Introducción
Más
allá de las razones políticas,
económicas y culturales que propiciaron el surgimiento del
fascismo -y
del nazismo
especialmente-, se deben observar otras razones que no
necesariamente entran en la lógica
de un análisis racional de este fenómeno.
O en palabras del autor nacionalsocialista Wilhelm Stapel: "Dado
el carácter elemental del nacionalsocialismo,
resulta imposible atacarlo con ‘argumentos’. Los
argumentos sólo tendrían efecto si el movimiento se
hubiera impuesto con
ayuda de argumentos".
Si tomamos el caso de Alemania, la
gigantesca acumulación de poder que
ostentaba Adolf Hitler no estaba
basada sólo en coordenadas políticas
dentro del III Reich: la razón principal de este
éxito fue el empleo de la
violencia psíquica. La propaganda del
régimen nacionalsocialista se basaba sobre esta
Führerideologie (ideología del jefe).
Renunciando a toda argumentación objetiva, los
llamamientos de Hitler al pueblo
alemán consistían en presentar a las masas
solamente "la gran meta final". El tipo de mando autoritario y
carismático (retomando el concepto de
Max Weber),
otra de la características distintivas del fascismo, tiene
una estrecha relación con esta situación de
presión propagandística basada en el
miedo.
El propio símbolo gráfico del fascismo era el
de la violencia: el
fascio, del latín fasces, haz de varas que
según la leyenda histórica tiene origen en el
primer cónsul de Roma, Brutus (VI
a.c.), quien hizo apalear públicamente a sus hijos y
acabarlos a hachazos por haber conspirado contra el Estado.
Este instrumento de castigo, inspirador de temor, se
convirtió en símbolo del poder en
Roma: el haz de
varas ligadas con una cuerda alrededor de un hacha. Los lictores,
junto al cónsul, portaban este emblema para ejecutar en el
acto las sentencias de éste: flagelar, ahorcar o
decapitar.
Este símbolo, devenido en símbolo del
fascismo,
tenía, en comparación con la cruz gamada de
Hitler, la
desventaja de ser muy complicado y por ello no poder ser
dibujado en cualquier parte y por cualquiera, como sucedía
con la svástica, las tres flechas socialistas o la
cruz.
La psicología de masas
del fascismo
El estudio de la eficacia
psicológica de Hitler sobre las
masas debía partir de la idea de que un führer
representante de una idea, no podía tener éxito (no
un éxito histórico sino esencialmente pasajero)
más que si sus conceptos personales, su ideología o
su programa se
encontraban en armonía con la estructura
media de una amplia capa de individuos integrados en la masa. Un
führer no puede hacer la historia más que si
las estructuras de
su personalidad
coinciden con las estructuras de
amplias capas de la población, vistas desde la perspectiva de
la psicología
de masas. Dice Domenach: "es innegable que un cierto
número de mitos
hitlerianos correspondían o bien a una constante del alma
germánica, o bien a una situación creada por la
derrota, el desempleo y una
crisis
financiera sin precedentes".
Como todo movimiento
reaccionario, el de Hitler se apoyaba
en varias capas de la pequeña burguesía. Se
caracterizaba a este segmento social mediante la metáfora
de un ciclista: "por arriba curva su espalda, por abajo
patalea"("Nach oben buckelt er, nach unten tritt er",
según lo citaba P. Reiwald). Con esto se quiere explicar
un componente psicoétnico del pueblo alemán: la
sumisión hacia quienes están encima y la brutalidad
para con los de abajo. Había también un componente
místico en las clases medias alemanas, que Hitler
aprovechó para proclamar que Alemania era
la encargada de cambiar el mundo. Esto, sumado a la
profileración de corrientes intelectuales reaccionarias
(Gobineau, Wagner, Chamberlain, quienes ponían el acento
sobre todo en la cuestión racial, y otros que apelaban al
espíritu guerrero del pueblo aleman, magnificando las
gestas teutonas) a fines del siglo diecinueve, creó el
caldo de cultivo para la proliferación de este tipo de
fenómenos.
Hay algo evidente: cuanto más numerosa e
influyente en una nación es la clase media, más
probable es que haga su entrada en la escena política como
fuerza social.
Por otra parte, las contradicciones intrínsecas del
fascismo no hacen más que reafirmar su base de masas de
clase media. Que los intereses subjetivos de estas masas hayan
sido aprovechados por Hitler al incluir en su plataforma la lucha
contra el gran capital, y que
el fascismo, en su función objetiva, se haya convertido en
defensor fanático del imperialismo y
pilar del orden económico del gran capital, son
hechos que llevan a la convergencia en el
nacionalsocialismo.
