¿Las políticas de Trump perjudican o benefician a la Unión Europea? (Parte II) (página 3)
Todo este cuestionamiento ha llevado a que se ponga en duda la sociedad abierta y que muchos votantes estén dispuestos a dar su apoyo a candidatos que usan un lenguaje más próximo al ciudadano de a pie y que prometen soluciones fáciles a problemas complejos. El discurso anti-sistema logra así aglutinar a una amalgama de votantes muy heterogéneos, pero con una base cada vez más amplia. Engloba a aquellos que se sienten desprotegidos y dejados atrás, pero también a quienes les va bien económicamente pero que están desilusionados con los políticos y los tecnócratas y que, por lo tanto, quieren reducir el peso del Estado y su establishment para liberar a las fuerzas del mercado. El cuestionamiento de los expertos ha quedado evidente, sobre todo en la campaña del Brexit.
Conclusiones
La victoria de Donald Trump en las elecciones de EEUU, el Brexit británico y el auge de partidos como el Frente Nacional francés o Alternativa por Alemania han sorprendido al establishment y han puesto en cuestión décadas de alternancia política entre fuerzas moderadas en los países de Occidente. Las causas de este fenómeno son múltiples. Engloban desde el enfado de los perdedores de la globalización, el temor de muchos a la pérdida de la identidad nacional en sociedades cada vez más diversas y cosmopolitas, la ansiedad en relación al cambio tecnológico y su impacto sobre el empleo, la frustración ante los menguantes recursos para mantener el Estado del Bienestar y la indignación ante la falta de representatividad de muchos aspectos del sistema democrático en un mundo cada vez más globalizado que ha dejado obsoleto el concepto de soberanía nacional.
Todas ellas se combinan y amenazan a la sociedad abierta y al orden internacional que ha imperado durante décadas y que ha generado un espectacular desempeño económico pero que producido también crecientes desigualdades materiales y de oportunidades en las sociedades avanzadas.
Dar respuesta a los fundados temores de la ciudadanía es tal vez el reto más importante al que se enfrentan los países occidentales. La deriva nacionalista, proteccionista, xenófoba y autoritaria de los nuevos planteamientos de muchos de los partidos anti-establishment debería ser combatida atendiendo a las causas que las originan. Mirar para otro lado esperando que capeara el temporal, como se ha venido haciendo en los últimos años, es una receta para el fracaso. Desarrollar mejores políticas de integración de los emigrantes y refugiados es clave en este sentido. También es necesario redistribuir mejor los enormes niveles de riqueza que genera la globalización, subrayar las ventajas de la diversidad y preparar a la ciudadanía contra el cambio tecnológico dándole recursos para adaptarse al cambio. No se trata tanto de proteger frente a los efectos de la globalización como de empoderar a los ciudadanos para que puedan aprovecharla lo máximo posible. Finalmente, también hay que explicar mejor los límites a los que se enfrenta el Estado del Bienestar y qué reformas necesita para poder ser sostenible y abrir nuevos espacios y canales públicos para que la ciudadanía pueda sentirse más y mejor representada.
(Miguel Otero Iglesias Investigador principal, Real Instituto Elcano – Federico Steinberg Investigador principal, Real Instituto Elcano)
– La amenaza del proteccionismo en Estados Unidos (Expansión – Faes – 23/11/16)
(Por Francisco Cabrillo)
Tras la victoria de Trump, mucha gente -dentro y fuera de los Estados Unidos- parece pensar que el país puede ir al desastre en los próximos años. Creo, sin embargo, que tal idea es equivocada. Las instituciones norteamericanas, con su complejo sistema de contrapesos, son, afortunadamente, muy sólidas; y parece difícil que un presidente -aunque sea un tipo tan particular como Trump- pueda dañarlas de forma significativa.
¿No hay ningún motivo de preocupación, entonces? Me temo que no es así. Hay un sector muy importante en el que el nuevo presidente podría causar serios daños a la economía de su propio país, y a la del resto del mundo: el comercio exterior. En la peor tradición del populismo norteamericano, el presidente electo se declaró, a lo largo de toda la campaña electoral, partidario de proteger la industria nacional con restricciones a las importaciones; y ha amenazado a China con establecer elevados aranceles a los productos provenientes de aquel país.
Esta estrategia tiene, al menos, dos fuentes importantes. La primera es la vieja tradición proteccionista norteamericana. Una de las cosas que aprendí, hace ya muchos años, en aquel país, fue a distinguir entre la economía de mercado, por una parte; y el denominado sistema americano de libre empresa, por otra. Este último defiende la libertad de empresa en el interior del país, pero no integra en su concepto de libertad económica el derecho que todos tenemos a comprar allí donde resulta más barato y vender allí donde nuestro producto es más caro. Las ideas de Trump parecen bastante de acuerdo con este principio.
La segunda razón es, naturalmente, el populismo que ha impregnado buena parte de su mensaje electoral y que ha convencido a millones de votantes. En su oposición al libre comercio internacional, las ideas de Trump coinciden con las de diversos partidos de extrema izquierda y de extrema derecha en muchos países y tienen creciente aceptación popular. Por ello, propuestas dirigidas a reducir las importaciones provenientes de China, a frenar las negociaciones del TTIP o a poner obstáculos a los logros ya alcanzados en el Acuerdo Norteamericano de Libre Comercio no encontrarían demasiada oposición ni en la opinión pública ni en el legislativo. En los Estados Unidos las iniciativas liberalizadoras en materia de comercio exterior tienen que partir del poder ejecutivo, ya que hay muy pocas probabilidades de que nazcan en el Congreso. La presencia de numerosos lobbies, representantes de grupos de interés, y las políticas de "vota sí al proyecto de mi estado y yo haré lo mismo con el próximo proyecto de ley que presentes en la Cámara" hacen que el Congreso sea una institución en la que tienden a dominar casi siempre las tendencias proteccionistas.
Los norteamericanos deberían ser conscientes, sin embargo, de que esta política, aunque les pueda parecer beneficiosa para desarrollar su industria, crear empleo en determinados sectores y elevar los salarios, podría tener, si realmente se aplicara, unos efectos muy perjudiciales para la economía de su propio país. Y deberían recordar que tiene un precedente importante que muestra lo que puede ocurrir cuando se busca elevar el crecimiento económico con políticas que restringen el comercio internacional. La última vez en la que el país dio un paso decidido hacia el proteccionismo fue el año 1930, cuando el Congreso aprobó, con muy amplia mayoría en las dos cámaras, el arancel Smoot-Hawley, una de las peores decisiones en toda la historia de la política económica de Norteamérica. Con los nuevos aranceles proteccionistas se intentaba, en los primeros momentos, apoyar a los agricultores frente a la competencia internacional en unos momentos de crisis; y, más tarde a otros sectores que se apuntaron al carro de la protección. Populismo puro, sin duda, que contó con el apoyo de buena parte de la población. Pero la medida provocó reacciones adversas en otros países y contribuyó, en buena medida a hundir el comercio exterior de los Estados Unidos y a agravar la recesión de la década de los años treinta.
Las ideas de Trump tienen, por tanto, precedentes en la historia de su país. Y estas experiencias muestran lo peligroso que puede resultar hacer experimentos proteccionistas… aunque a muchos votantes y a muchos políticos les guste.
– EEUU y el mundo están en transición (Project Syndicate – 23/11/16)
Nueva York.- En menos de dos meses, la transición política estadounidense habrá terminado. El presidente número 45 de Estados Unidos se instalará en la oficina oval. El presidente electo Donald Trump se convertirá en el presidente Trump; el presidente Barack Obama se unirá a Jimmy Carter, George H.W. Bush, Bill Clinton y George W. Bush como uno más en la lista de ex presidentes de EEUU que están con vida.
Proliferan especulaciones sobre las probables políticas de Trump, tanto sobre su política exterior como la doméstica; pero, pocas de dichas especulaciones, e incluso hasta ninguna, son significativas. Hacer campaña proselitista y gobernar son dos actividades muy distintas, y no hay razón para suponer que la forma en la que Trump condujo la primera sea indicativa de la forma cómo él abordará la segunda. Aún no sabemos quiénes serán los principales asesores, y cómo (y cuán bien) trabajarán los mismos de manera conjunta.
Sin embargo, en medio de esta incertidumbre, hay algunas cosas que sí sabemos. La primera es que a Trump se le recibirá con una cesta de asuntos por resolver que está repleta de desafíos internacionales difíciles. Sin duda, ningún problema se compara con la Guerra Fría en su apogeo, pero la gran cantidad y complejidad de problemas no tiene precedentes en tiempos modernos.
Encabezando la lista estará el Medio Oriente, una región en una etapa avanzada de desintegración. Siria, Irak, Yemen y Libia se enfrentan a una mezcla de guerras civiles y guerras subsidiarias, estas últimas también llamadas guerras proxy. El pacto nuclear con Irán, en el mejor de los casos, lidia con un sólo aspecto del poder iraní, y únicamente por un período de duración limitado. Puede que el Estado Islámico (ISIS) llegue a perder su dimensión territorial; pero, junto con otros grupos, continuará representando una amenaza terrorista durante los años venideros. La difícil situación de millones de refugiados se constituye no sólo en una tragedia humanitaria, sino que también en una carga económica y estratégica para los países en la mencionada región y en Europa.
