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¿Las políticas de Trump perjudican o benefician a la Unión Europea? (Parte I) (página 7)




Enviado por Ricardo Lomoro



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Si al vecino del sur le han caído como bofetadas los ataques de Trump, se puede decir algo parecido de China y, en menor medida, de Irán o Cuba. Ese repunte de la tensión puede ser un caldo de cultivo interesante para la intervención europea.

De hecho, Pablo García Estévez, profesor del Colegio Universitario de Estudios Financieros (CUNEF), cree que "China y Europa van a fortalecer sus relaciones en un contexto así". Pekín lleva años negociando con Bruselas un tratado de intercambios e inversiones que podría terminar convirtiéndose en un tratado de libre comercio. Todo parece apuntar a que las conversaciones se venían intensificando desde antes de la sucesión de Barack Obama. Es posible que las amenazas con aranceles del 45% al gigante asiático y las intrigas con el Brexit para favorecer a Londres se conviertan en incentivos para que China y la UE lleguen a un acuerdo.

¿Ocurrirá lo mismo con Cuba e Irán? Aquí las opiniones de los expertos están más divididas. Ángel Saz-Carranza, director de ESADEgeo, no cree que Bruselas deba iniciar un acercamiento, en ningún caso, sin el permiso de los estadounidenses. Jordi Bacaria, de CIDOB, opina que "acercarse a Irán es peligroso fuera del marco de la ONU", pero que "hay espacio para un acuerdo comercial y de cooperación entre la Unión Europea y Cuba siempre que no toque aspectos políticos". Federico Steinberg, del Real Instituto Elcano, apuesta por "acercarse a Cuba gradualmente" y por evitar a Irán "porque, además de los otros problemas, los acuerdos de libre comercio no incluyen el petróleo y ésa es la partida que más puede interesarle a Europa".

Es posible que Estados Unidos, con el sorprendente liderazgo de Trump, esté creando oportunidades para el Viejo Continente, pero es difícil saber si las amenazas serán mayores o si la UE tendrá margen de maniobra y habilidad para jugar bien sus cartas. El ascenso del populismo en Francia y Holanda, el debilitamiento de Angela Merkel, la ruptura que supone el Brexit, el fracaso del TTIP o la defunción que ha estado a punto de sufrir el pacto de libre comercio con Canadá no anticipan un camino fácil para firmar nuevos acuerdos comerciales. Incluso si llegaran a firmarse, algunos de ellos tendría que ratificarlos los parlamentos de países miembros. El éxito es mucho más que incierto.

La EU en el diván del psicoanalista: ¿"más de lo mismo" o "volver al origen"?

¿Qué modelo económico conviene a la Unión Europea para enfrentar (con alguna probabilidad de éxito) la era de la Trumpeconomia? ¿Más de lo mismo? Insistir (y ahondar) en el modelo neoliberal. ¿Volver al origen? Reintroducir (y extender) el modelo renano.

Sobre el "modelo neoliberal", ya se tienen suficientes antecedentes (2008-2017), para sacar algunas conclusiones:

Una economía de casino, especulativa, falaz y fugaz, donde se socializan las pérdidas y se privatizan las ganancias, donde impera el desempleo, la precariedad, el salario del miedo, el trabajador de usar y tirar, el contrato a cero horas, el minijob, los ni-nis…

En cuanto a la contratación de temporales en la industria o lo que los de Wall Mart llaman "asociados", empleados sin derechos sociales ni cobertura sanitaria o de desempleo, a fin de reducir costes laborales e incrementar el servilismo laboral.

Como ha venido ocurriendo harto sistemáticamente durante la última generación como parte de un asalto neoliberal general a la población, su modelo de negocio entraña que lo que importa es la línea de base. Los propietarios efectivos son los fiduciarios, y lo que quieren es mantener los costos bajos y asegurarse de que el personal laboral es dócil y obediente.

Y en substancia, la forma de hacer eso son los temporales. Así como la contratación de trabajadores temporales se ha disparado en el período neoliberal. La idea es dividir a la sociedad en dos grupos. A uno de los grupos se le llama a veces "plutonomía" (un palabro usado por Citibank cuando hacía publicidad entre sus inversores sobre la mejor forma de invertir fondos), el sector en la cúspide de una riqueza global pero concentrada sobre todo en sitios como los EEUU. El otro grupo, el resto de la población, es un "precariado", gentes que viven una existencia precaria.

Esa idea asoma de vez en cuando de forma abierta. Así, por ejemplo, cuando Alan Greenspan testificó ante el Congreso en 1997 sobre las maravillas de la economía que estaba dirigiendo, dijo redondamente que una de las bases de su éxito económico era que estaba imponiendo lo que él mismo llamó "una mayor inseguridad en los trabajadores". Si los trabajadores están más inseguros, eso es muy "sano" para la sociedad, porque si los trabajadores están inseguros, no exigirán aumentos salariales, no irán a la huelga, no reclamarán derechos sociales: servirán a sus amos tan donosa como pasivamente. Y eso es óptimo para la salud económica de las grandes empresas.

