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Capitalismo, Liberalismo, Socialismo y Neoliberalismo




Enviado por latiniando




    Ciencias Sociales

    • Capitalismo
    • Características del capitalismo
    • Orígenes
    • Mercantilismo
    • Inicios del capitalismo
      moderno
    • La doctrina de Adam
      Smith
    • La industrialización
    • El capitalismo
      en el siglo XX
    • Previsiones de futuro
    • Liberalismo
    • Humanismo
    • El liberalismo
      moderno
    • John Locke
    • El utilitarismo
    • El liberalismo
      en transición
    • Economía
    • Socialismo
    • El socialismo
      científico
    • Bolcheviques y
      socialdemócratas
    • Socialismo y servicios
      públicos
    • Las tesis
      revisionistas
    • El Estado de
      bienestar
    • Neoliberalismo

    Capitalismo

    Sistema económico en el que los individuos
    privados y las empresas de
    negocios
    llevan a cabo la producción y el intercambio de bienes y
    servicios
    mediante complejas transacciones en las que intervienen los
    precios y los
    mercados. Aunque
    tiene sus orígenes en la antigüedad, el desarrollo del
    capitalismo es
    un fenómeno europeo; fue evolucionando en distintas
    etapas, hasta considerarse establecido en la segunda mitad del
    siglo XIX. Desde Europa, y en
    concreto desde
    Inglaterra, el
    sistema
    capitalista se fue extendiendo a todo el mundo, siendo el
    sistema
    socioeconómico casi exclusivo en el ámbito mundial
    hasta el estallido de la I Guerra Mundial,
    tras la cual se estableció un nuevo sistema
    socioeconómico, el comunismo, que se
    convirtió en el opuesto al capitalista.

    El término kapitalism fue acuñado a
    mediados del siglo XIX por el economista alemán Karl Marx. Otras
    expresiones sinónimas de capitalismo
    son sistema de libre
    empresa y
    economía
    de mercado, que se
    utilizan para referirse a aquellos sistemas
    socioeconómicos no comunistas. Algunas veces se utiliza el
    término economía mixta para
    describir el sistema
    capitalista con intervención del sector público que
    predomina en casi todas las economías de los países
    industrializados.

    Se puede decir que, de existir un fundador del sistema
    capitalista, éste es el filósofo escocés
    Adam Smith,
    que fue el primero en describir los principios
    económicos básicos que definen al capitalismo. En
    su obra clásica Investigación sobre la naturaleza y
    causas de la riqueza de las naciones
    (1776), Smith
    intentó demostrar que era posible buscar la ganancia
    personal de
    forma que no sólo se pudiera alcanzar el objetivo
    individual sino también la mejora de la sociedad. Los
    intereses sociales radican en lograr el máximo nivel de
    producción de los bienes que la
    gente desea poseer. Con una frase que se ha hecho famosa, Smith
    decía que la combinación del interés
    personal, la
    propiedad y la
    competencia entre
    vendedores en el mercado
    llevaría a los productores, "gracias a una mano
    invisible", a alcanzar un objetivo que
    no habían buscado de manera consciente: el bienestar de la
    sociedad.

    Características del
    capitalismo

    A lo largo de su historia, pero sobre todo
    durante su auge en la segunda mitad del siglo XIX, el capitalismo
    tuvo una serie de características básicas. En primer
    lugar, los medios de
    producción —tierra y
    capital
    son de propiedad
    privada. En este contexto el capital se
    refiere a los edificios, la maquinaria y otras herramientas
    utilizadas para producir bienes y
    servicios
    destinados al consumo. En
    segundo lugar, la actividad económica aparece organizada y
    coordinada por la interacción entre compradores y
    vendedores (o productores) que se produce en los mercados. En
    tercer lugar, tanto los propietarios de la tierra y el
    capital como
    los trabajadores, son libres y buscan maximizar su bienestar, por
    lo que intentan sacar el mayor partido posible de sus recursos y del
    trabajo que utilizan para producir; los consumidores pueden
    gastar como y cuando quieran sus ingresos para
    obtener la mayor satisfacción posible. Este principio, que
    se denomina soberanía del consumidor,
    refleja que, en un sistema capitalista, los productores se
    verán obligados, debido a la competencia, a
    utilizar sus recursos de forma
    que puedan satisfacer la demanda de los
    consumidores; el interés
    personal y la
    búsqueda de beneficios les lleva a seguir esta estrategia. En
    cuarto lugar, bajo el sistema capitalista el control del
    sector privado por parte del sector público debe ser
    mínimo; se considera que si existe competencia, la
    actividad económica se controlará a sí
    misma; la actividad del gobierno
    sólo es necesaria para gestionar la defensa nacional,
    hacer respetar la propiedad
    privada y garantizar el cumplimiento de los contratos. Esta
    visión decimonónica del papel del
    Estado en el
    sistema capitalista ha cambiado mucho durante el siglo
    XX.

    Orígenes

    Tanto los mercaderes como el comercio
    existen desde que existe la civilización, pero el
    capitalismo como sistema económico no apareció
    hasta el siglo XIII en Europa
    sustituyendo al feudalismo.
    Según Adam Smith,
    los seres humanos siempre han tenido una fuerte tendencia a
    "realizar trueques, cambios e intercambios de unas cosas por
    otras". Este impulso natural hacia el comercio y el
    intercambio fue acentuado y fomentado por las Cruzadas que se
    organizaron en Europa occidental
    desde el siglo XI hasta el siglo XIII. Las grandes
    travesías y expediciones de los siglos XV y XVI reforzaron
    estas tendencias y fomentaron el comercio,
    sobre todo tras el descubrimiento del Nuevo Mundo y la entrada en
    Europa de
    ingentes cantidades de metales preciosos
    provenientes de aquellas tierras. El orden económico
    resultante de estos acontecimientos fue un sistema en el que
    predominaba lo comercial o mercantil, es decir, cuyo objetivo
    principal consistía en intercambiar bienes y no en
    producirlos. La importancia de la producción no se hizo patente hasta la
    Revolución
    industrial que tuvo lugar en el siglo XIX.

    Sin embargo, ya antes del inicio de la
    industrialización había aparecido una de las
    figuras más características del capitalismo, el
    empresario, que es, según Schumpeter, el individuo que
    asume riesgos
    económicos. Un elemento clave del capitalismo es la
    iniciación de una actividad con el fin de obtener
    beneficios en el futuro; puesto que éste es desconocido,
    tanto la posibilidad de obtener ganancias como el riesgo de
    incurrir en pérdidas son dos resultados posibles, por lo
    que el papel del
    empresario consiste en asumir el riesgo de tener
    pérdidas.

    El camino hacia el capitalismo a partir del siglo XIII
    fue allanado gracias a la filosofía del renacimiento y de
    la Reforma. Estos movimientos cambiaron de forma drástica
    la sociedad,
    facilitando la aparición de los modernos Estados
    nacionales que proporcionaron las condiciones necesarias para el
    crecimiento y desarrollo del
    capitalismo. Este crecimiento fue posible gracias a la
    acumulación del excedente económico que generaba el
    empresario privado y a la reinversión de este excedente
    para generar mayor crecimiento.

    Mercantilismo

    Desde el siglo XV hasta el siglo XVIII, cuando
    aparecieron los modernos Estados nacionales, el capitalismo no
    sólo tenía una faceta comercial, sino que
    también dio lugar a una nueva forma de comerciar,
    denominada mercantilismo.
    Esta línea de pensamiento
    económico, este nuevo capitalismo, alcanzó su
    máximo desarrollo en
    Inglaterra y
    Francia.

    El sistema mercantilista se basaba en la propiedad
    privada y en la utilización de los mercados como
    forma de organizar la actividad económica. A diferencia
    del capitalismo de Adam Smith, el
    objetivo
    fundamental del mercantilismo
    consistía en maximizar el interés
    del Estado
    soberano, y no el de los propietarios de los recursos
    económicos fortaleciendo así la estructura del
    naciente Estado
    nacional. Con este fin, el gobierno
    ejercía un control de la
    producción, del comercio y del
    consumo.

    La principal característica del mercantilismo
    era la preocupación por acumular riqueza nacional,
    materializándose ésta en las reservas de oro y
    plata que tuviera un Estado. Dado
    que los países no tenían grandes reservas naturales
    de estos metales preciosos, la
    única forma de acumularlos era a través del
    comercio. Esto
    suponía favorecer una balanza
    comercial positiva o, lo que es lo mismo, que las exportaciones
    superaran en volumen y
    valor a las
    importaciones, ya
    que los pagos internacionales se realizaban con oro y plata. Los
    Estados mercantilistas intentaban mantener salarios bajos
    para desincentivar las importaciones,
    fomentar las exportaciones y
    aumentar la entrada de oro.