Además, Europa ya se enfrenta a muchos otros retos importantes, incluyendo la agresión rusa contra Ucrania, Brexit, el auge del populismo y el nacionalismo, y las bajas tasas de crecimiento económico. Turquía plantea un problema especial, dado su creciente antiliberalismo dentro de sus fronteras y su comportamiento impredecible en el exterior. El hecho de que los kurdos de Siria hayan demostrado que son los mejores aliados de Estados Unidos contra ISIS es un factor que se suma a la complejidad de las decisiones de política exterior que aún están a la espera de ser tomadas.
La estabilidad de Asia Oriental se ve amenazada por el ascenso y las ambiciones estratégicas de China, los avances nucleares y de misiles balísticos de Corea del Norte, así como también por una serie de controvertidas reivindicaciones marítimas y territoriales. En Asia del Sur existe una renovada tensión entre India y Pakistán, dos rivales nucleares con una historia de conflictos. Es igual de incierto el futuro de Afganistán, país donde la participación y la ayuda internacional durante un periodo mayor a una década no logró producir un gobierno competente, ni pudo sofocar a los talibanes y a otros grupos armados de oposición.
Físicamente más cerca de EEUU, está una Venezuela rica en petróleo que tiene muchas de las características de un Estado fallido. En África, del mismo modo, una mezcla de gobernabilidad deficiente, crecimiento económico bajo, con terrorismo o guerra civil, o con ambos de estos factores, es abrumadora para muchos países. Además, a nivel mundial, se aplican pocas reglas o sanciones, si acaso se las llega a aplicar, con relación a comportamientos imprudentes en ámbitos trascendentales (entre ellos, el ciberespacio, que es uno que reviste suma importancia).
Si bien hacer campaña proselitista no es lo mismo que gobernar, la campaña de Trump ha añadido otros carices a las dificultades que él mismo enfrentará. Al candidatear sobre la base de una plataforma que pregona "Primero Estados Unidos", Trump ha hecho que surjan cuestionamientos entre los aliados de Estados Unidos acerca de cuán inteligente es continuar dependiendo del apoyo de Estados Unidos. La aparente desaparición de la Asociación Transpacífico ha creado malestar en Asia y América del Sur sobre la previsibilidad de Estados Unidos y sobre si Estados Unidos seguirá siendo el líder del comercio mundial o adoptará una actitud más cercana al proteccionismo. México, escogido por Trump como blanco especial de sus críticas durante la campaña electoral, se enfrenta a un conjunto singular de asuntos relacionados tanto al comercio como a la inmigración.
El presidente entrante y los que le rodean estarán bajo presión para abordar todos estos asuntos y preocupaciones de manera rápida, pero sería aconsejable que se tomen su tiempo. La prioridad por ahora, y por los meses venideros, debería ser conformar el equipo de la nueva administración. Deben llenarse aproximadamente 4.000 puestos. Los miembros de la nueva administración también tendrán que aprender a trabajar juntos, y deberán revisar las políticas existentes antes de que puedan tomar decisiones acerca de otras nuevas. Se centrará la atención de manera considerable en -y se acumularán las expectativas sobre- los primeros cien días de la administración. Sin embargo, no existe nada mágico adherido a los primeros cien días de una presidencia de 1.460 días de duración. Es mejor hacer las cosas bien que hacerlas con premura antes de una fecha determinada.
Sería muy sabio que los gobiernos de otros países hagan más que solamente observar y esperar a que la nueva administración de Estados Unidos se organice. Los aliados deben considerar que otras cosas más podrían hacer a favor de la defensa común. Ellos pueden desarrollar y compartir sus ideas sobre la mejor manera de lidiar con Rusia, China, ISIS, Corea del Norte e Irán. Del mismo modo, puede comenzar a pensar acerca de cómo proteger y promover el comercio mundial en ausencia de nuevos acuerdos liderados por Estados Unidos. En esta nueva era, el equilibrio entre el orden y el desorden mundial será determinado no sólo por las acciones de Estados Unidos, sino que también, y cada vez en mayor magnitud, por las acciones para la que estén preparados a tomar otros países que están alineados desde tiempo atrás con EEUU
(Richard N. Haass, President of the Council on Foreign Relations, previously served as Director of Policy Planning for the US State Department (2001-2003), and was President George W. Bush's special envoy to Northern Ireland and Coordinator for the Future of Afghanistan )
– Donald Trump"s Brave New World (Project Syndicate – 23/11/16)
New York.- "What we love will ruin us", predicted Aldous Huxley in 1932. In Brave New World, he described a human race that, by 2540, has been destroyed by ignorance, a lust for constant entertainment, the dominance of technology, and an overabundance of material goods. With Donald Trump"s recent election as president, the United States seems to be fulfilling Huxley"s prediction more than 500 years ahead of schedule.
America"s public culture has long shied away from highbrow thinking, often touting a kind of demotic laissez-faire egalitarianism as a precondition for unrestricted creativity and the unbridled capitalism that it supports. All anyone needs to get ahead are guts and perseverance.
That was once an attractive proposition for countries like the Soviet Union, which was closer to the world of George Orwell"s own dystopian novel 1984. In a place where government control had forced all cultural creativity underground, the demotic spirit and imagination that America seemed to embody seemed like a dream.
But in a world like Orwell"s, political pressure ultimately builds, and a surging dissident movement sweeps away the system, as the Soviet Union was in 1991. When people are distracted by mindless entertainment and piles of stuff, however, they lose their will to resist. Eventually, they are so lacking in knowledge and skills that they could not reject that life, even if they wanted to.
In other words, the world that Soviet citizens might have hoped for could represent a different sort of prison – less unpleasant, perhaps, but also more difficult to escape. That is what the US now faces.
America"s culture industry has long lent the country"s politics a tinge of Hollywood surrealism. Politicians are characters, from Jimmy Stewart"s morally incorruptible innocent in "Mr. Smith Goes to Washington" (1939) to Orson Welles"s Trumpian mogul in "Citizen Kane" (1941) and Robert Redford"s earnest crusader in "The Candidate" (1972), not to mention John Wayne"s many cowboys and rangers.
With the election of the young, tanned John F. Kennedy in 1960, the Hollywood aesthetic moved into the White House for the first time. In 1960, Kennedy was beamed into American homes, standing beside the better-known but far less charming Richard Nixon. More of a playboy than a cowboy, Kennedy captured American hearts. But he was no avatar of philistinism: on the contrary, he declared in 1963 that "ignorance and illiteracy breed failures in our social and economic system".
America"s next screen-friendly president was Ronald Reagan, an actual actor who had played an actual cowboy. But, when it came to openness and knowledge, his view was the opposite of JFK"s. Advocating supply-side economics to the white working class, he convinced millions that "less government", which meant cutting federal programs, including education – would bring "morning in America".
With his well-rehearsed sunny disposition, Reagan expertly played his role as president, but with a decidedly Hollywood flair. His Strategic Defense Initiative, intended to end the nuclear-deterrence strategy known as "mutual assured destruction", was actually nicknamed "Star Wars". Reagan"s enduring status as a Republican icon has much to do with his ability to dole out cowboy cruelty with movie-star charm, though luck also played a role. After all, victory in the Cold War was aided substantially by Mikhail Gorbachev, whose effort to reform the Soviet Union hastened its collapse.
In the wake of that victory, America doubled down on the proposition that daring beat knowing. James Carville, a campaign strategist for President Bill Clinton (who benefited from his own Southern-infused Kennedy-like charm), coined a phrase -"It"s the economy, stupid"- so catchy that it is frequently invoked to this day. And yet it is precisely the American economy that has dumbed so many down.
By 2000, Americans were ready for George W. Bush. At once a prince and an everyman, he combined his father"s East Coast blue-blood pedigree with a simple Texan persona, making him a perfect cross between Stewart and Wayne. But Bush was no movie star. Rather, he was an actor in an advertisement, hawking wars.
Today, entertainment has entered a new phase – and so has politics. From reality television to summer blockbusters to social media, what occupies a growing number of people, especially in the US, is more unfiltered, instantaneous, and relentless than ever. The thirst for detailed knowledge and complex discussion seems to have been almost fully supplanted by a far more powerful thirst for memes, likes, and followers.
Enter Trump. With his rowdy rallies and 140-character 2:30 a.m. "policy proposals", the former reality television star knows exactly how to attract an angry population struggling to frame its grievances. Trump himself -who was rumored to have set his sights on launching "Trump TV" in the wake of the election (which he presumably expected to lose)- has attributed his election victory to social media.
Some Trump voters claim that they were driven by "common sense", and that what appealed to them was his message of "prosperity and reducing the debt", together with "a strong military and reforming immigration". But a closer look reveals that that message had no substance; indeed, it was barely coherent.
What Trump supporters really voted for was the mean boss on "The Apprentice", the decisive authoritarian who will fire -or deport- anyone, without a second thought. They voted for the guy they thought would follow Wayne"s swaggering mantra: "If everything isn"t black and white, I say, "Why the hell not?"" And many voted for a return to a time when white men were cowboys and conquerors.