En su día, a todo el mundo le pareció muy razonable el comentario de Greenspan, a juzgar por la falta de reacciones y los aplausos registrados. ¿Cómo conseguir una mayor "inseguridad" de los trabajadores? Esencialmente, no garantizándoles el empleo, manteniendo a la gente pendiente de un hilo que puede cortarse en cualquier momento, de manera que mejor que estén con la boca cerrada, acepten salarios ínfimos y hagan su trabajo; y si por ventura se les permite servir bajo tan miserables condiciones durante un año más, que se den con un canto en los dientes y no pidan más. Esa es la manera como se consiguen sociedades eficientes y sanas desde el punto de vista de las empresas.

Ese es un aspecto, pero otros aspectos que resultan también harto familiares en la industria privada: señaladamente, el aumento de estratos administrativos y burocráticos. Si tienes que controlar la gente, tienes que disponer de una fuerza administrativa que lo haga. Así, en la industria norteamericana más que en cualquier otra parte, se acumula estrato administrativo tras estrato administrativo: una suerte de despilfarro económico, pero útil para el control y la dominación.

Un conocido sociólogo, Benjamin Ginsberg, ha escrito un muy buen libro titulado The Fall of the Faculty: The Rise of the All-Administrative University and Why It Matters (Oxford University Press, 2011), en el que se describe con detalle el estilo empresarial de administración y niveles burocráticos multiplicados.

Pero servirse de trabajo barato -y vulnerable- es una práctica de negocio que se remonta a los inicios mismos de la empresa privada, y los sindicatos nacieron respondiendo a eso. La idea es transferir la producción a trabajadores precarios, lo que mejora la disciplina y el control, pero también permite la transferencia de fondos a otros fines muy distintos de la actividad original. Los costos, claro está, los pagan las personas que se ven arrastradas a esos puestos de trabajo vulnerables. Pero es un rasgo típico de una sociedad dirigida por la mentalidad empresarial transferir los costos a la gente.

Los economistas cooperan tácitamente en eso. Así, por ejemplo, imaginen que descubren un error en su cuenta corriente y llaman al banco para tratar de enmendarlo. Bueno, ya saben ustedes lo que pasa. Usted les llama por teléfono, y le sale un contestador automático con un mensaje grabado que le dice: "Le queremos mucho, y ahí tiene un menú". Tal vez le menú ofrecido contiene lo que usted busca, tal vez no. Si acierta a elegir la opción ofrecida correcta, lo que escucha a continuación es una musiquita, y de rato en rato una voz que le dice: "Por favor, no se retire, estamos encantados de servirle", y así por el estilo. Al final, transcurrido un buen tiempo, una voz humana a la que poder plantearle una breve cuestión. A eso los economistas le llaman "eficiencia".

Con medidas económicas, ese sistema reduce los costos laborales del banco; huelga decir que le carga los costos a usted, y esos costos han de multiplicarse por el número de usuarios, que puede ser enorme: pero eso no cuenta como coste en el cálculo económico. Y si miran ustedes cómo funciona la sociedad, encuentran eso por doquier.

Bien, ¿cómo "amaestrar" a los indóciles? Hay más de una forma. Una forma es cargarlos con deudas desesperadamente pesadas para sufragar sus inversiones y gastos. La deuda es una trampa, especialmente la deuda hipotecaria, que es enorme, mucho más grande que el volumen de deuda acumulada en las tarjetas de crédito. Es una trampa para el resto de su vida porque las leyes están diseñadas para que no puedan salir de ella.

Es una técnica de disciplinamiento. No digo que eso se hiciera solo con tal propósito, pero desde luego tiene ese efecto. Y resulta harto difícil de defender en términos económicos,

Y puesto que no tienes seguridad en el puesto de trabajo, no puedes construir una carrera, no puedes irte a otro sitio y conseguir más. Todas esas son técnicas de disciplinamiento, de adoctrinamiento y de control. Es lo que se espera que ocurra en una fábrica, en la que los trabajadores fabriles han de ser disciplinados, han de ser obedientes; y se supone que no deben desempeñar ningún papel en, digamos, la organización de la producción o en la determinación del funcionamiento de la planta de trabajo: eso es cosa de los ejecutivos.

Sobre la pretendida necesidad de "flexibilidad". Es una palabra muy familiar para los trabajadores industriales. Parte de la llamada "reforma laboral" consiste en hacer más "flexible" el trabajo, en facilitar la contratación y el despido de la gente. También esto es un modo de asegurar la maximización del beneficio y el control. Se supone que la "flexibilidad" es una buena cosa, igual que la "mayor inseguridad de los trabajadores".

La idea de que el trabajo debe someterse a las condiciones de la "flexibilidad" no es sino otra técnica corriente de control y dominación. ¿Por qué no hablan de despedir a los administradores si no hay nada para hacer en la empresa? O a los patronos: ¿para qué sirven? La situación es la misma para los altos ejecutivos de la industria; si el trabajo tiene que ser flexible, ¿por qué no la gestión ejecutiva? El grueso de los altos ejecutivos, son harto inútiles y aun dañinos, así que ¡librémonos de ellos! Y así indefinidamente.

Sólo por dar algún ejemplo, pongamos el caso de Jamie Dimon, el presidente del consejo de administración del banco JP Morgan Chase: que recibió un substancial incremento en sus emolumentos, casi el doble de su paga habitual, en agradecimiento por haber salvado al banco de las acusaciones penales que habrían mandado a la cárcel a sus altos ejecutivos: todo quedó en multas por un monto de 20 mil millones de dólares por actividades delictivas probadas.

