La capacidad para mantener esta política se agotará pronto, puesto que el dinero del banco central que fluye de los países GIPS a los países centrales de la eurozona desplaza cada vez más al dinero creado mediante el refinanciamiento de las operaciones ahí. Si en los próximos dos años las cosas siguen como han estado sucediendo en los últimos tres, los créditos de refinanciamiento alemanes desaparecerán por completo.
En efecto, el Deutsche Bank ya ha dejado de participar en operaciones de refinanciamiento. Si los bancos alemanes se retiran de las actividades de refinanciamiento, el Banco Central Europeo perderá el control directo que tenía sobre la economía alemana mediante su política de tasas de interés. Así, la principal tasa de refinanciamiento sería únicamente aquélla a la que los países periféricos de la UE retiraran dinero del BCE para hacer compras en el centro de Europa, lo que al final sería la fuente de todo el dinero que circulara en la eurozona.
Los enormes déficits en cuenta corriente de los GIPS -y el éxodo masivo de capital de Irlanda en particular- no habrían sido posibles sin financiamiento del BCE. Sin el dinero adicional que los bancos centrales de los GIPS crearon por encima de las necesidades de circulación interna de sus países, los déficits comerciales no se habrían podido sostener, y los bancos comerciales de los GIPS no habrían podido apuntalar los precios de los activos (que con demasiada frecuencia eran los de los bonos gubernamentales).
El año pasado, cuando el BCE se estaba quedando sin herramientas para impedir que bancos europeos, aquejados de problemas, precipitaran una crisis financiera, se acordó un financiamiento adicional, y a partir de 2013 el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEE) asumirá esa responsabilidad. Esto podrá aliviar algo de la presión, pero sólo traslada el problema del fondo de rescate del BCE a la comunidad de Estados. El MEE es una forma segura de doblegar a Europa, porque mientras más se mantengan los créditos de rescate, más persistirán los déficits en cuenta corriente de los GIPS y más aumentarán sus deudas externas. A la larga, esas deudas serán insostenibles.
La única excepción es Irlanda, que no padece de falta de competitividad sino de fugas de capital. Irlanda es el único país que ha reducido precios y salarios y su déficit de cuenta corriente está por convertirse en superávit. En contraste, el déficit externo de España sigue estando por encima del 4% del PIB, mientras que Portugal y Grecia registraron recientemente cifras astronómicas de alrededor del 10%.
Lo que Europa está tratando de hacer en Portugal y Grecia recuerda los vanos esfuerzos de los bancos centrales en décadas pasadas de alejar los tipos de cambio de los niveles de precios de equilibrio del mercado. Algunos bancos centrales, como el Banco de Inglaterra durante su lucha infructuosa con George Soros en 1992, sufrieron grandes pérdidas; cuando quedó claro cuánto dinero se necesitaría para ir en contra del mercado, la política se abandonó.
Salvo en China, los bancos centrales ya no intervienen para proteger sus monedas. Europa también saldrá perjudicada si sigue intentando apuntalar artificialmente los precios de los activos en la periferia. Las cantidades que se necesitarían para esto podrían llegar a la larga a los billones, según una estimación de Citibank. Eso destruiría a Europa.
Además de la reestructuración financiera, que es esencial, Grecia y Portugal deben volverse más baratos para recuperar su competitividad. Los cálculos en el caso de Grecia indican que los precios y los salarios deben reducirse entre un 20% y un 30%. Las cosas no serán muy distintas en Portugal.
Si estos países carecen del consenso político que se necesita para lograrlo, deberían, por interés propio, pensar en salir temporalmente de la eurozona para depreciar sus monedas. El sistema bancario no sobreviviría a esto sin ayuda, de modo que las actividades de rescate de la UE se tendrían que reorientar en consecuencia.
No obstante, un respiro de la eurozona sería benéfico para las economías reales de estos países. Por otra parte, la depreciación dentro de la eurozona bajo la forma de la deflación haría que partes importantes de la economía real contrajeran deudas excesivas, porque sólo disminuiría el valor de los activos, no el de las deudas bancarias.
La agencia de privatización independiente de transición que propuso Jean-Claude Juncker para pagar la deuda griega no es una buena idea. En primer lugar, en el mejor de los casos estaría orientada a solucionar el problema de la deuda; no aumentaría la competitividad. En segundo lugar, la experiencia de Alemania con este tipo de agencias muestra que es imposible vender partes importantes de una economía simultáneamente. Los bancos europeos obtendrían ganancias enormes sin reducir la deuda griega de modo significativo.
Es tiempo de enfrentarse al hecho de que los países periféricos de Europa deben reducir su PIB nominal a fin de recuperar la competitividad. La única pregunta es si también derribarán el euro.
(Hans-Werner Sinn, Professor of Economics and Public Finance at the University of Munich, was President of the Ifo Institute for Economic Research and serves on the German economy ministry"s Advisory Council. He is the author, most recently, of The Euro Trap: On Bursting Bubbles, Budgets, and Beliefs)
– Alemania debe defender el euro (Project Syndicate – 11/8/11)
Nueva York.- Los mercados financieros detestan la incertidumbre; por eso han entrado en modo de crisis. Los gobiernos de la eurozona han dado algunos pasos significativos en la dirección adecuada para resolver la crisis del euro, pero, obviamente, no avanzaron lo suficiente como para tranquilizar los mercados.
En su reunión del 21 de julio, las autoridades europeas aprobaron un conjunto de medidas parciales. Decidieron que su nueva agencia fiscal, el Fondo Europeo para la Estabilidad Financiera (EFSF), debe ocuparse de los problemas de solvencia, pero no aumentaron su tamaño. Esto no fue suficiente para establecer una autoridad fiscal creíble para la zona del euro. Y el nuevo mecanismo no entrará en funcionamiento al menos hasta septiembre. Mientras tanto, la disposición sobre liquidez del Banco Central Europeo es la única forma de evitar un colapso en el precio de los bonos emitidos por varios países europeos.
De igual forma, los líderes de la eurozona ampliaron las atribuciones del EFSF para incluir la solvencia de los bancos, pero no llegaron a transferir la supervisión de los bancos de las agencias nacionales a un organismo europeo. Y ofrecieron un paquete de ayuda ampliada a Grecia sin generar credibilidad sobre el éxito del rescate: organizaron la participación de los tenedores de bonos en el paquete de rescate griego, pero el acuerdo benefició más a los bancos que a Grecia.
Tal vez lo más preocupante es que Europa finalmente reconoció el principio -aceptado desde hace mucho tiempo por el FMI– de que los países en los programas de rescate no deben ser penalizados a través de las tasas de interés, pero ese mismo principio no se hizo extensivo a los países que aún no participan en los programas de rescate. Como resultado, España e Italia han tenido que pagar mucho más por su endeudamiento que lo que reciben de Grecia. Esto les da derecho a optar por salirse del rescate griego, planteando la perspectiva de que el paquete puede venirse abajo. Los mercados financieros, reconociendo esta posibilidad, aumentaron la prima de riesgo sobre los bonos españoles e italianos hasta niveles insostenibles. La intervención del BCE ayudó, pero no solucionó el problema.
La situación se está tornando intolerable. Las autoridades tratan de ganar tiempo, pero el tiempo se acaba. La crisis se acerca rápidamente a un punto culminante.
Alemania y los demás miembros de la zona del euro con calificaciones AAA deberán decidir si están dispuestos a arriesgar su propio crédito para permitir que España e Italia refinancien sus bonos a tasas de interés razonables. De lo contrario, España e Italia serán empujadas inexorablemente hasta caer en programas de rescate. En resumen, Alemania y los demás países con calificaciones de bonos AAA deben acordar algún tipo de régimen de eurobonos. De otra forma, el euro se vendrá abajo.
Debe reconocerse que una cesación de pagos o una salida desordenada de la eurozona, incluso de un país pequeño como Grecia, desencadenaría una crisis bancaria comparable a la que causó la Gran Depresión. Ya no se trata de si vale la pena mantener una moneda común. El euro existe y su colapso causaría pérdidas incalculables al sistema bancario. Por lo tanto, la elección a la que se enfrenta Alemania es más aparente que real: y es una decisión cuyo costo aumentará a medida que la posponga.
La crisis del euro tuvo su origen en la decisión de la canciller alemana Angela Merkel, tomada luego de la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008, estableciendo que la garantía contra futuras cesaciones de pagos sería responsabilidad individual de cada país y no de la Unión Europea. Y fue la pérdida de tiempo alemana que agravó la crisis griega y causó el contagio que la convirtió en una crisis existencial para Europa.
Solo Alemania puede revertir la dinámica de la desintegración europea. No será fácil: Merkel, después de todo, percibió correctamente el humor de los alemanes cuando tomó su fatídica decisión, y la atmósfera política interna desde entonces se ha tornado aún menos favorable a extender el crédito al resto de Europa.
Merkel puede superar la resistencia política solo en una atmósfera de crisis, y solo en forma gradual. El paso siguiente será ampliar el EFSF; pero, para cuando eso se logre, la calificación AAA francesa podría ya estar en peligro. De hecho, para cuando Alemania acepte un régimen de eurobonos, su propia calificación AAA podría verse comprometida.