Para comprender la ideología, la situación
del pequeño campesino, del funcionario y del comerciante
medio hay que tener en cuenta sus matices económicos, pero
fundamentalmente su identidad
familiar común .Si nos focalizamos en las clases medias
urbanas, vemos que la rápida evolución de la economía capitalista
en el siglo XIX lleva a la pauperización de los
pequeños comerciantes y artesanos. Ante las grandes
industrias, que
producen más barato y más racionalmente, las
pequeñas empresas
están destinadas a desaparecer. Esta situación los
llevaría tarde o temprano a confundirse con la gris masa
del proletariado.
La pequeña burguesía se rebeló, al
fin, contra el sistema,
encarnado en el "régimen marxista" de la socialdemocracia.
Pero dado el carácter competitivo de los estratos medios,
fundamentalmente de los funcionarios del estado, no se
observa una identificación de la pequeña
burguesía con sus pares o con los obreros industrales, un
sentimiento de solidaridad, lo
que Marx
acuñó como "conciencia de
clase".
La conciencia social
del funcionario no está determinada por el sentimiento de
una comunidad de
destino con sus colegas, sino por la actitud cara a
la autoridad
establecida y a la "nación". Para el funcionario esta
actitud
consiste en una identificación absoluta con el poder estatal;
súbditos con respecto a la autoridad, se
convierten en los representantes de esa misma autoridad en
sus relaciones con sus subordinados y, por este motivo, gozan de
una especial protección moral. Esta
identificación con la administración del Estado y la
nación, que puede resumirse en la fórmula: "Yo soy
el Estado", es
una realidad psíquica que nos proporciona uno de los
mejores ejemplos de una ideología convertida en poder
material. Como resultante de su dependencia material, su personalidad
se transforma a imagen de la
clase dominante. En palabras de W, Leich: "Por tener los ojos
perpetuamente clavados en lo alto, el pequeño
burgués acaba por cavar una fosa entre su
situación económica y su
ideología". Esta "mirada clavada en lo alto" es lo
que distingue esencialmente a la estructura
pequeño burguesa de la del obrero de la industria en
Alemania. En
otros países, como EEUU, el "aburguesamiento" de los
trabajadores de la industria
anula esta distinción.
Para penetrar en el mundo obrero, el fascismo propone la
supresión de las clases, o sea la supresión del
proletariado, recurriendo al sentimiento de vergüenza que
sufre el trabajador manual (el
desprecio por este tipo de tareas es uno de los elementos
reaccionarios más importantes, al llevar a querer imitar
al empleado de oficina).
Sumémosle a ésto que los trabajadores emigrados del
campo traen consigo una ideología de familia rural que
es el mejor caldo de cultivo para causas imperialistas y
nacionalistas. Otro elemento a tener muy en cuenta es la
importancia que revisten los pequeños hábitos
diarios, hecho sistemáticamente ignorado por el movimiento
revolucionario. Lejos de ser costumbres propias de este estrato
social, constituían la expresión visible de que se
acusaba recibo de la propaganda
nacionalsocialista. La represión de la mujer, el vaso
de cerveza bebido en
familia, el
traje "elegante" de los domingos -todos ellos símbolos del
adocenamiento que se estaba produciendo-, penetraban en cada
rincón de la existencia cotidiana, mientras que el trabajo de
la fábrica y los panfletos revolucionarios no actuaban
más que durante unas horas.
De este modo, cuando la crisis
económica impactó a esta capa social, su
sensibilidad revolucionaria estaba embotada producto de
decenios de estructuración conservadora. La
afirmación comunista de que la política de la
socialdemocracia le había abierto las puertas al fascismo
era exacta desde el punto de vista de la psicología de masas.
Afirma W. Leich que "a falta de organizaciones
revolucionarias, decepcionado por la socialdemocracia y
angustiado por la contradicción entre su empobrecimiento y
el pensamiento
conservador, el trabajador se arroja en los brazos del
fascismo".
La captación de las
masas
La manipulación de las masas llevada a cabo por
el fascismo parece inconscientemente inspirada en la doctrina de
Pavlov y sus reflejos condicionados, leyes que rigen
las actividades nerviosas superiores del hombre. La
propaganda,
considerada por Goebbels como un arma de guerra,
constituía el elemento fundamental con el que se
atraía nuevos adeptos a la causa del nacionalsocialismo.
