Durante mucho tiempo, la fuerza de la gravedad hizo que
nubes masivas de hidrógeno y helio colapsaran sobre
sí mismas. A medida que el gas se iba concentrando, la
presión en el centro aumentaba, y con la presión
aumentaba también la temperatura. Cuando la presión
y la temperatura fueron lo suficientemente altas comenzaron las
reacciones de fusión. En ese momento, hace unos 13 000
millones de años, apenas 1 000 millones de años
después del [inicio del] Big Bang, [coincidiendo con la
formación o los rudimentos de las primeras galaxias
(protogalaxias primitivas),] nacieron las primeras ESTRELLAS,
estrellas con mayúsculas, pues se piensa que eran
GIGANTES.
Se cree que las primeras estrellas fueron
muy masivas, de al menos unas cien veces la masa de nuestro
Sol… Desde entonces, el nacimiento y la muerte de las estrellas
no han dejado de suceder. Hoy en día podemos ver
cómo se forman [estrellas] en distintas nubes de gas… En
ocasiones, vemos también la muerte de algunas estrellas en
forma de "supernovas".
Apenas 1 000 millones de años después del
Big Bang, como hemos dicho, empezaron a formarse las primeras
galaxias. Nuestra galaxia tiene unos 13 000 millones de
años, casi tantos como el Universo
[material]».
El Sistema
Solar.
Según la información expuesta en el
proyecto Cosmoeduca: «Nuestro sistema solar [se cree que
comenzó a formarse] hace [aproximadamente] unos 5 000
millones de años, a partir de una misma nube
[intragaláctica (situada en el interior de la Vía
Láctea)] de gas y polvo ya enriquecida con los elementos
producidos en otras estrellas y supernovas que fueron expulsados
al espacio [circundante]».
Según la Wikipedia, «[esta]
nube de gas y de polvo […] formó la estrella central y
un disco circumestelar en el que, por la unión de las
partículas más pequeñas, primero se
habrían ido formando, poco a poco, partículas
más grandes, posteriormente planetesimales, y luego
protoplanetas hasta llegar a los actuales
planetas».
La Wikipedia explica
también:
«Se denomina "disco circumestelar" a una
estructura material con forma de anillo o toro situada en torno a
una estrella. El disco circumestelar está constituido por
gas, polvo y objetos rocosos o de hielo, denominados
"planetesimales". Los discos circumestelares pueden
originarse durante la fase de formación de la estrella, a
partir de la misma nube de gas y polvo de la que se forma
ésta (discos protoplanetarios), y, aunque la mayor parte
del material es finalmente acretado (atraído hacia
sí) por la estrella, expulsado por el viento estelar o
capturado en forma de planetas, una cantidad residual puede
sobrevivir en forma de Cinturón de asteroides o
Cinturón de Kuiper».
Arriba hemos citado del proyecto
Cosmoeduca, diciendo que nuestro Sistema Solar
comenzó a formarse hace aproximadamente unos 5 ?109
años, a partir de una nube intragaláctica de gas y
polvo. Pues bien, Cosmoeduca añade:
«Debido a la gravedad, esta nube comenzó a colapsar
y a rotar cada vez más deprisa, al igual que [hace una
patinadora artística o] una bailarina [de ballet,] cuando
baja sus brazos. La nebulosa se aplanó en forma de disco
[circumestelar], en cuyo centro, la zona más densa y
caliente, se formó el Sol; mientras en las partes externas
se crearon pequeños grumos de gas y polvo, que poco a poco
acumularon materia suficiente hasta convertirse en
planetas».
La Wikipedia informa: «Los
"planetesimales" son objetos sólidos que se estima que
existen en los discos protoplanetarios [o discos
circumestelares]. En esa primitiva nebulosa de gases y polvo en
forma de disco, las partículas sólidas más
masivas actuarían como núcleo de
condensación de las más pequeñas, dando
lugar a objetos sólidos cada vez más grandes que,
en el curso de millones de años,
acabarían creando los planetas…
En la teoría comúnmente
aceptada de la formación de los planetas, la denominada
"hipótesis nebular" sostiene que los planetas se forman
por la agregación de granos de polvo que chocan y se van
uniendo para formar cuerpos cada vez más grandes,
denominados "planetesimales". Cuando alcanzasen una medida
aproximada de un kilómetro [de diámetro medio],
podrían atraerse unos a otros debido a su propia gravedad,
ayudando a un crecimiento mayor hasta la creación de
"protoplanetas" de un tamaño aproximado al de la Luna. Los
cuerpos más pequeños que los planetesimales no
ejercen una atracción gravitatoria suficiente sobre las
partículas vecinas como para agregarlas, pero aún
así se producen colisiones debido al movimiento browniano
de las partículas o a turbulencias en el gas.