La única forma en que Europa puede escapar de esta trampa es anticipando las reacciones de los mercados financieros en vez de ceder ex post a sus presiones. Esto exigirá un intenso debate e introspección, especialmente en Alemania que, siendo la mayor y mejor calificada economía de la UE, se ha visto colocada en la posición de decidir el futuro de Europa.
Es un rol que Alemania ha evitado intensamente y que continúa sin deseos de aceptar. Pero la decisión para Alemania verdaderamente no es tal. Una ruptura del euro precipitaría una crisis bancaria que superaría la capacidad de control de las autoridades financieras mundiales. Cuanto más demore Alemania en reconocer esto, mayor será el precio que deberá pagar.
(George Soros is Chairman of Soros Fund Management and Chairman of the Open Society Foundations. A pioneer of the hedge-fund industry, he is the author of many books, including The Alchemy of Finance, The New Paradigm for Financial Markets: The Credit Crisis of 2008 and What it Means, and The Tragedy )
– ¿Qué puede salvar al euro? (Project Syndicate – 5/12/11)
Nueva York.- Justo cuando parecía que la situación no podía empeorar, la sensación es que lo ha hecho. Incluso algunos de los miembros ostensiblemente "responsables" de la zona del euro enfrentan tasas de interés más elevadas. Los economistas en ambos lados del Atlántico no solo discuten si el euro sobrevivirá, sino cómo garantizar que su desaparición cause la menor agitación posible.
Es cada vez más evidente que los líderes políticos europeos, a pesar de su compromiso con la supervivencia del euro, no cuentan con los conocimientos adecuados para lograr que la moneda única funcione. La idea que prevalecía cuando se estableció el euro era que lo único necesario era disciplina fiscal: ni el déficit fiscal ni la deuda pública de los países debían ser excesivos en relación a sus PBI. Pero Irlanda y España tenían superávits presupuestarios y deudas reducidas antes de la crisis, que rápidamente se convirtieron en grandes déficits y deudas elevadas. Así que ahora los líderes europeos dicen que son los déficits de la cuenta corriente de los países miembros de la zona del euro los que deben mantenerse controlados.
En ese caso, parece curioso que, a medida que la crisis continúa, el puerto seguro para los inversores globales sea Estados Unidos, que ha tenido un enorme déficit en su cuenta corriente durante años. Entonces, ¿cómo distinguirá la Unión Europea entre los "buenos" déficits de cuenta corriente -cuando un gobierno genera un clima de negocios favorable y flujos entrantes de inversión extranjera directa- y los "malos"? Evitar los malos déficits en la cuenta corriente exigirá una intervención mucho mayor en el sector privado que la postulada por las teorías neoliberales y de mercado único, de moda cuando se creó el euro.
En España, por ejemplo, el dinero fluyó al sector privado desde bancos privados. ¿Debería esa exuberancia irracional forzar al gobierno a restringir caprichosamente la inversión pública? ¿Significa esto que el gobierno debe decidir qué flujos de capital -por ejemplo, los de inversiones inmobiliarias- son malos y por lo tanto deben ser gravados o frenados de alguna otra manera? Para mí esto es razonable, pero esas políticas deberían resultar odiosas para los promotores del libre mercado en la UE.
La búsqueda de una respuesta clara y simple recuerda las discusiones posteriores a las crisis financieras en todo el mundo. Luego de cada crisis surge una explicación, que resulta equivocada en la crisis siguiente, o al menos inadecuada. En la década de 1980, la crisis latinoamericana fue causada por el endeudamiento excesivo; pero eso no pudo explicar la crisis mexicana de 1994, que fue atribuida a insuficiencias en el ahorro.
Luego llegó el Asia Oriental, con altas tasas de ahorro, por lo que la nueva explicación fue la "gobernanza". Pero también esto tenía poco sentido, ya que los países escandinavos -poseedores de la gobernanza más transparente del mundo- habían sufrido una crisis unos pocos años antes.
Existe, curiosamente, una constante en todos estos casos, también presente en la crisis de 2008: los sectores financieros se comportaron inadecuadamente y no lograron evaluar solvencias ni administrar los riesgos como se suponía que debían hacerlo.
Estos problemas ocurrirán con el euro o sin él. Pero el euro ha dificultado más la respuesta de los gobiernos. El problema no es simplemente que el euro eliminó dos herramientas clave para el ajuste -la tasa de interés y el tipo de cambio– sin ningún tipo de reemplazo, ni que el mandato del Banco Central Europeo es enfocarse en la inflación, mientras que los desafíos actuales son el desempleo, el crecimiento y la estabilidad financiera. Sin una autoridad fiscal común, el mercado único permitió gravar a la competencia – una competencia destructiva para atraer inversiones e impulsar la producción que se podía vender libremente en toda la UE.
Por otra parte, la libre circulación de la mano de obra significa que las personas pueden elegir pagar las deudas de sus padres o no: los jóvenes irlandeses pueden sencillamente abandonar el país y escapar del repago de las insensatas obligaciones de rescate asumidas por su gobierno. Por supuesto, se supone que la migración es buena, ya que reasigna la mano de obra hacia donde los rendimientos son mayores. Pero este tipo de migración en realidad atenta contra la productividad.
La migración es, por supuesto, parte del mecanismo de ajuste que logra que los Estados Unidos funcionen como un mercado único con una moneda única. Aún más importante es el papel del gobierno federal al ayudar a los estados que enfrentan, digamos, alto desempleo, asignándoles ingresos impositivos adicionales – la así llamada "unión de transferencias", tan odiada por muchos alemanes.
Pero los EEUU también están dispuestos a aceptar la despoblación total de los estados incapaces de competir. (Algunos destacan que esto significa que las corporaciones estadounidenses pueden comprar senadores de esos estados a un precio menor.) Pero, ¿están dispuestos los países europeos con atrasos en su productividad dispuestos a aceptar la despoblación? Alternativamente, ¿están dispuestos a enfrentar el dolor de una devaluación "interna", un proceso que fracasó con el patrón oro y está fallando con el euro?
Incluso si los países del norte de Europa están en lo cierto al reclamar que el euro funcionaría si se pudiera imponer una disciplina eficaz sobre los demás (yo creo que están equivocados), se están engañando a sí mismos con un drama de moralidad. Está bien culpar a sus compatriotas sureños por su despilfarro fiscal, o, en el caso de España e Irlanda, por permitir el reinado del libre mercado ilimitado, sin prever en qué desembocaría. Pero eso no resuelve el problema actual: deudas enormes, como resultado de errores de cálculo, privados o públicos, que deben ser gestionadas dentro del marco del euro.
Los recortes actuales del sector público no resuelven el problema de los despilfarros pasados; sencillamente empujan a las economías hacia recesiones más profundas. Los líderes europeos lo saben. Saben que es necesario el crecimiento. Pero, en vez de ocuparse de los problemas actuales y encontrar una fórmula para el crecimiento, prefieren sermonear sobre lo que debería haber hecho algún gobierno anterior. Esto puede ser satisfactorio para quien sermonea, pero no resolverá los problemas europeos… ni salvará al euro.
(Joseph E. Stiglitz, recipient of the Nobel Memorial Prize in Economic Sciences in 2001 and the John Bates Clark Medal in 1979, is University Professor at Columbia University, Co-Chair of the High-Level Expert Group on the Measurement of Economic Performance and Social Progress at the OECD )
– Unas vacaciones del euro (Project Syndicate – 27/2/12)
Múnich.- Bajo considerable presión externa, los países de la eurozona alcanzados por la crisis se han decidido, por fin, a hacer dolorosos recortes en sus presupuestos fiscales, mediante reducciones de salarios y despidos de empleados públicos, que buscan llevar a niveles tolerables las necesidades de financiación futuras.
Sin embargo, la competitividad, particularmente en Grecia y Portugal, no mejora. Las últimas cifras del Eurostat sobre la evolución del índice de precios de los bienes de producción local (deflactor del PIB) no muestran ninguna tendencia hacia la devaluación real en los países en crisis. Pero solo la devaluación real, obtenida mediante un abaratamiento en relación con los competidores de la eurozona, puede restablecer la competitividad de los países afectados. La reducción del costo laboral unitario también podría ayudar, pero solo en la medida en que se traduzca realmente en una reducción de precios.
Después de todo, lo que llevó a estos países a perder competitividad, sumar un déficit de cuenta corriente cada vez mayor y acumular una voluminosa deuda externa fue la inflación, alimentada por la enorme entrada de crédito barato que siguió a la introducción del euro. Ahora que los mercados de capitales ya no están dispuestos a financiar el déficit, los precios deberían bajar, pero es obvio que no lo están haciendo.
En 2010, la inflación en algunos de los países en crisis iba un poco rezagada respecto de la de sus competidores de la eurozona. Pero las últimas cifras del Eurostat para el tercer trimestre de 2011 ya muestran un panorama diferente: el nivel de precios en Portugal y Grecia se mantuvo prácticamente igual durante todo el año, y en Italia y España incluso subió ligeramente (0,4% y 0,3%, respectivamente).
Solamente Irlanda se mantuvo en una senda de deflación rápida (como viene haciendo desde el estallido de su burbuja inmobiliaria en 2006), con una disminución relativa de los precios del 2,2%. En total, a lo largo de los últimos cinco años, Irlanda se volvió un 15% más barata que sus competidores de la eurozona.
