La guerra de galio de héctor aguilar camín

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ambo de La Buena Mano. Llantenes chiquitos festonan los zócalos de paja y barro que emanan úricos miasmas de chicheros. Tambo de La Buena Mano. Damajuanas señoronas de preñados vientres y delgadas botellas empolvadas. Anaqueles medio desnudos, y, entre un marco de madera negra, un buque que naufraga en un mar tempestuoso. Encima de un ventano, el escudo del Perú con banderas flamígeras. Vuela una sombra gigante de mariposas nocturnas. En el tambo se alza un vaho lento de humazos imposibles, y los ojos del propietario —Antonio Lang—, se entreabren cuando alza el vuelo un tanto enérgico y peruano: —Jijuna... Alrededor de una vasta mesa florecen ponchos bajo el candil de querosén. La noche se ha derramado, lo mismo que la chicha …ver más…

El viento palomilleaba entre los álamos altos, correteando sobre las vides que desparramaban su verdor más allá de las bardas desiguales. Se mecían los pámpanos como una marejadita de la rada de Huarmey. Estaba alegre la madrugada, pero ya cansaba esta cuesta que Santos Rivas hacía sobre el Cura, acortando la distancia; tres leguas en hora y cuarto... Guapo el Cura para arrancar arriba. Arriba... Arriba esperaba la china Griselda Santisteban. Y, claro, el Cura apresuraba el paso trepando por el valle hacia el casal de la hacienda donde la china vivía. ¿Estaría fuera? A lo mejor arrancó también para la sierra acompañando al cholo bruto de su padre. Don Ramón no gustaba de estos líos y por ello ofreciera “su jazmín” para don Santos. Ese hombre fue quien tendió a su hermano y ahora le enamoraba a la hija. ¡Barajo y baso q’era sinvergüenza el mozo! Pero mejor estaba así, llevándose a su chinita para la sierra porque él ya estaba viejo.Santos, en cambio, era más joven y por muy trejo que uno juera, el otro tenía más vista y la mano más pronta. Santos comenzó a silbar con impaciencia. El Cura apresuró el paso hasta llegar a la ranchería de la hacienda que, a esa hora, se alumbraba a querosén. La ranchería —paredes rojizas, estrellas mugrientas de los faroles en las esquinas, tambos con bullas a la sordina y un eco de guitarra— aparecía medio dormida. Lejos, pero bien lejos, dos

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