With the election of Trump, who has named a white supremacist as his chief adviser and strategist, America could cross into Orwell territory. That would be devastating, but the silver lining is that, eventually, a resistance would rise up and destroy the system. But even if Trump stops short of neo-fascism, he could create an America that works for fewer and fewer people, while voters, so busy sharing cat pics and fake news on social media, gradually lose their remaining capacity to distinguish between lived reality and its virtual shadow.
(Nina L. Khrushcheva, the author of Imagining Nabokov: Russia Between Art and Politics and The Lost Khrushchev: A Journey into the Gulag of the Russian Mind, is Professor of International Affairs and Associate Dean for Academic Affairs at The New School and a senior fellow at the World Policy Institu )
– El talón de Aquiles de la Trumpeconomía (Project Syndicate – 24/11/16)
New Have.- La estrategia económica de Donald Trump está plagada de imperfecciones. El presidente electo de Estados Unidos quiere restablecer el crecimiento a través de un gasto basado en déficit en un país con una escasez crónica de ahorro. Esto apunta a una mayor compresión del ahorro nacional, lo que hace que una ampliación de una brecha comercial ya sobredimensionada resulte inevitable.
Esa dinámica revela el talón de Aquiles de la Trumpeconomía: un sesgo proteccionista evidente que choca frontalmente con la dependencia ineludible de Estados Unidos del ahorro externo y de los déficits comerciales para sustentar el crecimiento económico.
La administración Trump no heredará una economía estadounidense fuerte y sólida. El ritmo de recuperación desde la Gran Recesión ha sido la mitad de lento que los rebotes cíclicos normales -lo cual es más inquietante dada la enorme magnitud de la contracción en 2008-2009-. Y los ahorros, el germen de la prosperidad futura, siguen siendo terriblemente escasos. La llamada tasa de ahorro nacional neta -la suma ajustada por depreciación del ahorro de empresas, hogares y gobierno- era de apenas el 2,4% del ingreso nacional a mediados de 2016. Si bien eso es una mejora respecto de la posición de ahorro negativa sin precedentes en 2008-2011, sigue estando lejos del promedio del 6,3% que prevaleció en las últimas tres décadas del siglo XX.
Esto es importante porque explica los déficits comerciales perniciosos contra los que Trump sigue despotricando. Sin ahorros y con la intención de crecer, Estados Unidos debe importar ahorro excedente del exterior. Y la única manera de atraer ese capital extranjero es mediante déficits masivos de cuenta corriente y comercial. Los números lo confirman: desde 2000, cuando el ahorro nacional cayó muy por debajo de la tendencia, el déficit de cuenta corriente se amplió a un promedio del 3,8% del PIB -casi cuatro veces la brecha del 1% de 1970 a 1999-. De la misma manera, el déficit de exportaciones netas -la medida más amplia del desequilibrio comercial de un país- ha sido del 4% del PIB desde 2000, comparado con un promedio del 1,1% en las últimas tres décadas del siglo XX.
La Trumpeconomía tiene la causa y el efecto detrás de este retroceso. Se obsesiona con las causas específicas por país del déficit comercial, como China y México, pero no ve el punto fundamental de que estos déficits bilaterales son síntomas de un problema de ahorro mucho más profundo en Estados Unidos. Supongamos por el momento que Estados Unidos cierra el comercio con China y México -el primer y cuarto componente más grande del déficit comercial total- a través de una combinación de aranceles y otras medidas proteccionistas (incluida la renegociación propuesta del TLCAN y un muro financiado por México). Si no se aborda la escasez de ahorro crónica de Estados Unidos, los componentes chino y mexicano del déficit comercial simplemente serán redistribuidos a otros países -muy probablemente a productores de costos más elevados-. El resultado sería el equivalente funcional de un alza de impuestos a las familias atribuladas de clase media de Estados Unidos.
En resumen, no existe una reparación bilateral para un problema multilateral. Estados Unidos tenía déficits comerciales con 101 países en 2015 -un problema multilateral que surge de una escasez de ahorro que no se puede resolver de manera efectiva con "remedios" específicos por país-. Eso no quiere decir que los socios comerciales de Estados Unidos deberían seguir ejerciendo prácticas injustas. Pero sí implica que existe una esperanza limitada de resolver los déficits comerciales aparentemente crónicos -y la erosión relacionada de las contrataciones domésticas vinculadas a esos desequilibrios- si Estados Unidos no empieza a ahorrar otra vez.
Desafortunadamente, la situación se va a tornar más complicada. Al parecer, es probable que la Trumpeconomía exacerbe la escasez de ahorro de Estados Unidos en los próximos años. Los análisis del Tax Policy Center, de la Tax Foundation y de Moody's Analytics indican que los déficits presupuestarios federales en el plan económico de Trump están encaminados hacia por lo menos el 7% del PIB en los próximos diez años. Los asesores sénior de Trump en materia de política económica, Peter Navarro y Wilbur Ross, sostuvieron en un informe de situación en septiembre que estas estimaciones son erradas, porque no tienen en cuenta las "ganancias inesperadas generadoras de crecimiento" como resultado de las reformas regulatorias y energéticas, o la bonanza agregada que debería surgir de un achicamiento marcado del déficit comercial de Estados Unidos.
Por cierto, el análisis de Navarro-Ross atribuye un 73% de las ganancias generadoras de crecimiento de la Trumpeconomía a una enorme mejora de la balanza comercial general en los próximos diez años. Sin embargo, como dije más arriba, si no hay un incremento milagroso del ahorro nacional, esto es sumamente dudoso. La contabilidad creativa, durante mucho tiempo un elemento esencial de la economía del lado de la oferta, nunca ha sido más imaginativa.
Allí reside una de las desconexiones más notorias de la Trumpeconomía. Ponerse duro en materia de comercio en un momento en el cual el ahorro nacional está a punto de sufrir una presión cada vez mayor simplemente no suma. Hasta las estimaciones más conservadoras del déficit presupuestario federal sugieren que la tasa de ahorro nacional neta ya deprimida podría volver a entrar en territorio negativo en algún momento del período 2018-2019. Eso ejercería una presión renovada sobre los déficits de cuenta corriente y comercial, lo que tornaría extremadamente difícil revertir la pérdida de empleos e ingresos por la cual los políticos rápidamente culpan a los socios comerciales de Estados Unidos.
Irónicamente, en la inminente era de ahorro negativo, Estados Unidos descubrirá que cada vez depende más del ahorro excedente del exterior. Si la administración Trump apunta a los principales prestadores extranjeros -por caso, China-, su estrategia rápidamente podría volvérsele en contra. Como mínimo, podría haber un impacto adverso en los términos según los cuales Estados Unidos se endeuda en el exterior; eso podría significar tasas de interés más altas -de las cuales ya hay indicios evidentes- y, en definitiva, una presión bajista sobre el dólar. Y, por supuesto, éste es el peor escenario de una escalada de la guerra comercial global.
El proteccionismo, el ahorro anémico y el gasto basado en déficit conforman un cóctel especialmente tóxico. En la Trumpeconomía, será excesivamente difícil lograr que Estados Unidos vuelva a ser grande.
(Stephen S. Roach, former Chairman of Morgan Stanley Asia and the firm's chief economist, is a senior fellow at Yale University's Jackson Institute of Global Affairs and a senior lecturer at Yale's School of Management. He is the author of Unbalanced: The Codependency of America and China)
– El Berlusconi de Estados Unidos (Project Syndicate – 24/11/16)
Londres- En las últimas semanas el mundo ha estado tratando de adivinar la conducta que tendrá Donald Trump una vez asuma el cargo y las políticas que impulsará tras una larga campaña de declaraciones contradictorias. Los ex presidentes estadounidenses que también fueron empresarios (Warren G. Harding y Herbert Hoover) ejercieron hace demasiado tiempo como para dar alguna orientación. Pero hay un precedente en Europa: el italiano Silvio Berlusconi.
Berlusconi fue pionero de lo que Trump ha logrado. Como él, es un empresario que inició su fortuna en el negocio inmobiliario. Cuando entró a la política en 1994 era un forastero aunque, igual que Trump, durante largo tiempo había estado rodeado de personas que conocían bien el sistema.
Los parecidos no acaban allí. Tanto Trump como Berlusconi estaban muy familiarizados con los entresijos de los tribunales; Trump se ha movido rápido desde las elecciones para resolver las demandas por fraude contra la Trump University, pero tiene abiertas cerca de 70 otras demandas contra él y sus empresas. Y ambos tienen una serie de conflictos de interés con su papel de jefe de gobierno debido a la extensión de sus imperios comerciales.
Al igual que Trump, Berlusconi se las arregló para presentarse al mismo tiempo como un potentado y un populista. Prefería comunicarse directamente con la gente, por encima de los medios tradicionales y las estructuras partidarias. De alguna manera, su preferencia por las mujeres glamorosas y las residencias ostentosas elevaba su arrastre popular.
La comparación entre Trump y Berlusconi está lejos de ser superficial. De hecho, la experiencia de Italia con Berlusconi -o il cavaliere (el caballero), como se lo conoce en su país- da seis claras lecciones sobre lo que los estadounidenses y el mundo pueden esperar de Trump.