Esta devaluación interna ha dado resultados: mientras que en 2008 Irlanda aún mantenía un déficit de cuenta corriente igual al 5,6% del PIB, para 2011 la Comisión Europea espera un superávit de cuenta corriente igual al 0,7% del PIB. Es cierto que esto se debe en gran parte al alivio de la deuda, ya que Irlanda pudo cumplir sus obligaciones con el extranjero mediante la impresión de moneda, lo cual le supone solamente un 1% de interés. Pero también es cierto que el gran superávit comercial de Irlanda siguió creciendo.
Irlanda debe gran parte de esta mejoría a su eficiente sector exportador, cuyos defensores pudieron imponer un giro político de 180 grados. En cambio, Grecia está bajo la influencia de un poderoso lobby importador. Como señaló el ministro de economía griego, Michalis Chrysochoidis, esto puede atribuirse a los subsidios de la Unión Europea, que llevaron a los emprendedores a buscar ganancias fáciles en el sector de importación.
Ahora los importadores oponen una firme resistencia a cualquier política deflacionaria, a pesar de que la única manera de levantar la economía griega es bajar los precios, lo que desplazaría la demanda griega de los productos importados a los locales y ayudaría al turismo. Como el déficit de cuenta corriente de Grecia medido como porcentaje del PIB era tres veces superior al de Irlanda, para obtener resultados similares en Grecia los precios deberían reducirse más o menos a la mitad. Pero es inconcebible que el país pueda lograr eso, dentro de la eurozona, sin provocar un amplio malestar social o, incluso, condiciones cercanas a las de una guerra civil.
Y no son solamente los importadores los que se oponen a una devaluación real. También los sindicatos se resisten a las reducciones salariales necesarias, y los deudores, tanto públicos como privados, temen una posible insolvencia si sus activos e ingresos se devalúan al mismo tiempo que sus deudas se mantienen iguales. Es una situación difícil de resolver.
Muchos creen que la única salida es la reducción y socialización de las deudas, ayuda que ya fue otorgada. Por el acuerdo reciente, Grecia obtuvo una reducción de 237 mil millones de euros (316 mil millones de dólares), alrededor de un 30% más que el ingreso nacional neto, que es aproximadamente igual a 180 mil millones de euros. Pero esta ayuda no hace más que reafirmar a la economía en un nivel de precios incorrecto y, por lo tanto, contribuir a la pérdida de competitividad. Igual que un tumor, la deuda reaparecerá y crecerá año tras año, socavando al mismo tiempo la credibilidad financiera de los países estables de la eurozona.
Si eso ocurriera, se produciría finalmente el derrumbe del euro. El único modo de que los países en crisis logren un superávit de cuenta corriente y puedan pagar sus deudas con el extranjero es mediante la deflación. Ya es hora de que Europa se resigne a aceptar esta verdad ineludible.
Si algunos de los países en crisis no desean asumir la carga de una deflación, se les debería dar la oportunidad de abandonar por un tiempo la eurozona para devaluar sus precios y sus deudas. Dicho de otro modo, deberían tomarse una especie de año sabático del euro, propuesta que ahora también defiende el economista estadounidense Kenneth Rogoff.
Esto desataría una tormenta financiera, pero en cuanto amaine, en poco tiempo el sol saldrá otra vez. Los países acreedores deberían contabilizar grandes pérdidas por deudas incobrables, pero aun así el resultado final sería mejor que si los países en crisis se quedan en la eurozona; porque la única forma de recuperar aunque sea parte del valor de los activos es dar a estos países una oportunidad de volver a prosperar saliendo de la unión monetaria.
(Hans-Werner Sinn, Professor of Economics and Public Finance at the University of Munich, was President of the Ifo Institute for Economic Research and serves on the German economy ministry"s Advisory Council. He is the author, most recently, of The Euro Trap: On Bursting Bubbles, Budgets, and Beliefs)
– La comunidad imaginada del Euro (Project Syndicate – 18/3/12)
New Haven.- Se ha dado gran importancia, quizá demasiada, a una posible ruptura de la zona euro. Muchos creen que si, por ejemplo, Grecia abandonara el euro y reintrodujera el dracma, constituiría un fracaso político que, en última instancia, pondría en peligro la estabilidad de Europa. En su discurso ante el Bundestag, en octubre pasado, la canciller alemana Angela Merkel planteó el asunto claramente:
"Nadie debe creer que están garantizadas la paz y la prosperidad de otro medio siglo en Europa. No lo están. Así que les digo: si el euro fracasa, Europa fracasa. Eso no debe ocurrir. Tenemos la obligación histórica de proteger por todos los medios prudentes a nuestra disposición el proceso de unificación de Europa iniciado hace más de cincuenta años tras siglos de odio y derramamiento de sangre. Nadie puede prever las consecuencias si el proyecto llegara a fracasar".
Europa ha sufrido más de 250 guerras desde el comienzo del Renacimiento, mediados del siglo XV. Por lo tanto, no es alarmista expresar preocupación por preservar el sentido de comunidad que Europa ha disfrutado durante el último medio siglo.
En How Enemies Become Friends (Cómo los enemigos se vuelven amigos) un libro fascinante que en gran parte ha sido pasado por alto, Charles A. Kupchan revisa muchos casos históricos de las maneras en que estados-nación con una larga historia de conflictos lograron convertirse con el tiempo en amigos seguros y pacíficos. Sus ejemplos incluyen la formación de la Confederación Suiza (1291-1848), la creación de la Confederación Iroquesa en el siglo anterior a la llegada de los primeros europeos a América, el establecimiento de los Estados Unidos (1776-1789), la unificación de Italia (1861) y de Alemania (1871), el acercamiento entre Noruega y Suecia (1905-1935), la formación de los Emiratos Árabes Unidos (1971) y el acercamiento argentino-brasileño de la década de 1970.
Kupchan examina también algunos fracasos notables de las relaciones de amistad entre naciones: la Guerra Civil de Estados Unidos (1861-65), el final de la alianza anglo-japonesa (1923), la ruptura de relaciones chino-soviéticas (1960), la desaparición de la República Árabe Unida (1961) y la expulsión de Singapur de Malasia (1965).
Kupchan nunca menciona una moneda común como condición para el acercamiento entre las naciones; de hecho, la integración económica tiende a seguir, en lugar de preceder, el logro de la unidad política. Más bien considera las relaciones diplomáticas como el elemento esencial para el acuerdo estratégico y la confianza mutua, que se logran más fácilmente si los estados tienen órdenes sociales y etnias similares.
Pero el análisis de Kupchan implica que una moneda común puede ayudar a los estados-nación a construir amistades duraderas, pues argumenta que la capacidad de acercamiento es más segura después de que echa raíces una "narrativa" de cambio de identidad, dando lugar a la sensación de que las naciones son como miembros de una familia. Una moneda común puede ayudar a generar esa narrativa.
Por ejemplo, los iroqueses cuentan la historia de un gran guerrero y experto orador llamado Hiawatha, quien viajando con el místico Deganawidah negoció los tratados que crearon su confederación. Abogó por nuevas ceremonias de condolencias para conmemorar a los guerreros perdidos y reemplazar las guerras de venganza.
La nueva narrativa se reforzó con símbolos físicos, similares una moneda o una bandera, en la forma de cinturones de cuentas hechas de concha, el dinero de los iroqueses. Un cinturón de Hiawatha que ha sobrevivido y data del siglo XVIII (y probablemente sea una copia de los cinturones anteriores), contiene los símbolos de las cinco naciones (Seneca, Cayuga, Onondaga, Oneida y Mohawk) de manera muy similar a como la bandera de los EEUU contiene estrellas que representan cada uno de sus estados. El cinturón también preserva la posición de Hiawatha como fundador de la confederación.
Las banderas pueden ser un símbolo más inspirador de un destino común, pero la mayoría de nosotros no las anda llevando todo el tiempo, y muchas personas nunca las exhiben, excepto quizás en los eventos deportivos más importantes; su origen, los estandartes de guerra, puede parecer incómodamente agresivo. Hay una bandera de la Unión Europea, pero rara vez se ve en lugares que no sean los edificios gubernamentales de la UE.
Una maestra británica expresó bien el sentimiento en 1910: "Sospechamos del hombre que habla de patriotismo e imperialismo, tal como sospechamos del que habla de religión o alguno de los puntos de mayor valor en la vida. Pensamos que se trata de un farsante o una persona superficial que no se ha dado cuenta de la insuficiencia de las palabras para expresar lo más profundo".
Y sin embargo, la moneda nacional, que mostramos cada vez que hacemos una compra en efectivo, no despierta esas sospechas. Funciona como un recordatorio constante y latente de la identidad. Al utilizarlo, se tiene la experiencia psicológica de participar con otros en una empresa en común, y así desarrollar un sentido de confianza tanto en ella como en quienes participan junto con uno.
Toda unión monetaria escoge símbolos de valores culturales comunes para sus monedas y billetes, y estos símbolos se convierten en parte del sentido de identidad en común. Vemos los rostros humanos en los billetes tan a menudo que nos terminan por parecer como de la familia, creando lo que el cientista político Benedict Anderson llama la "comunidad imaginada" que subyace a un sentido de la nación y lo sostiene.