    Más tarde, algunos teóricos de la economía como David
    Hume comprendieron que la riqueza de una nación no se
    asentaba en la cantidad de metales preciosos que
    tuviese almacenada, sino en su capacidad productiva. Se dieron
    cuenta que la entrada de oro y plata elevaría el nivel de
    actividad económica, lo que permitiría a los
    Estados aumentar su recaudación impositiva, pero
    también supondría un aumento del dinero en
    circulación, y por tanto mayor inflación, lo que
    reduciría su capacidad exportadora y haría
    más baratas las importaciones por
    lo que, al final del proceso,
    saldrían metales preciosos del
    país.

    Sin embargo, pocos gobiernos mercantilistas
    comprendieron la importancia de este mecanismo.

    Inicios del capitalismo
    moderno

    Dos acontecimientos propiciaron la aparición del
    capitalismo moderno; los dos se produjeron durante la segunda
    mitad del siglo XVIII. El primero fue la aparición en
    Francia de los
    fisiócratas desde mediados de este siglo; el segundo fue
    la publicación de las ideas de Adam Smith
    sobre la teoría
    y práctica del mercantilismo.

    Los fisiócratas

    El término fisiocracia se aplica a una escuela de
    pensamiento
    económico que sugería que en economía
    existía un orden natural que no requiere la
    intervención del Estado para mejorar las condiciones de
    vida de las personas. La figura más destacada de la
    fisiocracia fue el economista francés François
    Quesnay, que definió los principios
    básicos de esta escuela de
    pensamiento en
    Le Tableau économique (1758), un diagrama en el
    que explicaba los flujos de dinero y de
    bienes que
    constituyen el núcleo básico de una economía.
    Simplificando, los fisiócratas pensaban que estos flujos
    eran circulares y se retroalimentaban. Sin embargo la idea
    más importante de los fisiócratas era su
    división de la sociedad en tres
    clases: una clase productiva formada por los agricultores, los
    pescadores y los mineros, que constituían el 50% de la
    población; la clase propietaria, o clase
    estéril, formada por los terratenientes, que representaban
    la cuarta parte, y los artesanos, que constituían el
    resto.

    La importancia del Tableau de Quesnay radicaba en
    su idea de que sólo la clase agrícola era capaz de
    producir un excedente económico, o producto neto.
    El Estado
    podía utilizar este excedente para aumentar el flujo de
    bienes y de dinero o
    podía cobrar impuestos para
    financiar sus gastos. El resto
    de las actividades, como las manufacturas, eran consideradas
    estériles porque no creaban riqueza sino que sólo
    transformaban los productos de
    la clase productiva. (El confucionismo ortodoxo chino
    tenía principios
    parecidos a estas ideas). Este principio fisiocrático era
    contrario a las ideas mercantilistas. Si la industria no
    crea riqueza, es inútil que el Estado
    intente aumentar la riqueza de la sociedad
    dirigiendo y regulando la actividad económica.

    La doctrina de Adam
    Smith

    Las ideas de Adam Smith no sólo fueron un tratado
    sistemático de economía; fueron un ataque frontal a
    la doctrina mercantilista. Al igual que los fisiócratas,
    Smith intentaba demostrar la existencia de un orden
    económico natural, que funcionaría con más
    eficacia
    cuanto menos interviniese el Estado. Sin
    embargo, a diferencia de aquéllos, Smith no pensaba que la
    industria no
    fuera productiva, o que el sector agrícola era el
    único capaz de crear un excedente económico; por el
    contrario, consideraba que la división del trabajo y la
    ampliación de los mercados
    abrían posibilidades ilimitadas para que la sociedad
    aumentara su riqueza y su bienestar mediante la producción
    especializada y el comercio entre las naciones.

    Así pues, tanto los fisiócratas como Smith
    ayudaron a extender las ideas de que los poderes
    económicos de los Estados debían ser reducidos y de
    que existía un orden natural aplicable a la
    economía. Sin embargo fue Smith más que los
    fisiócratas, quien abrió el camino de la
    industrialización y de la aparición del capitalismo
    moderno en el siglo XIX.

    La
    industrialización

    Las ideas de Smith y de los fisiócratas crearon
    la base ideológica e intelectual que favoreció el
    inicio de la Revolución
    industrial, término que sintetiza las transformaciones
    económicas y sociales que se produjeron durante el siglo
    XIX. Se considera que el origen de estos cambios se produjo a
    finales del siglo XVIII en Gran Bretaña.

    La característica fundamental del proceso de
    industrialización fue la introducción de la
    mecánica y de las máquinas de vapor
    para reemplazar la tracción animal y humana en la
    producción de bienes y servicios;
    esta mecanización del proceso
    productivo supuso una serie de cambios fundamentales: el proceso de
    producción se fue especializando y concentrando en grandes
    centros denominados fábricas; los artesanos y las
    pequeñas tiendas del siglo XVIII no desaparecieron pero
    fueron relegados como actividades marginales; surgió una
    nueva clase trabajadora que no era propietaria de los medios de
    producción por lo que ofrecían trabajo a cambio de un
    salario
    monetario; la aplicación de máquinas de vapor al
    proceso
    productivo provocó un espectacular aumento de la
    producción con menos costes. La consecuencia última
    fue el aumento del nivel de vida en todos los países en
    los que se produjo este proceso a lo largo del siglo
    XIX.

    El desarrollo del
    capitalismo industrial tuvo importantes costes sociales. Al
    principio, la industrialización se caracterizó por
    las inhumanas condiciones de trabajo de la clase trabajadora. La
    explotación infantil, las jornadas laborales de 16 y 18
    horas, y la insalubridad y peligrosidad de las fábricas
    eran circunstancias comunes. Estas condiciones llevaron a que
    surgieran numerosos críticos del sistema que
    defendían distintos sistemas de
    propiedad
    comunitaria o socializado; son los llamados socialistas
    utópicos. Sin embargo, el primero en desarrollar una
    teoría
    coherente fue Karl Marx, que
    pasó la mayor parte de su vida en Inglaterra,
    país precursor del proceso de industrialización, y
    autor de Das Kapital (El capital, 3
    volúmenes, 1867-1894). La obra de Marx, base
    intelectual de los sistemas
    comunistas que predominaron en la antigua Unión
    Soviética, atacaba el principio fundamental del
    capitalismo: la propiedad privada de los medios de
    producción. Marx pensaba que
    la tierra y el
    capital
    debían pertenecer a la comunidad y que
    los productos del
    sistema debían distribuirse en función de las
    distintas necesidades.

    Con el capitalismo aparecieron los ciclos
    económicos: periodos de expansión y prosperidad
    seguidos de recesiones y depresiones económicas que se
    caracterizan por la discriminación de la actividad productiva y
    el aumento del desempleo. Los
    economistas clásicos que siguieron las ideas de Adam Smith
    no podían explicar estos altibajos de la actividad
    económica y consideraban que era el precio
    inevitable que había que pagar por el progreso que
    permitía el desarrollo
    capitalista. Las críticas marxistas y las frecuentes
    depresiones económicas que se sucedían en los
    principales países capitalistas ayudaron a la
    creación de movimientos sindicales que luchaban para
    lograr aumentos salariales, disminución de la jornada
    laboral y
    mejores condiciones laborales.

    A finales del siglo XIX, sobre todo en Estados Unidos,
    empezaron a aparecer grandes corporaciones de responsabilidad limitada que tenían un
    enorme poder
    financiero. La tendencia hacia el control
    corporativo del proceso productivo llevó a la
    creación de acuerdos entre empresas,
    monopolios o trusts que permitían el control de toda
    una industria. Las
    restricciones al comercio que suponían estas asociaciones
    entre grandes corporaciones provocó la aparición,
    por primera vez en Estados Unidos, y
    más tarde en todos los demás países
    capitalistas, de una legislación antitrusts, que
    intentaba impedir la formación de trusts que formalizaran
    monopolios e impidieran la competencia en
    las industrias y en
    el comercio. Las leyes
    antitrusts no consiguieron restablecer la competencia
    perfecta caracterizada por muchos pequeños productores
    con la que soñaba Adam Smith, pero impidió la
    creación de grandes monopolios que limitaran el libre
    comercio.

    A pesar de estas dificultades iniciales, el capitalismo
    siguió creciendo y prosperando casi sin restricciones a lo
    largo del siglo XIX. Logró hacerlo así porque
    demostró una enorme capacidad para crear riqueza y para
    mejorar el nivel de vida de casi toda la población. A finales del siglo XIX, el
    capitalismo era el principal sistema socioeconómico
    mundial.