Alternativamente, algunos planetesimales también
podrían haberse formado dentro de una espesa capa de
granos de arena situada en el plano medio de un disco
protoplanetario, y que experimentase una inestabilidad
gravitacional colectiva. Muchos de los planetesimales se
destruirían debido a colisiones violentas, pero unos
cuantos de los más grandes podrían sobrevivir a
esos encuentros y continuar creciendo hasta convertirse primero
en protoplanetas y posteriormente en planetas.
Está generalmente aceptado que hace
aproximadamente 3 800 millones de años, tras un
período conocido como el "Bombardeo intenso tardío"
(Late heavy bombardment), muchos de los planetesimales dentro del
Sistema Solar habían sido o bien expulsados del mismo, a
distantes órbitas excéntricas tales como la Nube de
Oort, o bien habrían colisionado con objetos más
grandes debido a la atracción de los grandes planetas
gaseosos (particularmente Júpiter y Neptuno). Unos pocos
planetesimales podrían haber sido capturados como lunas,
tales como Fobos y Deimos (las lunas de Marte), o muchas de las
lunas pequeñas y de gran inclinación de los
planetas jovianos. En la actualidad se están observando
diversas zonas que, según los indicios recogidos,
estarían en plena formación de
planetesimales.
Los planetesimales que han sobrevivido hasta nuestros
días son muy valiosos para la ciencia, ya que contienen
información acerca del nacimiento de nuestro Sistema
Solar. Aunque su exterior haya estado sujeto a una intensa
radiación solar (lo que habría alterado su
composición), su interior contiene un material
prístino, esencialmente idéntico desde la propia
formación del planetesimal. Esto convierte a cada
planetesimal en una "cápsula del tiempo", y su
composición podría contarnos mucho acerca de las
condiciones de la Nebulosa Protosolar desde la que nuestro
sistema planetario se formó».
La
Tierra.
Desde el punto de vista científico actual, no se
puede asegurar gran cosa con respecto a lo que ocurrió
durante los primeros dos tercios de la historia del Universo
Material, sólo suposiciones más o menos bien
fundadas. Pero en algún momento, dentro de esos dos
primeros tercios, se formó una galaxia espiral que
llamamos Vía Láctea. En uno de sus brazos se
condensó una estrella, nuestro Sol, hace aproximadamente 4
500 millones de años, a la vez que a su alrededor quedaron
girando diversos cuerpos, entre ellos la Tierra primitiva o
Prototierra. Al principio, dicha Prototierra era una masa
incandescente, que, lentamente, se fue enfriando y adquiriendo
una forma más cercana a la que hoy conocemos. Aunque los
cambios en esas primeras épocas debieron ser más
bruscos y abundantes, la Tierra no ha dejado de evolucionar
geológicamente, y lo sigue haciendo.
La Tierra debió, pues, comenzar a
originarse hace aproximadamente 4'5·109 años, es
decir, unos pocos millones de años después de que
se formase los rudimentos del Sol. Al parecer, el planeta se
formó a partir de una nebulosa inicial, al tiempo que lo
hacía el resto de los planetas de nuestro Sistema
Solar.
Se cree que la materia de la nebulosa se colocó
según su densidad alrededor del Sol, por su
atracción gravitatoria, de manera que la materia
más ligera se alejó del Sol y la más densa
quedó más cerca del mismo. Esta última es la
que sirvió de materia prima para formar la
Tierra.
Los fragmentos de esa materia densa
(planetesimales) debieron empezar a acumularse por
atracción gravitatoria y así se
originó una enorme masa de material incandescente y
fundido, por efecto de las colisiones: la Prototierra.