Los billetes del euro muestran puentes europeos de diversas épocas, en vez de imágenes de estructuras reales que puedan dar la impresión de que se tiene preferencia por algunos países en particular. La ciudad de Spijkenisse en los Países Bajos se encuentra en proceso de construir los siete puentes que aparecen en los billetes. Sin embargo, siguen siendo símbolos de la cultura europea, que se supone todos los europeos comparten.
La tecnología electrónica moderna no eliminará de pronto los billetes y las monedas, por lo que todavía hay un mucho tiempo para hacer uso del valor simbólico de una moneda común. De hecho, incluso si la eurozona se rompe, cada país europeo podría adoptar una moneda diferente, pero conservar símbolos comunes. Por ejemplo, podría haber un euro griego, un euro español, etc. Los billetes hasta podrían tener las mismas imágenes de los puentes.
Incluso las transacciones electrónicas podrían generar símbolos de paz, confianza y unidad. El punto es que si Europa puede mantener vivos estos símbolos, ni siquiera un quiebre de la eurozona tendría las graves consecuencias políticas que tantos predicen.
(Robert J. Shiller, a 2013 Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at Yale University and the co-creator of the Case-Shiller Index of US house prices. He is the author of Irrational Exuberance, the third edition of which was published in January 2015, and, most recently, Phishing for P )
– El euro no prosperará sin centralización (Project Syndicate – 4/4/12)
Cambridge.- El desempleo juvenil en algunos países de la eurozona, como España y Grecia, roza el 50%. ¿Será esto el sacrificio de una generación en aras de una moneda única que abarca un grupo de países demasiado diverso para ser sostenible? Si es así, ¿extender a otros países la membresía en la eurozona servirá realmente para alcanzar la aparente meta europea de maximizar la integración económica sin lograr necesariamente una unión política plena?
Hay una buena noticia y es que respecto de la cuestión de si Europa debería tener una moneda única, hay investigaciones económicas que pueden dar algunas respuestas. La mala noticia es que está cada vez más claro que, al menos tratándose de países grandes, las áreas monetarias son sumamente inestables a menos que se correspondan con las fronteras nacionales. Como mínimo, una unión monetaria requiere una confederación con más centralización de la autoridad en materia de impuestos y otras políticas que la que los líderes europeos imaginan para la eurozona.
¿Qué queda entonces de la famosa conjetura propuesta en 1961 por Robert Mundell, ganador del premio Nobel, según la cual no hace falta que las fronteras nacionales se superpongan significativamente con las monetarias? En un provocativo artículo que publicó en el American Economic Review, titulado "A Theory of Optimum Currency Areas" (Una teoría de las áreas monetarias óptimas), Mundell sostuvo que mientras los trabajadores puedan moverse dentro de la región monetaria para ir allí donde haya trabajo, la región puede prescindir del uso del ajuste cambiario como mecanismo de equilibrio. Mundell atribuyó a otro (futuro) ganador del premio Nobel, James Meade, el crédito por haber reconocido en un trabajo anterior la importancia de la movilidad de la mano de obra, pero criticó su interpretación de la idea por considerarla demasiado estricta (especialmente en el contexto de la naciente integración europea).
Aunque el trabajo de Mundell no pone el acento en las crisis financieras, es de suponer que en la actualidad la movilidad de la fuerza laboral es más importante que nunca. A nadie debe sorprender que los trabajadores se vayan de los países de la eurozona afectados por la crisis; pero no lo hacen necesariamente para ir a los países más prósperos del norte. En cambio, los trabajadores portugueses huyen hacia ex colonias en ascenso, como Brasil y Macao, y los trabajadores irlandeses se van en tropel a Canadá, Australia y Estados Unidos. Un flujo de trabajadores españoles está entrando en Rumania, que hasta hace poco era una importante fuente de mano de obra agrícola para España.
Aun así, si dentro de la eurozona hubiera una movilidad cercana al ideal de Mundell, hoy no estaríamos viendo una tasa de desempleo del 25% en España, mientras en Alemania es inferior al 7%.
Otros autores descubrieron más tarde otros criterios esenciales que definen el éxito de una unión monetaria y que son difíciles de alcanzar sin una profunda integración política. Peter Kenen sostuvo a fines de los sesenta que sin el efecto amortiguador de los movimientos cambiarios, las uniones monetarias necesitan apelar a las transferencias fiscales como un modo de compartir riesgos.
En un país normal, el sistema impositivo nacional obra como un inmenso estabilizador automático interregional. Por ejemplo, cuando sube el precio del petróleo, en Estados Unidos se produce un aumento de ingresos en Texas y Montana, que a su vez implica que estos estados tributarán más a las arcas federales y, de ese modo, ayudarán al resto del país. Pero obviamente Europa no tiene una autoridad impositiva central significativa, de modo que este estabilizador automático, básicamente, no existe.
Algunos académicos europeos intentaron demostrar que no se necesitan transferencias fiscales como en Estados Unidos, porque cualquiera sea el nivel de coparticipación en los riesgos que se desee, en teoría se puede lograr a través de los mercados financieros. Pero esta afirmación era muy errada. Los mercados financieros pueden ser frágiles y ofrecen muy poca capacidad de compartir los riesgos relacionados con el ingreso de los trabajadores, que constituye la mayor parte de la renta de cualquier economía avanzada.
El tema central para Kenen eran las transferencias de corto plazo tendientes a suavizar los altibajos cíclicos. Pero en una unión monetaria con enormes diferencias de ingresos y niveles de desarrollo, el corto plazo puede abarcar un período muy largo. En la actualidad, muchos alemanes consideran, con razón, que cualquier sistema de transferencias fiscales acaba convirtiéndose en una sonda de alimentación permanente, muy al estilo de la ayuda que le ha estado dando el norte de Italia al sur durante el siglo pasado. De hecho, más de 20 años después de la unificación de Alemania, los alemanes del oeste todavía no saben cuándo se acabarán las facturas que dejó.
Otro autor posterior, Maurice Obstfeld, señaló que además de transferencias fiscales, una unión monetaria necesita reglas claras respecto de la función de prestamista de última instancia. De lo contrario, las corridas bancarias y los pánicos financieros estarán a la orden del día. Obstfeld pensaba en un mecanismo de rescate bancario, pero ya quedó suficientemente claro que también se necesitan prestamistas de última instancia y procedimientos de quiebra para estados y municipios.
Un corolario lógico de los criterios propuestos por Kenen y Obstfeld, e incluso para el criterio de movilidad laboral de Mundell, es que las uniones monetarias no pueden sobrevivir sin legitimidad política, lo cual implica, casi siempre, elecciones populares que abarquen toda la región. Los líderes europeos no pueden continuar indefinidamente haciendo grandes transferencias entre los países si no cuentan con un marco político europeo coherente.
En la actualidad, los responsables políticos europeos se quejan a menudo de que si no fuera por la crisis financiera de Estados Unidos, a la eurozona le estaría yendo bien. Puede que tengan razón, pero cualquier sistema financiero tiene que ser capaz de soportar perturbaciones externas, incluso de las grandes.
Tal vez Europa nunca sea un área monetaria "óptima" según ningún criterio. Pero a menos que se logre una integración política y económica más profunda (que no necesariamente incluirá al final a todos los miembros actuales de la eurozona), puede ser que el euro no llegue ni siquiera al final de esta década.
(Kenneth Rogoff, Professor of Economics and Public Policy at Harvard University and recipient of the 2011 Deutsche Bank Prize in Financial Economics, was the chief economist of the International Monetary Fund from 2001 to 2003. The co-author of This Time is Different: Eight Centuries of Financial Fol )
– Grecia debe abandonar el euro (Project Syndicate – 17/5/12)
Nueva York.- Ya está cerca el desenlace de la tragedia griega del euro: es muy probable que este año o el que viene, Grecia declare la cesación de pagos de su deuda y abandone la eurozona.
Posponer la salida para después de la elección de junio, con un gobierno nuevo comprometido con alguna variante de las mismas políticas que ya fracasaron (austeridad recesiva y reformas estructurales), no restaurará el crecimiento y la competitividad. Grecia está atascada en un círculo vicioso de insolvencia, pérdida de competitividad, déficits externos y una depresión cada vez peor. La única forma de cortar este círculo es iniciar un default con abandono del euro, en forma ordenada y con coordinación y financiación del Banco Central Europeo, la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional (la "troika"), de modo de minimizar los daños colaterales para Grecia y el resto de la eurozona.
El último paquete financiero otorgado a Grecia con supervisión de la troika redujo el endeudamiento del país mucho menos de lo que se necesitaba. Pero, incluso con una reducción de la deuda pública considerablemente mayor, Grecia no puede volver a crecer si no recupera rápidamente la competitividad. Y si no vuelve a crecer, la carga de la deuda seguirá siendo insostenible. Pero todas las alternativas para recuperar la competitividad demandan una depreciación real de la moneda.
La primera alternativa, una devaluación abrupta del euro, difícilmente se producirá; esto se debe a la fortaleza de Alemania y a que el BCE no sigue una política agresiva de flexibilización monetaria. Igualmente difícil es una reducción rápida del costo laboral unitario por medio de reformas estructurales que aumenten el crecimiento de la productividad por encima de los salarios. A Alemania le llevó diez años recuperar la competitividad de esta manera, y Grecia no puede seguir deprimida una década. Asimismo, una deflación veloz de precios y salarios, lo que se conoce como "devaluación interna", llevaría a cinco años de agravamiento de la depresión.