    El capitalismo en el siglo
    XX

    Durante casi todo el siglo XX, el capitalismo ha tenido
    que hacer frente a numerosas guerras,
    revoluciones y depresiones económicas. La I Guerra Mundial
    provocó el estallido de la revolución
    en Rusia. La guerra
    también fomentó el nacionalsocialismo en Alemania, una
    perversa combinación de capitalismo y socialismo de
    Estado, reunidos en un régimen cuya violencia y
    ansias de expansión provocaron un segundo conflicto
    bélico a escala mundial. A
    finales de la II Guerra Mundial,
    los sistemas
    económicos comunistas se extendieron por China y por
    toda Europa oriental.
    Sin embargo, al finalizar la Guerra
    fría, a finales de la década de 1980, los
    países del bloque soviético empezaron a adoptar
    sistemas de libre
    mercado, aunque
    con resultados ambiguos. China es el
    único gran país que sigue teniendo un
    régimen marxista, aunque se empezaron a desarrollar
    medidas de liberalización y a abrir algunos mercados a la
    competencia
    exterior. Muchos países en vías de desarrollo, con
    tendencias marxistas cuando lograron su independencia,
    se tornan ahora hacia sistemas económicos más o
    menos capitalistas, en búsqueda de soluciones
    para sus problemas
    económicos.

    En las democracias industrializadas de Europa y Estados Unidos,
    la mayor prueba que tuvo que superar el capitalismo se produjo a
    partir de la década de 1930. La Gran Depresión
    fue, sin duda, la más dura crisis a la
    que se enfrentó el capitalismo desde sus inicios en el
    siglo XVIII. Sin embargo, y a pesar de las predicciones de
    Marx, los
    países capitalistas no se vieron envueltos en grandes
    revoluciones. Por el contrario, al superar el desafío que
    representó esta crisis, el
    sistema capitalista mostró una enorme capacidad de
    adaptación y de supervivencia. No obstante, a partir de
    ella, los gobiernos democráticos empezaron a intervenir en
    sus economías para mitigar los inconvenientes y las
    injusticias que crea el capitalismo.

    Así, en Estados Unidos el
    New Deal de Franklin D. Roosevelt reestructuró el
    sistema
    financiero para evitar que se repitiesen los movimientos
    especulativos que provocaron el crack de Wall Street en 1929. Se
    emprendieron acciones para
    fomentar la negociación colectiva y crear movimientos
    sociales de trabajadores que dificultaran la concentración
    del poder
    económico en unas pocas grandes corporaciones
    industriales. El desarrollo del Estado del bienestar se
    consiguió gracias al sistema de la Seguridad
    Social y a la creación del seguro de
    desempleo, que
    pretendían proteger a las personas de las ineficiencias
    económicas inherentes al sistema capitalista.

    El acontecimiento más importante de la historia reciente del
    capitalismo fue la publicación de la obra de John Maynard
    Keynes, La
    teoría
    general del empleo, el
    interés
    y el dinero
    (1936). Al igual que las ideas de Adam Smith en
    el siglo XVIII, el pensamiento de
    Keynes
    modificó en lo más profundo las ideas capitalistas,
    creándose una nueva escuela de
    pensamiento
    económico denominada keynesianismo.

    Keynes demostró que un gobierno puede
    utilizar su poder
    económico, su capacidad de gasto, sus impuestos y el
    control de la
    oferta
    monetaria para paliar, e incluso en ocasiones eliminar, el mayor
    inconveniente del capitalismo: los ciclos de expansión y
    depresión. Según Keynes,
    durante una depresión
    económica el gobierno debe
    aumentar el gasto público, aun a costa de incurrir en
    déficits presupuestarios, para compensar la caída
    del gasto privado. En una etapa de expansión
    económica, la reacción debe ser la contraria si la
    expansión está provocando movimientos especulativos
    e inflacionistas.

    Previsiones de
    futuro

    Durante los 25 años posteriores a la
    II Guerra Mundial,
    la combinación de las ideas keynesianas con el capitalismo
    generaron una enorme expansión económica. Todos los
    países capitalistas, también aquéllos que
    perdieron la guerra,
    lograron un crecimiento constante, con bajas tasas de
    inflación y crecientes niveles de vida. Sin embargo a
    principios de
    la década de 1960 la inflación y el desempleo
    empezaron a crecer en todas las economías capitalistas, en
    las que las fórmulas keynesianas habían dejado de
    funcionar. La menor oferta de
    energía y los crecientes costos de la
    misma (en especial del petróleo)
    fueron las principales causas de este cambio.
    Aparecieron nuevas demandas, como por ejemplo la exigencia de
    limitar la contaminación medioambiental, fomentar la
    igualdad de
    oportunidades y salarial para las mujeres y las minorías,
    y la exigencia de indemnizaciones por daños causados por
    productos en
    mal estado o por accidentes
    laborales. Al mismo tiempo el gasto
    en materia social
    de los gobiernos seguía creciendo, así como la
    mayor intervención de éstos en la
    economía.

    Es necesario enmarcar esta situación en la
    perspectiva histórica del capitalismo, destacando su
    enorme versatilidad y flexibilidad. Los acontecimientos ocurridos
    en este siglo, sobre todo desde la Gran Depresión,
    muestran que el capitalismo de economía mixta o del Estado
    del bienestar ha logrado afianzarse en la economía,
    consiguiendo evitar que las grandes recesiones económicas
    puedan prolongarse y crear una crisis tan
    grave como la de la década de 1930. Esto ya es un gran
    logro y se ha podido alcanzar sin limitar las libertades
    personales ni las libertades políticas
    que caracterizan a una democracia.

    La inflación de la década de 1970 se
    redujo a principios de la
    década de 1980, gracias a dos hechos importantes. En
    primer lugar, las políticas
    monetarias y fiscales restrictivas de 1981-1982 provocaron una
    fuerte recesión en Estados Unidos,
    Europa Occidental y el Sureste Asiático. El desempleo
    aumentó, pero la inflación se redujo. En segundo
    lugar, los precios de la
    energía cayeron al reducirse el consumo
    mundial de petróleo.
    Mediada la década, casi todos las economías
    occidentales se habían recuperado de la recesión.
    La reacción ante el keynesianismo se tradujo en un giro
    hacia políticas
    monetaristas con privatizaciones y otras medidas tendentes a
    reducir el tamaño del sector público.

    Las crisis
    bursátiles de 1987 marcaron el principio de un periodo de
    inestabilidad financiera. El crecimiento
    económico se ralentizó y muchos países
    en los que la deuda pública, la de las empresas y la de
    los individuos habían alcanzado niveles sin precedente,
    entraron en una profunda crisis con
    grandes tasas de desempleo a
    principios de la década de 1990. La recuperación
    empezó a mitad de esta década, aunque los niveles
    de desempleo siguen siendo elevados, pero se mantiene una
    política
    de cautela a la vista de los excesos de la década
    anterior.

    El principal objetivo de
    los países capitalistas consiste en garantizar un alto
    nivel de empleo al
    tiempo que se
    pretende mantener la estabilidad de los precios. Es,
    sin duda, un objetivo muy ambicioso pero, a la vista de la
    flexibilidad del sistema capitalista, no sólo resulta
    razonable sino, también, asequible.

    Liberalismo

    Doctrinario económico, político y hasta
    filosófico que aboga como premisa principal por el
    desarrollo de la libertad
    personal
    individual y, a partir de ésta, por el progreso de la
    sociedad. Hoy en día se considera que el objetivo
    político del neoliberalismo
    es la democracia,
    pero en el pasado muchos liberales consideraban este sistema de
    gobierno como
    algo poco saludable por alentar la participación de las
    masas en la vida política. A pesar de
    ello, el liberalismo
    acabó por confundirse con los movimientos que
    pretendían transformar el orden social existente mediante
    la profundización de la democracia.
    Debe distinguirse pues entre el liberalismo
    que propugna el cambio social
    de forma gradual y flexible, y el radicalismo, que considera el
    cambio social
    como algo fundamental que debe realizarse a través de
    distintos principios de autoridad.