Los materiales terrestres se acoplaron
según su densidad: los más densos se hundieron
hacia el interior del planeta y los más ligeros se fueron
hacia el exterior. De este modo la Prototierra quedó
estratificada en varias capas, siendo la más externa de
carácter gaseoso.
La serie de cambios experimentados por el
planeta Tierra, desde su origen nebuloso hasta la
actualidad, podría esquematizarse en 5 etapas, de acuerdo
a la mayoría de las teorías que hoy dominan en el
ambiente académico de la geología
cosmogónica. Tocante a dichas etapas, el tomo 15 de la
obra "Viaje a través del Universo", publicado
en 1995 por Ediciones Folio (Barcelona,
España), nos servirá de guía.
Primera etapa
cosmogónica terrestre.
Durante la Primera Etapa, cuyo comienzo se estima en
unos 4'5·109 años atrás, tendríamos
la nebulosa Protosolar a partir de la cual se opina que
surgió el entero Sistema Solar. El tomo 15 de la obra
"Viaje a través del Universo", en su página 7,
comenta: «[En aquel tiempo lejano], una enorme nube de
gases y polvo que derivaba por la Vía Láctea
chocó contra una potente onda […] explosiva que
señala[ba] la muerte de una enorme estrella. Unidas
violentamente por este "puño" cósmico, las
dispersas partículas de la nube (en su mayor parte
hidrógeno y helio, con rastros de elementos más
pesados, residuos de otras muertes estelares) concentraron su
atracción gravitatoria mutua e hicieron que la nube
empezara a contraerse. Pequeñas masas turbulentas al azar
se convirtieron en diminutos flujos y remolinos que
se fueron formando por sí mismos. Cuando uno de esos
fragmentos de nube siguió condensándose y
contrayéndose, empezó a girar más aprisa
sobre sí mismo, como hacen los patinadores cuando juntan
los brazos. Gradualmente, la esfera gaseosa se extendió en
un delgado disco de [80·109] kilómetros de
diámetro, el nebuloso antepasado del Sistema
Solar.
[Poco tiempo después,] los elementos
pesados (hierro, níquel y silicio) cayeron hacia el centro
de la nebulosa solar, calentándolo [a la vez] que las
regiones más alejadas se enfriaban. Pequeñas
partículas se solidificaron, se unieron por
colisión y se convirtieron en partículas más
grandes, lo cual llevó a la nebulosa a estados cada vez
más densos y finalmente a una serie de corpúsculos
espaciales, pequeños cuerpos de unos pocos
kilómetros de diámetro. A lo largo de
mucho más tiempo, los corpúsculos espaciales, que
giraban alrededor de un cuerpo central, o Protoestrella, que
crecía por momentos, fueron acumulando materia hasta
convertirse en embriones planetarios que barrieron los restos de
la nebulosa en sus inmediaciones. Tras decenas de millones de
años, la Protoestrella contenía más del 90%
de la materia original de la nebulosa solar. Ya con masa
suficiente para fusionar los átomos de
hidrógeno en su núcleo, prendió
una explosión nuclear continua… y el joven Sol
empezó a brillar sobre su cohorte de orbitantes
planetas.
Estos pequeños cuerpos, sin embargo, distaban
mucho de haber terminado su evolución [geológica].
El tercero de ellos, por ejemplo, era poco más que una
vapuleada roca. La transformación de este yermo guijarro
en la Tierra, el planeta jardín del Sistema Solar,
requiriría otros [3] mil quinientos millones de
años».
Segunda etapa
cosmogónica terrestre.
El tomo 15 de la obra "Viaje a través del
Universo", en su página 9, sigue diciendo: «Tras
modelarse grano a grano a partir de los restos estelares, la
nueva Tierra giró bajo un cielo surcado por el paso de los
cometas que viajaban en órbitas alocadamente
excéntricas. Muchos de estos cuerpos celestes errantes se
estrellaron contra la fría y rocosa superficie del joven
planeta, llenando su rostro de cráteres y añadiendo
la nueva masa y la energía calorífica del
impacto.