Si ninguna de estas tres alternativas es viable, el único camino que queda es la salida de la eurozona. El regreso a la moneda nacional y una devaluación abrupta restaurarían rápidamente la competitividad y el crecimiento.
Por supuesto, el proceso sería traumático, y no solamente para Grecia. El problema más importante sería la pérdida de capital para las instituciones financieras principales de la eurozona. El pasivo externo en euros del gobierno, los bancos y las empresas de Grecia se dispararía de un día para el otro. Pero estos problemas se pueden superar: Argentina lo hizo en 2001, cuando "pesificó" sus deudas en dólares, y Estados Unidos hizo algo similar en 1933, cuando depreció el dólar un 69% y abandonó el patrón oro. Aplicar una "dracmatización" similar a las deudas en euros es necesario e inevitable.
Las pérdidas que sufrirán los bancos de la eurozona no serán inmanejables, siempre que se los apoye con una recapitalización adecuada y decidida. Pero para evitar un derrumbe del sistema bancario griego después de la salida, tal vez haya que adoptar algunas medidas transitorias que prevengan una corrida descontrolada de los depositantes; por ejemplo feriados bancarios y control de capitales. El Fondo Europeo de Estabilidad Financiera o el Mecanismo Europeo de Estabilidad (FEEF/MEE) deberán ser los encargados de realizar la necesaria recapitalización de los bancos griegos por medio de inyecciones directas de capital. En la práctica, los contribuyentes europeos estarían tomando el control del sistema bancario griego, pero sería una compensación parcial por las pérdidas impuestas a los acreedores por la dracmatización.
Además, Grecia tendrá que volver a reestructurar y reducir su deuda pública. Respecto de las obligaciones de Grecia con la troika, no hace falta reducir el valor nominal, pero sí extender su vencimiento una década más y reducir el interés. En cuanto a los acreedores privados, se necesitarán también más recortes, empezando con una moratoria del pago de intereses.
Hay quienes dicen que si Grecia abandona la eurozona, la caída de su PIB real será mucho mayor que la que se produciría en lo peor de una deflación. Pero es un argumento viciado: aun con deflación, el poder adquisitivo real se reduciría y el valor real de las deudas aumentaría (deflación de deuda) conforme se produjera la depreciación real. Además, y esto es más importante, la opción de abandonar la eurozona restauraría el crecimiento de inmediato a través de la depreciación nominal y real, con lo que se evitaría una década de depresión. Y las pérdidas comerciales que sufra la eurozona por la depreciación del dracma serán limitadas, ya que Grecia solamente representa el 2% del PIB de la eurozona.
La reintroducción del dracma conlleva el riesgo de una depreciación cambiaria superior a la necesaria para recuperar la competitividad, lo cual tendría efecto inflacionario y aumentaría las pérdidas derivadas de la dracmatización de la deuda externa. Para minimizar ese riesgo, las reservas de la troika que ahora se dedican al rescate de Grecia se deberían usar para evitar dicha sobredevaluación (el control de capitales también puede ayudar).
Los que afirman que la partida de los griegos provocaría un contagio y arrastraría a otros países a la crisis también se niegan a ver la realidad. Si hablamos de sostenibilidad de la deuda y pérdida de competitividad, otros países periféricos ya tienen problemas similares a los de los griegos. Por ejemplo, es posible que en algún momento Portugal deba reestructurar su deuda y abandonar el euro. Y otras economías con problemas de liquidez pero potencialmente solventes, como Italia y España, necesitarán ayuda de Europa independientemente de si Grecia abandona la eurozona o no; de hecho, sin una provisión de liquidez, es probable que el temor a una corrida contra las deudas públicas de Italia y España se convierta en una profecía autocumplidora.
El importante aumento de recursos oficiales con que cuentan ahora el FMI y el MEE (junto con la liquidez del BCE) se podría usar entonces para proteger a estos países y a los bancos de otros lugares de la periferia de la eurozona en problemas. Sin importar lo que haga Grecia, hay que recapitalizar ahora y rápidamente los bancos de la eurozona, para lo cual se necesita un nuevo programa de inyección directa de capital que abarque a toda la UE.
La experiencia de Islandia y de muchos mercados emergentes a lo largo de los últimos 20 años muestra que la depreciación nominal y la reestructuración y reducción ordenadas de la deuda externa permite volver a una senda de sostenibilidad de la deuda, competitividad y crecimiento. Como en estos casos, los daños colaterales que sufriría Grecia como consecuencia del abandono del euro serían importantes, pero contenibles.
Igual que en un matrimonio condenado al fracaso, es mejor tener reglas que, llegado el inevitable divorcio, reduzcan el costo de la separación para ambas partes. No nos llamemos a engaño: un abandono ordenado del euro por parte de Grecia producirá un daño económico importante. Pero mucho peor sería sentarnos a mirar el derrumbe lento y caótico de la economía y la sociedad griegas.
(Nouriel Roubini, a professor at NYU"s Stern School of Business and Chairman of Roubini Macro Associates, was Senior Economist for International Affairs in the White House's Council of Economic Advisers during the Clinton Administration. He has worked for the International Monetary Fund )
– El euro espera su veredicto (Project Syndicate – 22/5/12)
Washington, D.C.- La creación del euro hace diez años fue un experimento singular y audaz. Ahora, el resultado es muy dudoso, -que el euro sobreviva o que los europeos hagan bien en conservarlo. Sin embargo, si la eurozona sobrevive promete grandes ventajas para los Estados miembros – y tal vez para el mundo.
El euro es una moneda fijada estrictamente entre los miembros: los países participantes aceptaron un tipo de cambio inicial frente a sus divisas existentes y no planearon un mecanismo de salida. Actualmente, un número creciente de europeos están buscando discretamente la forma de poder salir.
El euro tiene similitudes importantes con versiones del antiguo patrón oro, bajo el cual los países fijaban los tipos de cambio entre sus monedas mediante el establecimiento del precio al que su moneda nacional podía canjearse por oro. Ahora, algunos son fuertes partidarios de la idea de que el patrón oro era sinónimo de estabilidad económica y financiera. Pero eso va totalmente en contra de los datos históricos: la era del patrón oro está llena de ciclos de auge y caída propiciados por un excesivo endeudamiento de los gobiernos, las empresas y los individuos.
Hay tres diferencias entre el euro y el patrón oro – ninguna de ellas es particularmente tranquilizadora en este momento.
Primero, la premisa central del patrón oro era que había una cantidad finita de oro en el mundo porque no se puede crear o descubrir más, al menos no rápidamente. En contraste, el Banco Central Europeo puede producir más euros si lo desea. Los países nunca se quedarán sin liquidez porque el BCE siempre podrá ofrecer más efectivo.
Pero los gobiernos y los inversionistas lo saben, y lo que ha resultado son coeficientes de deuda-PIB mucho más altos de lo que habría sido posible con el patrón oro. En conjunto, la zona euro tiene un coeficiente deuda-PIB de 90%, que es elevado bajo cualquier estándar.
Esos niveles de deuda son sostenibles mientras los inversionistas sigan suponiendo que habrá otro rescate. Pero si el BCE amenaza con interrumpir el apoyo -debido, por ejemplo a que un gobierno no se ajuste a lo que los alemanes consideran que es una política económica adecuada- todo el castillo de naipes podría venirse abajo.
En segundo lugar, los mercados financieros se han vuelto enormes en comparación con lo que existía en la época del patrón oro. Los bancos europeos pudieron crecer en buena medida porque se partía del supuesto de que sus gobiernos respectivos los respaldaban. Ahora, no solo esos bancos son grandes con respecto a algunas economías nacionales, sino que la calidad del crédito público se pone en duda en toda la periferia de la eurozona – incluida Italia. El término "valor sin riesgo" ya no tiene sentido en la Europa contemporánea.
Los bancos europeos han estado funcionando con mucha deuda y muy poco capital social – el amortiguador esencial contra posibles pérdidas. Una sacudida en la deuda soberana o una mayor desaceleración de las economías locales se transmitirá mediante un sistema bancario demasiado grande y descapitalizado a otros países europeos y muy probablemente a otros lugares, incluidos los Estados Unidos.
Por último, a pesar de todo lo que se dice actualmente sobre la disciplina que el patrón oro supuestamente proporcionaba, los países que se ajustaban a ese patrón suspendían regularmente la convertibilidad – lo que significaba que la moneda local ya no podía convertirse en oro. Pero hoy en día los europeos no tienen una moneda nacional -únicamente el euro. Si cualquier país -por ejemplo, Grecia- abandonara el euro, todos los contratos en ese país tendrían que volverse a hacer. Las perturbaciones serían profundas, sobre todo para el crédito.
El funcionamiento adecuado del patrón oro exigía un alto nivel de flexibilidad de los salarios y los precios. Si los tipos de cambio no pueden devaluarse, entonces los salarios y los precios en un país que tiene un déficit insostenible en cuenta corriente deben disminuir. Pero, como lo puede atestiguar la Europa de la periferia, esta es una forma de ajuste económico onerosa, dolorosa y políticamente impopular. Es previsible que en los próximos meses y años aumenten las reacciones en su contra.