Primero, nadie debería subestimar al próximo presidente de EEUU. Ya ha desafiado las expectativas: pocos esperaban que siquiera ganara las primarias republicanas. Sin embargo, muchos siguen prediciendo su inminente caída, suponiendo que no durará más de cuatro años en la Casa Blanca, si es que antes no se le destituye mediante un juicio político.
La experiencia de Berlusconi cuenta una historia diferente. También sus contrincantes lo subestimaron una y otra vez. Los comentaristas lo consideraban demasiado ignorante e inexperto para durar como primer ministro, suponiendo que no sobreviviría al tira y afloja de la política o las presiones del gobierno.
Sin embargo, Berlusconi sigue siendo una de las figuras centrales de la política italiana. En los últimos 22 años ha ganado tres elecciones generales y sido primer ministro durante 9 años. Cada vez que los periodistas o intelectuales han intentado llevarlo a un debate público, han perdido. Los críticos de Trump (de hecho, todos los observadores estadounidenses) deberían tener eso en mente.
La segunda lección es que probablemente Trump lleve en lo esencial una campaña política permanente, imponiendo su presencia sobre la mesa. A menudo Berlusconi ha hecho uso de la televisión para tal fin, en especial sus propios canales comerciales. En lugar de conceder entrevistas que no puede controlar, solía trabajar con sus acólitos preferidos, o simplemente hablaba en directo a la cámara. Más de algún programa de debates políticos se ha visto interrumpido por una llamada del primer ministro exigiendo intervenir.
De Trump podemos esperar no solo que siga con sus ráfagas de tuits, sino el uso de la televisión especialmente programas de tertulias y otros canales para hablar directamente a la gente. La decisión de Trump de hacer público un vídeo de YouTube de dos minutos y medio en que enumeraba sus prioridades, en lugar de una conferencia de prensa, refuerza esta idea. Si bien puede parecer una actitud poco presidencial, funciona al menos si la ejecuta un maestro del mercadeo que no se toma los hechos muy en serio.
La tercera lección del éxito de Berlusconi es que incluso alguien muy rico y poderoso puede presentarse como víctima. De hecho, incluso estando en el cargo, denunciaba ser atacado por el poder judicial, sus rivales de negocios, los "comunistas" o el sistema político.
Podemos esperar que Trump haga lo mismo cuando se dé el caso. No importa que sea un multimillonario nacido en cuna de oro o que en las próximas elecciones sea el mandatario en funciones. Se presentará como víctima de los ataques de enemigos egoístas e interesados.
La cuarta lección es que va a haber insultos. Berlusconi usó sus periódicos y canales de televisión para ensuciar con tanta fuerza a sus oponentes que el escritor Roberto Saviano las llamó macchina del fango o "máquinas de enlodar".
Los ataques de Trump a los medios de comunicación, a menudo a través de Twitter, anuncian esto, así como sus promesas de campaña de "abrir las compuertas" de las leyes antidifamación. Es probable que su principal agente en este ámbito sea su recién nombrado estratega en jefe, Stephen Bannon, ex director de la ultraderechista Breitbart News.
La quinta lección es que probablemente Trump aprecie la lealtad por sobre todo en su gobierno, tal como lo hiciera Berlusconi. Ya ha convertido a sus tres hijos mayores (que se supone han de administrar sus negocios durante su mandato) en actores clave de su campaña y equipo de transición.
Puede que las leyes federales prohíban a Trump nombrar a sus hijos en cargos de gobierno, pero no hay duda de que seguirán al centro de la toma de decisiones. Ya su hija Ivanka Trump y su esposo, Jared Kusher, estuvieron presentes en el primer encuentro de Trump con un jefe de gobierno, el japonés Shinzo Abe. Hasta los nombramientos de Trump que no pertenecen a su familia (a menudo figuras polémicas o radicales que no tendrían cabida en ningún otro gobierno) reflejan un énfasis en la lealtad personal.
La última lección de Berlusconi es que hay que tomarse en serio las expresiones de admiración hacia hombres fuertes como el Presidente ruso Vladimir Putin. Los narcisistas que van por libre, como Berlusconi y Trump, suelen preferir llegar a acuerdos a título personal y a otros autócratas como interlocutores. Las visitas favoritas de Berlusconi al exterior mientras se desempeñaba en el cargo eran a la dacha de Putin y a la tienda del ex dictador libio Muammar Gadafi, no a tediosas reuniones del Consejo Europeo ni cumbres del G-20.
No obstante, en último término hay una diferencia clave entre Silvio Berlusconi y Donald Trump. El primero no tenía un verdadero programa estando en el cargo, excepto beneficiar sus intereses empresariales y personales y fortalecer su propio poder dando recursos y haciendo favores a sus partidarios. Su mayor perjuicio a los italianos fue su inacción ante el estancamiento económico, pero al menos no lo empeoró. En contraste, Trump sí lo tiene, por difícil que sea de descifrar. Está por verse si las cosas mejorarán o empeorarán con él.
(Bill Emmott is a former editor-in-chief of The Economist)
– El último suspiro de la globalización (El Economista – 27/11/16)
(Por Barry Eichengreen)
¿Significa la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos que la globalización ha muerto o exageran en gran manera los rumores sobre la desaparición del proceso? Si la globalización padece solo una incapacitación parcial y no ha contraído una enfermedad terminal, ¿deberíamos preocuparnos? ¿Cuánto importará la ralentización del crecimiento comercial, ya en el horizonte, para la economía global?
El crecimiento del comercio mundial debería estar aminorando incluso sin Trump en el Gobierno. Ya estaba plano en el primer trimestre de 2016 y cayó casi un 1 por ciento en el segundo trimestre. Continúa una tendencia anterior: desde 2010, los intercambios globales han crecido a un ritmo anual de apenas el 2 por ciento. Junto con el hecho de que la producción internacional de bienes y servicios se ha elevado en más del 3 por ciento, significa que el índice de comercio sobre PIB ha caído, frente a su tendencia firme alcista de unos años antes.
Esta trayectoria preocupante, sostienen los expertos en globalización, refleja el proteccionismo en alza manifestado en la oposición popular al Acuerdo Transpacífico (TPP) y al Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión (TTIP), y últimamente en la victoria electoral de Trump. Implicaría que los beneficios de la apertura y la especialización se están yendo al traste. La causalidad en la economía puede que sea elusiva pero en este caso no es así. Hasta ahora, el crecimiento menor del comercio ha sido el resultado del crecimiento menor del PIB, y no al revés.
Es especialmente evidente en el caso del gasto en inversión, que ha caído bruscamente desde la crisis financiera global. El gasto en inversión es intensivo en comercio porque los países dependen desproporcionadamente de un puñado relativamente pequeño de productores, como Alemania, para bienes de capital tecnológicamente sofisticados.
Además, el menor crecimiento del comercio refleja la desaceleración de la economía china. Hasta 2011, China crecía a índices de dos dígitos y las exportaciones e importaciones chinas aumentaban a un ritmo aún mayor. El crecimiento del gigante asiático ha decrecido un tercio, provocando un menor avance del comercio chino.
El milagro del crecimiento chino, que ha beneficiado a una quinta parte de la población de la Tierra, es el suceso económico más importante del último cuarto de siglo pero solo puede ocurrir una vez. Ahora que esa fase ya se ha acabado en China, este motor del comercio global se ralentizará.
El otro motor del comercio mundial han sido las cadenas de suministro global. El comercio de piezas y componentes se ha beneficiado de la bajada de los costes de transporte, reflejo de la utilización de contenedores y los avances afines en logística. Pero la eficiencia en el transporte no seguirá mejorando más deprisa que la eficiencia en la producción de lo que se está transportando. Los fabricantes de vehículos a motor ya transportan sistemas de transmisión de automóviles varias veces a través de la frontera de México durante la producción. En algún momento, el desembalaje continuo de ese proceso de producción llegará al punto de disminuir los beneficios.
¿Deberíamos preocuparnos porque el comercio crece con más lentitud? Sí, pero solo como un médico se preocupa con un paciente febril. La fiebre no suele ser mortal sino un síntoma de otra enfermedad subyacente. En este caso, la enfermedad es el crecimiento económico lento, también conocido como estancamiento secular, producido por una inversión deprimida, que a su vez refleja problemas financieros e incertidumbre política.
Esa es la enfermedad subyacente. Los acuerdos comerciales, como el TPP o TTIP solo lo abordan oblicuamente. Un mayor gasto en infraestructuras por los gobiernos, para impulsar la inversión y el crecimiento directamente, sería más acertado. Está por ver si el gobierno Trump y el nuevo Congreso estadounidense pueden diseñar y ejecutar un programa de gasto productivo en infraestructuras.
Más en general, es necesario el consenso político sobre políticas de fomento del crecimiento para que la inversión no sea rehén de las luchas internas políticas. Que sea posible con el Gobierno de Trump es otra cuestión pendiente.
El caso de los flujos transfronterizos de capital financiero es aún más dramático. Los flujos brutos de capital (la suma de flujos de entrada y salida) no solo crecen más lentamente sino que han bajado mucho en términos absolutos desde sus niveles de 2009.
Aun así, lo dramático no tiene por qué ser alarmante. De hecho, son los préstamos y créditos bancarios transfronterizos principalmente los que han caído. La inversión directa extranjera (los flujos financieros para construir fábricas extranjeras y adquirir empresas foráneas) continúa en sus niveles previos a la crisis. Lo mismo pasa con los préstamos y créditos transfronterizos en los mercados de bonos y capitales.