Antes de eso, una tenue atmósfera
de hidrógeno de corta vida había
rodeado el vapuleado globo, pero frente al fuerte viento solar
(la corriente de partículas cargadas que brotaba del Sol),
la gravedad de la Tierra fue incapaz de retener los
volátiles gases. La mayor parte de la provisión
original de hidrógeno y helio de la nebulosa solar
había sido lanzada [tiempo atrás] hacia el [espacio
cercano] exterior, en parte por la fuerza centrífuga [y]
en parte por el viento solar; a su debido tiempo, cuajaría
en un conjunto de gigantescos planetas gaseosos.
Durante decenas de millones de años,
la Tierra no mostró ningún signo vital [,es decir,
ningún cambio geológico]. El yermo planeta si
limitó a girar en silencio en su órbita, mientras
su corteza se cuarteaba y encogía a medida que su
superficie se solidificaba en el profundo frío del
espacio. Pero, aunque la capa más externa del
globo pareciera marchitarse, en su interior las fuerzas
seguían trabajando. La contracción de la corteza
empezó a comprimir los minerales del núcleo del
planeta y a hacer que su temperatura se elevara. A medida que
seguía la contracción, el interior se volvía
cada vez más caliente, hasta que el oculto almacén
de metales empezó a fundirse, el inicio de un proceso que
finalmente aceleraría a la Tierra hacia la vida
geofísica».
Esta etapa parece coincidir con el inicio
de lo que los libros de geología llaman la "Era Arcaica"
del "Eón Precámbrico", la cual se especula que
debió acontecer hace aproximadamente 3'5·109
años. Un periodo en el que la Tierra se
transformaría en una bola incandescente y
terminaría convertida en un planeta con núcleo y
corteza. Al mismo tiempo, la Tierra sería visitada por
asteroides que, al chocar contra ella, aportarían nuevos
materiales y una gran energía calorífica, por
efecto del impacto. Así la Tierra, según los
geólogos, se mantuvo durante millones de años en un
estado incandescente, lo que provocaría, bajo la
influencia de la gravedad, que los elementos más pesados,
sobre todo el hierro y el níquel, cayeran hacia el centro
de la Tierra para formar el núcleo, y los silicatos
más ligeros se moverían hacia arriba para formar la
corteza y el manto. De esta manera, se supone que la Tierra
iría ganando en masa, mientras que su núcleo, rico
en hierro, se iría magnetizando.
Finalmente, la temperatura debió bajar lo
suficiente como para permitir la formación de una corteza
terrestre estable, la Litosfera. La Tierra poco a poco se
iría estabilizando, aunque la corteza terrestre, al final
de este periodo, seguiría siendo muy frágil y con
una enorme cantidad de movimientos provocados por terremotos y
erupciones volcánicas.
Tercera etapa
cosmogónica terrestre.
El tomo 15 de "Viaje a través del
Universo", páginas 11 a 13, expone: «Tranquila por
fuera, la Tierra ocultaba un activo interior bajo el
cascarón de su corteza exterior. Mezclados con silicatos
y metales propios del planeta estaban los restos
dispersos de una antigua supernova, elementos pesados como el
uranio y el torio, cuyos masivos átomos pueden forjarse
solamente en el corazón de una estrella en
explosión. Estos átomos son inestables, y a medida
que se desintegraban gradualmente en el corazón de la
Tierra, liberaban partículas de alta energía y
radiaciones en forma de calor.
Combinada con el calor generado por el incesante impacto
de los meteoros y la constante compresión gravitatoria del
planeta, la radiactividad empezó a licuar la roca debajo
de la corteza, haciendo que sus componentes se separaran. La
gravedad empujó el hierro y el níquel hacia abajo,
al centro, para formar un primitivo núcleo. La
escoria al rojo blanco de los menos densos silicatos
no metálicos flotó hacia arriba, formando una
esfera cubriente de roca fluida conocida hoy como el
"manto".
Los elementos radiactivos, cuyos grandes átomos
no se acomodan fácilmente en metales rígidamente
estructurados como el hierro, fueron empujados también
hacia arriba con los silicatos, y siguieron generando calor a
medida que se desintegraban.
La liberación de la energía
gravitatoria, a medida que los metales se hundían hacia el
núcleo de la Tierra, y la constante desintegración
radiactiva de los elementos pesados produjo suficiente calor como
para fundir el hierro que derivaba hacia el centro. Este flujo de
calor provocó corrientes de convección que se
alzaban y hundían en la roca fluida, o magma, del manto.
