¿Las políticas de Trump perjudican o benefician a la Unión Europea? (Parte II) (página 5)
Ese ya no es el caso. El populismo de derecha ha ganado tracción en economías fuertes (Austria) y en países donde los beneficios de la pertenencia a la UE son palpables (Hungría y Polonia). En Francia, nunca hubo una austeridad impuesta por la UE; hasta el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, admitió que las reglas presupuestarias de la UE en verdad no pueden ser impuestas por Francia, "porque es Francia".
Ahora los populistas no se centran en lo que hace la UE, sino en lo que ésta representa. En lugar de preguntar si la UE enriquece o empobrece a la gente, los populistas se centran en un interrogante más fundamental y poderoso: "¿Quiénes somos?"
En un momento de inmigración en gran escala, este cambio no resulta sorprendente. Las sociedades que durante mucho tiempo se definieron según un entorno y una cultura compartidos ahora deben lidiar con las implicancias del multiculturalismo. Es por eso que la mayoría de los observadores de los partidos populistas, especialmente de los partidos de derecha, se han centrado en las actitudes hacia los extranjeros y las minorías.
Junto con el cambio hacia una política de identidades -un terreno que no es particularmente afín a las concesiones- ha llegado un cambio en la actitud hacia las instituciones democráticas. Los líderes populistas operan en base a la presunción de que la voluntad del "pueblo" -como lo define el populista- no debería estar limitada institucionalmente. Esto se contrapone a la premisa fundamental de la democracia liberal: que el poder de la mayoría debe ser limitado, en particular para proteger a las minorías, entre otras cosas a nivel electoral.
Los límites al poder de la mayoría del momento suelen conseguirse a través de lo que los norteamericanos llaman el "equilibrio de poderes" que incluye, por ejemplo, un sistema judicial independiente y requerimientos de una súper mayoría para alterar elementos fundamentales del sistema político. Y esos límites, por lo general, funcionan, al menos en su gran mayoría. En el Reino Unido, por ejemplo, tres jueces de la Corte Suprema dictaminaron que sólo el Parlamento -no el gobierno– puede recurrir al Artículo 50 del Tratado de Lisboa, el proceso formal para abandonar la UE.
Pero los políticos populistas se fastidian con esas limitaciones. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, no sólo manifestó abiertamente su preferencia por una democracia "iliberal"; también se esforzó por desmantelar los controles al poder de su gobierno. Lo mismo es válido para el gobierno populista de Polonia, cuyo líder de facto, Jaroslaw Kaczynski, ni siquiera ocupa un cargo formal en la administración.
Dado su desprecio por las instituciones independientes, no es difícil entender por qué los populistas se oponen a la UE que es, en un sentido, la democracia liberal por excelencia: gobernada por reglas impersonales, en lugar de por la mayoría del momento, y donde la mayor parte de las decisiones requieren o una súper mayoría o una unanimidad. Para los populistas, la UE representa importantes limitaciones adicionales que son aún más difíciles de sortear que los controles internos. Eso la convierte en un problema.
Sin embargo, en otro sentido, la UE sufre de una democracia insuficiente: como señalan con frecuencia los líderes populistas, sus líderes en Bruselas no son electos. (Los populistas utilizan argumentos similares para negar la legitimidad, por ejemplo, de los tribunales nacionales).
La realidad, por supuesto, es que los gobiernos y parlamentos elegidos democráticamente nombran a los líderes y burócratas de la UE (y a los jueces independientes) precisamente para ponerle límites a la mayoría del momento y a los futuros gobiernos. Pero los populistas reformulan la manera en que sus seguidores entienden este sistema, declarando que esos funcionarios son parte de la "elite", elegida por otras elites como ellos para frustrar la voluntad del pueblo.
Es poco lo que los políticos convencionales, mucho menos los funcionarios de la UE, puedan hacer para contrarrestar este argumento. Algunos políticos nacionales sucumben a la presión popular y adoptan la retórica -y hasta el programa– de sus adversarios populistas. Pero la UE no puede hacer algo así, sin acelerar efectivamente su propio deceso.
Cuando el problema era lo que hacía la UE, había una solución posible: la UE podía cambiar de estrategia en cuestiones económicas. Y, por cierto, la Comisión ha abandonado de facto la austeridad. De la misma manera, el nuevo acuerdo comercial de la UE con Canadá, firmado en octubre, concluyó recién después de que se resolvieran algunas concesiones elaboradas.
Pero la UE no puede cambiar aquello que representa. No puede aceptar, mucho menos fomentar, la noción de que el equilibrio de poderes es un obstáculo para el progreso, o que los extranjeros amenazan el estilo de vida europeo. No puede ofrecer el tipo de soluciones radicales, imposibles o iliberales que utilizan los populistas para ganar respaldo. La UE debe seguir siendo un bastión de democracia liberal, con todas sus reglas y procedimientos poco atractivos pero necesarios.
En el contexto actual, esta representación engorrosa de una democracia de múltiples niveles y de una economía abierta no puede competir con las promesas elevadas de los populistas. Sin embargo, cuando los populistas no puedan cumplir con sus promesas, la población volverá a recurrir a la UE. Es de esperar que todavía haya una UE que los esté esperando.
(Daniel Gros is Director of the Brussels-based Center for European Policy Studies. He has worked for the International Monetary Fund, and served as an economic adviser to the European Commission, the European Parliament, and the French prime minister and finance minister )
– La irrealpolitik de Trump (Project Syndicate – 4/1/17)
Nueva York.- Algunas personas en los Estados Unidos han elogiado al presidente electo Donald Trump por su presunto realismo; según ellas, el nuevo presidente hará lo que sea bueno para Estados Unidos, sin enredarse en espinosos dilemas morales ni dejarse llevar por algún elevado sentido de responsabilidad hacia el resto del mundo. Con el astuto pragmatismo de un hombre de negocios, Trump hará a Estados Unidos más fuerte y próspero.
Digámoslo de una vez: esa idea es un engaño.
Es verdad que Trump no se enredará en consideraciones morales. Es precisamente lo que el historiador griego Tucídides definió como un líder inmoral: una persona de "carácter violento" que "conquista a los hombres engañándolos" y explotando "sus emociones y sus rabias".
Pero la inmoralidad no es un aspecto ni deseable ni necesario del realismo (Tucídides mismo era un realista ético). Y nada indica que Trump tenga alguna de las otras cualidades de un realista que sus simpatizantes le ven. ¿Cómo es posible imaginarse a alguien orgullosamente impredecible y profundamente desinformado como Trump ejecutando grandes esquemas estratégicos, como la Realpolitik recomendada después de la elección por Niall Ferguson, profesor de Harvard y biógrafo de Henry Kissinger?
Ferguson, como Kissinger, cree que el punto de partida de una auténtica Realpolitik con Trump debe ser una alianza entre Estados Unidos, China y Rusia, basada en el temor compartido al extremismo islámico y el deseo compartido de impulsar sus economías a costa de potencias menores. El pacto incluiría negar a Europa la condición de gran potencia (mediante la destrucción de la Unión Europea) y asegurar que gobiernos populistas o autoritarios controlen los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
A tal fin, Trump podría colaborar con el presidente ruso Vladimir Putin para ayudar a Marine Le Pen, líder de la derecha nacionalista antieuropeísta de Francia, a ganar la elección presidencial de abril. Además, para consolidar una esfera angloatlántica pos Unión Europea, Trump podría transformar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte en un acuerdo para el Atlántico del Norte, en el que el Reino Unido ocuparía el lugar de México. Finalmente, podría presionar a los miembros de la OTAN para que paguen más por los gastos de su defensa, una jugada que sin duda debilitaría la seguridad de los estados del Báltico y Ucrania.
Pero la mera capacidad de eludir impedimentos morales es insuficiente para el logro de estos objetivos, que (como todo arte de gobierno) demandarían aptitud para una cuidadosa ingeniería diplomática, respeto de los hechos y de la verdad, conocimiento histórico y capacidad para un prudente análisis de situaciones complejas durante la formulación (o revisión) de políticas.
En vez de eso, Trump es la persona más anárquica, caprichosa e incoherente que jamás haya ocupado la Casa Blanca, y no tendrá otro asesoramiento que el de un gabinete lleno de negociantes multimillonarios como él, obsesionados con el logro de intereses inmediatos calculables, y para quienes desprenderse de aliados puede parecer una forma fácil de agilizar la toma de decisiones (y hacer que suban las acciones).
Pero que Estados Unidos renuncie a su papel de faro mundial (y con él, a la idea del excepcionalismo estadounidense) es una mala apuesta para el futuro. Por ejemplo, anular tratados de libre comercio con Asia y América latina podrá traer mejoras a la economía de Estados Unidos en el corto plazo, pero a la larga reducirá la proyección de su poder en aquellas regiones, dejando vía libre a la penetración china.
El objetivo de Estados Unidos debería ser limitar la influencia de China sin provocar su ira. Otra lección de Tucídides (reforzada por la experiencia histórica) es que son las potencias en ascenso, no las establecidas, las que suelen alterar el orden internacional.
