PREFACIO
La presente encuesta tiene como único
propósito desenterrar verdades ocultas y sepultar el
millardo de mitos vertidos sobre un Tercer Reich que fue
desdibujado en su objetivo y demonizado en su rigor
histórico, circunstancia que atribuyo por igual a sus
detractores y defensores.
A los primeros, toda vez que se han apoderado de la
propiedad intelectual de hechos nunca probados fehacientemente, y
a los segundos, porque se han adherido a una absurda idea
glorificadora de todos sus líderes, sin
excepciones.
Y en esa combinación de matices, continentes
más de grisáceos que de colores primarios, deduzco
que ambos grupos han naufragado en una suerte de miopía
interpretativa en la decodificación del segmento
más breve, pero acaso más intenso, de la Historia
Universal.
Aunque guarde un enorme respeto por los del segundo
segmento liderados por Salvador Borrego entre los más
antiguos, y por Gunter Grass y David Irving entre los más
contemporáneos, sin perder el norte, pese a mis enormes
limitaciones, de arribar a la objetividad que un tema como el de
la Segunda Guerra Mundial debe gobernar la racionalidad de
cualquier escritor, respetando lo que se impone como ineludible,
esto es, haber chequeado todas las voces y corrientes de
opinión que sobre este infortunado asunto se han expresado
a lo largo de los casi 70 años que han
transcurrido.
Y para ello, por ser mucho más nutridos que los
otros, he de corresponderme con los que han denostado este asunto
alemán en forma, digamos, relevante en lo impiadosa, ya
que quienes somos originarios de la década de los 50,
fuimos educados por esas pautas culturales que, como veremos
más adelante, estuvieron muy divorciadas de los principios
de una sana crítica.
Lo anterior, principiando por la membresía de
intelectuales afines al marxismo y, sobre todo, por el celuloide
de Hollywood, que en estas últimas 7 décadas ha
caricaturizado y satanizado al nacionalsocialismo en las formas
más ingeniosas, pero en esencia arteras y deformantes de
toda laya, desde Chaplin con El Gran
Dictador, a comienzos de los 30, pasando por Harrison Ford y
su saga de Indiana Jones, hasta llegar incluso a series
de comics actuales como Los Simpsons.
Estudié con detenimiento y esmero cada aspecto de
este fenómeno durante demasiado tiempo, con fechas, bajas,
biografías y demás detalles como para despachar
estas líneas.
Deviene, por ello, imperativo recorrer este sendero con
una línea discursiva y argumental, en un plexo desprovisto
de artilugios, merced a haber indagado en casi todos los autores
clásicos y convencionales que pusieron bajo
análisis y perspectiva las dos caras de la
guerra.
Capté de cada uno de los consultados, los
destacados más racionales que de ellos pude insuflarme,
sin importar de qué costado ideológico inspiraron
sus alegatos en favor y en contra de la persona de Adolfo
Hitler.
Es por ello que en esta entrega me he propuesto, tal vez
dentro de una modalidad algo peregrina, establecer, según
mi modesta opinión, el preciso instante en que Alemania
comenzó a perder la guerra, mucho antes de la
capitulación en Reims el 7 de mayo de 1945.
Para ser más exacto, precisamente 5
años antes de esa fecha.
Trataré de esbozar estas sincronías de
tiempo y espacio, al decir de Carl Jung, con ciertos hechos que
uno tras otro, condujeron al futuro ruinoso del nazismo, incluso
cuando el mundo temblaba con la fantástica e
inédita estrategia de la blitzkrieg en la
primavera de 1940.
Y a continuación, tomando en especial
consideración el desconcierto mundial por la volatilidad
del sistema monetario, el crecimiento exponencial y extensivo del
fanatismo musulmán y la explosión de las
economías emergentes de China y de India, me
esforzaré en otorgar la mayor certidumbre que mi incierta
ecuanimidad pueda otorgarme.