    El desarrollo del liberalismo en un país concreto,
    desde una perspectiva general, se halla condicionado por el tipo
    de gobierno con que cuente ese país. Por ejemplo, en los
    países en que los estamentos políticos y religiosos
    están disociados, el liberalismo implica, en
    síntesis, cambios políticos y económicos. En
    los países confesionales o en los que la Iglesia goza
    de gran influencia sobre el Estado, el
    liberalismo ha estado históricamente unido al
    anticlericalismo. En política interior,
    los liberales se oponen a las restricciones que impiden a los
    individuos ascender socialmente, a las limitaciones a la libertad de
    expresión o de opinión que establece la censura y a
    la autoridad del
    Estado ejercida con arbitrariedad e impunidad sobre el individuo.
    En política
    internacional los liberales se oponen al predominio de intereses
    militares en los asuntos exteriores, así como a la
    explotación colonial de los pueblos indígenas, por
    lo que han intentado implantar una política cosmopolita
    de cooperación internacional. En cuanto a la
    economía, los liberales han luchado contra los monopolios
    y las políticas
    de Estado que han intentado someter la economía a su
    control. Respecto a la religión, el
    liberalismo se ha opuesto tradicionalmente a la interferencia de
    la Iglesia en los
    asuntos públicos y a los intentos de grupos religiosos
    para influir sobre la opinión pública.

    A veces se hace una distinción entre el llamado
    liberalismo negativo y el liberalismo positivo. Entre los siglos
    XVII y XIX, los liberales lucharon en primera línea contra
    la opresión, la injusticia y los abusos de poder, al
    tiempo que
    defendían la necesidad de que las personas ejercieran su
    libertad de
    forma práctica, concreta y material. Hacia mediados del
    siglo XIX, muchos liberales desarrollaron un programa
    más pragmático que abogaba por una actividad
    constructiva del Estado en el campo social, manteniendo la
    defensa de los intereses individuales. Los seguidores actuales
    del liberalismo más antiguo rechazan este cambio de
    actitud y
    acusan al liberalismo pragmático de autoritarismo
    camuflado. Los defensores de este tipo de liberalismo argumentan
    que la Iglesia y
    el Estado no
    son los únicos obstáculos en el camino hacia la
    libertad, y
    que la pobreza
    también puede limitar las opciones en la vida de una
    persona, por
    lo que aquélla debe ser controlada por la autoridad
    real.

    Humanismo

    Después de la edad media, el
    liberalismo se expresó quizá por primera vez en
    Europa bajo la forma del humanismo, que
    reorientaba el pensamiento del siglo XV para el que el mundo (y
    el orden social), emanaba de la voluntad divina. En su lugar, se
    tomaron en consideración las condiciones y potencialidad
    de los seres humanos. El humanismo se
    desarrolló aún más con la invención
    de la imprenta que incrementó el acceso de las personas al
    conocimiento
    de los clásicos griegos y romanos. La publicación
    de versiones en lenguas vernáculas de la Biblia
    favoreció la elección religiosa individual. Durante
    el renacimiento
    el humanismo se
    impregnó de los principios que regían las artes y
    la especulación filosófica y científica.
    Durante la Reforma protestante, en algunos países de
    Europa, el humanismo
    luchó con intensidad contra los abusos de la Iglesia
    oficial.

    Según avanzaba el proceso de
    transformación social, los objetivos y
    preocupaciones del liberalismo evolucionaron. Pervivió,
    sin embargo, una filosofía social humanista que buscaba el
    desarrollo de las oportunidades de los seres humanos, y
    así también las alternativas sociales, políticas
    y económicas para la expresión personal a
    través de la eliminación de los obstáculos a
    la libertad
    individual.

    El liberalismo
    moderno

    En el siglo XVII, durante la Guerra Civil
    inglesa, algunos miembros del Parlamento empezaron a debatir
    ideas liberales como la ampliación del sufragio, el
    sistema legislativo, las responsabilidades del gobierno y la
    libertad de pensamiento y opinión. Las polémicas de
    la época engendraron uno de los clásicos de las
    doctrinas liberales: Areopagitica (1644), un tratado del
    poeta y prosista John Milton en el que éste
    defendía la libertad de pensamiento y de expresión.
    Uno de los mayores oponentes al pensamiento liberal, el
    filósofo Thomas Hobbes,
    contribuyó sin embargo al desarrollo del liberalismo a
    pesar de que apoyaba una intervención absoluta y sin
    restricciones del Estado en los asuntos de la vida
    pública. Hobbes pensaba
    que la verdadera prueba para los gobernantes debía ser por
    su efectividad y no por su apoyo doctrinal a la religión o a la
    tradición. Su pragmático punto de vista sobre el
    gobierno, que defendía la igualdad de
    los ciudadanos, allanó el camino hacia la crítica
    libre al poder y hacia
    el derecho a la revolución, conceptos que el propio
    Hobbes
    repudiaba con virulencia.

    John Locke

    Uno de los primeros y más influyentes pensadores
    liberales fue el filósofo inglés
    John Locke. En
    sus escritos políticos defendía la soberanía popular, el derecho a la
    rebelión contra la tiranía y la tolerancia hacia
    las minorías religiosas. Según el pensamiento de
    Locke y de sus seguidores, el Estado no existe para la
    salvación espiritual de los seres humanos sino para servir
    a los ciudadanos y garantizar sus vidas, su libertad y sus
    propiedades bajo una constitución.

    Gran parte de las ideas de Locke se ven reflejadas en la
    obra del pensador político y escritor inglés
    Thomas Paine, según el cual la autoridad de
    una generación no puede transmitirse a sus herederos, que
    si bien el Estado puede ser necesario eso no lo hace menos malo,
    y que la única religión que se puede
    pedir a las personas libres es la creencia en un orden divino.
    Thomas Jefferson también se adhirió a las ideas de
    Locke en la Declaración de Independencia
    y en otros discursos en
    defensa de la revolución, en los que atacaba al gobierno
    paternalista y defendía la libre expresión de las
    ideas.

    En Francia la
    filosofía de Locke fue rescatada y enriquecida por la
    Ilustración francesa y de forma más
    destacable por el escritor y filósofo Voltaire, el
    cual insistía en que el Estado era superior a la Iglesia y
    pedía la tolerancia para
    todas las religiones, la
    abolición de la censura, un castigo más humano
    hacia los criminales y una organización política sólida
    que se guiara sólo por leyes dirigidas
    contra las fuerzas opuestas al progreso social y a las libertades
    individuales. Para Voltaire, al
    igual que para el filósofo y dramaturgo francés
    Denis Diderot, el Estado es un mecanismo para la creación
    de felicidad y un instrumento activo diseñado para
    controlar a una nobleza y una Iglesia muy poderosas. Ambos
    consideraban ambas instituciones
    como las dedicadas con mayor intemperancia al mantenimiento
    de las antiguas formas de poder. En España y
    Latinoamérica, a comienzos del siglo XIX se
    generalizó entre los pensadores y políticos
    ilustrados una poderosa corriente de opinión liberal. La
    propia palabra ‘liberal’ aplicada a cuestiones
    políticas y de partido se utilizó por vez primera
    en las sesiones de las Cortes de Cádiz y sirvió
    para caracterizar a uno de los grupos
    allí presentes. Entre los primeros y más destacados
    pensadores y políticos liberales españoles se
    hallaban el jurista Agustín de Argüelles, el conde de
    Toreno y Álvaro Flórez Estrada, entre otros. En
    Latinoamérica, las nuevas ideas de los ilustrados de los
    siglos XVII y XIX ejercieron notable influencia y tanto los
    escritores franceses, como los ingleses y los padres de la
    independencia
    en Estados Unidos, además de los liberales
    españoles, fueron conocidos, estudiados y leídos
    con gran fruición, generando una profunda influencia en su
    proceso de emancipación e independencia
    respecto de España.

    El
    utilitarismo

    En Gran Bretaña el liberalismo fue elaborado por
    la escuela
    utilitarista, principalmente por el jurista Jeremy Bentham y por
    su discípulo, el economista John Stuart Mill. Los
    utilitaristas reducían todas las experiencias humanas a
    placer y dolor, y sostenían que la única
    función del Estado consistía en incrementar el
    bienestar y reducir el sufrimiento pues si bien las leyes son un mal,
    son necesarias para evitar males mayores. El liberalismo
    utilitarista tuvo un efecto benéfico en la reforma del
    código penal británico. Bentham demostró que
    el duro código del siglo XVIII era antieconómico y
    que la indulgencia no sólo era inteligente sino
    también digna. Mill defendió el derecho del
    individuo a actuar en plena libertad, aunque sea en su propio
    detrimento. Su obra Sobre la libertad (1859) es una de las
    reivindicaciones más elocuentes y ricas de la libertad de
    expresión.