La protección de ese orden exige que la principal potencia mundial sostenga las instituciones en que se basa, para evitar conductas revolucionarias por parte de potencias menores. Pero Trump ha criticado y desestimado las instituciones internacionales, a tal punto que ahora es China la que defiende los mecanismos de la gobernanza mundial (incluidos el acuerdo de París sobre cambio climático y el acuerdo sobre el programa nuclear iraní) contra un Estados Unidos revolucionario.
Para peor, parece que Trump hubiera abandonado toda precaución en relación con China. En el frente diplomático, su conversación directa con la presidenta de Taiwán después de la elección infringió un protocolo que mantuvieron durante cuatro décadas presidentes demócratas y republicanos por igual. En el frente económico, lanzó a China acusaciones imprudentes (y totalmente erradas) de manipular el yuan para obtener ventajas comerciales indebidas.
Provocar a China, sembrar dudas sobre la OTAN y amenazar con futuras guerras comerciales es nihilismo, no estrategia. Por ahora, Trump parece destinado a hacer a escala global lo que el expresidente George Bush (hijo) hizo con Medio Oriente: desestabilizar intencionalmente el orden viejo y después no ser capaz de crear un orden nuevo. El primer paso puede ser un acuerdo con Putin respecto de Siria; una jugada que (lo mismo que la derrota de Saddam Hussein en Irak a manos de Bush) equivaldría a regalarle una victoria a Irán.
No quiere decir esto que ninguna parte de la Realpolitik imaginada por Ferguson se hará realidad. Pero es probable que sea Putin más que Trump el que decida qué partes se concretarán (y esto supone peligrosas consecuencias). Putin ya está trabajando en desmantelar la UE. Cuando la banca francesa se negó a financiar la campaña de Le Pen, la rusa acudió a su rescate. Y el Estado ruso, a través de sus iniciativas de propaganda, está impulsando a las ex repúblicas soviéticas a alejarse de la UE.
Es improbable que Trump, admirador declarado de Putin, implemente políticas dirigidas a reparar el equilibrio de poder, como parte (y mucho menos como condición) de un "reinicio" diplomático con Rusia. ¿Qué clase de realista se abstendría de usar una alianza occidental unida para limitar a una Rusia que intenta orquestar un regreso a las esferas de influencia de la Guerra Fría?
Y ya que estamos, ¿qué clase de realista envía a Israel un embajador cuya retórica favorable a los asentamientos amenaza con inflamar a todo el mundo musulmán contra Estados Unidos? ¿Qué hay de realista en una guerra de aniquilación contra Estado Islámico que no esté respaldada por un plan de involucramiento con toda la región de Medio Oriente circundante?
Puede que Trump tenga algunos instintos realistas, pero no serán suficientes para asegurar que a la menor provocación no dará una respuesta desmedida, y mucho menos para sostener una estrategia integral y coherente.
(Shlomo Ben-Ami, a former Israeli foreign minister, is Vice President of the Toledo International Center for Peace. He is the author of Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy)
– Las promesas rotas de la democracia (Project Syndicate – 5/1/17)
Santiago.- La democracia liberal se encuentra bajo asedio. Los populistas de derecha y de izquierda no solo arremeten en contra de la globalización y del estancamiento de los ingresos de la clase media, sino que también ponen en entredicho la legitimidad de las instituciones de la democracia liberal y de las elites políticas que manejan dichas instituciones.
Es simplista echarles la culpa a las políticas post verdad que practican los populistas. Las mentiras y las exageraciones no funcionarían si el modo en que actualmente se practica la democracia no tuviera problemas. Debemos reexaminar y, de ser posible, reparar lo que el teórico de la democracia Norberto Bobbio denomina "las promesas rotas de la democracia".
Quien se haya presentado como candidato, habrá oído el reiterado reparo de los votantes: "A ustedes, los políticos, los vemos solamente para las elecciones". Los políticos parecen distantes y poco fiables, según los ciudadanos manifiestan a los encuestadores. Esta brecha es lo que explotan los populistas.
La democracia moderna es representativa. Cuando los representantes que han sido elegidos pasan más tiempo en el congreso que interactuando con los ciudadanos, no están faltando a su deber sino que llevando a cabo sus funciones. No obstante, la retórica de la democracia moderna afirma lo contrario: resalta la cercanía con los votantes y sus preocupaciones. Y la credibilidad de los líderes políticos sufre cuando el contraste con la realidad se torna demasiado patente.
En los sistemas democráticos, los políticos son agentes que actúan conforme al mandato de los principales (los votantes). Y, al igual que en economía, el problema principal-agente de las democracias constituye un problema porque es posible que el principal no pueda distinguir entre un agente idóneo y uno inepto. También es posible que un agente tenga intereses propios que chocan con los de los principales. En consecuencia, los ciudadanos tienen amplia razón para desconfiar de los políticos.
Las democracias se esfuerzan por procurar, a través de medios institucionales, que los intereses de los políticos y de los votantes coincidan. En Gran Bretaña, los distritos electorales que eligen a los miembros del parlamento son relativamente pequeños, mientras que en Estados Unidos los integrantes de la cámara baja deben buscar ser reelegidos cada dos años. Sin embargo, estas soluciones conllevan sus propios problemas, entre ellos una posible estrechez de miras y el riesgo de que la frecuencia de las elecciones haga que algunos políticos no deban rendir cuentas ante los votantes, sino ante los intereses especiales que financian sus campañas.
Los políticos democráticos también tratan de persuadir a los votantes de que sus propios intereses coinciden con los del electorado. Estos empeños pueden ser saludables, como cuando se dan a conocer las fuentes de financiamiento de una campaña o posibles conflictos de interés, pero también pueden no serlo, como cuando los candidatos sacan partido de los temores y resentimientos de los votantes.
De hecho, dos interesantes estudios realizados recientemente por investigadores de la Universidad de Harvard y de MIT, explican el surgimiento del populismo en términos de los esfuerzos realizados por políticos para demostrar a los electores que ellos no están en deuda con intereses poderosos. Así, aunque las políticas populistas reduzcan el bienestar económico general, los votantes racionales optan por ellas porque son el precio de distinguir entre diferentes tipos de políticos. Como se señala en uno de los estudios: "una vez que los líderes dejan de ser necesariamente honestos, es posible que valga la pena contratar a los que son incompetentes".
Bobbio subraya que la falta de confianza en los políticos democráticos obedece también a otras dos dificultades. Una es que las sociedades modernas son pluralistas, y dentro de ellas hay muchos intereses que compiten por ser representados; no hay una voluntad general que un político pueda representar. La otra es que en una democracia representativa no existe un mandato vinculante que obligue al representante elegido a actuar de una manera determinada. Una vez en su cargo, el político es libre de decidir por sí solo en qué consiste el bien de la sociedad y qué políticas pueden promoverlo.
El potencial para que se produzca un conflicto es obvio. Incluso en el improbable caso de que no haya diferencias entre los intereses que representa un político, no será fácil decidir cuáles son las mejores políticas. Todavía peor, es muy posible que un político competente y honesto opte por las mejores políticas, pero que dentro de un entorno de información imperfecta, no consiga persuadir a los votantes de que actuó de manera correcta.
Supongamos que el objetivo es aumentar el empleo y que el político escoge la mejor fórmula para lograrlo. Posteriormente, el empleo disminuye como resultado de un impacto externo. Los votantes nunca estarán seguros sobre cuál hubiera sido la fórmula más idónea, pero sospechan que el político puede haber exagerado el tamaño del shock externo para explicar la pérdida de puestos de trabajo. Lo único que saben es que no pueden conseguir trabajo cuando lo desean, y le echan la culpa de esto al político.
A medida de que las sociedades se vuelven más complejas y que aumenta la dificultad para evaluar y decidir sobre políticas públicas, asimismo aumenta el potencial para que se produzca este tipo de tensión. La importancia social de los tecnócratas que poseen los conocimientos necesarios para tomar decisiones complejas en cuanto a políticas se elevará, pero se reducirá su estima ante la sociedad. Recordemos lo que manifestó el exministro de justicia del Reino Unido, Michael Grove, en medio del debate sobre el Brexit: "los ciudadanos de este país están hartos de los expertos". O, según lo expresa Bobbio, "la tecnocracia y la democracia son la antítesis: si el experto es el protagonista de la sociedad industrial, ello excluye todo papel central que el ciudadano de a pie pueda desempeñar".
Añadamos un factor final a la complicación: la tecnología aumenta enormemente la velocidad con la que los ciudadanos transmiten sus diversas demandas. El alcalde de una ciudad se enterará de modo casi instantáneo a través de Twitter y Facebook cuando no se ha recogido la basura en cierta calle. Sin embargo, los mecanismos de consulta y contrapeso democrático frenan la velocidad de las respuestas. Supongamos que el alcalde quiere implementar un nuevo sistema de recogida de basura y eliminación de desechos. Esto exigirá evaluaciones de impacto ambiental y extensas consultas ciudadanas. En los años que lleve la puesta en práctica del nuevo sistema, habrá ocasiones en que no se recogerá la basura, lo que agudizará -casi día a día- el conflicto entre lo que la ciudadanía espera y lo que la democracia puede proporcionar.