Al solo efecto de ejercitar una mera hipótesis
acerca del resurgimiento del modelo nacionalsocialista como el
futuro aglutinante de una forma plausible de gobierno con
epicentro en una Alemania fortalecida en derredor de una Europa
que sufrirá hambrunas y sucesivas rebeliones.
Y el peor de los caos, producto de un abrupto fin de
fiesta de la burbuja inmobiliaria que tiene atrapados entre sus
garras, incluso a los Estados Unidos, que sobrevive
a trancas y barrancas por una emisión monetaria
descontrolada, sostenida sólo por la engañosa
credibilidad y confiabilidad de un dólar que se
devalúa al compás de su propia recesión, y
del fracaso de las recetas de un Fondo Monetario sin prestigio
alguno.
Esto, en una medida equidistante a las distintas
escuelas de economía que hasta hace pocos años se
consideraban infalibles en sus pronósticos.
Es muy probable que muchos lectores no adviertan una
dosis de enciclopedismo en las páginas de este ensayo,
pero entiendo que son irrelevantes para reseñar un tema
demasiado abordado y con fruición, antes de
ahora.
Pero en contraposición a ello, he de refugiarme
en los miles de polvorientos registros del Bundesarchiv,
de libre y pública consulta, porque a estas alturas, para
la gran mayoría de los investigadores
contemporáneos o bien carecen de interés o se
congratulan con que sigan acumulando polvo para que la luz sea
menos que tenue.
Este silente clima anti revisionista que he percibido,
se encuentra muy anudado al sentimiento pérfidamente
inoculado por los vencedores de esa culpa colectiva
que el ciudadano alemán promedio, a fuer de tanta
insistencia, aún mantiene dentro de su genoma.
Todos los ancianos a quienes entrevisté
-veteranos de las Juventudes Hitlerianassobre aquellos lejanos y
oxidados episodios de la Segunda Guerra Mundial, me abonaron con
sus invaluables testimonios, grandes acertijos que aún
tenía sobre estos tópicos.
Pero a cambio de ello, me rogaron mantener sus
identidades en un plano de total anonimato, lo que he de
respetar, para cumplir así mi promesa, luego de estrechar
sus temblorosas y curtidas manos.
En síntesis, luego de muchas dudas, he decidido
publicar estas líneas como una contribución
desapasionada que seguramente no tendrá impacto en la
gente de mi ya provecta generación, pero puede que
contenga alguna para las venideras.
Santiago de Chile, septiembre 19 de
2013.
UNA CADENA DE
APARENTES VICTORIAS
LAS ARDENAS
Contra toda lógica y estrategia militar, Adolfo
Hitler le indicó a su Alto Mando que la invasión a
Bélgica y posteriormente a Francia, se haría a
través del Canal Albert.
El 10 de mayo de 1940, quince divisiones de las
Wehrmacht, que enfrentaban al doble de efectivos de la
fuerza combinada francobelga, cruzaron el pantanoso suelo del
bosque de las Ardenas.
Sus generales estaban totalmente desconcertados porque
dicha escalada fue la misma que el Káiser Wilhelm
decidió trazar en la Gran Guerra, 26 años
antes.
Se rumoreaba, incluso, que ese demencial curso de la
contienda que recién principiaba, sellaría la
suerte de los teutones, por la reiteración de una ruta de
avance que sería prevista por el enemigo, por su obvia
imitación.
Algunos de sus generales más cercanos llegaron a
atisbar la posibilidad de deponer al Canciller, y otros a
ejecutarlo, pero la estrella del Führer estaba
en su apogeo, y los Aliados, a pesar de los informes de
inteligencia receptados, desdeñaron el plan alemán
porque interpretaron que ninguna división de tanques,
sería capaz de sortear el pegajoso fango de esa parte de
Bélgica una segunda vez.
Demasiado tarde y con profunda sorpresa advirtieron que
la tecnología germana haría posible una especie de
milagro, sorprendiendo a los Aliados con los pantalones
abajo.