Bien, podemos imaginar que librarse de alguien así podría ser útil para la economía. Pero no se habla de eso cuando se habla de "reforma laboral". Se habla de gente trabajadora que tiene que sufrir, y tiene que sufrir por inseguridad, por no saber de dónde sacarán el pan mañana: así se les disciplina y se les hace obedientes para que no cuestionen nada ni exijan sus derechos. Esa es la forma de operar de los sistemas tiránicos. Y el mundo de los negocios es un sistema tiránico.

Sobre el "modelo renano", debemos (lamentablemente) remontarnos a la historia, porque hace mucho (mucho tiempo) que Alemania dejó de utilizarlo. Pura melancolía.

Suele denominarse capitalismo renano a la forma de producción y distribución de los recursos económicos, propia de algunos países del norte y centro de Europa.

Michel Albert introdujo el término en 1991 (Capitalisme contre capitalisme, Seuil, París, 1991) aduciendo que, tras la caída del comunismo, el capitalismo aparece como el sistema sin alternativa. Pero la ausencia de un competidor no debe hacernos olvidar que el capitalismo no es monolítico, sino múltiple y complejo. Albert contrapone un modelo "neoamericano" y un modelo "renano", como exponentes de "dos lógicas antagónicas del capitalismo en el seno de un mismo liberalismo".

El capitalismo renano trata del enfoque de economía social de mercado que, sin hacer a un lado la mecánica de los mercados, asume que el liberalismo económico es imperfecto desde el punto de vista social. El liberalismo económico supone que la suma de los bienestares individuales será el bienestar social (la denominada función aditiva del bienestar), por lo tanto, primero hay que beneficiar al individuo ya que así se beneficiará la sociedad. La economía social de mercado, en cambio, supone que no siempre es así, ya que hay sectores de la sociedad que no pueden acceder a los beneficios del mercado y es necesario que el Estado maneje una política social para beneficiarlos.

La democracia cristiana es una doctrina política y económica que rescata las ideas del capitalismo social de mercado (colectivista o "renano") y el Estado Subsidiario es la organización política ideal para poner el práctica estas ideas, a diferencia de los enfoques socialdemócratas que se centralizan en el Estado Benefactor.

Algunos criterios significativos de comparación

(Fuente: Albert, Michel – La superioridad social del modelo renano – Política y Cultura, núm. 3, invierno, 1993, pp. 99-115 – Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco – Distrito Federal, México)

1. El grado de seguridad ofrecido por cada modelo a sus ciudadanos. La manera en que éstos se encuentran protegidos ante riesgos mayores; enfermedad, desempleo, desequilibrios familiares, etc.

2. La reducción de las desigualdades sociales, y la manera en que se corrigen las exclusiones más marginales. El volumen y la forma de la ayuda ofrecida a los más desvalidos.

3. La apertura, es decir, la mayor o menor facilidad individual para escalar los diferentes peldaños socio-económicos.

En los dos primeros aspectos, el modelo renano supera muy claramente al modelo neoamericano.

Los paraguas renanos

Los seguros sociales fueron creados en Alemania por Bismarck. Es lord Beveridge, su discípulo más célebre en este aspecto, quien introdujo el famoso Sistema Nacional de Salud (National Health System) en Gran Bretaña. En Francia se empezó a aplicar en 1946 un principio análogo de protección social generalizada, y actualmente el 99,9% de la población está protegida por el sistema de seguridad social. De la misma manera, en países como Suecia, Alemania, Suiza o Japón, sólo una pequeña fracción de la población no goza de la protección social.

Los alemanes están resguardados muy ampliamente contra los principales riesgos (enfermedad, accidentes de trabajo, desempleo) y gozan de un régimen básico de jubilación muy ventajoso. Suecia, patria de la social democracia, está en el mismo caso. Los ciudadanos están tan bien protegidos como en Alemania, y los desocupados cuentan con sistemas eficaces, que incluyen programas de formación y de reinserción. En cuanto a Japón, cuenta con una seguridad social que es una de las más generosas del mundo: la gratuidad de las atenciones médicas es allí total y generalizada.

Hasta 1985, los gastos de salud en Alemania continuaban aumentando mucho más rápidamente que el PlB, y el equilibrio del seguro de enfermedad se encontraba amenazado. Los factores básicos de ese problema son los mismos que en otras partes: envejecimiento de la población, progresos tecnológicos acompañados por el desarrollo de nuevos equipos muy costosos (tomógrafos, ecógrafos, equipos de litotricia…), aumento global de la demanda de atención médica y del consumo de medicamentos, ambos naturalmente estimulados por la gratuidad de las atenciones médicas. A pesar de eso, ningún país renano ha permitido que los gastos de salud superaran el 9% del PIB. Es más, desde 1985 Alemania ha logrado controlarlos de manera ejemplar.