Actualmente, la atención se centra en lo difícil que resulta para la periferia de la eurozona hacer ajustes y volver a crecer, debido a la combinación de deuda pública elevada y medidas de austeridad, reales o percibidas. Pero el problema tiene otra faceta: el capital está fluyendo hacia Alemania, que es el refugio regional, con lo que hay más disponibilidad de crédito en ese país. La dinámica de los ajustes en la eurozona agrava los desequilibrios subyacentes – Alemania se está haciendo más competitiva, mientras que la periferia sigue rezagándose.
Las recientes elecciones en Grecia han hecho que entren en escena partidos más radicales. Alexis Tsipras, dirigente de la Coalición de la Izquierda Radical tiene razón cuando dice que la "devaluación interna" -la reducción de salarios y precios- es una estrategia fallida. Aparentemente su alternativa es abandonar el euro. Afirma que si Grecia no puede mejorar, entonces debe salir de la eurozona.
Pero ya no es solamente un asunto que concierne a Grecia. Italia, España y Portugal, e incluso Irlanda, enfrentan los mismos problemas aunque están en una etapa más temprana de reacciones. El desempleo está aumentando, sus economías no se vuelven más competitivas y las tasas de interés de su deuda siguen subiendo. En algún momento estos países pueden optar por dejar el euro. Y aunque no tomen esa decisión, el temor que se tiene a que países lo abandonen fácilmente puede convertirse en una profecía que se cumple a sí misma.
El sistema euro se creó para ofrecer a todos, prosperidad y estabilidad. Es claro que para algunos países ese objetivo no se alcanzó, y muchos otros países pueden verse en la misma situación. La pésima administración de políticos europeos ha causado daños que perdurarán durante décadas.
Tal vez una unión fiscal más sólida, un ministerio de finanzas central, y un reparto de la deuda reduciría las dificultades y desequilibrios como para permitir que el euro resista. Probablemente el ajuste empiece a funcionar en el momento preciso.
Hay mucha agitación en la sala del jurado. Pronto habrá un veredicto.
(Peter Boone, Chairman of Effective Intervention at the London School of Economics' Center for Economic Performance, is a principal in Salute Capital Management Ltd. Simon Johnson, a former chief economist of the IMF, is a professor at MIT Sloan, a senior fellow at the Peterson Institute for International Economics, and co-founder of a leading economics blog, The Baseline Scenario. He is the co-author, with James Kwak, of White House Burning: The Founding Fathers )
– El último respiro del euro (Project Syndicate – 3/7/12)
Nueva York.- Al igual que un preso en el corredor de la muerte, el euro ha recibido otro aplazamiento de última hora: va a sobrevivir un poco más. Los mercados están celebrando, como lo han hecho después de cada una de las cuatro anteriores cumbres de "crisis del euro", hasta que comprendan una vez más que aún no se han abordado los problemas fundamentales.
Hubo buenas noticias en esta cumbre: los líderes europeos entendieron que finalmente no va a funcionar la operación circular en que Europa presta dinero a los bancos para salvar a los fondos soberanos, y a los fondos soberanos para salvar a los bancos. Asimismo, ahora reconocen que los préstamos de rescate que dan al nuevo acreedor un mayor orden de precedencia sobre los demás empeoran la situación de los inversores privados, que reaccionarán simplemente exigiendo tasas de interés todavía más altas.
No deja de ser profundamente preocupante el que las autoridades europeas se hayan demorado tanto en ver algo tan obvio (y evidente hace más de una década y media en la crisis del Este asiático). Pero lo que falta en el acuerdo es aún más significativo que lo que hay. Hace un año, los líderes europeos reconocieron que Grecia no iba a poder recuperarse sin crecimiento y que el crecimiento no puede lograrse únicamente con austeridad. Y sin embargo, es poco lo que se ha hecho para corregir el asunto.
Lo que se propone ahora es la recapitalización del Banco Europeo de Inversiones, que forma parte de un paquete de crecimiento de alrededor de $ 150 mil millones. Pero los políticos son buenos para el reenvasado y, según algunas versiones, el nuevo dinero es una pequeña fracción de esa cantidad, e incluso eso no entrará en el sistema de inmediato. En resumen: los remedios (demasiado escasos y tardíos) se basan en un diagnóstico errado del problema y en análisis económicos defectuosos.
La esperanza es que los mercados premien la virtud, que se define como austeridad. Pero los mercados son más pragmáticos: si, como es casi seguro el caso, la austeridad debilita el crecimiento económico y por lo tanto socava la capacidad de pago de la deuda, las tasas de interés no se reducirán. De hecho, la inversión caerá en una viciosa espiral descendente que ya ha comenzado en Grecia y España.
Alemania parece sorprendida por esto. Al igual que con las sangrías de la Edad Media, sus gobernantes se niegan a ver que la medicina no sana al paciente e insisten en administrarle más hasta que acaba por morir.
Los eurobonos y un fondo de solidaridad podrían promover el crecimiento y estabilizar los tipos de interés a los que se tienen que enfrentar los gobiernos en crisis. Las menores tasas de interés, por ejemplo, permitirían liberar dinero para que incluso los países con fuertes restricciones presupuestarias pudieran destinar más fondos a inversiones de estímulo al crecimiento.
La situación es peor en el sector bancario. Cada gobierno respalda el sistema bancario de su país, y si se desgasta su capacidad de apoyo, también lo hará la confianza en los bancos. Incluso los sistemas bancarios con buena gestión se verían en problemas en una crisis económica como las que se viven en Grecia y España; con el colapso de la burbuja inmobiliaria española, los bancos enfrentan riesgos todavía mayores.
En su entusiasmo por crear un "mercado único", los líderes europeos no se percataron de que los gobiernos proporcionan un subsidio implícito a sus sistemas bancarios. La seguridad de que si surgen problemas el gobierno los apoyará es lo que da confianza en los bancos, y cuando algunos gobiernos se encuentran en una posición mucho más sólida que otros, el subsidio implícito es mayor para esos países.
Sin un campo de juego uniforme, ¿por qué no debería huir el dinero de los países más débiles, e irse a las instituciones financieras de los más fuertes? De hecho, es notable que no haya habido un mayor nivel de fuga de capitales. Los líderes europeos no reconocieron este peligro creciente, que se podría haber evitado fácilmente con una garantía común que a la vez corrigiera la distorsión del mercado causada por la subvención implícita del diferencial.
El euro estaba viciado desde el principio, pero estaba claro que las consecuencias quedarían en evidencia solamente en una crisis. Política y económicamente, nació con las mejores intenciones. Se suponía que el principio de un mercado único promovería la distribución eficiente del capital y el trabajo.
Pero los detalles tienen su peso. La competencia fiscal significa que puede que el capital no vaya a donde sea más alta su rentabilidad social, sino a donde puede encontrar las mejores utilidades. El subsidio implícito a los bancos significa que los bancos alemanes tienen una ventaja sobre los de otros países. Los trabajadores pueden emigrar de Irlanda o Grecia, no porque su productividad sea más baja, sino porque, al hacerlo, pueden escapar del endeudamiento contraído por sus padres. El mandato del Banco Central Europeo es garantizar la estabilidad de los precios, pero hoy la inflación está lejos de ser el problema macroeconómico más importante de Europa.
A Alemania le preocupa que, sin una supervisión estricta de los bancos y los presupuestos, termine teniendo que pagar las cuentas de sus vecinos más derrochadores. Pero ese no es el punto clave: España, Irlanda, y muchos otros países en dificultades tenían superávits presupuestarios antes de la crisis. La crisis dio origen a los déficits, y no al revés.
Si estos países cometieron un error, fue solo que (al igual que la Alemania de hoy) creyeron demasiado a los mercados, por lo que (al igual que Estados Unidos y tantos otros) permitieron que creciera sin control una burbuja de activos. Si se aplican políticas racionales y se crean mejores instituciones -lo que no significa solamente más austeridad y una mayor supervisión de los bancos, los presupuestos y los déficits- y se recupera el crecimiento, estos países serán capaces de cumplir con sus obligaciones crediticias, y no habrá necesidad de recurrir a las garantías. Además, Alemania tiene las de perder en ambos casos: si colapsan el euro o las economías de la periferia, va a tener que enfrentar costes muy altos.
Europa tiene grandes fortalezas. Sus puntos débiles de hoy reflejan, principalmente, políticas y arreglos institucionales erróneos. Se pueden modificar, pero solo si se reconocen sus debilidades fundamentales, tarea mucho más importante que las reformas estructurales al interior de cada país. Si bien los problemas estructurales han debilitado la competitividad y el crecimiento del PIB en determinados países, no dieron origen a la crisis y hacerles frente no la resolverá.
El enfoque europeo de ganar tiempo no puede funcionar indefinidamente. No es solo la confianza en la periferia de Europa lo que se está perdiendo. También comienza a ponerse en duda la supervivencia del euro mismo.
(Joseph E. Stiglitz, recipient of the Nobel Memorial Prize in Economic Sciences in 2001 and the John Bates Clark Medal in 1979, is University Professor at Columbia University, Co-Chair of the High-Level Expert Group on the Measurement of Economic Performance and Social Progress at the OECD )
– ¿Cuál crisis del euro? (Project Syndicate – 5/7/12)
Fráncfort.- ¿En qué consiste una crisis? ¿Es el declive económico sostenido, altos niveles de desempleo durante un largo tiempo, pobreza, inflación galopante, la caída en picado de la tasa de cambio, déficits fiscales, altos costos de los préstamos y disfunción política? La mayoría estaría de acuerdo en que existe una crisis si solo algunos de estos "índices de miseria" están presentes. Pero, si bien existe la percepción de que Europa se encuentra en plena crisis, sólo un puñado de ellos están presentes y en sólo unos pocos países de la eurozona.