El más prestigioso y poderoso ejército,
como era el francés en esos días, cayó en
menos de dos semanas, dejando boquiabiertos a los analistas
internacionales más destacados.
La tragedia visceral de esta primera y flamígera
victoria, fue que a partir de esa sorpresa desprovista de un
razonamiento deductivo, ningún militar alemán
osaría desaprobar los desaguisados del Canciller, que los
conduciría a todos ellos hacia un inexorable epitafio, 5
años después.
DUNKERQUE
En ese norteño puerto francés, durante la
última semana de mayo y la primera de junio en 1940, una
operación después conocida como Dinamo y
planificada con bastante pulcritud por Winston
Churchill, permitió evacuar a 220 mil efectivos
británicos, 70 mil franceses y 42 mil belgas.
En resumen, el grueso de las fuerzas aliadas pudo
sortear con relativo éxito y ponerse a salvo de una
indetenible Wehrmacht.
Los noticiarios germanos hicieron su agosto, destacando
que los Aliados habían sido corridos hasta el Mar del
Norte en tiempo récord y que sus muchachos pronto
retornarían casa.
Esto que aún hoy se conoce como la primera
victoria del Reich sobre las fuerzas combinadas aliadas fue, por
etiquetarlo de un modo simplista, un supremo desatino.
Un Hitler muy dubitativo sobre la factibilidad de un
armisticio con el Reino Unido, impidió con una orden
directa a sus comandantes que se diese cacería a un
enemigo desmoralizado, hambreado y agotado, permitiéndole
embarcarse a salvo.
En las playas quedaron abandonados tanques,
artillería, municiones y pertrechos, por millares, junto a
145 generales galos, 23 mil oficiales y 170 mil soldados
regulares.
Si el Führer hubiese optado por la
aniquilación de todos los embarcados, Inglaterra
tal vez se hubiese visto forzada a una
capitulación.
Sin embargo, el Premier británico se
tonificó con esa huida precipitada, mutando una deshonrosa
retirada en una victoria táctica, ya que recuperó
rápidamente la confianza del pueblo inglés con la
recepción de los fugados, a quienes en su mayoría
despachó a Libia para enfrentar a Rommel.
Ese primer error estratégico, Hitler lo
pagaría carísimo dos años después,
cuando Montgomery, un Zorro más astuto que el
teutón, lo quebraría en El Alamein, haciendo
desaparecer a todos los Africa Korps, y otorgándoles a los
Aliados, a quienes para entonces se les habían sumado los
estadounidenses, el inicio de la invasión continental por
Italia.
Pero habría más de esos
yerros.
Con fuertes pérdidas de la tropa de elite de
paracaidistas de la Luftwaffe, los alemanes tomaron Creta en mayo
de 1941, en vez de haber puesto idéntico empeño en
capturar la isla de Malta.
Si hubiesen tomado esta última opción, el
control sobre el Canal de Suez hubiera resultado más
plausible.
Pero al desistir de ello, permitieron
que más del 70% de los cargamentos
despachados desde Sicilia por la Kriegsmarine para los Africa
Korps, fueran hundidos por los ingleses, quienes, con las pistas
maltesas a su disposición, pudieron bombardear los
convoyes de abastecimiento a voluntad, impidiendo así que
estos arribaran a los puertos libios, controlados por el mariscal
favorito de Hitler.
La derrota libia de los alemanes, como consecuencia
directa del fortuito escape de los Aliados en las playas
francesas dos años antes, no solo privó al Reich
del control de todos los puertos del Oriente Medio, mutilando el
control sobre las mayores reservas petroleras imprescindibles
para asegurar el aplastamiento del ejército colonial
británico.
Sino que además, tronchó los planes de
Rommel de tomar Egipto y sumar a su ejército a más
de 5 millones de voluntarios egipcios que ansiaban incorporarse
al Eje como soldados regulares.