    El liberalismo en
    transición

    A mediados del siglo XIX, el desarrollo del
    constitucionalismo, la extensión del sufragio, la tolerancia frente
    a actitudes
    políticas diferentes, la disminución de la
    arbitrariedad gubernativa y las políticas tendentes a
    promover la felicidad hicieron que el pensamiento liberal ganara
    poderosos defensores en todo el mundo. A pesar de su tendencia
    crítica hacia Estados Unidos, para muchos viajeros
    europeos era un modelo de
    liberalismo por el respeto a la
    pluralidad cultural, su énfasis en la igualdad de
    todos los ciudadanos y por su amplio sentido del sufragio. A
    pesar de todo, en ese momento el liberalismo llegó a una
    crisis respecto a la democracia y
    al desarrollo
    económico. Esta crisis sería importante para su
    posterior desarrollo. Por un lado, algunos demócratas como
    el escritor y filósofo francés Jean-Jacques
    Rousseau no
    eran liberales. Rousseau se
    oponía a la red de grupos privados
    voluntaristas que muchos liberales consideraban esenciales para
    el movimiento.
    Por otro lado, la mayor parte de los primeros liberales no eran
    demócratas. Ni Locke ni Voltaire
    creyeron en el sufragio universal y la mayor parte de los
    liberales del siglo XIX temían la participación de
    las masas en la política pues opinaban que las llamadas
    clases más desfavorecidas no estaban interesadas en
    los valores
    fundamentales del liberalismo, es decir que eran indiferentes a
    la libertad y hostiles a la expresión del pluralismo
    social. Muchos liberales se ocuparon de preservar los valores
    individuales que se identificaban con una ordenación
    política y social aristocrática. Su lugar como
    críticos de la sociedad y como reformadores pronto
    sería retomada por grupos más
    radicales como los socialistas.

    Economía

    La crisis respecto al poder económico era
    aún más profunda. Una parte de la filosofía
    liberal era el modo de entender la economía de los
    llamados economistas clásicos como los británicos
    Adam Smith y David Ricardo. En
    economía los liberales se oponían a las
    restricciones sobre el mercado y
    apoyaban la libertad de las empresas
    privadas. Pensadores como el estadista John Bright se opusieron a
    legislaciones que fijaban un máximo a las horas de trabajo
    basándose en que reducían la libertad y en que la
    sociedad, y sobre todo la economía, se
    desarrollaría más cuanto menos regulada estuviera.
    Al desarrollarse el capitalismo industrial durante el siglo XIX,
    el liberalismo económico siguió caracterizado por
    una actitud
    negativa hacia la autoridad
    estatal. Las clases trabajadoras consideraban que estas ideas
    protegían los intereses de los grupos
    económicos más poderosos, en especial de los
    fabricantes, y que favorecían una política de
    indiferencia e incluso de brutalidad hacia las clases
    trabajadoras. Estas clases, que habían empezado a tener
    conciencia
    política y un poder organizado, se orientaron hacia
    posturas políticas que se preocupaban más de sus
    necesidades, en especial, hacia los partidos
    socialistas.

    El resultado de esta crisis en el pensamiento
    económico y social fue la aparición del liberalismo
    pragmático. Como se ha dicho, algunos liberales modernos,
    como el economista anglo-austriaco Friedrich August von Hayek,
    consideran la actitud de los
    liberales pragmáticos como una traición hacia los
    ideales liberales. Otros, como los filósofos británicos Thomas Hill
    Green y Bernard Bosanquet conocidos como los idealistas de
    Oxford, desarrollaron el llamado liberalismo orgánico, en
    el que defendían la intervención activa del estado
    como algo positivo para promover la realización
    individual, que se conseguiría evitando los monopolios
    económicos, acabando con la pobreza y
    protegiendo a las personas en la incapacidad por enfermedad,
    desempleo o vejez.
    También llegaron a identificar el liberalismo con la
    extensión de la democracia.

    A pesar de la transformación en la
    filosofía liberal a partir de la segunda mitad del siglo
    XIX, todos los liberales modernos están de acuerdo en que
    su objetivo común es el aumento de las oportunidades de
    cada individuo para poder llegar a realizar todo su potencial
    humano.

    Socialismo

    Término que, desde principios del siglo XIX,
    designa aquellas teorías
    y acciones
    políticas que defienden un sistema económico y
    político basado en la socialización de los sistemas de
    producción y en el control estatal (parcial o
    completo) de los sectores económicos, lo que se
    oponía frontalmente a los principios del capitalismo.
    Aunque el objetivo final de los socialistas era establecer una
    sociedad comunista o sin clases, se han centrado cada vez
    más en reformas sociales realizadas en el seno del
    capitalismo. A medida que el movimiento
    evolucionó y creció, el concepto de
    socialismo fue
    adquiriendo diversos significados en función del lugar y
    la época donde arraigara.

    Si bien sus inicios se remontan a la época de la
    Revolución
    Francesa y los discursos de
    François Nöel Babeuf, el término
    comenzó a ser utilizado de forma habitual en la primera
    mitad del siglo XIX por los intelectuales radicales, que se
    consideraban los verdaderos herederos de la Ilustración tras comprobar los efectos
    sociales que trajo consigo la Revolución
    Industrial. Entre sus primeros teóricos se encontraban
    el aristócrata francés conde de Saint-Simon,
    Charles Fourier y el empresario británico y doctrinario
    utópico Robert Owen. Como otros pensadores, se
    oponían al capitalismo por razones éticas y
    prácticas. Según ellos, el capitalismo
    constituía una injusticia: explotaba a los trabajadores,
    los degradaba, transformándolos en máquinas o
    bestias, y permitía a los ricos incrementar sus rentas y
    fortunas aún más mientras los trabajadores se
    hundían en la miseria. Mantenían también que
    el capitalismo era un sistema ineficaz e irracional para
    desarrollar las fuerzas productivas de la sociedad, que
    atravesaba crisis cíclicas causadas por periodos de
    superproducción o escasez de consumo, no
    proporcionaba trabajo a toda la población (con lo que permitía que
    los recursos
    humanos no fueran aprovechados o quedaran infrautilizados) y
    generaba lujos, en vez de satisfacer necesidades. El socialismo
    suponía una reacción al extremado valor que el
    liberalismo concedía a los logros individuales y a los
    derechos
    privados, a expensas del bienestar colectivo.

    Sin embargo, era también un descendiente directo
    de los ideales del liberalismo político y
    económico. Los socialistas compartían con los
    liberales el compromiso con la idea de progreso y la
    abolición de los privilegios aristocráticos aunque,
    a diferencia de ellos, denunciaban al liberalismo por
    considerarlo una fachada tras la que la avaricia capitalista
    podía florecer sin obstáculos.

    El socialismo
    científico

    Gracias a Karl Marx y a
    Friedrich Engels, el socialismo adquirió un soporte
    teórico y práctico a partir de una
    concepción materialista de la historia. El marxismo
    sostenía que el capitalismo era el resultado de un proceso
    histórico caracterizado por un conflicto
    continuo entre clases
    sociales opuestas. Al crear una gran clase de trabajadores
    sin propiedades, el proletariado, el capitalismo estaba sembrando
    las semillas de su propia muerte, y, con
    el tiempo,
    acabaría siendo sustituido por una sociedad
    comunista.

    En 1864 se fundó en Londres la Primera
    Internacional, asociación que pretendía establecer
    la unión de todos los obreros del mundo y se fijaba como
    último fin la conquista del poder político por el
    proletariado. Sin embargo, las diferencias surgidas entre
    Marx y Bakunin
    (defensor del anarquismo y contrario a la centralización
    jerárquica que Marx propugnaba)
    provocaron su ruptura. Las teorías
    marxistas fueron adoptadas por mayoría; así, a
    finales del siglo XIX, el marxismo se
    había convertido en la ideología de casi todos los
    partidos que defendían la emancipación de la clase
    trabajadora, con la única excepción del movimiento
    laborista de los países anglosajones, donde nunca
    logró establecerse, y de diversas organizaciones
    anarquistas que arraigaron en España e
    Italia, desde
    donde se extendieron, a través de sus emigrantes
    principalmente, hacia Sudamérica. También
    aparecieron partidos socialistas que fueron ampliando su capa
    social (en 1879 fue fundado el Partido Socialista Obrero
    Español). La transformación que experimentó
    el socialismo al pasar de una doctrina compartida por un reducido
    número de intelectuales y activistas, a la
    ideología de los partidos de masas de las clases
    trabajadoras coincidió con la industrialización
    europea y la formación de un gran proletariado.