Quizás el problema no resida solamente en el modo en que la democracia se practica en la actualidad, sino también en las expectativas que generan algunos de sus defensores. De hecho, las promesas de la democracia se han roto. "Pero", pregunta Bobbio, "¿se trataba de promesas que realmente podrían haberse cumplido? Yo diría que no".
Es posible que en este contexto se aplique el antiguo pronunciamiento de Churchill: la democracia es el peor sistema de gobierno, con excepción de todos los demás. Bajo la democracia representativa moderna, los seres humanos poseen mayor libertad personal y prosperidad material que en cualquier otro momento de su historia. Estamos más cerca que nunca de poner en práctica los valores de libertad y dignidad para todos. ¿Acaso no es esta una publicidad suficientemente poderosa en apoyo de la democracia liberal?
(Andrés Velasco, a former presidential candidate and finance minister of Chile, is Professor of Professional Practice in International Development at Columbia University's School of International and Public Affairs. He has taught at Harvard University and New York University )
– Las nuevas "naciones indispensables" de Europa (Project Syndicate – 6/1/17)
Berlín.- Tras el shock del referendo del Brexit en el Reino Unido y la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos en 2016, este será un año decisivo para Europa. Las próximas elecciones parlamentarias en Francia, Alemania, Holanda y posiblemente Italia decidirán si la Unión Europea se mantendrá como un todo o si se desintegrará bajo la ola neonacionalista que barre a Occidente.
Mientras tanto, las negociaciones del Brexit comenzarán en serio, dándonos un atisbo del futuro de la relación entre la UE y el Reino Unido. Y algún día se recordará la toma de mando de Trump el 20 de enero como un punto de inflexión para Europa.
A juzgar por las declaraciones de Trump en el pasado acerca de Europa y sus relaciones con Estados Unidos, la UE debería irse preparando para cambios profundos. El próximo presidente estadounidense, exponente del nuevo nacionalismo, no cree en la integración europea.
Tiene un aliado en la figura del Presidente ruso Vladimir Putin, que por largo tiempo ha intentado desestabilizar la UE al apoyar las fuerzas y movimientos nacionalistas en sus estados miembro. Si la administración Trump apoya o hace la vista gorda ante esta actitud, la UE (atrapada entre rusos provocadores y Breitbart News) tendrá que prepararse para tiempos complejos.
Las consecuencias para la UE podrían ser todavía más serias si Trump, además de replantear la relación estadounidense con Rusia, sigue poniendo en duda la garantía de seguridad de Estados Unidos para con Europa a costa de la OTAN, que ha institucionalizado el marco de seguridad de EEUU por más de seis décadas. Los europeos se encontrarían repentinamente solos ante una Rusia que cada vez más ha recurrido a medios militares para cuestionar fronteras, como en el caso de Ucrania, y reafirmar su influencia (o incluso su hegemonía) en Europa oriental.
Pronto sabremos cuáles son los próximos pasos para la OTAN, pero ya se ha hecho mucho daño. Las garantías de seguridad no son solo cosa de equipos militares; el garante también debe proyectar un mensaje creíble de que está dispuesto a defender a sus aliados siempre que sea necesario. Son acuerdos que dependen en gran parte de la sicología y de la fiabilidad de un país, tanto ante sus amigos como sus enemigos. Cuando se daña esa credibilidad, se produce el riesgo de una provocación y con ella la amenaza de una escalada a crisis más graves, o incluso un conflicto armado.
Considerando este riesgo, la UE ahora debería apuntalar lo que queda de la OTAN y concentrarse en apoyar su propia integración institucional, económica y legal. Pero también debería dirigir la mirada a sus estados miembro como una opción de respaldo en términos de seguridad.
La UE misma se basa en el poder suave: no se concibió para garantizar la seguridad europea, y en su forma actual no está en posición de hacer frente a un reto de poder duro. Esto significa que Francia y Alemania, sus mayores miembros en lo geográfico y económico, deberán apuntalar la defensa europea. Otros países como Italia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, España y Polonia también tendrán un papel, pero Francia y Alemania son indispensables.
Por supuesto, vivir en Europa continental implica tener a Rusia de vecino, y en general las relaciones vecinales se deben basar en la paz, la cooperación y el respeto mutuo (especialmente cuando el vecino es una potencia nuclear). Pero los europeos no podemos hacernos ilusiones sobre las intenciones de Rusia. El Kremlin ve la política exterior como un juego de suma cero, lo que significa que siempre priorizará el poder militar y geopolítico por sobre los acuerdos de cooperación de seguridad.
Rusia no ve la debilidad o la falta de amenazas por parte de sus vecinos como una base para la paz, sino más bien como una invitación a ampliar su propia esfera de influencia. Así, la asimetría del poder en Europa del este solo conducirá a la inestabilidad. Si Europa desea una paz estable y duradera primero debe asegurarse de que se la tome en serio, lo que claramente no es el caso hoy en día. Solo puede reforzar su seguridad de manera creíble si Francia y Alemania colaboran en la misma dirección, y después de las elecciones de este año tendrán la oportunidad de hacerlo.
Los diplomáticos de la UE solían murmurar extraoficialmente que Alemania y Francia nunca tratarían cara a cara temas de índole militar o financiera, debido a sus diferentes historias y culturas, pero puede que ya no sea el caso si las condiciones de seguridad dan un giro para peor. De hecho, no debería ser tan difícil llegar a un acuerdo a ambos lados del Rin: no hay duda de que Francia tiene la experiencia para liderar en el ámbito de la defensa, y lo mismo se puede decir de Alemania en cuanto a los asuntos financieros.
Tanto mejor si al impulsar esta opción de seguridad europea, Estados Unidos renueva su propia garantía de seguridad. Mientras tanto, la UE debería crear un acuerdo de cooperación estratégica post-Brexit con el Reino Unido, cuya posición geopolítica e intereses de seguridad no cambiarán.
La antigua UE se convirtió en una potencia económica porque estaba protegida por el marco de seguridad de Estados Unidos. Pero sin esa garantía, solo podrá dar respuesta a sus realidades geopolíticas actuales mediante el desarrollo de su propia capacidad de proyectar poder político y militar. Seis décadas después de que el Tratado de Roma creara la Comunidad Económica Europea, una vez más la historia y los acontecimientos impulsan a Francia y Alemania a dar forma al futuro de Europa.
(Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO's intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protest )
– Los premios Nobel de Economía de EEUU suspenden a Trump (El Español – 8/1/17)
(Por John Muller)
Cuatro premios nobel de Economía de EEUU arremetieron contra las políticas económicas que ha prometido Donald Trump y uno de ellos, Edmund Phelps (Universidad de Columbia), vaticinó que el país puede caer en una profunda recesión. Los expertos se refirieron a la situación en una mesa redonda convocada por la American Economic Association que celebra su convención anual en Chicago este fin de semana.
Las críticas fueron de diverso tenor y en algunos casos tocaron aspectos concretos. El profesor Joseph Stiglitz (U. de Columbia, premiado en 2001), alineado contra Trump desde la campaña electoral, dijo que "existe un amplio consenso de que el tipo de políticas que nuestro presidente electo ha propuesto figuran entre las políticas que no funcionan". Stiglitz sobre todo señaló que las buenas relaciones comerciales son fundamentales. "Ellas se basan en la confianza y ésta se está erosionando".
Sin embargo, fue Edmund Phelps, laureado en 2006, el que realizó el ataque más duro contra Trump. Criticó sus amenazas continuas de imponerles aranceles a las empresas si venden en EEUU bienes producidos en el extranjero. Según Phelps, esto puede destruir la innovación en la economía estadounidense. "El Gobierno de Trump está amenazando con clavar una estaca de plata en el corazón del proceso de innovación". También arremetió contra las anunciadas bajadas de impuestos y el aumento del gasto público que, a su juicio, "pueden llevar a una explosión de la deuda pública y finalmente causar un deterioro grave de la confianza y una profunda recesión".
Phelps dijo que con el acoso a las grandes empresas, Trump quiere lograr varios objetivos que pueden impulsar la producción y el empleo en EEUU. Pero, a su juicio, se trata de una política corporativista a una escala "nunca vista" desde la que pusieron en práctica los fascismos europeos -en concreto citó a Alemania e Italia- en la década de 1930.
"Si la historia es una guía -dijo Phelps-, por la vía de aumentar la protección y la interferencia en el sector empresarial, la Administración Trump puede bloquear la innovación de los nuevos actores y de los outsiders más que estimularla entre los innovadores".
"Hitler, y no puedo evitar mencionarlo -añadió Phelps, sabedor de que recurría a una comparación de grueso calibre-, por la vía de controlar la economía logró que la productividad creciera, pero luego se estancó en la segunda mitad de los años 1930", concluyó.
Angus Deaton, laureado con el Nobel en 2015, dijo que no estaba tan preocupado por la política económica de Trump como por las relaciones internacionales que llevará, sobre todo con China. Dijo que éste país encara dificultades económicas y que la relación con EEUU se ha vuelto "más belicosa".
Deaton sí coincidió con Phelps en que la respuesta de la innovación a la política fiscal será clave en los próximos años.