Pero los infortunios alemanes irían en aumento,
irónicamente con más victorias que sólo
acelerarían una ulterior derrota.
Veamos:
MARITA
Para el 28 de octubre de 1940, Benito
Mussolini, que ya había atrapado Albania, comenzaba su
despliegue invasor, haciendo desembarcar a sus tropas en
territorio griego.
Con una plana mayor de generales perezosos e ignorantes,
los fascistas italianos, en menos de 6 meses, no sólo
fueron rechazados por las tropas helenas, haciéndolos
retroceder al inicial territorio albanés, sino que
además, estos últimos tomaron casi la tercera parte
de ese país, hundiendo al ejército itálico
en el más oprobioso colapso militar.
Ese completo desastre pergeñado por el Duce,
obligó a Hitler a acudir en su auxilio para extinguir el
ominoso fracaso de su aliado, movilizando a más de 20
divisiones, para asegurar la captura de los insurrectos griegos,
quienes permanecieron bajo el férreo control alemán
hasta los últimos días de la contienda.
BARBAROSSA
Y esa suerte de innecesario y absurdo salvataje
retrasó innecesariamente a los alemanes en el
adelantamiento de la apertura del Frente Oriental, al que
tardíamente le dieron inicio en junio de 1941, siendo que
los aprestos para esa triste aventura estaban listos
en diciembre del año anterior.
A pesar de ello, la invasión se llevó a
cabo con toda la cuota de adversidad que nadie pudo
anticipar.
Ese año, el invierno ruso fue el más crudo
de la última centuria. Incluso se anticipó, tomando
al Sexto Ejército alemán por sorpresa, ya que el
grueso de sus efectivos estaban provistos con uniformes
estivales.
A pesar de una meteórica victoria inicial con la
captura de una Ucrania, cuya población recibió a
los alemanes como libertadores de la opresión Stalinista,
un consumado drogadicto como Herman Goering entendió que
los pueblos eslavos debían mantener su condición de
esclavos, impidiendo a Hitler de incorporar esas tierras
ucranianas inmensamente ricas y asegurarlas como el reservorio
más abundante de alimentos para todo el Reich.
Y fue así que la tozudez del Führer,
empecinado con la ocupación de Moscú a toda costa,
amalgamada a la imbecilidad de su Mariscal del Aire, por el
desdeño de incorporar a todo un pueblo que anhelaba
escindirse de la Unión Soviética, delinearon el
principio del fin, de una rápida victoria
germana, reiterando a pie juntillas la infausta campaña
napoleónica que había sellado la suerte del Imperio
130 años antes.
Pero sobrevendrían otros infortunios, uno
más inexplicable que el siguiente.
Con el Frente Occidental ocupado y asegurado, Hitler
jugó todos sus cuartos en un paño como el
soviético, que territorialmente era mayor que toda Europa
continental.
La Unión Soviética estaba gobernada por un
típico georgiano, cruel por nacimiento y también
por adopción, que en su reino de terror, no tuvo empacho
alguno, a comienzos de los años treinta, en masacrar a
casi 12 millones de indefensos campesinos, los kuláks,
quienes cometieron la ingenuidad por cierto, de disentir de la
idea de la propiedad colectiva de la tierra.
A todo evento, es inexplicable que Adolfo Hitler no haya
tenido esa carnicería en consideración antes de
romper el pacto de no agresión suscrito con Stalin en
1939.
Y dicha omisión, impeditiva de un apacible
análisis, fue acaso el producto de tantas ininterrumpidas
victorias previas.
Hitler tuvo la irrepetible
oportunidad de asegurarse para sí lo que
había redactado en su Mein Kampf, de crear bajo
su absoluto dominio, los Estados Unidos de Europa, pero es
evidente que su mesianismo, anudado a su creciente
megalomanía, emanada de un innegable triunfalismo,
pudieron más que el sentido común, que como todos
hemos visto, siempre fue el menos común de los
sentidos.