La actividad propagandística tiene dos funciones
primordiales: inculcar un número elevado de ideas a un
grupo reducido
de personas y agitar a un gran número de personas mediante
un número reducido de ideas. Los que sucumben ante esta
estrategia son
pequeño-burgueses, presas fáciles del miedo que
resulta de una sugestión imperativa como la del
régimen hitleriano. El autor soviético Serge
Tchakhotine afirmaba que esta porción de la sociedad
poseía un sistema nervioso
inestable, y que a menudo se sentían contentas al verse
dominadas y guiadas.
Entre los factores visuales utilizados para atraer a las
masas, se observa el predominio del color rojo (al
que se le atribuye una acción fisiológica excitante
y es utilizado generalmente por partidos de izquierda o
pretendidamente "revolucionarios") y los uniformes militares de
colores vistosos.
Según palabras de Domenach: "la propaganda toma de
la poesía
la seducción del ritmo, el prestigio del verbo e incluso
la violencia de
las imágenes".
Para actuar sobre los sentimientos de amor y
alegría, es decir sobre los sentimientos eróticos
sublimados, se debían utilizar los bailes públicos,
las tonadas populares, desfiles con la presencia de gimnastas o
flores.
En el aspecto social, Hitler copió las
prácticas de la Iglesia
Católica, en las que el incienso, la semioscuridad y las
velas encendidas crean un estado
especial de receptividad emotiva.
En los mitines, había que tener en cuenta la
habilidad de los oradores para alternar lapsos de tensión
discursiva con comentarios relajados, manteniendo así a la
multitud expectante. Las directivas para la "creación de
entusiasmo" en la multitud (arengar a la masa, entonar himnos
combativos, acompañar las consignas con movimientos del
cuerpo, por ejemplo el puño en alto, lo que
constituía la llamada "gimnasia
revolucionaria") son en buena parte acústicas; los
"tóxicos sonoros", como los llama De Felice. El ritmo y la
cadencia de los sonidos va acompañado de un bloqueo de la
conciencia,
propiciando un estado de
naturaleza
hipnótica. La música instrumental
es el más eficaz de estos tóxicos. En ella, los
instrumentos de percusión ocupan el lugar preponderante,
ya que son los encargados de llevar el ritmo. El timbre de
algunos instrumentos como la trompeta tiene la propiedad de
causar una exaltación general.
La violencia
psíquica
Un rasgo característico de la propaganda
hitleriana era crear alrededor del nombre del líder
una especie de leyenda de héroe nacional, para mantener a
las masas en un estado de
esclavitud
psíquica. Hitler afirmó en su libro "Mein
Kampf" ("Mi lucha") que "la propaganda
política
es el arte esencial de
guiar políticamente a las grandes masas". Y en el congreso
de Nuremberg de 1936 exclamó: "la propaganda nos ha
llevado hasta el poder, la propaganda nos ha permitido conservar
desde entonces el poder; también la propaganda nos
concederá la posibilidad de conquistar el
mundo".
Si se trata de teorizar acerca del rol de la propaganda
en el III Reich, nadie mejor que los propios involucrados.
Goebbels decía al rspecto que "la propaganda debe tender a
simplificar las ideas complicadas". Hitler precisa en su libro
(transcripto en su mayor parte por su adláter Rudolf Hess
en prisión luego del fallido Putsch de Munich en
1923): "hay que reducir tanto más el nivel intelectual de
la propaganda cuanto mayor es la masa de hombres a los que se
quiere llegar".
La propaganda hitleriana se valía del sentimiento
nacional del pueblo alemán, de su tendencia chauvinista.
Otros aspectos de este fenómeno eran la persecución
antisemita (encarada con una brutalidad tal desde la propaganda
hasta convertirse en su talón de Aquiles en el exterior) y
la demagogia social desenfranada en el orden interno. Uno de los
atributos característicos del fascismo, la
valoración positiva del uso de la violencia, se
refleja en las siguientes palabras de Hitler: "la primera de las
condiciones para el éxito consiste únicamente en la
aplicación perpetuamente uniforme de la violencia". La
"persuasión por la fuerza",
campañas propagandísticas cuya base era el miedo,
era el denominador común. Rara vez en los discursos del
führer dejaba de haber un llamamiento a la violencia,
una amenaza velada o una apología de la fuerza
militar.