Sobre este problema, tan fundamental, de la calidad de las atenciones médicas y de la cuantía de los gastos de salud, hay que retener las tres cifras ya citadas: Gran Bretaña, 7% del PIB; Alemania, 9% del PIB; Estados Unidos, 11% del PIB, y tomar conciencia de la extraordinaria paradoja que suponen. En efecto, de los tres países el que tiene la peor situación sanitaria es también el que más gasta, Estados Unidos. Ahora bien, Estados Unidos debería ser el que, con igual calidad, gastase menos, pues su sistema sanitario es esencialmente privado, totalmente organizado para la eficacia, con una extraordinaria sofisticación de los sistemas de control del tipo HMO (Health Management Organisation). Es cierto que en Inglaterra a menudo hay que hacer cola antes de ser admitido en el hospital y que el sistema alemán de los ambulatorios no deja una plena libertad de elección al paciente sobre su facultativo. Sin embargo, los hechos están ahí: en materia sanitaria, el sistema de mercado, fundado en el interés pecuniario personal del médico, no es siempre el más eficaz sino todo lo contrario. En conclusión, creo que la salud no es ciertamente un terreno que pueda, sin discernimiento, librarse a las leyes del mercado.

En cualquier caso, es evidente que no en todos los países del modelo renano se sabe, mejor que en otros, combinar la justicia social, la carga colectiva de los gastos y la eficacia administrativa. Esta aptitud particular se apoya en un conjunto de valores y de prioridades que no son los mismos que en Estados Unidos. La idea de responsabilidad colectiva, por ejemplo, está profundamente arraigada en la mentalidad pública, y es respetada por las organizaciones políticas o sindicales. La consecuencia es una autodisciplina mayor que lo que a veces se piensa.

Es cierto que en todas partes existen fraudes, abusos, falsos desempleados y tendencias al "abuso" de la medicina. Pero, en resumen, cada uno es consciente de los riesgos que correría si pidiera demasiado a la protección social. En Japón, por ejemplo, donde el envejecimiento de la población es preocupante, se lanzó un programa para aumentar la edad de la jubilación. En Suiza, por las mismas razones, los ciudadanos renunciaron por medio de un referéndum (con el 64% de mayoría) a adelantar la edad de la jubilación de 65 a… 62 años.

A esta responsabilidad colectiva se añade una disciplina que los poderes públicos no tienen demasiada dificultad en hacer respetar. En Alemania, el gobierno exige del tejido social (sindicatos, patronal, médicos, asegurados, ambulatorios) que se pongan de acuerdo para limitar el aumento de los gastos sanitarios. En Suecia, es concebible que los desocupados a cargo del seguro de desempleo rechacen los empleos que éste les ofrece. Otro ejemplo extremo es que la ayuda pública a los necesitados no es en Suiza un puro y simple derecho, sino una deuda, un préstamo que deberá reembolsarse tan pronto la situación del beneficiario haya mejorado. Tomemos ahora, uno tras otro, los puntos precedentes y preguntémonos si, en este aspecto, Francia merece ser clasificada entre los países renanos. Desgraciadamente, la respuesta es ampliamente negativa. En materia de seguro de enfermedad, el sistema francés es uno de los más frágiles, por el hecho de que todo el mundo dispensa más o menos libremente talones a la seguridad social, pero nadie tiene la impresión de pagarlos realmente: yo fijo libremente el número de las consultas y las atenciones que pido a los médicos, ellos fijan libremente las recetas que me dan; todo casi gratuitamente. Esto no existe en ningún otro país. Cuanto más pasa el tiempo, es más evidente de que se trata de una mezcla de capitalismo y socialismo particularmente seductora a corto plazo, pero perversa a largo plazo.

La lógica de la igualdad

Los países renanos, como hemos visto, son relativamente igualitarios. El abanico de los beneficios personales es allí claramente menos abierto que en los países anglosajones. En un plano más general, podemos comprobar que en los países renanos la clase media es ahora estadísticamente más importante que en Estados Unidos, que sin embargo ha sido el país por excelencia de la middle class. Si se define a la clase media como el conjunto de personas cuyos ingresos rondan la media nacional, entonces ésta sólo representa alrededor del 50% de la población de Estados Unidos, ante el 75% en Alemania y el 80% en Suecia o Suiza. En Japón, desde hace treinta años se realizan encuestas que indican que el 89% de los japoneses se consideran parte de la clase media; dato subjetivo, pero significativo.

Esta relativa limitación de las desigualdades en los países renanos significa que la lucha contra la marginación y la pobreza está en ellos mejor organizada, es más eficaz que en el modelo atlántico. En Suecia, por ejemplo, la población conserva muy vivo el recuerdo de las terribles penurias de comienzos de siglo. Una palabra designa, en sueco, lo que siempre ha sido el imperativo nacional: la palabra trygghet, que significa seguridad. Por lo tanto la asistencia social y la lucha contra el desempleo, primera causa de marginación, están allí particularmente desarrolladas. El pleno empleo es un objetivo nacional que los poderes públicos se comprometen a alcanzar. Es el Arbetsmarknadsstyrelsen (Dirección Nacional de Empleo) quien ha asumido dicho objetivo, y dispone para ello de un presupuesto importante.

En Estados Unidos no existen verdaderas instituciones nacionales destinadas a la llamada "lucha contra la pobreza". Son las agrupaciones o los estados quienes se encargan de ello. Pero la modestia de los recursos públicos destinados al efecto limita por lo general su alcance. Por activas, generosas y bien intencionadas que sean, las grandes y poderosas asociaciones privadas de caridad no bastan para compensar la insuficiencia. Por otra parte, el recurso a la noción de caridad individual y privada, más que a la de los derechos sociales garantizados por el Estado, está dentro de la lógica del capitalismo puro y duro que quiso restaurar Reagan. Según esta lógica, las desigualdades no solamente son legítimas, sino que constituyen un estímulo para la competencia encarnizada, de la que a la postre se beneficiará la colectividad. A comienzos de los años 80, tras la instalación del equipo Reagan en la Casa Blanca, tuvieron lugar en Estados Unidos innumerables debates sobre ese tema. La esencia del discurso reaganiano (simplificando) es ésta: la pobreza no es un problema político y no concierne al Estado. Es un asunto moral y de caridad.