En ese sentido, su colega Roger Myerson, de la Universidad de Chicago y galardonado en 2007, subrayó que le llama la atención que Trump anuncie ya políticas que crearán déficit fiscal al mismo tiempo que tensa las relaciones con sus socios. Otros presidentes, añadió, tuvieron grandes déficit, pero mantuvieron buenas relaciones para que los extranjeros compraran su deuda. La política de "America First" puede desincentivar a los inversores extranjeros de seguir adquiriéndola, añadió Myerson.
El único premiado con el Nobel que no quiso referirse al futuro gobierno de Donald Trump fue Robert Schiller, de la Universidad de Yale, galardonado en 2013. Sentado en un extremo de la mesa, dijo: "Soy de natural optimista y no voy a especular sobre lo malo que puede llegar a ser (Trump)". "Tal vez alguno de los otros panelistas quiera hacerlo", dijo haciendo un gesto hacia el extremo de la mesa donde se encontraban Stiglitz y Phelps.
El futuro según los Nobel
Los comentarios sobre el futuro gobierno de Trump se produjeron al final de la mesa redonda, donde cada uno de los economistas tocó un aspecto diferente. Angus Deaton, por ejemplo, experto en el tema de la desigualdad, destacó la necesidad de contar con una mirada más optimista sobre la situación. Pero, pese a la enorme reducción de la pobreza y la desigualdad a escala global, dijo que quizá no se ha prestado suficiente atención a los "perdedores" de la globalización. Destacó, por ejemplo, que la sanidad y la esperanza de vida en algunos lugares de EEUU, como el delta del Misisipi, tienen resultados comparables con los de Bangladesh.
Myerson intentó explicar por qué mientras la pobreza global se reduce, la xenofobia crece en algunos países. A su juicio, la globalización ha permitido que más regiones del mundo compartan un bienestar que antes sólo tenían Europa y EEUU y eso provoca desequilibrios internos en las viejas áreas privilegiadas. Esto plantea la cuestión de los límites físicos de la Tierra. "Éstos no importaban cuando eran sólo unos pocos los que tenían acceso a los bienes y servicios", dijo. Ahora, en cambio, hay que plantearse que el crecimiento económico no deba ser eterno y abogó por nuevas regulaciones e impuestos para "proteger los límites del planeta" como la única forma de mantener "la confianza en la economía global"
Phelps escogió un tema que tituló "Cómo la izquierda y la derecha han fallado a Occidente" en el que sostuvo que tanto los economistas de derechas, partidarios de reformas en la oferta, como los de izquierdas, escorados a defender políticas de demanda, no son capaces de ofrecer una alternativa para revitalizar la economía de Occidente. En su opinión, la clave es la innovación, que en el pasado fue extraordinariamente dinámica en EEUU, Reino Unido y Francia. "La economía debe despertar a los riesgos de la falta de competencia y del decaimiento de la innovación", sostuvo.
Schiller reflexionó sobre los riesgos económicos vinculado a las nuevas tecnologías. Destacó que, frente al imparable avance de la robótica, han nacido corrientes como el "esencialismo", que sostienen que hay cualidades humanas que la cibernética no puede igualar.
Por último, Stiglitz dedicó su intervención a las nuevas divisiones que han surgido en la economía mundial. Destacó el continuado retroceso en importancia del factor trabajo y cómo esto incide en la desigualdad. Cada vez se necesitan menos recursos laborales para satisfacer las necesidades de la gente, explicó. En su opinión el mundo se dividirá a la hora de enfrentar las diferencias crecientes entre renta y riqueza. Unos seguirán al mercado y otros serán más intervencionistas. Y esto tendrá consecuencias que desembocarán en un nuevo conflicto sobre cuál es la mejor arquitectura económica global.
– Incertidumbre trumpiana (Project Syndicate – 9/1/17)
Nueva York.- Cada enero trato de elaborar un pronóstico para el año que comienza. Los pronósticos económicos son notoriamente difíciles de realizar; pero, a pesar de la verdad expresada en la solicitud de Harry Truman cuando pidió un economista que tenga un solo brazo (quien, por lo tanto, estaría incapacitado para decir "en contrapartida, en la otra mano"), mi récord ha sido verosímil.
Durante los últimos años, predije correctamente que, en ausencia de estímulos fiscales más fuertes (que no eran inminentes ni en Europa ni en Estados Unidos), la recuperación de la Gran Recesión del año 2008 sería lenta. Para elaborar estas predicciones, deposité mi confianza más en el análisis de las fuerzas económicas subyacentes que en modelos econométricos complejos.
Por ejemplo, a comienzos del año 2016, parecía estar claro que era poco probable que las deficiencias de la demanda agregada a nivel mundial, que se habían manifestado durante los últimos años, fuesen a cambiar drásticamente. Por lo tanto, pensé que los pronosticadores de una recuperación más fuerte estaban mirando el mundo a través de cristales de color rosa. La evolución de la economía se desarrolló en gran manera tal como yo pronostiqué que ocurriría.
La situación fue distinta con respecto a los acontecimientos políticos del año 2016. Estuve escribiendo durante años sobre que a menos que se abordase la creciente desigualdad -especialmente en EEUU, pero también en muchos países de todo el mundo – iban a haber consecuencias políticas. Pero la desigualdad continuó empeorando – y se obtuvieron datos llamativos que mostraron que la esperanza de vida promedio en EEUU estaba en disminución.
Estos resultados fueron presagiados por un estudio realizado el año pasado por Anne Case y Angus Deaton, quienes demostraron que la esperanza de vida estaba en disminución para grandes segmentos de la población – incluyendo para los denominados hombres estadounidenses enojados del Cinturón de Óxido.
Sin embargo, ya que los ingresos del 90% de la población en la parte inferior de la distribución de ingresos estuvieron estancados durante cerca de un tercio de siglo (y disminuyendo para una proporción significativa de ese grupo), los datos de salud simplemente confirmaron que las cosas no iban bien para las grandes segmentos del país. Y, si bien Estados Unidos pudiese estar situado en la posición más extrema de dicha tendencia, las cosas no iban mucho mejor en otros lugares.
Aun así, si bien parecía estar claro que se tendrían consecuencias políticas, su forma y el momento en el que irían a ocurrir era mucho menos evidente. ¿Por qué la reacción en Estados Unidos llegó justo cuando la economía parecía estar mejorando, en lugar de llegar antes? ¿Y por qué se manifestó con un desplazamiento atropellado hacia la derecha? Al fin de cuentas, fueron los Republicanos quienes bloquearon la asistencia a aquellos que perdían sus empleos como resultado de la globalización que los empujaban incesantemente. Fueron los Republicanos quienes, en 26 Estados, se negaron a permitir la expansión de Medicaid, y de este modo negaron acceso al seguro de salud a los que estaban en la parte más baja de la distribución de ingresos. Y, ¿por qué el vencedor fue alguien que se ganaba la vida usufructuando de los demás, alguien que admitió abiertamente que no pagaba su parte justa de impuestos e hizo que la evasión fiscal sea un motivo de orgullo?
Donald Trump comprendió el espíritu de la época: las cosas no iban bien, y muchos votantes querían un cambio. Ahora lo obtendrán: nada se hará de la forma acostumbrada. Sin embargo, rara vez ha habido más incertidumbre. Las políticas que Trump seguirá siguen siendo desconocidas, por no lo que no se puede decir nada sobre si serán exitosas o sobre cuáles serán las consecuencias que conllevarán.
Trump parece estar empeñado en sostener una guerra comercial. Pero, ¿cómo responderán China y México? Trump puede entender que lo que él propone violará las reglas de la Organización Mundial del Comercio, pero también puede que sepa que la OMC se demorará bastante antes de pronunciarse en su contra. Y, para ese entonces, puede que la cuenta de comercio de EEUU ya se haya reequilibrado.
Pero dos partes pueden jugar ese mismo juego: China puede tomar acciones similares, aunque es probable que su respuesta sea más sutil. Si se produjera una guerra comercial, ¿qué pasaría?
Trump puede tener razones que le lleven a pensar que podría ganar; después de todo, China es más dependiente de las exportaciones a Estados Unidos que Estados Unidos de las exportaciones a China, lo que otorga a EEUU una ventaja. Pero una guerra comercial no es un juego de suma cero. Estados Unidos pierde también. China puede ser más eficaz en apuntar sus represalias para causar dolor político agudo. Y, los chinos pueden estar en una mejor posición para responder a los intentos estadounidenses de infligirles dolor de la que Estados Unidos está para responder al dolor que China podría infligir a los estadounidenses. Nadie puede adivinar con certeza quién puede soportar mejor el dolor. ¿Será Estados Unidos, donde los ciudadanos comunes ya han sufrido por tanto tiempo, o será China, que, a pesar de los tiempos difíciles, ha logrado generar un crecimiento superior al 6%?
En términos más generales, la agenda Republicana/de Trump, con sus recortes de impuestos aún más inclinados hacia favorecer a los ricos que la receta estándar del Partido Republicano supondría, se basa en la idea de la prosperidad por goteo – una continuación de la economía de la oferta de la era Reagan, misma que nunca funcionó en los hechos. Una retórica candente, o unos tweets delirantes a las tres de la madrugada, puede que alivien la cólera de aquellos que fueron dejados atrás por la revolución de Reagan, por lo menos por un tiempo. Pero, ¿por cuánto tiempo? Y, en ese momento, ¿qué pasará?