Esta diferencia se refleja en la regulación. Habiendo llegado a la conclusión acertada de que los préstamos bancarios transfronterizos son especialmente arriesgados, los reguladores han puesto el freno a las operaciones internacionales bancarias. En respuesta, muchos bancos han limitado sus negocios transfronterizos.
En lugar de alarmar a nadie, debería contemplarse como algo tranquilizador porque las formas más arriesgadas de finanzas internacionales se han restringido sin alterar unas formas más estables y productivas de inversión extranjera. Nos enfrentamos ahora a la perspectiva de que el gobierno de EEUU revoque la ley Dodd-Frank y revierta las reformas financieras de los últimos años. Una regulación financiera menos estricta podría compensar la recuperación de los flujos de capital internacional pero debemos tener cuidado con lo que deseamos.
(Artículo de Barry Eichengreen para Project Syndicate)
– En Europa se hace un rescate de deudas secreto (Project Syndicate – 28/11/16)
Múnich.- Mientras el mundo se preocupa por Donald Trump, el Brexit y el flujo de refugiados de Siria y otros países en guerra, el Banco Central Europeo sigue trabajando sin pausa y discretamente en su plan de reestructuración de deudas (también llamada flexibilización cuantitativa, FC) para aliviar la carga de los países de la eurozona sobreendeudados.
Según el programa de FC del BCE (iniciado en marzo de 2015 y que probablemente se extenderá después del final previsto para marzo de 2017), los bancos centrales de los países de la eurozona tienen 1,74 billones de euros (1,84 billones de dólares) para comprar títulos en el mercado privado, de los que más de 1,4 billones de euros están destinados a comprar deuda pública del país al que pertenece cada uno de esos bancos.
El programa de FC parece simétrico, porque cada banco central compra deuda de su propio gobierno en proporción al tamaño del país. Pero el efecto no es simétrico, porque los títulos de deuda de los países del sur de Europa (lugar de los mayores excesos de endeudamiento y déficits de cuenta corriente del pasado) se recompran mayoritariamente en el extranjero.
Por ejemplo, el Banco de España compra bonos de su país que están en posesión de inversores de todo el mundo (y reduce así la deuda de España con acreedores privados); a los bonistas de la eurozona, el pago se les acredita mediante órdenes de pago que emite el Banco de España a los bancos centrales de sus respectivos países (en particular, el Bundesbank alemán y, en algunos casos, el banco central holandés). Pero si los vendedores no están dentro de la eurozona, el encargado de acreditar el pago suele ser el BCE.
En este último caso suelen producirse transacciones triangulares, donde los vendedores transfieren el dinero a Alemania u Holanda para invertir en títulos de renta fija, empresas o acciones. De modo que el Bundesbank y el banco central holandés no sólo deben acreditar las órdenes de pago directas recibidas de España, sino también órdenes indirectas derivadas de las recompras de bonos que efectúa el Banco de España en terceros países.
Las órdenes de pago acreditadas por el Bundesbank y el banco central holandés se registran como derechos (créditos) de esos bancos en el sistema de compensación TARGET contra el sistema del euro. A fines de septiembre, esos derechos ascendían a 819.400 millones de euros, de los que al Bundesbank correspondían 715.700 millones, el 46% de los activos externos netos de Alemania a mitad de año. Desde el inicio del año, el monto combinado de los derechos de ambos países en TARGET aumentó 180 400 millones de euros, o sea 20.000 millones de euros por mes, en promedio. A la inversa, las obligaciones de los países del sur de Europa (Grecia, Italia, Portugal y España) con TARGET ascendían a 816.500 millones de euros.
Para los cuatro países, estas transacciones son un negocio estupendo: les permiten cambiar deuda pública en poder de inversores privados, con vencimientos fijos y pago de intereses, por deuda contable en el sistema TARGET (sin fecha de vencimiento y por ahora sin pago de interés) de sus bancos centrales, instituciones que el Tratado de Maastricht define como sociedades de responsabilidad limitada, porque si se endeudan demasiado, los estados miembros no tienen obligación de recapitalizarlas.
Si se produjera una debacle y esos países abandonaran el euro, sus bancos centrales nacionales probablemente quebrarían, porque gran parte de sus deudas están denominadas en euros, mientras que sus derechos de cobro contra los respectivos estados y los bancos se convertirían a la nueva moneda en proceso de devaluación. De modo que los derechos del resto del sistema euro en TARGET quedarían reducidos a la nada, y lo único que podrían hacer el Bundesbank y el banco central holandés sería esperar que otros bancos centrales sobrevivientes compartan las pérdidas. En ese momento, los ex bonistas alemanes y holandeses, ahora en posesión de dinero del banco central, advertirán que tienen en cartera derechos de cobro contra sus bancos centrales que ya no tienen respaldo.
No quiere decir esto que alguien esté impulsando activamente una debacle. Pero en vista de las negociaciones (cuyo inicio previsto es 2018) para la creación de una unión fiscal europea (que implica transferencias sistemáticas del norte de la UE al sur), no estaría mal que Alemania y Holanda sepan lo que puede suceder si no firman un posible tratado. Como están las cosas, es de prever que aceptarán una unión fiscal, aunque sea porque les permitirá ocultar en una unión de transferencias europea las quitas de deuda previstas, en vez de revelarlas ya mismo.
(Hans-Werner Sinn, Professor of Economics and Public Finance at the University of Munich, was President of the Ifo Institute for Economic Research and serves on the German economy ministry"s Advisory Council. He is the author, most recently, of The Euro Trap: On Bursting Bubbles, Budgets, and Beliefs)
– No perder de vista la perspectiva económica más amplia (Project Syndicate – 28/11/16)
Berkeley.- Hace poco escuché al ex Director General de la Organización Internacional del Comercio, Pascal Lamy, parafrasear un proverbio budista clásico en que Huineng, Sexto Patriarca Budista de China, dice a la monja Wu Jincang: "Cuando el filósofo apunta a la luna, el necio le mira el dedo". Lamy añadía que "El capitalismo de mercado es la luna. La globalización es el dedo".
Ahora que en Occidente va en ascenso el sentimiento antiglobalización, este ha sido un año de mucho mirar dedos. En el referendo del Brexit del Reino Unido, los "pequeños ingleses" (o "Little Englanders") votaron por abandonar la UE, y en Estados Unidos Donald Trump ganó la presidencia porque convenció a suficientes votantes de estados cruciales de que "volvería a hacer grande a Estados Unidos", no en menor medida negociando "acuerdos" de comercio muy distintos para el país.
Pensemos como guía cómo se ve hoy la luna de la política económica, especialmente con respecto al crecimiento y la igualdad. Para comenzar, la innovación tecnológica en áreas como el procesamiento de la información, la robótica y la biotecnología sigue acelerándose a un ritmo notable. Pero el crecimiento de la productividad en los países del Atlántico Norte ha caído desde el 2% al que nos habíamos acostumbrado desde 1870 a cerca del 1% actual. El aumento de la productividad es un importante indicador económico porque mide la reducción interanual de los recursos, o la fuerza de trabajo necesarios para alcanzar el mismo nivel de producción económica.
Robert J. Gordon, economista de la Northwestern University, sostiene que las innovaciones verdaderamente transformadoras que han impulsado el crecimiento económico (la electricidad, la aviación, los sistemas modernos de aguas, y así siguiendo) ya han agotado su potencial y que no deberíamos esperar que el crecimiento prosiga indefinidamente. Casi con toda seguridad se equivoca: las innovaciones transformadoras cambian o redefinen de manera fundamental la experiencia vivida, lo que significa que a menudo quedan en una dimensión fuera del alcance de las formas convencionales de medir el crecimiento económico. Dado el ritmo actual, es razonable esperar que surjan otras innovaciones transformadoras.
Los índices del crecimiento de la productividad o el valor añadido de la tecnología incluyen solamente la producción y el consumo basados en el mercado. Pero la riqueza material de una persona no es sinónimo de su verdadera riqueza, es decir, la propia libertad y capacidad de llevar una vida plena. Gran parte de nuestra verdadera riqueza se constituye al interior del hogar, donde podemos combinar elementos sociales, informacionales y temporales ajenos al mercado con bienes y servicios de mercado para alcanzar diferentes fines por los que cada uno opte.
Si bien los indicadores estándar muestran un descenso del crecimiento de la productividad, todos los demás índices sugieren un salto hacia delante de la verdadera productividad, debido a sinergias entre bienes y servicios del mercado y las tecnologías de la información y la comunicación emergentes. Pero cuando los países con economías de bajo crecimiento no educan suficientemente a sus poblaciones, casi todos quienes se encuentran por debajo del quintil de ingreso superior no logran acceder a las ganancias reflejadas por el crecimiento económico, pero aun así se benefician de las nuevas tecnologías que pueden mejorar sus vidas y su bienestar.
Como señalara el economista Karl Polanyi en los años 30 y 40, si un sistema económico promete crear prosperidad para todos pero parece beneficiar solamente al 20% superior de la población, ha decepcionado la vasta mayoría de las expectativas de los participantes económicos. Y, por su parte, el capitalismo de mercado no ha hecho realidad el cada vez más asequible estilo de vida de los años 80 que tantos esperaban de él.