Hallamos la misma ideología, la misma terminología, en la señora Thatcher; el modelo que hay que calificar aquí como "reaganiano-thatcheriano" no es la faceta coyuntural de un simple cambio de política económica. Refleja la aparición de una nueva moral, hecha para y por los triunfadores –ricos- caritativos. Para comprender el alcance de este cambio, basta recordar que, hasta 1975, una de las propuestas de progreso social más discutidas en Estados Unidos era el "impuesto negativo sobre los beneficios", es decir, el ingreso mínimo garantizado.

Esta legitimación filosófica de la desigualdad por los teóricos del "supply side" como George Gilder, de hecho resucita un discurso liberal muy antiguo. A mediados del siglo XIX, ya explicaba Dinover que "el infierno de la miseria" era necesario para la armonía general, pues obligaba a los hombres a "desenvolverse bien" y a trabajar duro. Gilder expresa lo mismo cuando escribe:

"Imponer más carga a los ricos es debilitar la inversión; paralelamente, dar más a los pobres es reducir los estímulos para trabajar. Tales medidas sólo pueden disminuir la productividad" (Riqueza y pobreza, trad. fr. Albin Michel, 1981).

Esta argumentación sirve para justificar los recortes que fueron practicados en los programas sociales. Recortes que explican hoy en día la reaparición de vastos bolsones de pobreza. Justifica asimismo las desreglamentaciones de toda clase, que van a llevar a disminuir la protección de los asalariados para redinamizar a las empresas. Y, según aseguran, mejorar el empleo. Riccardo Petrella, director de programa en la CEE, resume así -para criticarla- esta argumentación: "El cuestionamiento de las ventajas sociales de los asalariados es legítimo, pues favorece una mejora global del empleo gracias a una mejor competitividad de las empresas en el país" (Le Monde Diplomatique, enero de 1991).

En la RFA, la actitud colectiva respecto de la pobreza es radicalmente contraria. Caricaturizando un poco, se podría decir que la miseria está casi prohibida por la ley federal sobre la ayuda social. En efecto, según esta ley la colectividad debe asegurar, a aquellos que carecen de medios propios, la vivienda, la alimentación, las atenciones médicas y la cobertura de las necesidades esenciales de consumo. Los gastos de ayuda social a este efecto se elevan a 28 mil millones de marcos. Existe además una especie de mínimo fijado en 1200 marcos por mes. El corresponsal del diario Le Mondeen Bonn, Luc Rozenzweig, señalaba a propósito de la miseria en Alemania: "Hoy 3.3 millones de personas, o sea el 5% de la población, reciben subsidios de las oficinas de ayuda social. Y, sin embargo, esta pobreza estadísticamente establecida es muy poco visible en un país donde lo que impacta a primera vista es más bien la comodidad en la que vive la gran mayoría de la población. Los mendigos son una especie en vías de extinción en las calles de las grandes ciudades alemanas, exceptuando a algunos punks de Berlín o de Hamburgo que piden limosna más por deporte que por necesidad vital" (Le Monde, 7 de agosto de 1990).

Hay que mencionar, por otra parte, una paradoja poco conocida y que señala ese mismo diario: con el aumento del número de divorcios y de nacimientos extramatrimoniales, hoy en Alemania la pobreza se ha vuelto principalmente femenina Así, el 65% de las madres que crían solas a un niño (su número no deja de aumentar) tienen unos ingresos cercanos al umbral de la pobreza.

En Suecia, la política salarial se llama "de solidaridad". Tiene como doble objetivo asegurar una cierta igualdad social, y limitar las diferencias salariales entre los distintos sectores activos.

Este carácter más igualitario del modelo renano se encuentra también reforzado, como hemos dicho, por un sistema impositivo que asegura una mejor redistribución. Citemos un solo dato, que tiene valor indicativo: la franja máxima de impuestos es mucho más elevada en Francia (57%), Suecia (donde alcanza incluso el 72%), Alemania y Japón (donde supera el 55%), que en Gran Bretaña (40%) o en Estados Unidos (33%). Sin contar el impuesto sobre el capital que existe en los países renanos, incluida Suiza.

Aquí me detengo un instante, impactado al descubrir que se me ha escapado una incongruencia. ¿No he dado a entender que una franja máxima de 55% puede ser preferible a una franja máxima de 33%? ¡Qué arcaísmo obsesivamente renanófilo!

La desigualdad en los países renanos no es solamente menor, sino
también mejor aceptada, pues se funda en criterios bien asimilados por
los asalariados: la antigüedad y la calificación. En un banco japonés,
un joven diplomado en las mejores universidades, aunque sea el único
que hable inglés en su departamento, debe esperar unos quince años
para llegar a jefe, y aún quince años más para acceder
al puesto de director. En las empresas alemanas o suizas, la jerarquía
de las calificaciones determina de forma bastante rigurosa la escala de los
puestos y de las remuneraciones. La desigualdad relativa de los ingresos se
encuentra legitimada y también goza, por lo tanto, de un gran consenso.