    Los socialistas o socialdemócratas (por aquel
    entonces, los dos términos eran sinónimos) eran
    miembros de partidos centralizados o de base nacional organizados
    de forma precaria bajo el estandarte de la Segunda Internacional
    Socialista que defendían una forma de marxismo
    popularizada por Engels, August Bebel y Karl Kautsky. De acuerdo
    con Marx, los socialistas sostenían que las relaciones
    capitalistas irían eliminando a los pequeños
    productores hasta que sólo quedasen dos clases
    antagónicas enfrentadas, los capitalistas y los obreros.
    Con el tiempo, una grave
    crisis económica dejaría paso al socialismo y a la
    propiedad colectiva de los medios de
    producción. Mientras tanto, los partidos socialistas,
    aliados con los sindicatos,
    lucharían por conseguir un programa
    mínimo de reivindicaciones laborales. Esto quedó
    plasmado en el manifiesto de la Segunda Internacional Socialista
    y en el programa del
    más importante partido socialista de la época, el
    Partido Socialdemócrata Alemán (SPD, fundado en
    1875). Dicho programa,
    aprobado en Erfurt en 1890 y redactado por Karl Kautsky y Eduard
    Bernstein, proporcionaba un resumen de las teorías
    marxistas de cambio histórico y explotación
    económica, indicaba el objetivo final (el comunismo), y
    establecía una lista de exigencias mínimas que
    podrían aplicarse dentro del sistema capitalista. Estas
    exigencias incluían importantes reformas políticas,
    como el sufragio universal y la igualdad de
    derechos de la
    mujer, un sistema de protección social (seguridad
    social, pensiones y asistencia médica universal), la
    regulación del mercado de
    trabajo con el fin de introducir la jornada de ocho horas
    reclamada de forma tradicional por anarquistas y sindicalistas y
    la plena legalización y reconocimiento de las asociaciones
    y sindicatos de
    trabajadores.

    Los socialistas creían que todas sus demandas
    podían realizarse en los países democráticos
    de forma pacífica, que la violencia
    revolucionaria podía quizás ser necesaria cuando
    prevaleciese el despotismo (como en el caso de Rusia) y
    descartaban su participación en los gobiernos burgueses.
    La mayoría pensaba que su misión era
    ir fortaleciendo el movimiento
    hasta que el futuro derrumbamiento del capitalismo permitiera el
    establecimiento del socialismo. Algunos —como por ejemplo
    Rosa Luxemburg— impacientes por esta actitud
    contemporizadora, abogaron por el recurso de la huelga general
    de las masas como arma revolucionaria si la situación
    así lo requería.

    El SPD proporcionó a los demás partidos
    socialistas el principal modelo
    organizativo e ideológico, aunque su influencia fue menor
    en la Europa meridional. En Gran Bretaña los poderosos
    sindicatos
    intentaron que los liberales asumieran sus demandas antes que
    formar un partido obrero independiente. Hubo, pues, que esperar
    hasta 1900 para que se creara el Partido Laborista, que no
    adoptó un programa
    socialista dirigido hacia la propiedad colectiva hasta
    1918.

    Bolcheviques y
    socialdemócratas

    La I Guerra Mundial y
    la Revolución
    Rusa provocaron la ruptura de la Segunda Internacional entre
    los partidarios del bolchevismo de Lenin y los
    socialdemócratas reformistas, que habían respaldado
    en su mayoría a los gobiernos nacionales durante la
    guerra a pesar
    de las proclamaciones pacifistas de la Internacional. Los
    primeros fueron conocidos como comunistas y los segundos
    siguieron siendo, durante todo el periodo de entreguerras, la
    corriente dominante del movimiento
    socialista europeo, contando con el apoyo del electorado en
    general bajo una serie de nombres: Partido Laborista en Gran
    Bretaña, Países Bajos y Noruega, Partido
    Socialdemócrata en Suecia y Alemania,
    Partido Socialista en Francia e
    Italia, Partido
    Socialista Obrero en España, y
    Partido Obrero en Bélgica. En estos años, en el
    seno de estos partidos socialistas se produjo la escisión
    de grupos proclives al comunismo
    leninista, apareciendo así los partidos comunistas en
    diferentes países como Francia,
    Italia o España (el
    Partido Comunista de España fue fundado en 1921). En la
    Unión Soviética y, más tarde, en los
    países comunistas surgidos después de 1945, el
    término socialista hacía referencia a una fase de
    transición entre el capitalismo y el comunismo, la
    etapa correspondiente a la dictadura del
    proletariado marxista. En los demás países, los
    socialistas aceptaron todas las normas
    básicas de la democracia liberal: elecciones libres,
    derechos
    fundamentales y libertades públicas, pluralismo
    político y soberanía del Parlamento. La rivalidad
    existente entre socialistas y comunistas sólo se
    interrumpió de forma transitoria como ocurrió a
    mediados de la década de 1930, para unir sus fuerzas
    contra el fascismo en la
    política denominada de ‘Frente
    Popular’.

    Los socialistas pudieron formar gobiernos durante el
    periodo de entreguerras, por lo general en coalición o
    apoyados por otros partidos. De este modo pudieron permanecer en
    el poder, aunque de forma intermitente, en Gran Bretaña y
    Alemania
    durante la década de 1920 y en Bélgica, Francia y
    España durante la década de 1930 (en estos dos
    últimos países bajo la fórmula de Frente
    Popular). En Suecia, donde los socialdemócratas han tenido
    más éxito que en ninguna otra parte, gobernaron sin
    interrupción desde 1932 hasta 1976.

    Después de 1945, los partidos socialistas se
    convirtieron, en la mayor parte de Europa occidental, en la
    principal alternativa frente a los partidos conservadores y
    democristianos, siendo Suiza y la República de Irlanda las
    principales excepciones. Aun manteniendo su antiguo compromiso
    con el socialismo como ‘estado final’, es decir, una
    sociedad en la que se anularan las diferencias sociales,
    desarrollaron un concepto de
    socialismo ‘como proceso’ —propuesta que
    había sido anticipada por el revisionista alemán
    Eduard Bernstein a finales del siglo XIX.

    En la práctica, esto significaba que, mientras
    sus seguidores más comprometidos se aferraban a la idea de
    un objetivo final, los partidos socialistas, por esta
    época a menudo en el poder, se concentraban en reformas
    socioeconómicas factibles dentro del sistema capitalista.
    Aunque variaban según los países, las reformas
    socialistas incluían, en primer lugar, la
    introducción de un sistema de protección social
    (conocido como Estado de bienestar) que, en la formulación
    tomada del reformista liberal británico William Beveridge,
    protegiera a todos los ciudadanos "desde la cuna hasta la tumba",
    y en segundo lugar, la consecución del pleno empleo
    mediante técnicas de gestión
    macroeconómica desarrolladas por otro liberal, John
    Maynard Keynes.

    En Gran Bretaña estas reformas fueron llevadas a
    cabo por los primeros gobiernos laboristas de la posguerra. En el
    resto de Europa los socialistas alcanzaron algunos de sus
    objetivos, ya
    fuera en el seno de una coalición gubernamental con otros
    partidos (como fue el caso de Bélgica y Países
    Bajos, y, en la década de 1970 en Alemania) o
    ejerciendo una presión efectiva sobre los gobiernos no
    socialistas.

    Socialismo y servicios
    públicos

    Fue sobre todo después de 1945 cuando se
    relacionó el socialismo con la gestión
    de la economía por parte del Estado y con la
    expansión del sector público a través de las
    nacionalizaciones. Aunque los activistas socialistas
    concebían la propiedad estatal como un primer paso hacia
    la abolición del capitalismo, las nacionalizaciones
    tenían por lo general objetivos
    más prácticos, como rescatar empresas
    capitalistas débiles o ineficaces, proteger el empleo,
    mejorar las condiciones de trabajo o controlar las empresas de
    servicio
    público. A pesar de que las nacionalizaciones han sido
    relacionadas a menudo con los partidos socialistas fueron con
    frecuencia los gobiernos de partidos no socialistas los que
    recurrían a ellas, como ocurrió en Francia
    (1945-1947), Austria (1945-1947) e Italia (1945-1947
    y en la década de 1960). Por el contrario, un partido
    socialista triunfante como el Partido Socialdemócrata
    Sueco, en el poder desde 1932 hasta 1976, entre 1982 y 1991 y de
    nuevo desde 1994, no recurrió a la propiedad estatal y
    optó en cambio por controlar el mercado del trabajo y
    mantener el pleno empleo, a la
    vez que creaba un sistema de ‘salarios
    justos’ conocido con el nombre de ‘política
    solidaria de salarios’.
    Los socialdemócratas alemanes, que formaron varios
    gobiernos de coalición entre 1966 y 1982, se centraron en
    el desarrollo
    económico y experimentaron con formas de democracia
    industrial.

    En el aspecto internacional, la mayoría de los
    partidos socialistas se alinearon junto a Occidente durante la
    Guerra
    fría, aunque importantes minorías dentro de
    cada partido intentaran hallar una vía intermedia entre la
    democracia capitalista y el comunismo
    soviético, denunciaron la política exterior
    estadounidense y expresaron su solidaridad con
    los países en vías de desarrollo.