En lugar de ello, en los últimos 30 años ha surgido una "superclase" que ejerce un poder económico relativo incluso mayor que los de los capitalistas sin escrúpulos de la Edad Dorada. Sin embargo, sigue habiendo poca claridad sobre los factores que contribuyeron a su ascenso y su poder indebido.
En otras zonas del mundo, como China, India y algunos países de la Cuenca del Pacífico, alcanzarán (o lo harán pronto) la productividad y prosperidad de los países del Atlántico Norte. El resto del mundo no se les está quedando mucho más a la zaga, pero tampoco está cerrando la brecha, lo que implica que algunos países seguirán indefinidamente a una buena distancia.
Las características que menciono son todas partes integrantes de nuestra proverbial luna del capitalismo de mercado. A medida que se desarrolla e interactúa con las fuerzas sociales, políticas y tecnológicas, crea euforia y, al mismo tiempo, sufrimiento. La globalización es una pieza de un rompecabezas mayor: si bien es importante que encontremos la mejor manera de gestionar el sistema de comercio global, hacerlo no puede reemplazar el reto mucho mayor de gestionar el capitalismo de mercado mismo.
Si nos centramos en acuerdos de libre comercio individuales, sea los que están ya en vigor o aquellos que se hayan propuesto, o en cerrar las fronteras nacionales a los inmigrantes, estamos mirando el dedo y perdiendo de vista la luna. Si lo que queremos es comprender la trayectoria de la economía global, es necesario alzar la mirada.
(J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California at Berkeley and a research associate at the National Bureau of Economic Research. He was Deputy Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration, where he was heavily involved in budget and trade negotiatio )
– Ten Consequences of Trump (Project Syndicate – 28/11/16)
London.- For those of us who were wrong about the United States" presidential election, it is worth suppressing emotional reactions, at least for a month or two, and attempting a dispassionate judgment about what Donald Trump"s administration may mean for the world. So here are ten likely consequences of the Trump presidency, divided equally between the good and the bad.
The good news starts with US growth, which will almost surely accelerate well above the 2.2% average annual rate during President Barack Obama"s second term. This is because the Republican aversion to public spending and debt applies only when a Democrat like Obama occupies the White House. With a Republican president, the party has always been glad to boost public spending and relax debt limits, as it was under Presidents Ronald Reagan and George W. Bush. Thus, Trump will be able to implement the Keynesian fiscal stimulus that Obama often proposed but was unable to deliver.
The resulting deficits may be described as "supply-side economics", rather than Keynesian stimulus, but the effect will be the same: growth and inflation will both increase. As the US economy runs into the limits of full employment, additional growth will push inflation higher, but that bad news can wait until 2018 and beyond.
Second, sensible tax reforms, such as an amnesty for multinational companies that repatriate foreign profits, will finally become law. The Republicans" hegemony will enable easy agreement on tax cuts financed mainly by higher public borrowing, rather than by facing down special-interest lobbies" resistance to the elimination of exemptions and loopholes. These tax reforms will create even bigger budget deficits, which in turn will stimulate more growth and inflation.
A third boost to economic growth will come from deregulation. While battles over energy and environmental laws may dominate the headlines, the biggest economic impact will come from reversing bank regulations. As banks are encouraged to loosen lending standards, especially for middle-income households, an upswing in residential construction and debt-financed consumption should add further growth impetus. Excessive deregulation could cause a re-run of the 2007 financial crisis, but that, too, is a risk for 2018 and beyond.
Fourth, Trump could be good for geopolitical stability, at least in the short term. Trump"s preference for transactional realpolitik over Obama"s liberal interventionism should stabilize relations with Russia and China as the world is divided into spheres of influence. Trump could give Russia freer rein in Ukraine and Syria in exchange for restraint in Central Europe and the Baltics. China"s inevitable dominance in Asia could be accepted, provided it avoids outright wars with Japan, Taiwan, and other countries whose security is, in theory, guaranteed by treaties with the US. The Middle East is bound to remain a cauldron of geopolitical unrest; but, even here, Trump"s preference for local strongmen over "democracy promotion" could restore a degree of stability (at the cost of human rights).
Finally, Trump"s election could force Americans to recognize flaws in their own democracy, even as they abandon global "democracy promotion". The fact that Trump lost the popular vote by more than two million could re-energize efforts to reform the Electoral College – efforts that already have resulted in the necessary legislation in states representing 61% of the required votes. And the overwhelming opposition to Trump in trend-setting states such as California and New York could encourage their voters to elect legislatures to counteract federal conservatism with progressive state laws on issues ranging from air quality and health care to abortion, treatment of immigrants, and gun control.
Now for the bad news. For the first time since the 1930s, the US has a president who views trade as a zero-sum game. Trump"s protectionist campaign rhetoric may not have been meant literally, but if he fails to deliver any of the trade curbs that he promised, Republicans will suffer a backlash from what is now their core voter constituency, voters in declining industries and regions.
US global leadership is therefore bound to shift away from free trade, globalization, and open markets. Nobody can predict the full effects of the biggest regime change in global economic management since the 1980s; but they will surely be negative for emerging economies and multinational companies, whose development models and business strategies have assumed free trade and open capital flows.
A second, more immediate, threat stems from enacting large tax cuts and boosting public spending in an economy already nearing full employment, which implies accelerating inflation, higher interest rates, or probably some combination of the two. Given the likelihood of additional trade protectionism and measures to remove immigrant workers, the increase in inflation and long-term interest rates could be quite dramatic. The impact on financial markets will be disruptive, regardless of whether the Fed aggressively tightens monetary policy to pre-empt rising prices or lets the economy "run hot" for a year or two, allowing inflation to accelerate.
With the US economy growing faster than expected and long-term interest rates rising, excessive strengthening of the dollar is a third major risk. Even though the dollar is already overvalued, it could move into a self-reinforcing upward spiral, as it did in the early 1980s and late 1990s, owing to dollar debts accumulated in emerging markets by governments and companies tempted by near-zero interest rates.
Fourth, the combination of a dollar squeeze and protectionism spells big trouble for developing countries, with the possible exception of some relatively closed economies such as Brazil, Russia, and India, whose development strategies are less reliant on free trade and foreign financing.
Finally, the most dangerous consequence of Trump"s victory may be its contagion effect on Europe. Just as Britain"s referendum proved uncannily predictive of Trump"s win, Trump looks like a leading indicator of populist upheavals in Europe, which could trigger another euro crisis and threaten the breakup of the European Union. The next anti-establishment victories, according to opinion polls, will be in Italy"s constitutional referendum and Austria"s presidential election. Globalists can only hope that the polls again turn out to be wrong – but in the opposite direction.
(Anatole Kaletsky is Chief Economist and Co-Chairman of Gavekal Dragonomics. A former columnist at the Times of London, the International New York Times and the Financial Times, he is the author of Capitalism 4.0, The Birth of a New Economy, which anticipated many of the post-crisis transformations )
– Donald Trump y el nuevo orden económico (Project Syndicate – 29/11/16)
Hong Kong.- Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la jerarquía de las prioridades económicas ha sido relativamente clara. Por sobre todo estaba la creación de una economía global impulsada por el mercado que fuera abierta, innovadora y dinámica, en la que todos los países puedan (en principio) prosperar y crecer. En segundo lugar -hasta se podría decir en un segundo puesto distante- estaba la generación de patrones de crecimiento nacional vigorosos, sustentables e inclusivos. Nada más.
Por cierto, una inversión de las prioridades parece estar en marcha. Lograr un crecimiento fuerte e inclusivo a nivel nacional para reanimar a una clase media que se desmorona, fomentar los ingresos estancados y recortar el alto desempleo juvenil hoy está cobrando precedencia. Los acuerdos internacionales de beneficio mutuo que rigen los flujos de mercancías, capital, tecnología y personas (los cuatro flujos esenciales en la economía global) son apropiados sólo cuando refuerzan -o, al menos, no minan- el progreso para cumplir con la más alta prioridad.
Esta inversión se volvió evidente en junio, cuando los británicos -inclusive aquellos que se benefician significativamente del sistema económico y financiero abierto de hoy- votaron a favor de abandonar la Unión Europea, en base a lo que podría llamarse el principio de soberanía. La percepción fue que las instituciones de la UE estaban minando la capacidad de Gran Bretaña de impulsar su propia economía, regular la inmigración y controlar su destino.
Una visión similar ha animado los movimientos políticos nacionalistas y populistas en toda Europa, muchos de los cuales creen que los acuerdos supranacionales deberían venir después de la prosperidad interna. La UE -que en verdad, con su configuración actual, deja a sus gobiernos miembro casi sin herramientas políticas para satisfacer las necesidades en evolución de sus ciudadanos- es un blanco fácil.
Pero sin estos acuerdos institucionales, existe la sensación de que promover los mercados y vínculos internacionales puede obstaculizar la capacidad de un país de potenciar sus propios intereses. La victoria de Donald Trump en la elección presidencial de Estados Unidos dejó esto muy en claro.