Bajo la presión hacia arriba del magma, la corteza
empezó a ceder en sus puntos más delgados, y por
primera vez la lava se desparramó por la superficie,
salpicando el paisaje con los ásperos conos de los
volcanes y con charcas y lagos de roca licuada. La corteza
primordial desapareció a medida que el fiero diluvio
alisaba los cráteres y planchaba las arrugas de un mundo
de unos mil [quinientos] millones de años de
edad.
Del mismo modo que al removerlo se enfría un
plato humeante de sopa, la lenta circulación de la roca
fluida enfrió el planeta, y una nueva corteza se
solidificó sobre el manto. En sus profundidades, la
materia del núcleo se separó más cuando la
gravedad comprimió los metales más internos y los
solidificó por pura presión, dejando un
núcleo externo de hierro fundido. La convección en
el ardiente hierro fluido convirtió el corazón de
la Tierra en una dinamo que empezó a generar una corriente
de electricidad. Como resultado de ello, un campo
magnético se abrió al espacio, envolviendo al
planeta en invisibles líneas de fuerza, una barrera contra
las partículas de alta energía procedentes del
Sol.
Fuera, en la superficie, estaba teniendo
lugar otra transformación, cuando la lava aventada trajo
consigo abundantes gases liberados por las propias rocas del
planeta: alzándose de las fundidas profundidades de la
Tierra al frío espacio, la mezcla gaseosa empezó a
formar la primitiva atmósfera del joven
planeta».
Esta etapa parece iniciarse hacia la mitad
de la franja temporal que los libros de geología denominan
la "Era Arcaica" del "Eón Precámbrico", cuyo
comienzo pudo haber ocurrido hace aproximadamente 3·109
años.
Cuarta etapa
cosmogónica terrestre.
El tomo 15 de "Viaje a través del
Universo", página 15, teoriza: «Encerrada en los
compuestos de silicio del manto, el agua hizo su debut terrestre
como vapor, aventada por los feroces volcanes que perforaban la
corteza. Más agua se forjó en las interacciones a
altas temperaturas entre los hidrocarburos y el oxígeno
aprisionado en las moléculas de los silicatos y
óxidos de hierro. Al emerger al frío del espacio,
el vapor de agua se condensó y cayó al [suelo del]
planeta, formando charcos y limando lentamente los bordes de los
cráteres dejados por los antiguos bombardeos.
Mientras la lluvia cambiaba y esculpía el rostro
de la Tierra, apareció otro subproducto de las reacciones
de los hidrocarburos: el dióxido de carbono (CO2). Puesto
que el CO2 es transparente a las radiaciones de onda corta de
llegada pero absorbe el calor de las ondas más largas que
emana del propio planeta, la aparición y
desaparición de este compuesto crítico en la
atmósfera y la corteza ayudaron a modelar [el devenir
morfológico] de la Tierra.
Un tercer factor en la atmósfera terrestre fue el
nitrógeno, cuya presencia parece ser el resultado de un
caso cósmico de error de identidad. Durante la
formación de la ancestral nebulosa solar, las
moléculas de amoniaco, que están compuestas por
nitrógeno e hidrógeno, se acumularon a veces en los
entramados de los compuestos de silicato, tomando el lugar de los
átomos de potasio, que son aproximadamente del mismo
tamaño. En el feroz crisol de la formación
planetaria, casi todo el nitrógeno del planeta fue
liberado para convertirse en el elemento dominante de la
atmósfera de la Tierra».
Esta etapa parece coincidir con el inicio de la franja
de tiempo que los libros de geología llaman "Era
Proterozoica" del "Eón Precámbrico", cuyo comienzo
se ha fechado teóricamente en un pasado de aproximadamente
2'5·109 años atrás.
Quinta etapa
cosmogónica terrestre.