    En lo sustancial, el socialismo ha seguido estando
    limitado a Europa occidental o a países cuya población es o ha sido de origen europeo,
    como Australia, Nueva Zelanda, Israel o varios
    países latinoamericanos. La principal excepción la
    constituyen los Estados Unidos, donde nunca ha existido un
    partido socialista importante, algo que ha dejado a menudo
    perplejos a los teóricos socialistas, que se equivocaron
    al creer que la industrialización conlleva siempre el
    advenimiento del socialismo. En el resto del mundo se
    consideró al socialismo como una variante del comunismo,
    de ahí las frecuentes referencias que se hacen al
    socialismo africano y al socialismo árabe. En
    Latinoamérica existen partidos socialistas importantes en
    Chile,
    Ecuador,
    Venezuela y
    Uruguay; en
    otros países forman frentes políticos con otras
    organizaciones. El partido socialista más
    antiguo de Latinoamérica es el argentino, fundado en 1896
    por socialistas alemanes e italianos. En Brasil el Partido
    Socialista se fundó en 1916. En Chile los
    movimientos socialistas se transformaron en partido
    político en 1915. El primer diputado socialista del
    Uruguay fue
    elegido en 1911. En Puerto Rico,
    Santiago Iglesias, hermano de Pablo Iglesias, dirigente
    socialista español, fue elegido diputado en 1917. En
    Cuba, el
    Partido Socialista fue fundado en 1910. En México
    muchos socialistas están incluidos en el oficialista
    Partido Revolucionario Institucional (PRI), así como en
    partidos de la oposición de izquierdas. En general, y bajo
    la denominación socialista, obrerista, trabalhista
    (Brasil), los
    movimientos socialistas tienen gran importancia en toda la
    América
    de habla hispana. En Asia, más
    que una doctrina de claro cuño anticapitalista, el
    socialismo era sólo una ideología que
    defendía la modernización por parte del Estado,
    liberado de cualquier presión colonial o imperialista.
    Aunque sólo en contadas ocasiones desembocaron en la
    formación de partidos independientes basados en el
    modelo
    occidental europeo, las ideas socialistas tuvieron una gran
    influencia en los movimientos independentistas anticoloniales, en
    especial sobre el Congreso Nacional Indio de la India, el
    Congreso Nacional Africano de Suráfrica y sobre algunos
    regímenes poscoloniales, como fue el caso de Zambia,
    Tanzania y Zimbabwe.

    Las tesis
    revisionistas

    Hacia el final de la década de 1950, los partidos
    socialistas de Europa occidental empezaron a descartar el
    marxismo,
    aceptaron la economía mixta, relajaron sus vínculos
    con los sindicatos y
    abandonaron la idea de un sector nacionalizado en continua
    expansión. El notable desarrollo
    económico desde postulados capitalistas durante las
    décadas de 1950 y 1960 puso fin a la creencia que
    mantenía que la clase trabajadora sería cada vez
    más pobre o que la economía sufriría un
    colapso que favorecería la revolución
    social. Ya que un sector considerable de la clase trabajadora
    seguía votando a partidos de centro y de derecha, los
    partidos socialistas intentaron de forma paulatina captar
    votantes entre la clase media y abandonaron los símbolos y
    la retórica del pasado. Este revisionismo de finales de la
    década de 1950 proclamaba que los nuevos objetivos del
    socialismo eran ante todo la redistribución de la riqueza
    de acuerdo con los principios de igualdad y
    justicia
    social. Los socialdemócratas alemanes dejaron constancia
    de estos principios en el Congreso de Bad Godesberg de 1959,
    principios que habían sido popularizados en Gran
    Bretaña por Anthony Crosland (El futuro del
    socialismo,
    1956). Los socialdemócratas creían
    que un crecimiento
    económico continuado serviría de apoyo a un
    floreciente sector público, aseguraría el pleno
    empleo y financiaría un incipiente Estado de bienestar.
    Estos supuestos eran a menudo compartidos por los partidos
    conservadores o democristianos y se ajustaban de una forma tan
    estrecha al desarrollo real de las sociedades
    europeas que el periodo comprendido entre 1945 y 1973 ha recibido
    a veces el nombre de ‘era del consenso
    socialdemócrata’. Coincidía, de modo
    ostensible, con la edad de oro del fordismo, supuesta modalidad
    pura del capitalismo.

    El fuerte incremento sufrido por los precios del
    petróleo
    en 1973 fue el desencadenante de la crisis económica que
    puso fin a esta hipotética edad de oro. Durante el final
    de la década de 1970 se pensó que, en general, para
    restaurar el crecimiento
    económico, patronos y gobiernos tendrían que
    alcanzar algún tipo de entendimiento con los sindicatos. En
    estas circunstancias, los partidos socialistas obtuvieron el
    poder en Portugal, España, Grecia y
    Francia, países en los que nunca o rara vez habían
    gobernado, y que en los tres primeros casos se produjeron
    después del fin de sistemas dictatoriales.

    El creciente desempleo, sin embargo, debilitó a
    los sindicatos y, al hacer aumentar la pobreza y los
    problemas con
    ella asociados, hizo que la protección social del sistema
    del bienestar fuera mucho más costosa de lo que lo
    había sido en los días del pleno empleo. Mantener
    los niveles de bienestar con una tasa elevada de desempleo
    exigía un alto nivel de impuestos, medida
    que no gozó del favor de los ciudadanos. Los partidos
    conservadores se distanciaron del consenso político,
    aduciendo que era necesario "hacer retroceder al Estado", reducir
    el gasto público y privatizar las compañías
    estatales. Acusados de estatistas, burocráticos y
    derrochadores, los socialistas fueron poniéndose cada vez
    más a la defensiva. Hacia 1980 el proletariado industrial
    se había convertido en minoritario en toda Europa, y las
    nuevas tecnologías agravaban la división existente
    en sus filas. Los incrementos de la productividad ya
    no suponían la creación de nuevos empleos. Por el
    contrario, estas nuevas tecnologías hacían posible
    un mayor volumen de
    producción en detrimento del empleo, mientras que los
    sectores en proceso de expansión eran incapaces de
    absorber a los trabajadores despedidos por culpa de las
    reconversiones industriales. La prosperidad de la que gozaban los
    trabajadores cualificados en las empresas de éxito
    contrastaba con el número creciente de trabajadores
    temporales y no cualificados, muchos de los cuales eran
    inmigrantes o mujeres, empleados a tiempo parcial. Considerar,
    pues, a la clase obrera como una clase universal que prefiguraba
    un futuro poscapitalista parecía algo cada vez más
    anacrónico. La creciente interdependencia económica
    que se extendió con gran rapidez durante las
    décadas de 1970 y 1980 suponía que las
    políticas macroeconómicas tradicionales del
    keynesianismo ya no eran efectivas y que la reflación
    interna (en cuanto política que activa instrumentos
    monetarios y fiscales destinados a frenar el desempleo) originaba
    problemas con
    la balanza de pagos,
    así como medidas inflacionarias, tal y como descubrieron,
    a sus expensas, los gobiernos socialistas británico y
    francés en las décadas de 1970 y 1980.

    Aunque supuso la transformación de muchos de los
    antiguos partidos comunistas en partidos socialistas, el
    derrumbamiento del comunismo en la Unión Soviética
    y en la Europa central y oriental no constituyó un
    consuelo para la izquierda europea occidental. La crisis de las
    economías planificadas comunistas fue interpretada en
    términos generales como una prueba más de que las
    decisiones espontáneas de millones de consumidores
    individuales, gracias a los mecanismos del libre mercado,
    distribuían mejor los recursos de lo
    que pudiera hacerlo cualquier forma de mediación estatal.
    Las ideologías neoliberales ganaban, en consecuencia,
    terreno en multitud de países.

    El Estado de
    bienestar

    Según se acercaba a su fin el siglo, el
    socialismo —tal y como se hallaba representado por los
    partidos socialistas— no sólo había perdido
    su perspectiva anticapitalista original sino que también
    empezaba a aceptar, aunque con dolor por su parte, que el
    capitalismo no podía ser controlado de un modo suficiente,
    y mucho menos abolido.