En sintonía con el principal eslogan de campaña de Trump, "Haz que Estados Unidos vuelva a ser grande", fueron sus comentarios "Estados Unidos primero" los que resultaron más reveladores. Si bien Trump podría impulsar acuerdos bilaterales de beneficio mutuo, podemos esperar que estén subordinados a las prioridades domésticas, especialmente los objetivos distributivos, y respaldados exclusivamente si son coherentes con estas prioridades.
La frustración de los votantes de los países desarrollados con la antigua arquitectura económica global impulsada por el mercado no es infundada. Ese orden efectivamente permitió que fuerzas poderosas, por momentos más allá del control de los funcionarios electos y de los responsables de las políticas, forjaran las economías nacionales. Puede ser verdad que algunas de las elites de ese orden optaran por ignorar las consecuencias adversas del antiguo orden en materia de distribución y de empleo, cosechando al mismo tiempo los frutos. Pero también es cierto que el antiguo orden, tomado como sacrosanto, dificultó la capacidad de las elites de abordar esos problemas, aunque lo intentaran.
Esto no siempre fue así. Luego de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, motivado en parte por la Guerra Fría, ayudó a crear el antiguo orden al facilitar la recuperación económica en Occidente y, con el tiempo, crear oportunidades de crecimiento para los países en desarrollo. Durante 30 años aproximadamente, los aspectos distributivos de los patrones globales de crecimiento que estos esfuerzos apuntalaron fueron positivos, tanto para los países en forma individual como para el mundo en general. Comparado con cualquier cosa que ocurrió antes, el orden de posguerra fue un beneficio para la inclusión.
Pero nada dura para siempre. En tanto declinó la desigualdad entre países, la desigualdad al interior de los países aumentó -al punto de que la inversión de las prioridades probablemente fue inevitable-. Ahora que la inversión finalmente llegó, junto con ella llegaron las consecuencias. Si bien es difícil decir precisamente cuáles serán, algunas parecen bastante claras.
Para empezar, Estados Unidos se mostrará más reacio a absorber un porcentaje desproporcionado del costo de ofrecer mercancías públicas globales. Mientras que otros países terminarán tomando la posta, habrá un período de transición de duración incierta, durante el cual la oferta de esas mercancías puede declinar, minando potencialmente la estabilidad. Por ejemplo, los términos de compromiso en la OTAN probablemente sean renegociados.
El multilateralismo -que existió durante mucho tiempo gracias a la misma suerte de contribución asimétrica, aunque normalmente proporcional al ingreso y la riqueza de los países- también perderá fuerza, en tanto se acelere la tendencia hacia un comercio y acuerdos de inversión bilaterales y regionales. Trump probablemente sea uno de los principales defensores de este rumbo; en verdad, hasta se pueden descartar los acuerdos comerciales regionales, como sugiere su negativa a ratificar el Acuerdo Transpacífico de 12 países.
Esto crea una oportunidad para que China lidere el establecimiento de un pacto comercial para Asia -una oportunidad que los líderes chinos ya están listos para aprovechar-. Como resultado de ello, junto con su estrategia de "un cinturón, una ruta" y su creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, la influencia de China en la región se expandirá significativamente.
Mientras tanto, para los países en desarrollo que carecen del poderío económico de China, la tendencia de alejarse del multiculturalismo puede ser nociva. Mientras que los países pobres y menos desarrollados encontraron oportunidades para crecer y prosperar en el antiguo orden, tendrán que esforzarse para negociar de manera efectiva en una base bilateral. La esperanza es que el mundo reconozca su interés colectivo en mantener senderos de desarrollo abiertos para los países más pobres, para beneficio de esos países y por el bien de la paz y la seguridad internacional.
Más allá del comercio, la tecnología es otra fuerza global poderosa que probablemente reciba un trato diferente en el nuevo orden: se convertirá en objeto de más regulaciones a nivel nacional. Las amenazas cibernéticas exigirán algunas regulaciones y demandarán intervenciones de políticas en evolución. Pero otras amenazas -por ejemplo, las noticias falsas que han proliferado en Occidente (y, en particular, en Estados Unidos durante la campaña presidencial)- también pueden requerir un abordaje más activo. Y tal vez sea necesario moderar el ritmo de la adopción de tecnologías digitales que desplazan la mano de obra, para que el ajuste estructural de la economía pueda coger ritmo.
El nuevo énfasis en los intereses nacionales claramente tiene costos y riesgos. Pero también puede traer aparejados grandes beneficios. Un orden económico global apoyado en un cimiento que se desmorona -en términos de respaldo democrático y cohesión política y social nacional- no es estable. Siempre que las identidades de la población estén esencialmente organizadas, como lo están hoy, en torno de la ciudadanía en los estados nación, una estrategia que priorice a los países puede ser la más efectiva. Nos guste o no, estamos a punto de averiguarlo.
(Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU"s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, Academic Board Chairman of the Asia Global Institute in Hong Kong )
– El día del juicio final de Europa en diciembre (Project Syndicate – 1/12/16)
Viena.- Mientras la mayor parte de la Unión Europea parece haber entrado en pánico ante la perspectiva de una victoria de la líder de la extrema derecha francesa Marine Le Pen en la elección presidencial de Francia en mayo, la próxima prueba para la UE tendrá lugar mucho antes. El domingo los italianos votarán en un referendo sobre reformas constitucionales y los austríacos elegirán a su próximo presidente. Las elecciones de ambos países podrían tener ramificaciones importantes más allá de sus fronteras.
En Italia, el inminente plebiscito se ha convertido en un voto de confianza popular en el primer ministro, Matteo Renzi, quien ha dicho que renunciará si se rechazan las reformas. Según las últimas encuestas, Renzi podría verse obligado a cumplir con su promesa, lo que podría decretar el fin de la democracia social reformista en Italia -y en otras partes-. En Austria, los votantes elegirán entre un candidato pro-UE y otro anti-UE en el molde nacionalista de Le Pen, Norbert Hofer, del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ). Una victoria de Hofer podría insuflar viento a las velas de Le Pen.
Los cambios constitucionales que la campaña por el Sí de Renzi pretende que los votantes aprueben echarían por tierra parte del legado de su antecesor Silvio Berlusconi -un legado que sirve como excelente ejemplo del daño que el populismo de derecha puede generarle a un país-. Entre otras cosas, Berlusconi alteró el sistema político de Italia de manera tal de impedir que la izquierda alguna vez vuelva a ganar un poder absoluto y bloquear cualquier cargo criminal que se pudiera presentar en su contra.
Las reformas propuestas por Renzi, entre otras cosas, modernizarían el sistema político al quitarle poder al Senado (la cámara alta del Parlamento). Una enmienda de estas características es profundamente necesaria para eliminar la paralización política y Renzi ya ha logrado que la aprobaran ambas cámaras del Parlamento. De hecho, el plebiscito, supuestamente, sólo iba a servir de confirmación final.
Pero Renzi no logró mejorar el mal desempeño económico de Italia. Ocho años después de la crisis financiera de 2008, la producción industrial todavía está un 25% por debajo de los niveles previos a la crisis, y el desempleo juvenil supera el 40%. Según estos indicadores económicos, "la crisi", como la llaman los italianos, es tan mala como la que se experimentó hace 25 años en Polonia y otros países de Europa del este, luego del colapso del comunismo.
Pero esos países superaron sus penurias poscomunistas, porque sus líderes y un porcentaje suficiente de la población creían en la promesa del capitalismo de libre mercado. Por el contrario, desde la crisis financiera global de 2008, esa creencia se ha visto sacudida fuertemente en Italia y otros países de la UE.
El juvenil Renzi efectivamente intentó mejorar el sistema existente y cerrar algunas de las brechas generacionales de Italia, implementado reformas en el mercado laboral. Pero, a diferencia del ex primer ministro británico Tony Blair en los años 1990 o del ex canciller alemán Gerhard Schröder a comienzos de los años 2000, Renzi tiene que enfrentar condiciones económicas globales mucho peores. Italia no puede construir un modelo de crecimiento impulsado por las exportaciones, y se tambalea bajo el peso de una enorme carga de deuda heredada de Berlusconi.
Entre los enemigos de Renzi se encuentran los populistas de izquierda como el Movimiento Cinco Estrellas (Movimiento Cinque Stelle) y los populistas de derecha como la Liga del Norte, o Lega Nord, que lo atacan ferozmente a la vez que culpan a la UE de muchos de los problemas económicos y políticos de Italia. La UE, mientras tanto, ha dejado que Italia se las arregle por su cuenta con los 160.000 refugiados del norte de África que han llegado hasta el momento sólo en el curso de este año.
Si el referendo de Renzi fracasa, el líder del Movimiento Cinco Estrellas, Beppe Grillo, ha dicho que exigirá otro plebiscito sobre la pertenencia de Italia a la eurozona, que podría tener éxito. Si bien Italia alguna vez fue un país incondicionalmente pro-UE, muchos italianos ahora pueden estar a favor de una menor integración, especialmente después del ejemplo de alto perfil que marcó el referendo por el Brexit del Reino Unido en junio.