Entonces, ¿por qué hay una crisis en la eurozona y qué la define? Una y otra vez, se argumenta que la moneda única no se ajusta a las diferentes necesidades de sus países miembros, y que en última instancia las divergencias económicas se harán insostenibles y harán necesario el abandono del euro.
Entre las divergencias fatales que se citan con mayor frecuencia se hallan las diferencias en las tasas de crecimiento, creación de empleo e índices de desempleo, así como las dramáticas disparidades en las balanzas de cuenta corriente, factores todos que se pueden relacionar en su origen con amplias desviaciones en los costes laborales unitarios. Las percepciones sobre estas divergencias producen considerables primas de riesgo sobre los países con problemas, lo que genera inevitablemente la aceleración de la fuga de capitales a lugares seguros.
Todos estos acontecimientos se pueden ver hoy en la eurozona, en particular en sus países periféricos. Las primas de riesgo comenzaron a elevarse por encima de los niveles benignos en 2009, luego con más fuerza en el período 2011-2012, al tiempo que la fuga de capitales se tornó incontrolable en el 2011.
Pero, al considerar las causas subyacentes a los movimientos de capitales de este tipo, las sospechas también deberían recaer sobre las políticas insostenibles en los países que no forman parte de la eurozona. En la Unión Europea ampliada, países como el Reino Unido o Hungría están tan afectados por deficiencias estructurales como algunos países periféricos de la eurozona. La flexibilidad cambiaria no les ha ayudado mucho, o al menos han optado por no explotarla.
Más aún, hay países con una carga de deuda pública tan grande, si no mayor, que los de la periferia de Europa: Estados Unidos y Japón son los principales ejemplos. Otros países, como Noruega y Suiza, tienen superávits de cuenta corriente que sobrepasan el 10% de su PIB, pero se resisten a la revaluación de sus monedas.
Vale la pena recordar que, durante la década previa a 2005, se llamaba a Alemania "el enfermo de Europa". No era competitiva cuando entró en la eurozona, debido a los aumentos excesivos de precios y salarios tras la reunificación del país, problema que ha sido superado desde entonces por las reformas estructurales que emprendió dentro la moneda única. Lo mismo es cierto para el miembro de la eurozona más reciente, Estonia, cuya rigurosa restricción de los salarios hizo posible alcanzar niveles de competitividad en el mercado único en un corto período de tiempo.
¿Por qué, entonces, hay tantas dudas de que el euro pueda sobrevivir? Algunos dicen que los actuales esfuerzos para hacer cumplir políticas adecuadas en los países periféricos están condenados al fracaso, y que sacrificar la democracia en estos países para mantener intacta la unión monetaria es un precio demasiado alto.
De hecho, los esfuerzos de los gobiernos e instituciones internacionales señalan el camino hacia soluciones más sostenibles. ¿Quién hubiera creído a estas alturas del año pasado que el pacto fiscal aprobado en marzo habría sido posible? Y, a pesar de las fluctuaciones, ¿no ha habido una considerable reducción en las primas de riesgo de los países en problemas, sin aumentar los costes de financiación de los países donantes?
Hay mucho que aún no sabemos. ¿Estamos viendo señales tentativas de escape del malestar de la eurozona? ¿Pueden los países deudores cumplir a cabalidad con los duros programas de reformas, o sus ciudadanos rechazarán la austeridad? ¿Y evitarán los países donantes el tipo de reacción populista que podría empujarlos hacia el proteccionismo?
La cooperación inteligente que evite el riesgo moral debe ser capaz de evitar el pánico, reducir las primas de riesgo y permitir un mayor uso de los recursos. Por ejemplo, sin duda los flujos de migración transnacional deberían ser más fáciles y más atractivos. Los altos niveles de desempleo, particularmente entre jóvenes trabajadores calificados, podrían evitarse si los países donantes que necesitan inmigrantes para vigorizar sus propias fuerzas de trabajo fueran capaces de atraerlos.
Una mayor inmigración ayudaría a fortalecer las habilidades y elevar los niveles de ingresos, al tiempo que reduciría el gasto en prestaciones por desempleo de los países con problemas. Una mayor movilidad laboral dentro de la UE también debería contribuir a crear una mentalidad europea más abierta, y por tanto debilitar a los viejos prejuicios nacionalistas.
¿Se comprometerá Europa a avanzar hacia la unión política, y así hacer frente a lo que falta por hacer, a pesar del mercado único, el euro y la eliminación de fronteras interiores del Acuerdo de Schengen?
El modelo para un futuro Estados Unidos de Europa es Suiza, un país con cuatro idiomas y grupos étnicos, unidades subnacionales (cantones) sólidas en lo fiscal, una moneda de primer nivel, y un gobierno federal y un parlamento que ejercen una verdadera (si bien limitada) autoridad fiscal.
Si la UE ejerciera la mayor parte de las competencias que ya posee y se rigiera con mayor eficacia, la Unión en su conjunto podría lograr un mayor crecimiento económico a lo largo de la próxima década: una tasa del 2,5% anual no estaría fuera de su alcance. Es esencial que los países en problemas reciban niveles de ayuda más generosos, ya que se debe preservar el euro (aunque no necesariamente sobre la base de una eurozona más grande).
Los mercados financieros se convencerían más fácilmente si ese apoyo se complementa con la aceptación del pacto fiscal por parte de los países beneficiarios, junto con la ayuda técnica para fortalecer su gobernabilidad. En el caso de Grecia, para acelerar el ritmo de la modernización deben cooperar autoridades estadounidenses de lucha contra la corrupción, italianos especialistas en eficiencia fiscal, expertos alemanes en privatización y profesionales españoles del turismo.
Todo esto equivale a un muy necesario Plan Marshall para la periferia. Pero también reconoce que lo que más necesitan los países con problemas de Europa no es dinero, sino planificación y capacidad administrativa para gastarlo con eficacia. En la última década, Grecia pudo absorber apenas una quinta parte de los fondos de modernización que la UE tenía disponibles para ella. No tenía por qué ser de esa manera entonces, y Europa no puede darse el lujo de permitir que siga siendo así hoy.
(Norbert Walter is the former chief economist of Deutsche Bank Group and head of Deutsche Bank Research)
– Una defensa optimista del euro (Project Syndicate – 30/10/12)
Cambridge.- La incertidumbre sobre las perspectivas del euro y la eurozona continúa. Sin embargo, vale la pena considerar un escenario favorable para el futuro de la moneda común en vista de acontecimientos recientes en el Banco Central Europeo en Alemania, y en los mercados financieros.
El BCE se ha comprometido a comprar bonos soberanos italianos y españoles para mantener bajas las tasas de interés de estos países, siempre y cuando soliciten líneas de crédito al Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) y cumplan su compromiso de realizar reformas fiscales. El Tribunal Constitucional de Alemania ha aprobado la participación del país en el MEDE, y la Canciller, Angela Merkel, también ve con buenos ojos el plan de compra de bonos del BCE, pese a las fuertes objeciones del Bundesbank. Asimismo, el mercado internacional de bonos lo ha avalado mediante la reducción de la tasa de interés de los bonos italianos a diez años, a un 4,8%, y de los de España, a un 5,5%.
Las tasas de interés de los bonos italianos ya estaban bajando incluso antes de que el presidente del BCE, Mario Dragui, anunciara los planes condicionados de compra de bonos. Ello refleja los importantes avances que ha logrado el gobierno del primer ministro de Italia, Mario Monti. Una nueva legislación desacelerará sustancialmente el crecimiento de las prestaciones de jubilación, y el aumento de impuestos sobre los bienes inmobiliarios ocupados por los propietarios que ha aplicado el gobierno de Monti incrementará de forma significativa los ingresos sin que se generen los efectos de incentivos adversos que ocurrirían de subir los impuestos al ingreso personal, a la nómina o al valor agregado.
Tomando en cuenta estas reformas, hace poco el Fondo Monetario Internacional pronosticó que Italia tendrá un superávit presupuestal ajustado cíclicamente de casi el 1% del PIB en 2013. Pero como por desgracia Italia seguirá en recesión el próximo año, se prevé que su déficit real será del 1,8% del PIB, lo que aumentará la deuda nacional. No obstante, Italia se recuperará económicamente y el presupuesto pasará a ser superavitario.
Cuando los mercados vean que eso está por suceder presionarán las tasas de interés soberanas de Italia aún más a la baja. Dado que la deuda nacional italiana es muy grande, el pago de intereses añade más del 5% del PIB al déficit fiscal. La combinación de recuperación económica y tasas de interés más bajas producirá una dinámica virtuosa en donde las tasas de interés en descenso y el creciente superávit presupuestal se refuerzan mutuamente.
La situación en España no es igual de buena. A pesar de los recortes en el gasto público y la subida de impuestos, el FMI mantiene sus previsiones de un déficit fiscal ajustado cíclicamente superior al 3,2% del PIB para 2013 y de 2,3% del PIB para 2015. La clave para solucionar el problema fiscal de España radica en las regiones semiautónomas que generan gasto y direccionan la carga financiera hacia Madrid. Tal vez el éxito de Italia sirva para convencer a España de que adopte las medidas rigurosas que reducirán los futuros déficits proyectados sin que aumente la austeridad.