A Trump le gustaría derogar las leyes básicas de la economía, a medida que emprenda su propia versión de la economía del vudú. Pero, no puede. No obstante, a medida que la economía más grande del mundo lidere el camino hacia aguas políticas inexploradas durante el año 2017 y los años venideros, sería temerario que un mero mortal intentara realizar un pronóstico, aparte de indicar lo obvio: casi con seguridad se puede decir que las aguas serán turbulentas, y muchas -si no la mayoría- de las naves con eruditos que naveguen por las mismas naufragarán durante el viaje.
(Joseph E. Stiglitz, recipient of the Nobel Memorial Prize in Economic Sciences in 2001 and the John Bates Clark Medal in 1979, is University Professor at Columbia University, Co-Chair of the High-Level Expert Group on the Measurement of Economic Performance and Social Progress at the OECD )
– El camino hacia un nuevo desorden mundial (Expansión – FT – 13/1/17)
(Por Martin Wolf – Financial Times)
Termina un periodo económico y geopolítico liderado por Occidente. ¿Vendrá un desmoronamiento con desglobalización y conflictos o un período en el que más potencias opten por cooperar entre ellas?
No es cierto que la humanidad no pueda aprender de la historia. Puede hacerlo, como lo demuestra el hecho de que Occidente aprendió las lecciones del período oscuro transcurrido entre 1914 y 1945. Pero parece que ahora las ha olvidado. Una vez más estamos viviendo en una época de nacionalismo estridente y xenofobia. Las esperanzas de crear un mundo nuevo de progreso, armonía y democracia gracias a la apertura de los mercados en la década de 1980 y al hundimiento del comunismo soviético entre 1989 y 1991 se han convertido en cenizas.
¿Qué futuro le espera a EEUU, creador y garante del orden liberal de la posguerra, que pronto será gobernado por un presidente que repudia las alianzas permanentes, defiende el proteccionismo y admira a los déspotas? ¿Qué futuro le espera a una UE maltrecha, con el auge de la democracia no liberal en el este, el Brexit y la posibilidad de que Marine Le Pen sea elegida presidenta de Francia?
¿Qué futuro espera ahora que la Rusia de Vladimir Putin quiere recuperar antiguos territorios y ejerce una creciente influencia sobre el mundo y que China ha anunciado que Xi Jinping no es el primero entre iguales sino el líder principal?
El origen del sistema económico y político mundial contemporáneo fue una reacción a los desastres de la primera mitad del siglo XX. Estos últimos, a su vez, fueron causados por el progreso económico sin precedentes, pero altamente desigual, obtenido en el siglo XIX.
Las fuerzas de transformación desencadenadas por la industrialización fomentaron la lucha de clases, el nacionalismo y el imperialismo. Luego, entre 1914 y 1918 ocurrieron la guerra industrializada y la revolución bolchevique. El intento de restaurar el orden liberal imperante antes de la primera guerra mundial en la década de 1920 terminó con la Gran Depresión, el triunfo de Adolf Hitler y el militarismo japonés de la década de 1930. Esto a su vez creó las condiciones idóneas para la masacre catastrófica de la segunda guerra mundial, a la que siguió la revolución comunista en China.
Después de la segunda guerra mundial, el mundo estaba dividido en dos campos: la democracia liberal (encabezada por Estados Unidos) y el comunismo (dirigido por la Unión Soviética). Los imperios controlados por los estados europeos se desintegraron, lo que dio lugar a una serie de nuevos países en lo que se llamaba el tercer mundo.
Ante una civilización europea en ruinas y la amenaza del totalitarismo comunista, Estados Unidos, la economía más próspera del mundo y el país con mayor poder militar, utilizó su riqueza y su sistema de autogobierno democrático para crear, promover y sostener un Occidente transatlántico. De este modo, los líderes occidentales aprendieron conscientemente las lecciones de los errores políticos y económicos desastrosos que cometieron sus predecesores después de su entrada en la primera guerra mundial en 1917.
A nivel nacional, tras la segunda guerra mundial, los países de este nuevo Occidente se fijaron el objetivo de lograr el pleno empleo y un cierto tipo de estado de bienestar. A nivel internacional, una nueva serie de instituciones -el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, el antecesor de la Organización Mundial de Comercio, OMC) y la Organización para la Cooperación Económica Europea (el instrumento del Plan Marshall, más tarde rebautizado como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE)- supervisó la reconstrucción de Europa y promovió el desarrollo económico mundial. La OTAN, el núcleo del sistema de seguridad occidental, fue fundada en 1949. El Tratado de Roma, que estableció la Comunidad Económica Europea, la antecesora de la UE, se firmó en 1957.
Esta actividad creativa se produjo en parte como respuesta a las presiones inmediatas, sobre todo a la miseria económica europea de la posguerra y a la amenaza de la Unión Soviética de Stalin. Pero también reflejaba una visión de un mundo más cooperativo.
Desde el punto de vista económico, la posguerra se puede dividir en dos periodos: el periodo keynesiano de Europa y de la convergencia económica de Japón y el periodo posterior de la globalización orientada hacia el mercado, que empezó con las reformas de Deng Xiaoping en China a partir de 1978 y las elecciones en el Reino Unido y Estados Unidos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan en 1979 y 1980, respectivamente.
Este último período se caracterizó por la finalización de la Ronda Uruguay de negociaciones comerciales en 1994, la creación de la OMC en 1995, el ingreso de China en la OMC en 2001 y la ampliación de la UE en 2004 que acogió a antiguos miembros del Pacto de Varsovia.
El primer período económico terminó con la gran inflación de la década de 1970. El segundo período terminó con la crisis financiera de Occidente de 2007-2009. Entre estos dos períodos hubo una época de confusión e incertidumbre económica, como está ocurriendo ahora. La principal amenaza económica en el primer período de transición fue la inflación. En esta ocasión ha sido la desinflación.
Desde el punto de vista geopolítico, la posguerra también se puede dividir en dos periodos: la guerra fría, que finalizó con la caída de la Unión Soviética en 1991, y la época posterior a la guerra fría. Estados Unidos participó en guerras importantes en ambos períodos: las guerras de Corea (1950-1953) y Vietnam (1963-1975) en el primero y las dos guerras del Golfo (1990-1991 y 2003) en el segundo. Pero no se libró ninguna guerra entre grandes potencias, aunque estuvo muy cerca de producirse durante la crisis de los misiles de Cuba en 1962.
El primer período geopolítico terminó en decepción para los soviéticos y en euforia en Occidente. Hoy en día, es Occidente el que se enfrenta a la decepción geopolítica y económica.
Oriente Próximo está en crisis. La migración masiva se ha convertido en una amenaza para la estabilidad europea. La Rusia de Putin está avanzando. La China de Xi es cada vez más firme. Occidente parece impotente.
Estos cambios geopolíticos son, en parte, el resultado de cambios deseables, sobre todo la propagación de un desarrollo económico rápido más allá de Occidente, en particular a los gigantes asiáticos, China e India. Algunos son también el resultado de decisiones tomadas en otros lugares, como la decisión de Rusia de rechazar la democracia liberal e imponer el nacionalismo y la autocracia como el núcleo de su identidad poscomunista y la decisión de China de combinar la economía de mercado con el control comunista.
Pero Occidente también ha cometido grandes errores, entre los que destaca la decisión después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de derrocar al líder iraquí Saddam Hussein y de difundir la democracia en Oriente Próximo a punta de pistola. Tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido, ahora se considera que la guerra de Irak tuvo un origen ilegítimo, se gestionó de forma incompetente y sus resultados fueron desastrosos.
Las economías occidentales también se han visto afectadas en mayor o menor grado por la desaceleración del crecimiento, el aumento de la desigualdad, el elevado nivel de desempleo (especialmente en el sur de Europa), los cambios en el mercado laboral y la desindustrialización. Estos cambios han tenido efectos particularmente adversos sobre los hombres poco cualificados. La indignación por la inmigración masiva ha crecido, especialmente en partes de la población afectadas negativamente también por otros cambios.
Algunos de estos cambios fueron el resultado de cambios económicos que eran inevitables o que no eran deseables. Es improbable que se ponga freno a la amenaza que supone la tecnología para los trabajadores no cualificados y a la creciente competitividad de las economías emergentes. Sin embargo, en materia de política económica también se cometieron grandes errores, sobre todo no poder conseguir que los beneficios del crecimiento económico se repartieran de forma más igualitaria.
No obstante, la crisis financiera de 2007-2009 y la posterior crisis de la Eurozona fueron los acontecimientos decisivos, que tuvieron efectos económicos devastadores: una subida repentina del desempleo seguida de recuperaciones débiles. Las economías de los países avanzados son una sexta parte más pequeñas hoy en día que lo que lo habrían sido si hubieran continuado las tendencias anteriores a la crisis.