Por otro lado, un referendo sobre la pertenencia a la eurozona tal vez ni siquiera sea necesario. Si Renzi renuncia, Italia podría volverse casi ingobernable, lo que asustará a los mercados financieros. Esto, a su vez, hará que a Italia le resulte difícil permanecer en la eurozona, considerando las tasas de interés ya altas sobre su deuda pública, que representa el 132% de su PIB.
Mientras tanto, en Austria, la inminente elección presidencial -que enfrenta a Hofer con el candidato de izquierda independiente Alexander Van der Bellen- tendrá mucho más que ver con la política del país que con su economía. En los últimos 10 años, Austria ha estado gobernada por una gran coalición de socialdemócratas y conservadores, pero estos dos partidos convencionales viven bloqueándose mutuamente, y sólo los une su oposición a los populistas de derecha como Hofer. Este acuerdo esclerótico, sin embargo, ha permitido que esos mismos populistas de derecha se presentaran como la única alternativa "al sistema".
Austria es uno de los países más ricos de la UE, y le está yendo bien en comparación con Italia. Pero los austríacos tienen miedo de perder su riqueza actual y todavía tienen reclamos económicos que los políticos pueden explotar. Por ejemplo, los ingresos de los austríacos de clase baja y media se han venido achicando lentamente en los últimos diez años; el crecimiento económico general es más bajo que el promedio de la UE; y el desempleo está en aumento.
Como en Italia, los populistas de derecha de Austria han hecho campaña contra la UE y han pensado en sacar al país de la eurozona. Pero una medida de ese porte sería aún más suicida que en el caso de Italia, y el FPÖ en verdad ha moderado su postura anti-europea desde la votación del Brexit.
Por el contrario, el FPÖ ha anunciado su intención de convertir el sistema político de Austria en una democracia más presidencial-plebiscitaria. Esto también sería un golpe contra Europa, porque significaría que cualquier legislación de la UE -como políticas para dispersar a los refugiados que hoy están en Italia a otros países miembro- podría ser bloqueada por un plebiscito.
Cuando se cayó el Muro de Berlín -y, con él, el socialismo de Estado- los estados miembro fundadores de la Comunidad Económica Europea respondieron con la creación de la Unión Europea y se comprometieron a una integración europea más profunda. Ese proyecto funcionó bien hasta la crisis de 2008, lo que sugiere que la UE podría ser más apropiada para los buenos tiempos que para los malos. La prueba por partida doble en Italia y Austria el 4 de diciembre ofrecerá una evidencia contundente en un sentido o en el otro.
(Philipp Ther is a professor of Central European History at the University of Vienna)
– Prevenir la próxima crisis de la eurozona desde ahora (Project Syndicate – 1/12/16)
París.- La dirigencia europea viene prestando muy poca atención al futuro de la eurozona desde julio de 2012, cuando Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, hizo su famosa promesa de "hacer lo que fuera necesario" para salvar la moneda única. Por más de cuatro años, básicamente subcontrataron a los bancos centrales la tarea de asegurar la estabilidad e integridad de la eurozona. Pero aunque el BCE la desempeñó hábilmente, este acuerdo tácito y conveniente está llegando a su fin, porque ningún banco central puede resolver dilemas políticos o constitucionales. Sería prudente que los jefes de Estado y gobierno europeos empiecen a pensar opciones para el futuro de la eurozona, en vez de dejar que las circunstancias decidan por ellos.
Hasta ahora, la dirigencia europea no tuvo muchas ganas de iniciar ese debate. Su respuesta al informe sobre el futuro del euro presentado por los presidentes de las diversas instituciones europeas en junio de 2015 fue superficial. Pocas semanas después, la cuestión volvió a estar sobre el tapete durante la larga noche de fines de julio que los líderes de la eurozona se pasaron discutiendo la posible expulsión de Grecia; pero su intención declarada de seguir las recomendaciones del informe y encarar los problemas subyacentes fue efímera. Al final, los planes para responder a la conmoción del Brexit fortaleciendo la eurozona se descartaron enseguida, por temor a que una reforma generara demasiadas divisiones.
Pero la cuestión sigue en pie. Si bien la anestesia monetaria administrada por el BCE redujo las tensiones en los mercados, el nerviosismo resurgió conforme se avecina el referendo constitucional italiano del 4 de diciembre. Al terminar noviembre, el diferencial (spread) entre los bonos italianos y alemanes a diez años llegó a 200 puntos básicos, un nivel que no se veía desde 2014.
El preocupante estado de varios bancos italianos es una de las razones de la inquietud creciente. El Brexit, y la elección en los Estados Unidos de un presidente que defiende el americanismo en vez del globalismo y desestima a la UE, suma el riesgo de que sean los votantes, en vez de los mercados, los que pongan en duda la integración monetaria europea. Partidos políticos antieuro están en ascenso en los principales países de la eurozona, excepto España. En Italia es muy posible que obtengan la mayoría.
En el frente económico, la eurozona tiene mucha tarea atrasada que hacer. La unión bancaria, lanzada en junio de 2012 para cortar la interdependencia de bancos y estados, avanzó bastante, pero todavía no está completa. Las diferencias de competitividad entre los países de la eurozona disminuyeron, y los desequilibrios externos en su seno se redujeron, pero fue en gran medida por la contracción de la demanda interna en el sur de Europa; los flujos de ahorro del norte al sur no se reanudaron, y todavía hay amplias divergencias en materia de desempleo.
A la eurozona también le sigue faltando un mecanismo fiscal común, y Alemania rechazó de plano el reciente intento de la Comisión Europea de promover una "actitud positiva" en los países que tengan margen para impulsar el gasto. Es probable que cuando se declare la próxima recesión la estabilidad fiscal sea peligrosamente escasa.
Finalmente, la gobernanza de la eurozona sigue siendo demasiado complicada y tecnocrática. La mayoría de los ministros, por no hablar de los legisladores, parecen perdidos en un laberinto procedimental.
Este insatisfactorio equilibrio puede durar, o no, según los riesgos políticos o financieros (o, lo más probable, según la interacción entre ambos). De modo que ahora la pregunta es cómo sostener un debate fructífero para elaborar posibles respuestas. Hay dos tipos de obstáculos: en primer lugar, ya no hay un impulso hacia "más Europa"; por el contrario, una combinación de euroescepticismo y renuencia a aceptar potenciales transferencias se alza como una difícil barrera. Y en segundo lugar, las opiniones sobre la naturaleza y las causas originales de la crisis del euro difieren según los países. Dada la escasez de capital político para invertir en respuestas de nivel europeo, y el desacuerdo respecto de cuál es el problema y cómo resolverlo, no sorprende que los gobiernos prefieran pecar por prudentes.
Ambos obstáculos son superables. Para empezar, el debate sobre el futuro de la eurozona no debe enmarcarse necesariamente como preámbulo de una mayor integración. El objetivo debería ser que la eurozona funcione, lo cual tal vez implique dar más poderes al centro en algunos temas y menos en otros. Por ejemplo, no es necesario reducir la responsabilidad fiscal a la vigilancia centralizada de un régimen común. Se puede diseñar un marco de políticas que encarne una idea más descentralizada, con más poder para las instituciones nacionales para supervisar la conducta presupuestaria y la sostenibilidad fiscal general.
Algunos pasos en esta dirección ya se han dado. Continuarlos supone hacer que los gobiernos sean individualmente responsables por sus errores, es decir, hacer posible una reestructuración parcial de deudas dentro de la eurozona. Esta estrategia plantearía importantes dificultades, aunque más no sea porque la transición a ese régimen estaría llena de peligros; pero opciones como esta deberían incluirse en el debate.
Para superar el segundo obstáculo, es importante que la carga de problemas heredados no sea el primer tema del debate. La distribución de pérdidas entre acreedores y deudores es una cuestión inevitablemente cáustica, ya que es estrictamente un juego de suma cero. La historia de las relaciones financieras internacionales demuestra que cuando estas discusiones tienen lugar, es inevitable que sea con demoras y enfrentamientos. Por eso no hay que encarar esa cuestión al principio. La opción aparentemente realista de empezar con los problemas inmediatos antes de atender cuestiones a más largo plazo es atractiva sólo en la superficie. En realidad, hay que empezar por debatir las características del régimen permanente que se desea establecer a futuro. Los participantes deberían explorar opciones lógicamente coherentes hasta saber si es posible acordar un esquema. Cuando se haya llegado a un acuerdo respecto de un esquema para el futuro, sólo entonces hay que discutir el modo de llegar a él.
Los problemas de la eurozona no admiten soluciones fáciles. Pero una cosa está clara: la falta de un debate auténtico sobre los futuros posibles es seriamente preocupante. El silencio no siempre es oro; por el bien del futuro de Europa, hay que romper lo antes posible la quietud que rodea el tema de la moneda común.
(Jean Pisani-Ferry is a professor at the Hertie School of Governance in Berlin, and currently serves as Commissioner-General of France Stratégie, a policy advisory institution in Paris)
– Adiós a Occidente (Project Syndicate – 6/12/16)
Berlín.- Ahora que Donald Trump es el presidente electo de los Estados Unidos, el fin de aquello que venimos llamando "Occidente" es casi seguro. Ese término describe el mundo transatlántico que, surgido después de las dos guerras mundiales del siglo XX, redefinió el orden internacional durante las cuatro décadas de la Guerra Fría y dominó el planeta (hasta ahora).
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