Domenach decía que "el hitlerismo
corrompió la concepción leninista de la propaganda
e hizo de ella un arma en sí, de la que servirse
indiferentemente para todos los objetivos. Las
consignas leninistas tenían una base nacional, aunque se
adhieran en definitiva a unos instintos y a unos mitos
fundamentales. Pero cuando Hitler lanzaba sus invocaciones sobre
la raza y la sangre a una
muchedumbre fanatizada, que le respondía con sus
‘Sieg Heil ’, sólo le preocupaba
sobreexcitar en lo más hondo de ella el deseo de
poderío y el odio. Esta propaganda no designa unos
objetivos
concretos: se vierte en forma de gritos de guerra, de
imprecaciones, de amenazas y de vagas profecías, y si hay
que hacer promesas, éstas son tan insensatas que
sólo pueden llevar al ser humano a un nivel de
exaltación en el que éste contesta sin
reflexionar".
Otra regla es la de no hablar nunca en condicional.
"Sólo la afirmación indicativa o imperativa nutre
la psicosis de
poderío y la psicosis de
terror entre los enemigos. ("Mein Kampf "). Por
otro lado, Hitler le asignaba a la unidad de mando el
éxito de cualquier propaganda política, ya que,
según él, "el fuerte es más fuerte cuando se
queda solo". Constantemente en sus discursos se
repetía que los nazis eran los vencedores -o que
vencerían-, para "provocar la fuerza de
sugestión que procede de la confianza en uno mismo". Este
precepto está estrechamente ligado a otra característica de la propaganda hitleriana:
el empleo de la
mentira.
Lo que Hitler comprendió a la perfección
-sin conocer la teoría
de los reflejos condicionados- en lo que refiere a las
condiciones del éxito de su propaganda, fue la
regla de su repetición. Dice al respecto: "todo el
genio desplegado en la
organización de una propaganda no lograría
éxito alguno si no se tuviera en cuenta, siempre con el
mismo rigor, un principio fundamental: debe limitarse a un
número reducido de objetos y repertirlos constantemente.
La perseverancia es la primera y más importante
condición del éxito". Por esta razón
machacaba sin cesar en las masas sus slogans o
"divisas-microbio", sus símbolos sonoros y
escritos.
Goebbels y sus estrategias
propagandísticas
Joseph Goebbels -quien paradójicamente
había sido criado en una casa de tradición
judía al igual que su mujer, Magda- fue
quizás el único verdadero intelectual de los altos
mandos nazis. A cargo del Ministerio de Propaganda, se
convirtió en el principal aliado de Adolf Hitler en su
tarea de obnubilar a las masas mediante tácticas
maquiavélicas de manipulación de información y control absoluto
sobre prensa
gráfica, radio, cine, arte, literatura e incluso
teatro.
La información acerca de los alemanes era
obtenida mayormente de la Sicherheist-Dienst (SD) de la
policía secreta. Además, Goebbels dependía
de sus propias Oficinas de Propaganda del Reich, de
funcionarios alemanes y de contactos con civiles o soldados. Los
datos sobre
países aliados, neutrales o enemigos eran recopilados a
partir de espías, conversaciones telefónicas
interceptadas e interrogatorios de prisioneros.
En la línea del centralismo de
poder nazi, Goebbels cncentraba en su figura la mayor cantidad de
funciones
posibles dentro de su Ministerio. Esto llevó a roces con
titulares de otras carteras (el Ministerio de Asuntos Extranjeros
incluso el Ejército).
Un asunto muy importante en estos menesteres era el de
la credibilidad: sólo ésta debía
determinar si los materiales de
la propaganda habrían de ser ciertos o falsos. Para
Goebbels lo importante era lo expeditivo y no lo moral. Para
mantener la credibilidad, sin embargo, la verdad debía ser
utilizada con la mayor frecuencia posible. Por ende, las mentiras
eran útiles cuando no podían ser
desmentidas.
No se tenía el menor escrúpulo respecto
del uso de la censura. "La política de las
noticias -aseveró Goebbels- es un arma de guerra;
su propósito es el de hacer la guerra y no el
de dar información". La política habitual
consistía en suprimir materiales
considerados indeseables para el público alemán
para luego usarlos como propaganda en el exterior si eran
apropiados. Por ejemplo, las historias referentes a un supuesto
canibalismo de los rusos eran difundidas en países
extranjeros, pero no en Alemania para
no aterrorizar a los familiares de los soldados.