La llamada del sueño y el peso de la historia

En cierto modo, el modelo renano es más rígido que el modelo neoamericano. La movilidad social es en aquél menos rápida, el éxito individual menos espectacular. Pero, ¿esto es un inconveniente o una ventaja?

Estados Unidos siempre fue -y sigue siendo- la sociedad del sueño. Es sobre todo de sueños (y de pesadillas) que estaban cargados los inmigrantes llegados del mundo entero, y que desembarcaron primero en Ellis Island, esa antesala de El Dorado americano. Sueños de una nueva vida, sueños de libertad y fortuna, voluntad febril de triunfar, todos elementos integrantes del American dream. Cada norteamericano de hoy cuenta, entre sus antepasados, con un inmigrante llegado de Irlanda, de Polonia o de Italia, que conoció las dificultades, la miseria y el trabajo. Y que "salió adelante", como se dice.

Estados Unidos no es sólo la sociedad del sueño, es la del self-made man, en la que ningún éxito es teóricamente inaccesible. Del mismo modo que cada soldado de Napoleón llevaba su bastón de mariscal en la mochila, todo estadunidense puede esperar encontrar al final del camino su primer "millón de dólares". O incluso entrar un día en la Casa Blanca… En otros términos, la movilidad social no es sólo mucho más fuerte en Estados Unidos que en otras partes, sino que participa del mismo mito fundador.

La sociedad norteamericana, constituida por sucesivas inmigraciones, es fundamental- mente democrática. Los valores aristocráticos europeos o japoneses apenas tienen importancia. No existe, por otra parte, una verdadera estratificación social labrada en el curso de los siglos, y más o menos transmitida de una generación a otra. Sin duda, los WASP (White Anglo Saxon Protestants) configuran una especie de aristocracia "étnica", y han gozado de ciertas ventajas. Pero éstas han sido progresivamente acotadas, y las otras categorías de inmigrantes (irlandeses, judíos, italianos, polacos, húngaros o hispanos…) poco a poco los han alcanzado o están a punto de hacerlo.

En verdad que este principio del melting pot sobre el que se funda Estados Unidos tiene sus límites y ya no funciona, por otra parte, como en el pasado; no es menos cierto, sin embargo, que la capacidad de absorción y de integración de la sociedad norteamericana sigue siendo infinitamente superior a la de los países renanos (incluido Japón). Por otra parte, la movilidad social se ve favorecida por esa posibilidad de enriquecimiento rápido propia de Estados Unidos. Desde ese punto de vista, el dinero rey es una ventaja. Principal patrón de valor, constituye un criterio social duro, pero simple y eficaz. El pequeño vendedor de hamburguesas puede convertirse en otro Rockefeller… y las fabulosas fortunas hechas gracias a la especulación de los años 80 correspondían, en muchos casos, ¡a una movilidad social sin parangones!

Tanto en Alemania como en Japón -países donde el crecimiento demográfico es decreciente- las políticas de inmigración han terminado más bien en fracasos. En Alemania Federal, los extranjeros representan el 7.6% de la población (o sea, 4.6 millones de personas), pero no están integrados. Además el mismo léxico es revelador: los trabajadores inmigrantes son llamados Gastarbeiter, que quiere decir "trabajadores invitados". En cuanto a los graves problemas que plantea la numerosa minoría turca (1.5 millones de personas), jamás han sido resueltos. A fin de cuentas, los matrimonios mixtos, que son un índice de integración, son muy raros en Alemania. El historiador y demógrafo Emmanuel Todd subraya esta resistencia particular de la sociedad alemana a toda idea de integración: "El conjunto de la mecánica jurídica y social desemboca en la constitución, en suelo alemán, de un orden extranjero, reproducción moderna de las órdenes del Antiguo Régimen. (…) Si el código de la nacionalidad y las costumbres cambian en Alemania, el país reencontrará su estructura de orden tradicional. La homogeneización de la sociedad alemana, la mezcla de clases, penosamente realizada durante la Segunda Guerra Mundial, no habría entonces durado más que algunos decenios" (La invención de Europa, Ed. du Seuil, 1990).

Añadamos que hay reacciones xenófobas que se robustecen en la extrema derecha alemana, y que el flujo de refugiados procedentes de la Europa del Este (especialmente Polonia) ha agravado esas tensiones.

En Japón, la condición de los inmigrantes llegados de los países vecinos de Asia (Corea del Sur, Filipinas, China) es inferior. En Suiza, la inmigración siempre ha sido muy controlada, aunque los inmigrantes sean 1.5 millones sobre una población de 6.5 millones. Suiza limita severamente su residencia, no vacila en enviarlos de vuelta a sus países, y emplea por otra parte un gran número de guardias fronterizos. Incluso Suecia, donde sin embargo los inmigrantes son poco numerosos, no ha conseguido resolver los problemas causados por este motivo. En cuanto a Gran Bretaña, conoce una situación intermedia. Muy abierta al principio, practica un individualismo que permite numerosos matrimonios mixtos y la estabilización, en su territorio, de una importante población de nacionalidad británica, pero de origen africano, antillano, paquistaní o hindú. A diferencia de Alemania, otorga sin dificultades la nacionalización. Sin embargo, Emmanuel Todd destaca: "Parece que se asiste en Gran Bretaña más que en Francia a la constitución de guetos étnicos, a un repliegue sobre sí mismas de las comunidades de origen antillano, musulmán o hindú (…) La práctica británica parece desembocar en una separación de tipo alemán".