La respuesta a la crisis también socavó la creencia en la equidad del sistema. Mientras la gente corriente perdía sus trabajos o sus casas, el gobierno rescató al sistema financiero. En Estados Unidos, donde el libremercado es una fe secular, esto pareció especialmente inmoral. Por último, estas crisis destruyeron la confianza en la capacidad de actuación y la honradez de las élites financieras, económicas y políticas, sobre todo en la gestión del sistema financiero y en la idea de crear el euro.
En conjunto, todo esto destruyó los pilares en los que se basaban las democracias complejas, que hacían que las élites pudieran ganar grandes sumas de dinero o disfrutar de una gran influencia y poder siempre y cuando hicieran lo que se esperaba de ellas. En su lugar, un largo período de bajo crecimiento de los ingresos para la mayoría de la población, especialmente en Estados Unidos, culminó, para sorpresa de casi todos, en la mayor crisis desde la década de 1930. Ahora, el shock ha dado paso al miedo y la rabia.
La serie de errores geopolíticos y económicos también ha socavado la reputación de la capacidad de actuación de los países occidentales, mientras que ha incrementado la de Rusia y, aún más, la de China. Y con la elección de Donald Trump también ha causado un agujero en las reivindicaciones raídas del liderazgo moral de Estados Unidos.
En resumen, estamos al final de un periodo económico (el de la globalización liderada por Occidente) y de un periodo geopolítico (el momento unipolar posterior a la guerra fría de un orden mundial liderado por Estados Unidos).
La cuestión es si lo que vendrá ahora será un desmoronamiento de la era posterior a la segunda guerra mundial que dé lugar a la desglobalización y a conflictos, como sucedió en la primera mitad del siglo XX, o un nuevo período en el que potencias no occidentales, especialmente China e India, desempeñarán un papel más importante en el mantenimiento de un orden mundial cooperativo.
Una gran parte de la respuesta dependerá de los países occidentales. Incluso ahora, después de una generación de declive económico relativo, EEUU, la UE y Japón generan algo más de la mitad de la producción mundial en términos de precios de mercado y el 36% en términos de paridad de poder adquisitivo.
También siguen siendo los países donde están las empresas más importantes y más innovadoras del mundo, los principales mercados financieros, las instituciones de educación superior de mayor renombre y las culturas más influyentes. EEUU también debería seguir siendo durante décadas el país más potente del mundo, sobre todo a nivel militar, aunque su capacidad para influir en el mundo se debe en gran parte a su red de alianzas forjadas en los primeros años de la posguerra gracias a su forma de gobierno creativa. Hay que mantener estas alianzas.
No obstante, el ingrediente esencial para que Occidente tenga éxito deben ser las políticas y las medidas que se tomen a nivel nacional. El crecimiento lento y el envejecimiento de la población ejercen presión sobre el gasto público. Dado que el crecimiento es débil, sobre todo el de la productividad, y que hay una agitación estructural en los mercados laborales, la política ha adquirido características de suma cero: en lugar de prometer más riqueza y bienestar para todo el mundo, coge cosas de unos para dárselas a los otros. Los ganadores en esta lucha han sido los que ya eran muy ricos. Esto ha incrementado el nerviosismo y la tensión de las personas de clase media y baja de la pirámide de la distribución de la riqueza y les ha hecho más susceptibles a la demagogia racista y xenófoba.
A la hora de evaluar las posibles respuestas, hay que tener en cuenta dos factores. En primer lugar, el periodo posterior a la segunda guerra mundial de hegemonía de Estados Unidos ha sido un gran éxito global. Los ingresos reales medios per cápita a nivel mundial aumentaron un 460% entre 1950 y 2015. El porcentaje de la población en situación de pobreza extrema cayó del 72% en 1950 al 10% en 2015. Por otra parte, la esperanza de vida en el momento del nacimiento a nivel mundial aumentó de 48 años en 1950 a 71 años en 2015, y el porcentaje de la población que vive en países democráticos subió del 31% al 56%.
En segundo lugar, el comercio no ha sido de ninguna manera la principal causa de la disminución prolongada del porcentaje de empleos en la industria de EEUU, aunque el aumento del déficit comercial tuvo un efecto significativo sobre el empleo en este sector después del año 2000. El crecimiento de la productividad impulsado por la tecnología ha sido más importante.
Asimismo, el comercio tampoco ha sido la principal causa del aumento de la desigualdad: todas las economías de renta alta se han visto afectadas por los grandes cambios en la competitividad internacional, pero los efectos de estos cambios sobre la distribución de los ingresos han variado enormemente según país.
EEUU y los líderes occidentales tienen que encontrar mejores maneras de satisfacer las exigencias y necesidades de sus habitantes. Pero el Reino Unido aún no tiene una idea clara de cómo va a funcionar después del Brexit, la eurozona sigue siendo frágil y algunas de las personas que Trump tienen previsto nombrar para altos cargos, así como los republicanos en el Congreso, parecen decididos a cortar los cables pelados de su red de seguridad social.
Un Occidente dividido, encerrado en sí mismo y mal administrado es probable que sea muy desestabilizador. Entonces China podría imponer su grandeza. No se sabe si podrá asumir un papel más importante a nivel mundial, dados los enormes problemas internos que tiene, pero parece bastante improbable.
Si Occidente sucumbiera a la tentación de las soluciones falsas debido a la desilusión y la rabia, incluso podría destruir los pilares intelectuales e institucionales en los que se ha basado el orden económico y político mundial de la posguerra. Es fácil entender estos sentimientos, y al mismo tiempo rechazar esas respuestas tan simplistas. Occidente no se curará a sí mismo haciendo caso omiso a las lecciones de su historia. Pero podría muy bien crear el caos en el intento.
– Spence (premio Nobel): "La regulación es la mejor defensa contra abusos en el mercado" (El Confidencial – 14/1/17)
15 años después de obtener el premio Nobel de Economía, su investigación mantiene la máxima vigencia: en la asimetría de la información está la clave de quien ostenta el poder
(Por Juan Cruz Peña)
Michael Spence (EEUU, 1943) ganó el premio Nobel de Economía en 2001. Esta galardón fue compartido con George Akerlof, cónyuge de la presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen, y con Joseph Stiglitz, mediático economista por sus críticas al sistema capitalista de globalización y la visión liberal de la economía. La idea central por la que obtuvieron el galardón es que las asimetrías de información en el mercado genera desventaja de la parte menos informada sobre la parte más informada en una transacción. Esta grandilocuente afirmación tiene una traslación popular mucho más conocida: "Quien tiene la información, tiene el poder", un breve aforismo cuyo atribución se pierde en la ilustración escocesa del siglo XVIII. Se pone en boca del padre del empirismo, David Hume.
A pesar de la antigüedad de la aseveración y de los trabajos que valieron un premio Nobel a estos académicos, que datan de la década de los 70, su vigencia es palpable en pleno 2016. "En los mercados financieros siempre hay asimetrías", explica Michael Spence a este diario en la cafetería de un lujoso hotel de la capital de España, minutos antes de dirigirse a un foro completo junto con los responsables de la mayor gestora de renta fija del mundo, Pimco, y otras personalidades del mundo empresarial, político y financiero español. Mientras se ajusta la corbata y apura un café, afirma que "contra las asimetrías en la información, una buena regulación es la mejor defensa".
Han pasado 15 años desde que recibiera el premio Nobel pero tiene ejemplos posteriores que apoyan su tesis. "Cuando hay un fallo o vacío en la regulación, los inversores más sofisticados lo aprovechan", señala. "Mira lo que pasó durante los años previos a la crisis: los bancos estaban dando hipotecas que presionaban al alza a mercados como el hipotecario con unos requisitos ridículos, sin investigaciones serias de los ingresos de los hipotecados. Estos créditos sólo tenían sentido si tienes la firme creencia de que los mercados van a seguir subiendo siempre".
Cabe destacar que los bancos que dieron estas hipotecas, las titulizaron y paquetizaron para posteriormente poner en circulación unos peligrosos bonos por todo el mercado financiero. Cuando pasó lo que tenía que pasar, que muchos deudores no podían pagar sus hipotecas, se desató la crisis financiera mundial, con quiebras bancarias incluidas. "Esto fue un completo fallo de regulación que provocó un parón económico", apunta. Años más tarde, el escritor Michael Lewis puso de manifiesto el valor de la información en su libro "The? big short": unos pocos analistas y gestores de Wall Street decidieron analizar a fondo los bonos respaldados por hipotecas y vieron que era un castillo de naipes que acabaría desmoronándose. Apostaron contra ellos y se forraron. Su información era más sólida que la de los grandes bancos de Wall Street o las agencias de calificación, afanados en una carrera sin fin por ganar más y más con estos productos.
Este ejemplo de "fallo en la regulación" del que habla Michael Spence se puede acompañar de otros debidos al "vacío de regulación" que también pone sobre la mesa. Todavía está por resolver el aprovechamiento que hacen las máquinas de trading de alta frecuencia, que no es más que una máquina capaz de intermediar en las operaciones bursátiles en tiempo inapreciable para el ser humano. Su truco una vez más está en la desigualdad de información. Como su propio nombre anglosajón indica, "Frontrunning", la ventaja está en ir un paso por delante del mercado en información de precios, para meterse en medio de las operaciones y sacar tajada.