Si Italia y España tienen superávits presupuestales y deudas con relación al PIB decrecientes, los mercados financieros reducirán las tasas de interés de los bonos italianos y españoles sin recurrir a las compras del BCE propuestas. Con ello se eliminaría el grave riesgo de que el BCE pueda empezar a comprar bonos sobre la base de paquetes fiscales acordados, y por ende verse obligado a tomar medidas si los gobiernos no los pueden cumplir.
Nada de esto bastaría para rescatar a Grecia, cuyo déficit fiscal representa el 7,5% del PIB, o en Portugal, donde la proporción del déficit en el PIB es del 5%. No obstante, si Italia y España ya no están en riesgo de impago o de abandonar el euro, Alemania y otros líderes de la eurozona tendrán margen de maniobra para decidir si continúan financiando a estos países pequeños o invitarlos amablemente a dejar el euro y que regresen a sus monedas nacionales.
Además, incluso en el supuesto de este escenario optimista, el problema de los déficits en cuenta corriente de Italia y España y otros países de la periferia continuará. Las diferencias en las tasas de crecimiento de la productividad y los salarios entre los países de la eurozona seguirán provocando disparidades en la competitividad internacional, lo que conducirá a desequilibrios comerciales y de cuenta corriente. Ahora Alemania tiene un superávit en cuenta corriente de alrededor de 215.000 millones de dólares anuales, mientras que el resto de la eurozona tiene un déficit en cuenta corriente de aproximadamente 140.000 millones de dólares.
Italia, España y Francia tienen déficits en cuenta corriente equivalentes o superiores al 2% de su PIB. A medida que superen sus recesiones cíclicas, los ingresos aumentarán, lo que dará lugar a aumentos de las importaciones e incrementos aún mayores de los déficits en cuenta corriente. Estos déficits se deben financiar con entradas netas de fondos de otros países.
Si Italia, España y Francia no fueran parte de la eurozona, podrían permitir la devaluación de sus monedas; con tasas cambiarias más bajas las exportaciones aumentarían, las importaciones disminuirían y de esa manera se eliminarían sus déficits en cuenta corriente. Además, el incremento de las exportaciones y la sustitución de importaciones por bienes y servicios de producción nacional fortalecerían las economías de dichos países, y ello resultaría en una reducción de sus déficits fiscales porque habría un incremento por concepto de impuestos y una disminución de las transferencias. Asimismo, una economía más fuerte ayudaría a los bancos nacionales mediante la reducción de los créditos fallidos y los impagos hipotecarios potenciales.
Pero por supuesto, Italia, España y Francia son parte de la eurozona y por lo tanto no pueden devaluar. Por eso creo que estos países -y la eurozona en general- se beneficiarían de una depreciación del euro. Aunque un euro más débil no aumentaría la competitividad en relación con Alemania y otros países que son miembros de la eurozona si la mejoraría en relación con todos los países que no lo son.
Si el euro se deprecia entre un 20 y un 25%, lo que lo pondría casi a la par con el dólar y lo debilitaría en igual medida frente a otras divisas, los déficits en cuenta corriente de Italia, España y Francia, se contraerían y sus economías se fortalecerían. Las exportaciones de Alemania también se beneficiarían de un euro más débil, lo que daría más vigor a la demanda económica global en ese país.
Es irónico que la oferta del BCE de comprar la deuda italiana y española haya exacerbado los desequilibrios externos mediante un aumento del valor del euro. Tal vez se trate solo de un efecto temporal y el euro se deprecie cuando los mercados financieros globales reconozcan que se necesita una tasa cambiaria menor para reducir los déficits en cuenta corriente de los tres países latinos más grandes de la eurozona. Si no, el próximo desafío del BCE será hallar la forma de restarle importancia al euro.
(Martin Feldstein, Professor of Economics at Harvard University and President Emeritus of the National Bureau of Economic Research, chaired President Ronald Reagan"s Council of Economic Advisers from 1982 to 1984. In 2006, he was appointed to President Bush's Foreign Intelligence Advisory Board )
– La dividida casa del euro (Project Syndicate – 1/3/13)
Bruselas.- La última predicción económica de la Comisión Europea traza un panorama descorazonador: tasas de desempleo próximas al cinco por ciento o más en Austria, Alemania y los Países Bajos en 2014, pero superiores al 25 por ciento en Grecia y España y del 15 por ciento, aproximadamente, en Irlanda y Portugal. En el mismo año, se espera que el PIB por habitante sea el siete por ciento superior a su nivel de antes de la crisis en Alemania, pero el siete por ciento, aproximadamente, inferior en Irlanda, Portugal y España y un aterrador 24 por ciento inferior en Grecia. Así, pues, se espera que persista la profunda división económica y social que ha surgido en la zona del euro.
Semejante abismo dentro de una unión monetaria no puede mantenerse durante mucho tiempo. Como dijo Abraham Lincoln, "una casa dividida contra sí misma no puede mantenerse". La misma política monetaria no puede atender las necesidades de un país que padece una depresión y otro que tiene pleno empleo o poco le falta. De hecho, la cuestión más importante para el futuro de la zona del euro es la de si se está colmando el desfase entre los miembros prósperos y los que están en apuros.
La interpretación optimista es la de que, pese a no haber señales de mejora en el mercado laboral, los resultados económicos han comenzado a mejorar en realidad y está en marcha un proceso de ajuste. La prueba es, como se aduce con frecuencia, la de que los déficits exteriores se han contraído en gran medida.
No cabe duda de que las cuentas exteriores son importantes, porque reflejan el equilibrio entre el ahorro y la inversión internos. Hasta 2007, los desequilibrios dentro de la zona del euro eran consecuencia en gran medida de demasiado poco ahorro y mucha inversión inmobiliaria o ambas cosas, lo que originó una acumulación cada vez mayor de la deuda privada. Así, pues, la contracción de los déficits exteriores es una señal de que está en marcha una corrección y el reequilibrio resulta impresionante. En España, Portugal y Grecia se ha reducido el déficit en más de siete puntos porcentuales del PIB desde 2007 y en Irlanda la balanza por cuenta corriente ha pasado a tener superávit.
Sin embargo, el problema consiste en que una gran parte de dicha mejora refleja el desplome de la demanda interior, que se ha reducido en torno a una cuarta parte en Grecia y en Irlanda desde 2007 y en una octava parte en España y Portugal. La inversión en bienes de equipo, que es la clave para fortalecer el capital productivo del sector de bienes comerciables, en general ha sufrido aún más.
Desde luego, la contracción de la demanda interna era inevitable en esos países, en vista de que estaban viviendo por encima de sus medios; ninguna economía puede mantener permanentemente una tasa de crecimiento de la demanda que supere la del PIB, pero lo que hemos visto desde 2007 es un enorme exceso en la contracción de la demanda de consumo y de la inversión interna. No se puede considerarlo un éxito.
En el sector de la exportación, la situación es mejor. Pese a un ambiente desalentador, las proporciones exportaciones/PIB han aumentado en gran medida en las cuatro economías.
Irlanda era conocida por una economía muy reactiva y orientada al exterior, pero no se trata sólo de Irlanda. Las empresas de Grecia, España y Portugal, ante el desplome económico interno y un ambiente europeo estancado, han recurrido a los mercados extranjeros y han aumentado en gran medida las participaciones de sus países en las exportaciones de la zona del euro al resto del mundo.
Los resultados de España en los mercados extranjeros son particularmente impresionantes. En vísperas de la creación del euro, sus exportaciones afuera de la UE eran tan sólo la cuarta parte de las francesas no dirigidas a la UE; ahora representan la mitad del nivel francés.
La cuestión, a la que puede resultar imposible dar una respuesta clara, es qué parte de dichas exportaciones son para obtener beneficios y cuál para la supervivencia y, por tanto, si se pueden mantener esos importantes resultados comerciales, lo que nos remite a la cuestión del ajuste de precios y costos.
Durante el primer decenio del euro, los países que ahora tienen problemas registraron unos salarios y una inflación de precios persistentemente mayores que los de la Europa septentrional. Para recuperarse y recobrar el balance interno y externo, no sólo deben colmar el desfase de costos, sino también invertirlo, con lo que se crearán los superávits comerciales necesarios para amortizar la deuda exterior que acumularon en ese tiempo.
Los resultados en ese frente son diversos. Desde 2007, los costos laborales se han estancado, más o menos, en Grecia, España y Portugal (aunque la combinación de reducción de salarios y aumentos de la productividad varía de un país a otro) y se han contraído un ocho por ciento en Irlanda, mientras que han aumentado más del diez por ciento en Alemania. Así, pues, está en marcha un reequilibrio.
En contraste con los estereotipos, los salarios reales en Grecia, por ejemplo, han disminuido el seis por ciento anualmente en los tres últimos años. Sin embargo, el problema estriba en que los precios han resultado ser en general mucho más rígidos y sólo han disminuido en Irlanda. En el resto de la Europa con problemas, el ajuste de los precios ha sido insignificante. Las empresas, en particular en los sectores protegidos contra la competencia internacional, han conservado su posición en el mercado y han aumentado los precios como reacción ante el aumento del costo del capital.
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