En suma, el enriquecimiento espectacular no es tan fácil en los países renanos como en el mundo anglosajón. Por otra parte, la Bolsa ofrece menos posibilidades, y la especulación inmobiliaria tiene limitadas posibilidades, salvo en Japón. Los países del modelo renano son menos fluidos socialmente. Las situaciones adquiridas son duraderas y las evoluciones son lentas. La sociedad está menos expuesta a cambios violentos y a las influencias exteriores. ¿Es una debilidad o una fuerza? ¿Qué es mejor, la estabilidad de las sociedades semicerradas o la inestabilidad de las sociedades abiertas? Según la respuesta que demos a esta pregunta, nos situamos en uno y otro campo del combate entre los dos tipos de capitalismo.

Llegados a este punto, desembocamos en dos paradojas La primera es la buena nueva que descubrimos, poco a poco, a medida que avanzamos en nuestro estudio: no es cierto que la eficacia económica deba estar necesariamente alimentada por la injusticia social. Es erróneo creer que actualmente nuevas contradicciones opondrían el desarrollo económico a la justicia social. Entre justicia y eficacia, la conciliación, la confluencia existen más que nunca. Las hemos encontrado en todos los países del modelo renano. Sin embargo -segunda paradoja- esta realidad es hasta tal punto mal conocida que desde hace algunos años se produce un extraño fenómeno a lo largo del mundo: desde el momento mismo en que el modelo neoamericano se revela menos eficaz que el modelo renano, no obstante, política e ideológicamente, ¡logra hacerlo retroceder!…

(2017) Un regreso a la "edad media": ¿puede el trabajo del hombre no valer nada?

La preocupante tendencia de los salarios sobre el PIB

Durante décadas, los salarios han mantenido una tendencia constante y dominante como parte del PIB en los países desarrollados. No obstante, en los últimos años se ha observado una pérdida de peso de las rentas del trabajo en beneficio de las rentas del capital, un giro brusco que ha logrado focalizar la atención de parte de las instituciones y expertos, por los preocupantes efectos que puede tener sobre la sociedad. Además, la caída de los salarios sobre el PIB resulta una evidencia más de la creciente desigualdad de rentas dentro de las economías avanzadas.

A partir de 1980, las rentas del trabajo iniciaron una tendencia descendente en los países desarrollados. En el caso de España, los salarios han pasado de representar el 67% del PIB (medido por el lado de la renta) hasta el 54% en 2015, una descenso de 13 puntos porcentuales que podría continuar. En otros países avanzados como Francia o Alemania, el descenso ha sido inferior, pero igualmente pronunciado, o como en el caso de Italia donde la caída del peso de los salarios ha sobrepasado la de España.

Monografias.com

En el trabajo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) "La Participación del Trabajo en las Economías del G20" (14/3/17), se destaca que "la tendencia a la baja de las rentas del trabajo puede tener consecuencias negativas importantes. Por ejemplo, las mejoras a nivel macroeconómico podrían no trasladarse en incrementos de los ingresos reales de los hogares".

Por otro lado, los datos muestran que esta tendencia termina afectando al bienestar de las sociedades. Un peso cada vez mayor de las rentas del capital sobre el PIB suele estar directamente relacionado con una mayor desigualdad en la distribución de la renta, como ha mostrado el economista francés Thomas Piketty en su obra "El Capital en el Siglo XXI".

La menor fuerza de los salarios también ha evidenciado tener consecuencias políticas relevantes. Como destaca el informe de la OCDE, esta situación puede obstaculizar la implementación de políticas pro-mercado y en favor de la globalización económica

Por último, pero no menos importante, el menor peso de los salarios puede afectar al crecimiento a través de un menor consumo de los hogares y una menor inversión por parte del sector privado.

Por qué caen las rentas salariales

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) sostiene en un su documento "¿Por qué los salarios están cayendo? Análisis de los determinantes desde la óptica de la renta", que la "financiarización" de la economía está provocando la caída relativa de los salarios. Por un lado, ahora las empresas tienen la opción de invertir tanto en la economía real (que puede tener ciertos beneficios sobre los trabajadores) como en activos financieros, ya sea a nivel doméstico o internacional, con unos efectos nulos o neutros sobre las rentas del trabajo.

Por otro lado, los accionistas han ido ganando poder respecto a los trabajadores. Las empresas se ven obligadas de cierto modo a priorizar la generación de valor para el accionista, lo que ha contribuido a que los pagos por dividendo hayan crecido drásticamente en las últimas décadas. El beneficio distribuido o pago por dividendos se encuadra dentro de las rentas del capital, y obviamente todo beneficio distribuido es dinero que no se dedica a la inversión 'real' para abrir nuevas plantas, mejorar los bienes producidos o contratar nuevos trabajadores.

Por último, tanto el trabajo de la OCDE como el de la OIT coinciden en señalar a la globalización como otro de los fenómenos que está restando presencia a los salarios respecto al PIB en los países avanzados. La globalización ha intensificado la competencia dentro del factor trabajo (trabajadores) con la entrada de países con mano de obra abundante, como China o India.