    Debido a su inmovilidad actual, definir el concepto de
    socialismo al final del siglo XX presenta numerosos problemas. La
    mayoría de los partidos socialistas ha llevado a cabo un
    proceso de renovación programática cuyos contornos
    no son aún muy claros. Es posible, sin embargo, catalogar
    algunas de las características definitorias del socialismo
    europeo según se prepara para hacer cara a los retos del
    próximo milenio: 1) reconocer que la regulación
    estatal de las actividades capitalistas debe ir pareja al
    desarrollo correspondiente de las formas de regulación
    supranacionales (la Unión
    Europea, que contó en un principio con la
    oposición mayoritaria de los socialistas, es considerada
    como terreno controlador de las nuevas economías
    interdependientes); 2) crear un ‘espacio social’
    europeo que sirva de precursor a un Estado de bienestar europeo
    armonizado; 3) reforzar el poder del consumidor y del
    ciudadano para compensar el poder de las grandes empresas y del
    sector público; 4) mejorar el puesto de la mujer en la
    sociedad para superar la imagen y
    prácticas del socialismo tradicional, en exceso centradas
    en el hombre, y
    enriquecer su antiguo compromiso a favor de la igualdad entre los
    sexos; 5) descubrir una estrategia
    destinada a asegurar el crecimiento
    económico y a aumentar el empleo sin dañar el
    medio
    ambiente; y 6) organizar un orden mundial orientado a reducir
    el desequilibrio existente entre las naciones capitalistas
    desarrolladas y los países en vías de
    desarrollo.

    Esta relación no pretende en absoluto ser
    exhaustiva. Sin embargo, subraya algunos elementos de continuidad
    con el socialismo tradicional: una visión pesimista de lo
    que la economía podría lograr si se le permitiera
    seguir creciendo sin restricciones, y el optimismo en lo que se
    refiere a la posibilidad de que una sociedad organizada en el
    orden político pudiera progresar de forma consciente hacia
    un estado de cosas que podría aliviar el sufrimiento
    humano.

    Neoliberalismo

    En general, en la actualidad no se habla de neoliberalismo, ya que los descendientes
    ideológicos de Adam Smith han vuelto a adoptar la
    denominación de libérales, sin aditamentos. Este
    ultimo termino había caído en un progresivo
    desprestigio entré economistas políticos,
    escritores y en medios
    influyentes de la opinión pública, debido a la
    creciente ineficacia que fue demostrando el sistema del laissez
    faire, desde fines del Siglo XIX hásta su gran derrumbe,
    como consecuencia de la Gran Depresión
    de los años '30. La realidad económica de la
    época con la aparición de grandes monopolio y
    trusts que dominaban la oferta, hizo
    comprender a la mayoría de los economistas que el modelo
    competencia era sólo una hipótesis de escuela.
    Habían comenzado a dejar de identificar competencia con
    laissez faire.

    En los EE.UU., la iniciación del
    institucionalizmo, en los primeros años de la
    década de 1920 influyo y atrajo a numerosos economistas
    adscriptos al marginalismo que fueron descartando paulatinamente
    sus viejos dogmas. En Inglaterra, la
    publicación en The Eçonomic Journal, en 1926, de un
    influyente artículo del economista dé la Universidad de
    Sambridge, de origen Italiano, Pieró Sraffa, quien
    afirmaba que la realidad de los mercados de ese momento, distaba
    mucho de ser de competencia
    perfecta y que había que distinguir, en el plano
    práctico, muchas formas de mercado, marca el inicio
    de una revisión profunda de la teoría
    predominante hasta el momento. Al artículo de este
    economista, le siguieron los libro,
    publicados por Joan Robinson y Edoard Chamberlin, quienes
    calificaron a la realidad de los mercados de competencia
    imperfecta y de competencia monopolística respectivamente.
    En la misma época, el pensamiento el pensamiento de John
    M. Keynes, antes
    y después de la publicación de su Teoría
    General… se había divulgado por los principales
    países del mundo. y sus premisas, junto con la de los
    institucionalistas, habían sido aplicadas por el:
    presidente Roosevelt en el New Deal. Las teorías
    keynesianas no sólo influyeron en el período de
    entre guerra sino
    que lo hicieron después de la Segunda Guerra
    Mundial, y aun hoy, pese al éxito de la
    reacción liberal de los años '60, conservan su
    vigor. Todas las precisiones teóricas que descalificaban
    al Laissez Faire como un sistema apto para aplicar en la vida
    económica, parecieron confirmarse con la Gran
    Depresión.

    Teoría y realidad eran las dos caras de una misma
    moneda que demostraba él fracaso del liberalismo
    económico, al menos, como ideología eficaz para
    mantener la creencia en el sistema capitalista. Ese lugar vacante
    lo vino a ocupar el keynesianismo, con sus propuestas que, en la
    realidad, operaron como un salvavidas del sistema.

    Los economistas liberales de la época de entre
    guerras, tanto
    en los USA como de Europa, reformaron sus teorías
    frente al nuevo panorama vigente. Ya no era posible preconizar un
    retornó a Laissez faire absoluto, resguardado de toda
    intervención estatal. En 1938 los neoliberales de Europa
    occidental, se reunieron en lo que se denominó el coloquio
    de Wafter Lippmann por el escrito liberal que critico a las
    grandes sociedades
    anónimas, identificándolas como monopolios que
    obstaculizaban el mecanismo de precios en un
    mercado libre. A este coloquio asistieron los economistas
    liberales más destacados de Europa, entre los que se puede
    mencionar a R Aron, L. Rouçier y J. Rueff de Francia, J.B.
    Condilifte de Gran Bretafla y L. yon Mises, E. von Hayek y W.
    Ropke de la escuela de Viena . En este coloquio se reafirmaron
    las posiciones antidirigistasde los neoliberales y se sostuvo la
    necesidad de una vuelta a la economía de mercado, aunque,
    con esta denominación genérica no precisaron a cual
    de las estas formas de economía de mercado se
    referían. En el coloquio Lippmann no se produjeron
    definiciones que permitan hablar de un neoliberalismo
    muy diferente al decimonónico del Laissez Fairg .
    Solamente, en lo qué se refiere a este principio, no
    afirmaron que se debía adoptar en forma absoluta, y en lo
    que se vincula con el estado, no descartaron en forma total su
    intervención. Walter Lipmann ha sido el neoliberal que con
    más énfasis solicito medidas contra las grandes
    sociedades
    anónimas para impedir que los monopolios dominaran los
    mercados y en contra de los acuerdos que anulan la competencia.
    Se pronuncio, también, en contra de la
    autofinanciación de las poderosas sociedades
    anónimas con el fin de establecer la competencia en el
    mercado de
    capitales

    En el neoliberalismo
    han existido opiniones muy contradictorias. Desde Ludwing von
    Mises, cuya preocupación fundamental era el
    restablecimiento del mercado sin el cual no puede haber equilibrio ni
    cálculo
    económico; Wilhelm Ropke, para quien la
    intervención del Estado solo debe ser admitida para
    garantizar la existencia de un mundo de Pequeñas empresas
    y de competencia y que, al mismo tiempo, se opone a toda forma de
    redistribución de ingresos y de
    política ocupacional; Friedrich von Hayek,quien en los
    años '40 no se mostró partidario de una
    economía dirigida propiciando una "estructuración
    racional de la competencia", sin definir con mucha
    precisión el concepto (este
    autor en los años '60 adhirió al monetarismo y
    denunció la acción de los sindicatos como
    perjudicial para la actividad económica); Jacques Rueff,
    que admite la intervención del Estado en tiempos de guerra
    para repartir artículos de consumo y
    materias primas y, en alguna medida, acepta que se intervenga, no
    sobre la formación de los precios, pero sí sobre la
    oferta y la
    demanda; hasta
    James E. Meade y Roy F. Harrod, que introdujeron en el
    pensamiento liberal importantes conceptos keynesianos como el de
    preconizar la intervención del Estado para evitar las
    oscilaciones que llevan al sistema capitalista de la prosperidad
    a la depresión.

    Los neoliberales más ortodoxos con el liberalismo
    económico tradicional fundaron en 1950 la llamada sociedad
    Mont-Pélérin, cuyo principal inspirador ha sido F.
    von Hayçk, y donde proviene la denominación de la
    economía Social de mercado utilizada para identificar a
    las propuestas de los liberales de la actualidad.

    En épocas recientes ha sido formulada la
    teoría monetarista que ha adquirido una gran influencia en
    el pensamiento liberal, y de cuyas premisas se hicieron eco
    algunos gobiernos como el de Ronal Reagan en los Estados Unidos y
    otros que configuraron dictaduras en países
    latinoamericanos (Argentina,
    Chile y
    Uruguay). Las
    gravitaciones qué estas teorías han teñido
    sobre hombres de Estado y sobre la marcha de las actividad
    económica en el mundo en general en donde se observa una
    creciente oligopolización en los sectores productivos
    principales, convierte en poco menos qué imposible
    utilizar con propiedad el término neoliberalismo, si es que con él se
    pretende designar a una teoría económica eficaz
    para limitar el poder que los monopolios y para asegurar que los
    precios se formen en un mercado libre de interferencias privadas
    o estatales

     

     

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