El tomo 15 de "Viaje a través del Universo",
página 16, explica: «Bajo el llanto de los cielos,
las rudimentarias cuencas de agua fueron creciendo hasta
convertirse en un mar global. En el momento en que la Tierra
tenía unos dos mil [quinientos] millones de años de
edad, el planeta se había asegurado un status único
en el Sistema Solar. Ahora era un mundo oceánico de
superficie accidentada y estaba en su mayor parte
[(o, tal vez, en su totalidad)] cubierta por una gruesa piel de
agua, rematada a su vez por una gasa atmosférica. El
dióxido de carbono, en su tiempo un gas prominente en la
atmósfera, había empezado a ser absorbido por las
capas superiores del mar y, a través de los procesos
geológicos, convertido en rocas de carbonato de calcio y
magnesio.
La superficie sólida también
había sido transformada. A medida que la corteza se
enfriaba, engrosaba y cuarteaba, se quebró en un mosaico
de enormes placas. Movidas por las ardientes corrientes
inferiores, las placas se fueron redistribuyendo lentamente a
medida que transcurrian los eones, chocando unas con otras,
derivando lejos unas de otras, y abriendo respiraderos que
permitían al magma brotar de las profundidades para formar
una nueva corteza».
Esta etapa parece coincidir con el final de la franja de
tiempo que los libros de geología llaman el "Eón
Precámbrico", es decir, un pasado cuyo comienzo ha sido
fechado teóricamente en aproximadamente
2·109 años atrás.
Conclusión.
Si bien los libros de ciencia actuales no dejan cabida
para la acción de Dios en la historia natural de la
Tierra, nosotros, a la luz del relato del Génesis,
intuimos que la "fuerza activa" del Creador debió
"moverse" no sólo sobre la superficie de las aguas del
océano primordial, como dice el versículo 2 del
capítulo 1 del libro sagrado, sino al menos también
a lo largo de todo el proceso de formación del planeta a
partir de la supuesta nebulosa Protosolar que le sirvió de
cuna. Por ejemplo, la revista LA ATALAYA del 15-2-2007, editada
por la Sociedad Watchtower Bible And Tract, página 4,
comenta:
«El singular sistema solar: ¿cómo
llegó a existir? Muchos factores se combinan para que la
región del universo que habitamos sea singular. Nuestro
sistema solar se halla situado entre dos de los brazos en espiral
de la Vía Láctea, en una zona con relativamente
pocas estrellas. Casi todas las estrellas que podemos ver de
noche están tan lejos de nosotros que incluso vistas a
través de los telescopios más grandes siguen siendo
simples puntos de luz. ¿Es así como debería
ser?
Pues bien, si el sistema solar estuviera
cerca del centro de la Vía Láctea, sufriría
los devastadores efectos de encontrarse en medio de una densa
concentración de estrellas. Por ejemplo, la órbita
de la Tierra seguramente se trastocaría, con
dramáticas consecuencias para la vida humana. Tal como
está, el sistema solar parece hallarse en el mejor lugar
de la galaxia para evitar éste y otros peligros, como el
de sobrecalentarse al atravesar nubes de gas o el de quedar
expuesto a estrellas en explosión o a otras fuentes de
radiación letal.
El Sol es el tipo ideal de estrella para
satisfacer nuestras necesidades. Tiene una combustión
estable y una vida larga, y no es ni muy grande ni demasiado
caliente. En su inmensa mayoría, las estrellas de nuestra
galaxia son mucho más pequeñas, de modo que no
desprenden ni la luz ni el catrellas se hallan en grupos de dos o
más, unidas por fuerzas gravitatorias y girando unas
alrededor de otras. En contraste, el Sol es un astro solitario. Y
podemos agradecer que así sea, ya que es
improbable que el sistema solar permaneciera estable
si estuviera sometido a la fuerza gravitatoria de dos o
más soles.
Otro rasgo que hace especial a nuestro sistema solar es
la ubicación de los planetas gigantes exteriores y sus
órbitas casi circulares. Debido a estos factores, no
presentan ninguna amenaza gravitatoria a los planetas interiores,
también llamados telúricos (o terrestres). Al
contrario, los planetas exteriores cumplen la función
protectora de atraer o desviar los objetos peligrosos. "Aunque
asteroides y cometas chocan contra nosotros, eso no sucede
demasiado, pues planetas gigantes gaseosos como Júpiter
nos guardan las espaldas", explican los científicos Peter
D. Ward y Donald Brownlee en su libro Rare Earth—Why
Complex Life Is Uncommon in the Universe (El singular planeta
Tierra: por qué es difícil hallar formas de vida
complejas en el universo). Se han descubierto otros sistemas
solares que también tienen planetas gigantes. Sin embargo,
la mayoría de éstos describen órbitas que
pondrían en peligro a un planeta más pequeño
como la Tierra».