Por tanto, la mayor conexión entre las economías del mundo ha podido moderar sustancialmente los salarios a nivel agregado en los países desarrollados, mientras que a la vez podría haber jugado a favor del capital y de los trabajadores más cualificados.

Todos estos factores están contribuyendo al descenso de la participación de las rentas salariales en el PIB. El trabajo tiene cada vez menor transcendencia dentro del proceso productivo y esto desemboca en una caída relativa de la remuneración de ese factor de producción frente a otros. El dominio de los salarios en el PIB está cerca de llegar a su fin, ahora la cuestión es dónde encontrará suelo esta tendencia.

(14/3/17) Las vísperas y el incendio

Escribo este último Apartado en medio de una gran incertidumbre sobre el futuro de la Unión Europea. Sin saber quién será el más votado en las elecciones de Holanda (15/3), Mark Rutte o Geert Wilders; si Teresa May podrá dar el pistoletazo de salida formal y activar el famoso Artículo 50 del Tratado de Lisboa, notificando a las instituciones europeas que hay Brexit; cómo terminará el dilema francés (Marine Le Pen o Emmanuel Macron); qué pasará en Italia (si habrá nuevas elecciones, partiendo Beppe Grillo como favorito, o podrá seguir el anodino y grisáceo Paolo Gentiloni Silveri, como primer ministro); cómo afectará, finalmente, la política de Trump "America First" y "a los demás que le den por culo" (empezando por Europa); y como si todo eso fuera poco: tenemos al presidente turco, el islamista Recep Tayyip Erdogan amenazando a la UE y da por "terminado" el acuerdo migratorio.

Me he preguntado en estos últimos meses a dónde se dirigía realmente Europa, qué sería no ya de la política o de la economía de la Unión, sino de la propia identidad cultural de sus ciudadanos, y quién estaría dispuesto realmente a morir por Europa, a sangrar por Jean Claude Juncker. Ahora toda Europa está afectada por la misma falta de rumbo.

Juncker presentó sus cinco sugerencias para el posible futuro del continente el 1 de marzo (2017): seguir como siempre, reducir el proyecto al mercado único, la Europa de varias velocidades, hacer menos con menos, o hacer mucho más juntos, lo que llegaría a ser la idea de unos Estados Unidos de Europa.

Parece que la opción de la que más se habla estos días (marzo 2017) es la Europa multiforme. Esas diferencias, sin embargo, ya se están enmarcando de muchas maneras: círculos concéntricos, geometría variable, dos velocidades, varios estratos, etc. El mismo Juncker -canalizando tal vez al lingüista estadounidense Lakoff (si te digo que no pienses en un elefante, pensarás en un elefante)- negó que la intención de dicha opción sea crear "una nueva línea de división, un nuevo tipo de telón de acero entre el Este y el Oeste".

El antropólogo e historiador estadounidense Joseph Tainter es conocido por su libro y teoría del colapso de sociedades complejas. Postula que dichas sociedades 1) se crean para solucionar problemas compartidos y 2) requieren de energía y recursos para su mantenimiento, pero que 3) dichos costes aumentan per cápita con el aumento constante del coste y la complejidad que en teoría solucionaba los problemas iniciales; con el paso del tiempo y el aumento de presión sobre el sistema (Brexit, Trump, Turquía, la crisis migratoria, etc.), sólo sirven para mantener el tinglado, con ventajas cada vez menores. "Una sociedad compleja experimenta un aumento de la adversidad y la falta de satisfacción", escribe Tainter. 4) Llega un momento en el que a mayor inversión, cada vez menos rendimiento, y ahí se abre un periodo de gran peligro. Una sociedad compleja debe decidir si es capaz de reorientar el rumbo e invertir de nuevo para mantener la unión, o enfrentarse al colapso. En tal situación, aproximada, podría encontrarse el proyecto europeo. Si no en peligro de colapso inminente, sí en un periodo de confusión, recriminación, creciente división y desánimo. Se necesitarían ganas, ideas, liderazgo, energía y recursos para avanzar. No veo que Europa los tenga en estos momentos. Hasta dónde la vista alcanza, solo veo un museo vacío y un desierto social.

Para "hacer a Europa grande otra vez", como Trump prometió con respecto de EEUU, los políticos deben pensar más allá del ciclo electoral inmediato; y esto mismo es aplicable a todas las democracias occidentales. Pero muchos críticos empiezan a dudar de que los políticos occidentales conserven la capacidad de pensar a largo plazo.

Un ruego final, a mis conciudadanos europeos: ya saben mejor que yo lo que hay que hacer, el tipo de problemas a los que se enfrentan. Sigan adelante y hagan lo que tengan que hacer. No se dejen intimidar, no se amedrenten, y reconozcan que el futuro puede estar en vuestras manos si quieren que lo esté. No hay que dejase anestesiar, evaporar.

No importa que el libro sea "blanco" o "negro". Mientras cace ratones, es un buen libro

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Parole, parole, parole… (¿caminando hacia atrás en el futuro?)

Libro Blanco sobre el futuro de Europa (Reflexiones y escenarios para la Europa de los veintisiete en 2025) – Comisión Europea – 1 de marzo de 2017

(Selección de gráficos y resumen de los cinco escenarios propuestos por la CE)

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Autor:

Ricardo Lomoro

 

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