Un elemento manejado con maestría por parte de
Goebbels era la llamada "propaganda negra". Se denominaba
así a aquel material cuya fuente quedaba oculta para la
audiencia. Se presumía que el hecho de desperdigar rumores
para que actuaran por sí solos como propaganda
tendría más posibilidades de ser creído si
las autoridades alemanas no estaban relacionadas con él.
También se utilizaban medidas negras para combatir rumores
indeseables dentro del Reich, ya que una desmentida
oficial, según Goebbels, no haría más que
reforzarlos.
Otra metodología significativa era etiquetar los
acontecimientos y las personas con frases y consignas distintas
pero fácilmente retenibles. La tarea de Goebbels
consistía en vincular los sucesos con los
cliché verbales que iban a adquirir un especial
significado. Estas denominaciones debían ser utilizadas
una y otra vez, pero sólo en las situaciones apropiadas.
"Prohibo utilizar la palabra Führer en la prensa -dijo
Goebbels- cuando es aplicada a Quinsling, pues no considero justo
que se aplique el término Führer a ninguna
otra persona que no
sea el propio Führer".
Otro de los principios
propagandísticos de Goebbels cuya comprensión ayuda
a explicar el fenómeno de persecución y exterminio
de minorías (judíos, gitanos) era el que rezaba que
"la propaganda debe facilitar el desplazamiento de la
agresión, especificando los objetivos para
el odio". En general, la táctica era desplazar la
agresividad alemana hacia algún grupo marginal
como los antes citados.
Por último, el propio Goebbels reconocía
seis situaciones en las que la propaganda era impotente o
tenía muy escaso margen de acción:
- Impulso básico sexual
- Impulso básico del hambre
- Intentos de aumentar la producción industrial
- Alteración de impulsos religiosos
- Ataques aéreos enemigos
- Situación militar desfavorable
Fue ante estos acontecimientos -principalmente los dos
últimos-, generalizados a lo largo del territorio
alemán a partir de 1943, que el régimen nazi
comenzó a desmoronarse hasta la capitulación a
principios de
1945. Posteriormente, como es sabido, se suicidaron Adolf Hitler,
Heinrich Himmler (a cargo de la consolidación de las
Schutzsaffel, conocidas como SS, la GESTAPO y la red de campos de
concentración) y Joseph Goebbels, quien junto con su
esposa envenenó a sus hijos para posteriormente quitarse
su propia vida..
Notas finales
A grosso modo, la propaganda hitleriana esta
caracterizada principalmente por tres elementos:
- Renuncia a las consideraciones morales.
- Apelación a la emotividad de las
masas. - Empleo de reglas racionales para la
formación de reflejos condicionados conformistas en las
masas.
Es imprescindible el análisis a fondo de la propaganda fascista
y su impacto en las masas para así comprender cómo
las masas fueron engañadas, desorientadas y sumidas a
influencias psicológicas.
En Alemania,
tanto Hitler y Goebbels, las dos personalidades más
notorias del movimiento
nazi, como sus adláteres (entre los que se destacan
Hermann Göering, quien sólo estaba detrás del
Führer en la cadena de mando; Hjalmar Schacht, quien
manejaba el Reichsbank y la cartera de Economía; Baldur von
Schirach, líder
del movimiento
juvenil nazi; Ernst Roehm, quien formó las
Sturmabteilung o SA y fue asesinado durante la llamada
"Noche de los Cuchillos Largos" en 1934) son los referentes
ineludibles de este fenómeno. Mussolini, por su parte,
sólo contaba con un Ciano a su disposición para
estos fines, pero fue el inspirador de muchas de las
técnicas adoptadas por Hitler durante su estadía en
el poder.
Quizás una de las dinámicas inherentes a
las técnicas propagandísticas, el bluff en
todo momento y lugar, haya sido uno de los factores que
contribuyó al derrumbe de esta parafernalia -y luego del
propio régimen- al volverse contraproducente en momentos
de reveses bélicos e incertidumbre en la población civil.
Bibliografía consultada :
- Leich, W., Psicología de masas
del fascismo. - Lowe, Norman, Guía
ilustrada de la historia
moderna. - Doob, Leonard W.,
Goebbels y sus principios
propagandísticos. - Tchakhotine, Serge, El
secreto del éxito de Hitler. - Toland, J., Adolf
Hitler. - Bramstedt, E., Goebbels
and the National Socialist Propaganda. - Overy, R. J., Goering,
The Iron Man. - Schwarzwaller, W., Rudolf
Hess - Breitman, Richard, The architect of the genocide:
Himmler and the final solution.
Trabajo realizado
por:
Federico Ruiz