LA MALA FORTUNA
En absoluto disenso con los historiadores
clásicos, y a pesar de los dislates hitleristas en el
escenario bélico en ambos frentes, interpreto que hubo por
sobre muchos otros, cuatro episodios desencadenantes y del todo
coadyuvantes para desencriptar las verdaderas causas de la
derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial, como he
señalado más arriba, mucho antes de la
rendición en 1945.
Los denominaré por sus nombres y en un orden
cronológico.
ENIGMA
El 7 de julio de 1942, la marina británica
captura el submarino alemán U110, en cuyo
interior estaba emplazada una pequeña
máquina descifradora portátil, un
libro de códigos y el manual de operaciones.
A partir de ese hecho fortuito, de los que los Aliados
tuvieron en exceso, la flota submarina germana, que hasta ese
entonces había enviado a pique a más de 800 barcos
mercantes y 3 millones de toneladas de cargamentos con
dirección a una Inglaterra desabastecida, dejaron de ser
una amenaza en las rutas del Mar del Norte.
Mediante el apoderamiento de la clave naval alemana, la
fortuna se invirtió en favor de los Aliados y las presas
comenzaron a ser los antes cazadores U Boats.
De esa manera, Alemania perdió el control
marítimo de las frecuencias de abastos, de la que nunca se
repuso, a lo que se debe sumar la pérdida de más de
300 sumergibles, por la detección temprana y oportuna de
sus comunicaciones con el Almirantazgo.
ME 262
De todas las aeronaves que combatieron en los cielos
europeos, el Messerschmitt ME 262, fue el más
devastador e inalcanzable para los cazas Aliados, incluso para el
orgullo estadounidense y su Mustang P51. Su diseño
con dos turbinas BMW era simplemente
extraordinario.
Para octubre de 1942, con una Luftwaffe que había
perdido completamente el predominio aéreo luego de la
malograda Batalla de Inglaterra, su construcción estaba
lista para hacerse en serie.
Discusiones bizantinas e innecesarias entre el
fabricante y su competidor Heinkel, retrasaron la puesta en
marcha de ese proyecto que hubiese revolucionado la guerra en
beneficio de Alemania.
A ello se le sumó otro contraste, que lo
incorporó el propio Führer, quien era de la idea que
con semejante potencial de velocidad, el ME 262 debería
mutar de un caza de ataque en un bombardero.
Así las cosas, cuando finalmente se
procedió a lanzarlo con un rotundo éxito en octubre
de 1944, era ya demasiado tarde, por cuanto se habían
desperdiciado 2 valiosos años y los bombardeos Aliados
habían debilitado al máximo el complejo
militar-industrial alemán, reduciéndolo a
cenizas.
T34
Desde los primeros días de la
guerra, los alemanes exhibían ante la
opinión pública internacional la imbatibilidad de
sus Panzers, lo que les facilitó derrotar a franceses,
holandeses, belgas, daneses, noruegos, e incluso a los
británicos adentrados en Francia, casi
simultáneamente.
Con sus cañones de 88 mm, sus corazas de
más de 100 mm y un tren rodante casi indestructible, se
esmeraron por superar sus propias marcas de batalla,
desarrollando otros modelos aún más pesados y
temibles como los Panthers y el Rat Tank, que hasta nuestros
días ningún ejército ha superado en
tamaño y peso.
Sin embargo, sus ciclópeos oponentes no
desanimaron a los ingenieros de Stalin, quienes silenciosamente
les tenderían una trampa con un modesto tanque liviano que
sorprendería a la Wehrmacht por su desplazamiento
más veloz que el de sus contrincantes y su rusticidad, lo
que les permitiría reparaciones domésticas,
inmediatas y muy económicas.
El desastre de la batalla de Kursk, con la
pérdida alemana de 2.000 de sus Tigers, tornaría
irrecuperable Stalingrado y con ello provocaría la
caída de todo el Frente Ruso.
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