo una misión específica en
el Nuevo Mundo: hacer efectivos los objetivos que
San Ignacio de Loyola había establecido al crear la
Compañía. Este último lo había
elegido a aquel como su sucesor y Javier, con esfuerzo y
sacrificio, engrandeció poco a poco aquello que en
algún momento sólo era una ilusión. Se
adentró en la vida de los hombres de América,
convirtiéndose en uno más de ellos, compartiendo
sus costumbres, inquietudes e intercambiando –en nombre de
Cristo– culturas diferentes que lograron aunarse. La labor
insesante y esperanzada, sin dudas, dio resultado.
Fuentes:
- Enciclopedia
Microsoft
Encarta ’97. - Diccionario
Enciclopédico Larousse. - Diccionario
Clarín. - C. M. Abad,
S. J., San Francisco Javier (Madrid, 1922). - J. de
Acosta, S. J., De procuranda Salute indorum libri sex
(Salamanca, 1588). - San
Francisco Javier (Madrid, 1912).
Bibliografía:
- Enciclopedia
Microsoft
Encarta’97 - Enrique
Planas, Historia de las Misiones en la Época Colonial
Los Jesuitas en el Río de la Plata; Colección
Antorcha, Editorial Atlántida, Buenos Aires,
1941. - Suplemento
Especial de Clarín: "Iberoamérica, una
comunidad". - Octavio Gil
Munilla, El Río de la Plata en la política
internacional. - Atlas de
Historia
Universal de Clarín. - Furlong,
Guillermo; "Misiones y sus pueblos de guaraníes", Buenos
Aires, 1962. - Sierra,
Vicente; Historia de la Argentina,
Buenos Aires, 1959. - Solá,
Miguel; Las misiones guaraníes, en "Documentos de
Arte
Argentino", cuaderno XIX, Academia Nacional de Bellas Artes,
Buenos Aires, 1946. - Gran
Enciclopedia Rialp.
Autor:
rossi_lopardo[arroba]ciudad.com.ar