Abundando en estos datos, la revista
DESPERTAD de Febrero-2009, página 5, de la misma
Sociedad Watchtower, dice:
«Los datos del domicilio donde uno vive por lo
regular incluyen la calle, la ciudad y el país. En el caso
de la Tierra, su órbita es, por así decirlo, la
calle; el sistema solar (el Sol y sus planetas) es la ciudad, y
la galaxia Vía Láctea es el país en que
radica. Gracias a los adelantos en física y
astronomía, los científicos han logrado entender
mejor las ventajas del minúsculo lugar que ocupamos en el
universo.
Para empezar, nuestra "ciudad", o sistema
solar, se ubica en una franja anular de la Vía
Láctea conocida como zona de habitabilidad
galáctica, la cual está a 28 000 años luz
del centro de la galaxia. En esta zona se reúnen las
cantidades exactas de los elementos químicos necesarios
para vivir. Fuera de ella, no existen posibilidades de vida:
más lejos del centro, los elementos indispensables
escasean, y más cerca del centro, una mayor abundancia de
radiaciones letales y otros factores convierten a la
región en un entorno sumamente peligroso. Por eso, como
afirma la revista Scientific American, "vivimos en un barrio
exclusivo" de la galaxia.
No menos exclusiva es la "calle", u órbita de la
Tierra, dentro de la "ciudad", es decir, el sistema solar. Su
trazado está a una distancia media de 150 millones de
kilómetros del Sol […] y se ubica dentro de la zona de
habitabilidad circunestelar, donde los seres vivos ni se congelan
ni se queman. Aunque la órbita de nuestro planeta es
elíptica, la distancia que lo separa del Sol es más
o menos la misma durante todo el año.
El Sol, por su parte, es la central
eléctrica por excelencia, pues además de ser
estable, tiene el tamaño óptimo y emite la cantidad
de energía que necesita la Tierra. Con razón se
dice que es "una estrella muy singular". na. Su diámetro
mide aproximadamente una cuarta parte del de la Tierra. De modo
que, en comparación con otras lunas de nuestro sistema
solar, la nuestra es muy grande para la Tierra. Pero lejos
de ser un error, es una ventaja.
En primer lugar, la Luna es la causa
principal de las mareas oceánicas, las cuales cumplen un
papel esencial en la ecología del planeta. En segundo
lugar, contribuye a la estabilidad del eje de la Tierra. Si
nuestro satélite no fuera como es, el globo
terráqueo bailaría como un trompo, quizás
hasta se iría de lado al girar. Además, los cambios
en el clima y en las mareas, así como otras alteraciones
en la naturaleza, resultarían
catastróficos.
La inclinación de la Tierra (23'5
grados) hace posible el ciclo anual de las
estaciones, regula la temperatura y da lugar a una amplia gama de
zonas climáticas. "Parece que el eje de
inclinación de nuestro planeta es el
idóneo", señala el libro ["El singular planeta
Tierra: por qué es difícil hallar formas de vida
complejas en el universo" citado anteriormente].
Gracias al movimiento de rotación, la
duración del día y la noche también es
perfecta. Si el período de rotación fuera mucho
mayor, el lado de la Tierra que diera hacia el Sol se
quemaría y el lado contrario se congelaría. Por
otra parte, si la rotación fuera más rápida
y los días sólo duraran unas cuantas horas, se
desatarían implacables vientos huracanados y otros
fenómenos desastrosos.
En definitiva, todo lo relacionado con nuestro planeta
—su "domicilio", la velocidad de su rotación y su
extraordinaria "vecina"— demuestra que ha sido
diseñado por un Creador inteligente. Paul Davies,
destacado astrofísico y evolucionista, declaró:
"Hasta los científicos ateos se estremecerán ante
la grandeza, la majestuosidad, la armonía, la elegancia,
el verdadero ingenio del universo"».
Autor:
Jesús Castro
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