Quizás por las malas experiencias vividas en el pasado, este académico cree que los bancos cada vez se aprovechan menos de su posición de privilegio en la información: "Son los más regulados del sistema económico". Paradójicamente, esta visión que muestra ahora el premio Nobel coincide con la muerte del histórico banquero y presidente del Banco Bilbao Vizcaya, precedente del actual BBVA, José ángel Sánchez Asiaín, que solía decir que la materia prima de los bancos no era el dinero sino la información. Una información, por supuesto, asimétrica. Toda una alegoría. Hoy la banca paga su posición de dominio en el pasado en forma de regulación e imagen. "No sé qué pasará en Europa, pero en EEUU, Wells Fargo, el mayor banco del mundo, está teniendo serios problemas de reputación por su comportamiento incorrecto", concluye el premio Nobel. Un pensamiento que compartió en el mismo acto promovido por El Confidencial el presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri: "Los bancos tienen un problema de reputación".
Spence, en el momento presente, se muestra escéptico: "La democratización en el acceso a la información tiene efectos de igualdad pero vemos que esto no pasa en muchos países con fuerzas muy poderosas. Si me hubieses preguntado hace diez años si internet mejora la distribución de la información y las oportunidades hubiese dicho que sí y no me hubiera equivocado", señala el premio Nobel. Curiosa esta visión de la tecnología en la recién nacida era de la "posverdad", término de moda, sobre todo desde la victoria de Trump. Ese uso de la realidad que exalta los sentimientos pero sin decir la verdad tiene uno de sus máximos exponentes en el consejero presidencial de Donald Trump. Stephen Bannon, director de la página web Breitbart News, un canal en alza, que tiene en mente abrir sedes en Europa, y que se ha hecho popular por su manejo ideológico y partidista de sus noticias a favor del conocido como Alt-Right (nueva derecha conservadora que encabeza Trump). Sea como fuere, la ventana que ofrece internet la lleva el estadounidense-canadiense Michael Spence pegada al cuerpo, como demuestra el reloj inteligente de última generación que asoma en su muñeca por debajo del traje.
Su aportación al Nobel, concretamente, está en las señales que emite el mercado y sirven de información. De ahí que crea que la educación, la formación o la capacidad de movilidad sean los activos intangibles más valiosos del mundo. Señales de información que dentro del mercado laboral convierten a quienes las poseen en más valiosos. Es su respuesta después de considerar un "desastre" la tasa de paro de España, especialmente dura para los jóvenes. Nada nuevo. Pero su consejo se hace más valioso que nunca en un mundo cada vez más acomplejado ante la globalización.
– Five Leadership Priorities for 2017 (Project Syndicate – 13/1/17)
As the past year has demonstrated, leaders must be responsive to the demands of the people who have entrusted them to lead, while also providing a vision and a way forward. As leaders in government, business, and civil society chart a course for the next year, five key challenges will warrant their attention.
Geneva.- As last year demonstrated, leaders must be responsive to the demands of the people who have entrusted them to lead, while also providing a vision and a way forward, so that people can imagine a better future.
True leadership in a complex, uncertain, and anxious world requires leaders to navigate with both a radar system and a compass. They must be receptive to signals that are constantly arriving from an ever-changing landscape, and they should be willing to make necessary adjustments; but they must never deviate from their true north, which is to say, a strong vision based on authentic values.
That is why the World Economic Forum has made Responsive and Responsible Leadership the theme for our annual January meeting in Davos. As leaders in government, business, and civil society chart a course for the coming year, five key challenges will warrant their attention.
For starters, they will have to come to grips with the Fourth Industrial Revolution, which is redefining entire industries, and creating new ones from scratch, owing to groundbreaking advances in artificial intelligence, robotics, the Internet of Things, self-driving vehicles, 3D printing, nanotechnology, biotechnology, and quantum computing.
These technologies have only begun to show their full potential; in 2017, we will increasingly see what used to be science fiction become reality. But, while the Fourth Industrial Revolution could help us solve some of our most pressing problems, it is also dividing societies into those who embrace change and those who do not. And that threatens our wellbeing in ways that will have to be identified and addressed.
Second, leaders will have to build a dynamic, inclusive multi-stakeholder global-governance system. Today"s economic, technological, environmental, and social challenges can be addressed only through global public-private collaboration; but our current framework for international cooperation was designed for the post-war era, when nation-states were the key actors.
At the same time, geopolitical shifts have made today"s world truly multipolar. As new global players bring new ideas about how to shape national systems and the international order, the existing order is becoming more fragile. So long as countries interact on the basis of shared interests, rather than shared values, the extent to which they will be able to cooperate will be limited. Moreover, non-state actors are now capable of disrupting national and global systems, not least through cyber attacks. To withstand this threat, countries cannot simply close themselves off. The only way forward is to make sure that globalization is benefiting everyone.
A third challenge for leaders will be to restore global economic growth. Permanently diminished growth translates into permanently lower living standards: with 5% annual growth, it takes just 14 years to double a country"s GDP; with 3% growth, it takes 24 years. If our current stagnation persists, our children and grandchildren might be worse off than their predecessors.
Even without today"s technologically driven structural unemployment, the global economy would have to create billions of jobs to accommodate a growing population, which is forecast to reach 9.7 billion by 2050, from 7.4 billion today. Thus, 2017 will be a year in which social inclusion and youth unemployment become critical global and national issues.
A fourth challenge will be to reform market capitalism, and to restore the compact between business and society. Free markets and globalization have improved living standards and lifted people out of poverty for decades. But their structural flaws – myopic short-termism, increasing wealth inequality, and cronyism- have fueled the political backlash of recent years, in turn highlighting the need to create permanent structures for balancing economic incentives with social wellbeing.
Finally, leaders will need to address the pervasive crisis in identity formation that has resulted from the erosion of traditional norms over the past two decades. Globalization has made the world smaller but more complex, and many people have lost confidence in institutions. Many people now fear for their future, and they are searching for shared but distinct beliefs that can furnish a sense of purpose and continuity.
Identity formation is not a rational process; it is deeply emotional and often characterized by high levels of anxiety, dissatisfaction, and anger. Politics is also driven by emotion: leaders attract votes not by addressing needs or presenting long-term visions, but rather by offering a sense of belonging, nostalgia for simpler times, or a return to national roots. We witnessed this in 2016, as populists made gains by fostering reactionary and extreme beliefs. Responsible leaders, for their part, must recognize people"s fears and anger as legitimate, while providing inspiration and constructive plans for building a better future.
But how? The world today seems to be engulfed in a sea of pessimism, negativity, and cynicism. And yet, we have an opportunity to lift millions more people out of poverty, so that they can lead healthier and more meaningful lives. And we have a duty to work together toward a greener, more inclusive, and peaceful world. Whether we succeed will not depend on some external event, but rather on the choices our leaders make.
The coming year will be a critical test for all stakeholders in global society. More than ever, we will need responsive and responsible leadership to address our collective challenges, and to restore people"s trust in institutions and in one another. We do not lack the means to make the world a better place. But to do so, we must look past our own narrow interests and attend to the interests of our global society.
That duty begins with our leaders, who must begin to engage in open dialogue and a common search for solutions to the five major challenges on the horizon. If they acknowledge that ours is a global community with a shared destiny, they will have made a first -albeit modest- step in the right direction.
(Klaus Schwab is Founder and Executive Chairman of the World Economic Forum)
– Trump, el corporativismo y la escasez de innovación (Project Syndicate – 16/1/17)
Chicago.- En Estados Unidos, muchos creen que un desplazamiento político doméstico que lleve del cosmopolitismo al nacionalismo y de las "elites" metropolitanas izquierdistas a las "populistas" rurales de derecha está actualmente en marcha. La ideología económica imperante también está desplazándose desde un corporativismo regulador redistributivo a algo parecido al viejo corporativismo intervencionista.
Votantes descontentos se encuentran detrás de ambos cambios. Durante décadas, los estadounidenses creyeron que viajaban sobre una alfombra mágica de crecimiento económico gracias a los avances en la ciencia y, posteriormente, al surgimiento de Silicon Valley. De hecho, el crecimiento de la productividad total de los factores ha sido lento desde principios de la década de 1970. El auge de la red de Internet del período 1996-2004 fue sólo una fugaz desviación de dicha tendencia.
Con el pasar del tiempo, a medida que las empresas recortaban la inversión en respuesta a los rendimientos decrecientes, el crecimiento de la productividad de la mano de obra y de los salarios por hora ha disminuido, y trabajadores de muchos hogares han abandonado la fuerza de trabajo.
Este es el "estancamiento secular" que el economista Alvin Hansen describió en el pasado. No ha afectado particularmente a la riqueza establecida porque las tasas de interés ultra bajas llevaron a los precios de las acciones a dispararse. Sin embargo, una porción considerable del público se ha exasperado con los líderes gubernamentales que parecen tener otras prioridades en lugar de restaurar un crecimiento de base amplia. Algunos comentaristas llegan incluso a la conclusión de que el capitalismo ha terminado su curso, y que la economía terminará ahora en un estado relativamente estacionario de saturación de capital.
De hecho, desde el año 1970, la remuneración agregada por mano de obra (salarios más beneficios complementarios) ha crecido solamente un poco más lentamente que las ganancias agregadas, y el crecimiento del salario promedio en la parte inferior de la escala de ingresos no se ha desacelerado con relación a la "clase media". Sin embargo, la compensación promedio por hora de los trabajadores del sector privado (empleados de producción y empleados que no son supervisores) ha crecido mucho más lentamente que los beneficios de todos los demás. Y, la tasa de participación de la mano de obra masculina ha disminuido significativamente con respecto a la de las mujeres. En el año 2015, la participación de la industria manufacturera en el empleo total fue sólo de un cuarta parte del nivel que alcanzó en el año 1970.
Las pérdidas de puestos de trabajo de manufactura en el Cinturón de Óxido de Estados Unidos dejaron, de manera predominante, a hombres blancos de clase obrera con un nivel de vida que es sólo algo superior al alcanzado por sus padres. Durante muchos años, especialmente en los Apalaches, ellos han sentido que la sociedad les ha mostrado poco respeto. Ya no pueden desempeñar papeles importantes dentro de sus familias, comunidades o de su país, y la percepción de que quienes perciben altos ingresos no están pagando su porción justa, mientras otros reciben beneficios sin trabajar, magnifica su sensación de injusticia.
No obstante, también existen razones más profundas para su enojo. Estos hombres han perdido la oportunidad de hacer un trabajo significativo y de sentir una sensación de protagonismo; y, se han visto privados de un espacio donde pueden prosperar, al ganar la satisfacción de tener éxito en algo, y crecer en una vocación que les proporcione autorrealización. Les gustaría ser capaces de imaginar y crear cosas que importan. Los "empleos buenos" en algunas ramas de la manufactura ofrecían a estos hombres la perspectiva de nuevos retos, de aprendizaje y promociones complementarias. Los puestos de trabajo en los peldaños inferiores en ventas al por menor y en la industria de servicios no ofrecen nada de lo antes mencionado.
Al perder sus "empleos buenos", estos hombres perdieron la fuente central que les proporcionaba significado a sus vidas. El aumento de suicidios y muertes relacionadas con las drogas entre estadounidenses que se halló en el estudio conducido por Anne Case y Angus Deaton es evidencia de dicha pérdida.
Para determinar una respuesta apropiada a este problema, primero debemos considerar las causas subyacentes del estancamiento en Occidente. Hansen, en un artículo del año 1934, escribió que el "estancamiento secular es causado por la falta de nuevos inventos o nuevas industrias"; y, como demuestro en mi libro Mass Flourishing: How Grassroots Innovation Created Jobs, Challenge, and Change, la innovación estadounidense comenzó a disminuir o estrecharse a finales de la década de 1960.
Para ese entonces, el espíritu innovador de Estados Unidos –el amor por imaginar, explorar, experimentar y crear- se había debilitado dando paso a una ideología corporativista que se permeó en todos los niveles de gobierno y reemplazó a la ideología individualista sobre la cual el capitalismo prospera. Si bien la propiedad privada sigue siendo extensa, el gobierno ejerce ahora el control sobre gran parte del sector privado. Un actor privado con una nueva idea a menudo necesita la aprobación del gobierno para implementarla; y, las empresas que entran en una industria existente deben competir con participantes ya establecidos que normalmente ya cuentan con el apoyo del gobierno. Si bien Silicon Valley creó nuevas industrias y mejoró el ritmo de la innovación durante un período corto, también se ha topado con rendimientos decrecientes.
Para reactivar la innovación, necesitamos cambiar la forma en que se realizan los negocios. El gobierno estadounidense entrante de Donald Trump debería centrarse en abrir la competencia, no sólo en recortar las regulaciones. Desafortunadamente, Trump no se ha enfocado en esto hasta ahora: rara vez ha mencionado la innovación, y su equipo está considerando un abordaje peligroso que realmente podría socavarla.
Para empezar, Trump culpa al comercio, en lugar de culpar a la innovación perdida, por la difícil situación en la que se encuentran los trabajadores estadounidenses. Es cierto que algunos economistas muy capaces parecen compartir esta suposición. Pero, si bien las "naciones innovadoras" tradicionales, como por ejemplo Estados Unidos, el Reino Unido y Francia, han experimentado grandes descensos en la participación de la mano de obra masculina, las tasas de participación han aumentado en las "naciones dedicadas al comercio" como ser en Holanda y Alemania. Esto sugiere que la principal causa de dicha situación es la innovación perdida, no el comercio.
En segundo lugar, Trump está suponiendo que las medidas del lado de la oferta para impulsar las ganancias de las empresas después de impuestos aumentarán los ingresos y crearán empleos. Pero tal abordaje también podría conducir a una explosión de la deuda pública y, en última instancia, podría precipitar una profunda recesión.
Por último, y lo peor de todo, Trump piensa que al intimidar a ciertas empresas, como por ejemplo a Ford y Carrier, y al ayudar a otras, como ser a Google, impulsará la producción y el empleo. Esta es una expansión de la política corporativista en una proporción que no se ha visto desde las economías fascistas de Alemania e Italia en la década de 1930. Si este pensamiento persiste, habrá más interferencias en el sector empresarial para proteger a los participantes ya establecidos y bloquear a quienes recién llegan. Esto obstruirá las arterias de la economía, y lo más probable es que se evite muchísima más innovación de la que se estimule entre los participantes ya establecidos.
Los formuladores de políticas deben despertar ante los peligros del corporativismo resurgente bajo el gobierno de Trump. Tal abordaje al estancamiento y las privaciones económicas de hoy en día amenaza con hundir un clavo de plata en el corazón de la innovación – y de la clase obrera estadounidense.
(Edmund S. Phelps, the 2006 Nobel laureate in economics, is Director of the Center on Capitalism and Society at Columbia University and author of Mass Flourishing)
– Un New Deal para salvar a Europa (Project Syndicate – 23/1/17)
Londres.- "No me importa lo que cueste. ¡Recuperamos nuestro país!" Este es el mensaje orgulloso que se escucha por toda Inglaterra desde el referendo del Brexit en junio pasado. Y es una demanda que está resonando en todo el continente. Hasta hace poco, cualquier propuesta para "salvar" a Europa era vista con misericordia, aunque con escepticismo sobre su viabilidad. Hoy, el escepticismo gira en torno de si vale la pena o no salvar a Europa.
El repliegue de la idea europea está siendo impulsado por la fuerza combinada de una negación, una insurgencia y una falacia. La negación del establishment de la UE de que la arquitectura económica de la Unión nunca estuvo pensada para sustentar la crisis bancaria de 2008 ha resultado en fuerzas deflacionarias que deslegitiman el proyecto europeo. La reacción predecible ante la deflación ha sido la insurgencia de partidos antieuropeos en todo el continente. Y, lo más preocupante de todo, el establishment ha respondido con la falacia de que una "federación light" puede frenar la ola nacionalista.
No puede. Después de la crisis del euro, los europeos se estremecen ante la idea de darle a la UE más poder sobre sus vidas y comunidades. Una unión política de la eurozona, con un pequeño presupuesto federal y cierta mutualización de las ganancias, las pérdidas y la deuda, habría sido útil en 1999, cuando nació la moneda común. Pero ahora, bajo el peso de las gigantescas pérdidas bancarias y las deudas heredades causadas por la arquitectura defectuosa del euro, la federación light (como propuso el candidato presidencial francés Emmanuel Macron) es demasiado poco demasiado tarde. Se convertiría en la Unión de la Austeridad permanente que el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schaüble, ha buscado durante años. No podría existir mejor regalo para la "Internacional Nacionalista" de hoy.
Para decirlo en términos sencillos, los progresistas necesitan formular una pregunta directa: ¿Por qué la idea europea se está muriendo? Las respuestas son claras: desempleo involuntario y migración intra-UE involuntaria.
El desempleo involuntario es el precio de una inversión inadecuada en toda Europa, debido a la austeridad, y de las fuerzas oligopólicas que han concentrado empleos en las economías superavitarias de Europa durante la resultante era deflacionaria. La migración involuntaria es el precio de la necesidad económica en la periferia de Europa. La gran mayoría de los griegos, búlgaros y españoles no se mudan a Gran Bretaña o Alemania por el clima; se trasladan porque deben hacerlo.
La vida para los británicos y los alemanes mejorará no construyendo cercos fronterizos electrificados y replegándose al seno del estado-nación, sino creando condiciones decentes en cada país europeo. Y eso es precisamente lo que se necesita para revivir la idea de una Europa democrática y abierta. Ninguna nación europea puede prosperar sustancialmente si otros europeos son víctimas de la depresión. Es por eso que Europa necesita un New Deal mucho antes de empezar a pensar en una federación.
En febrero, el movimiento DIEM25 revelará un New Deal europeo, que lanzará al mes siguiente, en el aniversario del Tratado de Roma. Ese New Deal estará basado en un principio rector simple: todos los europeos deberán gozar en su país natal del derecho a un empleo digno del que puedan vivir, una vivienda decente, atención médica y educación de alta calidad y un medio ambiente limpio.
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